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viernes, 9 de febrero de 2024

Autovías y Tractores


Hay convocadas diversas manifestaciones y acciones reivindicativas de corte de carreteras y accesos a ciudades por parte de algunas de las asociaciones agrarias. Están causando problemas de circulación y alterando lógicamente el orden y funcionamiento del país. Lo han hecho, por cierto, sin las pertinentes convocatorias y anuncios reglados por el estado de derecho, y no están recibiendo la coerción que se supone se le exige a las fuerzas de orden en estas ocasiones. Por recordarlo ante las agresiones de los esbirros del estado con permisos en la mano que algunos otros hemos sufrido.

Existe un descontento evidente y razonable en el sector agroganadero europeo y sus legítimas reivindicaciones y protestas están siendo instrumentalizadas por la extrema derecha, tanto en España como en el resto del continente, recogiendo el testigo de lo que fueron las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia. Esto hace que sea muy difícil al común de los habitantes saber interpretar de qué va esto. Entre otras cosas, porque a los medios de comunicación de masas parece que les ha pillado con el pie cambiado y de sorpresa. Sin embargo, esto contrasta con el hecho de que la opinión pública, y también desde la izquierda, estamos absolutamente con los agricultores, ganaderos y con el mundo rural en general. Se entienden muchas de las reivindicaciones y de las problemáticas que existen, y aunque haya quien quiera hacer creer que tanto en el sentir popular, como en esos propios medios, como desde la izquierda se aplica una conciencia urbana que no acaba de entender la realidad del sector primario y de sus gentes, la realidad es que hay un consenso unánime en apoyarlas. Porque es natural y lógico, justo y digno. Y porque estas protestas en el fondo discuten los usos del modelo neoliberal aplicado en este caso al sector primario donde ha llevado la precariedad, la inseguridad y la indignad. Eso sí, la izquierda centrada en las cuitas internas y en el análisis teórico de procesos vuelve a estar alejada del conflicto, y queda el terreno baldío para que la política fascista y reaccionaria se apropie de estas protestas.

Sin embargo y que baste como ejemplo, como al segundo día de manifestaciones y algaradas, los medios han empezado a dar voz a supuestos portavoces del colectivo agrícola y ganadero. La sensación que queda es que esta propuesta va de una caterva de fascistas, metidos en la conspiranoia más aberrante, y sobretodo impulsados contra Perro Sanxe porque “no sé qué de la Amnistía”. Así entrevistan en las autovías o en plató a latifundistas, a terratenientes, a nobles y demás fauna que no ha cogido una azada en su vida. No sabe uno a ciencia cierta si es un “error” de los medios de comunicación de masas al confundir a estas asociaciones del campo, que son grupúsculos de patronos y dueños de los terrenos con entidades que fueran representantes de los trabajadores agrícolas. Ni siquiera con asociaciones mayoritarias. Pareciera que se trata de un mensaje buscado con una intención evidente.

Los tractores y las personas que los conducen protestan contra la Agenda2030, contra Marruecos, Sudáfrica o Chile. Contra los ecologistas porque desde la ciudad no conocen el medio natural. Contra la UE que llena de burocracia, requisitos y umbrales el día a día de la actividad agraria mientras firma acuerdos comerciales hiper laxos con los países del Sur. Y contra el gobierno. Por supuesto.

Que quede totalmente claro que desde aquí y desde toda la izquierda estamos con estas protestas, las apoyamos, las comprendemos y las respaldamos. Faltaría más. De entrada porque lo que están diciendo los agricultores y los ganaderos es lo mismo, igualito, que lo que lleva la izquierda, y particularmente Izquierda Unida, diciendo casi ya 40 años. Que el capitalismo neoliberal es suicida, opresivo. Que el acuerdo de Maastricht iba a traer la desregulación de las cadenas de distribución dejando a quienes se dedican al sector primario en una clara y flagrante desigualdad con respecto a los grandes comercializadores. Que añadía toneladas de papeleo y burocracia que lastraban el trabajo de los profesionales. Que iba a impedir el relevo generacional y por lo tanto aumentaría el fenómeno demográfico del éxodo rural. Que los acuerdos comerciales transnacionales, como el TTIP, dejan el campo y al trabajador a los pies de los caballos de los poderosos. Que iban a poner nuestros productos a competir con otros de escala global producidos con ningún tipo de control y con prácticas y técnicas abusivas y que laminan los derechos de los trabajadores, la salud o el medio ambiente. Que es vital un acuerdo de estado que proteja el medio natural incorporando las legitimas reclamaciones y las enseñanzas y trabajo de todo el mundo rural.

Desde luego la Unión Europea entregada al neoliberalismo ha mostrado una vez más su fracaso y el de esta ideología perversa y homicida. Ha dejado a su propio campo, a sus graneros y provisiones en una situación de desventaja flagrante con respecto a los productos importados de otros países y con los grandes mangantes de las cadenas de producción (no me he equivocado). Y por esta puerta, como ya pasó en el Brexit, la extrema derecha está valiendo su fuerza telúrica en el campo español para incluir su euroescepticismo, su negacionismo climático (y de propina, el entre géneros) y sus proclamas racistas y xenófobas. Y por supuesto, su único afán en tener el poder para saquear el país.

Como contraste estaría bien saber cuántos trabajadores del campo, braceros y jornaleros están siguiendo estas manifestaciones. Cuántos trabajan en el sector. Cuántos lo hacen con contrato y seguridad jurídica. Alguien ha preguntado a las mujeres del mundo del campo que llevan día a día el trabajo en la explotación, del hogar, de cuidados y a veces otro trabajo fuera del sector primario qué piensan de esto (sé que también hay hombres que hacen estas labores, pero el porcentaje de mujeres es abrumador). Hasta el momento las imágenes son de hombres. Casi todos mayores de 50 años.

Sin embargo, según estos ganaderos hay que “derogar la ley de bienestar animal” y “derogar leyes ambientales y de protección de especies que atentan contra la agricultura, ganadería y zonas rurales”. Pues me parecen una serie de reglamentaciones bien necesarias y que nada tienen que ver con el trabajo de los productores pequeños, y si sobre las formas de operar de las macrogranjas, los cotos de caza o las ganaderías de toro de lidia. Si a una empresa que dice que no puede pagar el SMI a sus empleados se le dice que lo mejor que puede hacer es cerrar, en este caso, aplico lo mismo: Si no puedes dar una calidad de trato a la vida de los animales que tienes en la explotación, mejor ciérrala.

Por otro lado, de toda esta protesta rechina bastante lo que tiene que ver con todo lo que es cuidado del Medio Ambiente y de la salud de la población como consumidores de los productos agroganaderos. No tanto por las reclamaciones frente a la Agenda2030. Sí, un emblema que  viene impuesto por las élites, pero que también es uno de los acuerdos internacionales vinculantes más ambiciosos a la hora de plantear políticas y alternativas en defensa del planeta y sus gentes. Y que señoras y señores, está proyectado para el año 2098. No creo que muchos de los que están cortando las carreteras esta semana se hayan leído el plan al completo, y sólo sigan las medias verdades vomitadas por intereses creados de quienes han puesto al campo en la situación actual y que no quieren que nada de eso cambie. De acuerdo en que las iniciativas más importantes que ya sabemos viene impuesta por las élites neoliberales como patada hacia adelante cuqui y en purpurina de un supuesto futuro de progreso y garantía de los derechos humanos pero sin cuestionar las circunstancias de base de toda desigualdad. Pero precisamente por eso, estos agricultores y ganaderos no deberían permitir jamás que la extrema derecha se apropie de sus legítimas y razonables preocupaciones y protestas.

No, se trata de cómo están estos agricultores españoles y europeos adaptándose al contexto cambiante que nos está tocando vivir. A un mundo en el que los combustibles tanto para producir como para transportar lo producido son cada vez más escasos, y por lo tanto más caros. Con un cambio climático real e imparable que está transformando la forma en la que los ecosistemas y sus integrantes se interrelacionan. Con fenómenos atmosféricos cada vez más extremos ya sean sequías, lluvias torrenciales, olas de calor más intensas y repetidas, u olas de frío siberiano más frecuentes. Y sin embargo, ahí los tienes cuestionando a la ciencia, en otra característica básica de lo que es Españistan, y al más evidente sentido común.

En el campo y sólo basta con mirar los resultados de todas las elecciones, se ha castigado tradicionalmente a la izquierda y sus políticos y programas, porque van a traer las penurias a lo rural. Las demandas ecológicas y por protección del medio ambiente se hacen desde la ciudad, sin comprender la realidad del campo, eso dicen, y por lo tanto, se dan mayorías a partidos de derechas que en principio les defienden. Craso error. Porque estas políticas de derechas, de desregulación de los mercados, son las que se cargan el medio rural por intereses especulativos que poco o nada tienen que ver con las necesidades de las poblaciones, de desprotección de la ciudadanía en todos su roles (productor, trabajador, consumidor), las medidas que han favorecido las concentraciones parcelarias hasta el mega-latifundio, las macrogranjas o la pérdida de los puntos de venta en cadenas de distribución más cortas, son las que han puesto la soga y atado el nudo alrededor del cuello del agricultor y el ganadero.

Sí, es muy fácil echar la culpa al urbanita que quiere productos más naturales, ecológicos y saludables. Que estos se produjeran con unas condiciones de prosperidad y dignidad para toda persona que participe en el proceso de producción, distribución y venta. Y que no se deteriorará el medio ambiente. Lo que pasaba hace 50 o 60 años en Europa, 40 o 50 en España. Con lo cual el relato de lo que siempre se ha hecho es falso. Porque antes no se abonaba con cientos de píldoras de colores. Ni se sulfataba a mansalva con drones y avionetas extensiones de 4000 hectáreas o más. Ni había cultivos de regadío donde tienen un suelo y un clima de secano. No se llenaba el buche del ganado con antibióticos a granel, ni se les tenía que impartir vacunas contra enfermedades que aquí no se conocían. Es la globalización y el neoliberalismo los que están cargándose el trabajo y la vida del sector primario. No lo olvidemos.

Y la derecha y la extrema derecha no van a parar esa rueda por muchas facilidades y promesas que hagan. Van a pisar el acelerador del capitalismo más depredador. Mirad lo que ha pasado en Reino Unido, en Estados Unidos, en Brasil o en Argentina. No van a redistribuir la riqueza. Recordemos que por ejemplo votaron en contra de la Ley que prohíbe a las grandes cadenas de distribución obligar a los productores a vender por debajo de coste. Algo que estaba pasando y sigue pasando por la carencia de inspectores que no se han puesto en las administraciones autonómicas que legisla la ultraderecha. Que llevan años gobernando administraciones y provocando trastornos a las personas y a las empresas, al medio ambiente y al patrimonio de todos. Que son corruptos.

No se cuestionan el estado de medio ambiente y de los derechos de los trabajadores del campo. O los formularios y requisitos burocráticos que tienen que hacer frente las explotaciones y sus propietarios. No han vigilado, de hecho han alentado, un reparto de ayudas a través de la PAC totalmente inmoral, injustificado y delictivo, durante ya 30 años.

Desde la izquierda no se puede ver a estas manifestaciones como expresiones de la extrema derecha. Eso sería un error. No comparecer y dejarles que llenen de banderas, muchas preconstitucionales, las justas reclamaciones del sector agrario y ganadero español y europeo sería perder otra oportunidad para poder construir un país más digno, justo y con futuro.

Además es preciso ayudar a que los pequeños productores puedan sobrevivir a este momento de zozobra y cambio, porque el pueblo en general está con ellos, sin usar banderas ni consignas rancias o fascistas. Simplemente porque la mayoría de la gente entiende la labor esencial del mundo rural, porque lo valoramos y lo queremos. Y porque entendemos que merecen un futuro y un bienestar con dignidad. Para todas y todos los integrantes del mundo rural.

 

 

jueves, 3 de agosto de 2023

Por qué Sí al Decrecimiento



 

El decrecimiento, también conocido como decrecentismo o decrecionismo​, es un término utilizado tanto para un movimiento político, económico y social, y también cultural, como para un conjunto de teorías que critican el paradigma del crecimiento económico.​ Se basa en ideas de una amplia gama de líneas de pensamiento como la ecología política, la economía ecológica y la justicia social, señalando el daño social y ecológico causado por la búsqueda del crecimiento infinito y los imperativos occidentales de "desarrollo". El decrecimiento enfatiza la necesidad de reducir el consumo y la producción global (metabolismo social) y aboga por una sociedad socialmente justa y ecológicamente sostenible en la que el bienestar social y ambiental reemplace al PIB como indicador de prosperidad.

Por lo tanto, el decrecimiento resalta la importancia de la autonomía, el trabajo de cuidado, la auto-organización, los bienes comunes, la comunidad, el localismo abierto, el trabajo colaborativo, la felicidad y la convivencia.

Si las agencias e instituciones prosistema, como la Agenda 2030, ya alertan del colapso ecológico y de muchas de las materias primas, porque vivimos de una forma absolutamente insostenible, el deber de los programas alternativos, a nivel político, económico, social y cultural, es promover alternativas al sistema capitalista. No se trata sólo de plantear un modelo diferente, e incluso opuesto, sino más bien, recuperar comportamientos sociales y productivos que no hace tanto regían las relaciones económicas entre los hombres y las comunidades. Y añadir el valor que la ciencia, desde la biología hasta la sociología, para incluir a cuántos más mejor y poder construir una sociedad más plena, justa y satisfactoria.

El progreso tecnológico y científico, incorporado a las sociedades productivas, no sólo no ha garantizado un objetivo de mayor y mejor bienestar, sino más bien al contrario. Repitiendo el proceso que Engels ya describió durante la Revolución Industrial, La Paradoja de Engels muestra como la nueva era en el proceso tecnológico y productivo, que se puede enumerar como cuarta, vuelve a aumentar los valores macroeconómicos de los países de la OCDE desde finales del siglo XX. Sin embargo, los salarios no han crecido, o apenas lo han hecho para sustentar una vida cada vez más mísera para la clase trabajadora. Las ganancias, esa plusvalía, conseguida por la tecnología, pero que sigue saliendo de los recursos tradicionales como son la fuerza de trabajo y la accesibilidad a las materias primas (la facilidad de su aprovechamiento, transporte, almacenamiento y eliminar sus desechos) se han guardado en los bolsillos de las clases extractivas. Es decir, la riqueza de todos, vuelve a centrarse en unos pocos. En unos muy, pero que muy, pocos.

Si el siglo XXI será el siglo de las mujeres (de lo que no tengo ninguna duda), también lo será de la revolución tecnológica y el siglo en el que tendremos que frenar el cambio climático. Estos dos últimos retos son insoslayables y ambos requieren de un giro copernicano en las formas de producir, consumir y trabajar. La tarea por delante es evitar que las fuerzas que dominen estos cambios sean las del monopolio tecnológico de las grandes multinacionales y plataformas digitales, y no porque sus multimillonarios dueños me caigan mal; no es un tema moral (aunque también), es que imponen reglas que aceleran la Paradoja de Engels, destrozando derechos laborales, negándose a pagar impuestos y frenando cualquier avance tecnológico que amenace su monopolio. Son tan nocivas que hasta el Congreso de los EEUU está intentando ponerles freno. Son un lastre para el desarrollo, como lastre son para el avance de las energías renovables y los acuerdos climáticos las presiones que ejercen las multinacionales petroleras y las compañías energéticas.

Los vientos a favor de un cambio que mejore la vida de la mayoría y frene el cambio climático solo pueden darse a través de acuerdos que pongan normas y planifiquen el desarrollo de forma equitativa y sostenible. Como todo cambio viene precedido de la idea, momento es de abrir los debates que los rescoldos moribundos del neoliberalismo dogmático se empeñan en negar, empezando por el concepto mismo de trabajo.

Si parte de nuestros trabajos los pueden realizar algoritmos o máquinas, trabajemos menos horas y menos años, con la misma efectividad. La propuesta de reducción de la jornada laboral a 32, 30 o 24 horas semanales ya está lanzada porque es posible y, sobre todo, es racional, incluso dentro del capitalismo, como predijera John Maynard Keynes, quien en 1930 aseguró que en 100 años (o sea, en la actualidad) la jornada laboral sería de 15 horas semanales.

Que el acceso a la tecnología sea un derecho y que se base en conocimiento compartido lo han entendido hasta en la Organización Mundial del Comercio, que ha cambiado la normativa de patentes al ver imposible el desarrollo tecnológico con las ideas de propiedad intelectual del siglo XIX. Lo que pretendo decir es que la revolución digital abre brechas en el sistema y permite hacernos preguntas sobre el futuro que desmontan los mitos neoliberales del siglo XX: podemos trabajar menos horas y menos años, avanzar en una democracia económica, en la planificación estratégica y, por qué no, en una democracia real con nuevas formas de participación. Derechos contra las máquinas y soltar lastre. Nos va a hacer falta mucha organización y enormes dosis de impertinencia y rebeldía, pero que nadie nos diga que no es posible.

 

1. En el momento presente, ¿Es inequívocamente saludable el crecimiento económico?

La visión dominante en las sociedades opulentas es que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los problemas. A su amparo -se nos dice- la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen, y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno.

Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no necesariamente- cohesión social, no guarda una relación con la creación de empleo, provoca agresiones al medio ambiente en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos, cada vez más caros, que ya no estarán disponibles para las generaciones venideras, que sí deberán hacerse cargo de las consecuencias de nuestro uso indiscriminado sobre esos recursos, y en fin, permite el asentamiento de un modo de vida esclavo que invita a pensar que somos más felices cuanto más tiempo trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes podamos consumir. Frente a esto se impone la certeza de que, dejando atrás un nivel elemental de consumo, el crecimiento irracional del consumo, es más un indicador de infelicidgad que una muestra de lo contrario. Es por lo tanto, razonable adelantar, que la crisis general por la que atravesamos se acabe consolidando como una realidad inmutable y deseable para los ciudadanos. Y por supuesto se hace fundamental luchar contra la imposición de este relato y las consecuencias de este estado de crisis permanente.

2. ¿Cuáles son los pilares en los que se asientan los sinsentidos del crecimiento?

Son tres los pilares en los que se sustenta tanta irracionalidad. El primero es la publicidad, que nos obliga a comprar lo que no necesitamos y, llegado el caso, exige que adquiramos, incluso, lo que nos repugna. El segundo es el crédito, que históricamente ha permitido disponer el dinero que permitía preservar el consumo aún en ausencia de recursos. El tercero es la caducidad de los bienes producidos, claramente programados para que en un período de tiempo breve dejen de funcionar, de tal suerte que nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos. Por detrás de todo ello está, en palabras de Zigmunt Bauman, la certeza de que “una sociedad de consumo sólo puede ser una sociedad de exceso y prodigalidad y, por ende, de redundancia y despilfarro”.

3. ¿Debemos fiarnos de los indicadores económicos que hoy empleamos?

Los indicadores económicos que nos vemos obligados a utilizar, como el Producto Interior Bruto (PIB), han permitido afianzar, en palabras de John Kenneth Galbraith, “una de las formas de mentira social más extendidas”. Pensemos por un instante. Si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar vehículos, etc., y a otro 10% por reparar esas carreteras y vehículos, tendrá el mismo PIB que un país en el que el 20% de sus empleos se consagran a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio.

La mayoría de los indicadores actuales contabiliza como crecimiento -y cabe suponer también que como bienestar-, todo lo que es producción y gasto, incluidas las agresiones medioambientales, los accidentes de tráfico, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, o el gasto militar. Esos mismos indicadores nos dicen, en cambio, del trabajo doméstico, apenas nada en virtud de un código a menudo impregnado de machismo, de puro patriarcado; de la preservación objetiva del medio ambiente, por ejemplo, un bosque con vertido en papel acrecienta el PIB, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la Vida, no computa como riqueza; de la calidad de los sistemas educativos y sanitarios, y en general, de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto, o del incremento del tiempo libre.

De resultas puede afirmarse que la ciencia económica dominante sólo presta atención a lo que se tiene o no se tiene, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo (Franqois Flahault), en un escenario en el que "las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos” (Manfred Linz).

4. ¿No son muchas las razones para contestar el progreso, más aparente que real, que han protagonizado nuestras sociedades durante decenios?

Son muchas, si. Hay que preguntarse, por ejemplo, si no es cierto que en la mayoría de las sociedades occidentales se vivía mejor en el decenio de 1960 que ahora: el número de desempleados era sensiblemente menor, la criminalidad mucho más baja, las hospitalizaciones por enfermedades mentales se hallaban a años luz de las actuales, los suicidios eran infrecuentes y el consumo de drogas escaso. En EE UU, donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1960 se redujo, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaraban sentirse satisfechos. En 2005, un 4.9 por ciento de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26 por ciento que consideraba lo contrario.

Son muchos los expertos que concluyen, en suma, que el crecimiento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la extensión de la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

5. ¿Por qué hay que decrecer?

En los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. "El único programa que necesitamos se resume en una palabra: menos. Meno; trabajo, menos energía, menos materias primas” (Beppo Grillo).

Por detrás de esos imperativos despunta un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Si es evidente que en caso de que un individuo extraiga de sus ahorros, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplea, ello conducirá a la quiebra, parece sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales. Aunque nos movemos si así quiere un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, tanto terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella 10 era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras si ello es imaginable en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En paralelo, no está de más que recordemos que en 2000 se estimaban en 4.1 los años de reservas de petróleo, 70 los de gas y 55 los de uranio.

6. ¿Cuál es la actitud que ante lo anterior exhiben los dirigentes políticos?

Los dirigentes políticos, marcados por un irrefrenable cortoplacismo electoral, prefieren dar la espalda a todos estos problemas. De resultas, y en palabras de Cornelius Castoriadis, "quienes preconizan un cambio radical de la estructura política y social pasan por ser incorregibles utopístas, mientras que los que no son capaces de razonar a dos años vista son, naturalmente realistas”. Todo pensamiento radical y contestarario es tildado inmediatamente de extremista y violento, además de patológico, y por supuesto, utópico, e incluso, infantil.

La idea, supersticiosa, de que nuestros gobernantes tienen soluciones de recambio se completa con la que sugiere que la ciencia resolverá de manera mágica. antes o después, todos estos problemas. No parecería lógico, sin embargo, construir un "rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad" (Mauro Bonaiuti). Más razonable resultaría actuar como lo haría un pater familias diligens, que "se dice a si mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese” (Castoriadis). No es ésta una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro de Medio Ambiente francés: "La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal. Electoralmente insignificante”.

7. ¿Basta, sin más, con reducir determinadas actividades económicas?

A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Simplemente pensando en el fin evidente de las energías no renovables y en los sistemas productivos que se basan en la quema de hidrocarburos. Es preciso reorganizar en paralelo nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recurso frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Los verbos que hoy rigen nuestra vida cotidiana son tener-hacer-ser; si tengo esta o aquello entonces haré esto y seré feliz. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo. O lo que es casi lo mismo, frente al "más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro” hay que contraponer el "más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro“ (Yves Cochet). Debe apostarse, también, por el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas. de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte. Lo local, por añadidura, debe adquirir una rotunda primacía frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Entre las razones que dan cuenta de la opción por esta última están la pésima situación económica, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la urgencia de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente o, en fin, la conciencia de las diferencias alarmantes que existen entre quienes consumen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

Serge Latouche ha resumido el sentido de fondo de estos valores de la mano de ocho re: reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar, reestructurar (adaptar producciones y relaciones sociales al cambio de valores), relocalizar, redistribuir (repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural), reducir (rebajar el impacto de la producción y el consumo), reutilizar (en vez de desprenderse sin más de un sinfín de dispositivos) y reciclar.

8. Estos valores, ¿Son realmente ajenos a la organización de las sociedades humanas?

Los valores que acabamos de reseñar no faltan, en modo alguno, en la organización de las sociedades humanas. Así lo demuestran, al menos, cuatro ejemplos importantes. Si el primero nos recuerda que las prácticas correspondientes tienen una honda presencia en muchas de las tradiciones del movimiento obrero y bien es cierto, en las vinculadas, en particular, con el mundo libertario. La segunda subraya que en una institución central en muchas sociedades, la familia, impera antes la lógica del don y de la reciprocidad que la de la mercancía. La propia economía de cuidados, protagonizada por tantas mujeres y plasmada ante todo en el cuidado amoroso de niños y de ancianos, ilustra en plenitud el buen sentido de los principios que ahora nos interesan. Pero lo social está a menudo presente. También, en lo que despectivamente hemos dado en llamar economía informal. En muchos casos "el objetivo de la producción informal no es la acumulación ilimitada, la producción por la producción. El ahorro, cuando existe, no se destina a la inversión para facilitar una reproducción ampliada, recuerda Latouche. Y está presente en la experiencia histórica de muchas sociedades que no estiman que su felicidad deba vincularse con la acumulación de antes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

9. ¿Qué supondría el decrecimiento en las sociedades opulentas?

Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar -o al menos reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales; el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen, y que hablamos de un escenario de transición hacia la abolición del trabajo asalariado y la mercancía.

10. ¿Es el decrecimiento un proyecto que augura, sin más, la infelicidad a los seres humanos?

El decrecimiento no implica en modo alguno, para la mayoría de los habitantes, un entorno de deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores que atiendan las necesidades insatisfechas, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos y las condiciones del trabajo asalariado, o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.

Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Hay que partir de la certeza de que si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, del capitalismo global que padecemos.

11. ¿Qué argumentos se han formulado para cuestionar la idoneidad del decrecimiento?

Los argumentos vertidos contra el decrecimiento parecen poco relevantes. Se ha señalado, por ejemplo, y contra toda razón, que la propuesta se emite desde el Norte para que sean los países del Sur los que decrezcan materialmente. También se ha sugerido que el decrecimiento es anti-democrático, en franco olvido de que los regímenes que se ha dado en describir como totalitarios nunca han buscado, por razones obvias, reducir sus capacidades militar-industriales. Más bien parece que, muy al contrario, el decrecimiento, de la mano de la autosuficiencia y de la sencillez voluntaria. bebe de una filosofía no violenta y antiautoritaria. La propuesta que nos interesa no remite, por otra parte, a una postura religiosa que reclama una renuncia a los placeres de la vida: reivindica, antes bien una clara recuperación de éstos en un escenario marcado, eso si, por el rechazo de los oropeles del consumo irracional. Por otra parte, no está de más recordar que el actual paradigma del crecimiento ilimitado de una economía capitalista basada en la especulación y la hiperfinanciarización jamás se ha puesto en discusión, ha sido valorado, debatido o votado, por nadie, sino que más bien fue impuesto desde las altas instancias como modelo culmen de las capacidades extractivas que tienen las élites, los poderosos, sobre el resto. Del 1% sobre el 99 restante.

El proyecto de decrecimiento nada acarrea, en suma, de ecologismo tontorrón y asocial: se asienta en el firme designio de combinar el ecologismo fuerte con las luchas sociales de siempre. En esta última dimensión tiene por necesidad que contestar la lógica del capitalismo con el doble propósito de salvar el planeta y salvar la especie humana. No hay decrecimiento plausible, en otras palabras, si no se contestan en paralelo el orden capitalista y su dimensión de explotación, injusticia y desigualdad. Esa tarea no parece difícil: La ecología es subversiva porque pone en cuestión el imaginario capitalista que domina el planeta. Rechaza el motivo central, según el cual nuestro destino estriba en acrecentar sin cesar la producción y el consumo. Muestra el impacto catastrófico de la lógica capitalista sobre el medio natural y sobre la vida de los seres humanos.

12. ¿También deben decrecer los países pobres?

Aunque, con certeza, el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres -está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra-, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, un efecto de reducción del consumo convencional en el Sur.

Para esos países se impone, en la percepción de Latouche, un listado diferente de re: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido, en base a valores como la justicia ecológica y la memoria histórica frente al colonialismo, el imperialismo, el racismo, la esclavitud o la sumisión ante las multinacionales capitalistas.

Llegados a este punto no se puede obviar la evolución de la sociedad a lo largo de la historia y que tras la Revolución Industrial en el Siglo XIX, le ha seguido una Revolución Reproductiva desde la segunda mitad del Siglo XX, a tenor de los estudios de Pérez y McInness. Según estos autores, y en línea de favorecer unos nuevos mecanismos y prácticas productivas, sociales y culturales, la mujer, tras las dos Guerras Mundiales, ha abandonado su tradicional rol, librándose de las tareas domésticas y de cuidados de familiares (fundamentalmente de los niños, es decir, de la siguiente generación), para incorporarse a la esfera pública. Esta fase de Revolución Reproductiva permite una mayor eficacia en el reemplazo de nuevos seres humanos, incorporados a las cadenas de producción. Ahora, al contrario que en el pasado, se incorporan nuevas generaciones a tareas productivas, sin que la anterior haya desaparecido, lo que ha ahonda en el envejecimiento de las sociedades de los países occidentales.

Para ello redefinen el concepto de fecundidad. Primero relacionando dos fenómenos que consideran íntimamente ligados: nacimientos y muertes. Después identificando el abrumador coste que la reproducción, el reemplazo de seres humanos, supone. Llegan a equipararlo a los otros tres sectores productivos, siendo este cuarto el que ha ocupado a la mayor parte de la humanidad (las mujeres) a lo largo de la Historia.

Por último, cuestiona la institución de la familia afirmando que no ha sido debilitada, sino solamente su acepción patriarcal. Esto discute las visiones apocalípticas sobre el envejecimiento de la población y el desmoronamiento de los estados de bienestar. Además, nos da una justificación práctica sobre la necesidad de que el estado colabore,
de forma activa y cuantiosa, en la educación y manutención de las nuevas generaciones.

Esta teoría ha sido aceptada como causa y a la vez efecto, ligado al decrecimiento, puesto que la idea de incorporar a la productividad las tareas que habitualmente han realizado las mujeres, no devengaría inmediatamente en una bajada de los índices de producción, sino más bien la transformación de estos a incorporar actividades imprescindibles, cuantificarlas, y valorarlas como parte indispensable de los procesos productivos.

Por otro lado, es imprescindible señalar y dejar como un punto de partida ineludible como discusión en favor de la igualdad entre géneros y en contra del patriarcado, que un decrecimiento económico no va a venir adherido a la limitación de la capacidad de consumo y mejora del bienestar en los países y sociedades en vías de desarrollo. Además de injusto, sería falaz frenar el desarrollo de cuatro quintas partes de la población mundial, sólo porque desde la élite de la otra parte se plantea un modelo socio-económico que busca la sostenibilidad y la felicidad lejos de los valores clásicos de producción y consumo.

Como nos explica Hans Rosling en su obra Factfulness, debemos ser realistas a la hora de plantear a 5.000 millones de personas que todavía tendrán que "seguir lavando la ropa a mano y trasladarse kilómetros a una fuente de agua para hacerlo", sólo porque "ahora" estemos despertando del sueño de los estados de bienestar insostenibles. Esperar a que los países en vías de desarrollo renuncien al crecimiento económico no es realista. "Quieren lavadoras, luz eléctrica, sistemas de alcantarillado decentes, una nevera en la que almacenar los alimentos, gafas si ven mal, insulina si padecen diabetes y medios de transporte para ir de vacaciones con sus familias tanto como tú y como yo". De lo que se trata es de concierciarnos de la necesidad de incorporar a todos a un mayor bienestar y sostenibilidad, sin perjuicio de los avances tecnológicos y científicos que permiten una mayor y mejor vida. En resumen, se trata de incorporar a la economía todas las actividades beneficiosas e imprescindibles para el mantenimiento de al vida, y valorarlas en su totalidad, incluidos los costes sociales, legales y medioambientales que acarrean, tanto en el momento actual como en el futuro. "Tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a inventar nuevas tecnologías que permitan a 11.000 millones de personas vivir la vida que deberíamos esperar que luchen por lograr. La vida que estamos viviendo ahora en el nivel 4, pero con soluciones más inteligentes" (Hans Rosling).

 

En definitiva, con el decrecimiento se pone en discusión el paradigma aceptado del crecimiento económico como baremo imprescindible para conseguir la felicidad de la población. Las continuas crisis que el capitalismo necesita para seguir funcionando, y las élites para beneficiarse de él, demuestran que el modelo capitalista-neoliberal está agotado. Y que tampoco es sostenible, ni justo plantear un modelo simplemente liberal porque las facturas de los despropósitos de estos años los seguirán pagando otros, no los auténticos responsables. Volviendo a Galbraith es imprescindible adelantarse a la "miopía del desastre", es decir, a la irresponsabilidad de los gestores políticos y económicos que alientan modelos productivos basados en la especulación, el consumismo y el lucro rápido y fácil. Es básico volver a poner en marcha modelos económico y sociales de cercanía, sostenibles e inclusivos, que tengan en cuenta a toda la población y su bienestar, así como a las generaciones futuras en la obligación moral y ética de legarles un patrimonio y un medio ambiente, por lo menos, de la misma cantidad y calidad que el que hemos podido disfrutar nosotros.

 

 

lunes, 22 de agosto de 2022

Por un pacto que defienda nuestro patrimonio natural

 

Toca volver a escribir con rabia e indignación sobre los incendios forestales. Más que una asignatura pendiente, una losa enquistada, un drama reincidente y la respuesta de la Naturaleza ante las distintas agresiones que recibe de la civilización humana, por múltiples frentes y de diversas formas.

Prácticamente no hay comarca que este terrible, tortuoso y largo verano no haya visto sus bosques arder. Las temperaturas llevan disparadas desde mediados de mayo. En la mitad sur de la Península Ibérica, las máximas no bajan de 30º, con el cuadrante del interior suroccidental (Badajoz, Sevilla y Córdoba) por encima de los 35º a perpetuidad. Las lluvias han sido escasísimas -lo que ha agravado la situación de emergencia por sequía-, dejando un terreno sediento y castigado con severidad por el sol abrasador. Ni siquiera las noches han dado tregua, sino más bien lo contrario, y con la falta de humedad y la afluencia de vientos variantes se han sentando las bases para hacer de nuestros montes yesca.

Eso en cuanto a las condiciones climáticas porque las naturales y las humanas se ven sometidas por el puño invisible del capitalismo depredador, del neoliberalismo egoísta y de la imbecilidad e ineptitud de una caterva de desalmados que por desgracia, administran los bosques de todos y los medios necesarios para su mantenimiento y protección.

Si en octubre de 2017 Galicia sufría una ola de incendios devastadora, en este año 2022, los montes gallegos han seguido sufriendo la tortura de las llamas. Pero también Zamora, con un fuego que a finales de junio calcinó el 15% de su superficie, unas 25.000 hectáreas. Para que nos hagamos una idea, 10 veces más que la devastación que provocó el volcán de la Palma el año pasado.

Pero también han ardido nuevamente las Sierras del Sur de Ávila, el Moncayo y en los últimos diez días en unos fuegos de una especial virulencia el Vall de Ebo en Alicante y Bejis en Castellón, en parajes naturales de la Comunidad Valenciana, de increíble belleza, que además luchan contra la despoblación y la falta de oportunidades.

De hecho, la despoblación y la falta de gestión del territorio es la causa en la que subyace la especial gravedad de estos incendios forestales, que se convierten en calderas casi imposibles de controlar, extremadamente peligrosos y que calcinan nuestros bosques durante semanas. Muchas veces, bajo el epíteto de controlado o perimetrado, se encuentra un fuego latente que puede volver a arder en cualquier momento. Los pueblos vacíos y envejecidos y la falta de profesionales del sector primario que cuiden los caminos y veredas son una de las causas, como también la especulación urbanística, de las fuentes de energía y de la madera que favorece el disgregado de los núcleos de población. Tampoco ayuda la falta de planificación técnica y profesionales por parte de los ingenieros forestales y los bosques al final quedan como un recurso más al servicio de los urbanitas, que por lo general, no tienen el arraigo al territorio tan necesario y garante de un cuidado y preservación.

Para completar el cóctel explosivo están las ya décadas de maltrato a los profesionales de la extinción y cuidado de los bosques. Los recortes y la especulación han abonado el fuego, al dejar el territorio natural sin trabajadores que pudieran gestionar y mantener las forestas durante todo el año. Ahora no, absolutos imbéciles como el Consejero de interior de CyL deciden que mantener las brigadas forestales durante todo el año, “es un despilfarro”. Con esas declaraciones lo que demuestra no sólo es su ineptitud y la de los que piensan como él y le mantienen cobrando, sino el propio derroche que supone pagar a políticos de profesión un pastón para gestionar las áreas de la vida de las personas y del país. Van de patriotas, pero su patria termina en la bandera. Su color es el del dinero y no tienen más apego que el del lujo y la sinvergoncería. Dais asco. Y los que lo votáis o apoyáis más todavía. Idiotas.

Al contrario, lo que hace falta hoy en día es valentía. La valentía de las y los trabajadores que se juegan la vida para mantener los bosques y paisajes y extinguir los incendios. La de las personas que sobreviven y viven y sueñan en el mundo rural como proyectos de vida pero también de cuidado del patrimonio natural, histórico y cultural. Y también valentía política para legislar y ejecutar ya, con un pacto nacional abierto y contundente en defensa de nuestro medio natural.

Sentar a todos los partidos, administraciones (diputaciones, Comunidades Autónomas, municipios), sindicatos de trabajadores forestales, asociaciones agrarias, sector del turismo rural, sector energético y agrupaciones de vecinos del mundo rural. La finalidad clara y urgente: Habilitar un compromiso inquebrantable para generar brigadas de trabajadores en el mundo rural, que tengan medios, seguridad tanto laboral como salarial, para que durante todo el año trabajen con dignidad en la defensa y preservación de nuestros bosques. En todo el territorio nacional. Con equipos y garantías. Y con la seguridad de que no se va a diluir este compromiso ante el siguiente cambio de gobierno o la perpetua crisis. Si somos patriotas, nos comprometemos toda la sociedad en la defensa de nuestra tierra.

Hay que terminar ya con los salvajes recortes en el sector público, especialmente dramáticos en el mundo rural español y en nuestro patrimonio natural. Es inconcebible dárselas de patriota al tiempo que se esquilma el territorio, se especula con él y se devalúa las vidas, los derechos y dignidades, de tus compatriotas. Basta ya de ataques al ecologismo, cuando es el capital el que administra para el beneficio privado nuestros bosques y montes. Incluso las explotaciones agrarias, ganaderas y forestales. Nuestros ríos, lagos y costas. Se tienen que terminar de una vez por todas las agresiones a los animales como la caza, la tauromaquía y los cerriles y descerebrados festejos populares basados en masacrar a un bóvido. Si quieren torturar a un animal, si esa es su afición execrable, que se la paguen, no que tenga que ir con presupuestos públicos bien necesarios para proteger la Naturaleza. Basta ya de negacionismo del cambio climático.

Fin ya de la libertad para mentir, expandir bulos, desinformación y los ataques a las evidencias de la ciencia más que probadas. Permitamos que los profesionales trabajen con dignidad y garantías. El clima ha cambiado. A nivel global y también a nivel local, en los microclimas, que están haciendo ya que las condiciones en las que se reproduce la vida y la muerte hayan mutado hasta lugares donde ya casi no los controlamos. Los incendios son en parte resultado de esta alteración de los ritmos físicos de la Naturaleza, que han transmutado por la mano del hombre y el usufructo capitalista. Pero también, los incendios son consecuencia directa de la mano humana. A veces propagándolos. Otras, debilitando los recursos de todos para defender el patrimonio natural. Y casi siempre, con el afán de dinero como combustible de la acción humana que hiere el patrimonio de todas y todos.

Nos jugamos mucho. Nos jugamos la vida en ello.


martes, 22 de marzo de 2022

Día Mundial del Agua: El Agua no puede ser un bien de mercado


El mundo es agua. Sin agua es imposible la vida. Cuando se investiga si hay vida en otros planetas, lo primero que se busca es el agua. Nosotros somos agua, por mayoría absoluta, cuando nacemos un 75%, adultos un 60%. El agua gana.

En nuestro planeta también gana el agua, más del 70% de la corteza terrestre está cubierta por agua. Otra vez mayoría absoluta.

Y el agua es necesaria para vivir. Beber agua es vital. A pesar de que haya tanta agua en la Tierra, el agua limpia y potable es un bien escaso. Los datos son escalofriantes. Más de mil millones de personas no tienen acceso a agua potable. Más de cinco mil niños mueren todos los días por falta de agua o por agua en mal estado.

Sin embargo, en el llamado mundo desarrollado el agua se derrocha, mientras que en el tercer mundo hay zonas de gran escasez. El calentamiento global contribuye a que se hayan extendido las zonas secas por falta de agua. Y poco se está haciendo al respecto. El futuro, con un planeta más poblado, es ciertamente gris.

El agua no puede ser un bien de mercado sujeto a las reglas de manos invisibles o apetencias y avaricias de los poderosos. Es un derecho humano. Inalienable. Un bien básico para toda la humanidad. Para su supervivencia. Pero también un bien y recurso vital del resto de seres vivos con los que compartimos este planeta. Y nosotros no tenemos más derecho que ellas para malgastar el agua y ponerla a disposición en los ecosistemas en base a intereses capitalistas. La salud y calidad del Medio Ambiente bien se puede medir por la salud y calidad que el agua que necesita para su correcto desarrollo en lo que conocemos como ciclos del agua.

No quiero decir, y de hecho no lo he dicho, que el agua no sea un bien económico. Su cantidad, calidad y disponibilidad han resultado determinantes durante toda la Historia de la Humanidad. La agricultura, el transporte, el comercio, la energía, la industria y la cultura ha avanzado y permitido unas mejores condiciones de vida para concretos colectivos al ritmo en el que el agua potable estaba disponible.

El derecho al acceso al agua y su uso responsable es un derecho que a de estar por encima de cualquier interés económico de terceros. Más derecho a su acceso tienen los pueblos indígenas que los oligarcas que  modernos colonizadores les roban su dignidad y futuro. Más derecho a satisfacer su necesidad tiene una familia con pocos recursos o en situación de pobreza que los accionistas y directivos de empresas públicas o privadas cuyo fin último es el lucro a través de especular con un bien básico.

Bastaría con que el agua estuviera bien repartida y habría para todos, pero el Norte tiene agua en abundancia (o cuando menos en mejores condiciones), mientras el Sur tiene escasez de la misma.

La situación comienza a ser bastante preocupante. Ese derroche de agua de los países desarrollados no puede continuar. Hay datos que nos deberían hacer pensar. Ese modo de vida, ese afán consumista tiene una repercusión que nos puede llevar al desastre. Los datos son concluyentes. Estos son solamente los que van ligados a la alimentación:

  • Para obtener un litro de leche son necesarios 1.000 litros de agua.
  • Para una taza de café son necesarios 140 litros.
  • Para producir un kg de ternera se gastan 16.000 litros.
  • Para obtener un kg de arroz hay que emplear 3.000 litros.

Y el agua necesaria para fabricar algunos artículos de consumo:

  • Un coche: 160.000 litros de agua.
  • Una camiseta de algodón: 1.500 litros de agua.
  • Un kilo de lana: 1.000 litros de agua.
  • Una botella de plástico para agua mineral se lleva 7 litros de agua.


Curiosa este último ejemplo. Mucho sabemos en el mundo desarrollado del consumo de agua embotellada. Ese agua que consumimos porque desconfiamos del agua que se sirve por la red municipal. Ese agua que compramos haciendo caso de la publicidad y despreciando el agua que sale del grifo, mil veces más barata y en muchas ocasiones –así ocurre en Madrid y en muchos otros sitios— de mejor calidad que la llamada “mineral”.

Simplemente agua, pero no toda el agua es igual. El agua más cara del mundo es la Bling H20, Es el agua mineral de moda entre la gente chic y, por ende, la más cara. Sus botellas son de cristal, las hacen únicas las incrustaciones de cristales de Swarovski y cuestan casi 370 euros.

Y mientras que Lady Gaga o Beyoncé consumen de estas botellas de agua pura, más de 4.000 niños mueren diariamente en el mundo por diarreas y enfermedades evitables debidas al consumo de agua en malas condiciones higiénicas. Hay mil millones de personas sin acceso al agua potable, y cada año se podrían salvar las vidas de 1.6 millones de personas si se les pudiera ofrecer acceso a agua potable y a instalaciones higiénicas, una carencia que en el 20% de los casos se debe al fracaso de las políticas gubernamentales.

Hace una década Bundanoon, un pueblecito de Australia, voto abrumadoramente a favor de prohibir el agua embotellada. ¿Por qué? Porque tiene un impacto ambiental tremendo. Y es que se gastan grandes cantidades de recursos en extraer, embotellar y transportar el agua embotellada para después generar montañas de botellas vacías que pasan a formar parte de la basura que desperdigamos por el mundo. Además, el agua embotellada es muy cara: una botella de medio litro suele costar un euro. Ese mismo dinero es lo que cuestan 1000 litros de agua del grifo en España. En la agricultura, un metro cúbico de agua cuesta tan solo 0,001 euros.

Con el dinero desperdiciado en aguas embotelladas se podría perfectamente proveer de agua a todas esas regiones marginadas que carecen de este precioso recurso declarado por Naciones Unidas como un derecho inalienable.

Un ciudadano estadounidense consume, de media, 200 botellas de agua al año. Para fabricarlas es necesario unos 17 millones de barriles de petroleo, del que el 86% no se recicla.

Vale la pena ver este vídeo, que lo explica mejor:

Por descontado que necesitamos consumir productos manufacturados, pero controlemos ese consumo. Es bueno saber lo que hay detrás de lo que compramos, y no sólo ver el producto final. No nos dejemos engañar por el espejismo de la publicidad.

O cuidamos el consumo de agua y hacemos por extenderlo a los que hoy mueren de sed, o estamos abocados a acabar en unas absurdas guerras por el agua, con el fin de sobrevivir. Es evidente que las guerras futuras, que antaño tuvieron el control de minerales como el oro, el petróleo o el coltán van a ser por el agua. No es casualidad que Paraguay sea el país más monotorizado y controlado por las agencias secretas como la CIA. Indudablemente sus reservas de agua dulce, las mayores del planeta provocan este hecho. Si bien nuestro planeta debería llamarse agua en lugar de Tierra dada la proporción del líquido elemento, paradójicamente ese bien (otrora calificado como "renovable") resulta escaso en sus condiciones óptimas para el consumo humano. Concienciar sobre lo limitado de este recurso es el primer paso, más aún en una situación de emergencia climática con sequías e inundaciones cada vez más graves y recurrentes. Un buen comienzo es constatar y hacer valer la suerte de disponer de un grifo con agua corriente.

En la situación actual de sequía en España, en parte no sólo por el calentamiento global, sino también por décadas de políticas hídricas totalmente erradas, ilógicas y criminales. Corruptas. Con graves carencias en cuanto a no sólo habilitar mecanismos para no dejar a nadie atrás, sino del más elemental control y fiscalización. Donde se producen más infracciones medioambientales y despilfarro de agua de toda Europa.

El derecho al agua limpia y potable es un derecho humano de primera necesidad. Hagamos lo posible por protegerlo en todas partes. Si no, lo lamentaremos. Mañana puede ser tarde.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...