Ya había dejado por aquí el famoso poema del pastor luterano Niemöller, grabado en el Museo Memorial del Holocausto en Estados Unidos. Las estrofas, de sobra conocidas, pese a las múltiples versiones, autorías y reutilizados son los siguientes:
Cuando los nazis vinieron a
llevarse a los comunistas:
Original
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Traducción
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Als
die Nazis die Kommunisten holten,
habe ich geschwiegen; ich war ja kein Kommunist. Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, habe ich geschwiegen; ich war ja kein Sozialdemokrat. Als sie die Gewerkschafter holten, habe ich nicht protestiert; ich war ja kein Gewerkschafter. Als sie die Juden holten, habe ich nicht protestiert; ich war ja kein Jude. Als sie mich holten, gab es keinen mehr, der protestieren konnte. |
Cuando
los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista, Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar. |
Es sin duda una denuncia áspera y demoledora contra la indiferencia, la apatía y la neutralidad ante las injusticias y las violaciones de derechos, libertades y dignidad. Lo así expresado por Niemöller complementa otra verdad irrefutable expresada en el auge de la barbarie y el horror del nazismo. La de Edmund Burke: "Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada".
Se trata de no quedarse sentado, mirando el móvil, o peor aún, hacia otro lado ante las injusticias y el sufrimiento infligido a los demás, que además, y por lo general, son iguales que nosotros.
El fascismo no es una imagen en blanco y negro del pasado. Un documental repetido en un canal prescindible de la televisión. O una tendencia natural del pasado que vuelve sin querer, motivada por la inercia cíclica de la historia. No. Es un objetivo y un interés explotado por las élites en su afán egoísta lanzando a la competencia feroz a las clases trabajadoras en un escenario global. Es un animal salvaje que afila los más bajos instintos depredadores de la ignorancia y el odio capaces de causar un dolor tremendo. Es una corriente que no desapareció con el final de la Segunda Guerra Mundial (languideciendo en las dictaduras fascistas del Sur de Europa o de Sudamérica en la segunda mitad de siglo) sino que latente permanecía oculto y minoritario. Y cuando ha sido necesario y de nuevo útil para acallar y amedrentar la respuesta social a los desvarios de una economía rapaz se ha puesto en marcha con todos los recursos, económicos y mediáticos necesarios, para cumplir su función. Incluso llegando a blanquearse las posiciones ultras, estrategia de la que forma parte indudable los procesos de re escritura de la Historia por juntaletras retrógrados lamentables.
Teorías y personajes miserables como Trump, Bolsonaro, Farage, Boris Johnson, Salvini (con la tétrica mano de Berlusconi por detrás), Órban, en Polonia o los reaccionarios de Bolivia, Perú o Venezuela. Y en España el auge del partido artificial Vox o el deshacer político de la manirota de Ayuso, todos ellos con lazos más que íntimos con el PP de Aznar (es decir con el Franquismo).
Todos ellos se dedican con afán y medios a desmembrar la democracia, a cuestionar su idoneidad. A romperla desde dentro haciéndola saltar en mil pedazos, ganando poder, imponiendo miedo, rencor y violencias. Creando espacios de falsos debates tanto en las calles, las instituciones, como muy especialmente en las redes. Un fascismo moderno y actualizado al mundo actual, globalizado, interconectado e individualizado hasta la nausea. Capaz de aprovechar la desposesión material de las clases trabajadoras para volver a expandir sus nacionalismos proteccionistas trasnochados, herederos del irracionalismo de Nietzsche.
Por todo el antifascismo es imprescindible. Un antifascismo, convencido, convincente y militante, es el primer requisito de quien se dice demócrata. Todas y todos debemos convertirnos y proclamar orgullosos que somos Antifascistas.
Un antifascismo activo. Vigilante, informado, infiltrado y opuesto abiertamente en las calles, las instituciones y las redes. Somos más y mejores y por lo tanto no hay problema en recuperar el espacio y expulsar a los fascistas para garantizar los avances y las verdades que estaban aceptadas y ahora vuelven a discutirse.
Pero debemos ir más allá empezando por exigir tanto a los partidos como a los medios (es decir, a las empresas) a posicionarse. Si están con la democracia deben erradicar y perseguir todo contenido fasicsta. Denunciarlo es un deber moral y el primer paso de convencimiento personal.
La democracia, la dignidad, la igualdad, la libertad y la paz no pueden defenderse solas sin la implicación y el convencimiento de las personas, buenas e inteligentes, que creen en el progreso y el bien común. Las agresiones, la violencia y la guerra declarada por parte del extremo liberalismo (neoliberalismo, ultraliberalismo), el fascismo, los populismos ultraconservadores, el racismo, la xenofobía, el machismo, la intolerancia religiosa, social o racial.
Para derrotar al fascismo necesitamos activación social y militancia. Reconocer la gravedad del avance fascista y oponer resistencia convenciendo y ejercitando intransigencia con el intransigente.
El ideal es recuperar el espíritu de los frentes populares de los años 30 y 40 que lucharon y resistieron ante el fascismo gracias al convencimiento de la trascendencia de su ideología por el bien común de la Humanidad.
Me declaro antifascista. Y antifascista militante.
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