sábado, 20 de junio de 2020

Fin del Estado de Alarma y confinamiento. La nueva normalidad



Mañana domingo, 21 de junio, termina el Estado de Alarma impuesto por el Gobierno de la nación desde el pasado 14 de marzo ante el avance de la pandemia del coronavirus.
Durante todo este tiempo de confinamiento un mantra se ha ido deslizando como una serpiente tratando de restituirnos el optimismo, de salvarnos de la depresión. La neolengua ha hecho horas extra durante el confinamiento. Primero con un lenguaje bélico frente al enemigo invisible. Después con el chute de buenismo y que maravillosos todos. Y después para hablarnos de una nueva normalidad que apesta a indignidad.

Ahora se lanzan campañas, primero en teoría “anónimas” y populares, después ya a través de los anuncios en medios de comunicación de esas empresas “que siempre han estado contigo”. La idea era directa, clara y sencilla: De está vamos a salir siendo más y mejores personas.
Qué cara más grande. Qué farsa. Qué mentira. De esta, como de aquella o de la otra, salen siendo buenas personas los que ya lo eran. Y probablemente menos porque algunos o algunas que se movían con la bondad y la fraternidad, ante la situación de zozobra, de peligro y de empeoramiento directo de las condiciones de vida se hayan hecho más egoístas y violentas.
El que era un hijo de puta antes de la COVID-19 lo va a ser después. Y ya veníamos con una letanía de gilipollas y miserables bastante amplía antes de encerrarnos en casa y escondernos tras las mascarillas. Un infantilismo instalado en la sociedad que además en España se vuelve dantesco ante esa actitud tan nuestra de ver cualquier norma que nos pongan, como un listón que saltar y no como una medida a respetar. Pocos ejemplos, los menos, hay de personas y grupos que se han auto organizado y procurado una vida mejor para todos. Al contrario hemos perdido a muchas personas algunas insustituibles, en eso mismo.
La sociedad se iba al sumidero aumentando velocidad e inercia hacia un precipicio de distópicas consecuencias. Individualismo, egoísmo, exhibicionismo, zafiedad, falta de empatía, de solidaridad, de fraternidad...
El tema de los aplausos a las 8 de la tarde me sirve para ahondar en esta idea. Por lo que he visto donde vivo -y lo hago en un barrio donde viven muchos médicos y personal sanitario- y lo que me han contado mis familiares y amigos de sus lugares de residencia, la quedada de aplausos desde los balcones sirvió de homenaje al personal sanitario el primer día. A partir de ahí, se convirtió en un exhibicionismo del ombligo propio. No culpo a nadie de ello. Casi hasta me parece natural por la situación pasada. Atronar con música y hacer performance de disfraces y looks poco tienen que ver con dar sentido homenaje a quiénes nos han cuidado. A la clase trabajadora Pero vamos, que no me lo vengan a vender como una cosa cuando es evidente que se trata de otra bien distinta. Sólo hay que ver como han vuelto a los centros de salud a tratar a los trabajadores del sistema sanitario.
En mi calle, por la ventana, antes y ahora cuando veo cantidades de repartidores ir de un lado para otro cargando bultos y llevando las cenas a las casas. Estábamos en casa pero no hemos dejado de consumir. Y quiénes han traído esos bienes y servicios hasta las puertas de los hogares son una clase trabajadora, nueva, precaria, dolorosamente débil y vulnerable. Se ha gastado dinero que al final no repercutía en esos trabajadores, sino que las plusvalías se evaporaban en la nube de internet hasta verter cantidades en paraísos fiscales. Esa ha sido la normalidad durante el confinamiento, acelerando la normalidad impuesta por el austercidio antes.
La normalidad era la crisis. Era la estafa económica. El neoliberalismo como sistema de opresión y nuevo feudalismo. El capitalismo de amiguetes que socializó las pérdidas de unos pocos especuladores y corruptos denigrando la forma de vida y las expectativas de futuro de toda la población. Desde 2008 la respuesta al colapso financiero y especulativo que en el mundo real provocó mucho dolor, despidos, desahucios y deudas, han sido recortes de gasto público, de trabajadores públicos, limitación de nuestros derechos. Privatizaciones. Cierre de hospitales y despido de sus trabajadores. Falta de material y colapso ya antes de la pandemia. Una brutal austeridad para pagar las deudas de los especuladores y corruptos que ha desnudado nuestros sistemas públicos de salud, educación y servicios sociales, dejándolos esqueléticos y sin capacidad de respuesta ante una situación como la sufrida estos meses.
Las mega transnacionales, las patronales y los privilegiados se ven con un poder inusitado en la historia de la humanidad. Se pueden permitir el lujo de decir abiertamente que no se paré la economía, que se pueden morir los viejos, pero que no podemos dejar de ganar dinero. Un nuevo colonialismo el que ha impuesto la recesión tras la estafa económica de 2008. Ahora no hace falta circundar el globo o navegar océanos; simplemente se trata de oprimir a las clases populares y trabajadoras, incluso las del mismo país, que se encuentran timoratas, sin sentido de pertenencia, ni fuerza por la que rebelarse y luchar. Se garantiza, por ley y por opresión, los intereses minoritarios de grupos económicos y financieros por encima del bien común.
La crisis del coronavirus y la situación de cambio climático que padecemos debían habernos puesto en alerta -ya duele que no lo hayamos hecho antes-, para cambiar un sistema que nos condena a la extinción. Porque la llegada del COVID-19 al organismo del ser humano tiene su causa en el calentamiento global, y en como, cada vez más, especies animales salvajes se acercan e interactúan en los entornos humanos.
Pero lejos de eso “hemos” acelerado en un modelo impersonal en el que las baratijas inservibles, llegan con un gasto abusivo en combustibles fósiles y en opresión a otros de nuestros congéneres. En vez de ir a tratar de salir de esa rueda de consumismo global que ha globalizado la opresión, nos hundimos más en ella. Ahora es el momento de volver a la economía circular de proximidad. A los tenderos de cercanía. A reflexionar antes de comprar, sobre la necesidad en si misma y sobre el producto y servicio que vamos a adquirir. Sus condiciones de fabricación, transporte e impacto medio ambiental. Si como sociedad obráramos ese cambio entonces si podíamos pensar que salíamos del coronavirus (de su primera oleada) siendo mejores.
Por eso ahora que se habla de la nueva normalidad es necesario recordar que la normalidad era el colapso medioambiental del planeta. Las catástrofes naturales (incendios, riadas, sequías). Las guerras por los recursos y por el privilegio a seguir alimentando el hiper consumismo de occidente. La opresión a millones de personas. A millones de mujeres. La enorme desigualdad entre personas, clases sociales y territorios. La precariedad instalada en nuestras vidas en favor de un capitalismo, del dinero, en contra de garantizar un sistema que nos protegiera. Que garantizará nuestras vidas su seguridad, por encima de cualquier ganancia económica.
Y sin embargo sólo hay que ver las prioridades que durante la pandemia tenemos como individuos, como sociedad y también como gobierno.
En plena pandemia no se han adoptado planes para subir los sueldos y mejorar las condiciones del personal sanitario y científico de éste país. Al contrario, se ha aprobado una mil millonaria subida de salario para la policía y la Guardia Civil. Ambos cuerpos de in-seguridad del estado, más allá del loable y bienintencionado trabajo de algunos de sus agentes mantiene instalado un gen fascista y franquista que enfanga sus actuaciones, que encima, muchas de ellas quedan trufadas de errores e intenciones políticas claras. Algo que no debería permitirse jamás un cuerpo policial en democracia. Pero supongo que premiar a unos e ignorar a otros es una cuestión de prioridades.
Todo ha sido parte de una enorme trifulca política. Ruido, bulos y algaradas de la ultra derecha reaccionaria que siempre estará más preocupada de garantizar sus privilegios (en este caso ir al bar o a jugar al golf) por encima de los derechos de todos los demás (que somos tan españoles o más que ellos, porque por mucha bandera con la que se envuelvan, el patriotismo empieza y acaba en la declaración de impuestos de cada uno).
Somos un país que es el jodido bar de Europa. Ya están abiertas las fronteras exteriores con la UE para que lleguen los turistas. Se ha protocolizado la convivencia en bares y terrazas -y muchos de los compatriotas alegremente se han sumado a la euforia-, mientras no sabemos como volverá la rutina en ese igualador social que es la escuela pública. En vez de dotar al país de estructuras que garanticen bien común, nos han convertido en Las Vegas para los del norte de Europa. Y mientras los millones de emigrados no podemos tan siquiera ir a abrazar a nuestros padres.
Se habla mucho de la nueva normalidad, pero se hace desde parámetros grotescamente conservadores e irreales. La nueva normalidad son medidas y directrices para que nada cambie. Para que se garantice la misma transmisión hacia arriba del dinero y el poder y hacia abajo de la opresión y la precariedad. La nueva normalidad es profundizar en las brechas sociales, ya sean de género, de clase o de raza. La nueva normalidad es que nada cambie. Si, tendrás que llevar mascarilla y los bares tendrán que estar menos atestados de gente, pero en esencia no cambia nada de las causas que nos han traído a esta situación. No quieren que pensemos. Es más, tenernos en casa, atemorizados por una pandemia, es ideal. Controlados por la televisión y por internet y con el miedo mediatizando todas nuestras acciones, somos la carne de cañón, precisa, perfecta y preciosa para poder apretarnos las cadenas. Ni siquiera está en el debate la preparación de la sociedad para un rebrote de la COVID-19 o para la llegada de otra pandemia. O de un suceso catastrófico que hiciera peligrar vidas humanas contadas por miles.
La nueva normalidad es una patada hacia adelante del sistema sin replantearnos no ya sólo su idoneidad, sino si quiera unos mínimos retoques para garantizar la democracia, la salud y el futuro de las personas. Seguir manteniendo una vida de mierda para millones de personas, sólo para garantizar distintos grados de bienestar e hipocresía..
La nueva normalidad es la vieja normalidad de capitalismo y barbarie por encima del bien común.

Hace nueve años las calles y plazas de éste país se llenaron de gente indignada que clamaba por una democracia, una economía y una sociedad más justas y en las que nadie, a pesar de su condición, quedará atrás. Millones de personas en España y en todo el mundo que veían como tras la crisis, perdón estafa, económica de 2008, la factura de tanta especulación, inmoralidad y corrupción la pagaban con sus vidas. Con precariedad e inseguridad en el trabajo. Con servicios sociales privatizados, denigrados y recortados. Con derechos usurpados. Con más autoritarismo. Con un liberalismo económico que convertían en cautiva la libertad, la igualdad y la fraternidad. Éramos y somos los que no teníamos casa, los que no podíamos pagarla, no teníamos trabajo y nuestro futuro y perspectivas de vida se iban al carajo. Era el 15M y allí hablábamos entre otras cosas de que no se podía recortar en la salud pública y en la educación pública. Que se apostará por ciencia y por medidas que revirtieran el cambio climático. Que no hay democracia si no hay justicia social. Que no hay democracia si hay corrupción e impunidad de los corruptos. No nos escucharon y una vez más, se demuestra que teníamos razón. Qué tenemos razón.

Nada de eso ha cambiado. Hemos avanzado muy poco o casi nada en justicia social. Y la COVID-19 va a apretar más las clavijas a los desfavorecidos. Y nos quieren cautivos y aislados en nuestras casas, despistados y dispersos. Con miedo e individualizados.

Hasta que no pueda darle un beso a mi madre que no lo llamen normalidad.

lunes, 15 de junio de 2020

Isabel. Serie de historia y política para el confinamiento


Captura del Capítulo final de la segunda temporada de Isabel. 
Recreación en la serie del cuadro La Rendición de Granada de Francisco Pradilla

 

Como por responsabilidad seguimos en confinamiento, no dejándonos llevar por la euforia de los cambios de fase, mi chica y yo, hemos hecho maratón de serie este último mes y medio tirando de Isabel, la ficción histórica de RTVE emitida por televisión entre septiembre de 2012 y diciembre de 2014.
Volvemos a la costumbre de ver series ya concluidas. Dejarnos de seguir ficciones que estiran el chicle o porque no nos llaman la atención las tramas desde su planteamiento o bien por el desarrollo del mismo. Isabel, además con su estructura de tres temporadas (trece capítulos por temporada) tiene una coherencia notable. Aunque eso sí, mi mayor critica es la duración de los capítulos, extremadamente largos (entre una hora y diez y una hora y viente), fruto del medio, el prime time de la televisión en España, para el que se destinó la obra.
Como apasionado de la historia y de la política tengo que decir que he disfrutado muchísimo con Isabel. La serie ha resultado una agradable sorpresa porque ha conjugado con maestría la veracidad histórica, con el ritmo narrativo; buenísimas interpretaciones, con buena disposición de decorados (interiores y exteriores); el carácter de servicio público del ente público, divulgado cultura y divirtiendo a los espectadores.
Lo primero que llama la atención, no puede ser de otra manera, es Michelle Jenner como Reina Isabel de Castilla. La joven actriz esta sublime en el papel. Sorprende y engancha a la par demostrando mucha versatilidad para interpretar a tal poliédrico personaje. Ayudada por el maquillaje para ir envejeciendo junto a su personaje le dota de mucha expresividad y afectación. El dolor como esposa, madre y reina; las dudas ante las tomas de decisiones; el miedo al destino. Jenner siempre está muy cómoda con el personaje dándole la humanidad necesaria. Un acierto. No desentona Rodolfo Sancho como Fernando de Aragón al que también se muestra con sus múltiples caras, incluso aunque algunas no gusten tanto. Y toda la corte de secundarios se sube al listón dotando a la serie, con tan notables interpretaciones, de mayor verosimilitud, trasladando al espectador al salón de recepciones, a la alcoba real o al palacio de la Alhambra recién conquistado.
Pedro Casablanc como obispo Carrillo, Peris Mencheta como el Gran Capitán, Ginés García Millán como Pacheco el Marqués de Villena, Julio Manrique como Cristobal Colón y sobretodo Pablo Derqui como Enrique IV, Irene Escolar como Juana la Loca, Raúl Mérida como Felipe El Hermoso, Ramon Madaula como Gonzalo Chacón -único amigo y principal asesor de Isabel durante toda su vida- y Eusebio Poncela como el Cardenal Cisneros, sobresalen en un elenco que actuó sin fisuras, envolviéndose en el maquillaje y ambientación de finales del siglo XV y de un vestuario que se acaba convirtiendo en un personaje más, al uso de la narración y el remarcado de las personalidades y los momentos vividos para cada actor y actriz.
Isabel resultó una súper producción dentro de las series españolas, pero sin dejar de ser modesta comparada con la producción internacional. Es por eso donde los escenarios -pese al notable esfuerzo y trabajo realizado- flojean algo, produciéndose re aprovechamientos, algo mitigado con la muy buena fotografía y dirección de la serie en la que jugando con la luz natural y la luz de los candiles otorgan el ambiente lúgubre, intimo o claustrofóbico según convenga, pero siempre sobrio dentro de la Castilla (y de las cortes europeas) y más luminoso para la ambientación en el Reino de Granada. Son notables los encuadres de momentos históricos al uso de la pintura histórica del XIX y además una invitación para indagar en aquel movimiento y en sus artistas.
Sin duda donde más puede cojear está falta de dinero sea en la recreación de las batallas, sobretodo si comparamos, con Juego de Tronos con la que las comparaciones eran inevitables ya que se emitían al mismo tiempo, y porque la superproducción de HBO ha trascendido de maneras insospechadas. No hay apenas escenas del fragor de la batalla (si de inicios de ofensivas, planteamientos y sobretodo consecuencias con campos trufados de muertos y moribundos) y por eso Isabel tiene que refugiarse en algo más económico, pero que sin embargo resulta un manjar exquisito: política e historia.
Si en Juego de Tronos vemos un camino marcado, sobretodo a raíz de que la ficción siguiera su historia alejada de los libros de George R.R. Martin, en el que la política, los diálogos, fueron paulatinamente dejando paso a épicas batallas, a vuelos sobre dragones, emboscadas por tierra y por mar o a huidas y persecuciones. En Isabel se puede decir que mantiene una coherencia en el que los diálogos entre personajes con escenas de confidencias entre reyes, príncipes, consejeros, vasallos y enemigos, se suceden durante las tres temporadas poniendo en imagen lo recogido por las crónicas e historias.
Esa fidelidad histórica acaba imponiéndose al mito y a la leyenda, por más que estas licencias se empleen para dar mayor empaque a lo que nos quieren contar. Así al final se puede decir que a través de la1 de Televisión española nos han enseñado historia, con sus claros y sus oscuros, sus aciertos y errores de manera rigurosa y ofreciendo una ventana abierta para explorar más sobre aquel período histórico tan decisivo en nuestra identidad nacional.
Así tenemos por encima de todos los personajes a los que se pone a contraste (qué bien queda reflejado el mezquino Obispo Fonseca o el siempre leal a Castilla, Beltrán de la Cueva) a los dos principales puesto a la lupa de la historia por sus actos y su trascendencia.
Se dice con acierto, que Isabel y Fernando unieron el germen de lo que hoy es España tras el proceso de Reconquista iniciado en Covadonga en el 722. Pasaron de “las Españas” a “España” (pasarían más de medio siglo hasta que si identificará la Hispania romana o la Hispania visigoda con la España, digamos actual). Y también se dice, con no menos acierto pese a que es obviado, que Isabel y Fernando pusieron sus reinos bajo dominio de reyes extranjeros. Si, eran de su familia y Felipe II fue criado en España, pero es evidente que las noblezas y proto burguesías de Castilla y Aragón se vieron sustituidas por las de la familia Habsburgo que velarían sin dudar por sus intereses en Flandes.
La influencia que no cambió, sino que es más, se afianzó fue la de la jerarquía de la iglesia católica española que vio como durante el reinado de Isabel de Castilla su poder aumentó y sus riquezas se multiplicaron con la llegada del oro de las Indias que muchas veces pasaba de Sevilla directamente a Roma y sus prelados en territorio hispano.
Durante la serie, Isabel es retratada con verosimilitud como reaccionaria y sobretodo fundamentalista. Implanta la Inquisición y ante sus primeros desmanes aumenta su autoridad. Episodios como la expulsión de los judíos, de los árabes del Reino de Granada y la persecución sobre los conversos se enmarcan dentro de la época de las cruzadas, pero evitaron que toda la capacidad e ingenio de estos colectivos beneficiará a su reino, continuando un Renacimiento marcado por el descubrimiento del “Nuevo Mundo” y de lo que sucedía en las ciudades estado de la península itálica.
Como aficionado a la Historia no quiero cometer el error de mirar la vida y obra de Isabel de Castilla, una mujer noble de finales del siglo XV y principios del XVI, con ojos del siglo XXI. Es de alabar y reseñar la implicación con la política de su reino y de su familia que Isabel tuvo desde el primer momento. Pero tenemos que entender y contar también como sus acciones resultaron una apuesta por la jerarquía eclesiástica más reaccionaria frente a los mitos de la convivencia y las tres culturas.
Europa estaba recién salida de la época de las Cruzadas, se temía al enemigo musulmán de Oriente y todavía había un reino de domino árabe sobre la península. Había una quiebra social dentro del estado por la posición privilegiada de judíos y conversos frente al vulgo plenamente católico, que en muchas diócesis, a través de los púlpitos, recibía odio e incomprensión hacia los distintos. Su distinción como sus católicas majestades creció con el impulso de evangelizar (antes eso que alfabetizar) a los indígenas “descubiertos” por Colón.
Isabel, como cualquier rey o reina de la época, se consideraba elegida por derecho divino. Herramienta de la voluntad de dios y llamada a un fin superior, en su caso la expulsión del último infiel sobre los antiguos reinos visigodos. Y ella siguió su dictado al pie de la letra y sin apenas titubeos incluso cuando supo de la violencia contra judíos, moriscos y conversos.
Sus acciones también bebieron de la hipocresía. Por un lado dio alas a la Inquisición incluso para perseguir a prestamistas y aliados de la corona. Pactó matrimonios de conveniencia con todos sus hijos que se mostraron casi en totalidad fallidos, cuando ella desestimó varios pretendientes para poder decidir su marido, lo que provoco no pocos enfrentamientos con muertos en el campo de batalla. Estos matrimonios de conveniencia por las casas reales de la Europa occidental fueron fracasando. Unos por la escasa salud de su prole (recordemos que Isabel y Fernando eran primos, y que es clara la enfermedad -cáncer de útero-, la causa de la muerte de la reina), otros por el desatino en el acierto o no de los pretendientes y en la voluntad que moldeaban sobre sus hijas. Y otros por pura mala suerte, lo cierto es que al final de sus reinados Castilla se quedó al borde de una nueva Guerra Civil, Guerra por la sucesión.
Es importante también valorar la política sucesoria de los Reyes Católicos en cuanto a Portugal y una hipotética unión ibérica. Desde luego a la hora de plantear los matrimonios de sus hijos esta idea estuvo sobre la mesa, pero parece claro que el hecho de que tuvieran que casar con una hija al príncipe de Portugal y que éste fuera el hombre de la casa en la corte de Castilla desestimo este plan -después sería un príncipe “holandés” el que estuvo sentado en el trono como consorte de la hija Juana-. Siguió planeando esa posibilidad sobre las tres coronas, más aún con la muerte del rey Juan de Portugal y la subida al trono de Manuel I que era hijo de la prima segunda de Isabel, Maria de Braganza. Lo cierto es que la historia es como es y las muertes de la primogénita Isabel y su hijo Miguel, Príncipe de la Paz, cerraron aquella posibilidad por lo que, lo que se podría haber cerrado en dos generaciones un reino ibérico con dominio absoluto sobre lo descubierto por Colón y Vasco de Gama (dejando el Tratado de Tordesillas en papel mojado), control absoluto del Mediterráneo occidental y con importantes asentamientos coloniales tanto en el golfo de Guinea como en la costa africana del Índico, jamás se produjo. ¿Cómo hubiera sido la historia? Nunca lo sabremos.
Es importante citar como hace la serie, la consideración que buena parte de la nobleza tuvo para con Isabel como usurpadora del trono. Fallecido su primo Enrique IV (y también su hermano, el que habría sido Alfonso XII de Castila) Isabel se auto proclamo Reina por encima de la vástago de su primo, la siempre sospechosa Juana la Beltraneja. A la guerra de sucesión que le siguió, le continuó un reinado de relativa calma en cuanto a las intrigas internas de palacio, pero que a la muerte de Isabel y debido al escaso tino en su pronóstico de descendencia añadió notable inestabilidad al reino.
Isabel de Castilla es presentada y con verosimilitud como la principal valedora que tuvo Cristóbal Colón en su aventura buscando una ruta alternativa a las Indias. Frente al desdén con el que no pocos de sus consejeros, y su propio marido, trataron al genovés (en la serie no hay ninguna duda sobre el origen del Almirante), Isabel siempre vislumbró la conveniencia de tan magna aventura y mantuvo las promesas y la inversión en el viaje de 1492 enfrascados como estaban los reinos tanto en la conquista de Granada como en las campañas en Napolés y el Rosellón.
Pero también hay que hablar de la figura de Fernando de Aragón, rey consorte de Castilla, principal consejero de Isabel cuando no decisivo en la toma de decisiones, y una figura que históricamente quizás, haya quedado enterrada bajo la imagen de una mujer decidiendo sobre la vida de los hombres en el siglo XV.
Fernando de Aragón es un personaje que me interesa desde las primeras líneas de El Príncipe de Maquiavelo. Para el filósofo florentino el rey de Aragón era el modelo y tipo de rey que Italia (lo que era Italia en aquel entonces) necesitaba.
Un rey capaz de mandar sus ejércitos en el campo de batalla y mancharse de sangre, pero sobretodo un rey capaz de jugar las partidas diplomáticas jugando con las alianzas, los ejércitos y situaciones, propias y ajenas. Un rey capaz de interpretar las intenciones de sus enemigos y anticiparse a ellas, modulando su respuesta ante el carácter de sus contendientes. En definitiva, un rey que con política consigue sus fines. Incluso cuando esa política se convierte en guerra y violencia pero siempre haciéndolo en situaciones de ventaja porque la partida previa la ha ganado.
Muchas criticas de El Príncipe y hasta el propio Maquiavelo reconocen en la figura de Fernando de Aragón la inspiración para relatar las funciones y cualidades del buen gobernante y muchos episodios de la vida y obra de Fernando en la corte de Aragón y Castilla y sobretodo en relación a sus disputas con Francia y con los Estados Pontificios, son relatados en la magna obra de Maquiavelo (también en Del Arte de la Guerra de 1520) y reflejados en el discurrir de la serie de televisión, Isabel. Son ejemplos del hacer maquiavélico, no como algo malvado y tremebundo como ha trascendido por algún interés oscuro, sino como una cualidad generosa y conveniente para el buen gobierno.
Por todo esto y más, mucho más, como los castillos que se ven (Oropesa, Castillo de la Mota, Arévalo, Madrigal, Alcázar de Segovia), las calles de Plasencia, Trujillo o Toledo. El fabuloso vestuario, siempre bien asesorado. La música, primero puesta por la Orquesta de Hungría y después por la orquesta de RTVE y unas geniales interpretaciones no puedo deciros más que veáis o reviséis Isabel. La encontraréis en la web de rtve.


viernes, 12 de junio de 2020

Un mundo al borde del abismo


La crisis, mejor dicho, estafa económica de 2008 aún no ha acabado. Al igual que en el crack del 29 o la crisis del petróleo de los años 70, la hiper financiarización y la especulación del dinero por encima y delante de la economía real son, como entonces, episodios sistémicos de un capitalismo desaforado que se contradice desde hace 12 años en el reparto de pérdidas y responsabilidades. Darla por terminada (en 2011 o 2014) es un ejercicio propagandístico de baja estofa y una engañifa con tal de que el sistema tire hacia adelante, y sobretodo, de que no se busquen las causas penales que tienen nombres y apellidos.
Es en la sociedad en la situación actual, pero sobretodo de antes de la llegada de la COVID-19 donde se ven sus efectos. Un mundo del trabajo destrozado, precarizado, donde el abuso de poder es la norma. Unos servicios sociales diezmados y recortados a la par de unos derechos desprotegidos y ninguneados. Unas soberanías atadas de pies y manos al calor del dinero, de su acumulación por parte de mega transnacionales cada vez más ricas y poderosas, capaces de mediatizar las respuestas que las sociedades pueden dar en la solución de sus problemas. Y unas sociedades civiles que aún huérfanas de liderazgos y sobretodo carentes de sentido de pertenencia, se mal que organizan para protestar sin lograr hacer calar su mensaje de revolución y cambio de un modelo obsoleto, criminal y por el que nunca nadie ha sido preguntado.
Estados Unidos como padre de este capitalismo ultra-liberal no es ajeno al devenir que Occidente padece, sino más bien impulsor a escala planetaria de tales doctrinas, a sangre y fuego para goce de sus corruptos propios. No tiene una vacuna que contradiga sus propios desmanes porque desde hace 30 años el desmontaje de los estados de bienestar, de la lucha obrera y del reconocimiento de clase de la masa trabajadora ha convertido su sociedad en más inane, asustadiza y huérfana. Pero además con ello se han perdido las herramientas de intervención directa en la economía y sobretodo en la vida de las personas para revertir las consecuencias nefastas de una ideología farisea, cruel y egoísta.
Por supuesto y por añadidura Estados Unidos padece sus propios traumas, siendo la desigualdad racial, el racismo, entre el hombre blanco y el resto de razas (negra, latina, asiática o indígena autóctona) el más notable de ellos.
Lo estamos viendo con las revueltas contra el racismo que desde hace dos semanas suceden por lo ancho y largo del país desde el asesinato cruel de un afroamericano llamado George Floyd por parte de la siempre violenta y blanca policía.
Basta leer algo de historia para darse cuenta que el conflicto de la Guerra de Secesión terminado en abril de 1865 sigue todavía vigente en el espíritu de la auto-proclamada Tierra de Libertad. La estadística no miente y el reparto de riqueza entre blancos y el resto, lleva a los segundos a padecer las peores tasas en cuanto a mortalidad, tanto infantil, como por violencia, pobreza, falta de expectativas de futuro, carencia en la asistencia sanitaria (ya sabemos el sistema de seguros privados que la derecha de este país lleva desde 1996 queriendo implantar aquí), de vivienda, peor educación, población reclusa, ex-convicta, con drogodependencias y marginalidad, etc. Y podríamos seguir.
Todo ello en un país infestado de armas en manos de la población civil, tanto de forma legal, como evidentemente de manera ilegal. Un cóctel explosivo sin más aderezos cuyo sabor es el miedo, el pánico en la población entre sus distintas capas que genera un clima de odio proclive al fascismo.
En esto Estados Unidos no está sólo en el mundo. Como ya paso en la Europa de los años 30 una crisis económica, provocada por la avaricia de los poderosos y el beneplácito de países sin herramientas con las que contrarrestarla, ha traído, está trayendo ahora, el auge de movimientos ultra nacionalistas de corte fascista, respuesta basada en el proteccionismo, en el racismo, el sexismo, evidentemente machista, y si y también, en el autoritarismo frente a la democracia y la libertad.
Trump ganó con relativa comodidad las elecciones de 2016 tras el mandato de un Obama, que tuvo mucho de marketing y poco de políticas, digamos sociales. Y partía como principal favorito para revalidar presidencia en noviembre frente a un aparato del Partido Demócrata timorato y huidizo de todo lo que suene a reparto de riqueza.
Al tiempo en éste mundo globalizado la respuesta era más derecha, más fascismo. En Latinoamérica donde las regencias de centro izquierda han sido sustituidas por mandatos de derecha y derecha extrema, incluso con el retorno de figuras encausadas por corrupción y abuso de poder. Aderezados con el ultracatolicismo (del que se aborrecen de forma mutua con el actual Papa) propio de la zona personajes como Bolsonaro o Peña Nieto vuelven a poner sus países de rodillas ante la poder de las empresas estadounidenses.
Y Europa pese a la trágica experiencia vivida también transita el mismo camino con respuestas que parecen hacer retroceder ese fantasma fascista (en Alemania o en Grecia) pero que en España, dónde nunca se fue, se muestra vivito y coleando llamando a la asonada a golpe de cacerola en barrio pijo.
El bochornoso espectáculo de las manifestaciones en el Barrio de Salamanca de Madrid (en Españistan “todo” sucede en Madrid) mostraron a mi juicio tres cosas:
La primera de ellas es que existe una casta, absorta de la realidad y parasitaria para el resto, que teme de perder sus privilegios con un poco de socialdemocracia. Sus valores radican en la legitimidad autoproclamada de un país al que dicen amar mucho (no hacen más que envolverse entre rojo y amarillo) pero al que consideran en realidad un cortijo propio que no merece ni el pago de impuestos. Y a todos los demás que estamos aquí, nos ven como propiedad, como parásitos o como un enemigo. O las tres cosas a la vez.
La segunda que tenemos un grave problema con la democracia y las fuerzas armadas. Ojo, que esto y me remito a los párrafos anteriores, no es sólo propio de España, pero aquí por nuestra historia y nuestras asignaturas pendientes torna a riesgo grave. Acabada la dictadura y llegada la democracia, los fascistas de ayer se despertaron demócratas y pareciera como no necesaria una limpia y una catarsis de unos cuerpos que indistintamente del régimen han seguido torturando, han seguido haciendo negocios privados y han seguido homenajeando y difundiendo idearios fascistas. Policías (Nacional, municipales, autonómicas y Guardia civil) infestadas de fascistas donde pueden expresar sus frustraciones, su ideología anti-democrática y su servilismo con el poder y no con el pueblo que les paga. Verles aplaudir a los “cayetanos” que se han saltado la norma del Estado de Alarma provoca asco e indignación. En este epígrafe podemos incluir a la judicatura de éste país tan corporativa con los suyos y tan cruel con los que considera sus rivales ideológicos.
Lo tercero y último, pero no menos importante, es la falta de perspectiva de la situación que estamos viviendo. Ha muerto muchísima gente y otra muchísima ha dado todo para tratar de salvar vidas. Llenar los bares, las terrazas, las playas o salir a manifestarse es una falta de respeto para con ellos, pero también un riesgo para la salud propia y para el bienestar de la población. Es de un egoísmo criminal y una falta de sentido común que invita al desánimo.
Desde luego no es lo mismo manifestarse por el privilegio de ir al bar o a jugar al golf que hacerlo contra el racismo (menos mal que la diferencia entre poder de convocatoria entre una y otra proclama se calcula con varios ceros de por medio) pero a muchos de los que se manifestaron el domingo también me hubiera gustado verlos cuando la guardia civil asesinó a 15 personas en las costas de Ceuta, y no que nos justamos solamente 36 personas en la Plaza Mayor a la convocatoria de Amnistía Internacional.
Esto no quiere decir, aviso, que dadas las algaradas, las asonadas, los llamamientos al golpe de Estado que la ultra derecha está haciendo yo, me vaya a quedar en casa. Como la justicia no va a hacer nada es tiempo de que la sociedad civil se plante y luche. No será tiempo de manifestaciones de buen rollito y batucadas, sino de parar el país y hacerles sentir que somos más y tenemos la trascendencia de la lucha por una causa justa.
Mientras tanto padecemos en estos últimos días de confinamiento el bombardeo mediático interesado para pasar de soslayo por lo que importa y cambia la vida de la gente, como la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, para centrarnos en polémicas artificiales y externas como la cantinela del 8M. Tratan de tapar la corrupción y criminal gestión del PP en las residencias de ancianos por todo el territorio nacional (si, no sólo en Madrid) culpando a Iglesias, a Venezuela o al comunismo. Bien haríamos como sociedad, como gobierno o como militancia de izquierdas en centrarnos y en defender a la gente que va a sufrir las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Salir de las discusiones estériles que plantean las élites a través de sus medios de comunicación para así mantenernos cercanos y unidos, como una clase trabajadora que reconoce sus propios problemas y las amenazas comunes. Y ahí es donde podemos mantener a un Gobierno de centro izquierda tibia con la gente, sin perder la conexión distraído en el fango construye una derecha que como cada vez que vienen los problemas carece de discurso y de soluciones.
Por todo esto se hace necesario defenderse de tanta agresión y tanta mentira. De tanto ruido. Al fascista, no se le debate, se le combate, y ahí es donde tenemos que estar como izquierda responsable, con programa y sobretodo con la legitimidad de luchar por un mundo mejor, más fraterno y donde la justicia social no sea una quimera.

Pero el abismo no se cierra únicamente en un debate entre ideologías (fascismo vs democracia o comunismo), sino que esa falla es una más en el deterioro brutal de las condiciones de vida de la gente y de la habitabilidad de nuestro planeta.
La propia pandemia del coronavirus es una consecuencia clara del calentamiento global como fenómeno que ha provocado el acercamiento entre humanos y especies animales, propiciando con ello, el salto del virus a nuestra especie.
Este calentamiento global es fruto de la quema de combustibles fósiles para hacer funcionar un sistema capitalista, groseramente consumista y devastador de todos los ecosistemas sin distinción. Hemos cambiado el ciclo del agua en nuestro planeta y hemos destruido la salud de los suelos del planeta. Las hambres y carestías van a aumentar y las pandemías, los desastres naturales y las guerras por los recursos -especialmente por el agua dulce- continuarán.
Hay muchas voces que ya hablaban desde hace veinte y treinta años de una nueva era para la vida en la tierra. Una era, extraordinariamente efímera, en la historia geológica del planeta. El antropoceno (era propuesta por los científicos, centrada en el ser humano como agente de los cambios físicos, químicos y geológicos en la composición y funcionamiento del planeta Tierra) se asoma al umbral de lo irreversible para la propia existencia del ser humano. Nos acercamos temerariamente y entre gritos de negacionistas a una extinción.
Es necesario ya alentar un cambio social colosal. Volver a lo local y a una economía circular de cero emisiones. Cuanto antes asumamos, como especie el fin de la globalización, antes podremos articular sistemas y herramientas para prepararnos contra lo que viene.
No hay mucho espacio para el optimismo sin embargo si que lo hay para trabajar y luchar por cambiar un sistema que está condenándonos sin remisión al dolor y el sufrimiento.

El Manifiesto Comunista. Comentario

  Introducción En 1848 se publicaba el documento político-ideológico y filosófico más trascendental de la Historia de la Human...