La
crisis, mejor dicho, estafa económica de 2008
aún no ha acabado. Al igual que en el crack del 29 o la crisis del
petróleo de los años 70, la hiper financiarización y la
especulación del dinero por
encima y delante de la economía real son,
como entonces, episodios sistémicos de un capitalismo desaforado que
se contradice desde hace 12 años en el reparto de pérdidas y
responsabilidades. Darla por terminada (en 2011 o 2014) es un
ejercicio propagandístico de baja estofa y una engañifa con tal de
que el sistema tire hacia adelante, y sobretodo, de que no se busquen
las causas penales que tienen nombres y apellidos.
Es
en la sociedad en la situación actual, pero sobretodo de antes de la
llegada de la COVID-19
donde se ven sus efectos. Un mundo del trabajo destrozado,
precarizado,
donde el abuso de poder es la norma. Unos servicios sociales
diezmados y recortados a la par de unos derechos desprotegidos y
ninguneados. Unas soberanías atadas de pies y manos al calor del
dinero, de su acumulación por parte de mega transnacionales cada vez
más ricas y poderosas, capaces de mediatizar las respuestas que las
sociedades pueden dar en la solución de sus problemas. Y
unas sociedades civiles que aún huérfanas de liderazgos y sobretodo
carentes de sentido de pertenencia, se mal que organizan para
protestar sin lograr hacer calar su mensaje de revolución y cambio
de un modelo obsoleto, criminal y por el que nunca nadie ha sido
preguntado.
Estados
Unidos
como padre de este capitalismo ultra-liberal no es ajeno al devenir
que Occidente padece, sino
más bien impulsor a escala planetaria de tales doctrinas, a sangre y
fuego para goce de sus corruptos propios.
No tiene una vacuna que contradiga sus propios desmanes porque desde
hace 30 años el desmontaje de los estados de bienestar, de la lucha
obrera y del
reconocimiento
de clase de la masa trabajadora ha convertido su sociedad en más
inane, asustadiza y huérfana. Pero además con ello se han perdido
las herramientas de intervención directa en la economía y sobretodo
en la vida de las personas para revertir las consecuencias nefastas
de una ideología farisea, cruel y egoísta.
Por
supuesto y por añadidura
Estados Unidos padece sus propios traumas, siendo la desigualdad
racial, el racismo,
entre el hombre blanco y el resto de razas (negra, latina, asiática
o indígena autóctona) el más notable de ellos.
Lo
estamos viendo con las revueltas contra el racismo que desde hace dos
semanas suceden por lo ancho y largo del país desde
el asesinato cruel de un afroamericano llamado George Floyd por parte
de la siempre violenta y blanca policía.
Basta
leer algo de historia para darse cuenta que el conflicto de la Guerra
de Secesión terminado
en abril de 1865 sigue todavía vigente en el espíritu de la
auto-proclamada Tierra
de Libertad.
La estadística no miente y el reparto de riqueza entre blancos y el
resto, lleva a los segundos a padecer las peores tasas en cuanto a
mortalidad, tanto infantil, como por violencia, pobreza, falta de
expectativas de futuro, carencia en la asistencia sanitaria (ya
sabemos el sistema de seguros privados que la derecha de este país
lleva desde 1996 queriendo implantar aquí), de
vivienda, peor educación,
población reclusa, ex-convicta, con drogodependencias y
marginalidad, etc. Y podríamos seguir.
Todo
ello en un país infestado de armas en manos de la población civil,
tanto de forma legal, como evidentemente de manera ilegal. Un cóctel
explosivo sin más aderezos cuyo sabor es el miedo, el pánico en la
población entre sus distintas capas que genera un clima de odio
proclive al fascismo.
En
esto Estados Unidos no está sólo en el mundo. Como ya paso en la
Europa de los años 30 una crisis
económica,
provocada por la avaricia de los poderosos y el beneplácito de
países sin herramientas
con las que contrarrestarla, ha traído, está trayendo ahora, el
auge
de movimientos ultra nacionalistas de corte fascista,
respuesta basada en el proteccionismo, en el racismo, el sexismo,
evidentemente
machista,
y si y también, en el autoritarismo frente a la democracia y la
libertad.
Trump
ganó con relativa comodidad las elecciones de 2016 tras el mandato
de un Obama, que tuvo mucho de marketing y poco de políticas,
digamos sociales. Y partía como principal favorito para revalidar
presidencia en noviembre frente a un aparato del Partido Demócrata
timorato y huidizo de todo lo que suene a reparto de riqueza.
Al
tiempo en éste mundo globalizado la respuesta era más derecha, más
fascismo. En Latinoamérica donde las regencias de centro izquierda
han sido sustituidas por mandatos de derecha y derecha extrema,
incluso con el retorno de figuras encausadas por corrupción y abuso
de poder. Aderezados con el ultracatolicismo (del que se aborrecen de
forma mutua con
el
actual Papa) propio de la zona personajes como Bolsonaro o Peña
Nieto vuelven a poner sus países de rodillas ante la poder
de las empresas estadounidenses.
Y
Europa pese a la trágica experiencia vivida también transita el
mismo camino con respuestas que parecen hacer retroceder ese fantasma
fascista (en Alemania o en Grecia) pero que en España, dónde nunca
se fue, se muestra vivito
y coleando llamando a la asonada a golpe de cacerola en barrio pijo.
El
bochornoso espectáculo de las manifestaciones en el Barrio de Salamanca de Madrid (en Españistan
“todo” sucede en Madrid) mostraron a mi juicio tres cosas:
La
primera de ellas es que existe una casta, absorta de la realidad y
parasitaria para el resto, que teme de perder sus privilegios con un
poco de socialdemocracia. Sus valores radican en la legitimidad
autoproclamada de un país al que dicen amar mucho (no hacen más que
envolverse entre rojo y amarillo) pero al que consideran en realidad
un cortijo propio que
no merece ni el pago de impuestos.
Y a todos los demás que estamos aquí, nos ven como propiedad, como
parásitos o
como
un enemigo.
O las tres cosas a la vez.
La
segunda que
tenemos un grave
problema con la democracia y las fuerzas armadas.
Ojo,
que esto y me remito a los párrafos anteriores, no es sólo propio
de España, pero aquí por nuestra historia y nuestras asignaturas
pendientes torna a riesgo grave. Acabada la dictadura y llegada la
democracia, los fascistas de ayer se despertaron demócratas y
pareciera como no necesaria una limpia y una catarsis de unos cuerpos
que indistintamente del régimen han seguido torturando, han seguido
haciendo negocios privados y han seguido homenajeando y difundiendo
idearios fascistas. Policías
(Nacional, municipales, autonómicas y Guardia civil) infestadas
de fascistas
donde pueden expresar sus frustraciones, su ideología
anti-democrática y su servilismo con el poder y no con el pueblo que
les paga.
Verles aplaudir a los “cayetanos”
que se han saltado la norma del Estado de Alarma provoca asco e
indignación. En este epígrafe podemos incluir a la judicatura de
éste país tan corporativa
con los suyos y tan cruel con los que considera sus rivales
ideológicos.
Lo
tercero y último, pero no menos importante, es la falta de perspectiva de
la situación que estamos viviendo. Ha muerto muchísima gente y otra
muchísima ha dado todo para tratar de salvar vidas. Llenar los
bares, las terrazas, las playas o salir a manifestarse es una falta
de respeto para con ellos, pero también un riesgo para la salud
propia y para el bienestar de la población. Es de un egoísmo
criminal
y una falta de sentido común que invita al desánimo.
Desde
luego no es lo mismo manifestarse por el privilegio de ir al bar o a
jugar al golf que hacerlo contra el racismo (menos mal que la
diferencia entre poder de convocatoria entre una y otra proclama se
calcula con varios ceros de por medio) pero a muchos de los que se
manifestaron el domingo también me hubiera gustado verlos cuando la
guardia civil asesinó a 15 personas en las costas de Ceuta, y no que
nos justamos solamente 36 personas en la Plaza Mayor a la
convocatoria de Amnistía Internacional.
Esto
no quiere decir, aviso, que dadas las algaradas, las asonadas, los
llamamientos
al golpe de Estado
que la ultra derecha está haciendo yo, me vaya a quedar en casa.
Como la justicia no va a hacer nada es tiempo de que la sociedad
civil se plante y luche. No será tiempo de manifestaciones de buen
rollito y batucadas, sino de parar el país y hacerles sentir que
somos más y tenemos la trascendencia de la lucha por una causa
justa.
Mientras
tanto padecemos en estos últimos días de confinamiento el bombardeo
mediático interesado para pasar de soslayo por lo que importa y
cambia la vida de la gente, como la aprobación del Ingreso Mínimo Vital,
para centrarnos en polémicas artificiales y externas como la
cantinela del 8M. Tratan de tapar la corrupción
y criminal gestión del PP
en las residencias de ancianos por todo el territorio nacional (si,
no sólo en Madrid) culpando a Iglesias, a Venezuela o al comunismo.
Bien haríamos como sociedad, como gobierno o como militancia de
izquierdas en centrarnos y en defender a la gente que va a sufrir las
consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Salir de las
discusiones estériles que plantean las élites a través de sus
medios de comunicación para así mantenernos cercanos y unidos, como
una clase trabajadora que reconoce sus propios problemas y las
amenazas comunes. Y ahí es donde podemos mantener a un Gobierno de centro izquierda tibia
con la gente, sin perder la conexión distraído en el fango
construye una derecha que como cada vez que vienen los problemas
carece de discurso y de soluciones.
Por
todo esto se hace necesario defenderse de tanta agresión y tanta
mentira. De tanto ruido. Al fascista, no se le debate, se le combate,
y ahí es donde tenemos que estar como izquierda responsable, con
programa y sobretodo con la legitimidad de luchar por un mundo mejor,
más fraterno y donde la justicia social no sea una quimera.
Pero
el abismo
no se cierra únicamente en un debate entre ideologías (fascismo vs
democracia o comunismo), sino que esa falla es una más en el
deterioro brutal de las condiciones de vida de la gente y de la
habitabilidad de nuestro planeta.
La
propia pandemia
del coronavirus
es una consecuencia clara del calentamiento
global
como fenómeno que ha provocado el acercamiento entre humanos y
especies animales, propiciando con ello, el salto del virus a nuestra
especie.
Este
calentamiento global es fruto de la quema de combustibles fósiles
para hacer funcionar un sistema capitalista, groseramente consumista
y devastador de todos los ecosistemas sin distinción. Hemos
cambiado el ciclo del agua en nuestro planeta y hemos destruido la
salud de los suelos del planeta. Las hambres y carestías van a
aumentar y las pandemías,
los desastres naturales y las guerras por los recursos -especialmente
por el agua dulce- continuarán.
Hay
muchas voces que ya hablaban desde hace veinte y treinta años de una
nueva era para la vida en la tierra. Una era, extraordinariamente
efímera, en la historia geológica del planeta. El antropoceno
(era propuesta por los científicos, centrada en el ser humano como
agente de los cambios físicos, químicos y geológicos en la
composición y funcionamiento del planeta Tierra) se asoma al umbral
de lo irreversible para la propia existencia del ser humano. Nos
acercamos temerariamente y entre gritos de negacionistas
a una extinción.
Es
necesario ya alentar un cambio social colosal. Volver a lo local y a
una economía circular de cero emisiones. Cuanto antes asumamos, como
especie el fin de la globalización, antes podremos articular
sistemas y herramientas para prepararnos contra lo que viene.
No
hay mucho espacio para el optimismo sin embargo si que lo hay para
trabajar y luchar por cambiar un sistema que está condenándonos sin
remisión al dolor y el sufrimiento.
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