viernes, 12 de junio de 2020

Un mundo al borde del abismo


La crisis, mejor dicho, estafa económica de 2008 aún no ha acabado. Al igual que en el crack del 29 o la crisis del petróleo de los años 70, la hiper financiarización y la especulación del dinero por encima y delante de la economía real son, como entonces, episodios sistémicos de un capitalismo desaforado que se contradice desde hace 12 años en el reparto de pérdidas y responsabilidades. Darla por terminada (en 2011 o 2014) es un ejercicio propagandístico de baja estofa y una engañifa con tal de que el sistema tire hacia adelante, y sobretodo, de que no se busquen las causas penales que tienen nombres y apellidos.
Es en la sociedad en la situación actual, pero sobretodo de antes de la llegada de la COVID-19 donde se ven sus efectos. Un mundo del trabajo destrozado, precarizado, donde el abuso de poder es la norma. Unos servicios sociales diezmados y recortados a la par de unos derechos desprotegidos y ninguneados. Unas soberanías atadas de pies y manos al calor del dinero, de su acumulación por parte de mega transnacionales cada vez más ricas y poderosas, capaces de mediatizar las respuestas que las sociedades pueden dar en la solución de sus problemas. Y unas sociedades civiles que aún huérfanas de liderazgos y sobretodo carentes de sentido de pertenencia, se mal que organizan para protestar sin lograr hacer calar su mensaje de revolución y cambio de un modelo obsoleto, criminal y por el que nunca nadie ha sido preguntado.
Estados Unidos como padre de este capitalismo ultra-liberal no es ajeno al devenir que Occidente padece, sino más bien impulsor a escala planetaria de tales doctrinas, a sangre y fuego para goce de sus corruptos propios. No tiene una vacuna que contradiga sus propios desmanes porque desde hace 30 años el desmontaje de los estados de bienestar, de la lucha obrera y del reconocimiento de clase de la masa trabajadora ha convertido su sociedad en más inane, asustadiza y huérfana. Pero además con ello se han perdido las herramientas de intervención directa en la economía y sobretodo en la vida de las personas para revertir las consecuencias nefastas de una ideología farisea, cruel y egoísta.
Por supuesto y por añadidura Estados Unidos padece sus propios traumas, siendo la desigualdad racial, el racismo, entre el hombre blanco y el resto de razas (negra, latina, asiática o indígena autóctona) el más notable de ellos.
Lo estamos viendo con las revueltas contra el racismo que desde hace dos semanas suceden por lo ancho y largo del país desde el asesinato cruel de un afroamericano llamado George Floyd por parte de la siempre violenta y blanca policía.
Basta leer algo de historia para darse cuenta que el conflicto de la Guerra de Secesión terminado en abril de 1865 sigue todavía vigente en el espíritu de la auto-proclamada Tierra de Libertad. La estadística no miente y el reparto de riqueza entre blancos y el resto, lleva a los segundos a padecer las peores tasas en cuanto a mortalidad, tanto infantil, como por violencia, pobreza, falta de expectativas de futuro, carencia en la asistencia sanitaria (ya sabemos el sistema de seguros privados que la derecha de este país lleva desde 1996 queriendo implantar aquí), de vivienda, peor educación, población reclusa, ex-convicta, con drogodependencias y marginalidad, etc. Y podríamos seguir.
Todo ello en un país infestado de armas en manos de la población civil, tanto de forma legal, como evidentemente de manera ilegal. Un cóctel explosivo sin más aderezos cuyo sabor es el miedo, el pánico en la población entre sus distintas capas que genera un clima de odio proclive al fascismo.
En esto Estados Unidos no está sólo en el mundo. Como ya paso en la Europa de los años 30 una crisis económica, provocada por la avaricia de los poderosos y el beneplácito de países sin herramientas con las que contrarrestarla, ha traído, está trayendo ahora, el auge de movimientos ultra nacionalistas de corte fascista, respuesta basada en el proteccionismo, en el racismo, el sexismo, evidentemente machista, y si y también, en el autoritarismo frente a la democracia y la libertad.
Trump ganó con relativa comodidad las elecciones de 2016 tras el mandato de un Obama, que tuvo mucho de marketing y poco de políticas, digamos sociales. Y partía como principal favorito para revalidar presidencia en noviembre frente a un aparato del Partido Demócrata timorato y huidizo de todo lo que suene a reparto de riqueza.
Al tiempo en éste mundo globalizado la respuesta era más derecha, más fascismo. En Latinoamérica donde las regencias de centro izquierda han sido sustituidas por mandatos de derecha y derecha extrema, incluso con el retorno de figuras encausadas por corrupción y abuso de poder. Aderezados con el ultracatolicismo (del que se aborrecen de forma mutua con el actual Papa) propio de la zona personajes como Bolsonaro o Peña Nieto vuelven a poner sus países de rodillas ante la poder de las empresas estadounidenses.
Y Europa pese a la trágica experiencia vivida también transita el mismo camino con respuestas que parecen hacer retroceder ese fantasma fascista (en Alemania o en Grecia) pero que en España, dónde nunca se fue, se muestra vivito y coleando llamando a la asonada a golpe de cacerola en barrio pijo.
El bochornoso espectáculo de las manifestaciones en el Barrio de Salamanca de Madrid (en Españistan “todo” sucede en Madrid) mostraron a mi juicio tres cosas:
La primera de ellas es que existe una casta, absorta de la realidad y parasitaria para el resto, que teme de perder sus privilegios con un poco de socialdemocracia. Sus valores radican en la legitimidad autoproclamada de un país al que dicen amar mucho (no hacen más que envolverse entre rojo y amarillo) pero al que consideran en realidad un cortijo propio que no merece ni el pago de impuestos. Y a todos los demás que estamos aquí, nos ven como propiedad, como parásitos o como un enemigo. O las tres cosas a la vez.
La segunda que tenemos un grave problema con la democracia y las fuerzas armadas. Ojo, que esto y me remito a los párrafos anteriores, no es sólo propio de España, pero aquí por nuestra historia y nuestras asignaturas pendientes torna a riesgo grave. Acabada la dictadura y llegada la democracia, los fascistas de ayer se despertaron demócratas y pareciera como no necesaria una limpia y una catarsis de unos cuerpos que indistintamente del régimen han seguido torturando, han seguido haciendo negocios privados y han seguido homenajeando y difundiendo idearios fascistas. Policías (Nacional, municipales, autonómicas y Guardia civil) infestadas de fascistas donde pueden expresar sus frustraciones, su ideología anti-democrática y su servilismo con el poder y no con el pueblo que les paga. Verles aplaudir a los “cayetanos” que se han saltado la norma del Estado de Alarma provoca asco e indignación. En este epígrafe podemos incluir a la judicatura de éste país tan corporativa con los suyos y tan cruel con los que considera sus rivales ideológicos.
Lo tercero y último, pero no menos importante, es la falta de perspectiva de la situación que estamos viviendo. Ha muerto muchísima gente y otra muchísima ha dado todo para tratar de salvar vidas. Llenar los bares, las terrazas, las playas o salir a manifestarse es una falta de respeto para con ellos, pero también un riesgo para la salud propia y para el bienestar de la población. Es de un egoísmo criminal y una falta de sentido común que invita al desánimo.
Desde luego no es lo mismo manifestarse por el privilegio de ir al bar o a jugar al golf que hacerlo contra el racismo (menos mal que la diferencia entre poder de convocatoria entre una y otra proclama se calcula con varios ceros de por medio) pero a muchos de los que se manifestaron el domingo también me hubiera gustado verlos cuando la guardia civil asesinó a 15 personas en las costas de Ceuta, y no que nos justamos solamente 36 personas en la Plaza Mayor a la convocatoria de Amnistía Internacional.
Esto no quiere decir, aviso, que dadas las algaradas, las asonadas, los llamamientos al golpe de Estado que la ultra derecha está haciendo yo, me vaya a quedar en casa. Como la justicia no va a hacer nada es tiempo de que la sociedad civil se plante y luche. No será tiempo de manifestaciones de buen rollito y batucadas, sino de parar el país y hacerles sentir que somos más y tenemos la trascendencia de la lucha por una causa justa.
Mientras tanto padecemos en estos últimos días de confinamiento el bombardeo mediático interesado para pasar de soslayo por lo que importa y cambia la vida de la gente, como la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, para centrarnos en polémicas artificiales y externas como la cantinela del 8M. Tratan de tapar la corrupción y criminal gestión del PP en las residencias de ancianos por todo el territorio nacional (si, no sólo en Madrid) culpando a Iglesias, a Venezuela o al comunismo. Bien haríamos como sociedad, como gobierno o como militancia de izquierdas en centrarnos y en defender a la gente que va a sufrir las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Salir de las discusiones estériles que plantean las élites a través de sus medios de comunicación para así mantenernos cercanos y unidos, como una clase trabajadora que reconoce sus propios problemas y las amenazas comunes. Y ahí es donde podemos mantener a un Gobierno de centro izquierda tibia con la gente, sin perder la conexión distraído en el fango construye una derecha que como cada vez que vienen los problemas carece de discurso y de soluciones.
Por todo esto se hace necesario defenderse de tanta agresión y tanta mentira. De tanto ruido. Al fascista, no se le debate, se le combate, y ahí es donde tenemos que estar como izquierda responsable, con programa y sobretodo con la legitimidad de luchar por un mundo mejor, más fraterno y donde la justicia social no sea una quimera.

Pero el abismo no se cierra únicamente en un debate entre ideologías (fascismo vs democracia o comunismo), sino que esa falla es una más en el deterioro brutal de las condiciones de vida de la gente y de la habitabilidad de nuestro planeta.
La propia pandemia del coronavirus es una consecuencia clara del calentamiento global como fenómeno que ha provocado el acercamiento entre humanos y especies animales, propiciando con ello, el salto del virus a nuestra especie.
Este calentamiento global es fruto de la quema de combustibles fósiles para hacer funcionar un sistema capitalista, groseramente consumista y devastador de todos los ecosistemas sin distinción. Hemos cambiado el ciclo del agua en nuestro planeta y hemos destruido la salud de los suelos del planeta. Las hambres y carestías van a aumentar y las pandemías, los desastres naturales y las guerras por los recursos -especialmente por el agua dulce- continuarán.
Hay muchas voces que ya hablaban desde hace veinte y treinta años de una nueva era para la vida en la tierra. Una era, extraordinariamente efímera, en la historia geológica del planeta. El antropoceno (era propuesta por los científicos, centrada en el ser humano como agente de los cambios físicos, químicos y geológicos en la composición y funcionamiento del planeta Tierra) se asoma al umbral de lo irreversible para la propia existencia del ser humano. Nos acercamos temerariamente y entre gritos de negacionistas a una extinción.
Es necesario ya alentar un cambio social colosal. Volver a lo local y a una economía circular de cero emisiones. Cuanto antes asumamos, como especie el fin de la globalización, antes podremos articular sistemas y herramientas para prepararnos contra lo que viene.
No hay mucho espacio para el optimismo sin embargo si que lo hay para trabajar y luchar por cambiar un sistema que está condenándonos sin remisión al dolor y el sufrimiento.

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