Fuente, Vizcarra en eldiario.es
Si
todo va como se prevé -cosa imprevisible resulta éste gobierno en
ocasiones- mañana el Consejo de Ministros aprobará la Renta Básica
universal. El Ingreso Mínimo Vital como han decidido llamarlo ha
encontrado la frontal oposición de la derecha de éste país, tan franquista como siempre y tan ultra liberal como ha estado de moda
hasta no hace nada. La califican como “paguita”
desde sus tribunas y voceros habituales para darle una
deslegitimación y aumentar el desprecio. Quienes más tienen y los
herederos de los que más se han empeñado por los siglos de los
siglos en oprimir a la mayoría de la población claman envueltos en
banderas (pre y post constitucionales) sabedores que está medida va
contra la opresión que ejercen que les permite vivir tan cómodamente
gracias a las espaldas de los numerosos que malviven.
Los
mismos que nunca han defendido la sanidad pública o la educación
pública. Los que no han salido a las calles a protestar contra la
corrupción, los paraísos fiscales o la hipocresía son los que
incendian las redes y molestan en las calles a base de cacerolas y cucharas de plata. Defienden
una libertad, la de ir al bar o a jugar al golf. Son
poseedores del derecho de ser caritativos, del privilegio de la
condescendencia, ejerciendo desde arriba de forma vertical una suerte
de redistribución de la riqueza que paradójicamente les beneficia a
ellos. No pueden tolerar que el Estado de
manera horizontal primando la igualdad y la fraternidad, distribuya
una renta que ayuda a garantizar las necesidades mínimas de la población,
por mucho que se hagan llamar patriotas.
Porque
más que patriotas son patrioteros de tres al cuarto. Durante
años bajo el yugo de la austeridad y la contención presupuestaria
se ha acentuado la desigualdad hasta cuotas de campeón del mundo. La
desregulación financiera y laboral ha convertido el mundo del
trabajo (por favor, no lo llaméis mercado, que los trabajadores no
somos lechugas o berzas) en un nido de precariedad y esclavitud
encubierta. Las empresas ganaron competitividad, suposición está
nunca demostrada empíricamente, a costa de los trabajadores a los
que nos han condenado no sólo a ser víctimas de la crisis sino también de
la recuperación.
El
proceso ha sido explicado muchas veces. Los primeros damnificados de
la recesión fueron los eventuales, a los que se expulsó del mercado
en el primero de los ajustes. Posteriormente, fue el turno de los
trabajadores fijos mejor pagados, que desfilaron hacia el paro
mientras eran sustituidos por otros con peores condiciones
salariales. Finalmente, entró en acción la reforma laboral sin ningún tipo de negociación, sino impuesta a fuego y hierro por la
patronal, que incrementó la devaluación salarial al permitir a las
empresas hacer de su capa un sayo al desactivar la negociación
colectiva. El resultado ha sido demoledor: se produce tanto como
antes de la crisis con más de dos millones de trabajadores menos y
con un coste salarial notablemente más bajo. En resumen, se crece
porque las espaldas de los asalariados son anchas y sus estómagos
más pequeños.
Lo
que aumentaron fueron las bonificaciones y dividendos, mientras
bajaban los costes salariales. El resultado: Adiós a la hucha de las
pensiones y a la sostenibilidad de la justicia social, porque el dinero generado con crecimientos al 3% no llegaba
a la economía real, se quedaba en paraísos fiscales y en lujos de
una minúscula minoría, al tiempo que la inmensa mayoría no podía
llenar las arcas del estado pese a los impuestos a clases bajas más
altos de Europa: tramos bajos del IRPF, IVA, consumo y cotizaciones
sociales.
Si
no hay dinero en el bolsillo de las familias trabajadoras, no hay
consumo. Es tan sencillo, que abruma que nos hayan llevado a una
situación como la que tenemos ahora, y sobretodo teníamos antes del
COVID-19.
Y
es que ha llegado a un punto en el que subidas salariales pactadas
entre los agentes sociales pro-śistema (entre el 2’5 y el 4%) no
sirven para sacar a la población de la miseria y la indignidad.
Ese
escenario es el que está legando la crisis de un sistema capitalista
que se desmorona por momentos. Una globalización que ha hecho
universal la precarización, en vez de la mejora de las condiciones
de vida. Un modelo político de democracia liberal que prima la
libertad individual abriendo las puertas al fascismo y la barbarie. Todos ellos en clara crisis porque sus
propuestas se muestran fallidas, causando un dolor cada vez más
amplio y cada vez más dramático.
Por eso se hace necesario la inversión en una Renta Básica Universal. Es una opción de gasto, una política tan legítima como la que tuvieron los adalides del modelo ultraliberal de aplicar en Europa, socializando las pérdidas de los bancos, recortando el gasto público, destruyendo los derechos de los trabajadores. Todas ellas indiscutiblemente fallidas.
Ahora aunque sea dentro del capitalismo y dentro del modelo político social liberal es de alabar y de defender por justa y necesaria una medida, la renta básica, que supone un hito más en el compromiso que el ala más a la izquierda del gobierno de coalición por no dejar a nadie atrás y por redistribuir de manera más equitativa la riqueza.
La
definición de Renta Básica es concisa y palmaria: se trata de un
ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho de la
sociedad, incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin
tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma,
independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes
de renta, y sin importar con quién conviva. Más escuetamente: es un
pago por el mero hecho de poseer la condición de ciudadanía.
Esta
definición la tomo de Daniel
Reventós,
el mayor experto en España sobre Renta
Básica Universal,
y de su libro La
Renta Básica por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más
fraterna.
Una obra enriquecedora y trascendente en la materia y en la justicia
social.Pero esa definición puedo estructurarla de la siguiente manera:
1)
La Renta Básica permite, en primer lugar, en la medida en que
constituye una asignación incondicional, garantizada, sortear los
elevados costes asociados al examen de recursos que cualquier
subsidio condicionado exige; la simplificación administrativa que
con la Renta Básica se alcanza puede ser crucial con vistas a una
efectiva racionalización de las políticas sociales y de
redistribución de la riqueza.
2)
El hecho de que la Renta Básica se garantice ex-ante, la convierte
en una medida esencialmente preventiva de la exclusión.
3)
A diferencia de los subsidios condicionados, la Renta Básica no
constituye un techo, sino que define sólo un nivel básico, a partir
del cual las personas pueden acumular cualquier otro ingreso.
4)
La Renta Básica permite eludir la llamada trampa de la pobreza, la
cual aparece cuando la percepción de los beneficios, fiscales o de
otro tipo, se halla condicionada a la verificación, por parte de las
autoridades, de la suficiencia de los ingresos recibidos dentro del
mercado laboral.
5)
La incondicionalidad de la Renta Básica trae consigo también la
promesa de erradicar o mitigar diversos modos asistenciales fundados
en el clientelismo, y en los diversos y nocivos efectos conocidos de
éste: formación de una burocracia parasitaria, formal o informal;
robustecimiento de las relaciones de dependencia; desorganización de
la vida política autónoma de los estratos más pobres o necesitados
de la población.
6)
Y aun hay que decir, finalmente, que la Renta Básica permite evitar
los daños psicológicos y morales vinculados a la estigmatización
social del perceptor de un subsidio condicionado.
Y
es que las
grandes desigualdades sociales son las causas de la falta de
libertad y lo que es peor, de la ausencia de fraternidad y de igualdad. Estas grandes desproporciones en la riqueza, estas inmensas
bolsas de pobreza, el hambre conviviendo geográficamente con la más
insultante opulencia, todo ello provoca falta de libertad para la
inmensa mayoría. Igualdad y libertad no son dos variables a elegir,
si más de una menos de otra y viceversa. Las grandes desigualdades
crean un problema profundo de libertad para la gran mayoría. El que
no tiene la existencia material garantizada debe pedir permiso a otro
para poder vivir. ¿Qué libertad tiene el trabajador que no sabe si
el mes próximo, quizás la semana próxima, seguirá teniendo aquel
puesto de trabajo que le proporciona el sustento diario? ¿Qué
libertad tiene la mujer materialmente dependiente del marido o
amante, que la maltrata, la domina y, a veces, llega a asesinarla?
¿Qué libertad tiene el desempleado que vive marcado con el estigma
del subsidio público, si quizás vive en un país europeo, o de la
caridad, si vive en un país pobre y tiene algo de suerte? No son
libres como no lo es aquella persona que no tiene el derecho a la
existencia material garantizada y tiene que pedir permiso a otros
para vivir.
Hablamos
pues de la renta básica universal como elemento constitutivo de un
derecho de ciudadanía. La renta básica es la concreción política
de los valores republicanos a los que debe aspirar ver culminados
nuestra actual democracia, es decir, los de libertad, igualdad y
fraternidad. Fraternidad en cuanto a que la sociedad reparte una
porción de la riqueza que genera entre toda la ciudadanía como
manera de garantizar su derecho a la existencia, a la vida. Igualdad
porque se otorga a toda la ciudadanía, independientemente de
cualquier otra condición socio-económica. Libertad a garantizar unas
condiciones de vida mínimas que permita a las personas decidir
verdaderamente sobre su desarrollo personal o sobre las condiciones
de acceso al mercado laboral, sin tener que hipotecar estos derechos
ante el chantaje permanente de los poseedores de la riqueza, que la
utilizan como una herramienta de sumisión.
Volviendo
a la obra de Daniel Reventós indicar como el hace al final de su libro:
No
es posible hacer depender los derechos asociados a la ciudadanía del
funcionamiento libre del mercado. Hay que recuperar el contenido
político de la ciudadanía. Pero hay que recuperarlo en la práctica.
Y en la práctica, el ejercicio de la ciudadanía pasa por el acceso
a los recursos necesarios para poder vivir con la mayor libertad
posible. De ahí la reivindicación de disociar del empleo aquella
Renta Básica considerada como mínimo vital para llevar una
existencia digna mediante la instauración de alguna forma de Renta
Básica. Sus características serían las siguientes: se trata de un
ingreso pagado por el gobierno a cada miembro pleno de la sociedad,
a) incluso sino quiere trabajar, b) si tener en cuenta
si es rico o pobre, c) sin importar con quién vive, y d)
con independencia de la parte del país en la que viva (Van Parijs,
1996). Esta Renta Básica no se asienta sobre el valor del trabajo ni
puede ser concebida como una remuneración del esfuerzo individual,
sino que tiene como función esencial distribuir entre todos los
miembros de la sociedad una riqueza que es el resultado de las
fuerzas productivas de la sociedad en su conjunto y no de una simple
suma de trabajos individuales. Se trata de un ingreso no condicional,
lo que lo diferenciaría de los ingresos mínimos de inserción. Al
contrario que éstos, no es el subsidio de la marginalidad, sino el
salario de la ciudadanía. No es concebido como una provisión (es
decir, como una simple cantidad de dinero que el Estado otorga
magnánimamente, siempre revisable según la coyuntura), sino como
una titularidad, es decir, como un derecho exactamente igual
al conjunto de derechos sociales asociados al desarrollo del Estado
Social: derecho a la salud, derecho a la educación, etc.
No
hay ciudadanía plena sin un nivel de subsistencia garantizado.
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