lunes, 25 de mayo de 2020

Un paracaidas para la gente corriente


Fuente, Vizcarra en eldiario.es

Si todo va como se prevé -cosa imprevisible resulta éste gobierno en ocasiones- mañana el Consejo de Ministros aprobará la Renta Básica universal. El Ingreso Mínimo Vital como han decidido llamarlo ha encontrado la frontal oposición de la derecha de éste país, tan franquista como siempre y tan ultra liberal como ha estado de moda hasta no hace nada. La califican como “paguita” desde sus tribunas y voceros habituales para darle una deslegitimación y aumentar el desprecio. Quienes más tienen y los herederos de los que más se han empeñado por los siglos de los siglos en oprimir a la mayoría de la población claman envueltos en banderas (pre y post constitucionales) sabedores que está medida va contra la opresión que ejercen que les permite vivir tan cómodamente gracias a las espaldas de los numerosos que malviven.
Los mismos que nunca han defendido la sanidad pública o la educación pública. Los que no han salido a las calles a protestar contra la corrupción, los paraísos fiscales o la hipocresía son los que incendian las redes y molestan en las calles a base de cacerolas y cucharas de plata. Defienden una libertad, la de ir al bar o a jugar al golf. Son poseedores del derecho de ser caritativos, del privilegio de la condescendencia, ejerciendo desde arriba de forma vertical una suerte de redistribución de la riqueza que paradójicamente les beneficia a ellos. No pueden tolerar que el Estado de manera horizontal primando la igualdad y la fraternidad, distribuya una renta que ayuda a garantizar las necesidades mínimas de la población, por mucho que se hagan llamar patriotas.
Porque más que patriotas son patrioteros de tres al cuarto. Durante años bajo el yugo de la austeridad y la contención presupuestaria se ha acentuado la desigualdad hasta cuotas de campeón del mundo. La desregulación financiera y laboral ha convertido el mundo del trabajo (por favor, no lo llaméis mercado, que los trabajadores no somos lechugas o berzas) en un nido de precariedad y esclavitud encubierta. Las empresas ganaron competitividad, suposición está nunca demostrada empíricamente, a costa de los trabajadores a los que nos han condenado no sólo a ser víctimas de la crisis sino también de la recuperación.
El proceso ha sido explicado muchas veces. Los primeros damnificados de la recesión fueron los eventuales, a los que se expulsó del mercado en el primero de los ajustes. Posteriormente, fue el turno de los trabajadores fijos mejor pagados, que desfilaron hacia el paro mientras eran sustituidos por otros con peores condiciones salariales. Finalmente, entró en acción la reforma laboral sin ningún tipo de negociación, sino impuesta a fuego y hierro por la patronal, que incrementó la devaluación salarial al permitir a las empresas hacer de su capa un sayo al desactivar la negociación colectiva. El resultado ha sido demoledor: se produce tanto como antes de la crisis con más de dos millones de trabajadores menos y con un coste salarial notablemente más bajo. En resumen, se crece porque las espaldas de los asalariados son anchas y sus estómagos más pequeños.
Lo que aumentaron fueron las bonificaciones y dividendos, mientras bajaban los costes salariales. El resultado: Adiós a la hucha de las pensiones y a la sostenibilidad de la justicia social, porque el dinero generado con crecimientos al 3% no llegaba a la economía real, se quedaba en paraísos fiscales y en lujos de una minúscula minoría, al tiempo que la inmensa mayoría no podía llenar las arcas del estado pese a los impuestos a clases bajas más altos de Europa: tramos bajos del IRPF, IVA, consumo y cotizaciones sociales.
Si no hay dinero en el bolsillo de las familias trabajadoras, no hay consumo. Es tan sencillo, que abruma que nos hayan llevado a una situación como la que tenemos ahora, y sobretodo teníamos antes del COVID-19.
Y es que ha llegado a un punto en el que subidas salariales pactadas entre los agentes sociales pro-śistema (entre el 2’5 y el 4%) no sirven para sacar a la población de la miseria y la indignidad.
Ese escenario es el que está legando la crisis de un sistema capitalista que se desmorona por momentos. Una globalización que ha hecho universal la precarización, en vez de la mejora de las condiciones de vida. Un modelo político de democracia liberal que prima la libertad individual abriendo las puertas al fascismo y la barbarie. Todos ellos en clara crisis porque sus propuestas se muestran fallidas, causando un dolor cada vez más amplio y cada vez más dramático.
Por eso se hace necesario la inversión en una Renta Básica Universal. Es una opción de gasto, una política tan legítima como la que tuvieron los adalides del modelo ultraliberal de aplicar en Europa, socializando las pérdidas de los bancos, recortando el gasto público, destruyendo los derechos de los trabajadores. Todas ellas indiscutiblemente fallidas.
Ahora aunque sea dentro del capitalismo y dentro del modelo político social liberal es de alabar y de defender por justa y necesaria una medida, la renta básica, que supone un hito más en el compromiso que el ala más a la izquierda del gobierno de coalición por no dejar a nadie atrás y por redistribuir de manera más equitativa la riqueza.
La definición de Renta Básica es concisa y palmaria: se trata de un ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho de la sociedad, incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quién conviva. Más escuetamente: es un pago por el mero hecho de poseer la condición de ciudadanía.

Esta definición la tomo de Daniel Reventós, el mayor experto en España sobre Renta Básica Universal, y de su libro La Renta Básica por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Una obra enriquecedora y trascendente en la materia y en la justicia social.

Pero esa definición puedo estructurarla de la siguiente manera:

1) La Renta Básica permite, en primer lugar, en la medida en que constituye una asignación incondicional, garantizada, sortear los elevados costes asociados al examen de recursos que cualquier subsidio condicionado exige; la simplificación administrativa que con la Renta Básica se alcanza puede ser crucial con vistas a una efectiva racionalización de las políticas sociales y de redistribución de la riqueza.
2) El hecho de que la Renta Básica se garantice ex-ante, la convierte en una medida esencialmente preventiva de la exclusión.
3) A diferencia de los subsidios condicionados, la Renta Básica no constituye un techo, sino que define sólo un nivel básico, a partir del cual las personas pueden acumular cualquier otro ingreso.
4) La Renta Básica permite eludir la llamada trampa de la pobreza, la cual aparece cuando la percepción de los beneficios, fiscales o de otro tipo, se halla condicionada a la verificación, por parte de las autoridades, de la suficiencia de los ingresos recibidos dentro del mercado laboral.
5) La incondicionalidad de la Renta Básica trae consigo también la promesa de erradicar o mitigar diversos modos asistenciales fundados en el clientelismo, y en los diversos y nocivos efectos conocidos de éste: formación de una burocracia parasitaria, formal o informal; robustecimiento de las relaciones de dependencia; desorganización de la vida política autónoma de los estratos más pobres o necesitados de la población.
6) Y aun hay que decir, finalmente, que la Renta Básica permite evitar los daños psicológicos y morales vinculados a la estigmatización social del perceptor de un subsidio condicionado.

Y es que las grandes desigualdades sociales son las causas de la falta de libertad y lo que es peor, de la ausencia de fraternidad y de igualdad. Estas grandes desproporciones en la riqueza, estas inmensas bolsas de pobreza, el hambre conviviendo geográficamente con la más insultante opulencia, todo ello provoca falta de libertad para la inmensa mayoría. Igualdad y libertad no son dos variables a elegir, si más de una menos de otra y viceversa. Las grandes desigualdades crean un problema profundo de libertad para la gran mayoría. El que no tiene la existencia material garantizada debe pedir permiso a otro para poder vivir. ¿Qué libertad tiene el trabajador que no sabe si el mes próximo, quizás la semana próxima, seguirá teniendo aquel puesto de trabajo que le proporciona el sustento diario? ¿Qué libertad tiene la mujer materialmente dependiente del marido o amante, que la maltrata, la domina y, a veces, llega a asesinarla? ¿Qué libertad tiene el desempleado que vive marcado con el estigma del subsidio público, si quizás vive en un país europeo, o de la caridad, si vive en un país pobre y tiene algo de suerte? No son libres como no lo es aquella persona que no tiene el derecho a la existencia material garantizada y tiene que pedir permiso a otros para vivir.
Hablamos pues de la renta básica universal como elemento constitutivo de un derecho de ciudadanía. La renta básica es la concreción política de los valores republicanos a los que debe aspirar ver culminados nuestra actual democracia, es decir, los de libertad, igualdad y fraternidad. Fraternidad en cuanto a que la sociedad reparte una porción de la riqueza que genera entre toda la ciudadanía como manera de garantizar su derecho a la existencia, a la vida. Igualdad porque se otorga a toda la ciudadanía, independientemente de cualquier otra condición socio-económica. Libertad a garantizar unas condiciones de vida mínimas que permita a las personas decidir verdaderamente sobre su desarrollo personal o sobre las condiciones de acceso al mercado laboral, sin tener que hipotecar estos derechos ante el chantaje permanente de los poseedores de la riqueza, que la utilizan como una herramienta de sumisión.
Volviendo a la obra de Daniel Reventós indicar como el hace al final de su libro:
No es posible hacer depender los derechos asociados a la ciudadanía del funcionamiento libre del mercado. Hay que recuperar el contenido político de la ciudadanía. Pero hay que recuperarlo en la práctica. Y en la práctica, el ejercicio de la ciudadanía pasa por el acceso a los recursos necesarios para poder vivir con la mayor libertad posible. De ahí la reivindicación de disociar del empleo aquella Renta Básica considerada como mínimo vital para llevar una existencia digna mediante la instauración de alguna forma de Renta Básica. Sus características serían las siguientes: se trata de un ingreso pagado por el gobierno a cada miembro pleno de la sociedad, a) incluso sino quiere trabajar, b) si tener en cuenta si es rico o pobre, c) sin importar con quién vive, y d) con independencia de la parte del país en la que viva (Van Parijs, 1996). Esta Renta Básica no se asienta sobre el valor del trabajo ni puede ser concebida como una remuneración del esfuerzo individual, sino que tiene como función esencial distribuir entre todos los miembros de la sociedad una riqueza que es el resultado de las fuerzas productivas de la sociedad en su conjunto y no de una simple suma de trabajos individuales. Se trata de un ingreso no condicional, lo que lo diferenciaría de los ingresos mínimos de inserción. Al contrario que éstos, no es el subsidio de la marginalidad, sino el salario de la ciudadanía. No es concebido como una provisión (es decir, como una simple cantidad de dinero que el Estado otorga magnánimamente, siempre revisable según la coyuntura), sino como una titularidad, es decir, como un derecho exactamente igual al conjunto de derechos sociales asociados al desarrollo del Estado Social: derecho a la salud, derecho a la educación, etc.

No hay ciudadanía plena sin un nivel de subsistencia garantizado.


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