jueves, 24 de agosto de 2023

Campeonas del Mundo en dignidad

Las Campeonas del Mundo, si con A, celebrando su éxito, que será el de todas las mujeres
 

La selección femenina de fútbol se ha proclamado Campeona del Mundo. Un éxito incomparable, puesto que reciben una ínfima atención mediática y económica por parte de toda la sociedad en contraste con sus “compañeros” masculinos, y que abre en categoría absoluta la vitrina ante la llegada de nuevas generaciones de talentosas futbolistas que ya dominan internacionalmente en sus respectivas categorías.

No he seguido el mundial, como espectáculo deportivo, porque el fútbol hace ya mucho que me ha echado. Sobretodo en su vertiente híper profesionalizada y volcada al dinero y a los “valores” neoliberales que la jalonan. Ya he hablado en este blog de eso varias veces. Siempre con el fútbol popular.

No puedo hablar ni de lo merecido o justo e injusto del resultado en el terreno de juego. No niego, ni mucho menos, el esfuerzo y el talento, y como digo, el tremendo éxito que supone y que debe abrir la puerta para la mejora de las condiciones laborales y sociales de estas deportistas y ser un ejemplo para las luchas por la igualdad de las mujeres.

Sin embargo, es muy triste tener que sentarse a escribir sobre lo que ha trascendido al trabajo y el éxito deportivo por las constantes actitudes machistas y patriarcales de señoros que no entienden que el mundo ha cambiado y lo ha hecho por la lucha infatigable de las mujeres. De las de ahora y de las de siempre, que han trabajado para legar un mundo mejor a la siguiente generación en la que los derechos y la dignidad se vayan ganando en un camino eterno hacia la igualdad entre géneros.

El presidente de la federación española daba un espectáculo dantesco, bochornoso y avergonzante para quienes amamos este país (Sí lo amo, con todo lo que lleva dentro y aunque me desespere. El amor a la patria no es una propiedad exclusiva de los patrioteros de derechas). Sus gestos en el palco, con su testiculina por las nubes -a mi me parecía hasta dopada por estupefacientes-, ya eran inapropiados para un cargo público, -si de una entidad privada, pero que lleva a cabo una función pública, por la que recibe jugosos fondos públicos, y que ejerce una representación pública de la manida Marca España-, y denotaban una falta absoluta de decoro y respeto por su país, por el evento y por los presentes y quienes lo veían todo por televisión.

Pero el remate vino cuando en entrega de medallas y copa a las verdaderas protagonistas, las jugadoras, le plantaba un beso en la boca a una de las jugadoras de la selección que aturdida se tragaba su orgullo y dignidad.

La escena ya está mil veces vista en televisión y las redes (pese al infructuoso intento de boicot por parte de la federación). Y también muchos las tenemos en nuestra memoria cuando hemos visto a los jefes y encargados, a muchos hombres que ejercen autoridad y ostentan una relación de poder sobre las mujeres, comportarse de manera deleznable. Agresiones físicas, morales y a la sexualidad de la mujer que son una constante. Comportamientos retrógrados anclados por el costumbrismo de un machismo rancio y trasnochado, que apesta a esmegma caduco, que no se corresponde con lo que debe ser ya un mundo de igualdad de géneros y respeto a la diversidad y a la propia sexualidad de las féminas. Tanto en su cuerpo físico, como en su moral y su mente.

Este acoso sexual injustificado, ni por el éxtasis del momento y ni por nada, constituye un delito y debería acarrear la suspensión de por vida del sujeto que responde al nombre de Luis Rubiales. Si tuviera algo de dignidad (la de veces que toca escribir esto en este país) habría pedido perdón, dimitido e ido a su casa, a curarse ese machismo repugnante. Pero no. La patada hacia adelante es el único recurso que tienen por mucho tiki-taka con el que quieren identificar el estilo de las selecciones españolas.

Llegados a este punto es preciso recordar el camino que está selección, al fin y al cabo, este grupo humano ha recorrido. Hace aproximadamente un año y medio, las mejores jugadoras nacionales denunciaban la situación vivida en el seno de las concentraciones del equipo nacional, con comportamientos que atentaban contra la intimidad y profesionalidad de las jugadoras, que ponían en peligro su integridad física y moral y que se sumaban a un estado amateur en el que no se garantizan los derechos laborales, en especial los que tienen que ver con los derechos sexuales y reproductivos. Esa inseguridad se sumaba, evidentemente, a unas condiciones en salarios, seguridad de los contratos y atención mediática totalmente opuestas a las que disfruta el fútbol profesional masculino.

En cuanto empezó a viralizarse el comportamiento del presidente de la Federación, comenzó a tratar de salvar la papeleta. Todo el proceso es una retahíla de los mejores momentos del machismo. Desde la primera reacción tomándoselo a guasa y de compadreo con otros machistas como las estrellas del periodismo deportivo patrio (los Lama, Castaño, Morata, auténticos mafiosos y cenutrios). Hasta el procedimiento de disculpas al que se ha visto obligado, por la reacción: primero en redes sociales de toda persona digna que quiere un mundo más igualitario y nos hemos escandalizado ante esta actitud tan machista y asquerosa, y después, de los medios extranjeros que se han hecho eco de todo lo sucedido. Estas disculpas también han destilado su buena dosis de machismo haciendo partícipe a la víctima, Jeni Hermoso, en una nueva versión de “la culpa es de las mujeres”. Sólo le falto decir que es que las visten como putas.

Con el tiempo, y gracias a las propias jugadoras que han ido contando a medios afines y más democráticos y éticos la sucesión de acontecimientos, la opinión pública ha conocido las maniobras que desde la federación se han llevado a cabo para acallar la polémica y que esta no manché la ya oscura, tramposa, corrupta y misoginia gestión que este señor está haciendo del fútbol patrio. Así, hemos sabido que ya en el avión de vuelta se ejercieron presiones, incluidas las del seleccionador nacional de fútbol femenino, que también tiene lo suyo, buscando un comunicado conjunto. Se presionó a la familia de la futbolista y a su agencia de representación. Se lanzaba en la escala en el aeropuerto, un vídeo de disculpas ante el revuelo causado en el que se ponía en boca de la víctima declaraciones totalmente falsas (otro delito a sumar, mientras que la agencia EFE, vocero habitual de las instituciones copadas por la derecha, debería hacérselo mirar). Al tiempo, los medios futboleros clásicos, que se apuntaban al tanto de la celebración y el éxito de unas futbolistas que llevan años ninguneando, ocultaban lo acontecido pese al clamor social ya provocado siguiendo la estrategia de la RFEF. Defendiendo lo indefendible, un acto violento y un comportamiento delictivo, en realidad varios, y ninguneando a la víctima, a toda persona a quien escandaliza estos comportamientos, y a toda mujer.

Pero llegaron las portadas de los medios extranjeros y continuaba la repulsa popular expresada en redes sociales y foros, lo que ha llevado a una fase en la defensa de lo injustificable por parte de la federación y su presidente, y de puesta en marcha de mecanismos para su inhabilitación, e incluso las posibles consecuencias penales que todos estos comportamientos están acarreando. Se sumarían a las ya sospechas de continua corrupción y latrocinio personal que ya se estaban investigando y que removían la tranquilidad institucional de la federación y el fútbol patrio. No faltan quienes tienen ganas a este sujeto y a su caterva, de la que forman parte el presidente de la Liga o a Florentino Pérez, auténticos manda-mases que están por detrás, y que ejercen una dictadura de facto que ha hecho del fútbol español, un negocio, robando todo el caudal popular a la afición que día a día pierde. Sólo ver como las redacciones de los medios deportivos clásicos se comportan ya denota un rancio machismo, con el uso de titulares erróneos y falsos que buscan mediatizar al personal, evidentemente masculino, consumidor mayoritario de estos medios.

Se hace necesaria la depuración de estos fulanos y el mensaje inquebrantable de una sociedad igualitaria que no va a tolerar estos comportamientos sexistas y retrógrados que menosprecian a las mujeres y solo las quieren para aprovecharse, en todos los sentidos, y especialmente, de forma sexual.

Al final el éxito deportivo de la selección femenina de fútbol no va a quedar empañado. No va a perder su trascendencia, sino que va a ganar más impulso hacia una sociedad más justa, libre e igualitaria. Una denuncia para terminar ya de una vez, con todo acoso, de todo tipo, pero especialmente el de índole sexual, que se produce en entornos de jerarquía como en el trabajo. Al fin y al cabo, la celebración de unas futbolistas con un presidente de la federación presente, no deja de ser un escenario laboral con unas trabajadoras y su jefe.

Por todo esto, y pese a los rebuznos reaccionarios de los machistas que no quieren perder el “privilegio” de aprovecharse de las mujeres, el mundo está cambiando a mejor en este tema y va a ser algo provechoso para toda la sociedad, para nuestro país, y sobretodo, para todas las mujeres, en todos los ámbitos de su vida.

El Sí es sólo Sí que tanto ha mediatizado la vida política española los últimos 3 años y que ha sido una grieta por la que han intentado hacer naufragar el barco del gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, al final se ha demostrado como imprescindible y un ejercicio de empoderamiento femenino necesario. Un muro a defender por todas las mujeres, y por los hombres que nos avergonzamos de nuestros comportamientos machistas y que queremos cambiar. Nuestro papel aquí es apoyar a las mujeres y facilitar su liderazgo para que sean ellas quienes cambien a mejor la sociedad y ganen mayor libertad, dignidad y seguridad, para ellas mismas y para las generaciones futuras.

jueves, 3 de agosto de 2023

Por qué Sí al Decrecimiento



 

El decrecimiento, también conocido como decrecentismo o decrecionismo​, es un término utilizado tanto para un movimiento político, económico y social, y también cultural, como para un conjunto de teorías que critican el paradigma del crecimiento económico.​ Se basa en ideas de una amplia gama de líneas de pensamiento como la ecología política, la economía ecológica y la justicia social, señalando el daño social y ecológico causado por la búsqueda del crecimiento infinito y los imperativos occidentales de "desarrollo". El decrecimiento enfatiza la necesidad de reducir el consumo y la producción global (metabolismo social) y aboga por una sociedad socialmente justa y ecológicamente sostenible en la que el bienestar social y ambiental reemplace al PIB como indicador de prosperidad.

Por lo tanto, el decrecimiento resalta la importancia de la autonomía, el trabajo de cuidado, la auto-organización, los bienes comunes, la comunidad, el localismo abierto, el trabajo colaborativo, la felicidad y la convivencia.

Si las agencias e instituciones prosistema, como la Agenda 2030, ya alertan del colapso ecológico y de muchas de las materias primas, porque vivimos de una forma absolutamente insostenible, el deber de los programas alternativos, a nivel político, económico, social y cultural, es promover alternativas al sistema capitalista. No se trata sólo de plantear un modelo diferente, e incluso opuesto, sino más bien, recuperar comportamientos sociales y productivos que no hace tanto regían las relaciones económicas entre los hombres y las comunidades. Y añadir el valor que la ciencia, desde la biología hasta la sociología, para incluir a cuántos más mejor y poder construir una sociedad más plena, justa y satisfactoria.

El progreso tecnológico y científico, incorporado a las sociedades productivas, no sólo no ha garantizado un objetivo de mayor y mejor bienestar, sino más bien al contrario. Repitiendo el proceso que Engels ya describió durante la Revolución Industrial, La Paradoja de Engels muestra como la nueva era en el proceso tecnológico y productivo, que se puede enumerar como cuarta, vuelve a aumentar los valores macroeconómicos de los países de la OCDE desde finales del siglo XX. Sin embargo, los salarios no han crecido, o apenas lo han hecho para sustentar una vida cada vez más mísera para la clase trabajadora. Las ganancias, esa plusvalía, conseguida por la tecnología, pero que sigue saliendo de los recursos tradicionales como son la fuerza de trabajo y la accesibilidad a las materias primas (la facilidad de su aprovechamiento, transporte, almacenamiento y eliminar sus desechos) se han guardado en los bolsillos de las clases extractivas. Es decir, la riqueza de todos, vuelve a centrarse en unos pocos. En unos muy, pero que muy, pocos.

Si el siglo XXI será el siglo de las mujeres (de lo que no tengo ninguna duda), también lo será de la revolución tecnológica y el siglo en el que tendremos que frenar el cambio climático. Estos dos últimos retos son insoslayables y ambos requieren de un giro copernicano en las formas de producir, consumir y trabajar. La tarea por delante es evitar que las fuerzas que dominen estos cambios sean las del monopolio tecnológico de las grandes multinacionales y plataformas digitales, y no porque sus multimillonarios dueños me caigan mal; no es un tema moral (aunque también), es que imponen reglas que aceleran la Paradoja de Engels, destrozando derechos laborales, negándose a pagar impuestos y frenando cualquier avance tecnológico que amenace su monopolio. Son tan nocivas que hasta el Congreso de los EEUU está intentando ponerles freno. Son un lastre para el desarrollo, como lastre son para el avance de las energías renovables y los acuerdos climáticos las presiones que ejercen las multinacionales petroleras y las compañías energéticas.

Los vientos a favor de un cambio que mejore la vida de la mayoría y frene el cambio climático solo pueden darse a través de acuerdos que pongan normas y planifiquen el desarrollo de forma equitativa y sostenible. Como todo cambio viene precedido de la idea, momento es de abrir los debates que los rescoldos moribundos del neoliberalismo dogmático se empeñan en negar, empezando por el concepto mismo de trabajo.

Si parte de nuestros trabajos los pueden realizar algoritmos o máquinas, trabajemos menos horas y menos años, con la misma efectividad. La propuesta de reducción de la jornada laboral a 32, 30 o 24 horas semanales ya está lanzada porque es posible y, sobre todo, es racional, incluso dentro del capitalismo, como predijera John Maynard Keynes, quien en 1930 aseguró que en 100 años (o sea, en la actualidad) la jornada laboral sería de 15 horas semanales.

Que el acceso a la tecnología sea un derecho y que se base en conocimiento compartido lo han entendido hasta en la Organización Mundial del Comercio, que ha cambiado la normativa de patentes al ver imposible el desarrollo tecnológico con las ideas de propiedad intelectual del siglo XIX. Lo que pretendo decir es que la revolución digital abre brechas en el sistema y permite hacernos preguntas sobre el futuro que desmontan los mitos neoliberales del siglo XX: podemos trabajar menos horas y menos años, avanzar en una democracia económica, en la planificación estratégica y, por qué no, en una democracia real con nuevas formas de participación. Derechos contra las máquinas y soltar lastre. Nos va a hacer falta mucha organización y enormes dosis de impertinencia y rebeldía, pero que nadie nos diga que no es posible.

 

1. En el momento presente, ¿Es inequívocamente saludable el crecimiento económico?

La visión dominante en las sociedades opulentas es que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los problemas. A su amparo -se nos dice- la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen, y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno.

Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no necesariamente- cohesión social, no guarda una relación con la creación de empleo, provoca agresiones al medio ambiente en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos, cada vez más caros, que ya no estarán disponibles para las generaciones venideras, que sí deberán hacerse cargo de las consecuencias de nuestro uso indiscriminado sobre esos recursos, y en fin, permite el asentamiento de un modo de vida esclavo que invita a pensar que somos más felices cuanto más tiempo trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes podamos consumir. Frente a esto se impone la certeza de que, dejando atrás un nivel elemental de consumo, el crecimiento irracional del consumo, es más un indicador de infelicidgad que una muestra de lo contrario. Es por lo tanto, razonable adelantar, que la crisis general por la que atravesamos se acabe consolidando como una realidad inmutable y deseable para los ciudadanos. Y por supuesto se hace fundamental luchar contra la imposición de este relato y las consecuencias de este estado de crisis permanente.

2. ¿Cuáles son los pilares en los que se asientan los sinsentidos del crecimiento?

Son tres los pilares en los que se sustenta tanta irracionalidad. El primero es la publicidad, que nos obliga a comprar lo que no necesitamos y, llegado el caso, exige que adquiramos, incluso, lo que nos repugna. El segundo es el crédito, que históricamente ha permitido disponer el dinero que permitía preservar el consumo aún en ausencia de recursos. El tercero es la caducidad de los bienes producidos, claramente programados para que en un período de tiempo breve dejen de funcionar, de tal suerte que nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos. Por detrás de todo ello está, en palabras de Zigmunt Bauman, la certeza de que “una sociedad de consumo sólo puede ser una sociedad de exceso y prodigalidad y, por ende, de redundancia y despilfarro”.

3. ¿Debemos fiarnos de los indicadores económicos que hoy empleamos?

Los indicadores económicos que nos vemos obligados a utilizar, como el Producto Interior Bruto (PIB), han permitido afianzar, en palabras de John Kenneth Galbraith, “una de las formas de mentira social más extendidas”. Pensemos por un instante. Si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar vehículos, etc., y a otro 10% por reparar esas carreteras y vehículos, tendrá el mismo PIB que un país en el que el 20% de sus empleos se consagran a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio.

La mayoría de los indicadores actuales contabiliza como crecimiento -y cabe suponer también que como bienestar-, todo lo que es producción y gasto, incluidas las agresiones medioambientales, los accidentes de tráfico, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, o el gasto militar. Esos mismos indicadores nos dicen, en cambio, del trabajo doméstico, apenas nada en virtud de un código a menudo impregnado de machismo, de puro patriarcado; de la preservación objetiva del medio ambiente, por ejemplo, un bosque con vertido en papel acrecienta el PIB, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la Vida, no computa como riqueza; de la calidad de los sistemas educativos y sanitarios, y en general, de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto, o del incremento del tiempo libre.

De resultas puede afirmarse que la ciencia económica dominante sólo presta atención a lo que se tiene o no se tiene, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo (Franqois Flahault), en un escenario en el que "las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos” (Manfred Linz).

4. ¿No son muchas las razones para contestar el progreso, más aparente que real, que han protagonizado nuestras sociedades durante decenios?

Son muchas, si. Hay que preguntarse, por ejemplo, si no es cierto que en la mayoría de las sociedades occidentales se vivía mejor en el decenio de 1960 que ahora: el número de desempleados era sensiblemente menor, la criminalidad mucho más baja, las hospitalizaciones por enfermedades mentales se hallaban a años luz de las actuales, los suicidios eran infrecuentes y el consumo de drogas escaso. En EE UU, donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1960 se redujo, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaraban sentirse satisfechos. En 2005, un 4.9 por ciento de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26 por ciento que consideraba lo contrario.

Son muchos los expertos que concluyen, en suma, que el crecimiento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la extensión de la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

5. ¿Por qué hay que decrecer?

En los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. "El único programa que necesitamos se resume en una palabra: menos. Meno; trabajo, menos energía, menos materias primas” (Beppo Grillo).

Por detrás de esos imperativos despunta un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Si es evidente que en caso de que un individuo extraiga de sus ahorros, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplea, ello conducirá a la quiebra, parece sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales. Aunque nos movemos si así quiere un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, tanto terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella 10 era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras si ello es imaginable en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En paralelo, no está de más que recordemos que en 2000 se estimaban en 4.1 los años de reservas de petróleo, 70 los de gas y 55 los de uranio.

6. ¿Cuál es la actitud que ante lo anterior exhiben los dirigentes políticos?

Los dirigentes políticos, marcados por un irrefrenable cortoplacismo electoral, prefieren dar la espalda a todos estos problemas. De resultas, y en palabras de Cornelius Castoriadis, "quienes preconizan un cambio radical de la estructura política y social pasan por ser incorregibles utopístas, mientras que los que no son capaces de razonar a dos años vista son, naturalmente realistas”. Todo pensamiento radical y contestarario es tildado inmediatamente de extremista y violento, además de patológico, y por supuesto, utópico, e incluso, infantil.

La idea, supersticiosa, de que nuestros gobernantes tienen soluciones de recambio se completa con la que sugiere que la ciencia resolverá de manera mágica. antes o después, todos estos problemas. No parecería lógico, sin embargo, construir un "rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad" (Mauro Bonaiuti). Más razonable resultaría actuar como lo haría un pater familias diligens, que "se dice a si mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese” (Castoriadis). No es ésta una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro de Medio Ambiente francés: "La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal. Electoralmente insignificante”.

7. ¿Basta, sin más, con reducir determinadas actividades económicas?

A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Simplemente pensando en el fin evidente de las energías no renovables y en los sistemas productivos que se basan en la quema de hidrocarburos. Es preciso reorganizar en paralelo nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recurso frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Los verbos que hoy rigen nuestra vida cotidiana son tener-hacer-ser; si tengo esta o aquello entonces haré esto y seré feliz. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo. O lo que es casi lo mismo, frente al "más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro” hay que contraponer el "más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro“ (Yves Cochet). Debe apostarse, también, por el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas. de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte. Lo local, por añadidura, debe adquirir una rotunda primacía frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Entre las razones que dan cuenta de la opción por esta última están la pésima situación económica, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la urgencia de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente o, en fin, la conciencia de las diferencias alarmantes que existen entre quienes consumen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

Serge Latouche ha resumido el sentido de fondo de estos valores de la mano de ocho re: reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar, reestructurar (adaptar producciones y relaciones sociales al cambio de valores), relocalizar, redistribuir (repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural), reducir (rebajar el impacto de la producción y el consumo), reutilizar (en vez de desprenderse sin más de un sinfín de dispositivos) y reciclar.

8. Estos valores, ¿Son realmente ajenos a la organización de las sociedades humanas?

Los valores que acabamos de reseñar no faltan, en modo alguno, en la organización de las sociedades humanas. Así lo demuestran, al menos, cuatro ejemplos importantes. Si el primero nos recuerda que las prácticas correspondientes tienen una honda presencia en muchas de las tradiciones del movimiento obrero y bien es cierto, en las vinculadas, en particular, con el mundo libertario. La segunda subraya que en una institución central en muchas sociedades, la familia, impera antes la lógica del don y de la reciprocidad que la de la mercancía. La propia economía de cuidados, protagonizada por tantas mujeres y plasmada ante todo en el cuidado amoroso de niños y de ancianos, ilustra en plenitud el buen sentido de los principios que ahora nos interesan. Pero lo social está a menudo presente. También, en lo que despectivamente hemos dado en llamar economía informal. En muchos casos "el objetivo de la producción informal no es la acumulación ilimitada, la producción por la producción. El ahorro, cuando existe, no se destina a la inversión para facilitar una reproducción ampliada, recuerda Latouche. Y está presente en la experiencia histórica de muchas sociedades que no estiman que su felicidad deba vincularse con la acumulación de antes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

9. ¿Qué supondría el decrecimiento en las sociedades opulentas?

Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar -o al menos reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales; el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen, y que hablamos de un escenario de transición hacia la abolición del trabajo asalariado y la mercancía.

10. ¿Es el decrecimiento un proyecto que augura, sin más, la infelicidad a los seres humanos?

El decrecimiento no implica en modo alguno, para la mayoría de los habitantes, un entorno de deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores que atiendan las necesidades insatisfechas, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos y las condiciones del trabajo asalariado, o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.

Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Hay que partir de la certeza de que si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, del capitalismo global que padecemos.

11. ¿Qué argumentos se han formulado para cuestionar la idoneidad del decrecimiento?

Los argumentos vertidos contra el decrecimiento parecen poco relevantes. Se ha señalado, por ejemplo, y contra toda razón, que la propuesta se emite desde el Norte para que sean los países del Sur los que decrezcan materialmente. También se ha sugerido que el decrecimiento es anti-democrático, en franco olvido de que los regímenes que se ha dado en describir como totalitarios nunca han buscado, por razones obvias, reducir sus capacidades militar-industriales. Más bien parece que, muy al contrario, el decrecimiento, de la mano de la autosuficiencia y de la sencillez voluntaria. bebe de una filosofía no violenta y antiautoritaria. La propuesta que nos interesa no remite, por otra parte, a una postura religiosa que reclama una renuncia a los placeres de la vida: reivindica, antes bien una clara recuperación de éstos en un escenario marcado, eso si, por el rechazo de los oropeles del consumo irracional. Por otra parte, no está de más recordar que el actual paradigma del crecimiento ilimitado de una economía capitalista basada en la especulación y la hiperfinanciarización jamás se ha puesto en discusión, ha sido valorado, debatido o votado, por nadie, sino que más bien fue impuesto desde las altas instancias como modelo culmen de las capacidades extractivas que tienen las élites, los poderosos, sobre el resto. Del 1% sobre el 99 restante.

El proyecto de decrecimiento nada acarrea, en suma, de ecologismo tontorrón y asocial: se asienta en el firme designio de combinar el ecologismo fuerte con las luchas sociales de siempre. En esta última dimensión tiene por necesidad que contestar la lógica del capitalismo con el doble propósito de salvar el planeta y salvar la especie humana. No hay decrecimiento plausible, en otras palabras, si no se contestan en paralelo el orden capitalista y su dimensión de explotación, injusticia y desigualdad. Esa tarea no parece difícil: La ecología es subversiva porque pone en cuestión el imaginario capitalista que domina el planeta. Rechaza el motivo central, según el cual nuestro destino estriba en acrecentar sin cesar la producción y el consumo. Muestra el impacto catastrófico de la lógica capitalista sobre el medio natural y sobre la vida de los seres humanos.

12. ¿También deben decrecer los países pobres?

Aunque, con certeza, el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres -está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra-, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, un efecto de reducción del consumo convencional en el Sur.

Para esos países se impone, en la percepción de Latouche, un listado diferente de re: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido, en base a valores como la justicia ecológica y la memoria histórica frente al colonialismo, el imperialismo, el racismo, la esclavitud o la sumisión ante las multinacionales capitalistas.

Llegados a este punto no se puede obviar la evolución de la sociedad a lo largo de la historia y que tras la Revolución Industrial en el Siglo XIX, le ha seguido una Revolución Reproductiva desde la segunda mitad del Siglo XX, a tenor de los estudios de Pérez y McInness. Según estos autores, y en línea de favorecer unos nuevos mecanismos y prácticas productivas, sociales y culturales, la mujer, tras las dos Guerras Mundiales, ha abandonado su tradicional rol, librándose de las tareas domésticas y de cuidados de familiares (fundamentalmente de los niños, es decir, de la siguiente generación), para incorporarse a la esfera pública. Esta fase de Revolución Reproductiva permite una mayor eficacia en el reemplazo de nuevos seres humanos, incorporados a las cadenas de producción. Ahora, al contrario que en el pasado, se incorporan nuevas generaciones a tareas productivas, sin que la anterior haya desaparecido, lo que ha ahonda en el envejecimiento de las sociedades de los países occidentales.

Para ello redefinen el concepto de fecundidad. Primero relacionando dos fenómenos que consideran íntimamente ligados: nacimientos y muertes. Después identificando el abrumador coste que la reproducción, el reemplazo de seres humanos, supone. Llegan a equipararlo a los otros tres sectores productivos, siendo este cuarto el que ha ocupado a la mayor parte de la humanidad (las mujeres) a lo largo de la Historia.

Por último, cuestiona la institución de la familia afirmando que no ha sido debilitada, sino solamente su acepción patriarcal. Esto discute las visiones apocalípticas sobre el envejecimiento de la población y el desmoronamiento de los estados de bienestar. Además, nos da una justificación práctica sobre la necesidad de que el estado colabore,
de forma activa y cuantiosa, en la educación y manutención de las nuevas generaciones.

Esta teoría ha sido aceptada como causa y a la vez efecto, ligado al decrecimiento, puesto que la idea de incorporar a la productividad las tareas que habitualmente han realizado las mujeres, no devengaría inmediatamente en una bajada de los índices de producción, sino más bien la transformación de estos a incorporar actividades imprescindibles, cuantificarlas, y valorarlas como parte indispensable de los procesos productivos.

Por otro lado, es imprescindible señalar y dejar como un punto de partida ineludible como discusión en favor de la igualdad entre géneros y en contra del patriarcado, que un decrecimiento económico no va a venir adherido a la limitación de la capacidad de consumo y mejora del bienestar en los países y sociedades en vías de desarrollo. Además de injusto, sería falaz frenar el desarrollo de cuatro quintas partes de la población mundial, sólo porque desde la élite de la otra parte se plantea un modelo socio-económico que busca la sostenibilidad y la felicidad lejos de los valores clásicos de producción y consumo.

Como nos explica Hans Rosling en su obra Factfulness, debemos ser realistas a la hora de plantear a 5.000 millones de personas que todavía tendrán que "seguir lavando la ropa a mano y trasladarse kilómetros a una fuente de agua para hacerlo", sólo porque "ahora" estemos despertando del sueño de los estados de bienestar insostenibles. Esperar a que los países en vías de desarrollo renuncien al crecimiento económico no es realista. "Quieren lavadoras, luz eléctrica, sistemas de alcantarillado decentes, una nevera en la que almacenar los alimentos, gafas si ven mal, insulina si padecen diabetes y medios de transporte para ir de vacaciones con sus familias tanto como tú y como yo". De lo que se trata es de concierciarnos de la necesidad de incorporar a todos a un mayor bienestar y sostenibilidad, sin perjuicio de los avances tecnológicos y científicos que permiten una mayor y mejor vida. En resumen, se trata de incorporar a la economía todas las actividades beneficiosas e imprescindibles para el mantenimiento de al vida, y valorarlas en su totalidad, incluidos los costes sociales, legales y medioambientales que acarrean, tanto en el momento actual como en el futuro. "Tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a inventar nuevas tecnologías que permitan a 11.000 millones de personas vivir la vida que deberíamos esperar que luchen por lograr. La vida que estamos viviendo ahora en el nivel 4, pero con soluciones más inteligentes" (Hans Rosling).

 

En definitiva, con el decrecimiento se pone en discusión el paradigma aceptado del crecimiento económico como baremo imprescindible para conseguir la felicidad de la población. Las continuas crisis que el capitalismo necesita para seguir funcionando, y las élites para beneficiarse de él, demuestran que el modelo capitalista-neoliberal está agotado. Y que tampoco es sostenible, ni justo plantear un modelo simplemente liberal porque las facturas de los despropósitos de estos años los seguirán pagando otros, no los auténticos responsables. Volviendo a Galbraith es imprescindible adelantarse a la "miopía del desastre", es decir, a la irresponsabilidad de los gestores políticos y económicos que alientan modelos productivos basados en la especulación, el consumismo y el lucro rápido y fácil. Es básico volver a poner en marcha modelos económico y sociales de cercanía, sostenibles e inclusivos, que tengan en cuenta a toda la población y su bienestar, así como a las generaciones futuras en la obligación moral y ética de legarles un patrimonio y un medio ambiente, por lo menos, de la misma cantidad y calidad que el que hemos podido disfrutar nosotros.

 

 

El Manifiesto Comunista. Comentario

  Introducción En 1848 se publicaba el documento político-ideológico y filosófico más trascendental de la Historia de la Human...