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Váis a pensar que soy un exagerado. O me váis a decir que no esta bien generalizar, que una mala experiencia no puede empañar todo un sector, una ciudad y una vivencia. Qué el árbol no me deja ver el bosque. Pero ya van muchos años de sufrir esta mafia y a sus diversos secuaces y personajillos con su cuota de poder correspondiente dedicados exclusivamente a maximizar sus beneficios, dándose a base de soberbia una importancia desmesurada e irreal y llevando con toda su acción (y toda la inacción de las autoridades turísticas de la ciudad) a una bajada del atractivo turístico-hotelero de la ciudad, la degradación de la profesión (tanto a nivel externo como un posible valor característico de la ciudad, como a nivel interno en llevar unas condiciones laborales y personales mucho más penosas y esclavistas) y al hartazgo cada vez mayor de los vecinos de esta Salamanca que ha perdido en los últimos años y de manera salvaje, una de sus señas de identidad: Un ocio nocturno divertido, original, variado, integrador y de calidad.
Y todo esto no es fruto únicamente de mi ya dilatada experiencia por los garitos nocturnos. Contrastada con amigos, conocidos, en foros y redes sociales e incluso con más personas con las que he coincidido a las que he explicado ya lo sucedido bien porque "surgió" el tema (como en otra barra unas horas después con un par de chicas) o incluso porque "se han metido en la conversación". Lo que voy a relatar a continuación ocurrió el pasado sábado noche.
Habíamos salido todos los amigos a disfrutar de la noche, de unas cervezas, hacer una risas y ponernos al día. Nada extraño. Nada nuevo. Como primera parada decidimos meternos en el St. Patrick Museum (Obispo Jardín 1, junto a la Plaza del Mercado). He de decir que aunque apasionado y valedor de la cerveza, este local no me agradaba en absoluto ya antes de lo acontecido. Fundamentalmente, no me gustaban algunos de los "camareros" que por ahí se mueven porque ya había tenido experiencias malas anteriores, pero supongo que podía más la localización del lugar o el hecho de dar una segunda (o tercera) oportunidad a todo el mundo. Aunque me parecía excesivamente oscuro el local, sucio (con cáscaras de los frutos secos que te ofrecen para picar lo cual está bien, por el suelo lo cual esta mal porque podian o recogerlas de vez en cuando o adjuntar un plato para depositarlas apelando al civismo de la plebe). Las mesas nunca están limpias, no se preocupan de pasarle una bayeta. Además el volumén de la música, siempre enlatada, impedía el poder conversar con tus amigos y demás personas, lo cual es uno de los principales valores del espíritu pub británico, e incluso hace un año, y pese a esa naturaleza british, nos negaron a media tarde poner un partido de rugby, por no quitar los videos musicales pop refritos. Vamos que ya teníamos una mala relación de experiencias. Pero seguimos entrando, con lo cual, aquí entono el "mea culpa".
El hecho definitivo, es que el sábado sobre las 12 de la noche entramos. Nos pusimos de acuerdo en que pedir, y me dirigí a la barra mientras mis amigos tomaban asiento. Tras un rato en la barra, los dos camareros que estaban, tenían tarea puesto que atendían a más personas. Yo simplemente esperaba mi turno. En ese momento llega a la barra un personaje que llevo viendo por los bares nocturnos de Salamanca un par de lustros. El típico especimen que fragua aquello "de más vale caer en gracia que ser gracioso", puesto a unas más que nulas capacidades sociales a las que suma cada vez mayor soberbia y chulería, incapaz de mantener la boca cerrada, ya sea porque sólo sabe decir estupideces o porque la morfología de su abultada jeta se lo impide, y que además suma una falta de profesionalidad hostelera salvaje, puesto no vale ni como dj, ni como camarero (ya en otra ocasión le tuve que decir que me sirviera las pintas mejor, porque yo pagaba por una relación espuma-cerveza de 1 a 5, no de 3 a 5), ni mucho menos como portero.
El caso es que este tipejo llega a la barra pregunta quien no está atendido, le interpelo, levantando la mano y le digo que yo no. Soy el único en la barra que lo hace. Me mira. Me ve. Y va a una pareja a mi izquierda a quien atendía uno de sus compañeros. Como le dicen que están atendidos vuelve sobre sus pasos, pasando de mi olímpicamente. Yo ya me voy mosqueando. Coge un par de vasos, una botella los cambia de sitio. Y coge su teléfono movil, para ya directamente ignorarme. Ahí ya me he calentado. Me giro, le digo a uno de mis amigos que me había acompañado hasta la barra, que si nos vamos a otro bar. Dice que sí, puesto que ha visto lo relatado con sus propios ojos. Voy para el resto de mis amigos sentados ya en una mesa y les hago la misma pregunta. No hace falta aclarar nada. Ya se imaginan lo que ha pasado. Se levantan y empezamos a salir en tropel del local.
Yo en ese momento desfilaba hacia la puerta encabezando la procesión y no tenía pensado decir nada. En ese momento al menos, puesto que ya se me había ocurrido pasar por allí una tarde y poner una hoja de reclamaciones para no entrar nunca más. Caminaba hacia el exterior y sentía como este sujeto y otro camarero me miraban con una cara de incredulidad importante. Cuando ya estaba en la puerta, y llegaban mis amigos uno de ellos que si que le había dicho a este personaje "-¡qué no se trata a la gente así!". A lo que este le respondió mandándole a la mierda y llamándolo gilipollas. Y ahí ya se montó. Porque podemos admitir que nos estafen y que jueguen con nuestra salud. Ir a sitios horteras en los que los camareros y camareras o no tienen el certificado de manipulación de alimentos (y que hay que tener, aunque te vayas a dedicar a poner copas en una discoteque) o directamente lo ignoran. Lugares en los que la música es mala y donde no hay música en directo. Podemos aguantar que un portero no te deje entrar en un garito, que ni tiene licencia de discoteca, ni paga la tasa de derecho de admisión (constatado con un par de conocidos que trabajan o han trabajado de portero y no pertecen a la mafia extorsionadora y violenta que en Salamanca domina tal nicho de ocupación). Son muchas cosas las que podemos aguantar en la "noche salmantina", quizás demasiadas y por eso hemos llegado a este momento. Pero tal falta de respeto y educación como la expuesta en el párrafo anterior, no. No, porque el limite para esta situación y perdonar que lo ponga en mayúsculas, PARA CUALQUIER ASPECTO DE LA VIDA, es la dignidad y el respeto a la condición humana, sea cual sea esta.
Por supuesto, después de que nos insultará y nos faltará aún más al respeto, tuvieron que sacarme del local entre mis amigos, porque efectivamente como bien dicen ellos "no merece la pena". Más se pierden ellos. En nuestros encuentros, tumbamos cervezas por no menos de 40€ que seguro que hay "compañeros" suyos de profesión que los aceptarán de buen grado. Evidentemente ya he movilizado en redes sociales, foros de consumidores, buscadores de ocio y viajes mi opinión y consejo contrastado para no acudir a este tugurio. Una vez más y aquí lo dejo bien claro: No vayas al St. Patrick Museum, a menos de que quieras ser tratado como basura.
Pero antes incluso de que nos falten al respeto, como ciudadanos y como clientes y simples consumidores, que es lo que se empeñan en que seamos, debemos reaccionar. La cantidad de tropelías, estafas, engaños y fraudes que sufrimos hoy en día se mantienen y amplían por la conveniencia entre patronales y administraciones para soplar la vela de un sistema económico garantista y abusivo en favor de la cúspide de la pirámide y que según se bajan peldaños de la misma resulta más descorazonador y salvaje.
Y ahora me veo en la obligación de generalizar y poner de manifiesto algo que en múltiples conversaciones en los últimos años ha salido a la palestra. Y no sólo eso sino que ha sido punto de unión en la opinión mayoritaria de vecinos de Salamanca y alrededores y visitantes recurrentes que tengo el privilegio de conocer. Y esa opinión es que la calidad en el ocio nocturno salmantino ha caído, y sigue cayendo, de manera estrepitosa desde 2002.
Se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, y en el caso de la "fiesta de Salamanca" no hay ninguna duda en ello. Desde 2002, año de la capitalidad cultural europea, hasta ahora se ha perdido en originalidad, en frescura y en variedad. Si además le sumamos que todos como ciudadanos hemos asumido inconscientemente el mantra capitalista del individualismo y la diversión facilona y barata, lo que nos surje entre manos es un cóctel en el que lo casposo, cutre, zafio y lesivo sale victorioso para animar el espiritú lucrativo de unos pocos, en perjuicio de otros muchos, tanto clientes, como otros trabajadores y empresarios que entendieron su sustento de una manera más responsable y sostenible buscando la rentabilidad en un modelo más pausado y de calidad.
Todos recordamos una Salamanca que configuraba una genuina mezcla entre un turismo familiar y monumental, con gran riqueza gastronómica y de experiencias con otro más festivo, compuesto en su mayoría por los oriundos y estudiantes, a parte, sobretodo los sábados, de las visitas de una noche o fin de semana de personas que venían de las regiones limitrofes.
Pero eso ya termino. De un tiempo a esta parte se ha impuesto un modelo de negocio basado única y exclusivamente en alcoholizar a la gente de la manera más rápida posible. Se impusieron las ofertas del 2x1 (y hasta el 3x1) y las barras libres, que primero consumían los extranjeros (los "guiris" como dicen los empresarios de la noche) que provocaron el efecto llamada para el resto de clientes y habituales de las noches. De esta manera apareció un efecto dominó en el que primero cayeron las antiguas gerencias de los locales que tenían ese target de negocio. Y cayeron en las mismas manos que ahondó en la puesta en práctica del mismo modelo, convirtiendo lo que antes era variedad y originalidad en un compendió homogéneo de garrafa, intoxicaciones etihílicas y locales iguales tanto en decoración, ambiente y oferta musical.
Así tenemos una noche salmantina en la que un sólo empresario, el tal Tinin, con un sólo modelo de negocio (aunque con un par de variantes en la oferta musical para atrapar a más incautos) está imponiendo las mismas condiciones tanto para clientes a los que limita en su capacidad de decisión, como para otros empresarios a los que canibaliza y condena a la extinción, como para trabajadores, empeorando aún más, las ya denostadas condiciones de la hosteleria, un sector que encima suele ser carne de rebaja y precarización en época de crisis y estafas generalizadas.
En este proceso ha soplado a favor con algunas medidas (promoción y extensión en este formato de negocio a la nochevieja universitaria), tanto la Asociación de Empresarios de la hosteleria de Salamanca (buena banda de tragones, en la que el profesionalismo es la nota discordante), las cámaras de comercio (encantadas de haberse conocido), la inoperante Universidad de Salamanca (sumergida en rectorados cada cual a peor que no sólo se encarga de empeorar las condiciones de los alumnos y la comunidad universitaria en las clases, sino que sigue sin preocuparse en el bienestar de todos ellos en temas tan importantes como vivienda, ocio o transportes). Y por supuesto, no podía faltar, el Ayuntamiento de Salamanca que por oscuros intereses ha permanecido callado y del lado del empresariado sin entrar a poner orden y concierto en sus tareas y competencias tales como higiene y salubridad (en concordancia con la Junta de Castilla y León, deberían de preocuparse de que se sirven en las barras salmantinas), en seguridad y convivencia, donde las actitudes incivicas y de falta de respeto entre todos los actores, están a la orden del día, y en la promoción de un modelo alternativo que no caiga en un turismo de borrachera, donde proliferán los "botellodromos" y "las huelgas de bolis caídos" para los visitantes y la máxima dureza para los vecinos por parte de la policía local; ni tampoco "un turismo de despedidas" que expolea esas actitudes incívicas, saltándose ordenanzas que todos los salmantinos debemos de cumplir, sopena de multa administrativa, aparte de generar conductas de índole sexista, preferentemente machista, sin distinción de si la despedida es de chicas o de chicos.
Pero fue con la ley antibotellón con la que fomentaron esta realidad que hoy tenemos. Se demostró como el gran rival para este tipo de negocio la libertad que como ciudadanos disponíamos para beber en la calle, en cualquier momento y lugar, sin depender de hacerlo cuando nos lo digan y cuando quieran. Entonces, aunque había excesos con el alcohol, obviamente, no eran tan salvajes y continuos como los que ahora se vomitan tras la ingesta en una barra libre. El hecho de la prohibición vía multa, sin ningún tipo de promoción de las alternativas, que la administración ha de desarrollar (y que nadie diga que los programas del tipo "Salamanca a tope" están bien programados y promocionados, porque yo que he participado y colaborado con ellos ya te digo que no es así) y por supuesto, el nulo trabajo en materia de educación y prevención (de un tiempo a esta parte han aumentado los altercados nocturnos y las peleas frutos de borracheras y el sobre consumo de otras sustancias. También logicamente, han aumentado los accidentes e infracciones de tráfico), nos han dejado unas generaciones que no entienden los peligros del alcohol, y no sólo tanto para ponerse al volante, sino en el mensaje que las administraciones dan de que diversión y alcohol van de la mano; algo que es muy beneficioso para los empresaurios del negocio de los bares de copas, pero que tiene un coste terrible para la sociedad.
Yo no quiero una ciudad en la que el turismo sea de despedidas. O de eventos en los que beber sea la única vía para la diversión. Echo de menos cuando cualquier día de la semana y con progresividad de horarios en distintos bares y zonas se ofrecían todo tipo de actividades. Concursos, juegos, monólogos, actuaciones... todavía ahora, hay quienes las mantienen o tratan de volver a ponerlas al orden del día, añadiendo los valores de originalidad y diversidad a esta depauperada noche salmantina. Sin embargo, tenemos despedidas de soltero/a con valores incívicos (gente en ropa interior por las calles, disfraces soeces, actitudes sexistas y sexuales a plena luz del día, ingestas masivas de alcohol y otras sustancias) que alejan el turismo de calidad (gastronómico, cultural y familiar) de más valor añadido y que en conjunto dejan mucho más dinero que al anterior descrito. Se promocionan la nochevieja universitaria y la feria de dia con las casetas de los asociados a la Asociación de Hosteleria, en un mensaje claro de que os váis a divertir cuando queramos nosotros, y siempre pagando por ello.
Como ves, empece hablando de algo que me ha ocurrido y lo he relacionado con algo que nos ha pasado a todos, y de lo que ya tenía ganas de escribir. Todos somos responsables por haber entrado en su juego por el que mutamos de ciudadanos a simples consumidores. Hemos perdido la capacidad y actitud crítica y proactiva para favorecer el enriquecimiento de sujetos sin ningún talento especial salvo el que desarrollan para lucrarse lo máximo posible con el mínimo esfuerzo. Sin embargo, si acudes al St. Patrick Museum y te ocurre algo parecido a lo que yo viví el pasado sábado, la culpa será tuya puesto que ya has quedado avisado. Yo me cuidaré de no volverlo a hacer.
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