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lunes, 20 de febrero de 2023

Ir al cine: Un suplicio


 

Ayer decidimos ir al cine a ver As Bestas la formidable y más que recomendable película de Rodrigo Sorogoyen. Y si ahora tengo que ponerme a la tarea de juntar unas letras con un poco de coherencia y sentido, no es por comentar y dar trascendencia a la película, que claramente me ha impactado y sugerido muchas cosas, y sí dar salida al notable cabreo que llevo encima.

Ir al cine ha sido el acto social más común por el que la cultura de masas, pero también el arte, se han acercado a las clases trabajadoras. Al menos desde finales de los años 50 para acá, hasta hace un puñado de años. Normalmente era el acontecimiento semanal de esparcimiento y socialización más importante para las familias, pero también para las parejas, de cualquier edad y la forma de acercarse a mundos distintos al de la rutina.

Sin embargo, hoy en día esa función se ha disipado totalmente. No debería ser malo per se, porque hay que ser consciente de que las sociedades cambian, sus ritmos varían y la naturaleza y el sentido de las cosas, ni se transmiten, ni perduran del mismo modo según pasa el tiempo y las generaciones. El problema estalla cuando el acto de ir al cine se convierte en un tormento que desluce el buen desempeño que una película en concreto pueda tener. Esto aunque no nos pasó anoche y As Bestas reluce por encima de todo lo demás, de mala gana nos quitó parte del disfrute de la obra.

Cada vez voy menos al cine. Y no de ahora. Y no sólo yo. Muchos de mis conocidos y desde hace algunos años pasamos a contar con los dedos de una mano las veces que vamos al cine al año. A veces ni alzamos dedos. Habrá que analizar por qué.

Lo primero de todo es el mero de hecho de encontrar una película que sea atractiva para poder ser vista ante el estreno y en formato grande, de cine. Para rescatar una obra que me pueda siquiera medio seducir, antes hay que descartar cientos de pelis instranscendentes. La película clónica de superheroes de cada semana. El mismo guión sobre el mismo croma verde, con efectos digitales y de sonido pensados para idiotizar al personal. El shump estalla tras los bufles en nuestros oídos, aturdiéndonos con la única intención de evitar que reflexionemos sobre la inconsistencia de la historieta que estamos viendo y el absurdo del planteamiento manido y ya trillado hasta la saciedad. También hay que evitar la comedia bobalicona y la comedia de gracietas con el famoso de televisión. Bochorno en cantidades industriales. Y por último, no menos evitables son la catarata de películas pretenciosas que lo que realmente buscan es facturar ego, y principalmente beneficios a costa de otra sarta de posturetas que se creen la quinta esencia del arte.

Si se encuentra la película que a priori reúne las condiciones necesarias como para molestarse a ir al cine el siguiente paso es desplazarse hasta la sala. Se trata de ir al lugar donde han quedado ya la práctica totalidad de cines en nuestras ciudades. Alojados en los asquerosos centros comerciales, monumentos al consumo masivo y a la irracionalidad del capitalismo a la que se han sumado como buen rebaño, la mayoría de la población. En ese espacio la transmutación del hecho cultural de ver cine se escenifica a la transacción económica que es para lo que han quedado las películas. La socialización ni se busca, ni se desea, menos aún se la espera, porque toda confraternización es susceptible de provocar algaradas y tumultos. La liturgia previo paso por caja es hacer cola. Hacer cola al coger la salida y rotondas al dichoso centro comercial. Hacer cola al aparcar. Hacer cola al coger la entrada, ir al baño y si quieres una botella de agua.

En este punto, no está de más indicar que ya estoy hasta las narices, y ya me ha pasado en otros tipos de establecimientos, de tener que esperar a que el dependiente termine de actualizar sus privadas comunicaciones sociales de su móvil. Si tan ocupado está, en la cola del paro tendrá tiempo de sobra para atender al pedulante whatsapp entrante, la actualización que no puede esperar o a la interacción que parece tiene segundo de caducidad. Pero en el trabajo no, cojones.

Pasemos a la sala. De acuerdo que vi As Bestas en una sala de un multicine de una pequeña ciudad no capital de provincia, pero ¿en serio crees qué es buena idea poner esta película, inmediatamente después de la proyección de una película infantil? ¿te parece normal juntar en el mismo espacio y casi en el mismo tiempo a los dos tipos de público más distinto que se te van a juntar? Sin ni tan siquiera tener 5 minutos para limpiar la sala.

Esa es otra. A ver, gente que vais a los cines: Palomitas no. Jamás. Nunca.

Ya lo he dicho. El alimento o aperitivo más sobre valorado de la historia. No es ya que tengan un sabor repulsivo, que lo tienen, o que sea un atraco pagar por semejante bazofia. Es lo que atenta al resto que tienen que sufriros, joder. Me importa un huevo de escarabajo lo que os metáis en la boca, pero por qué coño si voy a ver una película tengo que aguantar el murmullo de la mano hurgando en el vaso de cartón, el ruido de masticar papel revenido, de tragar manteca rancia. Qué ya es un drama tener que soportar el hedor del aliento palomitero (si va regado con refrescos azucarados la cosa induce al vómito), contra más no poder disfrutar del sonido de la película, diálogos incluidos, porque haya unos gañanes deglutiendo una basura cuqui. O notar como los zapatos se pegan al suelo ante las pisadas grasientas, o como las manos quedan embadurnadas al entrar en contacto con las butacas, los pasamanos y manillares de las puertas Y eso por no hablar de cuando las viandas son patatas en bolsa, nachos con queso, gominolas y otra sarta de guarrerías que por salud deberían estar prohibidas, pero que por buen gusto y vivir en sociedad tendrían que llevaros a la tortura medieval.

A un cine debería de valerle con la película para ser rentable y pagar a sus trabajadores decentemente, incluido aquel personal que vele por la seguridad y el disfrute de los que van a ver una película.

Para continuar metiéndome con el populacho podemos hablar de las pintas en bambas, en chándals y con gorras, que dan auténtico asco, premios compartidos al mal gusto y la chabacanería. Por supuesto, que no se trata en ir al cine de gala, pero entre ir al gimnasio e ir al cine, un armario que se precie debería tener varios separadores, y su dueño o dueña o dueñe, ser capaz de deducir qué atuendo es más acorde a la situación social que va a vivir.

Y el puto móvil qué. Vuelvo al tema del smartphone del que se ve que no sois capaces de despegaros ni dos putas horas. Estoy hasta los huevos de ir al cine y tener que sufrir cada dos por tres, el timbrecito de la notificación entrante. Que pongáis la luz para leer la chorrada que ha llegado o para iluminar el suelo y la butaca porque habéis perdido una lentilla, el himen o un diente de cremallera.

Cuando los teléfonos estaban atados los libres éramos nosotros, no como ahora que no podéis pasar sin mirar la pantalla por si os ha escrito algún miserable como vosotros. Y cuando los móviles eran zapatofonos el aviso a la entrada de la sala era contundente y tajante: Teléfonos apagados. Y se respetaba coño. Y si no puedes ir a ver una película porque necesitas, por vicio, necesidad o imbecilidad, estar constantemente pegado al teléfono te quedas en tu casa, que telemierda y antenabazofia siempre maquinan una programación ajustada para tu gusto.

Y qué me decís de los comentaristas durante la película. Que está claro, ¡faltaría más!, que todo el mundo hace un comentario o una broma con la persona que le acompaña, pero a un volumen adecuado, lindando con el susurro y de forma muy esporádica. Nadie va al cine y pide que le conecten la pista con los comentarios del director para cada escena y cada diálogo. Si no me interesa lo que pueda querer decirme directamente el realizador, cómo me va a importar lo que opine un matao cualquiera.

Qué no estáis solos en el cine, cojones. Qué compartís un espacio con más personas, y que vuestra libertad, termina donde empieza la mía, y viceversa, y en ambos casos, el umbral lo marca el disfrute de todo lo que ofrece la película y la experiencia de verla en el cine.

No puedo tampoco olvidar el hecho de ver una película fantástica con una ambientación sobresaliente y donde el audio, tanto con los silencios, los tonos en los diálogos, la música y el propio sonido ambiente, es parte decisiva del entendimiento y disfrute de la obra en su totalidad. Para que tuviéramos una peor sensación también ayudó el tener una sala indebidamente insonorizada y que se fuera colando el audio de la sala de al lado. Para coronar la proyección, encender las luces justo en la escena final pretendía hacerme rabiar con la película de Sorogoyen. Por fortuna no lo consiguieron.

Está claro que el mundo cambia y las costumbres y rutinas lo hacen a través del tiempo y de las generaciones. No sé en qué punto se ha borrado la educación, el respeto y el saber estar de las interacciones sociales. Cuando estos comportamientos que facilitaban vivir en sociedad y garantizaban que podías salir de casa, cambiar la rutina y disfrutar de las cosas buenas de la vida se cambiaron y se esfumaron.

Tengo claro que el individualismo exacerbado en el que vivimos, en este ultraliberalismo depredador y egoísta y en un capitalismo atroz funciona eliminando lo que nos convierte en seres sociales, los comportamientos más intrínsecos del ser humano, para tenernos atomizados e idiotizados. Con miedo y más y más necesidades continuas, imposibles de satisfacer. Pero que ya no puedas ir al cine a ver una película sin que te molesten me parece el colmo de una pseudo sociedad que se va a la basura. De esto en parte también habla As Bestas.

Hoy en día, los cines están condenados. Van a ser un espacio del pasado. Una sala de un museo, físico o virtual, donde antiguamente se reunía la gente para ver películas. ¿Quién va a querer ir a un cine a pasar un mal rato?

Ahora tienes casi, instantáneamente las películas de estreno (o estrenos directamente) en las plataformas al acceso en tu casa gracias a la línea de internet. Ya no hay que descargarlas (bien han hecho en cargarse millones de servidores que permitían aquel añorado lujo) y las puedes ver con las mejores calidades que la tecnología digital -y poder pagárselo- pueden permitir. Si quieres tumbarte en el sofá de tu casa puedes hacerlo. Si apetece taparse con una manta y meterse mano con tu pareja no hay problema. Si queremos cenar guarrerías o picotear frutos secos viendo la película no pasa nada porque es mi sofá, mi casa y yo limpiaré mi mierda. Y si tenemos que parar la película para ir al baño, contestar al móvil o lo que sea, lo hacemos y no molestamos a nadie. Contra esto es muy difícil que los cines puedan competir, más aún, en el caso de personas que quizás buscamos películas buenas, originales, que nos diviertan y que nos hagan pensar un poquito. Son dos formas de consumir cine totalmente distintas que coinciden en el mismo producto (el cine, y más una película concreta) y que no pueden competir. Porque las comodidades de estar en tu casa sin que nadie te moleste bien valen el hecho de esperar a que el ansiado estreno llegué a casa o a que lo tengamos que ver en un salón pequeño y en una televisión convencional.

Frente a esto, las empresas que poseen los cines (un oligopolio) han decidido apostar todo a una carta: el consumo. Junto a las productoras y distribuidoras tienes una batería semanal de películas infantiles y de blockbusteres de superheroes para aburrir. Ahí tenéis las dos categorías principales del cine hoy en día. Si te sales de estos márgenes vas a tener problemas. Y si reclamas unas condiciones mínimas, que en el caso de las personas con las que he hablado este tema van en que no te estorben el resto de espectadores para poder disfrutar una película te puedes dar por jodido (o jodida, o jodide).

Por cierto, una última cosa. Antes de que alguien salga con el manido paternalismo y el choque generacional de andar por casa, decirle que en la sala en la que se proyectó As Bestas anoche en Alcoy, éramos 12 o 15 personas. Y las dos más jóvenes éramos mi chica y yo que rondamos los 40. Ahí había una buena sarta de boomers dando por culo y comportándose como críos de parvulario y como cerdos de cochiquera.

miércoles, 13 de agosto de 2014

La degradación total de la Noche salmantina

Imagen desde google.plus


Váis a pensar que soy un exagerado. O me váis a decir que no esta bien generalizar, que una mala experiencia no puede empañar todo un sector, una ciudad y una vivencia. Qué el árbol no me deja ver el bosque. Pero ya van muchos años de sufrir esta mafia y a sus diversos secuaces y personajillos con su cuota de poder correspondiente dedicados exclusivamente a maximizar sus beneficios, dándose a base de soberbia una importancia desmesurada e irreal y llevando con toda su acción (y toda la inacción de las autoridades turísticas de la ciudad) a una bajada del atractivo turístico-hotelero de la ciudad, la degradación de la profesión (tanto a nivel externo como un posible valor característico de la ciudad, como a nivel interno en llevar unas condiciones laborales y personales mucho más penosas y esclavistas) y al hartazgo cada vez mayor de los vecinos de esta Salamanca que ha perdido en los últimos años y de manera salvaje, una de sus señas de identidad: Un ocio nocturno divertido, original, variado, integrador y de calidad.

Y todo esto no es fruto únicamente de mi ya dilatada experiencia por los garitos nocturnos. Contrastada con amigos, conocidos, en foros y redes sociales e incluso con más personas con las que he coincidido a las que he explicado ya lo sucedido bien porque "surgió" el tema (como en otra barra unas horas después con un par de chicas) o incluso porque "se han metido en la conversación". Lo que voy a relatar a continuación ocurrió el pasado sábado noche.

Habíamos salido todos los amigos a disfrutar de la noche, de unas cervezas, hacer una risas y ponernos al día. Nada extraño. Nada nuevo. Como primera parada decidimos meternos en el St. Patrick Museum (Obispo Jardín 1, junto a la Plaza del Mercado). He de decir que aunque apasionado y valedor de la cerveza, este local no me agradaba en absoluto ya antes de lo acontecido. Fundamentalmente, no me gustaban algunos de los "camareros" que por ahí se mueven porque ya había tenido experiencias malas anteriores, pero supongo que podía más la localización del lugar o el hecho de dar una segunda (o tercera) oportunidad a todo el mundo. Aunque me parecía excesivamente oscuro el local, sucio (con cáscaras de los frutos secos que te ofrecen para picar lo cual está bien, por el suelo lo cual esta mal porque podian o recogerlas de vez en cuando o adjuntar un plato para depositarlas apelando al civismo de la plebe). Las mesas nunca están limpias, no se preocupan de pasarle una bayeta. Además el volumén de la música, siempre enlatada, impedía el poder conversar con tus amigos y demás personas, lo cual es uno de los principales valores del espíritu pub británico, e incluso hace un año, y pese a esa naturaleza british, nos negaron a media tarde poner un partido de rugby, por no quitar los videos musicales pop refritos. Vamos que ya teníamos una mala relación de experiencias. Pero seguimos entrando, con lo cual, aquí entono el "mea culpa".

El hecho definitivo, es que el sábado sobre las 12 de la noche entramos. Nos pusimos de acuerdo en que pedir, y me dirigí a la barra mientras mis amigos tomaban asiento. Tras un rato en la barra, los dos camareros que estaban, tenían tarea puesto que atendían a más personas. Yo simplemente esperaba mi turno. En ese momento llega a la barra un personaje que llevo viendo por los bares nocturnos de Salamanca un par de lustros. El típico especimen que fragua aquello "de más vale caer en gracia que ser gracioso", puesto a unas más que nulas capacidades sociales a las que suma cada vez mayor soberbia y chulería, incapaz de mantener la boca cerrada, ya sea porque sólo sabe decir estupideces o porque la morfología de su abultada jeta se lo impide, y que además suma una falta de profesionalidad hostelera salvaje, puesto no vale ni como dj, ni como camarero (ya en otra ocasión le tuve que decir que me sirviera las pintas mejor, porque yo pagaba por una relación espuma-cerveza de 1 a 5, no de 3 a 5), ni mucho menos como portero.

El caso es que este tipejo llega a la barra pregunta quien no está atendido, le interpelo, levantando la mano y le digo que yo no. Soy el único en la barra que lo hace. Me mira. Me ve. Y va a una pareja a mi izquierda a quien atendía uno de sus compañeros. Como le dicen que están atendidos vuelve sobre sus pasos, pasando de mi olímpicamente. Yo ya me voy mosqueando. Coge un par de vasos, una botella los cambia de sitio. Y coge su teléfono movil, para ya directamente ignorarme. Ahí ya me he calentado. Me giro, le digo a uno de mis amigos que me había acompañado hasta la barra, que si nos vamos a otro bar. Dice que sí, puesto que ha visto lo relatado con sus propios ojos. Voy para el resto de mis amigos sentados ya en una mesa y les hago la misma pregunta. No hace falta aclarar nada. Ya se imaginan lo que ha pasado. Se levantan y empezamos a salir en tropel del local.

Yo en ese momento desfilaba hacia la puerta encabezando la procesión y no tenía pensado decir nada. En ese momento al menos, puesto que ya se me había ocurrido pasar por allí una tarde y poner una hoja de reclamaciones para no entrar nunca más. Caminaba hacia el exterior y sentía como este sujeto y otro camarero me miraban con una cara de incredulidad importante. Cuando ya estaba en la puerta, y llegaban mis amigos uno de ellos que si que le había dicho a este personaje "-¡qué no se trata a la gente así!". A lo que este le respondió mandándole a la mierda y llamándolo gilipollas. Y ahí ya se montó. Porque podemos admitir que nos estafen y que jueguen con nuestra salud. Ir a sitios horteras en los que los camareros y camareras o no tienen el certificado de manipulación de alimentos (y que hay que tener, aunque te vayas a dedicar a poner copas en una discoteque) o directamente lo ignoran. Lugares en los que la música es mala y donde no hay música en directo. Podemos aguantar que un portero no te deje entrar en un garito, que ni tiene licencia de discoteca, ni paga la tasa de derecho de admisión (constatado con un par de conocidos que trabajan o han trabajado de portero y no pertecen a la mafia extorsionadora y violenta que en Salamanca domina tal nicho de ocupación). Son muchas cosas las que podemos aguantar en la "noche salmantina", quizás demasiadas y por eso hemos llegado a este momento. Pero tal falta de respeto y educación como la expuesta en el párrafo anterior, no. No, porque el limite para esta situación y perdonar que lo ponga en mayúsculas, PARA CUALQUIER ASPECTO DE LA VIDA, es la dignidad y el respeto a la condición humana, sea cual sea esta.

Por supuesto, después de que nos insultará y nos faltará aún más al respeto, tuvieron que sacarme del local entre mis amigos, porque efectivamente como bien dicen ellos "no merece la pena". Más se pierden ellos. En nuestros encuentros, tumbamos cervezas por no menos de 40€ que seguro que hay "compañeros" suyos de profesión que los aceptarán de buen grado. Evidentemente ya he movilizado en redes sociales, foros de consumidores, buscadores de ocio y viajes mi opinión y consejo contrastado para no acudir a este tugurio. Una vez más y aquí lo dejo bien claro: No vayas al St. Patrick Museum, a menos de que quieras ser tratado como basura.

Pero antes incluso de que nos falten al respeto, como ciudadanos y como clientes y simples consumidores, que es lo que se empeñan en que seamos, debemos reaccionar. La cantidad de tropelías, estafas, engaños y fraudes que sufrimos hoy en día se mantienen y amplían por la conveniencia entre patronales y administraciones para soplar la vela de un sistema económico garantista y abusivo en favor de la cúspide de la pirámide y que según se bajan peldaños de la misma resulta más descorazonador y salvaje.

Y ahora me veo en la obligación de generalizar y poner de manifiesto algo que en múltiples conversaciones en los últimos años ha salido a la palestra. Y no sólo eso sino que ha sido punto de unión en la opinión mayoritaria de vecinos de Salamanca y alrededores y visitantes recurrentes que tengo el privilegio de conocer. Y esa opinión es que la calidad en el ocio nocturno salmantino ha caído, y sigue cayendo, de manera estrepitosa desde 2002.

Se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, y en el caso de la "fiesta de Salamanca" no hay ninguna duda en ello. Desde 2002, año de la capitalidad cultural europea, hasta ahora se ha perdido en originalidad, en frescura y en variedad. Si además le sumamos que todos como ciudadanos hemos asumido inconscientemente el mantra capitalista del individualismo y la diversión facilona y barata, lo que nos surje entre manos es un cóctel en el que lo casposo, cutre, zafio y lesivo sale victorioso para animar el espiritú lucrativo de unos pocos, en perjuicio de otros muchos, tanto clientes, como otros trabajadores y empresarios que entendieron su sustento de una manera más responsable y sostenible buscando la rentabilidad en un modelo más pausado y de calidad.

Todos recordamos una Salamanca que configuraba una genuina mezcla entre un turismo familiar y monumental, con gran riqueza gastronómica y de experiencias con otro más festivo, compuesto en su mayoría por los oriundos y estudiantes, a parte, sobretodo los sábados, de las visitas de una noche o fin de semana de personas que venían de las regiones limitrofes.

Pero eso ya termino. De un tiempo a esta parte se ha impuesto un modelo de negocio basado única y exclusivamente en alcoholizar a la gente de la manera más rápida posible. Se impusieron las ofertas del 2x1 (y hasta el 3x1) y las barras libres, que primero consumían los extranjeros (los "guiris" como dicen los empresarios de la noche) que provocaron el efecto llamada para el resto de clientes y habituales de las noches. De esta manera apareció un efecto dominó en el que primero cayeron las antiguas gerencias de los locales que tenían ese target de negocio. Y cayeron en las mismas manos que ahondó en la puesta en práctica del mismo modelo, convirtiendo lo que antes era variedad y originalidad en un compendió homogéneo de garrafa, intoxicaciones etihílicas y locales iguales tanto en decoración, ambiente y oferta musical.

Así tenemos una noche salmantina en la que un sólo empresario, el tal Tinin, con un sólo modelo de negocio (aunque con un par de variantes en la oferta musical para atrapar a más incautos) está imponiendo las mismas condiciones tanto para clientes a los que limita en su capacidad de decisión, como para otros empresarios a los que canibaliza y condena a la extinción, como para trabajadores, empeorando aún más, las ya denostadas condiciones de la hosteleria, un sector que encima suele ser carne de rebaja y precarización en época de crisis y estafas generalizadas.

En este proceso ha soplado a favor con algunas medidas (promoción y extensión en este formato de negocio a la nochevieja universitaria), tanto la Asociación de Empresarios de la hosteleria de Salamanca (buena banda de tragones, en la que el profesionalismo es la nota discordante), las cámaras de comercio (encantadas de haberse conocido), la inoperante Universidad de Salamanca (sumergida en rectorados cada cual a peor que no sólo se encarga de empeorar las condiciones de los alumnos y la comunidad universitaria en las clases, sino que sigue sin preocuparse en el bienestar de todos ellos en temas tan importantes como vivienda, ocio o transportes). Y por supuesto, no podía faltar, el Ayuntamiento de Salamanca que por oscuros intereses ha permanecido callado y del lado del empresariado sin entrar a poner orden y concierto en sus tareas y competencias tales como higiene y salubridad (en concordancia con la Junta de Castilla y León, deberían de preocuparse de que se sirven en las barras salmantinas), en seguridad y convivencia, donde las actitudes incivicas y de falta de respeto entre todos los actores, están a la orden del día, y en la promoción de un modelo alternativo que no caiga en un turismo de borrachera, donde proliferán los "botellodromos" y "las huelgas de bolis caídos" para los visitantes y la máxima dureza para los vecinos por parte de la policía local; ni tampoco "un turismo de despedidas" que expolea esas actitudes incívicas, saltándose ordenanzas que todos los salmantinos debemos de cumplir, sopena de multa administrativa, aparte de generar conductas de índole sexista, preferentemente machista, sin distinción de si la despedida es de chicas o de chicos.

Pero fue con la ley antibotellón con la que fomentaron esta realidad que hoy tenemos. Se demostró como el gran rival para este tipo de negocio la libertad que como ciudadanos disponíamos para beber en la calle, en cualquier momento y lugar, sin depender de hacerlo cuando nos lo digan y cuando quieran. Entonces, aunque había excesos con el alcohol, obviamente, no eran tan salvajes y continuos como los que ahora se vomitan tras la ingesta en una barra libre. El hecho de la prohibición vía multa, sin ningún tipo de promoción de las alternativas, que la administración ha de desarrollar (y que nadie diga que los programas del tipo "Salamanca a tope" están bien programados y promocionados, porque yo que he participado y colaborado con ellos ya te digo que no es así) y por supuesto, el nulo trabajo en materia de educación y prevención (de un tiempo a esta parte han aumentado los altercados nocturnos y las peleas frutos de borracheras y el sobre consumo de otras sustancias. También logicamente, han aumentado los accidentes e infracciones de tráfico), nos han dejado unas generaciones que no entienden los peligros del alcohol, y no sólo tanto para ponerse al volante, sino en el mensaje que las administraciones dan de que diversión y alcohol van de la mano; algo que es muy beneficioso para los empresaurios del negocio de los bares de copas, pero que tiene un coste terrible para la sociedad.

Yo no quiero una ciudad en la que el turismo sea de despedidas. O de eventos en los que beber sea la única vía para la diversión. Echo de menos cuando cualquier día de la semana y con progresividad de horarios en distintos bares y zonas se ofrecían todo tipo de actividades. Concursos, juegos, monólogos, actuaciones... todavía ahora, hay quienes las mantienen o tratan de volver a ponerlas al orden del día, añadiendo los valores de originalidad y diversidad a esta depauperada noche salmantina. Sin embargo, tenemos despedidas de soltero/a con valores incívicos (gente en ropa interior por las calles, disfraces soeces, actitudes sexistas y sexuales a plena luz del día, ingestas masivas de alcohol y otras sustancias) que alejan el turismo de calidad (gastronómico, cultural y familiar) de más valor añadido y que en conjunto dejan mucho más dinero que al anterior descrito. Se promocionan la nochevieja universitaria y la feria de dia con las casetas de los asociados a la Asociación de Hosteleria, en un mensaje claro de que os váis a divertir cuando queramos nosotros, y siempre pagando por ello.

Como ves, empece hablando de algo que me ha ocurrido y lo he relacionado con algo que nos ha pasado a todos, y de lo que ya tenía ganas de escribir. Todos somos responsables por haber entrado en su juego por el que mutamos de ciudadanos a simples consumidores. Hemos perdido la capacidad y actitud crítica y proactiva para favorecer el enriquecimiento de sujetos sin ningún talento especial salvo el que desarrollan para lucrarse lo máximo posible con el mínimo esfuerzo. Sin embargo, si acudes al St. Patrick Museum y te ocurre algo parecido a lo que yo viví el pasado sábado, la culpa será tuya puesto que ya has quedado avisado. Yo me cuidaré de no volverlo a hacer.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...