"Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, entonces aún hay posibilidades de cambiar las cosas".
Esta
cita de Noam Chomsky
es la declaración de intenciones con la que se plantea Captain
Fantastic.
Y no sólo con la trascendencia de la frase, sino con la figura del
personaje, sin duda, el pensador más influyente de la izquierda
contemporánea estadounidense, que aparece constante en una película
pretendidamente familiar, con tonos de humor, y que se mueve bajo
alguno de los lugares comunes más propios del cine
indie americano
(trastorno, familias desestructuradas y problemas mentales). Pero que
además pretende ser un blockbuster
capaz de competir, y con éxito, con las películas de super héroes
que parece ser la propuesta única de Hollywood hoy en día.
Esta
declaración filosófica sirve para abordar muchos de los problemas
de la sociedad
norteamericana, imbuida en un capitalismo y un conservadurismo extremos.
Así, se hace una presentación de no pocos problemas que esta
corriente está provocando en Estados Unidos y en su sociedad:
obesidad, adicción a la tecnología, la pereza intelectual y
cultural, los problemas del sistema educativo, el desarraigo social y
con el entorno... Todo ello dentro de una composición que pasa con
éxito por ser una película
(producto capitalista cada vez más exento de arte) de
entretenimiento abierta a un público de masas, habitualmente ajeno a
debates políticos y filosóficos, lo que supone en si misma, un
hecho revolucionario,
coronado lógicamente por el discurso critico y alternativo que
contiene.
La
película plantea un viaje, como una road
movie, físico pero sobre todo existencial, de la
familia. Desde el bosque, como lugar de partida, hasta una inevitable
vuelta a la "sociedad", con los conflictos e interacciones
que provoca en cada uno de los personajes. Todo ello producto de las
respuestas y distintos estados emocionales que los miembros de la
familia protagonista tienen ante una dolorosa tragedia.
El
conductor del autobús y de la línea argumental de la película es
el personaje de Viggo
Mortensen
que ha de enfrentarse a las interacciones sociales impuestas por la
sociedad actual y sobre todo estadounidense y de las que huyo en el
pasado, harto y extenuado. Ya sea en una autopista, un supermercado o
en un funeral en una iglesia, su personaje, Ben Cash tiene que hacer
de tripas corazón para soportar el estado de las cosas donde el
extremo
individualismo y el consumismo,
como
pilares de la fase ultra liberal del capitalismo,
y la angustiosa
hipocresía que el exceso de puritanismo exhibe en el catolicismo,
han convertido el mundo y a las personas, sin importar la ética y la
naturaleza, en un lugar detestable del que es imprescindible huir.
Y
para colmo, el enfrentamiento ante el autoritarismo y el oficialismo,
encarnados en el personaje de su suegro, con gran interpretación del
veterano Frank Langella.
Éste, un ex militar de alta graduación es la antítesis del
personaje principal con una respuesta en valores y ética
diametralmente opuesta, lo que provocará, como es lógico, el
enfrentamiento.
Frente
a la autarquía de la familia, sostenible y responsable con su
entorno, donde lo más importante es el crecimiento
filosófico
y el entrenamiento
físico
de todos los integrantes, ya sean adultos, adolescentes o niños, sin
ningún tipo de distinción tampoco en el género, aparece la voz
altisonante del abuelo, machista y acaudalado que juega con su
posición social para presionar e imponer su razón.
Con
este planteamiento es importante observar los debates morales y
éticos que Viggo Mortensen tiene para tratar de ser coherente
con su forma de vida
(decisión lógica ante el asqueo que le produce el "estado de
las cosas") y su responsabilidad como padre.
Es
un choque
generacional,
pero ante todo es un choque
político
entre el anarquismo
y las posiciones
más ultras del conservadurismo americano
(religión, bandera, machismo, supremacía blanca y por encima de
todo esto, el capitalismo y el estatus social que genera).
También
es importante destacar el tratamiento que la película hace de dos
temas que son tabú en nuestro día a día y que aquí funcionan como
desencadenantes de la historia: Las
enfermedades mentales
y el suicidio.
Con
el personaje latente, de la madre, y su trastorno bipolar y posterior
suicidio se contrasta la naturalidad con la que la familia, desde su
retiro y exilio, los abordan, frente a la respuesta plagada de
vergüenza y estigmatización
con la que su familia que sigue en el mundo convencional lo trata.
Impacta
ver como se habla con naturalidad tanto la enfermedad mental que
sufre la madre de la familia, como sobre todo, su suicidio, una lacra
social absolutamente tapiada por los medios de comunicación de masas
y la religión, incapaces quizás por interés, de tratar
abiertamente este tema que está mostrándose como una respuesta, a
la que se está abocando a cada vez más personas debido al extremo
individualismo y soledad en el que nos movemos.
Encontrar
en una película supuestamente comercial, un tratamiento
tan abierto y natural del suicidio,
nos debe servir a todos para hacer nuestra composición mental ante
el hecho, y así exigir un cambio en nuestra respuesta como
individuos y como sociedad, fundamentalmente para evitar que alguien
cercano a nosotros, tome ese camino, pero también si se produce
finalmente para analizarlo y tratarlo con respeto, solidaridad y
veracidad.
El
guionista y director, Mark
Ross
compone una fábula moral que critica el mundo occidental actual y
que expone una alternativa, quizás la más subversiva posible:
Abandonar
la sociedad,
refugiarse
en el bosque
como vuelta física y espiritual a la naturaleza y crear una familia,
criar a tus hijos al margen de la ciudadanía, fuera de espacios y
comodidades urbanas así como de relaciones con semejantes,
aislándolos; enseñarles por ti mismo, cultura, filosofía
e historia,
ciencias
y matemáticas;
supervivencia
física e intelectual y recuperando el libro como elemento físico de
empoderamiento. Una renuncia
al capitalismo
y una llamada al otro gran pensador de izquierdas americano, siempre
presente con su Desobediencia
civil y
su Walden,
Henry
David Thoreau.
Así
con recursos estéticos como el autobús en el que inician el viaje a
la ciudad, o la estética hippie
con la que entran en el funeral; con una maravillosa fotografía que
sobresale, especialmente en las escenas en el vivo
y salvaje bosque de Oregón;
y también narrativos, como los entrenos físicos y el aprendizaje,
el rito iniciático del hijo mayor, o el relato de la aventura sexual
de éste (que sobraba a mi juicio del metraje) Ross plantea en tu
cabeza la reflexión y el análisis sobre la sociedad actual
(occidental), su sistema de valores y prioridades, y sobre todo nos
invita a imaginar y por qué no, a abordar
nuestra propia emancipación.
Mención
especial a las interpretaciones con un solvente Viggo
Mortensen
que dota de dureza y fragilidad a todos sus personajes, pero que aquí
es capaz de trasladar el conflicto moral entre su coherencia y su
responsabilidad. También, como decía más arriba, Frank Langella.
Y por supuesto los niños, la prole de Ben Cash, donde a mi juicio
destacan George Mackay interpretando al mayor y las dos hijas adolescentes, Annalise Basso en un papel con
mucha exigencia física, y Samantha Isler, que expone una prodigiosa voz en el
climax narrativo de la cinta: la versión "a
capella"
del Sweet
Child O'Mine
con el que despiden a la madre.
Y
es que la música, es otro personaje más con una banda sonora primorosa que funciona como un sutil repaso a alguno de los himnos
del rock
americano
de los 60, 70 y 80 y también a temas de la música barroca de Bach y que dejó aquí para vuestro disfrute.
Todo
este retrato genera una joya que inexorablemente se va a convertir en
una película
de culto;
una obra de referencia del cine social, reivindicativo y alternativo:
Captain Fantastic.
Una película dura por el impacto emocional que propone que termina
inevitablemente por la
reflexión del espectador
ante su propio mundo, su concepción de la libertad y el libre
albedrío, así como el abandono de la naturaleza más intrínseca
del hombre que la sociedad capitalista nos ha impuesto.
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