Se
que dando mi opinión sobre este tema voy a causar polémica y
debate. También soy consciente que lo voy a escribir y voy a
expresar se puede volver en mi contra en un futuro, con otro
desgraciado accidente o atentado y ser yo y mis acompañantes, los
que nos quedemos sin un concierto, un festival o un evento
cualquiera. De hecho ya me ha ocurrido. Mi pareja y yo nos quedamos
sin ver en 2015 a Foo Fighters en Barcelona, cuando estos
suspendieron su gira tras el atentado en la sala Bataclan de Paris
en noviembre de 2015 cuando tocaban los que iban a ser sus teloneros Eagles
of the Death Metal.
Aquella
vez tras lamentarnos y fastidiarnos, y porque no decirlo lanzar
ciertas maldiciones, nuestra frustración se torno en cierta
comprensión, debido a que entendíamos lo difícil que tiene que
resultar seguir con tu trabajo, tu día a día o con el espectáculo
cuando ocurren hechos tan desgraciados y lamentables.
La
decisión de Foo Fighters creo fue pausada y con plazos
suficientes para hacer efectivas devoluciones y cambios. Sin embargo,
lo que ocurrió el viernes necesitaba de una respuesta directa y sin
fisuras.
Se
llamaba Pedro Aunión y era actor, bailarín y coreógrafo.
Era artista. Era un trabajador. Era una persona. El
viernes, durante una actuación en el festival MadCool, se
precipitó al vacío desde una altura de 30 metros perdiendo la vida
delante de miles de personas. Ante un suceso como este, ¿se puede
decir eso de la vida sigue? ¿vale apelar al espectáculo debe
continuar? O es necesario hacer un alto en el camino, en la
agenda, parar la vorágine de nuestros días para reflexionar y
rendir homenaje tranquilo, sincero y sentido a quien ha abandonado
este mundo.
La
realidad fue una vez más cruel, cuando Pedro Aunión,
actuando, trabajando, se precipitaba al vacío y era atendido por los
servicios de emergencia para al final fallecer delante de miles de
espectadores. Pero esa realidad cruel se convirtió además en
miserable cuando la dirección del festival decidió continuar como
si nada hubiera pasado.
Para
justificarse han lanzado un comunicado informando que fue la policía
quien aconsejó ante la posible emergencia de disturbios y altercados
que continuará la programación tras el fatal accidente. A su vez,
Green Day quien era el grupo que a continuación actuó, ha
lanzado su comunicado indicando que no fue informado de lo sucedido,
y que de haberlo sabido, y por respeto al artista fallecido, habría
cancelado su actuación.
Desde
luego leyendo algunas de las reacciones en Twitter de algunos
“anónimos” que tengo el criterio de no seguir cuando el nombre
de Pedro Aunión o “Mad Cool” se convirtieron en
trending topics, está más que justificada la posición expresada
por la policía y las fuerzas de seguridad, ya que la sintonía
general era el “Show must to go on”, o “yo he venido
aquí a ver a Green Day”, o el resignado “que se la va
hacer, la vida sigue”, algunos de ellos sin ni siquiera
lamentarse de tal lamentable hecho luctuoso.
Así
me pasa que cada vez me siento más fuera de esta sociedad.
Más desubicado. Des contextualizado, me creo incluso, atemporal.
Vivimos en un mundo y bajo un sistema en el que el goce y el
disfrute máximo e individual es lo más importante por encima de
cualquier otra consideración, sea ética o moral. Ese disfrute
viene asociado a una sobre exposición y explotación en las redes
sociales donde hoy en día se busca la aceptación y el inflado del
ego, por las reacciones viscerales de quienes ni siquiera, en la
mayoría de los casos, conocemos. Una suerte de prolongación de la
adolescencia a través del ordenador y la pantalla del móvil en el
que a través de esas redes sociales conseguimos un retrato muy
amplio del sentir y del opinar de la mayoría de la sociedad o en
escalado de un público determinado. Y a veces, esas opiniones o
reacciones nos sorprenden, nos intimidan, atemorizan e incluso
apesadumbran.
Es
evidente que estamos desnaturalizados ante la muerte. No
sabemos enfrentarnos a ella, y el proceso de insensibilización
al que nos ha sometido la cultura pop no ayuda, ya que percibimos sin
más la muerte y el sufrimiento ajenos (de alguien que no conocemos o
no tratamos) sin tener ni la más mínima capacidad, ni el más nimio
interés en empatizar, para poder así respetar y preservar la
memoria de quien muere.
Si
no lo hacemos cuando alguien delante de nuestros ojos cae desde 30
metros y fallece tras agonizar en el suelo en el que se ha
estrellado, cómo hacerlo con los miles de millones que por azar de
haber nacido en un lugar concreto, nuestro sistema consumista les
otorga el papel de prescindibles.
Está
claro que en el mundo del arte, del escenario, existe un mantra,
una especie de subgestión colectiva que se expresa en ese “el
espectáculo debe continuar”. No acabo de entender
como alguien es capaz de salir a actuar después de que haya
fallecido un ser querido o este en una situación penosa. Me parece
que aquel que trabaje de cara a la audiencia desarrollando un evento
artístico o cultural y por lo tanto intelectual, no está en sus
mejores momentos para ofrecer todo lo que puede dar, pero sobretodo,
se debe respeto a si mismo y a su luto e intimidad.
Aunque
no comparto esta servidumbre que parece ya propia de la profesión y
del hecho artístico, me parece repugnante e inmoral que se haya
instalado en nuestra mente y por ende en la sociedad el “la vida
sigue” como bálsamo y escape inmediato ante un accidente tan
escalofriante, una tragedia tan pavorosa, un atentado o una
catástrofe humanitaria.
En
la vorágine informativa que se adhiere a nuestras rutinas diarias
(trabajo y/o estudios, vida familiar, aficiones, descanso, etc.)
pasamos con un mensaje de consternación y solidaridad en las redes
sociales, y al menos yo, con algunos minutos reflexionando a las
cifras de muertos, desaparecidos y víctimas que nos proponen los
medios, o que si somos más avezados y concienciados buscamos
nosotros mismos.
Un
incendio forestal en Portugal; un fuego que devora una torre de
viviendas en Londres; otro atentando en Europa; Guerra y violencia en
Oriente Próximo; hambre y emergencia sanitaria en el Cuerno de
África; inmigrantes ahogados en el Mediterráneo… son algunas de
las tragedias que recientemente nos han asaltado y sobre las que ya
no nos acordamos. Y cómo lo vamos a hacer si “somos” capaces
de seguir bailando cuando una persona ha muerto delante de nuestras
narices.
Nos,
QUÉ DIGO, a algunos les parece bien que salga un tipo disfrazado de
conejo a hacer el imbécil mientras alguien que estaba trabajando se
debatía entre la vida y la muerte. Mientras otros luchaban por
salvarle.
Escribo
entre apesadumbrado e indignado. Incapaz de comprender como hay
alguien capaz de poner la vida humana en un segundo lugar. Me da
igual lo que pongamos en primer orden: el capital, la ideología, la
fiesta, la seguridad, el negocio. Cuando la vida, y las condiciones
de la misma, no están en el primer lugar de las preocupaciones y de
el más básico concepto de dignidad, deberíamos replantearnos
seriamente la sociedad que “estamos construyendo”.
Qué
ética, qué moral estamos usando si somos incapaces de
tener la más mínima empatía para con quien ha muerto trágicamente.
Qué mundo es éste el que hemos construido, y por primera vez en la
historia, y gracias al uso de la tecnología, también han
participado los jóvenes dando Me Gustas y compartiendo
opiniones.
Sólo
decir que cada día me siento más fuera de este sistema y más
convencido de que es la decisión correcta. Y por último trasladar
mi más sentido pésame a la familia y seres queridos de Pedro
Aunión, y a la de todas y todos aquellos, anónimos, que
mueren y sufren accidentes mientras desarrollan su trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario