Momento de la comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de Ferraz el martes 17 de junio
En junio de 2018 la intrínseca corrupción del Partido Popular (PP)
AKA PartidoPutrefacto, liderado por Mariano Rajoy llevó a su
sustitución como presidente del gobierno, vía moción de
censura, liderada por el secretario general del PSOE, Pedro
Sánchez. Era la segunda moción de censura en poco más de un año. La primera liderada por Podemos no aunó los apoyos necesarios, y solo
la lanzada por la otra pata del bipartidismo salió adelante. Es
cierto que entre una y otra, apenas como digo un año, la
avalancha de primicias informativas y actuaciones policiales y
judiciales hicieron imperecedera la depuración del gobierno del
país, pero fundamentalmente se procuraba llevar a cabo una
sustitución controlada, prevista en los mecanismos del propio
sistema, aunque en aquel momento fuera menos planificada. Más improvisada.
Ese
sistema es el Régimen del 78, una suerte de pactismo
entre las élites del tardo-franquismo españistaní con una parte de la oposición ilegalizada en la dictadura, con
la tutorización de las democracias liberales occidentales de
mediados de los 70 (en especial, Estados Unidos, a través de la CIA
y el departamento de Estado y con colaboración del SPD alemán de
Willy Brandt). Este pacto o "acuerdo" ha delegado una democracia liberal de corte
presidencialista, que usurpa la participación política cívica en
unas supuestas instituciones anquilosadas en los artesonados propios
de la dictadura, que se empeñan, por encima de todas las cosas, de
las necesidades y las eventualidades y urgencias, en mantener la
estructura de poder económico y político salido del régimen
franquista.
Judicatura,
empresauriado español y sus emporios mediáticos dueños de
los medios de comunicación de masas, partidos políticos
mayoritarios, ejército y alta iglesia católica, empeñados y con
éxito, en mantener y consolidar el franquismo como fuente de
inspiración y fundamentalmente, de su propio poder y riqueza.
La
corrupción es una seña de identidad de este ecosistema político, social, económico y cultural que es la España de entre
siglos, hija bastarda de la democracia y el autoritarismo dictatorial
de inspiración fascista.
Para
que la corrupción sea posible se hacen necesarios varios elementos:
Imprescindibles, son el corruptor, habitualmente un empresario
que paga en negro unos favores para salir beneficiado posteriormente
en sus relaciones con las distintas administraciones. También lo es,
lógicamente, el corrupto, el político que gestiona esas
instituciones como representante de la soberanía popular, y que se
aprovecha de esa condición para su enriquecimiento privativo. Y por
último, el conseguidor, esto es, el enlace entre corruptores y
corruptos que abre las vías para el flujo de intereses y de dinero.
Son
también necesarios, aunque ya no necesariamente imprescindibles, un
funcionariado que mire convenientemente para otro lado, al igual que
unos jueces permisivos y paternales con corruptos y corruptores. Unos
medios de comunicación que funcionen como altavoces de su trinchera
y no como investigadores por bien del interés general. Unos partidos políticos ideados para facilitar la corrupción, y que bien o se benefician directamente de ella, o funcionan como coartadas y apoyos cuando se descubren las tramas. Y una opinión
pública que puede tener una parte harta de tanto latrocinio, pero
que mayoritariamente se presenta como insensible o hasta incluso
favorable a que le roben. Siempre que sean los suyos, claro.
Pedro
Sánchez llegaba al poder con una misión muy clara e
inaplazable: la regeneración política y cultural de España.
El avance en derechos y en mayor democracia como garantía de una
sociedad adulta y plenamente consciente de su papel activo en el
sistema político. Y una lucha sin cuartel y activa contra la
corrupción y los mecanismos que la permiten y alientan.
La
crisis económica de 2008 resuelta en falso con las políticas de
ajuste y el austercidio. La laminación absoluta de los
derechos humanos y cívicos, entre ellos la sanidad pública, la
educación pública y los servicios sociales. La burbuja inmobiliaria
que hacía (y hace nuevamente) imposible la vida a millones de personas. El cambio
climático y la continua agresión al medio ambiente. La ola feminista por una sociedad igualitaria y respetuosa. La creación de un nuevo clima de convivencia entre identidades dentro del estado español. O la reconversión productiva de un país condenado al turismo de masas y
a la construcción sin filtro, ni fin.
Todos
ellos problemas graves y que requerían, y sin resolverse todavía
hoy lógicamente aún más, una solución urgente y en favor de las clases trabajadoras, poniendo en cuestión la justicia social, la
dignidad humana y la inviable deriva ultra liberal que nos había
traído hasta aquí. Pero todos ellos por detrás de la regeneración
política, tan necesaria como aparcada de forma imperdonable por los
políticos “elegidos” para llevarla a cabo.
España
y su sociedad son presas del clima político de 1976 tras las muerte
del dictador. Las fuerzas vivas del franquismo se vieron obligadas a
aceptar una democracia liberal. Para ello fue básica la sumisión
del socialismo español, convertido por auto de fe en el partido "centro" del sistema político español. Lo que a su vez, lo posicionaba como el principal
sostenedor de la monarquía, de los concordatos franquistas, uno con el
Vaticano y otro el acuerdo militarista con Estados Unidos; de la conformación de un estado centralizado en Madrid y de la
venta de todos los bienes públicos que pudieran interesar a algún
buitre nacional o internacional. Tampoco nos engañemos. Cuando los conservadores
han tocado poder, han sido los primeros y más activos en vender la
patria, eso si envueltos en la bandera nacional.
El
objetivo urgente en 1976 era acallar las reivindicaciones más de
izquierdas, más obreristas del grueso de la población. Y aunque
se necesitaba un maquillaje aperturista y democrático como fue la
legalización del partido Comunista o los sindicatos de clase, se
impidieron de facto la construcción de un estado federal, la
depuración de los elementos franquistas en la judicatura, el
ejército y los cuerpos de (in)seguridad del estado o en las
Universidades (por supuesto sin hablar en absoluto de Memoria Histórica y reparación), así como impedir de facto los principios laicistas,
igualitarios y republicanos. Gobiernos extranjeros y franquistas
coincidieron en que España siguiera siendo un tope al comunismo y
las ideas libertarias y edificaron una fachada de democracia de
trampantojo y escayola sobre el mismo edificio dictatorial y
fascista.
Y
50 años después seguimos en ese ecosistema político y cultural,
absolutamente sobrepasado. Una pseudo democracia en
apariencia representativa, pero que delega en los partidos cualquier
acción o iniciativa. Y esos partidos necesitan dinero. Constituidos
como pirámides jerárquicas, los distintos escalafones se consolidan
en base a un sistema de favores que sirven para escalar y
posteriormente enclaustrarse en el poder. Para eso hace falta mucho
dinero. Como para financiar campañas electorales y medios de
comunicación afines que manipulen la opinión pública y creen o
silencien temas a conveniencia. Y también para que la estructura de
partido arraigue en los territorios. Y para esto, hace falta
muchísimo dinero y voluntades. Y siempre las encuentran. A veces, de
manera legal, y otras ilegalmente.
Vuelvo
a julio de 2018 y a la ilusión que a muchos nos invadió tras 7 años
de gobierno autoritario del Partido Popular de Mariano Rajoy. 7 años
de recortes y laminación del estado social y del estado de derecho.
7 años de ultraliberalismo y caciquismo. 7 años de corrupción,
de la heredada desde los tiempos de Aznar, y de la propia de la
Gúrtel y de Bárcenas. 7 años que fueron de profunda activación política de la parte más a la izquierda del espectro ideológico
español. 7 años de manifestaciones y de la respuesta fascista de
leyes represivas y regresivas como la Ley Mordaza. Y también
un período de puesta en marcha de un proyecto político, social y
cultural revolucionario. Si, luego fue fagocitado por unos listos, y
ya sabemos cómo estamos.
Y
ahora 7 años después de aquel junio de 2018, Pedro Sánchez está
siendo devorado por su propia inacción, cuando menos, en materia
de lucha contra la corrupción y regeneración democrática.
Si, es verdad, las mayorías obtenidas tras las elecciones no daban
mucho margen, pero conviene no olvidar que se desperdició una
mayoría absoluta en el Senado y una parcial en el Congreso, por vete
tú a saber qué oscuros intereses.
Pedro
Sánchez no ha derogado la Ley Mordaza. Y no ha puesto freno, en
ningún modo, a la escalada de precios de la vivienda (tanto
en propiedad como en alquiler), ni tampoco a la excesiva y hasta
humillante turistificación de la economía española y del
patrimonio nacional. Tampoco ha luchado abierta y decididamente
contra la corrupción, ni siquiera en su propio partido, que como
bien sabemos ya viene bien trufado de prácticas corruptas y
mafiosas.
Hoy
Pedro Sánchez tiene que lidiar con un desgaste absolutamente
colosal por la corrupción consecutiva de dos secretarios de
organización del partido bajo su mandato, y no parece ser muy digno
que se mantenga en el cargo. Desconocemos si ha habido enriquecimiento personal del propio Pedro Sánchez o su entorno, por más que la ultra derecha mediática lleve 5 años haciendo todo lo posible por intoxicar, inventando y difundiendo bulos. Lo único cierto es que si colocó a Ábalos y a Santos Cerdán
sabiendo de sus andanzas antes o durante su ejecución del cargo, mal
por la confianza depositada y sostenida. Si no se enteró aún peor.
En cualquier caso si apelamos a la coherencia las horas de la segunda
legislatura del “gobierno más progresista de la historia”
(en cursiva, en comillas y con recochineo), estarían a punto de
agotarse, bien porque se fuera, porque convocará nuevas elecciones
o porque fuera derrotado en una previsible moción de censura. Por
contra, ahí lo tenemos hablando compungido a los medios de “manzanas
podridas”, de que se ha sentido engañado y defraudado, para
correr el velo del tiempo sobre su responsabilidad directa. No se
puede olvidar que Sánchez llegó a la Moncloa en un momento crítico
que hacía necesaria una acción decidida y valiente para erradicar
un problema estructural. Un biotopo que favorece la corrupción, la
desfachatez y la sinvergoncería. Un clima propicio para los
caraduras y la España rancia y cutre que tan bien retrataba Berlanga
y que tanto asco nos da a las buenas personas que sentimos nuestro
país. Y en evitarlo, no ha hecho nada. De hecho, cuando la cacería
impuesta contra sus compañeros de coalición se inició (Iglesias y Montero, Alberto Rodríguez, Oltra, etc.) apuntaló los discursos más
reaccionarios, porque por encima de la misión regeneradora que
aceptaba al “jurar” el cargo, estaba su propia supervivencia
política. Cuando él era el atacado, a través de su mujer o de su
hermano, se cogió 5 días de reflexión.
El
hecho es que en estos complicadísimos 7 años, Pedro Sánchez no
ha hecho nada, ni dentro de su partido, ni en el estado español,
para luchar y acabar con la corrupción. No se han prohibido
las puertas giratorias. No se han acabado los aforamientos hasta lo
ilimitado. No se ha prohibido por ley la especulación urbanística
e intervenido el mercado inmobiliario que es un sector
que funciona basado en la corrupción política. No se ha castigado a
los corruptores y no se les han nacionalizado sus bienes y empresas.
No se ha modificado el código penal y el código civil para
desalentar la corrupción. Si, ha tenido que lidiar en este tiempo
con una pandemia, un volcán, unas inundaciones terribles en el
centro de la cuarta región económica del estado, una guerra en el Oriente europeo, y una guerra en Oriente Próximo. Incluso hasta con
un gran apagón. Con la caída de un Imperio y de la ideología
que lo definía y con la consiguiente ola derechista en todo el mundo
capaces de arrasar con el mejor proyecto multinacional hasta ahora como ha sido
la Unión Europea. Y todo ello con un auge de la extrema derecha
patria alentada por las élites del poder económico españistaní que cada
vez está captando a más y más incautos. Pero la ausencia de
políticas activas y decididas para acabar de una vez por todas con
la corrupción en España es una tara que no podemos olvidar.
En
el turnismo de la democracia liberal, los conservadores o
fachas directamente, van a volver a poder hacer lo que han hecho
siempre. A recuperar las redes de la Gürtel y de todas las tramas,
porque no ha habido una regeneración, no solo política y
legislativa, sino también cultural que nos hagan superar estos
comportamientos delictivos y faltos de ética, denunciarlos y luchar
contra ellos. Van a volver, envalentonados y decididos a de-construir
esta pseudo-democracia para profundizar en la usurpación de libertad
y riqueza a las clases trabajadoras (o productivas, o pobres, o
bajas, o como queráis llamarlas en términos de neo-lengua).
Sin
embargo, no hay que olvidar ni perder de perspectiva quién es
Pedro Sánchez. Sin duda, un animal político de primera
categoría, y pseudo retirado Pablo Iglesias, nadie puede hacerle
sombra a nivel nacional. Cualquier debate, cualquier interacción y
cualquier comparación con Feijoo, el de los albúmenes de vacaciones
con un narco, o con Ayuso, la enterradora de ancianos en Madrid, son
ases en la manga para Sánchez, que en carisma, presencia y
conocimientos puede arrasarlos cuando quiera. De ideología
desconocida, Sánchez ha usado a los miembros de la coalición en el
gobierno, la cuestión climática y de protección del medio ambiente
o la causa palestina para mostrar una cara progresista, al
tiempo que guardaba en Interior y Defensa para mantener contentos a
los más reaccionarios en temas como la inmigración, el negocio
inmobiliario o el gasto militar. Es su principal valor personal, la resistencia, pero
también el de un PSOE carente de ideología socialista y federal
que además domina a una izquierda, en general y en grueso, desnortada,
desvencijada, dividida, acomplejada, harta y hasta descorazonada que
sólo tiene en la capacidad de aguante personal de Sánchez el último
agarre al que adherirse antes de ser despezados por las ultras
derechas. De hecho, si todavía no se ha producido, el re-cambio,
pese a toda las toneladas de inmundicia que las derechas mediática y
judicial emplean, es por la propia incapacidad de sus líderes, por
el fantochismo de su ineludible aliado y por la presencia
de un Pedro Sánchez que maneja como nadie había hecho antes en
este país, los tiempos políticos y comunicativos.
Por
supuesto, lo he dicho alguna vez, a mi lo que suceda con Sánchez y
con su partido, el PSOE, me da igual. Es más, creo firmemente y
vistos los últimos 15 años, que lo que tenga que venir bueno en
España se hará pasando por encima del PSOE (y del PP y de la ultra
derecha), y que sus cuadros y sus bases van a ser más obstáculos
que palancas de cambio. Pero en el momento actual, la llegada o no de
unos franquistas trasnochados al Consejo de Ministros va a depender,
en el corto y en el medio plazo, de la capacidad de Sánchez y del
PSOE de promover alianzas fuertes a nivel nacional, pero también
regional con las burguesías vascas y catalanas.
A
finales del año pasado escribía sobre la posibilidad o no de elecciones generales este año 2025. Barruntaba que si le concedía
media iniciativa en una convocatoria adelantada Sánchez podría
plantearla y vencer, con relativa facilidad y pasando eso sí, por la
negociación y el pacto con la izquierda a la izquierda del PSOE.
Ahora mismo, y en un tiempo medio, le ha sido arrebatada esa
iniciativa y solo un infame acuerdo entre el PNV y de Puigdemont con
los fascistas que lo querían ejecutar en Montjuic, sacaría a
Sánchez de la Moncloa o llevaría a elecciones generales.
En
este sentido radica la otra fuente de poder de Pedro Sánchez: la
imposibilidad de un pacto entre la ultraderecha “castellana” y
las derechas vascas o catalanas. Por muy patriotas, que lo son
todas ellas del dinero. Sin embargo, mal hacemos si no lamentamos
estos años como una pérdida de tiempo y de caudal político
inconmensurable en hacer nuestro país un lugar mejor. Más
democrático, más social, más justo, más ético y cívico. Y menos fascista,
menos cainita y menos corrupto. Cuando acabe el tiempo de Pedro
Sánchez como presidente del Gobierno estaremos de nuevo en el punto
de partida tras la crisis de 2008 y el colapso de la economía ultra-liberal. Y ahora parece que será la extrema derecha la que
coja las migajas para triturar aún más a las clases trabajadoras.
En
cualquier caso, y para terminar, sigue siendo necesaria la
revolución política y cultural que acabe por derruir el
fascismo y permita construir una democracia sólida y con valores
éticos, justos e igualitarios. Habrá que ver si a lo mejor de este país, las clases trabajadoras, y las personas progresistas, nos
quedan fuerzas para luchar por ello.