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martes, 12 de agosto de 2025

Discriminaciones no. Pero sobretodo no a las discriminaciones materiales

 

La conjunción en Españistan de la alta política y los medios de comunicación de masas acostumbran a poner en la palestra toda suerte de problemas irrelevantes y dónde no los hay, tratando de hacer desaparecer de la opinión pública los problemas materiales. Los verdaderamente importantes y trascendentales cuya resolución implicaría que esas mismas instancias de la élite se ocuparan, implicarán y se pusieran a trabajar. Esto no es nuevo. Como tampoco lo es el tener una izquierda institucional entregada de buen gusto a debatir sobre estas situaciones sin atajar nunca el problema de raíz, y soterrando directamente los que su solución provocarían pérdidas en riqueza y poder a las élites cleptómanas del estado españistaní.

La polémica artificial de esta semana es la decisión del pleno del Ayuntamiento de Jumilla, en la región de Murcia, regido por PP y Vox, de prohibir las celebraciones musulmanas en espacios municipales públicos, como venían permitiéndose hasta ahora.

Bien. Aquí hay muchas aristas y agentes involucrados y antes de diseccionarlas voy al final, a lo que me ha puesto de mala leche. Porque encima, aunque uno intente pasar de todo esto, e incluso huir de los informativos, al final llegas a ellos porque te quieres enterar de el tiempo o de la sucesión de incendios forestales. La decisión de que el gobierno, a través de la fiscalía general y el Defensor del Pueblo, entren en tal cuestión con el ánimo de mantener los derechos (supuestos) de la comunidad musulmana, compone en mi opinión, otra más de las traiciones a las clases trabajadoras de este país. Y mientras la extrema derecha a sentarse a esperar el apoyo de las mismas.

Porque yo no he visto a ninguno de estos entes ponerse en marcha, ni en agosto, ni en ningún momento, por acabar de una vez con la especulación inmobiliaria, con los accidentes laborales o con la defenestración de los derechos públicos. Cómo queremos convencer a unas bases electorales que ven una y otra vez sus problemas tratados como irrelevantes, arrinconados en la pila de situaciones “imposibles de solucionar”, y mientras, estas administraciones “corren” a satisfacer las demandas culturales y de identidad de una comunidad (también parte de la clase trabajadora con especial significación en el campo murciano), pero que poco tienen que ver con la identidad predominante dentro de la clase trabajadora del estado español. En vez de ir a los problemas de la gente común, que son todos los mismos independientemente de la religión particular que profese cada uno, o la población en la que viva, nos quedamos en la superficie de lo simbólico.

Es que seguimos sin aprender, y para mi es desesperante, que no debemos entrar en los campos de discusión ideológica que plantea la derecha. Qué le hacéis el juego. Qué entráis en su campo minado. En su terreno de falacias y medias verdades. Qué os convertís en parte colaboradora de la laminación de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, bajas o populares como queráis llamarla.

Porque sí. Aquí se plantea una discriminación para con la comunidad religiosa islámica, pero esto no se puede dirimir con herramientas que permanecen permanente calladas cuando se trata de los problemas materiales de la gente. Qué no se levanta cuando se incrementan el precio de la luz, el azúcar, el café o el aceite de oliva. Qué no se indigna cuando trabajadoras y trabajadores tienen que vivir en campos de caravanas como una distopía, o como la realidad norteamericana. Qué permanece desaparecida mientras los trabajadores mueren de golpes de calor o extenuados por la presión oligarca y neoliberal.

E insisto. En Jumilla quieren practicar una discriminación. De acuerdo. Pero a lo mejor se soluciona quitando la sobre-protección que tiene la religión católica en un estado aconfesional, según su constitución, cada vez más navegando a un estado laico, o cuando menos en el que los temas de espiritualidad quedan en el ámbito privado de las personas, si atendemos a las encuestas oficiales.

Evidentemente “se compranlos relatos y marcos de discusión que maneja la ultra derecha. Porque esto no va de “nuevas cruzadas” o “re-conquistas”. No van a replicar a Felipe III quien expulsó a los moriscos (últimos descendientes de la ocupación islámica que mantenían su credo) en 1613. España no va a ser “católica” porque su sociedad ya no lo es y no lo será ya más, fundamentalmente porque lo doctrinario de lo católico choca con lo esencial de lo democrático. Y también porque la globalización es un cambio de paradigma de tal amplio calado que ha roto hasta lo irreversible los condicionantes económicos, sociales y culturales de las sociedades. Igual que por mucho que se empeñen no van a desaparecer la influencia musulmana o sefardí de la cultura española. Ni vamos a recuperar las supuestas bondades del Imperio (que no fue como tal, ni tampoco benefició a las clases bajas peninsulares de los siglos XV al XVIII). A la ultra derecha se la trae floja no conocer la propia Historia del territorio del que quieren adueñarse. Su interés radica en adoctrinar, en presentarse como supuestos defensores de la pureza de unas bases identitarias culturales basadas en la religión, la raza o el idioma. Y encuentran la colaboración interesada de los medios, y la necesaria de una izquierda desnortada que ha perdido el rumbo.

Mientras los ultras persiguen mezquitas, incluso puede que hasta las incendien, y lanzan cacerías en pueblos donde la mano de obra inmigrante magrebí es fundamental, lo que deberíamos aprovechar es a poner en solfa todos los privilegios que la religión católica, la malvada Conferencia Episcopal, tiene, y así, profundizar en un estado laico. También, la propia comunidad islámica de Jumilla o Murcia se verán atacados al no poder disponer de un espacio para sus credos, pero a lo mejor les debería importar más la situación de las mujeres en su seno, y las condiciones de la educación y sanidad en sus comunidades, que por cierto, son compartidas con otros grupos étnicos que conforman las clases más bajas dentro del sistema productivo del agro murciano.

De acuerdo. No habrá rituales islámicos en el polideportivo de Jumilla. Tampoco los debería haber católicos, ni evangélicos, ni de ningún tipo de confesión. Discutamos seriamente qué tiene de religión, qué de identidad cultural y qué de negocio turístico mil millonario las procesiones de Semana Santa. No digo que se prohíban directamente, pero si que reflexionemos sobre si el estado aconfesional es otra licencia más de la transición (como el estado de las autonomías frente al centralismo o el federalismo). Pero a lo mejor si se podría aprovechar esto para reclamar y conseguir que paguen el IBI y sus impuestos. Y estos se dedicasen a los servicios sociales de todas y todos. O por lo menos a mantener con dignidad y seguridad el patrimonio de todas y todos, y que hasta ahora mantienen en usufructo perpetuo.

En Jumilla, donde la base trabajadora inmigrante y magrebí es fundamental para mantener su sistema productivo y económico, con la manipulación más torticera posible (de hecho la que habitualmente destila la derecha, absoluta y dolorosamente incapaz, irresponsable e ignorante) han promovido una legislación que prohíbe la celebración de los ritos de esta comunidad en los edificios públicos. Si, a lo mejor hay que poner en movimiento la maquinaria del estado por aquello de la convivencia entre religiones y comunidades, escenarios verdaderamente falaces porque todo aquel que haya convivido y vivido en los barrios trabajadores sabe que cada uno permanece aislado del resto. Pero se atreven desde la izquierda buen rollista a plantearlos como líneas a defender, cuando no se han movido o incluso han promovido todo tipo de ataques y pérdida de las condiciones materiales y de la identidad de las clases trabajadoras. Incapaces de defender el derecho al trabajo digno y seguro, a la vivienda, a la conciliación familiar o a la educación y salud públicas, desde el círculo interior de la M30 se levantan escandalizados porque no se va a poder hacer “el rito del cordero en el pabellón polideportivo”.

Por otro lado, me hace mucha gracia que la ultraderecha lancé estas ideas desnortadas y de la época de la Inquisición, cuando la realidad es mucho más compleja. Cuando también hay españoles y familias que son musulmanas. Cuando presentan un privilegio para esta comunidad magrebí, y no discuten la presencia hasta el hartazgo de los modos de vida americana yankee, en nuestras ciudades. Cuando todos los días y en todos los lugares se reproducen patrones culturales que no tienen nada que ver con lo español, o con lo de esta tierra si te escandaliza la palabra. Cuando no seguimos nuestro propio urbanismo, nuestra propia Historia, Geografía o Arte. Cuando ignoramos u olvidamos la gastronomía, la música, el baile o las formas de relacionarse tradicionales y que han sido siempre nuestra esencia.

No son malas las interrelaciones e intercambios culturales. Ni mucho menos. Son necesarias y hasta saludables, pero es de broma que se pongan en ristra de defensa de la pureza hispánica, los que nos han metido con calzador las bases norteamericanas, sus restaurantes de comida rápida (busquen los apellidos de los “dueños” en España de estos templos de la bazofia y el consumismo), la música alienante moderna o los usos de reproducción o comunicación social.

Desde luego, me parece mal que no dejen a la comunidad islámica de un pueblo murciano hacer sus celebraciones en un espacio público. Como también me parece mal que se persiga a una asociación cultural o medio-ambientalista por hacer sus actividades y por reclamar mejoras y concienciación en la defensa del patrimonio natural. También me parece lamentable que se persiga cualquier otro tipo de disidencia, incluso infiltrando policías durante años en esas organizaciones, y ahí tampoco se ha levantado de su sillón el Defensor del Pueblo.

Pero me cabrea sobremanera que aceptemos como válidos cualquier salida trasnochada de la ultraderecha y seamos incapaces, bueno en realidad lo es la élite de la “izquierda”, de salir de sus marcos. De hecho, a las bases nos quedan tener que licuar esas incongruencias y seguir.

No a la discriminación por religión, raza, etnia y clase social. Si a la resolución de los problemas de la gente. Atrás hasta el olvido a los rancios y caducos fachas que quieren generar odio y problemas donde no los había. Harto ya de la continua e in crescendo crispación del estado español.

miércoles, 25 de junio de 2025

Corrupción y bipartidismo. El eterno retorno de la política en España

Momento de la comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de Ferraz el martes 17 de junio

 

En junio de 2018 la intrínseca corrupción del Partido Popular (PP) AKA PartidoPutrefacto, liderado por Mariano Rajoy llevó a su sustitución como presidente del gobierno, vía moción de censura, liderada por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Era la segunda moción de censura en poco más de un año. La primera liderada por Podemos no aunó los apoyos necesarios, y solo la lanzada por la otra pata del bipartidismo salió adelante. Es cierto que entre una y otra, apenas como digo un año, la avalancha de primicias informativas y actuaciones policiales y judiciales hicieron imperecedera la depuración del gobierno del país, pero fundamentalmente se procuraba llevar a cabo una sustitución controlada, prevista en los mecanismos del propio sistema, aunque en aquel momento fuera menos planificada. Más improvisada.

Ese sistema es el Régimen del 78, una suerte de pactismo entre las élites del tardo-franquismo españistaní con una parte de la oposición ilegalizada en la dictadura, con la tutorización de las democracias liberales occidentales de mediados de los 70 (en especial, Estados Unidos, a través de la CIA y el departamento de Estado y con colaboración del SPD alemán de Willy Brandt). Este pacto o "acuerdo" ha delegado una democracia liberal de corte presidencialista, que usurpa la participación política cívica en unas supuestas instituciones anquilosadas en los artesonados propios de la dictadura, que se empeñan, por encima de todas las cosas, de las necesidades y las eventualidades y urgencias, en mantener la estructura de poder económico y político salido del régimen franquista.

Judicatura, empresauriado español y sus emporios mediáticos dueños de los medios de comunicación de masas, partidos políticos mayoritarios, ejército y alta iglesia católica, empeñados y con éxito, en mantener y consolidar el franquismo como fuente de inspiración y fundamentalmente, de su propio poder y riqueza.

La corrupción es una seña de identidad de este ecosistema político, social, económico y cultural que es la España de entre siglos, hija bastarda de la democracia y el autoritarismo dictatorial de inspiración fascista.

Para que la corrupción sea posible se hacen necesarios varios elementos: Imprescindibles, son el corruptor, habitualmente un empresario que paga en negro unos favores para salir beneficiado posteriormente en sus relaciones con las distintas administraciones. También lo es, lógicamente, el corrupto, el político que gestiona esas instituciones como representante de la soberanía popular, y que se aprovecha de esa condición para su enriquecimiento privativo. Y por último, el conseguidor, esto es, el enlace entre corruptores y corruptos que abre las vías para el flujo de intereses y de dinero.

Son también necesarios, aunque ya no necesariamente imprescindibles, un funcionariado que mire convenientemente para otro lado, al igual que unos jueces permisivos y paternales con corruptos y corruptores. Unos medios de comunicación que funcionen como altavoces de su trinchera y no como investigadores por bien del interés general. Unos partidos políticos ideados para facilitar la corrupción, y que bien o se benefician directamente de ella, o funcionan como coartadas y apoyos cuando se descubren las tramas. Y una opinión pública que puede tener una parte harta de tanto latrocinio, pero que mayoritariamente se presenta como insensible o hasta incluso favorable a que le roben. Siempre que sean los suyos, claro.

Pedro Sánchez llegaba al poder con una misión muy clara e inaplazable: la regeneración política y cultural de España. El avance en derechos y en mayor democracia como garantía de una sociedad adulta y plenamente consciente de su papel activo en el sistema político. Y una lucha sin cuartel y activa contra la corrupción y los mecanismos que la permiten y alientan.

La crisis económica de 2008 resuelta en falso con las políticas de ajuste y el austercidio. La laminación absoluta de los derechos humanos y cívicos, entre ellos la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales. La burbuja inmobiliaria que hacía (y hace nuevamente) imposible la vida a millones de personas. El cambio climático y la continua agresión al medio ambiente. La ola feminista por una sociedad igualitaria y respetuosa. La creación de un nuevo clima de convivencia entre identidades dentro del estado español. O la reconversión productiva de un país condenado al turismo de masas y a la construcción sin filtro, ni fin.

Todos ellos problemas graves y que requerían, y sin resolverse todavía hoy lógicamente aún más, una solución urgente y en favor de las clases trabajadoras, poniendo en cuestión la justicia social, la dignidad humana y la inviable deriva ultra liberal que nos había traído hasta aquí. Pero todos ellos por detrás de la regeneración política, tan necesaria como aparcada de forma imperdonable por los políticos “elegidos” para llevarla a cabo.

España y su sociedad son presas del clima político de 1976 tras las muerte del dictador. Las fuerzas vivas del franquismo se vieron obligadas a aceptar una democracia liberal. Para ello fue básica la sumisión del socialismo español, convertido por auto de fe en el partido "centro" del sistema político español. Lo que a su vez, lo posicionaba como el principal sostenedor de la monarquía, de los concordatos franquistas, uno con el Vaticano y otro el acuerdo militarista con Estados Unidos; de la conformación de un estado centralizado en Madrid y de la venta de todos los bienes públicos que pudieran interesar a algún buitre nacional o internacional. Tampoco nos engañemos. Cuando los conservadores han tocado poder, han sido los primeros y más activos en vender la patria, eso si envueltos en la bandera nacional.

El objetivo urgente en 1976 era acallar las reivindicaciones más de izquierdas, más obreristas del grueso de la población. Y aunque se necesitaba un maquillaje aperturista y democrático como fue la legalización del partido Comunista o los sindicatos de clase, se impidieron de facto la construcción de un estado federal, la depuración de los elementos franquistas en la judicatura, el ejército y los cuerpos de (in)seguridad del estado o en las Universidades (por supuesto sin hablar en absoluto de Memoria Histórica y reparación), así como impedir de facto los principios laicistas, igualitarios y republicanos. Gobiernos extranjeros y franquistas coincidieron en que España siguiera siendo un tope al comunismo y las ideas libertarias y edificaron una fachada de democracia de trampantojo y escayola sobre el mismo edificio dictatorial y fascista.

Y 50 años después seguimos en ese ecosistema político y cultural, absolutamente sobrepasado. Una pseudo democracia en apariencia representativa, pero que delega en los partidos cualquier acción o iniciativa. Y esos partidos necesitan dinero. Constituidos como pirámides jerárquicas, los distintos escalafones se consolidan en base a un sistema de favores que sirven para escalar y posteriormente enclaustrarse en el poder. Para eso hace falta mucho dinero. Como para financiar campañas electorales y medios de comunicación afines que manipulen la opinión pública y creen o silencien temas a conveniencia. Y también para que la estructura de partido arraigue en los territorios. Y para esto, hace falta muchísimo dinero y voluntades. Y siempre las encuentran. A veces, de manera legal, y otras ilegalmente.

Vuelvo a julio de 2018 y a la ilusión que a muchos nos invadió tras 7 años de gobierno autoritario del Partido Popular de Mariano Rajoy. 7 años de recortes y laminación del estado social y del estado de derecho. 7 años de ultraliberalismo y caciquismo. 7 años de corrupción, de la heredada desde los tiempos de Aznar, y de la propia de la Gúrtel y de Bárcenas. 7 años que fueron de profunda activación política de la parte más a la izquierda del espectro ideológico español. 7 años de manifestaciones y de la respuesta fascista de leyes represivas y regresivas como la Ley Mordaza. Y también un período de puesta en marcha de un proyecto político, social y cultural revolucionario. Si, luego fue fagocitado por unos listos, y ya sabemos cómo estamos.

Y ahora 7 años después de aquel junio de 2018, Pedro Sánchez está siendo devorado por su propia inacción, cuando menos, en materia de lucha contra la corrupción y regeneración democrática. Si, es verdad, las mayorías obtenidas tras las elecciones no daban mucho margen, pero conviene no olvidar que se desperdició una mayoría absoluta en el Senado y una parcial en el Congreso, por vete tú a saber qué oscuros intereses.

Pedro Sánchez no ha derogado la Ley Mordaza. Y no ha puesto freno, en ningún modo, a la escalada de precios de la vivienda (tanto en propiedad como en alquiler), ni tampoco a la excesiva y hasta humillante turistificación de la economía española y del patrimonio nacional. Tampoco ha luchado abierta y decididamente contra la corrupción, ni siquiera en su propio partido, que como bien sabemos ya viene bien trufado de prácticas corruptas y mafiosas.

Hoy Pedro Sánchez tiene que lidiar con un desgaste absolutamente colosal por la corrupción consecutiva de dos secretarios de organización del partido bajo su mandato, y no parece ser muy digno que se mantenga en el cargo. Desconocemos si ha habido enriquecimiento personal del propio Pedro Sánchez o su entorno, por más que la ultra derecha mediática lleve 5 años haciendo todo lo posible por intoxicar, inventando y difundiendo bulos. Lo único cierto es que si colocó a Ábalos y a Santos Cerdán sabiendo de sus andanzas antes o durante su ejecución del cargo, mal por la confianza depositada y sostenida. Si no se enteró aún peor. En cualquier caso si apelamos a la coherencia las horas de la segunda legislatura del “gobierno más progresista de la historia” (en cursiva, en comillas y con recochineo), estarían a punto de agotarse, bien porque se fuera, porque convocará nuevas elecciones o porque fuera derrotado en una previsible moción de censura. Por contra, ahí lo tenemos hablando compungido a los medios de “manzanas podridas”, de que se ha sentido engañado y defraudado, para correr el velo del tiempo sobre su responsabilidad directa. No se puede olvidar que Sánchez llegó a la Moncloa en un momento crítico que hacía necesaria una acción decidida y valiente para erradicar un problema estructural. Un biotopo que favorece la corrupción, la desfachatez y la sinvergoncería. Un clima propicio para los caraduras y la España rancia y cutre que tan bien retrataba Berlanga y que tanto asco nos da a las buenas personas que sentimos nuestro país. Y en evitarlo, no ha hecho nada. De hecho, cuando la cacería impuesta contra sus compañeros de coalición se inició (Iglesias y Montero, Alberto Rodríguez, Oltra, etc.) apuntaló los discursos más reaccionarios, porque por encima de la misión regeneradora que aceptaba al “jurar” el cargo, estaba su propia supervivencia política. Cuando él era el atacado, a través de su mujer o de su hermano, se cogió 5 días de reflexión.

El hecho es que en estos complicadísimos 7 años, Pedro Sánchez no ha hecho nada, ni dentro de su partido, ni en el estado español, para luchar y acabar con la corrupción. No se han prohibido las puertas giratorias. No se han acabado los aforamientos hasta lo ilimitado. No se ha prohibido por ley la especulación urbanística e intervenido el mercado inmobiliario que es un sector que funciona basado en la corrupción política. No se ha castigado a los corruptores y no se les han nacionalizado sus bienes y empresas. No se ha modificado el código penal y el código civil para desalentar la corrupción. Si, ha tenido que lidiar en este tiempo con una pandemia, un volcán, unas inundaciones terribles en el centro de la cuarta región económica del estado, una guerra en el Oriente europeo, y una guerra en Oriente Próximo. Incluso hasta con un gran apagón. Con la caída de un Imperio y de la ideología que lo definía y con la consiguiente ola derechista en todo el mundo capaces de arrasar con el mejor proyecto multinacional hasta ahora como ha sido la Unión Europea. Y todo ello con un auge de la extrema derecha patria alentada por las élites del poder económico españistaní que cada vez está captando a más y más incautos. Pero la ausencia de políticas activas y decididas para acabar de una vez por todas con la corrupción en España es una tara que no podemos olvidar.

En el turnismo de la democracia liberal, los conservadores o fachas directamente, van a volver a poder hacer lo que han hecho siempre. A recuperar las redes de la Gürtel y de todas las tramas, porque no ha habido una regeneración, no solo política y legislativa, sino también cultural que nos hagan superar estos comportamientos delictivos y faltos de ética, denunciarlos y luchar contra ellos. Van a volver, envalentonados y decididos a de-construir esta pseudo-democracia para profundizar en la usurpación de libertad y riqueza a las clases trabajadoras (o productivas, o pobres, o bajas, o como queráis llamarlas en términos de neo-lengua).


Sin embargo, no hay que olvidar ni perder de perspectiva quién es Pedro Sánchez. Sin duda, un animal político de primera categoría, y pseudo retirado Pablo Iglesias, nadie puede hacerle sombra a nivel nacional. Cualquier debate, cualquier interacción y cualquier comparación con Feijoo, el de los albúmenes de vacaciones con un narco, o con Ayuso, la enterradora de ancianos en Madrid, son ases en la manga para Sánchez, que en carisma, presencia y conocimientos puede arrasarlos cuando quiera. De ideología desconocida, Sánchez ha usado a los miembros de la coalición en el gobierno, la cuestión climática y de protección del medio ambiente o la causa palestina para mostrar una cara progresista, al tiempo que guardaba en Interior y Defensa para mantener contentos a los más reaccionarios en temas como la inmigración, el negocio inmobiliario o el gasto militar. Es su principal valor personal, la resistencia, pero también el de un PSOE carente de ideología socialista y federal que además domina a una izquierda, en general y en grueso, desnortada, desvencijada, dividida, acomplejada, harta y hasta descorazonada que sólo tiene en la capacidad de aguante personal de Sánchez el último agarre al que adherirse antes de ser despezados por las ultras derechas. De hecho, si todavía no se ha producido, el re-cambio, pese a toda las toneladas de inmundicia que las derechas mediática y judicial emplean, es por la propia incapacidad de sus líderes, por el fantochismo de su ineludible aliado y por la presencia de un Pedro Sánchez que maneja como nadie había hecho antes en este país, los tiempos políticos y comunicativos.

Por supuesto, lo he dicho alguna vez, a mi lo que suceda con Sánchez y con su partido, el PSOE, me da igual. Es más, creo firmemente y vistos los últimos 15 años, que lo que tenga que venir bueno en España se hará pasando por encima del PSOE (y del PP y de la ultra derecha), y que sus cuadros y sus bases van a ser más obstáculos que palancas de cambio. Pero en el momento actual, la llegada o no de unos franquistas trasnochados al Consejo de Ministros va a depender, en el corto y en el medio plazo, de la capacidad de Sánchez y del PSOE de promover alianzas fuertes a nivel nacional, pero también regional con las burguesías vascas y catalanas.

A finales del año pasado escribía sobre la posibilidad o no de elecciones generales este año 2025. Barruntaba que si le concedía media iniciativa en una convocatoria adelantada Sánchez podría plantearla y vencer, con relativa facilidad y pasando eso sí, por la negociación y el pacto con la izquierda a la izquierda del PSOE. Ahora mismo, y en un tiempo medio, le ha sido arrebatada esa iniciativa y solo un infame acuerdo entre el PNV y de Puigdemont con los fascistas que lo querían ejecutar en Montjuic, sacaría a Sánchez de la Moncloa o llevaría a elecciones generales.

En este sentido radica la otra fuente de poder de Pedro Sánchez: la imposibilidad de un pacto entre la ultraderecha “castellana” y las derechas vascas o catalanas. Por muy patriotas, que lo son todas ellas del dinero. Sin embargo, mal hacemos si no lamentamos estos años como una pérdida de tiempo y de caudal político inconmensurable en hacer nuestro país un lugar mejor. Más democrático, más social, más justo, más ético y cívico. Y menos fascista, menos cainita y menos corrupto. Cuando acabe el tiempo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno estaremos de nuevo en el punto de partida tras la crisis de 2008 y el colapso de la economía ultra-liberal. Y ahora parece que será la extrema derecha la que coja las migajas para triturar aún más a las clases trabajadoras.

En cualquier caso, y para terminar, sigue siendo necesaria la revolución política y cultural que acabe por derruir el fascismo y permita construir una democracia sólida y con valores éticos, justos e igualitarios. Habrá que ver si a lo mejor de este país, las clases trabajadoras, y las personas progresistas, nos quedan fuerzas para luchar por ello.

lunes, 19 de mayo de 2025

Eurovision y el blanqueamiento de un genocidio


Clasificaciones finales Eurovisión 2025.

 

Parece inevitable llegado el mes de mayo no dedicarle un rato a juntar unas palabras sobre Eurovisión. Es curioso como sin considerarme, ni mucho menos, un Euro-fan o sin estar siguiendo, ni siquiera por accidente, los acontecimientos que jalonan este evento, al final consigue colarse entre los puntos de interés que humildemente uno tiene que gestionar. Y siempre lo suele hacer gracias a la principal virtud que para mi tiene el Festival de Eurovisión: La capacidad para mostrar las profundas incoherencias e hipocresías del sistema. La posibilidad de desnudar, a través de una expresión cultural, los disfraces que tapan los oscuros intereses de agentes nocivos para la sociedad, la dignidad y la paz. Parece que no, pero hace ¡¡¡17 añazos ya!!! con el Chikilicuatre, España ya se rió de todo ello.

Si siempre hay ruido y es ensordecedor, en cuanto a la elección de los candidatos y representantes de Radio Televisión Española, hay otras veces en los que la polémica salta para tratar temas más importantes como el feminismo, el estatus de los colectivos oprimidos (LGTBI, raciales o incluso de clase), y sobretodo últimamente, por el agravio cometido al permitir la participación y blanqueamiento de Israel, inmersa en una Guerra de ocupación y exterminio de la población palestina, frente al veto impuesto a Rusia por su guerra y ocupación de los territorios rusófilos deUcrania. Por cierto, aprovecho decir que a Ucrania jamás le han vetado su participación en este festival o en otros eventos culturales o deportivos, pese a su política de acoso y laminación de derechos humanos contra sus ciudadanos de izquierdas o de habla rusa en el territorio del Maiden. Como tampoco la de Hungría o Polonia por lanzar políticas extremistas de negación de derechos a los ciudadanos por su condición sexual. Que ya nos conocemos.

En esta ocasión, ha sido en la propia semana de celebración, con galas de semifinales y final, donde la polémica ha saltado.

La labor del contubernio eurovisivo para justificar y blanquear la presencia de Israel y su política de ocupación y genocidio sobre Palestina ha sido exacerbada, tratando de imponerse sobre las legítimas posiciones de gran parte del público, de muchos de los artistas y delegaciones participantes, y de varios de los propios gobiernos europeos como España, Irlanda o Noruega que ya han dado pasos firmes en el reconocimiento del estado de Palestina.

Sin embargo, la actitud de los propios organizadores, el ente supra-nacional de la Unión de radio-televisiones (públicas no olvidar este matiz) Europeas (UER), amos y señores del tinglado de Eurovisión, ha degenerado en una crítica feroz, y a la vez, en una defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Si bien se jactan, y junto a ellos las derechas extremas y las extremas derechas europeas, y también muchos colectivos de eurofanes, de un supuesto carácter apolítico en el festival, esta vez ha quedado claro que no existe tal suposición, y que funciona para justificar lo injustificable, y mantener el negocio y ganar dinero, muy importante, a pesar de las profundas brechas que provoca en la ética y en el acervo moral de las sociedades europeas.

Durante esta semana y en el contexto del festival Israel defendía su posición. Pero no su canción y su derecho, o no, a participar en el certamen. Lo que defendía era su política genocida. Justificaba su ofensiva militar y violenta. Garantizaba su supuesta superioridad moral. Acreditaba la ocupación ilegal de territorios saltándose la legalidad internacional. Daba pretextos, en definitiva, para la matanza de civiles, sobretodo de mujeres y niños, y trataba de hacerlo ante los críticos y con el beneplácito de la Europa más fiestera y diversa.

Como respuesta, ya he comentado, tanto muchos de los artistas participantes, como algunos de los entes televisivos, reaccionaron y se activaron para denunciar el genocidio y explicar el contexto de la ocupación y si, también de la participación de Israel en este certamen musical. Por lo tanto, y como es evidente y natural y propio de sociedades complejas e interrelacionadas, Eurovisión tampoco es apolítica.

Ante todo ello, la organización del festival debía haberlo evitado. La única manera era haciendo lo que hay que hacer: El veto a países violentos y genocidas. Denunciar y prohibir que se blanqueen políticas criminales y vergonzosas. Si no lo hizo, podía haber permitido algunos derechos fundamentales como la libertad de expresión. Libertad que garantizaban para que Israel presentara y cantara una canción “New Day Will Rise”, “Un día nuevo llegará”, con una letra infame que encima venía a justiciar el sionismo más radical y la postura ultra-conservadora, violenta y supremacista posible. Sin embargo, negaban esa libertad de expresión a las televisiones y presentadores que pusieron contexto a la actuación israelí. Las amenazas de multas y sanciones son una vergüenza.

No valen más humillaciones, ni aceptar la preponderancia de la élite fascista israelí y de todos sus acólitos. Es preciso dar explicaciones y purgar estas instituciones de reaccionarios y de personas tan malvadas y horribles. No es aceptable el dinero de los patrocinadores si vienen manchados de sangre y de tanta crueldad e inmoralidad. Si lo estamos viendo, y celebrando la actitud de muchos grupos, con los macro-festivales en España, también debemos exigir lo mismo para los representantes y funcionarios públicos europeos que mantienen Eurovisión.

¿Es ético celebrar un festival de la canción con un país participante que perpetra en estos momentos crímenes contra la humanidad y contra la legalidad internacional? ¿Es justo que se garantice su libertad de expresión y a cambio se prohíba la de quienes no están de acuerdo o simplemente quieren mostrar la realidad más aséptica posible? ¿Es lícito que un evento cultural o deportivo se lleve a cabo gracias al dinero de patrocinadores involucrados en las masacres de más de 50.000 personas y más de 15.000 niños? ¿Es justificable que todo siga igual pese a que la misma semana de celebración del concurso Israel atacaba a civiles en el Sur de Palestina causando la muerte de al menos 150 personas?

Si estas preguntas no son todavía lo suficientemente incómodas quizás deberíamos añadir cómo es posible que Israel estuviera a punto de ganar el certamen, gracias a los votos de algunos jurados oficiales de los países participantes, y sobretodo a un mirada de puntos del “tele-voto popular” que no tiene ninguna garantía ni seguridad y que mediatizó el resultado final.

Por si esto no fuera poco, y aunque no soy especialmente favorable a la canción presentada por España, me queréis decir ¿qué no hubo un castigo directo al país más beligerante con la política genocida y fascista de Israel?

Por supuesto, que no toda la población de Israel (faltaría más) apoya la política del criminal de guerra de Nethanyahu y sus acólitos fascistas. Y que no celebran el genocidio y abogan por un diálogo entre culturas y religiones que garantice la paz en Israel y en Palestina. Y que si, que tienen su derecho a sentirse representados en un certamen. Pero cuando los símbolos como la bandera y la propia canción se usan para justificar esa supremacía y ese dominio no todo vale.

Cuando se habla de derechos humanos, legalidad internacional, causas de guerra o justicia no vale la equidistancia. No se puede poner uno de lado e intentar no mancharse en el charco de fango y sangre. Tampoco cuando tratamos la superioridad moral de las personas que queremos un mundo mejor, más justo, digno y ético. Frente a esto está la batalla cultural librada por quienes quieren reescribir la Historia tras la derrota del fascismo en el siglo XX. Sí, de esos que nos dicen que queremos otra historia y que no aceptamos la derrota en la Guerra Civil, pero que por la tibieza y los cortoplacismos de aquella época se toleraron gobiernos fascistas después de 1945, en Europa y en el mundo. Y ahora quieren derribar los valores y la sociedad más tolerante e inclusiva para imponer de nuevo sus reaccionarias visiones.

Un ejemplo de esto viene con la reacción al resultado final. Mientras buena parte del público habitual de Eurovisión se quedaba ojiplático con el resultado del Tele-voto, las huestes del fascismo españistaní celebraban que en esa variable, en España ganará Israel. Se atreven a defenderlo como una respuesta “democrática” al gobierno del perro y como un éxito de su capacidad de movilización. Obvian, porque no les da para más, que su apoyo a un estado genocida y que está perpetrando crímenes de lesa humanidad es injustificable, incompatible con la democracia y con los valores del siglo XXI. Por eso son reaccionarios y por eso, siempre, la derecha de este país se encuentra en el lado equivocado de la Historia. Pero es que además, y lo que es más denigrante aún, por sus ansías de poder se colocan en el lado opuesto al interés general de su propio país y a la decencia. No les da para más. Siempre digo que la gran desgracia de este país es tener una derecha, unas huestes conservadoras, tan poco patrióticas, mucho menos democráticas y tan deleznables.

Desde luego, dado lo acontecido con este festival y fundamentalmente, con lo que ocurre cada día en Gaza y en Cisjordania se hace necesario ponerse firme. Muy bien el gobierno trabajando desde la diplomacia reconociendo a Palestina y denunciando los crímenes de Israel. Pero basta ya de la doble moral capitalista de vender armas y delegar la autonomía de la propia nación porque hay dinero de por medio.

Muy bien RTVE permitiendo a sus presentadores expresar su opinión y también que contasen sin acritud el contexto de la interpretación de la canción de Israel, y después y ante la amenaza de sanciones por parte de los organizadores, proclamando su posición antes de la retransmisión (la Radio-Televisión belga fue mucho más allá y cortó la interpretación de Israel con un mensaje en pantalla y en silencio mostró su apoyo a Palestina). Pero llegado a este punto se hace necesaria una reflexión profunda si merece la pena seguir participando en este tinglado. En exigir responsabilidades y si es necesario quedarse en casa. Porque para que nos humillen al tiempo que loan a los criminales y fascistas no hace falta ir a Eurovisión.


jueves, 27 de marzo de 2025

Una vuelta utópica a la necesaria reducción de la jornada laboral


Como es ya habitual, fruto por una parte de la siempre exacerbada alta política en España, y por otra, de la aceleración de los tiempos, la actualidad se vuelve vertiginosa y los temas se crean, se transforman y diluyen. Los problemas se perpetúan. Las propuestas, escasas, se desvanecen y ni siquiera permean. Y las soluciones sobre el terreno acaban posponiéndose. Una de ellas, todas la que tienen que ver con la racionalización de los horarios, y en particular, con la reducción de la jornada laboral es un perfecto ejemplo.

Como radical y rebelde defensor de esta medida de dignidad, pero también de productividad, de la clase trabajadora ya he hablado en varias ocasiones de este tema. Aquí dejo ambos enlaces interrelacionados y sobre los que voy a partir para actualizar la propuesta:

- Reducción de la jornada laboral: Una quimera necesaria

- Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral


Si vuelvo al tema en este momento es porque mientras entran y salen nuevos y viejos problemas, una de las medidas estrella del grupo político Sumar en el gobierno de coalición era la reducción de la jornada laboral, que ha quedado, parece, en el limbo, mientras se negocia con otras fuerzas y se trata de sacar unos más que necesarios presupuestos.

Hay quienes parten de ciertas evidencias y noticias sobre un futurible escenario de abundancia en el que planteamientos de reducción de la jornada laboral serían más que evidentes. Se habla de avances tecnológicos y científicos que abaratarian casi hasta el coste cero la producción de energía, que además serían limpias y renovables. Se apunta el progreso en materias de biotecnología, y en sus distintas ramas, que nos llevarían a un mundo de alimentación ilimitada, creada en laboratorio, que reduciría el impacto medioambiental y en el bienestar animal. Se pone como ejemplo el avance exponencial de la Inteligencia Artificial y la digitalización de la economía. Ejemplos todos estos y más, de que en teoría, nos vamos hacia una sociedad opulenta, en la que los límites económicos y ecosistémicos serían superados por el ingenio humano y la tecnología. En cualquier caso, me parece que plantear estas ensoñaciones de recursos ilimitados cuando es bien evidente la naturaleza finita del medio natural y de la propia vida, es, por lo pronto una utopía, cuando no una cháchara mentirosa y auto-complaciente.

Porque, a parte de la realidad de un mundo de necesidades permanentemente ilimitadas y satisfechas con recursos cada vez más escasos, existe una sobreponderancia del beneficio económico. No parece muy inteligente creer que porque se construya un mundo de abundancia infinita y eficiencia absoluta, el reparto de estos beneficios vaya a ser equitativo, o cuando menos social. Lo que nos enseña la Historia y la experiencia (y por ejemplo, no hace tanto de la pandemia de covid-19) es que todo avance económico y tecnológico ha devengado en un ejercicio especulativo colosal del que se han beneficiado las élites que ya estaban o que se creaban por su dominio previo de los condicionantes de tal beneficio.

Las utopías se volverán distopías, y la vida para el grueso de la población, decena de mil millones de personas al paso que vamos, se medira en dolor y en injusticia. Por ello las políticas activas que planteen modelos alternativos son la solución. Puede ser el Decrecimiento o la inclusión de sistemas de Renta Universal. Acciones en favor de derechos tangibles de ciudadanía (alimento, vestido, vivienda, cultura), y políticas de dignidad por las condiciones materiales de las clases trabajadoras (o bajas o populares) como pueda ser la reducción de la jornada laboral, y la puesta en marcha de políticas urbanísticas y de movilidad que devuelvan tiempo a las y los trabajadores.

Sin duda, la propuesta gubernamental actual es muy tímida, por no llamarla directamente cobarde o una estafa. Una reducción de apenas 30 minutos al día (total de 2.5 horas a la semana en la joranda máxima de 40 horas que pasaría a 37.5), al tiempo que en otra negociación planifican con la patronal y los sindicatos mayoritarios una ampliación de la edad de jubilación hasta los 72 años. Una vergüenza que partidos, y me da igual que sean nuevos, que ya no estén en el gobierno, o viejos se denominen "de izquierdas" y permitan tal atropello.

Esta no es la solución que se necesita y reclama. No. Todo lo contrario. En el contexto económico y productivo actual el camino es reducir agresivamente la duración de la jornada laboral, llevando la jornada laboral máxima diaria a 6 horas. La semanal a 30. Favoreciendo el establecimiento de semanas de 4 días laborables. Prohibiendo las horas extraordinarias y persiguiéndolas. Alentando una mayor creación de empleo y promoviendo las jornadas intensivas, incluidas las de los servicios nocturnos y de guardias, para que sean bien remuneradas. Favoreciendo con ello aspectos como la conciliación familiar y la satisfaccion vital. Y por supuesto, bajando la edad de jubilación para que las clases trabajadoras, productoras, puedan disfrutar de una vejez con salud y dignidad. Todo ello, por supuesto, sin disminuir los salarios y pensiones, es decir, las rentas del trabajo.

En conjunto, se trata no de regalar tiempo, ni tampoco dinero al grueso de la población, sino de devolver la dignidad que se han ganado, y aumentar la productividad. Sin olvidar, como decía ayer, el trabajo de las mujeres que se dedican a las labores de cuidados y mantenimiento de domicilios, incluidas las personas que llevan a cabo las tareas de su propio hogar.

Según diversos estudios actuales, de organizaciones poco-dudosas de pertenecer a sindicatos o partidos de izquierdas, como Cotec o Sigma2, hasta un 81% de la población apoyaría la reducción de la jornada laboral sin pérdida de salario. Han aparecido en estos meses en los que se ha planteado la reducción de la jornada laboral hasta los 37,5 horas a la semana, una reducción como digo muy tímida, consensuada con la patronal en ese infausto clima para las clases trabajadoras de falsa paz o diálogo social. Por lo que no han aparecido debates, ni oposiciones. Es decir, hay consenso.

En este sentido, es evidente pensar que propuestas más radicales y obreristas como las que planteó un par de párrafos arriba si generarían acaloradas respuestas y debates enconados. Permítame dudarlo.

Al mismo tiempo que millones de chinos viajan por Europa gracias a su jubilación a los 55 años, la reducción de la jornada laboral se está llevando a cabo en todo el mundo. Existen experiencias, tanto empresariales como gubernamentales que avalan el éxito y la necesidad de esta medida. En Islandia, en Finlandia, en Francia, en Alemania, en Irlanda, en Japón, en Australia o Nueva Zelanda. La normativa impulsada por el último gobierno socialista en Portugal hacia las 35 horas semanales o el año pasado la propuesta de Berni Sanders por una ley de las 32 horas semanales en Estados Unidos. Y todas estas experiencias demuestran la racionalidad en términos éticos y de justicia social, pero también productivos y económicos de esta medida.

Partamos por definir que es el tiempo de la jornada laboral:

En esencia, cada trabajador o trabajadora “vende” en el mercado laboral su tiempo, su “vida”, con un gradiente de valor añadido en base a la experiencia o la formación profesional o académica que posee. Es decir, la fuerza de trabajo es la capacidad individual de producir (en un entorno concreto) y se mide por el número de horas que nuestro cuerpo y nuestra mente, pueden ser productivos. Esta relación se formaliza en un contrato de trabajo y fomenta una retribución por el tiempo efectivo de trabajo (NO el dedicado en ir o venir al puesto de trabajo). Todo ello queda regulado en estatutos de los trabajadores, convenios profesionales, tablas salariales y reglamentaciones de seguridad laboral. En conjunto, lo que provoca es que el o la trabajadora se conviertan en factores de producción, como las máquinas, las herramientas, las materias primas o la energía. Suponen un coste para el empresario y por lo tanto, las personas que trabajan se convierten en “cosas” (cosificación de los trabajadores, en palabras del filósofo marxista Lukács).

En el afán por luchar contra esto, y en volver a ser más personas, más humanos, entran las luchas por la reducción de la jornada laboral (o la disminución de la edad de jubilación).

Llevamos ya más de 100 años con reglamentaciones que fijan en 40 horas semanales el tope de las jornadas laborales. Llegaron con tremendos sacrificios y dolor de las clases de trabajadoras conscientes de su situación de indignidad, pero también de su poder como fuerza productiva y también revolucionaria. Sabedores de su componente internacional. Su éxito se fraguó en normativas como la Ley de las 40 horas, impuesta en Estados Unidos en 1922, o la Ley del trabajo de las Cortes de la Segunda República en 1931 que fijaban en 40 horas el máximo y la obligación de devolución de las horas extraordinarias por parte del empresario.

Cien años después no hay que ser un marxista declarado, ni un comunista convencido para entender que vivimos una auténtica injusticia, que además, tiene un componente de irracionalidad y de crueldad. No se explica que trabajemos las mismas horas, o incluso más, o muchas más si incluimos los tiempos de traslado a los centros de trabajo, hoy en día, momento de la economía digitalizada y mecanizada, de la industria tecnológica y de los procesos mecanizados, que cuando la electricidad y los motores de explosión eran la novedad en las cadenas de producción. Aquí pareciera que los propietarios del siglo XIX que protestaban ante las huelgas de sus trabajadores para rebajar jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias, hubieran acabado ganando el debate. Cuando llevan 200 años cacareando las mismas nefastas consecuencias, profecías, evidentemente desmentidas por la Historia y por la razón.

Vuelvo a citar aquí a Keynes quien en 1930, un año después del crack bursátil, ya aventuraba que para este momento histórico, para la actualidad, las jornadas laborales serían de 15 horas semanales, debido a la mejora tecnológica y en las formas de producir. Si parte de los trabajos, cuando no tareas productivas completas, son realizadas por máquinas o algoritmos informáticos, lo lógico es que las personas trabajen menos horas y puedan absorberse esos parados de más producidos por el avance tecnológico, con un reparto equitativo del volumen de horas de trabajo necesarias.

Sin embargo, el economista británico falló. Desgraciadamente no contó con otros factores históricos y sociales como la absoluta laminación de los tejidos reivindicativos laborales. La disolución cuasi plena de las clases trabajadoras, atomizadas por un consumismo enfermizo, enfrentadas entre ellas por país, por raza, por género, por sexo, por edad o por profesión, compitiendo entre ellas. Secuestrados en el miedo y en la cultura de masas de raíz burguesa. Individualizados los trabajadores, carentes de una ideología de clase que los ampare tras la desintegración del proyecto socialista de la Unión Soviética y de los sindicatos y partidos de clase, convertidos hoy en engranajes del régimen burgués.

Tampoco ha sido predicho o profetizado qué iba a ocurrir con el tiempo de las clases trabajadoras. Sólo así se entiende el actual ritmo de vida de las clases trabajadoras en Occidente, que lejos de frenarse va en aumento, añandiendo estrés, frustación y diversos problemas de salud. En su recomendable obra, La fábrica del Emprendedor, el sociólogo Jorge Moruno aporta los datos y hechos que explican la situación actual. Este párrafo es ilustrativo:

Vivimos en un país donde la Agencia de Seguridad Alimentaria está controlada por Coca-Cola; el ministro de Economía, Luis de Guindos, viene del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y de ser director en España y Portugal; y la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, tiene una empresa denunciada por no pagar a sus trabajadores. Relax era un conocido tema de los años ochenta, relaxing cup of café con leche, de Ana Botella, es la consigna del esperpento posmoderno español. Según el Comité Español de Acreditación Medicina del Sueño (CEAMS), los españoles duermen de media una hora menos que el resto de ciudadanos europeos, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), dormimos 53 minutos menos al día que la media de la UE. El tiempo medio que tardamos en ir y venir del trabajo en España es de 57 minutos, en Barcelona asciende a 68 minutos, y en Madrid, a 71, como destaca un estudio de La Caixa. Otro estudio de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España afirma que se dan «jornadas interminables que inhabilitan a los trabajadores para conseguir una completa conciliación de su vida laboral con su vida personal y familiar». La Fundación Pfizer diagnosticaba en 2010 que un 44% de los españoles y las españolas sufría más estrés que en 2008. Esto se traduce en el consumo de 52 millones de tranquilizantes, colocándonos a la cabeza de los países de la OCDE. También aumenta con la crisis el consumo de hipnosedantes, pasando del 5,1% en 2005 a un 11,4% en 2011.

(Moruno, J. (2015), "Capítulo III. Proletarii". La fábrica del emprendedor. Ed. Akal. p. 33).

Duele encontrar un panfleto de 1998 de Izquierda Unida en el que abogaba por “trabajar menos para trabajar todos”, campaña por las 35 horas, y hoy, nos vayamos a dar un canto en los dientes si acabamos con una jornada de 37,5 horas.

Era el trabajar menos para trabajar todos, pero ya hoy es trabajar menos para vivir más.

Y es que la pandemia de covid de 2020 lo ha cambiado todo. Íbamos a salir mejores. Millones de personas han descubierto que quiere reducir su tiempo de trabajo y ampliar el de su vida, ganar trascendencia con ello. Llegan nuevas generaciones que están aprendiendo y deseando concebirse como personas, y no tanto como trabajadores. Definirse más por quiénes son o quieren ser, y no por a qué se dedican. No deja de ser una notificación de individualismo, alejada de los patrones de solidaridad obrera, pero puede ser la brecha con la que quienes sabemos de la importancia y del sentimiento de pertenencia obrera podamos penetrar y generar una mayor conciencia y articular procesos de lucha que de verdad cambien las cosas.

No se puede olvidar uno de que hoy en día el número de trabajadores, que en el estado español, pero también en todo Occidente, están condenados a la pobreza pese a tener un puesto de trabajo. Una década de crisis neoliberal, sumada a unas políticas criminales de adelgazamiento de los servicios públicos, más la citada pandemia, han legado legislaciones laborales abusivas por parte de una patronal crecida que ha impuesto marcos, sin negociación, sin diálogo y sin paz social, que no han sido contestados por las fuerzas obreras. Bien por inacción de sus teóricos representantes o por desánimo o desconocimiento de los propios trabajadores afectados.

Hoy y todos estos años, el ecosistema laboral es de la sub-contratación y los falsos autónomos, el de los becarios y contratos en prácticas, el de los contratos temporales y a tiempo parcial. El de la indefensión del trabajador frente al patrón. El de la falta de seguridad laboral. El de una precariedad laboral que se convierte en vital cuando hablamos de los jóvenes que se incorporan a un “mercado laboral”, que ya ha conseguido su objetivo: deshumanizar el trabajo y la economía productivas, para convertirlas en bienes especulativos y financieros. Es decir, en dinero.

Se lucha desde la élite contra las subidas del salario mínimo interprofesional o de las pensiones mínimas, pero no se entra en el fraude fiscal, en las excesivas plusvalías o en el capitalismo de amiguetes tan profundo y arraigado en el estado español. Quedan en suspenso las luchas contra los fraudes laborales, las agencias privadas de empleo (verdadero cáncer de las relaciones capital-trabajo) y contra las plataformas “colaborativas” de internet que han deslegitimado la organización obrera, aumentando la precariedad hasta niveles distópicos.

Por ello, hoy es vital que los trabajadores se organicen alrededor de un programa de lucha contra los despidos, contra el trabajo precario y contra el paro, que señale claramente que nuestras vidas valen más que sus ganancias. Hay que reducir la jornada laboral sin merma del salario ni de las cotizaciones, y también hay que disminuir la edad de jubilación. Sin medias tintas, ni concesiones.


¿Una utopía? Posible, justa y necesaria

Imaginad. Imaginad que tenéis, por fin, tiempo y dinero para vuestra vida. Que cumplimos, como individuos y como sociedad, el axioma de trabajar para vivir. No al revés. Imaginad que el sueldo por hora trabajada es justo y adecuado. Permite satisfacer las necesidades vitales desde la base hasta la cúspide de la famosa pirámide de Maslow. Necesidades en última instancia de carácter cultural y de autorrealización para las que en el contexto actual es necesario tanto tiempo como dinero. Pues imaginad un “mundo” en el que tenemos tiempo para una vez siendo adultos seguir aprendiendo. Estudiar otras cosas para sentirnos satisfechos y realizados. Cosas de esas que los gurús económicos llaman “improductivas”, como las artes, la Historia o la Filosofía, pero que son en esencia las que nos distinguen de los primates simples. Imaginad que por fin podéis iniciar ese curso de idiomas o de pintura. Ese taller de lectura y escritura. Poder entrenar y practicar el deporte o tarea física que nos gusta y motiva. O realizar ya ese voluntariado con mayores, niños, con dependientes… Trabajar en un tiempo libre más amplio y desatado de las ligaduras del estrés del empleo y los transportes para generar cooperativas y mejorar el asociacionismo en nuestro entorno. En el de cada uno. Imaginad que por fin tenéis tiempo cada día para mejorar ese entorno. Tanto el urbano como el rural. Limpiando espacios naturales. Trabajando, por qué no, en desescombrar solares y habilitar nuevos espacios, nuevas viviendas.

Imaginad que tenéis tiempo para esto y para más. Para viajar. Para leer. En definitiva, para consumir más. Esto generará, indudablemente, más puestos de trabajo que tendrán que ser satisfechos respetando la duración de la jornada laboral. La economía mejoraría. La sociedad sería más plena y estaría más satisfecha de si misma y de sus expectativas. Más preparada ante crisis de cualquier tipo.

Imaginad que un día cualquiera tenemos y tenéis tiempo para visitar, cuidar y pasarlo con nuestros familiares. Padres, abuelos y también los propios hijos. Imaginad que ya no tienen nuestros progenitores que encargarse de nuestros vástagos. Imaginad que ya por fin pueden viajar. A los fiordos de Noruega o a la isla fluvial del pueblo de al lado. Da igual. Es su tiempo. Imaginad, pues, que no hicieran ya falta “políticas de conciliación familiar” porque la principal, la más justa y garantista, que es la reducción de la jornada laboral ya satisfacería esta necesidad. Ya podríamos conciliar, sin pérdidas de sueldo o de sueño. Sin necesidad de delegar, ni de hacer equilibrismos con calendarios, agendas y relojes.

Imaginad que las empresas, de cualquier sector, públicas y privadas, pueden ya funcionar, de hecho si que pueden, con jornadas intensivas. Con trabajadoras y trabajadores concentrando su esfuerzo productivo en esas 5 o 6 horas diarias (¿por qué no apostar ya por las semanas laborales de 4 días?), o quizás en menos, siendo más rentables para la propia empresa y para la economía en general. Personas que para desplazarse al centro de trabajo como tienen más tiempo quizás puedan también desentenderse del coche y el tráfico. Con turnos rotativos de dos diurnos y sumar uno o dos nocturnos (siempre pagados con dignidad y justicia) dependiendo del tipo de empresa que se trate. Con un reparto del trabajo disponible para hacer nuestro país más grande y mejor.

Imaginad, en definitiva, el mundo del mañana si se pone en marcha una reducción de la jornada laboral justa, sin merma del sueldo o las cotizaciones sociales. Un mundo de personas autorrealizadas, satisfechas consigo mismas, su entorno y su sociedad. Dispuestas a emplearse en mejorarlas y en no dejar a nadie atrás. Imaginaros unidos, en la diversidad, pero reconociendo que formás parte de algo grande, en el que persiste la cooperación. Un mundo de colaboración y no de competencia. Pensad ahora ese nuevo mundo libre, y en cómo estaríamos en él, con confianza y respeto. Pensad en ello, y seguro que llegáis a la misma conclusión que yo: Y es que quienes no quieren que reduzcamos la jornada laboral, quienes desean seguir teniendo gente esclavizada e idiotizada, no nos quieren libres (por mucho que se llenen la boca con la bella libertad), ni autorrealizados. No nos quieren dignos, sino cohibidos. Y no nos quieren con seguridad, sino con miedo. Por ello el mal es fácilmente identificable. Los tenéis ahí.

Es el tiempo de hacer de esta utopía algo real y tangible. Porque es posible, porque es justo y porque es necesario. Sí a la reducción de la jornada laboral sin merma del sueldo ni las cotizaciones.


viernes, 27 de diciembre de 2024

¿Habrá elecciones en 2025?

En pocos días va a acabar un año más, y tiene pinta que no va a ser el último, de una crispación política insoportable para el ciudadano normal. El teatro televisado, radiado y panfleateado por los periódicos tiende al infinito de la hipérbole y la víscera. El teatrillo de la democracia liberal burguesa no es política en términos grandilocuentes. No hay debate como tal. Sólo reproches y acusaciones parvularias del y tu más … No hay grandeza en los discursos, ni en las palabras, y los hombres públicos de la antigüedad no pueden verse reflejados en los parlamentarios y parlamentarias de hoy en día.

Los medios de comunicación de masas y las redes sociales no ayudan a rebajar la crispación y la violencia verbal que a punto está de volverse física, si es que no lo ha hecho ya. Una ultra derecha, toda ella, política, judicial y mediática echada al monte bajo el mandato de la económica que quiere cerrar el círculo de la explotación de la clase trabajadora y de los recursos y patrimonios de todas y todos. No puede aflojar el nudo de las levas en un contexto de crisis de valores colosal, donde el imperio se convierte en pasado. Se desmorona a cada día y pierde capacidad para seguir manteniendo el orden establecido mientras sus propias poblaciones, en Estados Unidos y en la lacaya Europa quedan en manos de sátrapas que se venden como depositarios de la democracia y la voluntad popular y no son más que los enterradores de un sistema y una ideología que hace aguas por todas las partes. Incapaz de garantizar el bienestar de la mayoría, y que solo sirve para usurpar a las clases productoras.

Con este contexto cada año que se mantiene el gobierno de coalición más progresista de la historia es un éxito que no deja de sorprender a los que tenemos un par de dedos de frente y sabemos cómo funciona el mundo, y cómo mal-funciona el sistema democrático y capitalista.

Si ante esta avalancha de acciones de casi toda índole -solo falta el típico golpe militar españistaní-, que un gobierno, supuestamente de izquierdas, se mantenga en el poder es para alabarlo. Pero también es verdad, que más por méritos propios, se debe a los deméritos de ese bloque cainita y rancio, incapaz de convencer a una mayoría para facilitarle el acceso al poder, toda vez que su estrategia de odio y crispación se basa en atacar a todos los que son diferentes al típico españolito de a pie. Por qué si sólo se siente español el hombre, blanco, de apellidos nacionales, de media edad y que tiene un trabajo, una hipoteca y un coche que contamina, ¿cómo diablos va a convencer a las mujeres?, a jóvenes que no pueden acceder a la vivienda, a jubilados a los que no les llega la pensión y a los que pretenden explotar hasta el último segundo, a personas sensibles con el bienestar animal, la calidad de los ecosistemas y en lucha contra el cambio climático. Cómo pueden convencer a catalanes, vascos, valencianos o canarios. Más allá de Madrid, más aún, más allá de la M30 hay mucha España y muchos y diversas españolas y españoles.

Qué clase de inútiles corruptos y amorales son los políticos de derechas de este país (y ojo, que también hay muchos en la supuesta izquierda) para que ante todo el apoyo mediático y económico mediante no sean capaces de ganar una mayoría. No busquen mucho. Los llevamos viendo muchos años y su último ejemplo está siendo en Valencia.

Por todo ello, lo indico una vez más, es absolutamente descorazonador que un gobierno como el actual no sea más proactivo a la hora de plantear propuestas y ejecutar políticas en beneficio del bien común. Si prácticamente sin hacer nada ya tienen a un ataque frontal de una oposición que ha demostrado con la pandemia, con el volcán, con las guerras de Ucrania o Palestina, o con la Dana, su nula capacidad para poner el interés general por encima del suyo particular. Su esquiva colaboración para solventar los problemas comunes y garantizar la capacidad adquisitiva de todas las familias. Que lejos de plantear soluciones se suma a crear más y más problemas, a veces donde no los hay, para derribar al gobierno. Que se manifiesta por derechos trasnochados que no existen y por mantener costumbres que poco o nada tienen que ver, no ya con la España y Europa del siglo XXI, sino con el mundo de cambio de siglo.

Por qué este gobierno no es agresivo y cambia proactivamente el país a través del BOE. Retratando a todas las fuerzas políticas una y otra vez. Cada semana. Y a todos esos supuestos “medios de comunicación”. Es verdad que luego hay que ir al Congreso (y al Senado) y conseguir la suma de muchos partidos, con ideologías diversas y a veces enfrentadas, para sacar adelante toda propuesta. Pero es la manera de ir planteando soluciones y a los acuciantes problemas, muchos de ellos enquistados, que lastran este país y a sus gentes. Qué desperdicio de acción política que podía resultar en ir acercando a personas trabajadoras a un gobierno, que quizás no es el que más simpático les resulta, pero que indudablemente mejora sus condiciones de vida.

El último ejemplo los estamos teniendo estas semanas con el impuesto a las eléctricas, una medida social importantísima que puso freno al lucro excesivo de estas empresas, que desde que dejaron de ser patrimonio nacional (gracias pp y gracias Aznarin) se han convertido en sanguijuelas de las clases trabajadoras. PNV y el chiringuito del cara-dura de Puigdemont son tan de derechas como el pp y tan patriotas del dinero como ellos. Su bandera les separa pero les une mucho más el dinero. Y ahí están defendiendo el interés de los accionistas, muchos de ellos extranjeros, frente a que sus compatriotas (españoles, catalanes o vascos) pasen frío en invierno. Son así de sinvergüenzas e hipócritas.

Por eso plantear esa reforma fiscal progresista y basada en un modelo de justicia social que financie y garantice la igualdad entre ciudadanos de oportunidades, el acceso a los servicios públicos, empezando por la sanidad y la educación, es tan necesaria como evidente que a de ser la primera promesa electoral de todo partido de izquierdas de verdad. Por ello es tan básico mostrar las contradicciones de estos partidos de derecha. Porque están en una situación de desventaja. Aunque no lo parezca.

Porque mientras la ultraderecha madrileña esté echada la monte es imposible que estos partidos catalanes y vascos vayan a facilitar directamente, o incluso, indirecta, un gobierno de extrema derecha. Porque sus electorados jamás lo perdonarían. Y de hecho, si hace un año y medio sacaron adelante, junto a las fuerzas de izquierdas, incluidas las nacionalistas y el PSOE un gobierno de coalición fue el miedo a ese gobierno de extremo centro que los tendría entre sus objetivos, y fundamentalmente porque su propia nación los trataría como traidores.

Por lo tanto, con este ecosistema parece factible que salga adelante cualquier propuesta fiscal, o política, que vaya en beneficio de las clases populares y de los pueblos que viven más allá del barrio de Salamanca de Madrid. Lo primero porque todos, y en esto debería de incluirse a las derechas que encima rigen algunas Comunidades Autónomas, están interesadas en que salga adelante unos presupuestos para 2025 que desbloqueen las ayudas europeas y les permita hacer o no, sus políticas. Sean las que sean.

Otra cosa es avanzado el año y viendo que los propios pactos entre fascistas saltan por los aires con más facilidad que los de izquierdas, sería la idoniedad de una convocatoria de elecciones generales a partir del verano. La búsqueda de sustentar una nueva mayoría progresista que garantizará el gobierno restando los apoyos de PNV y Junts toda vez pasado el ciclo electoral en Euskadi y Catalunya. Descarto una moción de censura o un empuje desde las derechas que llevarán a una elecciones anticipadas.

De darse la convocatoria y revalidarse un gobierno del PSOE, con o sin participación de la izquierda a la izquierda del PSOE, se producirían dos hechos muy importantes: El primero trascendental es que el PP estallaría. No podría aguantar más años de oposición porque no sabe y porque hay una lucha por el poder más que evidente. El segundo que quizás, y solo quizás si los interesados demuestran tal interés, sería la responsabilidad de aprovechar por fin la oportunidad y hacer políticas que merezcan la pena y nos permitan ser un mejor país, con mayor dignidad. Que podamos de una vez por todas, y junto a todas y todos, transformar este país y arrojar al contenedor de la basura el franquismo y el tardo-franquismo.

Quizás si no se hacen estas medidas que darían una mejor, o incluso por primera vez una democracia, no es tanto cobardía o inutilidad, como que al final son el mismo problema. Una casta política, a la que se han sumado todos los advenedizos, para que nada cambie. Entonces y sólo si superáramos nuestras diferencias, las clases trabajadoras, la población debería levantarse y reclamar un clima político más constructivo y digno. Una quimera.

Para contestar a la pregunta del título de esta entrada no tengo una respuesta en firme. La lógica y la experiencia previa con Pedro Sánchez me dice que si. Porque aunque es casi imposible y puede que hasta una locura, se trata de una estrategia audaz que le garantizaría 4 años más y dejaría muy tocado a su rival al que además podría ir desgastando nuevamente en otro ciclo electoral. Si se dan las circunstancias, que ahora no son porque no le otorgarían la iniciativa, no tengo ninguna duda. Otra cosa sería las políticas que practicaría, que estarían influidas por la relación de mayorías. Si no se dan esas circunstancias que le favorecieran, ya veremos…

Una de las principales razones de pensar así es que a la izquierda a la izquierda del PSOE, la situación es tan lamentable que van a empujar a muchas personas al psoe por incomparecencia. Es duro decirlo pero es así.

No pensemos más en estas cosas y tampoco demos palabra a los cuñados. Feliz año nuevo. Y disfrutar de este su último fin de semana.

 

 

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...