martes, 21 de octubre de 2025

Yungblud, ¿el nuevo Rey?


 

El pasado sábado 11 de octubre nos movimos a Madrid para ver en concierto a Yungblud, en un regalo que hice a mi chica, por tantos momentos y sacrificios hechos por ella ante mis caprichos y necesidades. Como paradoja y después de llevar ya 10 añazos arrastrándola a conciertos heavys, hicimos 400 kilómetros para ver a un artista de rock duro, con buena relación con el Metal, tanto es así que ya hay quien lo ve como el relevo en la escena metalera internacional.

Al llegar las inmediaciones del Palacio de Vistalegre eran las de un concierto propio de un fenómeno de masas adolescente. La vuelta a la manzana hasta la calle que rodea la Quinta de Vistalegre para encontrar nuestro sitio en la fila era un paseo rodeado de gente joven, alguna muy joven. La mayoría chicas, algunas acompañadas por mayores sus padres supongo, casi todas en grupo. Las indumentarias cercanas al metal gótico. Mucho negro y encaje, mucha bota y mucha media de rejilla, falda o pantalón de cuero y ojos sombreados. Si hubierais puesto la misma atención de vuestro dresscode a dejar la calle sin tanta basura como cuando la encontrasteis nos hubiera ido a todos mejor.

Una de las primeras satisfacciones dentro del recinto, al que volvía, ni se sabe cuántos años hace ya de ver partidos del Estu y algún que otro concierto, fue que la sala está muy renovada en el interior. Me parece acogedora, diáfana y accesible. La segunda fue que el pincha del local, desconozco si de forma autónoma o por prescripción del cabeza de cartel, nos fue colocando algunos imperecederos de buen hard rock e incluso Heavy. Por desgracia, no estoy acostumbrado entrar en un ambiente tan masivo y que te estén poniendo She Sells Sanctuary de los infravaloradísimos The Cult. Mientras mi chica y yo la celebrábamos, por desgracia pasaba desapercibida entre la chavalería.

Entraron temas enlatados para ir calentando el ambiente de Mötley Crue, los Rolling, Guns and Roses, Audioslave entre otros para abrir los teloneros de la velada. Los dos grupos británicos que abrían al cabeza de cartel eran perfectas desconocidos que hicieron acto de presencia para recordarnos a algunos y descubrir a otros que en el Reino Unido existe una escena músical de rock espectacular y que salen bandas cada día con talento, con tablas y con mensaje.

Me gustaron especialmente los primeros, Palaye Royale, a los que obviamente desconocía, pero que me sonaron muy frescos pese a presentar unas notables influencias a bandas de gran recuerdo como Placebo o Super Grass. Los segundos, Weathers, no me disgustaron en absoluto, pero su sonido me dejo más indiferente, aunque si bien como digo, la pericia técnica de ambas bandas es notable y merecen tenerlos en cuenta. Qué tiempos aquellos en los que cada mes te llegaban propuestas de rock desde el otro lado del Canal.

Rompía el silencio el War Pigs de Black Sabbath ante la demencia de a quienes nos vuelve locos este verdadero himno del Metal y de la música. El humo inundaba el escenario y el griterío de la muchachería, no sofocaba ni los acordes de Iommy, ni la voz de Ozzy, por más que los juveniles nervios se exaltaban según rompían los segundos previos al espectáculo.

 

 

Los músicos tomaron posiciones en penumbra, y de repente, se hizo la luz. Dominic Richard Harrison, un chico de 28 años salía con gafas de sol, sonrisa burlona y pose de estrella para desatar la locura con Hello Heaven, Hello, su tema estrella de su último disco, Idols, que nos venía a presentar. Y qué manera de marcar territorio. La canción suena redonda, muy bien ajustada para ser comienzo del concierto y no merma durante los nueve minutos de duración. El público encendido y Yungblud con la actitud necesaria para hacer que todos los presentes disfruten. 

Se saca el chaleco de animalprint para quedarse a pecho descubierto en el coso carabancheleño. Vuelan las gafas de sol y entra sin dilación el segundo trallazo The Funeral, temazo brutal de su anterior disco que a mi me ha enganchado mucho desde que mi mujer me lo dio a conocer.

El frontman, absoluto protagonista, corre, salta, se divierte y hace que el público ya predispuesto, tome partida. Las llamaradas restañan en el escenario, estalla el confeti hasta en dos ocasiones, blanco y rojo, mientras Yungblud interpela al público, dialoga con él, cantando y la mayoría de las veces hablando directamente. Así sube a un chaval al escenario para que le acompañe a la guitarra en fleabag, en una divertida interpretación celebrada con ahínco por el público.

Así hasta el momento culminante, su versión del Changes, de Black Sabbath dedicada con cariño y dolor por la reciente pérdida, que nos lleva a varios a señalar el cielo mientras se inunda los ojos de lágrimas. Por desgracia, buena parte del público, por lo menos a mi alrededor, no acabó de entender el sentido del momento, ni tampoco las propias lágrimas de Yungblud que acababa el cover mirando también al cielo y susurrando algo a Ozzy. Sin duda, el instante culmen de todo el concierto.

De ahí y hasta el cierre más carreras y saltos. Interacciones con el público. Algunas físicas caminando sobre y mezclándose con ellos. Otras pidiendo máxima implicación a los brazos y las manos. Algunos desajustes técnicos, tomados con risa. Destilando una pose que parece querer romper el espacio sagrado de los totem del género. Como si viniera a apropiarse algo que está desierto o usurpado desde hace mucho tiempo.

Quizás se deba a que éramos de los más veteranos en el concierto, pero con todo estuvimos en una demostración más, y no será la última, de que el rock está muy vivo. De qué hay cantera. Hay pasión. Y ganas de pasarlo bien con la música bien hecha como excusa. Si puede haber ese relevo entre aficionados al género es porque existen artistas y propuestas como las de Yungblud, capaces de irradiar hacia los más jóvenes. Y en especial al público femenino.

Desde luego, Yungblud ejercita sobre el escenario su propio estilo y personalidad. Pero también las influencias de la música que le gusta y ha compuesto su balance. Se nota esa afinidad con Ozzy y también con Stive Tyler. Veo detalles de Iggy Pop, por supueto, de Freddy Mercury, y también las más glameras a lo Vince Neil. Con todo lo malo y bueno que tiene. En conjunto es capaz, y bien que se le agradece, de hacer de correa de transmisión de la música rock entre generaciones, y está llamado a convertirse en un referente.

A mi juicio tiene mucho mérito, que en la actualidad, un chaval haciendo rock (ignoro sus poderes y si viene o no desde el arroyo) sea capaz de hacerse un nombre y arrastrad a una multitud de personas jóvenes, muchas chicas y mujeres, hasta un concierto de género. Hoy en día, con la música prefabricada y donde el algoritmo marca la música como un producto más de usar y tirar. Cuando todo es marketing e impacto en las redes sociales lo que marca el ritmo de qué se escucha y qué pasa ignorado o desapercibido. Cuando más imposible parece. Cuando la homogeneidad cultural es más totalizadora, todavía salen nuevas propuestas que reverdecen los viejos laureles del rock. Que proponen canciones claramente generacionales, como Hello Heaven, Hello con la también abre este último disco. Una valiente declaración de intenciones.

Entre lo negativo la corta duración del setlist puesto que este buen mozalbete atesora una buena retahíla de temas para paladear en directo. Y sin embargo, tras hora y media cerró la sesión con el temazo Zombie. Echamos en falta, sobretodo mi mujer, canciones como mars, parents y fundamentalmente Polygraph Eyes que es de las que me había gustado de los deberes como escuchas previas a los que me había comprometido. Entiendo que después de la intensidad exhibida y la exigencia física adquirida Yungblud se retirara exhausto, pero fue una pequeña desilusión ante la propuesta de un artista que precisamente ha exhibido talento interpretativo y compositivo como para abrir discos con temas de casi 10 minutos.

Tampoco me hizo una ilusión extrema los muchos cortes al desarrollo continuo de las canciones y la música. Interpelar al público está bien, pero en mi opinión, estas deben ser breves y cortas, no hacerse repetitivas y ni romper la dinámica propia de la música y su interpretación. Hacerse más para emocionar que para una foto o una pose, pero es innegable que la conexión conseguida con el público fue colosal, gracias a la espontaneidad y naturalidad con la que se hacían, y llevo a ambos, cantante y platea, a una catarsis tremenda.

Son mis cosas, como también el ver que algunos tramos del guitarra principal (lo tenía enfrente) estaban sampleados. Pero eso ya para el oído y ojo expertos. O tener que lidiar con mendrugas que protestan porque se saca una camiseta con mensaje cuando ni ha empezado el concierto, pero que no protestan cuando todo se inunda de móviles haciendo videos. Por cierto, de verdad, no hay que grabar el concierto ni hacer 300 fotos que además van a quedar regu. De nada, eh

Y sin embargo, la satisfacción con el concierto de Yungblud fue plena y se hará poderosa en la memoria con el tiempo. Un concierto sin fisuras, coherente en su propuesta de caos y emoción.

Quizá asistimos, sin saberlo, al advenimiento de la nueva rockstar, el nuevo icono que engarce a las nuevas generaciones, y en especial a las féminas, al mundo del rock y del Heavy Metal. El Mesías que abra la puerta del Valhalla a todos aquellos que viven cegados bajo la tiranía del algoritmo del más adinerado y de la laminación multicultural. Que rompa los rigores de la uniformidad musical.

¡Larga vida a Yungblud! ¡Larga vida a la música! ¡Larga vida al rock!

 

 

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