Alberto Garzón, secretario del proceso constituyente y Candidato a presidente del Gobierno por Izquierda Unida - Unidad Popular mediante primarias en las Elecciones Generales de 2015. Foto de eldiario.es.
Decía
Lenin que “hacer la revolución es comprender la realidad”.
Y para continuar esa revolución hoy por hoy en cualquiera de los
ámbitos de los que me ocupo y apasiono, se hace imprescindible,
además por mi reciente trayectoria, hacer valoración, crítica,
auto crítica e introspección de la situación del partido político
que integro con coherencia y honor: Izquierda Unida.
Tras
las elecciones generales del pasado 20 de diciembre la situación no
es nada cómoda. Y lo es menos aún con el revanchismo que el círculo
de la Complutense, ya trasladado al Congreso de los Diputados ha
tratado el tema de la configuración de los Grupos Parlamentarios.
Podemos no tenía llave exclusiva para que IU tuviera o no grupo
propio en el parlamento. Eso es obvio. Pero no lo es menos, el hecho
de que ha confabulado para que desde las candidaturas de confluencias
(Compromis, Ahora en Comú y Mareas Galegas) no
se desligaran los miembros de IU democráticamente elegidos para
favorecer la constitución del grupo propio. Las consecuencias están
claras: No restitución de los fondos invertidos en la campaña
electoral, de los que el reglamento del Congreso permite para los
grupos constituidos (con lo que puede traer en materia de
sustentación de la organización con las deudas existentes con la
banca privada) y anulación del espacio político y mediático de
intervención de Izquierda Unida.
Pero
todo esto es consecuencia de unas elecciones que no se puede
calificar de éxito. El no poder formar grupo político por nuestros
propios medios, tras sólo obtener 2 diputados (en la circunscripción
de Madrid) es nefasto y pone en peligro la supervivencia del partido,
pero sobretodo de una ideología, la de la defensa de la dignidad y
la libertad de la clase trabajadora, cuya vigencia quieren poner en
entredicho entre discursos demagogos del Fin de la Historia, o
del crecimiento perpetuo.
Pero lejos del habitual tremendismo y
ombliguismo del que hacemos gala en esta organización es importante
reconocer la realidad. No es la primera vez que Izquierda Unida se
queda sin grupo propio en el congreso. Ya en 2008, a la llamada
del voto útil (eso de votar a quien no nos gusta para que no
gobierne quien nos gusta aún menos), la coalición de izquierdas se
quedo con 2 diputados. Mejor dicho 1'5. Gaspar Llamazares que era el
candidato de IU a la presidencia y Joan Herrera que era el número 1
de la lista de Iniciativa Per Catalunya Les Verds. Y todo ello
con “sólo” 990,000 votos, sin la competencia de un partido
artificial creado para (des)-movilizar al voto de Izquierda Unida
como ha ocurrido en estas elecciones.
Y si de aquella vez no se salió
con la defunción de Izquierda Unida, no tiene ahora porque ser
así, más si tenemos en cuenta que a nivel municipal la situación
no es tan delicada como entonces. Pero sobretodo es muy difícil
vislumbrar la desaparición de nuestra organización, toda vez, que
se demuestra como clara, más que necesaria, imprescindible una
ideología de izquierdas que elabore un discurso en favor de las
clases populares y la legitimidad y vigencia de la lucha obrera;
donde los discursos medioambientales y sostenibles no sean mera
retórica y frases hechas ante las agresiones que el capital y la
avaricia de los poderosos someten a nuestro entorno; y todo ello en
un país y sociedad en estado de descomposición ante un cuerpo
político tradicional podrido, corrupto y fascista.
Para llegar a esas elecciones
Izquierda Unida dio su liderazgo electoral a Alberto Garzón
quien a golpe de refundación (nada nuevo ya que viene marcado por
los acuerdos de la Asamblea de 2007), primero buscó con generosidad
y responsabilidad una confluencia de fuerzas rupturistas con el
régimen tardo-franquista y neoliberal. En esa confluencia
estaban llamados muchos agentes que finalmente decidieron integrarse
en el proyecto político de Izquierda Unida, que bajo el nombre de
Unidad Popular compitieron en estos últimos comicios. Sin
embargo, ha calado en un amplio espectro de nuestros potenciales
electores (la clase obrera) el mantra de que la confluencia fracasó,
y en buena parte de ello, por Izquierda Unida, porque no quiso
despojarse de las siglas, la mochila o el aparato.
Nada más lejos de la realidad.
Podemos en su escalada de traición al 15M, sigue funcionando
como una herramienta del sistema. Sirvieron primero para acallar las
calles y la contestación ciudadana a tanto fascismo y ahora siguen
una hoja de ruta, que no por nueva es desconocida: El arrinconamiento
de las posiciones de izquierda con la des-legitimación de un
programa radical de auténtica libertad, dignidad, economía al
servicio de las personas y regeneración democrática de las que
Izquierda Unida es su principal valedor.
Ante la imposibilidad de la
candidatura unitaria (toda vez que se demostró que a Podemos solo le
interesaba fichar a Alberto Garzón y a algunas personas más para
las listas electorales), le siguió un trabajo notable de la
dirección de la coalición, elaborando una campaña original, no tan
cara, y alejada de los estándares habituales, para acercarse a la
gente que generó ilusión y se tradujo en el respaldo del casi
millón de votos obtenidos, frente a un silencio mediático absoluto
que nos privó de los grandes debates (aunque eso supusiera incumplir
la Ley Electoral, pero al capital no le importaba) y donde nuestro
candidato, Alberto Garzón, el mejor valorado de todos los
competidores se vio aislado y relegado. El reto era superar ese
silencio y recordar a la población quien les defiende de las
injusticias y el modelo social de todo para el 1%. Quien está por
políticas radicales en el atajo y solución de los problemas.
El resultado, ya lo sabéis, ya lo he
dicho ha sido sólo obtener 2 diputados con más de 920.000 votos con
el único programa rupturista que compitió en las pasadas
elecciones. Y tras el Consejo Político Federal del pasado 9 de enero
ya se han sentado las bases para una nueva Asamblea en torno a mayo
(si el calendario político lo permite) donde han de sentarse las
nuevas bases de Izquierda Unida.
No
se puede ser optimista con el panorama actual tras las elecciones.
Aunque destartalada la mayoría absolutista del #PartidoPutrefacto y
tocado el bipartidismo hay dos
elementos muy negativos, especialmente si tenemos en cuenta “la que
ha caído” en los últimos años: El PP sigue siendo el partido más
votado en España y el PSOE sigue siendo el partido más votado en el
seno de la izquierda. En términos de voto, el balance
izquierda/derecha está, como todo el mundo sabe, en empate
técnico... con todo lo que ha caído, insisto, tras 5 años de
estafa llamada crisis, de orgía neoliberal cuyo restos se limpian
con los servicios públicos de todos, en un estado artificial cuyos
artesonados herederos del franquismo se derrumban. Pero aún así
vemos una supervivencia del sistema, cambiando el tradicional
bipartidismo, que en lo económico no tocaba el poder de la clase
dominante, por un nuevo modelo que parece va a derivar en un
nuevo bipartidismo 2.0.
Aquellos que pretendemos hacer frente
al modelo neoliberal capitalista y avanzar hacia otro modelo de
sociedad -lo cual va mucho más allá de encontrar un hueco electoral
digno- estamos perdiendo la batalla. Por eso, una reflexión
seria y global a este respecto parece inaplazable.
Y
en ello Izquierda Unida debe abordar de forma inmediata su propia
refundación, como herramienta
útil y funcional para la nueva fase en el que la lucha obrera está
sumergida. Además, no es ninguna propuesta extraordinaria: es un
acuerdo de la penúltima Asamblea Federal de IU que nunca se ejecutó.
Si propongo la refundación de IU no
es para contar con una nueva fuerza política cuya única diferencia
respecto a la actual organización sea una modernización o, mucho
menos, un cambio de imagen, nombre o fachada. En sentido contrario, y
aún con mayor énfasis, tampoco es para dar a luz a una nueva
fuerza que se sitúe en otro espacio político e ideológico o
que reniegue de los valores y grandes objetivos estratégicos que han
caracterizado desde siempre a Izquierda Unida.
Izquierda Unida nació en 1986
como un espacio de convergencia entre diversas culturas y
organizaciones de la izquierda en torno a un programa común,
una fuerza que se autodefinia como un movimiento político y
social y que aspiraba a un funcionamiento abierto al entorno social a
través de la elaboración colectiva. ¿No os suena terriblemente
parecido a los objetivos que nos seguimos planteando -¡29 años
después!- cuando hablamos de convergencia política y social o de
Unidad Popular?
Y fue tras la III Asamblea IU cuando
se da un paso de gigante para resolver este problema: convertirse
en un partido plural, diverso, que admite corrientes y partidos en su
interior, pero que funciona de manera asamblearia sobre el principio
de una persona/un voto.
Sin embargo, el impulso de abajo
arriba se va diluyendo en escalones intermedios y aparece lo que
aparece tendencialmente en cualquier organización si no se dota de
herramientas potentes para evitarlo: cúpulas dirigentes, baronías
territoriales y negociación por arriba entre grupos organizados.
Pero aún más grave y propio a la
naturaleza de la organización se sucede una guerra interna, que
recuerda a lo que escribió Orwell sobre su experiencia en el POUM
con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil:
“Un gobierno [el
Republicano] que envía chicos de quince años al frente
con fusiles viejos de hace más de cuarenta años, y mantiene a los
hombres más fuertes y las armas más nuevas en la retaguardia, teme
sin duda más a la revolución que a los fascistas”.
Herederos de aquella la lucha por la
libertad y contra el fascismo, seguimos equivocados, desgastándonos
en una guerra fraticida entre las dos facciones más poderosas de la
coalición de partidos, PCE (Partido Comunista de España) e
Izquierda Abierta. Los primeros detentan el liderazgo del partido y
los segundos componen la vieja dirección. Y en medio los militantes
que padecen esta confrontación que desgasta y desalienta. Y así
olvidamos que el enemigo es la derecha. Es el fascismo. El
capitalismo y su versión más egoísta, el neoliberalismo. El
enemigo es la España cutre atrasada, racista, machista y orgullosa
de un pasado genocida. Y sin embargo, nos toca, a las bases,
desmoralizarnos mientras abrimos los correos internos de la
organización con interpretaciones y segundas lecturas que varían si
quien lo envía es afín o díscolo.
Así se genera un microcosmos interno
donde se bloquean ideas, se paralizan debates, se pierden sinergias,
se dejan sin hacer labores y responsabilidades. El funcionamiento
interno del partido no resuelve las necesidades ni aprovecha las
oportunidades por lo que se agotan voluntarismos y participaciones
fruto de esta guerra interna que no tiene claro vencedor, pero si un
gran derrotado: La ideología de izquierdas, la lucha obrera y la
clase trabajadora.
Por todo esto la Refundación
ha de reunir las siguiente características:
- Tener como objetivo estratégico el mismo que Izquierda Unida ha tenido desde su fundación: la construcción de una sociedad socialista donde la economía esté al servicio del interés y el bienestar general; una sociedad democrática, igualitaria, fraterna, pacífica y en armonía con el medio natural.
- Ser un espacio cómodo y plural para las diversas culturas y organizaciones de izquierda que se identifican con el objetivo primero.
- Ser una organización abierta a la sociedad especialmente en lo que se refiere a la elaboración colectiva del programa.
- Articular la acción política e institucional y fundar la cohesión interna en torno al programa, vínculo máximo y compromiso máximo con la sociedad.
- Desarrollar un funcionamiento radical de democracia directa. Referéndums y consultas a todos los niveles no han de ser una excepción: han de ser una herramienta habitual de funcionamiento.
- Dar la máxima importancia a la acción política extra institucional, pegada al terreno, a la calle y a las luchas sindicales tanto de conjunto como de sector y a la incidencia en el conflicto y los movimientos sociales.
- Constituir una organización fuerte donde cada miembro aporte en la medida de sus posibilidades y, paralelamente, sienta que cuenta, como individuo, en las decisiones colectivas.
- Elaborar un programa de trabajo en cada entorno, desde la Asamblea local hasta la Asamblea Federal, donde con debate, participación y autonomía se defienda el programa común (punto j) y que tenga los siguientes ejes:
- Participación de todos los miembros por igual.
- Valoración de todos los miembros. La experiencia de los que llevan tiempo en la lucha; la fuerza de quienes llegan por primera vez. Dejando espacios de expresión, participación y trabajo bajo un paradigma de colaboración, diálogo y respeto.
- Plan de trabajo ligado a la representación en las instituciones, pero de manera mucho más intensa en la labor en la calle. Acercarse a los barrios, las universidades, los hospitales, los institutos, los centros de trabajo, las bibliotecas, los clubes deportivos, las asociaciones medioambientales y las culturales. En definitiva, al ciudadano para dar respuesta a sus necesidades y ofrecerle mecanismos de integración, aprendizaje y colaboración.
- En ese plan de trabajo, se hace imprescindible, volver a una de las bases del movimiento obrero: Generar sus propios medios de comunicación y difusión de ideas, tanto en Internet, como en prensa escrita.
- Uso efectivo de las nuevas tecnologías, tanto en el funcionamiento interno, como en la publicidad y marketing externo para dar a conocer las actividades e ideario de la organización.
- Hacer base: Simpatizantes y afiliados; militantes con voz, voto y participación efectiva, que puedan y deban desarrollar su propia opinión sobre su entorno y el de la Asamblea en la que participan, así como desarrollar un trabajo voluntario sin llevarles hasta la extenuación ni el agotamiento.
- Aplicar correctamente el principio federal como articulación de soberanías, definiendo claramente los ámbitos de soberanía compartida y actuando en consecuencia.
- Un programa común, innegociable e irrenunciable, que contenga:
- Memoria: Jamás olvidar a quienes pelearon antes por estos principios.
- Ecología: Respeto al planeta; sus recursos, plantas y animales.
- Demografía: Equilibrio que prevenga la superpoblación y las tragedias migratorias.
- Sanidad: Cobertura sanitaria pública y gratuita.
- Laicismo: Separación real entre estado y religión.
- Educación: Cobertura educativa pública y universal.
- Socialismo: Reajuste del modo de producción y justicia distributiva real.
- Democracia: Separación de poderes y representación proporcional.
- Federalismo: Autodeterminación y cesión de soberanía hacia territorios menores.
- República: Elección del jefe del estado democráticamente.
El camino para recorrer es largo en el
tiempo pero es inaplazable. Izquierda Unida debe dejar atrás
tiempos de disputa interna que rayan lo personal para abrir un tiempo
nuevo en el que se configure, nos configuremos, como una herramienta
útil para la clase obrera en sus aspiraciones de mayor libertad,
igualdad, democracia y dignidad.
Bajo un programa de IZQUIERDAS
innegociable, no olvidaremos las luchas inter generacionales, muchas
de ellas en la clandestinidad, de nuestros compañeros y compañeras
y junto a quienes vayan llegando y sumándose a este maravilloso
proyecto seguir con mayor fuerza la lucha para cambiar nuestra
realidad y conseguir así el cambio del modelo social y económico
que construya un mundo mejor, con mayor democracia, igualdad y
libertad.
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