Extractos de una obra clave para comprender la situación del mundo en la primera década del siglo XXI provocados por los desmanés de las oligarquías religiosa, nacionailsta, económica estadounidenses. Susan George hace un ejercicio de retrospectiva y memoria crítica con las políticas neo-conservadoras tanto desde la década de los 60s y 70s, como ya con la administración Reagan, comienzo declarado del período neo-con. Sus políticas y represiones así como la de sus "herederos" políticos y como han dejado tanto la primera potencia mundial como el planeta más pobre, corrupto, fraudulento y moralmente depauperado. IMPRESCINDIBLE.
Las grandes empresas siguen embolsándose beneficios récord: en 2006, los de Exxon fueron de 40.000 millones de dólares. El gobierno sigue concediendo flagrantes extensiones fiscales e indignantes subvenciones al sector empresarial, especialmente a la ya opulenta industria petrolera. Estalla en el país un escándalo financiero tras otro, la mayoría de los culpables sale en libertad bajo fianza gracias al dinero de los contribuyentes, el esporádico chivo expiatorio va a prisión y la indignación decrece. Los salarios de los presidentes de los consejos de administración de las grandes empresas son ya más de 400 veces superiores a los de sus empleados promedio. Hace tiempo que desaparecieron los movimientos progresistas de la década de 1930 que pedían más igualdad y justicia social.
¿Cómo es que han bastado sólo unas décadas para que los ideales estadounidenses, expresados en algunos de los documentos políticos más inspiradores que se han escrito, estén pisoteados en el fango? ¿Cómo puede el país cuyo primer acto independiente fue declarar que “todos los hombres han sido creado iguales” ser ahora una de las sociedades más desiguales del planeta? ¿Por qué tuvieron tanta libertad para actuar quienes planearon la estrategia para hacerse con el poder?, pues eso es lo que es. ¿Por qué se han encontrado con tan poco oposición? Confío en demostrar que la batalla es, sobre todo, cultural, y que la estrategia de la extrema derecha ha sido rentable. Si uno consigue entrar en la cabeza de la gente, no hace falta preocuparse de sus manos ni de su corazón: irán detrás. Y entonces los dirigentes podrán hacer cuanto les plazca.
Muchas personas, sobre todo en Europa, siguen viviendo en su mayor parte en un mundo racional, culto, con servicios públicos y al menos cierta protección social. Sus sociedades, pese a las numerosas injusticias, continúan siendo relativamente habitables. Quizá como resultado de ello, estas personas suelen creer que la actual situación calamitosa de Estados Unidos es totalmente obra de Bush y de sus seguidores neocón. Lógicamente, entonces, esta situación cesará en cuanto los actuales dirigentes sean desbancados, como muy tarde en 2008, y sustituidos por otros que tengan más principios.
Además, la mayoría de los europeos que viaja a Estados Unidos por trabajo o por placer nunca se aventura más allá de las costas del Atlántico y del Pacífico que, hay que admitirlo, son más atractivas, más amigables para los europeos y sin duda más divertidas que los lugares que quedan en medio. Estos europeos no tienen ni idea de lo que piensa –o de lo que no piensa- la gente en el vasto interior del país. No entienden cómo los estadounidenses pueden haber elegido a estos dirigentes, y que están tan seguros de que cualquier día de estos entrarán de nuevo en razón. Este extraño comportamiento es temporal y cesará cuando un partido diferente u otras personas diferentes consigan el poder.
Todo en la cultura –desde los medios de comunicación a la mayoría de las escuelas, pasando por la práctica religiosa generalizada- disuade del pensamiento crítico.
El huracán Katrina reveló las consecuencias sociales y ecológicas de la “libertad económica” para aumentar el calentamiento global y dejar a los pobres a su suerte.
Los trabajadores mal pagados se concentran de forma abrumadora en las “ocupaciones de servicios”, que representan actualmente casi cuatro quintas partes de la economía estadounidense. Los peor pagados, en su mayoría mujeres, trabajan en “empleos relacionados con preparar y servir comida” y en el comercio minorista. Con la pérdida constante de empleos bien remunerados en el sector de la fabricación a favor de China y de otros países donde pagan salarios bajos, las personas cuyos puestos de trabajo desaparecen se ven obligadas a encontrar nuevos trabajos en puestos mal pagados del sector servicios donde podrían ganar incluso menos que el salario mínimo. El peor salario para ocupaciones como camarero en un restaurante se paga legalmente –prepárense- a 2,13 dólares la hora. Se supone que quienes sirven comidas deben sobrevivir a base de propinas. Los extranjeros que salen a comer en Estados Unidos no entienden esas bárbaras costumbres y suelen dejar poca calderilla, cuando lo apropiado sería el 20% de la cuenta. Los camareros se pelean para no tener que servir a extranjeros, especialmente británicos.
Lo sé porque he leído el extraordinario libro de Barbara Ehrenreich Nicked and Dimed (Vivir de propinas), en el que relata la vida de una mujer, ella misma, que vive atrapada en este tipo de trabajos. En su caso fue voluntario. Se trasladó desde Florida hasta Maine y Minnesota, y trabajó como camarera, doncella de hotel, mujer de la limpieza, auxiliar en una maternidad y dependienta en Wal-Mart. Aprendió que hasta los empleos más modestos exigen un esfuerzo mental y físico agotadores y que un solo trabajo no es suficiente: si usted insiste en vivir bajo techo en lugar de en su coche o en la calle, necesitará por lo menos dos. Si viene de otra ciudad y no tiene una familia a la que recurrir, nunca ahorrará suficiente dinero para pagar tres meses de alquiler por adelantado por una habitación o un apartamento y tendrá que vivir en moteles. Incluso los más baratos son caros.
Ehrenreich, escritora profesional, hizo este trabajo como experimento social: tenía la educación y el estatus social para huir una vez reunido el material y poseía las habilidades necesarias para contar la historia. Sobre todo, sabía que la situación era temporal y que podía salir de ahí en cualquier momento, por ejemplo si caía enferma. La mayoría de las personas atrapadas en estos trabajos están atrapadas sin más y su situación no va a mejorar. Como señala Holly Sklar, quienes preparan y sirven comidas deben depender a menudo de los bancos de alimentos para dar de comer a sus familias; los auxiliares sanitarios no pueden permitirse un seguro médico y quienes cuidan niños no pueden ahorrar lo suficiente para la educación de sus propios hijos.
La economía estadounidense desvía una riqueza cada vez mayor de los trabajadores a quienes ya tienen dinero, en lugar de satisfacer las necesidades de alimentos, cobijo, vestido, transporte, salud, educación, etc, de toda la población con independencia de su nacimiento, raza y condición social. Para la mayoría de los estadounidenses, esto parece el orden natural de las cosas y es sorprendente observar que siguen conservando, en general, el optimismo y el sentido del humor. Aunque ya no puedo rastrear la referencia, recuerdo con nitidez una encuesta que mostraba que, en relación con su propia riqueza y condición social, el 19% de los estadounidenses encuestados consideraba que estaba entre el 1% de las personas de más renta. Otro 20% decía que no, que no estaba aún entre ese 1%, pero que lo estaría algún día.
La inestable pirámide de la riqueza
En realidad, tienen pocos motivos para el optimismo. La distribución de la riqueza estadounidense está enormemente desequilibrada y cada vez lo estará más. En Estados Unidos, la punta de la pirámide está hecha de oro macizo y la base de metal de baja ley. Lamento de nuevo todas las cifras, pero quizá puedan perdonarlas puesto que son muy llamativas.
En 1980, la proporción de ingresos de un director general respecto de los del trabajador medio era de 42 a 1. En 2002, el director general ganaba más de 400 veces el salario del trabajador medio. Podemos mostrar este contraste de otro modo. En 1968, el director general mejor pagado en Estados Unidos ganaba lo mismo que 127 trabajadores medios o que 239 trabajadores que cobraban el salario mínimo. En 2005, el director general mejor pagada ganaba lo miso que 7.443 trabajadores medios o que 23.282 trabajadores que percibían el salario mínimo. Otras comparaciones muestran hasta qué punto valora la sociedad a los directores generales más que, por ejemplo, a los maestros de la escuela pública. Aquí la proporción es de un director general = 63 maestros de escuela medios en 1990, pero 264 en 2001.
El 1% de la población estadounidense más rica se ha apropiado de un tercio de la riqueza nacional total y el siguiente 19%, de otro 51%, lo que significa que le 20% de los estadounidenses más adinerados tiene el 84% del valor neto total (activo menos deudas). Esto deja sólo el 16% para el restante 80% de la población. Si sólo se tiene en cuenta la riqueza financiera (es decir, sin contar bienes inmuebles ni otros activos fijos), el 1% de la cúspide de la pirámide tiene el 40%, y el 20% de la parte superior tiene un pasmoso 91%. Entre 1973 y 2005, los ingresos reales para el 5% de estadounidenses más ricos aumentaron aproximadamente un 50%.
Esto no es nada en comparación con el 0,001% de la cúspide. Suelo perderme con estos porcentajes tan pequeños y doy bandazos entre los sistemas de notación: lo que quiero decir es que una persona de cada 10.000 o alrededor de 30.000 estadounidenses en total, son realmente los pocos y felices. Desde finales de la década de 1960 hasta finales de la de 1990, aumentaron su porcentaje de los ingresos totales estadounidenses del 0,5 al 2,5%. Dicho de otro modo, estos super-millonarios tenían tantos ingresos como el 15% de la población (pobre) de Estados Unidos, probablemente el único país del mundo donde 30.000 es igual a 45.000.000.
Esto en lo que se refiere a los ingresos. Volvamos ahora al valor neto, que es la riqueza total, que abarca todos los activos, incluidos los que no se pueden convertir rápidamente en efectivo (como bienes inmuebles, aviones privados o yates), menos las deudas. Según datos de la Reserva Federal, en la década comprendida entre 1995 y 2004, el valor neto del 25% de la parte inferior de la pirámide aumentó un 8%, mientras que el del 10% de la cúspide se disparó un 77% (como reflejo de las grandes subidas del precio de la vivienda, entre otros factores).
En términos de valor neto, se puede refinar más aún la cifra de 30.000 = 45 millones de personas, comparación que tiene en cuenta únicamente los ingresos. Cuanto más arriba se está en la escala de éxito, mayor es la concentración de riqueza. Cada año, la revista de negocios Forbes publica su lista de multimillonarios, que ricos y famosos esperan con avidez. A principios de 2007, los 400 estadounidenses más ricos tenían en total 1,25 billones de dólares o, si lo prefieren, 1.250.000 millones de dólares. ¿Y cuánto es eso? El 10% del PIB de Estados Unidos, que la OCDE situaba en 2005 en 12.428 millones de dólares.
A pesar de la globalización que en todos los lugares arrastra la riqueza hacia arriba y la concentra en las enjoyadas manos de personas de otras partes de mundo, la cosecha mundial de 2007 de multimillonarios de la lista Forbes sigue siendo un 40% estadounidense. Ya saben que Bill Gates es el hombre más rico de la tierra, con 56.000 millones de dólares, según la lista Forbes de 2007. Pero ¿y la familia Walton, famosa por las tiendas Wal-Mart, uno de los sitios donde trabajó Barbara Ehrenreich a cambio de una miseria? La orientación de Wal-Mart es descaradamente derechista y religiosa; es en sus monstruosas tiendas donde los libros de la serie Los que quedan atrás, sobre el Argamedón y el Rapto, empezaron a volar de los estantes. No hay duda de que el Señor ha cuidado de la familia fundadora: 6 miembros de este clan dejan pequeño a Gates con un botín familiar total de 83.000 millones de dólares. Mientras tanto, el número de estadounidenses “gravemente afectados por la pobreza” aumentó un 26% (hasta 16 millones). Los salarios, la principal fuente de ingresos de la mayoría de la gente, cayeron un 6’5% entre 2001 y 2004.
Todo esto parece una estrategia a largo plazo para rebajar la calidad de uno de los pocos servicios públicos que quedan en Estados Unidos. Dejen que la calidad disminuya lo bastante y los padres estarán dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la educación de sus hijos. Quienes puedan permitírselo enviarán a sus hijos a escuelas privadas, que suelen estar regentadas por una u otra confesión religiosa. Los neoliberales cantarán el mantra “libre para elegir” y presionarán a favor de un sistema nacional de vales escolares. ¿Qué es lo que hay que elegir entre una escuela desvencijada, quizá peligrosa, y otra limpia, ordenada, bien dotada, cuyo ambiente propicia el aprendizaje. Naturalmente, algo costará, pero así es la vida, ¿no? La gente tiene lo que se merece, sus hijos también.
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