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miércoles, 6 de noviembre de 2024

Barro y trabajadores

No es que falten ganas por ponerme a escribir, y ni mucho menos temas que trabajar y tratar, para dejar aquí unas reflexiones, que pese a algunos incondicionales que me leen (y me lo advierten), tienen más funcionamiento como ordenamiento de mis ideas y opiniones, y registro físico, virtual mejor dicho, de mi coherencia. Si en los últimos meses apenas escribo y público, esta vez si es así, es más por lo apretado de los días entre trabajo y estudios y vida de pareja y familiar. Si ahora pongo negro sobre blanco es por la absoluta desolación por lo acontecido la semana pasada.

El martes 29 de octubre de 2024 es ya un día funesto en la historia de España y de Valencia. Una DANA, conocida también como gota fría, provocó un tren de gigantescas tormentas que sacudieron el centro de la región de Valencia, desde la desembocadura del Júcar hacia el interior, en un movimiento, desde el Mediterráneo hacia el Levante, de catastrófica virulencia.

En poco más de 8 horas, en algunas zonas se descargó el agua de un año, y los barrancos, rieras y cauces, naturales o artificiales, apenas pudieron contener el volumen de agua caída y comenzaron a desbordarse y arrasar todo lo que aparecía a su paso. Las imágenes y testimonios del cataclismo acontecido son devastadoras. Capaces de atacar la piel y la sensibilidad de cualquier ser humano, mínimamente empático y, en definitiva, que conserve esas gotas de humanismo. Más si cabe, cuando tierras y gentes son para mi más que bien conocidas, y de hecho, desde hace un par de años vivo, vivimos, a poco más de una hora de la zona cero de la catástrofe.

La rabia, el dolor y la indignación por la devastación material y humana, más de 200 fallecidos, y en este momento 90 desaparecidos confirmados por el gobierno central, ya tendrían suficiente caldera por el hecho mismo. Por lo injusto que es la naturaleza que siempre castiga a los más pobres y desamparados.

Pero en este caso, y por desgracia siempre en Españistan, el tardo-franquismo hace de las suyas y lo que hubiera sido un evento natural extraordinario, extremo y muy peligroso, se convirtió en una trampa mortal para las clases trabajadoras.

Lleva la AEMET y muchos científicos (ambientólogos, físicos, geógrafos, sociológos, etc.) muchísimos especialistas avisando que se estaban poniendo los ingredientes para un drama terrible. Un mar Mediterráneo (en realidad todos los mares y océanos mundiales) con unas temperaturas máximas del agua récord, auténtica gasolina para las tormentas y fenómenos como la gota fría en el Mediterráneo o los huracanes en el Caribe. Cientos de asociaciones, instituciones y organismos avisando de la situación de la Comunidad Valenciana, con un urbanismo que ha edificado sin más planeamiento que el enriquecimiento rápido, abusivo y personal. De cada tres metros cuadrados que hoy están urbanizados (viviendas, equipamientos, transportes, industrias, naves, almacenes, centros comerciales, etc.), que están cementados y hormigonados en la Comunidad Valenciana, uno lo está en zona inundable. Un tercio del desarrollo urbanístico y empresarial construido por donde el agua ha pasado siempre. Y por donde volverá a pasar siempre que vuelva, siempre que lo necesite.

Y se sigue construyendo. Y se siguen aprobando planes y promociones robando el espacio que necesita la naturaleza para preservar sus propios ciclos. Si hay dinero de por medio nada más interesa, ni prevalece. Ni siquiera la vida, aunque se envuelvan en la bandera.

Desde el viernes 25 ya estaban activadas las alertas por posibles lluvias torrenciales y avisos de “especial significación y virulencia”. Se fueron recordando durante todo el fin de semana. Actualizándose y advirtiéndonos a todos de que tomaros las precauciones necesarias. Y algunos hicimos caso, y por ejemplo, nosotros adelantamos nuestra vuelta de Valencia un día. Otros muchos no. Otros muchos, cada día más y sobretodo, cada vez más ruidosos, enfangan los debates y las propuestas, son la DANA que embarra la ciencia en los medios de comunicación y las redes sociales. Insultan la inteligencia, y la labor y dedicación de los científicos de este país. Una vez más la estupidez marca el camino en España y arrastra al lodo a la ciencia.

El propio martes la situación no estaba para bromas. Por la madrugada, aquí en Alcoy cayó una tormenta tremenda con mucha fuerza durante una hora, y que siguió dejando agua hasta las 10 de la mañana. La cabeza del frente fue hacia el Norte, donde empezó a descargar en la zona del interior de Valencia, la comarca de Utiel-Requena. Mientras otra rama de la misma tormenta hacía saltar las alarmas al Sur, en la provincia de Albacete, en el bonito pueblo de Létur, en la Sierra del Segura, que era literalmente arrasado por la fuerza salvaje del agua que desbocada inundaba y arrancaba el casco histórico del pueblo. El balance se mide en millones de euros de daños y hasta 6 fallecidos.

A mediodía la situación en Utiel era dramática. El rio Magro, sobre el que cruce hacía apenas un mes y estaba totalmente seco, se había desbordado, con un caudal incontrolable que trasladaba las orillas a 200 metros a cada lado. Su paso por el territorio era virulento e imparable y hacia las 2 de la tarde, ya habría desaparecidos y fallecidos, y una situación caótica en toda la Hoya de Buñol.

Sin embargo, en ese momento está el punto dramático de ese día. Porque en ese momento, aunque no se habrían podido parar las aguas que ya bajaban desbordando torrentes y barrancos, ni el ciclo de tormentas que ahora estaba en frente de la ciudad de Valencia y la desembocadura del Turia, recargándose mar adentro. Pero lo que si se podría haber hecho es minimizar el impacto es las zonas más afectadas en la Horta Sur y la ciudad de Valencia, al Sur del cauce nuevo del Turia.

El presidente de la Comunitat de Valencia, Carlos Mazón, del PP, pero aupado con los votos de la extrema derecha, a las 2 de la tarde se planta ante los medios. Lo hace para anunciar que la Generalitat va a apoyar a la ciutat de Valencia (también de vuelta a manos del PP) en su candidatura para alojar la intrascendente y carísima Copa América de Vela. Un evento que no despierta ningún interés, y que en Barcelona acaba de ser claramente un fiasco, como lo fue en su día en la Valencia de Rita Barbera, pero que eso si, deja jugosas comisiones y dinero a repartir entre la oligarquía de la ciudad, región y país. En esa misma comparecencia Carlos Mazón anuncia que la tormenta va a remitir y que no es necesario parar la actividad. No fuera a ser que empezarán a anularse reservas de lo que se presumía un histórico puente "de_todos_los_santos" a nivel de ocupación hotelera y negocio turístico. Apenas una hora después las tormentas empezaban con especial violencia a descargar, una tras otra, sucesivamente a través de un corredor de 80 kilómetros, dopando de agua cauces que inundarán todo lo que encuentren a su paso.

A las 20:34 cuando las valencianas y valencianos ya tenían el agua por el pecho, y habían tenido que salir de sus coches por la ventanilla para ponerse a salvo los que habían podido (otro día si eso hablamos del fracaso que es que sólo en la ciudad de Valencia y su área metropolitana haya 5 millones de desplazamientos en vehículo privado cada día), la Generalitat activaba el nivel máximo de alerta, y sonando a cachondeo mandaba el sms de aviso a la población para que se resguardara. Ese sistema de aviso, por cierto, que la ultra derecha política y mediática discute con frenesí como atentado a la libertad desde el año de la pandemia.

Antes, hace un año exactamente, para acceder al sueldazo que tiene no tuvo ningún problema en desmontar la Unidad de Gestión de Emergencias regional que el anterior gobierno valenciano había puesto en marcha, en un contexto, y una tierra, que no hacía más que tener gotas frías críticas e incendios tremebundos. A cambio, firmó y sufragó no sé cuantos festejos taurinos, populares y municipales, y garantizó el sueldazo para el torero facha que no se sabe muy bien qué ha hecho ahí, hasta que hace poco que en el paripé del teatrillo de la política institucionalizada salía del govern.

Cuando surgió la necesidad y oportunidad de crear la UME, en 2005 había que oír a esta extrema derecha que tenemos. Que si era una vergüenza y un capricho de Zapatero; que si  todo era parte de una táctica para desmilitarizar el país y que ya no hicieran la guerra en el perejil, por el rey, por la patria y por la pasta. Sobretodo por la pasta. Y cuando la han podido revertir, como en el caso de Valencia, lo han hecho antes de que pudiera demostrarse su imperiosa necesidad, y su función trascendental como parte de los servicios públicos a la ciudadanía, y especialmente a las clases trabajadoras.

Y es que gobiernos como el que lidera Mazon, la tarada de Madrid, el ladrón en Andalucía, o el que aspira a montar el amigo del narco en Moncloa, tienen una serie de requisitos, en los que poco o nada tiene que ver la composición, estén dentro o no, los fachas sin complejos. La agenda neoliberal de recortes y adelgazamiento del sector público, es decir, de lo que nos hace a todas y todos ciudadanos libres y de igual condición, las bajadas de impuestos asociadas a esto como parte del populismo de botarate, y el cuestionamiento, cuando no de negación, a todo lo que huela a ciencia, saber y conocimiento, no vaya a ser que discuta las sagradas entelequias del estado españistaní.

No es la primera vez que una catástrofe natural o provocada, directa o indirectamente por la mano del hombre, tenga la mayor desgracia de ser gestionada, tanto en prevención, crisis, como resolución y esclarecimiento, por los desalmados amorales del PP. Tampoco será la última. Y sin embargo, se prestan a rebasar todos los límites de la dignidad de la clase trabajadora. Toda la capacidad física y emocional que podemos resistir para sobrevivir y seguir luchando. A veces, frenándonos en el impulso de arrasarlos ya de una vez, como turba bárbara, porque somos mejores que ellos. Porque ellos, por sus políticas y su ideología criminal y fascista, nos asesinan. Cada día, de camino al centro de trabajo, y dentro del propio tajo. Al acceder a una vivienda, consumiendo productos de primera necesidad cada vez peores. Exponiéndonos a un medio ambiente y una naturaleza viciada, contaminada. Y ahí están. Y ahí siguen. Pretendiendo gobernar y dar lecciones. Son insufribles. Los odio cada día más

Que un inútil como Carlos Mazón una semana después no haya dimitido y esté ante un juicio por lo penal es un drama. Que más que plantear soluciones y converger ayudas y coordinación, no haya hecho más que poner palos en las embarradas ruedas es una desgracia. Y que además, con el paso de las horas, y ante los daños causados por su nefasta gestión, empiece a mentir ya sería suficiente para que las personas que creemos que merecemos un país mejor nos subiéramos por las paredes. Que además esa ultra derecha que critica la ciencia, negacionista del cambio climático (porque en realidad lo que tratan es que los que se han venido lucrando deteriorando las condiciones vitales del planeta paguen la factura de las tropelías y no se la dejen al pueblo) y punta de lanza de las oligarquías patrias se erijan en salvadores de la gente es otra muestra de recochineo y burda propaganda dopada por las oligarquías y que insulta la inteligencia de todas y todos que sabemos lo que ha pasado y pasa.

Ni que decir tiene que han sido las clases trabajadoras, por cuestión de clase, no de raza, ni de nacionalidad, sino por sentido de pertenencia y fraternidad, las que se han auto-gestionado para con solidaridad, empatía y compromiso ayudar a sus vecinos y familias. Y a ellos mismos. Primero, para salvar las propias vidas. Después, a levantar sus barrios y pueblos. A salvar los pocos enseres que se puedan y a limpiar y restaurar las casas, como buenamente se pueda. A tratar de devolver la electricidad, el agua corriente y las comunicaciones; a reconstruir de urgencia las vías de acceso (ejemplarizante la labor de Óscar Puente, el único político en su sitio en esta semana). A organizar un tren, ahora de ciclistas, que entran y salen de Valencia y los pueblos para conseguir víveres y medicinas para quienes no pueden desplazarse. A compartir con los vecinos, los voluntarios y desconocidos lo que les queda en la nevera y la despensa. A quitar barro y achicar agua las manos voluntarias y voluntariosas, como en su día quitamos txapapote, o sacamos víctimas de trenes estrellados o explotados.

Y sin embargo, es agotador tener que recordar que los impuestos van para esto: para unos servicios públicos de calidad y con dignidad. En Sanidad, en Educación, en Servicios Sociales, y si también, en equipos de rescate y gestión de emergencias. Y no tanto en policías que se dedican a reprimir a la clase trabajadora, a perseguir a los que pillan lo que pueden para seguir tirando (no hablo de los que aprovechan cualquier situación para causar más dolor) y en seguir desahuciando hasta 6 viviendas al día en pleno 2024, llueva, nieve o haga 40 grados a la sombra.

El martes eran las y los trabajadores de Valencia (también en Letur, en Cuenca o en el litoral atlántico andaluz) los que estaban en peligro. Los que tenían que luchar por su vida para volver a sus casas, tras la jornada laboral. Nadie se dignó en pensar en ellos, en evitarles una situación de peligro extremo porque no puede parar ni una misera tarde la rueda del consumismo y el capitalismo exacerbado. Es la clase trabajadora la que tiene que jugarse la vida para salvar un coche o una moto con la que desplazarse -perdiendo un montón de horas al año de su tiempo libre y de su familia- para trabajar. Porque si pierden esa herramienta, pierden el empleo y el sustento.

Y fue y es la clase trabajadora la que se arremanga y se mete en el barro para recobrar la normalidad de la indignidad del día a día. Para poder seguir siendo explotados. Por empresarios amorales. Por políticos inútiles, corruptos. Por un fascismo indisimulado.

Hemos subido a ayudar el domingo y volveremos el finde. Y lo haremos mil veces más. Pero para ayudar a las personas. No para ayudar a que todo siga igual, como si esto no hubiera pasado.

 

viernes, 9 de octubre de 2020

Pandemia de clases

 


Acaba de entrar en vigor el estado de alarma en Madrid capital y ocho municipios más de la región de más de 100.000 habitantes decretado por el Gobierno de la nación ante está segunda ola de la pandemia del coronavirus y sobretodo, de la nefasta y criminal gestión del gobierno de la comunidad de Madrid.

La situación es límite y desborda las capacidades del sistema sanitario regional, muy tocado por la deriva de treinta años de neoliberalismo en estado puro, con los sectores profesionales sanitarios declarados en estado de guerra contra los gestores políticos, y amenaza trasladar esa situación al resto del estado español haciéndose valer del privilegio, pues no es más que un derecho sustentado por una capacidad económica, de viajar en este puente de octubre.

El Gobierno de confluencia ha tenido que tomar las riendas de la situación y para aplicar las mismas normas de protección de la salud general, sortear e boicot político efectuado por los perros sarnosos de la derecha instalados en el tribunal superior de Madrid, con la inestimable ayuda del ejecutivo regional. Ayer estos tumbaban el anterior decreto y hoy en consejo de ministros extraordinario se ha decidido la implantación del estado de alarma durante 15 días para con criterios científicos y sanitarios poder doblegar la curva de incidencia de la pandemia en Madrid, frenando la transmisión comunitaria y en definitiva, evitar por todos los medios que el virus se mueva libremente.

No debería ser esta la deriva de la situación pero es lo que tiene Españistan con una derecha en franca oposición porque consideran el estado como un cortijo particular y no toleran los momentos en los que la alternancia los lleva a dejar el gobierno. Utilizan todo, desde los medios, los jueces y las administraciones regionales para hacer oposición incluso en una situación de extrema gravedad que debería sacar de todos nosotros lo mejor, empezando por una unión y sentido de pertenencia en el objetivo de salir de la pandemia con los menores daños posibles y con la certeza de que el país se construye invirtiendo en sanidad pública, educación pública y servicios sociales.

Ahí es donde queda desnuda la gestión de las derechas, neoliberal y fascista a partes iguales, empeñada en hacer negocio y prosperar a base de mentiras y corruptelas sin importar los dolores que causan.

En cambio buscan la confrontación y la crispación extrema para que nada cambie. No quieren negociación y acuerdos. No buscan la concordia y dar una imagen de unidad.

El continuo boicot. El empleo de la situación sanitaria y de la administración regional para hacer oposición. La franca ineptitud y soberbia demostrada. La mentira como estrategia política y de actuación. Todo esto es el debe de la gestión del pacto PP+Cs que comandan Ayuso y Aguado y que es absolutamente incapaz de gestionar con un mínimo de decencia la sanidad y los derechos y deberes de todos los madrileños. Esto repercute además, debido a la especial configuración territorial del estado español, en las demás regiones, especialmente en las cuatro más pobres y despobladas que encima son las que aportan ingentes cantidades de jóvenes a Madrid: Castilla y León, Castilla La-Mancha, Extremadura y Aragón. Nos roban el futuro y nos castigan con su soberbia e ineptitud.

Aquí no está de más, recordar que hoy “tenemos” este gobierno en Madrid, región y ciudad, gracias a la inestimable ayuda de Carmena y Errejon que desmontaron una fuerza cualificada que ayudaba a generar una alternativa a esto. También sale mal parado el PSOE madrileño incapaz desde hace veinte años de oponer una mínima resistencia.

Pero volviendo a lo que tenemos nos encontramos con una gestión que va a hacer que acaben en el banquillo de los acusados: Porque no han contratado ni a una décima parte de los rastreadores a los que se comprometieron en mayo. Porque han desmontado y siguen haciéndolo todo el sistema de atención primaria. Porque han mentido por sistema en la transmisión de datos entre consejerías de sanidad y ministerio, a sabiendas. Porque su objetivo ni es ni ha sido la victoria sobre el virus, sino emplear el virus para vencer al gobierno. Porque Ayuso, Almeida y Casado, más la extrema derecha han alentado una serie de protestas en nombre de la libertad individual frente a la política de supervivencia al coronavirus basada en la igualdad, la fraternidad y la responsabilidad tanto individual como de grupo.

Esto se ve desde el primer momento, pero sobretodo en la secuencia de las últimas semanas. Como desde la Comunidad de Madrid toreando una vez más su Constitución se han ordenado cierres de los barrios pobres de Madrid, mientras los más pudientes se mantenían libres de imposiciones, pese a tener en muchas ocasiones registros de contagio mayores.

En una de las más execrables muestras de la lucha de clases de toda la historia, la derecha de este país ha pretendido hacer prevalecer los privilegios de clase por encima de los derechos individuales y colectivos del resto de la población, empezando por el derecho a la salud.

Todo ello envueltos en la bandera de la que se han apropiado porque para ellos, el resto, los que no pensamos como ellos, no somos españoles. Llenan una playa o una colina de banderas por las víctimas del covid tratando de hacer creer a la opinión pública que todas las víctimas son por obra y gracia de un gobierno demoníaco, bolivariano, comunista y totalitario. Cuando los muertos son por su nefasta y criminal gestión como en el Accidente de Metro de Valencia o el 11M, son víctimas de segunda y tercera que no merecen ni una triste placa en la calle.

Esa es la derecha de este país. Está en los medios de comunicación de masas que componen un espectro de mezquindad y aborregamiento insoportable. Un mensaje a una voz con tal de convencer al votante que ellos son los grandes gestores y los otros son impropios y antidemocráticos. Tiene bemoles la cosa.

Esa derecha fascista se exhibe sin pudor desde los tribunales totalmente parcializados por herencia de la dictadura franquista que murió plácidamente en la cama y al día siguiente nació demócrata de pleno derecho. Tribunales superiores, constitucionales, fiscalías o audiencias nacionales empleadas por el PP a conveniencia. Si hay que hacer ruido para tapar el uso de las instituciones del estado o de la inmoralidad manifiesta de la monarquía borbónica se usa. Si hay que contra programar el anuncio del proyecto de presupuesto expansivo del gobierno se hace sin ningún problema. La separación de poderes en Españistan es como el amor a España del Rey emérito. Se habla mucho de ello pero no se puede probar.

Esta derecha ultraliberal no tiene ningún problema en lanzar sus perros contra la población. Que hay una manifestación en un barrio obrero pidiendo más médicos, más profesores, más bibliotecas o menos corrupción. O parar un desahucio o una tropelía urbanística que pone el patrimonio de todos como negocio de unos pocos allá van los pro-disturbios a repartir leña. Son los grises del franquismo, la brigada político social modernizada y bañada de un halo de grandiosidad por los medios de comunicación cuando son los bastardos que protegen al opresor de la rabia justificada del oprimido. Cuando los cayetanos se manifestaban en abril o los negacionistas en junio paraban el tráfico y aplaudían el paso de cacerolas y cucharas de plata con banderas fascistas y anticonstitucionales desfilando. Y estos son los que nos tienen que proteger.

Ahora Madrid queda bajo un Estado de Alarma que va a tratar de impedir la explosión de la enfermedad para que vuelva a colapsar como en marzo. Salvar la economía es lo más importante para toda esta derecha. NO. para ellos lo más importante es mantener y aumentar sus privilegios de clase frente a la vida rayando la indignidad de la inmensa mayoría.

Para salvar la economía primero hay que salvar las vidas. Atenuar la curva de infección. Ponerse serio y duro contra todas las actitudes que nos ponen en peligro a todos. Fiestas, bares, discotecas, pero también en centros de trabajo donde se han tomado a guasa las medidas de protección o donde se explota a los trabajadores sin garantizarles la seguridad. Hay que inspeccionar y hay que multar. Y hay que meter a la gente en procesos judiciales para que de modo de ejemplo se tome conciencia de que poniéndonos la mascarilla y siendo racionales nos ponemos a salvo como colectivo, como país.

Salvar la economía es dotarnos de los medios, sobretodo humanos, que garanticen la igualdad de derechos. Aumentar las plantillas de médicos, enfermeros, resto del personal sanitario. Profesores y educadores. Limpiadores. Científicos. Y a continuación transitar desde esta economía patria groseramente de servicios de baja calidad, enfocada al turismo de cantidad por calidad, a un sistema económico movido por la investigación, el desarrollo, la puesta en marcha de una economía verde donde la recuperación de espacios naturales sea un pilar (algo que daría mucho empleo). Una economía que implanté y recupere la industria de transformación de bienes empezando por la textil.

Este debe de ser el camino porque siguiendo el que llevamos nos vamos al dolor, el sufrimiento y el colapso de los ecosistemas. Y el ser humano es parte de esos ecosistemas, aunque sea ahora como agente destructor o cuando menos de cambio de los mismos. Y en ese camino reconocido por la comunidad científica y universitaria, también a niveles económicos y sociales, es dónde tendría que estar toda nuestra caterva política a una. Pero tenemos lo que tenemos.

Usando la pandemia en la lucha de clases para imponer más dolor e indignidad. Para mantener los abusos y la opresión del hombre por el hombre. Para cicatrizarnos con un relato perverso, inmoral y falso. No debemos rendirnos. Hay que hacerles frente.

 

 

lunes, 16 de julio de 2018

La España vacía: Retrato de una injusticia secular

En las montañas, la llegada de una carretera casi siempre ha servido para facilitar la fuga de los vecinos y no la llegada de los nuevos.


Cayó en mis manos La España vacía, el libro, mitad ensayo, mitad novela de viajes de Sergio del Molino, periodista aragonés, que nos invita a sumergirnos con él en la realidad de ese país dentro de nuestro país, en el que la despoblación, los prejuicios y el más absoluto desconocimiento propiciado por los medios de comunicación, se nos oculta y deforma.
Esa España desconocida, de autovías sin tráfico y carreteras comarcales mal asfaltadas y peor atendidas, existe y se muere según escribo estas líneas y tú las lees. Esa España retratada a conciencia como bárbara, cutre y con condescendencia bucólica, se pierde sin más, sin importarle ni a las mayoritarias poblaciones urbanas, ni tampoco a políticos y partidos, pero también y por qué no decirlo, en ocasiones sin importarle a quienes viven allí.
Es evidente que el triunfo del capitalismo, como modo de organización de la sociedad, se basa en la supremacía de la ciudad por encima del pueblo y del medio natural. Lo es en las relaciones y servicios que reciben habitantes de uno y otro territorio, y con el tiempo se ha demostrado, como “necesario” para el buen funcionamiento del capitalismo ultra liberal, el desmontaje de los usos y modos de vida del mundo rural, donde hoy vemos cientos de miles de hectáreas dedicadas al sector primario abandonadas y sin posibilidades de rentabilidad, mientras nos alimentamos con productos traídos desde miles de kilómetros, simplemente porque ofrecen una rentabilidad inmediata al empresario-explotador y al financiero-especulador.
El mapa que aparece a continuación muestra un fenómeno que no es ajeno a ninguna otra parte del mundo: La concentración de población (y por lo tanto de riqueza) en las zonas urbanas, frente a las zonas rurales.


Pero en España adquiere ya tintes dramáticos donde la mitad de la población se aglutina en un puñado de centros urbanos, donde destacan las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona.
Nuestros desequilibrios demográficos son especialmente graves en más de la mitad del territorio nacional. En 268.083 kilómetros cuadrados de nuestra superficie, el 53% del total, solo vive el 15,8% de la población, y todo indica que este último porcentaje sigue cayendo. En el Real Decreto por el que Rajoy creaba un Comisionado del Gobierno frente al reto demográfico se recordaba que 10 de nuestras 17 comunidades autónomas cuentan con un saldo vegetativo negativo de población.
En un informe de enero de 2017, la FEMP (Federación Española de Municipios y Provincias) llegaba a la conclusión de que más de 4.000 de los municipios españoles -es decir, la mitad del total que tenemos- se encontraban en esa fecha “en riesgo muy alto, alto o moderado de extinción: los 1.286 que subsisten con menos de 100 habitantes, los 2.652 que no llegan a 501 empadronados y una parte significativa de los más de mil municipios con entre 501 y 1.000 habitantes”.
Desde la misma Federación se ha impulsado un estudio con la Universidad de Zaragoza, donde su catedrático Francisco Burillo desarrollaba en sus estudios la llamada Serranía Celtibérica (una amplia región española en torno a las montañas del Sistema Ibérico que va desde las provincias de Valencia y Castellón a las de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, Guadalajara, Zaragoza, Soria y Segovia), el profesor Burillo y sus colaboradores son aún más contundentes. Denominan a la zona como la Laponia del Sur y afirman: “Con una extensión doble de Bélgica, sólo tiene censada una población de 487.417 habitantes y su densidad es de 7,72 hab/km2. Cuenta con el índice de envejecimiento mayor de la Unión Europea y la tasa de natalidad más baja. Este desierto, rodeado de 22 millones de personas, está biológicamente muerto”.
Las diez provincias de la Laponia del Sur son solo una parte de la España vacía. Hay muchas otras provincias con zonas despobladas y en trance de quedar “biológicamente muertas”: Orense, León, Zamora, Salamanca, Ávila, Palencia, Ciudad Real…
El vaciamiento de la mayor parte del territorio español, además de provocar un grave problema de desequilibrio socio-territorial, compromete también las cuentas públicas –encarecimiento de los costes de prestación de servicios públicos y sostenimiento de infraestructuras-, y supone una pérdida de potenciales activos de riqueza por el desaprovechamiento de recursos endógenos”, afirma la FEMP en su informe. Y añade: “Constituye un error considerar que invertir en el re-equilibrio territorial y en la lucha contra la despoblación es un coste. Ha de ser entendido en términos de derechos de la ciudadanía a la igualdad de oportunidades y a su propia “tierra”, y de los territorios a contribuir con sus mejores fortalezas al crecimiento de su comunidad y su país. Es, pues, una inversión en cohesión social y territorial y en fortaleza y sostenibilidad del modelo económico y social”.
Apenas tres meses después de su informe, la FEMP proponía un amplio listado de medidas para resucitar a la España vacía y biológicamente muerta o camino de estarlo. Desde crear una mesa estatal contra la despoblación y una estrategia conjunta de todas las administraciones públicas hasta recuperar la Ley de Desarrollo Sostenible, incorporar de forma explícita a los Presupuestos de cada ejercicio de todas las administraciones públicas una estrategia demográfica, dar incentivos y bonificaciones fiscales a quien invierta en las zonas despobladas, impulsar sellos de calidad territorial para la producción local, gestionar viviendas ahora vacías, establecer por vía legislativa una carta de servicios públicos garantizados para los ciudadanos de dichas zonas o incluso lanzar un plan que reduzca la brecha digital entre la España despoblada y la España urbana.
La lucha contra la despoblación –añaden en la FEMP- no es un fin. Es un medio para hacer el planeta más sostenible. Es parte de las políticas de sostenibilidad medioambiental. Es más sostenible repartir la población que concentrarla”.


Las causas y razones por la que al mayor parte del territorio nacional, languidece y muere nos llevan a remontarnos a otras épocas históricas. Desde los asentamientos para establecer una malla en la Península Ibérica planteados por el Imperio Romano, a las repoblaciones con normandos durante la Reconquista o los intentos durante la -escasa- Ilustración española, o los nuevos pueblos del franquismo.
Sin duda alguna el gran motivo que explica el atraso y con el la retahíla de prejuicios y dificultades que atraviesa el mundo rural español se muestra en la estructura social de nuestros pueblos, comarcas y también provincias.
Desde siglos en la estructura socio-política de estos territorios se hicieron fuertes elementos propios de un caciquismo rural, prácticamente medieval, apoyado en gran medida por la iglesia católica española, que lejos de desmantelarse en un proceso de democratización normal, se rearmaron, solidificaron y afianzaron, convirtiéndose en los famosos barones territoriales de los grandes partidos nacionales.
Estos, por su agresiva avaricia de poder y dinero y para poder sobrevivir políticamente, montaron redes clienterales que convirtieron el reparto de ayudas, tanto estatales como las de la PAC (Política Agraria Común de la UE. Estas ayudas reciben una crítica feroz por parte de sindicatos agrarios porque se aplicaron sobre un reparto de la tierra medieval, donde pocos propietarios de carácter nobiliario recibieron ingentes cantidades de dinero que no invirtieron en explotaciones agrarias) en una fuente de nepotismo y negocios turbios que lejos de paliar las seculares deficiencias en servicios y futuro de los pueblos y del mundo agrario y rural, las profundizaron hasta convertirlas a día de hoy en casi irreversibles.
Bajo este escenario se hace natural y hasta comprensible la marcha de los jóvenes de los pueblos de la España rural, ya no sólo como proceso de emigración campo-ciudad, sino como huida hacía un “mundo” más amable y fácil para llevar a cabo un proyecto de vida.
El otro gran motivos que ha llevado a que durante la historia se hayan hecho tantos intentos por repoblar el país, o mejor dicho, repartir la población en él, como método de cohesión y sostenibilidad económica, social y en último término medioambiental, esta la calidad de los suelos. La España vacía, es a su vez la España del secano, de los cultivos de bajo rendimiento, lo que sumado al reparto de las tierras que sin excepción y de manera histórica ha estado siempre en manos de muy pocos terratenientes, ha matado la posibilidad de desplegar un sector primario que mantuviera a la población fijada en los entornos rurales.
Sólo ahora, en los últimos años y por primera vez en la historia, surgen en España, pequeños propietarios que bien por iniciativa propia apoyada por capital financiero (eminentemente las cajas rurales) o bien desde cooperativas, impulsan productos alimentarios capaces de crear un empleo con la calidad y estabilidad suficiente como para fijar población y que esa población sea joven que quiera realizar ahí su proyecto de vida. Es la manera de atar servicios en los pueblos y las comarcas, y la única forma de que el bienestar y por lo tanto el futuro del mundo rural español no se vaya a pique.
Lamentablemente son unos pocos “salvavidas” en medio del naufragio del campo español, que sigue siendo, y hasta que no haya un cambio conceptual en los urbanitas y sus políticos, el terreno para las tropelías, los basureros y las industrias sucias y sin respaldo social que necesitan las ciudades.
Al calor de la especulación no faltan proyectos, casi todos ellos en el sector de la minería que dejan al mundo rural como subsidiario de las necesidades del mundo urbano y muy especialmente de los intereses de unos pocos burgueses acumuladores de capital.
Es el argumento de Bienvenido, Míster Marshall repetido en bucle. Cientos, tal vez miles de pueblos que reciben entusiasmados a cualquier portador de gallinas de huevos de oro. Los tiempos de la especulación urbanística, a finales de los años 90 y principios de la década de 2000, alentaron una especie de fiebre de hormigón. Cualquier huerta arruinada heredada de los abuelos podía ser fuente de riqueza. Cualquier parcela podía interesar a los constructores de fantasías, aeropuertos y autopistas. En La Mancha hay municipios que han llegado a competir para quedarse con un cementerio nuclear.”
El entrecomillado anterior es un extracto de La España Vacía. La negrita final es de mi propia cosecha, para destacar el acierto del autor al mostrar como muchos de los regidores que tienen y han tenido los pueblos y provincias de la España despoblada, han primado por encima de todo, en primer lugar, el interés personal en hacerse rico -probablemente para huir del pueblo-, y en segundo lugar, ya en éste momento crítico, para tratar de introducir unos pocos euros y unos pocos empleos, para hacer que tales pueblos y territorios no acaben de morirse. Un clavo ardiendo (y radioactivo) que es el perfecto pan para hoy y hambre para mañana, pues como ya hemos visto en muchas ocasiones, adoptar tales proyectos, propuestos por las muy urbanas especulaciones financieras, es legar todo un patrimonio natural y un patrimonio histórico y etnográfico para intereses ajenos al bienestar y el futuro del mundo rural, de la España vacía y de sus habitantes.


Una preciosa calle en el bello pueblo de Rubielos de Mora, en la comarca de Gúdar-Javalambre, en la provincia de Teruel.

jueves, 11 de mayo de 2017

Reducción de la jornada laboral: Una quimera necesaria


Desde la implantación de la Revolución Industrial y con los primeros avances tecnológicos siempre el trabajador, la clase obrera, ha mirado con recelo, cuando no con miedo los avances en robotización y la inteligencia artificial a los que considera agentes de intervención con los que es imposible competir a la hora de optar a un puesto de trabajo.
Tal sentimiento aunque quizás soterrado en los ingenios de la neo-lengua, ha permanecido indeleble en el alma del obrero y perturbando en no pocas ocasiones sus previsiones y ansías de futuro.
Por supuesto, no fue una excepción la crisis (estafa) económica de 2008 y en la actual fase de desarrollo, de fingida recuperación económica cuando no un nuevo engaño, los números avalan la realidad de un problema social que empieza a cuestionar seriamente el estado de la producción económica y la ocupación social de los seres humanos. Baste como ejemplo, el caso de Estados Unidos, donde desde el crack de 2008, los trabajos creados son mayoritariamente en el sector servicios y el comercio, siendo puestos mal remunerados, precarios y con extrema inestabilidad temporal.
En este contexto, se hace necesario con más ahínco aún si cabe, retomar el discusión la reducción de la jornada de trabajo a 6 horas diarias (30 semanales). Si es cierto que disminuye el volumen de trabajo a realizar, tanto por factores estructurales de largo plazo –porque la automatización creciente de los procesos productivos hace que se pueda producir lo mismo con menos tiempo de trabajo humano– como por razones más coyunturales pero igual de poderosas –el crecimiento débil que parecería haber llegado para quedarse en las economías más ricas– ¿por qué no repartir el trabajo social entre todas las manos disponibles?
Por mucho empeño que la economía mainstream, los medios de comunicación de masas y los “expertos”, haya puesto en los últimos 150 años en tratar de refutar a Karl Marx y a economistas clásicos como David Ricardo y Adam Smith que reconocían en el trabajo la fuente única del valor –y por lo tanto de la ganancia– a la hora de la verdad los dueños de los medios de producción y sus gerentes saben que cada segundo cuenta. Obtener más trabajo por el salario que se paga es una de las claves para incrementar la tasa de rentabilidad.
No sorprende entonces que a pesar de las posibilidades técnicas planteadas por el incremento de la productividad, en el siglo XXI se trabaje tanto –o más– que en el siglo XX. Por tomar un ejemplo, en los EE. UU. la productividad se duplicó entre 1979 y 2016 según el U.S. Bureau of Labor Statistics (y se triplicó desde 1957). Sin embargo, si al comienzo de este período las horas trabajadas a la semana en la ocupación principal en los EE. UU. eran de 37,8, en 2016 fueron de 38,6. Se trabaja más, y no menos, que hace 40 años.
La situación no es muy distinta en otros países del llamado primer mundo. En Francia, que en el 2000 introdujo la semana corta de 35 horas laborales, estas ya casi no se aplican, entre horas extras y días de vacaciones. El ataque comenzó tempranamente, en 2003 con la ley Fillon (por el entonces ministro François Fillon, hoy derrotado de la derecha bipartidista en las elecciones presidenciales), que cambió las horas extraordinarias aceptadas desde 130 a 200 al año, y mantuvo la posibilidad de que las empresas impongan horas extras. En 2015-2016 la ley Macron (ahora Presidente electo de la República tras estas elecciones) estableció la obligación de trabajar el domingo en el comercio, igualó el trabajo nocturno con el trabajo por la tarde (es decir eliminó complementos salariales de nocturnidad y jornada intensiva) y extendió el tiempo de la jornada laboral hasta 12 horas diarias y 60 semanales. La decisión posterior del Senado para re-introducir las 39 horas en lugar de 35, fue un paso más en el camino de avalar la eliminación de todas las barreras legales a la libertad de los empresarios para explotar el trabajo. Según Eurostat en Francia trabajan 40,5 horas a la semana. Fillon planteaba antes de las elecciones pasar a 39 horas semanales, pero pagar solo 37, “para ganar competitividad”.
En Alemania, apelando al chantaje de la deslocalización del trabajo hacia el Este, Siemens impuso en abril de 2004 a los trabajadores de la fábrica en Bocholt un acuerdo que se consideró “una ruptura de época en la historia económica de la República Federal”: el regreso de 35 a 40 horas sin ningún tipo de aumento de los salarios. En el mismo año Opel obligó a los trabajadores y al sindicato a acordar una semana de trabajo de 47 horas a cambio de una promesa –incumplida– de no despedir. Las estadísticas hablan por sí solas: en Alemania la proporción de trabajadores de sexo masculino que trabajan entre 35 y 39 horas ha caído de 55 % en 1995 al 24,5 % en 2015; la proporción de los que trabajan 40 horas o más aumentó en el mismo período del 41 % a 64 %. Tomando el total de trabajadores, hombres y mujeres, el primer rango cayó de 45 % a 20,8 %, mientras el segundo ascendió de 32,7 % a 46 %.
Sin embargo y con todo, las relaciones laborales actuales se ajustan a las necesidades de las empresas que apuntan hacia una mayor flexibilidad, entendida esta siempre como menos derechos para los trabajadores y menos obligaciones para los empleadores. Hoy, una de las principales impugnaciones a la tradicional jornada de 8 horas viene por parte de las propias empresas. Y no precisamente porque busquen liberar a los asalariados de la pesada carga del trabajo.
Más aún, es la propia relación salarial lo que se reformula: empresas como Uber construyen grandes emporios contando con una plantilla laboral mínima, mientras el servicio que define a la empresa es llevado a cabo por trabajadores “independientes”. Esto, que ha dado en llamarse la “economía gig”, viene acompañado de nuevas técnicas de persuasión o coacción para arrancar más trabajo de estos trabajadores independientes. “Les mostramos a los conductores áreas de alta demanda o los incentivamos para que conduzcan más”, admite un portavoz de Uber. En el caso de Amazon, una investigación de la BBC mostró que los conductores encargados de su reparto, en Gran Bretaña, estaban forzados a trabajar 11 horas o más, e incluso hacer sus necesidades dentro de sus vehículos para poder cumplir con las exigentes metas de entregas de la compañía, que podían llegar hasta 200 paquetes diarios. Incluso así, a pesar de lograrlo, en muchos casos apenas cubrían el equivalente a un salario mínimo, ya que debían hacerse cargo de los costos de alquiler del vehículo (o mantenimiento si era propio) y seguro. Sí, es la misma Amazon que inauguró un local sin personal en Seattle, mostrando el rostro real de la virtualización de la economía y de las relaciones humanas: el de la economía “gig” como un salto más en la extensión del “precariado”. ¿Qué tienen en común un caso y el otro, y los de muchísimas empresas similares en todo el mundo? Que sus “colaboradores” son contratistas independientes, que carecen por tanto de la mayoría de las protecciones asociadas con el empleo.
Para ello se ha hecho necesaria además del desmantelamiento del asociacionismo sindical, entendido éste de forma horizontal, revolucionaria, vigilante y defensor de las condiciones laborales desde lo local hasta lo global, la conveniencia de los gobiernos y de las entidades económicas supranacionales. La ola de conservadurismo y neoliberalismo económico motivo a base de des-regularizaciones de la economía, una hiper financiarización de la misma, que ayudó a hinchar las burbujas de entre cambio de siglo que explotaron en 2008. Después lejos de depurar responsabilidades, las instituciones internacionales como el FMI o la UE presionaron para que las deudas bancarias se rescataran con dinero público que se ha ido retrotrayendo del gasto social de los presupuestos nacionales, abriendo de propina la puerta de nuestros hospitales, colegios, universidades o asistencias sociales a las empresas privadas que así encuentran un nicho donde hacer negocio.
Pero no todo han sido malas noticias en el debate sobre la reducción de la jornada laboral. Existen varios casos de empresas que han comenzado a acortar la jornada, a pesar de que cada minuto de trabajo que sacrifican es un “costo de oportunidad” para los empresarios. Lo hacen, obviamente, no por ninguna vocación caritativa sino apuntando a lograr a cambio mayor productividad durante el tiempo que sus empleados están en el trabajo. Suecia puso a prueba una iniciativa en el sector público de la asistencia a los ancianos donde se redujo la jornada a 30 horas semanales (6 horas diarias). Según la evaluación realizada las enfermeras se declaraban más felices, mejor remuneradas (es como si la hora de trabajo se pagara un 33% más) y su productividad aumentó. Aunque su trabajo le costó más caro a la administración de las empresas, y esto terminó determinando a comienzos de este año el abandono de esta experiencia, el cuidado de los pacientes mejoró ya que las enfermeras se cansaban menos.
En 1930, a un año de iniciada la Gran Depresión, el Lord John Maynard Keynes publicó “Las perspectivas económicas para nuestros nietos”, un texto en el que a pesar del penoso presente, se mostraba confiado sobre las perspectivas futuras que ofrecería en el futuro el desarrollo de la productividad. “Podría predecir que el nivel de vida en los países avanzados dentro de cien años será entre cuatro y ocho veces más alto de lo que es hoy”. Considerando esta perspectiva, confiaba en que “turnos de tres horas o semanas laborales de quince horas” serían más que suficientes para satisfacer las necesidades económicas. Como ya hemos visto, el aumento de la productividad le dio la razón a la previsión de Keynes en la mayor parte de los países ricos, pero no ocurrió lo mismo con las horas trabajadas.
Las posibilidades creadas por el desarrollo de la técnica, en manos del capital, se convierten en una pesadilla para los trabajadores. El auge de las comunicaciones y el abaratamiento de los costos de transporte de las últimas décadas no redujeron las horas de trabajo en los países industrializados, sino que disminuyeron la cantidad de trabajadores ocupados; en parte por la automatización de tareas en las actividades productivas que se siguen haciendo en las economías ricas, y en parte porque los empleos se relocalizaron en los países donde la fuerza de trabajo es más barata y donde se la puede hacer trabajar también más horas. El siguiente paso en la degradación de las condiciones laborales operó aún más en favor del capital, que ha podido imponer en todo el mundo un “arbitraje laboral”, haciendo que los trabajadores de los distintos países compitan cediendo en condiciones de trabajo y remuneración para asegurar el empleo. Las fuerzas productivas hoy disponibles permitirían ampliamente ofrecer a toda la humanidad el acceso a los bienes y servicios fundamentales, al mismo tiempo que reducir para miles de millones de hombres y mujeres la carga del trabajo. Pero esto choca con las relaciones de producción capitalistas que dependen de la explotación de la fuerza de trabajo, arrancándole plusvalías cada vez más y más abusivas al trabajo, para asegurar la ganancia que es el motor, que ellos interpretan, de esta sociedad.
Plantear la reducción de la jornada de trabajo mediante el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, sin afectar el salario (garantizando para todos los ocupados un ingreso acorde al coste de la vida y a la dignidad personal y colectiva), choca frontalmente con lo hecho hasta ahora a la hora de afrontar crisis económicas.
Mientras que la única respuesta puesta en práctica hasta ahora y esgrimida por los “expertos” al servicio del empresauriado y la cohorte neoliberal es la flexibilización de las condiciones del trabajo y la bajada de salarios aparecen otras propuestas como la reducción de la jornada laboral sin tocar los salarios que permite repartir con mayor equidad y justicia social el trabajo disponible, permitiendo con ello la vida digna.
No entró a proponer, de momento, la puesta en práctica de una Renta Básica, un pago periódico y universal para toda la población que vendría costeándose a través del IRPF (con la necesaria reforma estructural para aplicar justicia impositiva en este mundo capitalista). No. Estoy diciendo que en todos los trabajos, de cualquier graduación, fueran en la empresa privada o en el funcionariado del Estado y el resto de administraciones. Sin olvidar a los autónomos, y sin recortar los salarios, se reduzcan a 30 horas semanales laborales, reforzando los mecanismos de vigilancia y sanción para quien incumpla esta premisa.
Conseguiríamos en primer lugar que donde trabajan 3 personas a 8 horas diarias, tuviéramos a 4 trabajando 6. Lo que reduciría el paro. Esta reducción también favorecería la productividad, como han demostrado todas las experiencias previas en reducción de jornada laboral y los estudios publicados sobre la materia. Y como yo puedo atestiguar: Rindo y mis compañeros también, mucho más, el viernes trabajando 6 horas, que las tardes de lunes a jueves que trabajo 8 horas.
Con ello se recaudaría mucho más por cotizaciones. Se favorecería de forma notable la conciliación de la vida familiar. Y manteniendo los sueldos, la gente disponiendo de dinero y de tiempo los emplearía en su ocio y realización personal, lo que fomentaría más el consumo, creando a su vez más puestos de trabajo.
Además, y volviendo a los planteamientos filosóficos, llevar adelante esta exigencia, significaría además, poner en cuestión la naturalidad del “ejército industrial de reserva”, término con el que Marx caracteriza el rol que juega la fuerza de trabajo desempleada o semiempleada; su existencia es la que permite que los mecanismos de mercado operen en lo que respecta a los salarios de forma favorable al capital, limitando el crecimiento de los salarios en los momentos de auge y facilitando el descenso de los mismos en tiempos de crisis.
Si están creadas las condiciones para que todos trabajemos menos horas, pero en manos del capital y para asegurar una ganancia, esto significa que algunos deben seguir trabajando tantas horas como hace décadas –o incluso más– mientras una parte creciente de la población es transformada en “población obrera sobrante”, entonces lo que debe ser cuestionado es ese monopolio privado sobre los medios de producción, que choca cada vez más duramente con las necesidades de una mayoría.
La propuesta de trabajar menos horas para trabajar todos, sin afectar negativamente los salarios, pone en cuestión la naturalidad del “derecho” del empresario a disponer de la fuerza de trabajo como le plazca en función de acrecentar sus ganancias, en tanto esta atribución –pilar fundamental para asentar las relaciones de producción capitalistas– requiere para perpetuarse un progresivo deterioro para una franja de asalariados. Se trata de un planteamiento que solo podría realizarse íntegramente por un gobierno de trabajadores que se proponga hacer saltar –a nivel internacional– a este sistema basado en la explotación social. Si el capitalismo ha creado posibilidades –gracias a la tecnología de reducir el tiempo necesario para asegurar la reproducción de los bienes socialmente necesarios– que solo pueden llevarse a cabo cuestionando los mecanismos de explotación que sostienen a este modo de producción, “no le queda otra que morir”, para abrir paso a una organización de la producción articulada no en función de la ganancia privada sino de las necesidades del conjunto social.

martes, 7 de marzo de 2017

Historia del mayor crimen perfecto: Inside Job


 
A estas alturas la mayoría de vosotros ya lo habréis visto. A aquellos que no, os lo recomiendo. A los que sí, nunca viene mal volver a pensar un poco en lo sucedido, como hice yo la otra noche, siendo este documental un buen resumen y recuerdo de lo sucedido.
Documental americano estrenado en cines en a finales de 2010 gracias al Oscar al Mejor Documental que recibió en 2010, y sobre todo por el tema que trata: la crisis financiera de 2008 y que ha continuado hasta nuestros días.

Narrado por Matt Damon, curiosamente uno de los actores que apoyó a Barack Obama en su llegada a la Casa Blanca y que ha reconocido su desencanto por las decisiones que tomó el ya ex-presidente de los Estados Unidos en cuanto a sus decisiones en materia de política económica y regulación de las practicas financieras.
Damon, como un narrador omnisciente, va desgranando con detalle las razones que han llevado a la crisis mundial, con foco en EE.UU., donde la alianza entre los organismos políticos y las grandes corporaciones económicas fueron el día a día bastante antes de que todo estallara en 2008 (se remonta a los tiempos de Ronald Reagan). Entonces ya era más que evidente la alianza perversa y corrupta que empezó manipulando el mercado inmobiliario y generando letales burbujas y que ha llegado incluso a controlar las jerarquías universitarias y las decisiones legales. 
Nos cuenta la crisis financiera actual desde sus comienzos, vista por sus ejecutores, bien por acción o por inacción. No hay apenas hueco para las víctimas, aunque el autor logra concienzudamente que siempre estén presentes. Pretende aclarar las causas de las crisis financiera mundial provocada por las hipotecas “subprime” y señalar a sus responsables a través de los testimonios de inversores, economistas y hasta el antiguo director del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn o el filántropo George Soros, que ha acostumbrado a usar productos mass media, como pueda ser esta película, para quedar como el "rico bueno".
Construido de forma sencilla directa y ordenada cronológicamente se estructura en varias partes, dedicando la introducción a la crisis financiera en Islandia de 2008 y 2009 (y su revolución silenciada), continua exponiendo las causas de la crisis mundial y finaliza con un diagnóstico de la situación actual, concluyendo lo poco que se ha hecho durante la administración Obama y lanzando lo erróneas de sus planteamientos como los tratados comerciales como el TTIP o el Transpacifico. Se centra en los cambios en la industria financiera, los grandes riesgos que se permitieron tomar eludiendo las regulaciones que pretendían controlar el sistema, y sobre todo, el conflicto de intereses que existe en el sector financiero y que en la mayoría de los casos se oculta al público y la presión que ejerce dicho sector en los políticos.
Estructurada en cinco bloques y recurriendo a una combinación clásica de materiales, van sucediéndose en Inside Job multitud de entrevistas con los "responsables directos" de la crisis (muchos quedan en evidencia y otros declinaron participar), así como especialistas del ámbito económico, político, académico y empresarial, que se suman a materiales de archivo, imágenes urbanas, comparecencias públicas, gráficos ilustrativos de cifras y porcentajes... Uno lo aprecia sobre todo por su función periodístico-informativa, por su meticuloso rastreo y exposición y por el hecho de dejar constancia de algunos de los barros de los que proceden estos lodos.
 
Es cierto, que durante su transcurso en ocasiones se hace difícil seguir el hilo de la narración ante la avalancha de personajes, discursos, datos y teoría y práctica de la macro economía que se expone ante el cerebro del espectador que puede acabar atosigado, bombardeado e incluso desconectado.
Supongo que es difícil juzgar la objetividad del documental dependiendo en gran parte del posicionamiento ideológico del espectador y su conocimiento del tema. Aún así, me atrevo a decir que es bastante imparcial y no deja indiferente, aunque se llega a la triste conclusión que poco puede hacerse salvo indignarse.
Solamente añadir que aunque es un documental ameno y didáctico, a veces trata temas demasiado técnicos y de difícil comprensión.
El final del documental no es nada optimista pues afirma que a pesar de las regulaciones financieras que se han producido a raíz de la crisis, el sistema que la provoca no ha cambiado. Podemos acabar con las palabras del propio director Charles Ferguson al recoger el Oscar “… discúlpenme, pero debo arrancar señalando que tres años después de que estallara nuestra horrible crisis causada por el fraude financiero masivo, ni un solo ejecutivo ha sido encarcelado, y eso esta mal...” (de hecho, el único encarcelado en los Estados Unidos ha sido Madoff, precisamente por aprovechar la avaricia instalada en el sistema y robar y estafar a los ricos).
Conclusión: Inside Job es la historia de un crimen perfecto
Primero desde los años 80 se genero una corriente de opinión académica y universitaria que lanzaba el axioma de que el mercado era el regulador perfecto y que no era necesaria la intervención del Estado como supervisor.
Después, cuando esa ideología la inmoralidad del neoliberalismo cuajo, para lo que no hubo problemas para explotar dictaduras fascistas en el tercer mundo, sus seguidores se aupaban a los consejos de administración de Wall Street, los claustros de las principales facultades de economía de las universidades americanas y el mismo funcionaria-do de élite de los dos partidos americanos.
Desde allí, y usando las puertas giratorias de manera continuada, comenzaron a hacer negocios explotando la avaricia innata del ser humano. Se valieron de su control de las políticas económicas de los gobernantes de turno, como asesores. Invadieron los cuerpos de los organismos de regulación y control financiero y de las Agencias de calificación que fueron avalando las prácticas de esta mafia para al final  generan burbujas a cuyo estallido le ha seguido un mundo más injusto, inseguro y decadente.
El Estado que no hizo sus deberes para controlar y supervisar a los mercados, finalmente rescató con dinero público a las empresas corruptas. Los responsables del fraude no han acabado en la cárcel, regresaron a casa con los bolsillos llenos y hasta se re colocaron en el Gobierno u otras instituciones económicas mundiales desde las cuales incluso dictaron las recetas para salir del despropósito económico y social que ellos mismos habían provocado.
Y mientras, las calles, salvo esporádicos en el espacio o en el tiempo conatos de rebeldía, silenciadas.
Al final Inside Job viene a hacer un poco de justicia poética, porque de la otra, nada de nada.


 

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...