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miércoles, 21 de noviembre de 2018

Me duele Salamanca


He pasado unos días en mi Salamanca natal. Más allá de festivos, puentes y findes, es en una semana con sus días de diario, de comercio y actividad rutinaria donde se palpa y contrasta la realidad de una ciudad y provincia, que continua su lenta agonía hacia el punto de no retorno.
Cuando los paseos y las conversaciones se hacen más distanciadas entre sí, es cuando uno advierte el deterioro de todas las cosas: El estado de las carreteras, las decenas de negocios tradicionales que cierran, su sustitución en algunas ocasiones por las franquicias que homogenizan los centros de las ciudades (gentrificación), las borracheras y pelas nocturnas, la bajada de calidad del ocio, los polígonos que nunca fueron industriales apagándose entre naves “de los chinos” y pistas de padel,...
El nivel de pérdida de la esencia, del valor de la ciudad es inabordable. Esta semana mientras paseaba veía como El Corrillo había cerrado. Un lugar único de ocio nocturno, donde he visto decenas de conciertos y me acercaron el jazz por primera vez. Antes fueron otros bares. Librerías como Hydria o la mítica Cervantes. Radyre. Tiendas de todo tipo, pero sobretodo las que marcan el carácter y la singularidad de mi ciudad. Una Salamanca desolada.
No hay futuro y la despoblación es el mantra de cada día, con casi 8 personas -eminentemente menores de 35 años- abandonando la ciudad y provincia. Emigrando, casi seguro para no volver jamas. Perdiendo la riqueza humana y el futuro de quienes ansiamos construir nuestros proyectos de vida en la tierra donde crecimos y de la que somos, en términos económicos, inversión.
Cada vez que sale una estadística del INE (Instituto Nacional de Estadística) es una palada más en el ataúd de esta tierra. Se constata con datos como Salamanca es una provincia y/o ciudad “viejas”, sin oportunidades, sin crecimiento poblacional y con un éxodo en marcha de jóvenes sin remisión.
Nuestra” clase política local y provinciana son parte importante del problema, cuando no mejor, de las causas que provocan la dolorosa situación. Entre las preocupaciones de la retahíla de estómagos agradecidos que en todos los partidos sin excepción, han representado a la población en alguna de las administraciones (o cuando menos han aspirado a), está sin duda el colocarse, el vivir mejor sin pegar palo al agua y en lucrarse de la democracia y de Salamanca. Hay ejemplos paradigmáticos que podemos ver en el PSOE de Melero, o en esa izquierda salmantina -a la que debo un escrito para poner en su sitio- donde las cuitas, y sobretodo las aspiraciones, personales han prevalecido por encima de las necesidades de partido y territoriales.
Y qué decir del PP. Con un alcalde, el actual, entregado desde hace 8 años en ocupar cargo en Valladolid; con el anterior preocupado en compadrear con sus amiguitos y amigotes constructores. Con el presidente de la Diputación yendo de ayuntamiento en ayuntamiento sin soltar el cargo. O con su vicepresidenta económica montando un emporio personal a costa de las instituciones y de la democracia. Por no hablar de los que allende de las lindes han ocupado cargo en Madrid siendo palmeros de las disputas nacionales y sin entregar ni el más mínimo tiempo e interés a las cuestiones “charras”. Y son sólo unos pocos ejemplos, pero validos para demostrar que su nula capacidad de gestión -de lo de todas y todos se entiende-, su avaricia desmedida y su visión rancia y caduca han impedido progresar debidamente a ciudad y provincia, convirtiéndola en un lugar aburrido, antiguo y lo que es peor sin futuro.
Son pocos los políticos que se han tomado en serio el mandato de su ciudadanía para mejorar las condiciones y el futuro de Salamanca, y muchos, demasiados, los que han medrado para progresar en sus aspiraciones personales. El caciquismo, la corrupción y el matonismo son sus virtudes. La desidia, el conservadurismo y la cutrez “nuestros” defectos.
Por lo tanto, y como bien dice Ignatius Farray, “la democracia es el sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que merecemos”, es de recibo considerarnos a nosotros, ciudadanos y ciudadanas de Salamanca corresponsables de lo que aquí pasa.
No vale ya mirar para otro lado. Somos cómplices necesarios -evidentemente algunos más que otros- por permitir con nuestro voto y nuestra omisión de socorro, la situación de laminación que vivimos en estas tierras. Aquí se dan mayorías insultantes a personas que nos llevan robando desde que el mundo es mundo. No se les exige nada y se revalidan sin discusión, mientras se arremete, a veces con violencia, a quien plantea algo distinto, aunque sea un poco de dignidad para Salamanca y sus gentes.
Salamanca es y siempre ha sido fascista, y contra eso es muy difícil luchar. Al salmantino y salmantina medios lo que más le gusta es criticar al vecino; husmear que es lo que hace; despotricar si intenta algo nuevo o distinto; rezar (esto mucho) porque le salga mal; y cuando efectivamente le sale mal porque no tiene apoyo de sus vecinos, restregarle por la cara que ya se lo había dicho.


El paro en Salamanca es insoportable. Se pueden pasar meses y meses, a mi me ha pasado, yendo al INEM, siguiendo las ofertas por internet, pateando polígonos entregando curriculums en mano sin que te llegue una oferta. Si eres mayor de 55, directamente te recomiendan que trates de buscar la jubilación anticipada (le ocurrió a mi padre hace unos 4 años, no sé ahora como está la cosa). Si eres menor de 30 tienes ante ti un panorama desolador con cifras entorno al 60% y con escalofriantes datos como que para hacer un año trabajado en Salamanca, tienes que firmar 6 contratos.
La cosa no mejora en demasía porque estés en una edad intermedia. No hay trabajo. Y lo peor es que no hay expectativas de que vaya a cambiar en breve espacio de tiempo. Más aún, en la orgía de privatizaciones y adelgazamiento del sector público no se aprovisionan las plazas amortizadas.
El sector primario es olvidado en una zona de latifundios y tierras baldías. Más allá de los mataderos de Guijuelo, nunca ha habido y nunca habrá una industria agro alimentaria como en otras provincias de Castilla y León. Las dificultades para el sector artesano son colosales comparadas con las que tienes por ejemplo en Toledo (lo sé por experiencia). Sólo hay mísero comercio de grandes superficies y una legión de bares y comerciales. Todo en una provincia donde sólo la universidad, al año, licencia a 8.000 personas.
No hay industria, porque nunca la ha habido, y en este momento para los bien pensantes de Madrid y Valladolid, Salamanca, o mejor dicho, el Campo Charro es un sitio perfecto para montar una mina a cielo abierto, aunque reviente un espacio natural significativo y un folclore y modo de vida ancestral. Para el PP, al igual que para sus medios de desinformación como La Gaceta o el Salamanca 24 horas (redacción de estómagos agradecidos al calor de las subvenciones públicas en forma de publicidad) lo más importante es presumir de “salmanticidad” poniendo la bandera de España en el balcón, pero no defendiendo a nuestros convecinos y menos poniendo en duda la única inversión que esta gentuza ha sido capaz de traer en décadas.
La principal industria de Salamanca es el funcionariado. Complejo hospitalario que sufre el neoliberalismo y las presiones de la privatización y el manejo de las emociones de los pacientes y habitantes, contra sus trabajadores y servicios. Y la Universidad de Salamanca que pierde prestigio desde el mismo momento en que se admitieron más universidades en la región y que palidece entre rectorados más inanes ante todos los problemas que la comunidad universitaria (trabajadores, alumnos actuales y futuros alumnos) tienen.
Con el tema de las infrastructuras se puede hacer un capítulo aparte, por supuesto extensible a otras regiones y ciudades del interior del estado español. Todo se convierte en propaganda electoral. Se monta un (mini) aeropuerto, teniendo un regional a una hora y un internacional a dos, y una macro estación para trenes rápidos, para dar una patina elitista a lo que deberían ser derechos de todas y todos. A cambio han desmontado en gran medida la red de mercancías, con su supuesto “puerto seco” que sería genial para tener trabajo y anclar la vida de las personas al territorio. Se han desecho de las conexiones de la ciudad por tren (Gijón-Sevilla, Porto-Barcelona pasando por Irún o Zaragoza) para legarnos un tren “modernísimo” de velocidad medio-alta que la mayoría de las veces no llega a su hora. Y no hablemos de las carreteras, que ya sean del tipo que sean, se deterioran mientras la responsabilidad del mantenimiento se licúa entre administraciones y concesionarias.
En materia de cultura hay que hablar del deterioro constante del patrimonio arquitectónico de Salamanca y de multitud de sus municipios, por el que ya nos han dado toques de atención organismos como el Consejo de Estado o la UNESCO. Mientras sólo saben hablar de los Papeles de Salamanca (que no son más que los “papeles” usurpados a sus legítimos dueños, administraciones y personas opositoras al golpe militar y al posterior y nefasto régimen) las actividades culturales son meras anécdotas en el transcurrir de los espacios, los contenedores sin contenido, que se heredaron de la Capitalidad cultural europea de 2002.
Cierran librerías y abren cada vez más bares, muchos de ellos franquicias, que ya sabemos que pagan por debajo de lo estipulado por el sector. Las calles se arreglan para que cada vez haya más terrazas, mientras desaparecen los bancos y los árboles. Se persigue a la disidencia. Se protegen las despedidas y se castiga el arte.
El ocio nocturno de Salamanca ha experimentado una bajada de calidad notable que cualquiera que vuelve a la ciudad después de unos años constata. Todo son barras de consumo masivo, sin calidad, sin repertorio en la oferta. Y si no macrobotellones financiados por el Ay-untamiento que para contentar a sus allegados no le importa cargarse la seña de autenticidad de la comunidad universitaria o una fiesta tan propia y a la vez maltratada, como el Lunes de Aguas.


Me duele Salamanca. Me duele punzante como una daga en mi pecho. Su afilado y beligerante conservadurismo que nos ha metido en una espiral de atraso, conformismo y bajeza. Lo rancio, cutre y zafio revive su edad de oro en lo que fue luz de la razón y orbe del mundo.
Me duele Salamanca, por tantas y tantos que hemos salido, desilusionados y cansados de no poder construir nuestro futuro en las tierras donde crecimos.
Me duele Salamanca, como al viejo filósofo y rector. La siento agonizar ya casi inerte sin vida, porque triunfó muerte y murió la razón. Porque vencieron y con su fuerza bruta, junto a la desidia del paseante, no les hizo falta convencer, ni tampoco persuadir.


lunes, 16 de julio de 2018

La España vacía: Retrato de una injusticia secular

En las montañas, la llegada de una carretera casi siempre ha servido para facilitar la fuga de los vecinos y no la llegada de los nuevos.


Cayó en mis manos La España vacía, el libro, mitad ensayo, mitad novela de viajes de Sergio del Molino, periodista aragonés, que nos invita a sumergirnos con él en la realidad de ese país dentro de nuestro país, en el que la despoblación, los prejuicios y el más absoluto desconocimiento propiciado por los medios de comunicación, se nos oculta y deforma.
Esa España desconocida, de autovías sin tráfico y carreteras comarcales mal asfaltadas y peor atendidas, existe y se muere según escribo estas líneas y tú las lees. Esa España retratada a conciencia como bárbara, cutre y con condescendencia bucólica, se pierde sin más, sin importarle ni a las mayoritarias poblaciones urbanas, ni tampoco a políticos y partidos, pero también y por qué no decirlo, en ocasiones sin importarle a quienes viven allí.
Es evidente que el triunfo del capitalismo, como modo de organización de la sociedad, se basa en la supremacía de la ciudad por encima del pueblo y del medio natural. Lo es en las relaciones y servicios que reciben habitantes de uno y otro territorio, y con el tiempo se ha demostrado, como “necesario” para el buen funcionamiento del capitalismo ultra liberal, el desmontaje de los usos y modos de vida del mundo rural, donde hoy vemos cientos de miles de hectáreas dedicadas al sector primario abandonadas y sin posibilidades de rentabilidad, mientras nos alimentamos con productos traídos desde miles de kilómetros, simplemente porque ofrecen una rentabilidad inmediata al empresario-explotador y al financiero-especulador.
El mapa que aparece a continuación muestra un fenómeno que no es ajeno a ninguna otra parte del mundo: La concentración de población (y por lo tanto de riqueza) en las zonas urbanas, frente a las zonas rurales.


Pero en España adquiere ya tintes dramáticos donde la mitad de la población se aglutina en un puñado de centros urbanos, donde destacan las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona.
Nuestros desequilibrios demográficos son especialmente graves en más de la mitad del territorio nacional. En 268.083 kilómetros cuadrados de nuestra superficie, el 53% del total, solo vive el 15,8% de la población, y todo indica que este último porcentaje sigue cayendo. En el Real Decreto por el que Rajoy creaba un Comisionado del Gobierno frente al reto demográfico se recordaba que 10 de nuestras 17 comunidades autónomas cuentan con un saldo vegetativo negativo de población.
En un informe de enero de 2017, la FEMP (Federación Española de Municipios y Provincias) llegaba a la conclusión de que más de 4.000 de los municipios españoles -es decir, la mitad del total que tenemos- se encontraban en esa fecha “en riesgo muy alto, alto o moderado de extinción: los 1.286 que subsisten con menos de 100 habitantes, los 2.652 que no llegan a 501 empadronados y una parte significativa de los más de mil municipios con entre 501 y 1.000 habitantes”.
Desde la misma Federación se ha impulsado un estudio con la Universidad de Zaragoza, donde su catedrático Francisco Burillo desarrollaba en sus estudios la llamada Serranía Celtibérica (una amplia región española en torno a las montañas del Sistema Ibérico que va desde las provincias de Valencia y Castellón a las de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, Guadalajara, Zaragoza, Soria y Segovia), el profesor Burillo y sus colaboradores son aún más contundentes. Denominan a la zona como la Laponia del Sur y afirman: “Con una extensión doble de Bélgica, sólo tiene censada una población de 487.417 habitantes y su densidad es de 7,72 hab/km2. Cuenta con el índice de envejecimiento mayor de la Unión Europea y la tasa de natalidad más baja. Este desierto, rodeado de 22 millones de personas, está biológicamente muerto”.
Las diez provincias de la Laponia del Sur son solo una parte de la España vacía. Hay muchas otras provincias con zonas despobladas y en trance de quedar “biológicamente muertas”: Orense, León, Zamora, Salamanca, Ávila, Palencia, Ciudad Real…
El vaciamiento de la mayor parte del territorio español, además de provocar un grave problema de desequilibrio socio-territorial, compromete también las cuentas públicas –encarecimiento de los costes de prestación de servicios públicos y sostenimiento de infraestructuras-, y supone una pérdida de potenciales activos de riqueza por el desaprovechamiento de recursos endógenos”, afirma la FEMP en su informe. Y añade: “Constituye un error considerar que invertir en el re-equilibrio territorial y en la lucha contra la despoblación es un coste. Ha de ser entendido en términos de derechos de la ciudadanía a la igualdad de oportunidades y a su propia “tierra”, y de los territorios a contribuir con sus mejores fortalezas al crecimiento de su comunidad y su país. Es, pues, una inversión en cohesión social y territorial y en fortaleza y sostenibilidad del modelo económico y social”.
Apenas tres meses después de su informe, la FEMP proponía un amplio listado de medidas para resucitar a la España vacía y biológicamente muerta o camino de estarlo. Desde crear una mesa estatal contra la despoblación y una estrategia conjunta de todas las administraciones públicas hasta recuperar la Ley de Desarrollo Sostenible, incorporar de forma explícita a los Presupuestos de cada ejercicio de todas las administraciones públicas una estrategia demográfica, dar incentivos y bonificaciones fiscales a quien invierta en las zonas despobladas, impulsar sellos de calidad territorial para la producción local, gestionar viviendas ahora vacías, establecer por vía legislativa una carta de servicios públicos garantizados para los ciudadanos de dichas zonas o incluso lanzar un plan que reduzca la brecha digital entre la España despoblada y la España urbana.
La lucha contra la despoblación –añaden en la FEMP- no es un fin. Es un medio para hacer el planeta más sostenible. Es parte de las políticas de sostenibilidad medioambiental. Es más sostenible repartir la población que concentrarla”.


Las causas y razones por la que al mayor parte del territorio nacional, languidece y muere nos llevan a remontarnos a otras épocas históricas. Desde los asentamientos para establecer una malla en la Península Ibérica planteados por el Imperio Romano, a las repoblaciones con normandos durante la Reconquista o los intentos durante la -escasa- Ilustración española, o los nuevos pueblos del franquismo.
Sin duda alguna el gran motivo que explica el atraso y con el la retahíla de prejuicios y dificultades que atraviesa el mundo rural español se muestra en la estructura social de nuestros pueblos, comarcas y también provincias.
Desde siglos en la estructura socio-política de estos territorios se hicieron fuertes elementos propios de un caciquismo rural, prácticamente medieval, apoyado en gran medida por la iglesia católica española, que lejos de desmantelarse en un proceso de democratización normal, se rearmaron, solidificaron y afianzaron, convirtiéndose en los famosos barones territoriales de los grandes partidos nacionales.
Estos, por su agresiva avaricia de poder y dinero y para poder sobrevivir políticamente, montaron redes clienterales que convirtieron el reparto de ayudas, tanto estatales como las de la PAC (Política Agraria Común de la UE. Estas ayudas reciben una crítica feroz por parte de sindicatos agrarios porque se aplicaron sobre un reparto de la tierra medieval, donde pocos propietarios de carácter nobiliario recibieron ingentes cantidades de dinero que no invirtieron en explotaciones agrarias) en una fuente de nepotismo y negocios turbios que lejos de paliar las seculares deficiencias en servicios y futuro de los pueblos y del mundo agrario y rural, las profundizaron hasta convertirlas a día de hoy en casi irreversibles.
Bajo este escenario se hace natural y hasta comprensible la marcha de los jóvenes de los pueblos de la España rural, ya no sólo como proceso de emigración campo-ciudad, sino como huida hacía un “mundo” más amable y fácil para llevar a cabo un proyecto de vida.
El otro gran motivos que ha llevado a que durante la historia se hayan hecho tantos intentos por repoblar el país, o mejor dicho, repartir la población en él, como método de cohesión y sostenibilidad económica, social y en último término medioambiental, esta la calidad de los suelos. La España vacía, es a su vez la España del secano, de los cultivos de bajo rendimiento, lo que sumado al reparto de las tierras que sin excepción y de manera histórica ha estado siempre en manos de muy pocos terratenientes, ha matado la posibilidad de desplegar un sector primario que mantuviera a la población fijada en los entornos rurales.
Sólo ahora, en los últimos años y por primera vez en la historia, surgen en España, pequeños propietarios que bien por iniciativa propia apoyada por capital financiero (eminentemente las cajas rurales) o bien desde cooperativas, impulsan productos alimentarios capaces de crear un empleo con la calidad y estabilidad suficiente como para fijar población y que esa población sea joven que quiera realizar ahí su proyecto de vida. Es la manera de atar servicios en los pueblos y las comarcas, y la única forma de que el bienestar y por lo tanto el futuro del mundo rural español no se vaya a pique.
Lamentablemente son unos pocos “salvavidas” en medio del naufragio del campo español, que sigue siendo, y hasta que no haya un cambio conceptual en los urbanitas y sus políticos, el terreno para las tropelías, los basureros y las industrias sucias y sin respaldo social que necesitan las ciudades.
Al calor de la especulación no faltan proyectos, casi todos ellos en el sector de la minería que dejan al mundo rural como subsidiario de las necesidades del mundo urbano y muy especialmente de los intereses de unos pocos burgueses acumuladores de capital.
Es el argumento de Bienvenido, Míster Marshall repetido en bucle. Cientos, tal vez miles de pueblos que reciben entusiasmados a cualquier portador de gallinas de huevos de oro. Los tiempos de la especulación urbanística, a finales de los años 90 y principios de la década de 2000, alentaron una especie de fiebre de hormigón. Cualquier huerta arruinada heredada de los abuelos podía ser fuente de riqueza. Cualquier parcela podía interesar a los constructores de fantasías, aeropuertos y autopistas. En La Mancha hay municipios que han llegado a competir para quedarse con un cementerio nuclear.”
El entrecomillado anterior es un extracto de La España Vacía. La negrita final es de mi propia cosecha, para destacar el acierto del autor al mostrar como muchos de los regidores que tienen y han tenido los pueblos y provincias de la España despoblada, han primado por encima de todo, en primer lugar, el interés personal en hacerse rico -probablemente para huir del pueblo-, y en segundo lugar, ya en éste momento crítico, para tratar de introducir unos pocos euros y unos pocos empleos, para hacer que tales pueblos y territorios no acaben de morirse. Un clavo ardiendo (y radioactivo) que es el perfecto pan para hoy y hambre para mañana, pues como ya hemos visto en muchas ocasiones, adoptar tales proyectos, propuestos por las muy urbanas especulaciones financieras, es legar todo un patrimonio natural y un patrimonio histórico y etnográfico para intereses ajenos al bienestar y el futuro del mundo rural, de la España vacía y de sus habitantes.


Una preciosa calle en el bello pueblo de Rubielos de Mora, en la comarca de Gúdar-Javalambre, en la provincia de Teruel.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...