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miércoles, 19 de enero de 2022

Iniciativa y discursos

Dos años acaba de cumplir el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos y lo hace inmerso en una catarata de contradicciones. Por un lado, parece seguro que dado el radicalismo, y la absoluta falta de sentido de estado, con el que el principal partido de la oposición está funcionando, la estabilidad de la coalición de gobierno va a continuar y cumplir su mandato. Pero por el otro lado, vemos como el tradicional alineamiento de la élite del partido socialista con el modelo del 78 y el neoliberalismo, provoca severas tensiones sobre el acuerdo de investidura y los eventuales y necesarios apoyos de los partidos nacionalistas y regionalistas.

Basta con ver la artificial polémica en la que el ministro de consumo, Garzón, se ha visto inmerso por decir lo que es verdad y a estas alturas de la película todo el mundo sabe. Qué las macrogranjas existen. Que son una aberración climática que sepulta los modos de vida del campo y el entorno rural. Que sus productos son de ínfima calidad y enfocados a alimentar a una masa cada vez más precaria a la que se condena por segunda vez. Que se saltan todos los estándares de dignidad laboral. Y que carecen de las mínima ética con animales torturados, masacrados, enfermos, atiborrados a antibióticos que redundan en su ineficacia cuando los productos cárnicos llegan al consumo humano. Que incluso tienen que ver y mucho con la situación de pandemia.

A estas palabras de Alberto Garzón respondió el corrupto, inútil e impresentable de Mañueco, para y en campaña, tratar de movilizar al sector rural. Mañueco lanzaba el bulo, transformando las declaraciones de Garzón y pedía la dimisión o cese del ministro. Encontraba aliados enconados en la ultraderecha y en los medios de comunicación donde las voces para desautorizarse desaparecían y callaban. Y también en la parte socialista del gobierno, dándose por aludido, en vez de respaldar a su ministro -y de paso los propios acuerdos que tiene firmados- se ponía del lado de la mentira. Incluso los presidentes autonómicos Page y Lambán hacían lo propio respaldando el modelo de ganadería extensiva que asfixia y lastra de futuro el mundo rural de La Mancha o Aragón (también en Castilla Y León). En ese sentido, eran coherentes con los lobbys e intereses privados de caciques y caza subvenciones de todo pelaje que anquilosan sus regiones al atraso, el desamparo y la despoblación.

La falta de ética de este sector es lacerante como mínimo y como las pocas expresiones de periodismo independiente de este país han mostrado, también hay que decirlo, en contadas ocasiones. Pero lo indignante es que cuenten con el respaldo de politicuchos de medio pelo como los barones del bipartidismo que desde la urbanización privada de la capital regional viven fenomenal de los cohechos otorgados por los beneficios de las plusvalías materiales y morales de este sistema de producción agro alimentaria.

El otro polo de indignación viene de un PSOE que timorato y anquilosado no se toma en serio su propia palabra y parece incapaz de hacer cumplir una tibia agenda de lucha contra el cambio climático.

El debate está en la calle y en los pueblos lo lleva estando ya bastantes años. Si salieran a las calles y campos de los pueblos y el mundo rural sabrían de la injusticia del modelo, de la falta de ética del sector, de la condena a futuro que supone, de que hasta la Unión Europea se ha hecho eco reclamando un cambio de modelo productivo y de consumo. Pero no, siguen encerrados en su endogamía, absortos ante los problemas de la gente y aplicando el guante de terciopelo ante los oligarcas de este país, arrodillados ante su poder millonario y mediático y las influencias que todavía captan en las provincias. Con el ministro de Agricultura o los presidentes autonómicos de La Mancha y Aragón disparando a las rodillas de sus poblaciones rurales, al tiempo que seguro, cobrarán los servicios prestados de estos caciques provinciales. Con la ministra de Medio Ambiente y desarrollo sostenible en un inexplicable silencio, al tiempo que Garzón, pausado, manteniéndose firme ganaba la batalla y acaba tomando el pulso a las organizaciones agrarias y a numerosos habitantes de los pueblos y pequeños productores ganaderos y agrícolas.

Que al final el tiro les ha salido por la culata se demuestra en cómo ha pasado al ostracismo todo el debate toda vez que ha quedado claro que la opinión de Garzón es la correcta. La que más futuro aporta al medio rural, al sector primario y a la lucha contra el cambio climático y la degradación de los ecosistemas.

Frente a un modelo colectivo de ganadería extensiva, progresivo en los beneficios, basado en la cooperación y el trabajo, sostenible tanto desde el punto de vista medioambiental como en cuanto a derechos laborales y los derechos animales, respetuoso con los recursos naturales, en especial el agua, pero también en cuanto a la contaminación de suelos, aire y acuíferos en el que estamos la sociedad civil, con un mínimo de sentido común, ponen los intereses de las grandes fortunas y los especuladores. La ganadería intensiva de los caciques de siempre basadas en la explotación del territorio y de todos sus recursos, en su contaminación, en la precarización de los derechos laborales y en la inexistencia de los de los animales. Un modelo basado en el individualismo y el consumismo de productos baratísimos, de bajísima calidad.

Alberto Garzón y Unidas Podemos han salido fortalecidos ante toda la caverna mediática y hedionda de la derecha de este país, incluido los propios y presuntos “aliados” del PSOE, por mantenerse firme en sus propuestas y que estas sean certeras y representantes del sentimiento general de la sociedad civil.

Sin embargo, la Reforma laboral de Yolanda Díaz es un ejemplo concreto de lo contrario. Para la patronal y la derecha de este país representada desde el PSOE hasta Vox es una oportunidad magnífica. En nombre de la concordia y el consenso se les ha presentado un texto que sacraliza las tropelías y atracos perpetrados por el PP hace 10 años.

Y es que hace una década no había diálogo social, ni consenso y se aprobaba por Decreto Ley una normativa laboral que nos ha desposeído como clase trabajadora a unos niveles brutales. Pero por desgracia, casi todas las tropelías de aquella fechoría (salvo la recuperación de los convenios) quedan autorizados y respaldados porque con tal de conseguir la firma final de la patronal, el visto bueno de la UE y la aprobación del componente ultraliberal del gobierno representado en Calviño se fue bajando el listón.

Es cierto que se recuperan ciertos derechos, se reduce el horizonte hacia acabar con la precariedad y la temporalidad y en definitiva, la orientación de la nueva ley laboral cambia el componente tradicional de defensa de la parte contratante para garantizar estabilidad y poder de negociación a la parte contratada, es decir, a los trabajadores. Pero hay otras muchas que quedan expuestas, se mantienen hachazos y se va a hacer muy difícil recuperar muchos de los derechos y garantías que se perdieron en 2012.

El siguiente paso escabroso está ya siendo la Ley de vivienda. Garantizar el acceso a la vivienda de la población debería ser el objetivo final del texto, desvirtuando el componente de bien económico, especulativo y patrimonial de la vivienda, para poder convertirla en un derecho aspiracional que permita la vida en dignidad. Que sea un seguro del ascensor social y no otro componente más de su avería. Frente a este planteamiento tenemos a los tenedores de toda la vida: la derecha patria, los fondos buitres, los medios de comunicación y la convicción general de que la vivienda es una inversión siempre provechosa que no debe ser frenada por darle una cobertura social.

En estos temas es donde se ve la diferente concreción de España, de su sociedad y economía que tiene tanto el PSOE como Unidas Podemos. No está demás recordar que hace casi 11 años salió la gente a la calle a reclamar vivienda digna frente al abuso de tanta corrupción y latrocinio. Y no hablemos ya de la izquierda real o de la que tienen actores decisivos como puedan ser las izquierdas nacionalistas. De si lo dejamos todo en la mano del talante y el pactismo del PSOE de toda la vida con el estado de las cosas de este país, o si luchamos y trabajamos hacia un mundo mejor, más fraterno, digno y donde se aporten soluciones a los problemas que nos lastran desde hace siglos.

De momento y ante las próximas elecciones generales, la mejor baza de Unidas Podemos es Yolanda Díaz y saber capitalizar los avances sociales, que aún siendo tibios y tímidos son, sin duda, responsabilidad directa de la presencia en el gobierno.

Ya he dicho otras veces que es fundamental que desde la izquierda seamos tan beligerantes cuando ostentamos el poder como lo es la derecha cuando lo tiene. Y que seamos ambiciosos y luchemos con los boletines oficiales para defender a la clase trabajadora, garantizando la igualdad, los servicios públicos y las condiciones de trabajo y de vida de la gente. Porque si no será imposible que confíen en nosotros y en vez de avanzar en democracia acabaremos avocados a caminos de fascismo, tecnocracia u oligocracia.

Sin duda no tiene la misma importancia (al menos aparente) los asuntos de fondo que han movilizado la acción política de unos y otros. Pero mientras con la Ley de Vivienda o la Reforma Laboral se ha transitado a través de un camino marcado para no disgustar a los poderosos, Alberto Garzón nos ha mostrado qué hay que hacer. Mantenerse firme frente a los bulos, las amenazas. Reafirmarse en la verdad aunque esta sea incómoda. Ser coherentes en lo más básico y diferencial: en la defensa de los más vulnerables frente a las tropelías de los poderosos, acostumbrados a usar este país para su nauseabundo disfrute.

Sólo así, siendo agresivos legislando y ejecutando, pero también comunicando, se conseguirá que la sociedad, la clase trabajadora, reconozca en Unidas Podemos a quien le defiende, al tiempo de una más que necesaria, imprescindible, toma de conciencia obrera. No en el PP o en la extrema derecha a los que es preciso desenmascarar. Y ni mucho menos en el PSOE que lleva 40 años traicionando la memoria y la esencia de sus bases electorales. Es la única manera de movilizar y hacer que se amplíen los apoyos a la izquierda a dos años vista de las próximas elecciones generales y evitar que lleguen los que no sólo quieren que nada cambie, sino que además, se verán legitimados para desmontar las condiciones de trabajo y de vida de la gente haciendo que la desigualdad ya campante sea total.




miércoles, 21 de noviembre de 2018

Me duele Salamanca


He pasado unos días en mi Salamanca natal. Más allá de festivos, puentes y findes, es en una semana con sus días de diario, de comercio y actividad rutinaria donde se palpa y contrasta la realidad de una ciudad y provincia, que continua su lenta agonía hacia el punto de no retorno.
Cuando los paseos y las conversaciones se hacen más distanciadas entre sí, es cuando uno advierte el deterioro de todas las cosas: El estado de las carreteras, las decenas de negocios tradicionales que cierran, su sustitución en algunas ocasiones por las franquicias que homogenizan los centros de las ciudades (gentrificación), las borracheras y pelas nocturnas, la bajada de calidad del ocio, los polígonos que nunca fueron industriales apagándose entre naves “de los chinos” y pistas de padel,...
El nivel de pérdida de la esencia, del valor de la ciudad es inabordable. Esta semana mientras paseaba veía como El Corrillo había cerrado. Un lugar único de ocio nocturno, donde he visto decenas de conciertos y me acercaron el jazz por primera vez. Antes fueron otros bares. Librerías como Hydria o la mítica Cervantes. Radyre. Tiendas de todo tipo, pero sobretodo las que marcan el carácter y la singularidad de mi ciudad. Una Salamanca desolada.
No hay futuro y la despoblación es el mantra de cada día, con casi 8 personas -eminentemente menores de 35 años- abandonando la ciudad y provincia. Emigrando, casi seguro para no volver jamas. Perdiendo la riqueza humana y el futuro de quienes ansiamos construir nuestros proyectos de vida en la tierra donde crecimos y de la que somos, en términos económicos, inversión.
Cada vez que sale una estadística del INE (Instituto Nacional de Estadística) es una palada más en el ataúd de esta tierra. Se constata con datos como Salamanca es una provincia y/o ciudad “viejas”, sin oportunidades, sin crecimiento poblacional y con un éxodo en marcha de jóvenes sin remisión.
Nuestra” clase política local y provinciana son parte importante del problema, cuando no mejor, de las causas que provocan la dolorosa situación. Entre las preocupaciones de la retahíla de estómagos agradecidos que en todos los partidos sin excepción, han representado a la población en alguna de las administraciones (o cuando menos han aspirado a), está sin duda el colocarse, el vivir mejor sin pegar palo al agua y en lucrarse de la democracia y de Salamanca. Hay ejemplos paradigmáticos que podemos ver en el PSOE de Melero, o en esa izquierda salmantina -a la que debo un escrito para poner en su sitio- donde las cuitas, y sobretodo las aspiraciones, personales han prevalecido por encima de las necesidades de partido y territoriales.
Y qué decir del PP. Con un alcalde, el actual, entregado desde hace 8 años en ocupar cargo en Valladolid; con el anterior preocupado en compadrear con sus amiguitos y amigotes constructores. Con el presidente de la Diputación yendo de ayuntamiento en ayuntamiento sin soltar el cargo. O con su vicepresidenta económica montando un emporio personal a costa de las instituciones y de la democracia. Por no hablar de los que allende de las lindes han ocupado cargo en Madrid siendo palmeros de las disputas nacionales y sin entregar ni el más mínimo tiempo e interés a las cuestiones “charras”. Y son sólo unos pocos ejemplos, pero validos para demostrar que su nula capacidad de gestión -de lo de todas y todos se entiende-, su avaricia desmedida y su visión rancia y caduca han impedido progresar debidamente a ciudad y provincia, convirtiéndola en un lugar aburrido, antiguo y lo que es peor sin futuro.
Son pocos los políticos que se han tomado en serio el mandato de su ciudadanía para mejorar las condiciones y el futuro de Salamanca, y muchos, demasiados, los que han medrado para progresar en sus aspiraciones personales. El caciquismo, la corrupción y el matonismo son sus virtudes. La desidia, el conservadurismo y la cutrez “nuestros” defectos.
Por lo tanto, y como bien dice Ignatius Farray, “la democracia es el sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que merecemos”, es de recibo considerarnos a nosotros, ciudadanos y ciudadanas de Salamanca corresponsables de lo que aquí pasa.
No vale ya mirar para otro lado. Somos cómplices necesarios -evidentemente algunos más que otros- por permitir con nuestro voto y nuestra omisión de socorro, la situación de laminación que vivimos en estas tierras. Aquí se dan mayorías insultantes a personas que nos llevan robando desde que el mundo es mundo. No se les exige nada y se revalidan sin discusión, mientras se arremete, a veces con violencia, a quien plantea algo distinto, aunque sea un poco de dignidad para Salamanca y sus gentes.
Salamanca es y siempre ha sido fascista, y contra eso es muy difícil luchar. Al salmantino y salmantina medios lo que más le gusta es criticar al vecino; husmear que es lo que hace; despotricar si intenta algo nuevo o distinto; rezar (esto mucho) porque le salga mal; y cuando efectivamente le sale mal porque no tiene apoyo de sus vecinos, restregarle por la cara que ya se lo había dicho.


El paro en Salamanca es insoportable. Se pueden pasar meses y meses, a mi me ha pasado, yendo al INEM, siguiendo las ofertas por internet, pateando polígonos entregando curriculums en mano sin que te llegue una oferta. Si eres mayor de 55, directamente te recomiendan que trates de buscar la jubilación anticipada (le ocurrió a mi padre hace unos 4 años, no sé ahora como está la cosa). Si eres menor de 30 tienes ante ti un panorama desolador con cifras entorno al 60% y con escalofriantes datos como que para hacer un año trabajado en Salamanca, tienes que firmar 6 contratos.
La cosa no mejora en demasía porque estés en una edad intermedia. No hay trabajo. Y lo peor es que no hay expectativas de que vaya a cambiar en breve espacio de tiempo. Más aún, en la orgía de privatizaciones y adelgazamiento del sector público no se aprovisionan las plazas amortizadas.
El sector primario es olvidado en una zona de latifundios y tierras baldías. Más allá de los mataderos de Guijuelo, nunca ha habido y nunca habrá una industria agro alimentaria como en otras provincias de Castilla y León. Las dificultades para el sector artesano son colosales comparadas con las que tienes por ejemplo en Toledo (lo sé por experiencia). Sólo hay mísero comercio de grandes superficies y una legión de bares y comerciales. Todo en una provincia donde sólo la universidad, al año, licencia a 8.000 personas.
No hay industria, porque nunca la ha habido, y en este momento para los bien pensantes de Madrid y Valladolid, Salamanca, o mejor dicho, el Campo Charro es un sitio perfecto para montar una mina a cielo abierto, aunque reviente un espacio natural significativo y un folclore y modo de vida ancestral. Para el PP, al igual que para sus medios de desinformación como La Gaceta o el Salamanca 24 horas (redacción de estómagos agradecidos al calor de las subvenciones públicas en forma de publicidad) lo más importante es presumir de “salmanticidad” poniendo la bandera de España en el balcón, pero no defendiendo a nuestros convecinos y menos poniendo en duda la única inversión que esta gentuza ha sido capaz de traer en décadas.
La principal industria de Salamanca es el funcionariado. Complejo hospitalario que sufre el neoliberalismo y las presiones de la privatización y el manejo de las emociones de los pacientes y habitantes, contra sus trabajadores y servicios. Y la Universidad de Salamanca que pierde prestigio desde el mismo momento en que se admitieron más universidades en la región y que palidece entre rectorados más inanes ante todos los problemas que la comunidad universitaria (trabajadores, alumnos actuales y futuros alumnos) tienen.
Con el tema de las infrastructuras se puede hacer un capítulo aparte, por supuesto extensible a otras regiones y ciudades del interior del estado español. Todo se convierte en propaganda electoral. Se monta un (mini) aeropuerto, teniendo un regional a una hora y un internacional a dos, y una macro estación para trenes rápidos, para dar una patina elitista a lo que deberían ser derechos de todas y todos. A cambio han desmontado en gran medida la red de mercancías, con su supuesto “puerto seco” que sería genial para tener trabajo y anclar la vida de las personas al territorio. Se han desecho de las conexiones de la ciudad por tren (Gijón-Sevilla, Porto-Barcelona pasando por Irún o Zaragoza) para legarnos un tren “modernísimo” de velocidad medio-alta que la mayoría de las veces no llega a su hora. Y no hablemos de las carreteras, que ya sean del tipo que sean, se deterioran mientras la responsabilidad del mantenimiento se licúa entre administraciones y concesionarias.
En materia de cultura hay que hablar del deterioro constante del patrimonio arquitectónico de Salamanca y de multitud de sus municipios, por el que ya nos han dado toques de atención organismos como el Consejo de Estado o la UNESCO. Mientras sólo saben hablar de los Papeles de Salamanca (que no son más que los “papeles” usurpados a sus legítimos dueños, administraciones y personas opositoras al golpe militar y al posterior y nefasto régimen) las actividades culturales son meras anécdotas en el transcurrir de los espacios, los contenedores sin contenido, que se heredaron de la Capitalidad cultural europea de 2002.
Cierran librerías y abren cada vez más bares, muchos de ellos franquicias, que ya sabemos que pagan por debajo de lo estipulado por el sector. Las calles se arreglan para que cada vez haya más terrazas, mientras desaparecen los bancos y los árboles. Se persigue a la disidencia. Se protegen las despedidas y se castiga el arte.
El ocio nocturno de Salamanca ha experimentado una bajada de calidad notable que cualquiera que vuelve a la ciudad después de unos años constata. Todo son barras de consumo masivo, sin calidad, sin repertorio en la oferta. Y si no macrobotellones financiados por el Ay-untamiento que para contentar a sus allegados no le importa cargarse la seña de autenticidad de la comunidad universitaria o una fiesta tan propia y a la vez maltratada, como el Lunes de Aguas.


Me duele Salamanca. Me duele punzante como una daga en mi pecho. Su afilado y beligerante conservadurismo que nos ha metido en una espiral de atraso, conformismo y bajeza. Lo rancio, cutre y zafio revive su edad de oro en lo que fue luz de la razón y orbe del mundo.
Me duele Salamanca, por tantas y tantos que hemos salido, desilusionados y cansados de no poder construir nuestro futuro en las tierras donde crecimos.
Me duele Salamanca, como al viejo filósofo y rector. La siento agonizar ya casi inerte sin vida, porque triunfó muerte y murió la razón. Porque vencieron y con su fuerza bruta, junto a la desidia del paseante, no les hizo falta convencer, ni tampoco persuadir.


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...