Alberto
Garzón es el nuevo ministro de Consumo,
cartera desligada del tradicional Ministerio
de Sanidad. Es el primer miembro del Partido Comunista en el gobierno
desde 1988 (Jorge Semprún ministro de Cultura en el segundo mandato de Felipe González) y encabeza la cuota de participación de Izquierda Unida
en el nuevo gobierno de coalición de izquierdas.
Puede
parecer que en el reparto de participación y representatividad de
Unidas Podemos en el nuevo gobierno este deslegitimada siguiendo la
estrategia de Pedro Sánchez, pero las responsabilidades y retos que
Garzón y su equipo van a asumir en la nueva cartera son importantes
y en algunos casos, claves dentro del programa con la que la
coalición de Podemos e IU se presento en noviembre.
Cuidar
de los derechos de las personas en su rol de consumidores,
frenando los abusos de eléctricas, distribuidoras
de combustibles,
empresas de telecomunicaciones será una buena vara de medir de la
importancia o no de dar un ministerio propio a la materia del
consumo.
Colaborar con el ministerio de Vivienda para hacer valer el
derecho a la vivienda digna por encima del privilegio de la
especulación
será otro punto importante. Atacar los hábitos de consumo
pernicioso tipo tabaco o alcohol, pero también la comida basura, el
ocio nocturno, acercar hábitos saludables a la población y
contribuir a reformular los hábitos de consumo de la población,
para volver a lo local, a lo de proximidad. Recuperar
la palabra austeridad,
para evitar
el despilfarro y las compras compulsivas,
que
tantos problemas provocan en las familias humildes. Retomar
el consumo
sostenible y saludable,
facilitando el desarrollo vital de los productores locales, evitando
entre otras cosas la gentifricación
de los centros de las ciudades,
la pérdida de esencia de esos lugares, así como ayudar a dar más
oportunidades en el mundo rural.
Pero
si existe un tema en el que cobra especial simbolismo la designación
del coordinador federal de Izquierda Unida como ministro
de consumo
es en todo lo referente a las
casas de apuestas.
Tanto en las calles, como por supuesto, en Internet.
Y viendo la primera reacción del lobby
de las casas de apuestas está claro que ya ven el miedo a empezar a
perder esos millones de euros que sacan de las espaldas de la clase
trabajadora.
Estas
empresas o marcas de casas de apuestas se presentan como cercanas y
nacionales, cuando en realidad son parte de emporios multinacionales
(donde la banca tradicional internacional
tiene importantes participaciones), erradicados
en paraísos fiscales
y en cuanto a la presencia física funcionan a base de un sistema de
franquicias para localizarse en los barrios de clase obrera. Además
como lobby,
no han hecho más que ejercer una presión total tanto en los
gobiernos nacionales y autonómicos -donde están las competencias en
materia del juego- y en la Unión Europea.
Las
apuestas deportivas son el dorado para estas empresas y a la vez el
gancho para meter a cada vez más personas en los otros segmentos del
negocio: bingos, ruletas y póker.
Hasta
finales de 2018 las casas
de apuestas han empleado una publicidad especialmente agresiva en
televisión en cualquier tipo de horario, sobretodo en los contenidos
más cercanos al público joven y adolescente. Hoy esa publicidad se
mantiene en el mismo formato aunque recluida fuera de los horarios
de especial protección de la infancia y adolescencia.
Pero
todo empezó con la adalid del ultra liberalismo en España. La
Thatcher
ibérica, Esperanza Aguirre, abrió en 2006 la Comunidad de Madrid al
negocio de las apuestas deportivas y casinos, en su sueño húmedo de
convertir la periferia de la capital en la Nevada europea. Eurovegas
no llego a completarse gracias a la activación de los vecinos y
organizaciones sindicales y de izquierdas en Madrid, y también a que
en la Unión Europea no vieron con buenos ojos la regulación que tal
negocio reclamaba. Sin embargo, hoy multitud de casas de apuestas
aparecen por Madrid.
Zapatero
tuvo en 2011 que regular a contrarreloj (terminaba su mandato y todo
hacía indicar lo que pasó después) el sector a nivel estatal.
Pronto el país se lleno de estos establecimientos, especialmente en
los barrios pobres, incluido estar cerca de institutos, colegios e
incluso asociaciones
contra la ludopatía,
donde en casi todas las ciudades y pueblos salen como setas en una
misma calle, en una misma plaza.
Un
jugador podría probar suerte saltando de casa de apuestas en casino
y recorrer desde A Coruña hasta Almería y desde Cádiz hasta
Gerona. En cada caso, las
casas de apuestas
han conseguido convertirse en los centros de reunión, especialmente
de los jóvenes, que sin atenerse a límites legales (aumentan los
casos en los que no se pide el DNI a nadie al entrar) pueden saltarse
el recreo o cualquier tarde de sábado o domingo para apostar y
apostar.
El
modo de funcionamiento para el enganche es sencíllisimo como están
denunciando asociaciones de consumidores, vecinales y de lucha
contra la ludopatía.
Al mensaje de éxito facilitado por la publicidad -con
la intervención de ídolos deportivos mediante-,
le sigue un chute de autoestima y optimismo propio (como con la cocaína) y su facilidad y repetición (como con la heroína) hace el resto. A todo esto le añaden las promociones y
regalos de bienvenidas, doblando, triplicando o cuadriplicando los
depósitos iniciales para cada nuevo apostante o regalando cuotas de
apuesta. Saben que en 95 de cada 100 casos, ese dinero prestado
lo recuperarán. Y con creces. Y cuando encuentren grandes ganadores,
jugadores que por destreza, consiguen aumentar sus ganancias, no
tendrán problemas en vetarlos, incluso traspasando información
entre casas de apuestas, a priori, rivales.
Internet,
con sus valores de inmediatez, gratuidad y accesibilidad están
haciendo el resto para poder enganchar a cientos de miles, cuando no
millones, de personas a las apuestas. Las deudas, y la marginación
social y problemas personales y familiares llegarán después.
Pero
es en el mundo real, en el físico y tangible donde se palpa la
realidad de lo que el auge del juego está suponiendo en nuestra
sociedad. Son los barrios pobres, de población eminentemente
trabajadora, muchas veces inmigrante (tanto nacional, como
extranjera) donde se instalan las casas de apuestas y casinos. No
hay casas de apuestas en el barrio de Salamanca.
No
es un fenómeno nuevo. Antiguamente en el bar del barrio había, y
hay, dos o incluso hasta tres tragaperras.
Si un día por azares te tomabas algo en la zona vip
de tu ciudad, por ejemplo en la Plaza Mayor, en sus establecimientos
no había éste tipo de dispositivos.
Pero
ahora en nuestros barrios tenemos unos establecimientos, sin ventanas, con luces de neón y
paneles con fotografías de deportistas, ruletas y fichas de póker. En las puertas se agolpan los chicos
(fenómeno éste eminentemente masculino) y dentro a parte de las
apuestas y juegos de “azar” tienen acceso al alcohol. Pronto, esto
lo sé por experiencia, los camellos
tendrán allí su punto de distribución de droga, convirtiendo el
lugar en un centro de adicciones. El público, con dinero y en
éxtasis por las apuestas ya está ahí.
Se
produce una redistribución de la riqueza que va contra los propios
principios de la Constitución española, porque el dinero pasa de
las manos de los que tienen poco, a las de los que tienen mucho. Si
se empobrecen los barrios, puede pasar algo parecido a lo que produjo
la epidemia de drogas en los ochenta: que cambió la percepción que
se tenía de los barrios humildes. Pasamos de aquellos de "son
pobres, pero honrados"
a tenerles miedo y a relacionar la pobreza con los robos y la
drogadicción, en
este caso, con ludopatía
y problemas
psicológicos y emocionales.
Cuando aumente la inseguridad, las autoridades dirán que es
necesaria más presencia policial, pero no, lo que necesitamos y lo
necesitamos ya es que haya una regulación que defienda nuestros
intereses, en clave nacional.
Pero
hasta entonces la administración ya sea el Gobierno o las
Comunidades Autónomas se han llevado su parte. Ahora bien, estamos
próximos sino ya sobrepasada, la línea en la que lo recaudado por
las apuestas quede en nada para paliar los efectos sociales que las
adicciones al juego están provocando. Sobretodo por sobre quien
están cayendo: Personas
cada vez más jóvenes y de entornos humildes.
Basta
ya de que el Gobierno y las administraciones sean cómplices de las
casas de apuestas.
El
establecimiento de registros de ludópatas que las casas de apuestas
y de juegos de azar deben de conocer y respetar, para evitar que
estas personas caigan nuevamente en sus problemas de juego, puede ser
un paso, pero no basta con estigmatizar a las víctimas.
Impedir
la publicidad como ya se ha hecho con tabaco y alcohol. Prohibir los ganchos y regalos de dinero. Luchar
contra la proliferación de los establecimientos físicos en las
calles de los barrios pobres (hoy en día en nuestras calles el
ferretero de toda la vida no puede hacer frente a la burbuja del
alquiler y sin embargo estas empresas sin escrúpulos facilitan bajo
el modelo de franquicia la instalación de más y más negocios que
hunden familias). Invertir
dinero en educación y prevención.
Recaudar dinero a base de multas y subidas de impuestos y tasas a
estas empresas luctuosas. Que aumenten las inspecciones y redadas.
Alberto
Garzón
y el equipo del nuevo
Ministerio de Consumo
tienen muchos y apasionantes retos que asumir estos próximos cuatro
años. Acabar
con las casas de apuestas
y la proliferación del juego que está atacando a los jóvenes de la
clase trabajadora de éste país, daría ya, sin duda, por buena la
labor hecha.
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