martes, 21 de enero de 2020

Guerra abierta contra las casas de apuestas



Alberto Garzón es el nuevo ministro de Consumo, cartera desligada del tradicional Ministerio de Sanidad. Es el primer miembro del Partido Comunista en el gobierno desde 1988 (Jorge Semprún ministro de Cultura en el segundo mandato de Felipe González) y encabeza la cuota de participación de Izquierda Unida en el nuevo gobierno de coalición de izquierdas.
Puede parecer que en el reparto de participación y representatividad de Unidas Podemos en el nuevo gobierno este deslegitimada siguiendo la estrategia de Pedro Sánchez, pero las responsabilidades y retos que Garzón y su equipo van a asumir en la nueva cartera son importantes y en algunos casos, claves dentro del programa con la que la coalición de Podemos e IU se presento en noviembre.
Cuidar de los derechos de las personas en su rol de consumidores, frenando los abusos de eléctricas, distribuidoras de combustibles, empresas de telecomunicaciones será una buena vara de medir de la importancia o no de dar un ministerio propio a la materia del consumo. Colaborar con el ministerio de Vivienda para hacer valer el derecho a la vivienda digna por encima del privilegio de la especulación será otro punto importante. Atacar los hábitos de consumo pernicioso tipo tabaco o alcohol, pero también la comida basura, el ocio nocturno, acercar hábitos saludables a la población y contribuir a reformular los hábitos de consumo de la población, para volver a lo local, a lo de proximidad. Recuperar la palabra austeridad, para evitar el despilfarro y las compras compulsivas, que tantos problemas provocan en las familias humildes. Retomar el consumo sostenible y saludable, facilitando el desarrollo vital de los productores locales, evitando entre otras cosas la gentifricación de los centros de las ciudades, la pérdida de esencia de esos lugares, así como ayudar a dar más oportunidades en el mundo rural.
Pero si existe un tema en el que cobra especial simbolismo la designación del coordinador federal de Izquierda Unida como ministro de consumo es en todo lo referente a las casas de apuestas. Tanto en las calles, como por supuesto, en Internet. Y viendo la primera reacción del lobby de las casas de apuestas está claro que ya ven el miedo a empezar a perder esos millones de euros que sacan de las espaldas de la clase trabajadora.
Estas empresas o marcas de casas de apuestas se presentan como cercanas y nacionales, cuando en realidad son parte de emporios multinacionales (donde la banca tradicional internacional tiene importantes participaciones), erradicados en paraísos fiscales y en cuanto a la presencia física funcionan a base de un sistema de franquicias para localizarse en los barrios de clase obrera. Además como lobby, no han hecho más que ejercer una presión total tanto en los gobiernos nacionales y autonómicos -donde están las competencias en materia del juego- y en la Unión Europea.
Las apuestas deportivas son el dorado para estas empresas y a la vez el gancho para meter a cada vez más personas en los otros segmentos del negocio: bingos, ruletas y póker.
Hasta finales de 2018 las casas de apuestas han empleado una publicidad especialmente agresiva en televisión en cualquier tipo de horario, sobretodo en los contenidos más cercanos al público joven y adolescente. Hoy esa publicidad se mantiene en el mismo formato aunque recluida fuera de los horarios de especial protección de la infancia y adolescencia.
Pero todo empezó con la adalid del ultra liberalismo en España. La Thatcher ibérica, Esperanza Aguirre, abrió en 2006 la Comunidad de Madrid al negocio de las apuestas deportivas y casinos, en su sueño húmedo de convertir la periferia de la capital en la Nevada europea. Eurovegas no llego a completarse gracias a la activación de los vecinos y organizaciones sindicales y de izquierdas en Madrid, y también a que en la Unión Europea no vieron con buenos ojos la regulación que tal negocio reclamaba. Sin embargo, hoy multitud de casas de apuestas aparecen por Madrid.
Zapatero tuvo en 2011 que regular a contrarreloj (terminaba su mandato y todo hacía indicar lo que pasó después) el sector a nivel estatal. Pronto el país se lleno de estos establecimientos, especialmente en los barrios pobres, incluido estar cerca de institutos, colegios e incluso asociaciones contra la ludopatía, donde en casi todas las ciudades y pueblos salen como setas en una misma calle, en una misma plaza.
Un jugador podría probar suerte saltando de casa de apuestas en casino y recorrer desde A Coruña hasta Almería y desde Cádiz hasta Gerona. En cada caso, las casas de apuestas han conseguido convertirse en los centros de reunión, especialmente de los jóvenes, que sin atenerse a límites legales (aumentan los casos en los que no se pide el DNI a nadie al entrar) pueden saltarse el recreo o cualquier tarde de sábado o domingo para apostar y apostar.
El modo de funcionamiento para el enganche es sencíllisimo como están denunciando asociaciones de consumidores, vecinales y de lucha contra la ludopatía. Al mensaje de éxito facilitado por la publicidad -con la intervención de ídolos deportivos mediante-, le sigue un chute de autoestima y optimismo propio (como con la cocaína) y su facilidad y repetición (como con la heroína) hace el resto. A todo esto le añaden las promociones y regalos de bienvenidas, doblando, triplicando o cuadriplicando los depósitos iniciales para cada nuevo apostante o regalando cuotas de apuesta. Saben que en 95 de cada 100 casos, ese dinero prestado lo recuperarán. Y con creces. Y cuando encuentren grandes ganadores, jugadores que por destreza, consiguen aumentar sus ganancias, no tendrán problemas en vetarlos, incluso traspasando información entre casas de apuestas, a priori, rivales.
Internet, con sus valores de inmediatez, gratuidad y accesibilidad están haciendo el resto para poder enganchar a cientos de miles, cuando no millones, de personas a las apuestas. Las deudas, y la marginación social y problemas personales y familiares llegarán después.
Pero es en el mundo real, en el físico y tangible donde se palpa la realidad de lo que el auge del juego está suponiendo en nuestra sociedad. Son los barrios pobres, de población eminentemente trabajadora, muchas veces inmigrante (tanto nacional, como extranjera) donde se instalan las casas de apuestas y casinos. No hay casas de apuestas en el barrio de Salamanca.
No es un fenómeno nuevo. Antiguamente en el bar del barrio había, y hay, dos o incluso hasta tres tragaperras. Si un día por azares te tomabas algo en la zona vip de tu ciudad, por ejemplo en la Plaza Mayor, en sus establecimientos no había éste tipo de dispositivos.
Pero ahora en nuestros barrios tenemos unos establecimientos, sin ventanas, con luces de neón y paneles con fotografías de deportistas, ruletas y fichas de póker. En las puertas se agolpan los chicos (fenómeno éste eminentemente masculino) y dentro a parte de las apuestas y juegos de “azar” tienen acceso al alcohol. Pronto, esto lo sé por experiencia, los camellos tendrán allí su punto de distribución de droga, convirtiendo el lugar en un centro de adicciones. El público, con dinero y en éxtasis por las apuestas ya está ahí.
Se produce una redistribución de la riqueza que va contra los propios principios de la Constitución española, porque el dinero pasa de las manos de los que tienen poco, a las de los que tienen mucho. Si se empobrecen los barrios, puede pasar algo parecido a lo que produjo la epidemia de drogas en los ochenta: que cambió la percepción que se tenía de los barrios humildes. Pasamos de aquellos de "son pobres, pero honrados" a tenerles miedo y a relacionar la pobreza con los robos y la drogadicción, en este caso, con ludopatía y problemas psicológicos y emocionales. Cuando aumente la inseguridad, las autoridades dirán que es necesaria más presencia policial, pero no, lo que necesitamos y lo necesitamos ya es que haya una regulación que defienda nuestros intereses, en clave nacional.
Pero hasta entonces la administración ya sea el Gobierno o las Comunidades Autónomas se han llevado su parte. Ahora bien, estamos próximos sino ya sobrepasada, la línea en la que lo recaudado por las apuestas quede en nada para paliar los efectos sociales que las adicciones al juego están provocando. Sobretodo por sobre quien están cayendo: Personas cada vez más jóvenes y de entornos humildes.
Basta ya de que el Gobierno y las administraciones sean cómplices de las casas de apuestas.
El establecimiento de registros de ludópatas que las casas de apuestas y de juegos de azar deben de conocer y respetar, para evitar que estas personas caigan nuevamente en sus problemas de juego, puede ser un paso, pero no basta con estigmatizar a las víctimas.
Impedir la publicidad como ya se ha hecho con tabaco y alcohol. Prohibir los ganchos y regalos de dinero. Luchar contra la proliferación de los establecimientos físicos en las calles de los barrios pobres (hoy en día en nuestras calles el ferretero de toda la vida no puede hacer frente a la burbuja del alquiler y sin embargo estas empresas sin escrúpulos facilitan bajo el modelo de franquicia la instalación de más y más negocios que hunden familias). Invertir dinero en educación y prevención. Recaudar dinero a base de multas y subidas de impuestos y tasas a estas empresas luctuosas. Que aumenten las inspecciones y redadas.
Alberto Garzón y el equipo del nuevo Ministerio de Consumo tienen muchos y apasionantes retos que asumir estos próximos cuatro años. Acabar con las casas de apuestas y la proliferación del juego que está atacando a los jóvenes de la clase trabajadora de éste país, daría ya, sin duda, por buena la labor hecha.


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