Mostrando entradas con la etiqueta publicidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta publicidad. Mostrar todas las entradas

martes, 21 de enero de 2020

Guerra abierta contra las casas de apuestas



Alberto Garzón es el nuevo ministro de Consumo, cartera desligada del tradicional Ministerio de Sanidad. Es el primer miembro del Partido Comunista en el gobierno desde 1988 (Jorge Semprún ministro de Cultura en el segundo mandato de Felipe González) y encabeza la cuota de participación de Izquierda Unida en el nuevo gobierno de coalición de izquierdas.
Puede parecer que en el reparto de participación y representatividad de Unidas Podemos en el nuevo gobierno este deslegitimada siguiendo la estrategia de Pedro Sánchez, pero las responsabilidades y retos que Garzón y su equipo van a asumir en la nueva cartera son importantes y en algunos casos, claves dentro del programa con la que la coalición de Podemos e IU se presento en noviembre.
Cuidar de los derechos de las personas en su rol de consumidores, frenando los abusos de eléctricas, distribuidoras de combustibles, empresas de telecomunicaciones será una buena vara de medir de la importancia o no de dar un ministerio propio a la materia del consumo. Colaborar con el ministerio de Vivienda para hacer valer el derecho a la vivienda digna por encima del privilegio de la especulación será otro punto importante. Atacar los hábitos de consumo pernicioso tipo tabaco o alcohol, pero también la comida basura, el ocio nocturno, acercar hábitos saludables a la población y contribuir a reformular los hábitos de consumo de la población, para volver a lo local, a lo de proximidad. Recuperar la palabra austeridad, para evitar el despilfarro y las compras compulsivas, que tantos problemas provocan en las familias humildes. Retomar el consumo sostenible y saludable, facilitando el desarrollo vital de los productores locales, evitando entre otras cosas la gentifricación de los centros de las ciudades, la pérdida de esencia de esos lugares, así como ayudar a dar más oportunidades en el mundo rural.
Pero si existe un tema en el que cobra especial simbolismo la designación del coordinador federal de Izquierda Unida como ministro de consumo es en todo lo referente a las casas de apuestas. Tanto en las calles, como por supuesto, en Internet. Y viendo la primera reacción del lobby de las casas de apuestas está claro que ya ven el miedo a empezar a perder esos millones de euros que sacan de las espaldas de la clase trabajadora.
Estas empresas o marcas de casas de apuestas se presentan como cercanas y nacionales, cuando en realidad son parte de emporios multinacionales (donde la banca tradicional internacional tiene importantes participaciones), erradicados en paraísos fiscales y en cuanto a la presencia física funcionan a base de un sistema de franquicias para localizarse en los barrios de clase obrera. Además como lobby, no han hecho más que ejercer una presión total tanto en los gobiernos nacionales y autonómicos -donde están las competencias en materia del juego- y en la Unión Europea.
Las apuestas deportivas son el dorado para estas empresas y a la vez el gancho para meter a cada vez más personas en los otros segmentos del negocio: bingos, ruletas y póker.
Hasta finales de 2018 las casas de apuestas han empleado una publicidad especialmente agresiva en televisión en cualquier tipo de horario, sobretodo en los contenidos más cercanos al público joven y adolescente. Hoy esa publicidad se mantiene en el mismo formato aunque recluida fuera de los horarios de especial protección de la infancia y adolescencia.
Pero todo empezó con la adalid del ultra liberalismo en España. La Thatcher ibérica, Esperanza Aguirre, abrió en 2006 la Comunidad de Madrid al negocio de las apuestas deportivas y casinos, en su sueño húmedo de convertir la periferia de la capital en la Nevada europea. Eurovegas no llego a completarse gracias a la activación de los vecinos y organizaciones sindicales y de izquierdas en Madrid, y también a que en la Unión Europea no vieron con buenos ojos la regulación que tal negocio reclamaba. Sin embargo, hoy multitud de casas de apuestas aparecen por Madrid.
Zapatero tuvo en 2011 que regular a contrarreloj (terminaba su mandato y todo hacía indicar lo que pasó después) el sector a nivel estatal. Pronto el país se lleno de estos establecimientos, especialmente en los barrios pobres, incluido estar cerca de institutos, colegios e incluso asociaciones contra la ludopatía, donde en casi todas las ciudades y pueblos salen como setas en una misma calle, en una misma plaza.
Un jugador podría probar suerte saltando de casa de apuestas en casino y recorrer desde A Coruña hasta Almería y desde Cádiz hasta Gerona. En cada caso, las casas de apuestas han conseguido convertirse en los centros de reunión, especialmente de los jóvenes, que sin atenerse a límites legales (aumentan los casos en los que no se pide el DNI a nadie al entrar) pueden saltarse el recreo o cualquier tarde de sábado o domingo para apostar y apostar.
El modo de funcionamiento para el enganche es sencíllisimo como están denunciando asociaciones de consumidores, vecinales y de lucha contra la ludopatía. Al mensaje de éxito facilitado por la publicidad -con la intervención de ídolos deportivos mediante-, le sigue un chute de autoestima y optimismo propio (como con la cocaína) y su facilidad y repetición (como con la heroína) hace el resto. A todo esto le añaden las promociones y regalos de bienvenidas, doblando, triplicando o cuadriplicando los depósitos iniciales para cada nuevo apostante o regalando cuotas de apuesta. Saben que en 95 de cada 100 casos, ese dinero prestado lo recuperarán. Y con creces. Y cuando encuentren grandes ganadores, jugadores que por destreza, consiguen aumentar sus ganancias, no tendrán problemas en vetarlos, incluso traspasando información entre casas de apuestas, a priori, rivales.
Internet, con sus valores de inmediatez, gratuidad y accesibilidad están haciendo el resto para poder enganchar a cientos de miles, cuando no millones, de personas a las apuestas. Las deudas, y la marginación social y problemas personales y familiares llegarán después.
Pero es en el mundo real, en el físico y tangible donde se palpa la realidad de lo que el auge del juego está suponiendo en nuestra sociedad. Son los barrios pobres, de población eminentemente trabajadora, muchas veces inmigrante (tanto nacional, como extranjera) donde se instalan las casas de apuestas y casinos. No hay casas de apuestas en el barrio de Salamanca.
No es un fenómeno nuevo. Antiguamente en el bar del barrio había, y hay, dos o incluso hasta tres tragaperras. Si un día por azares te tomabas algo en la zona vip de tu ciudad, por ejemplo en la Plaza Mayor, en sus establecimientos no había éste tipo de dispositivos.
Pero ahora en nuestros barrios tenemos unos establecimientos, sin ventanas, con luces de neón y paneles con fotografías de deportistas, ruletas y fichas de póker. En las puertas se agolpan los chicos (fenómeno éste eminentemente masculino) y dentro a parte de las apuestas y juegos de “azar” tienen acceso al alcohol. Pronto, esto lo sé por experiencia, los camellos tendrán allí su punto de distribución de droga, convirtiendo el lugar en un centro de adicciones. El público, con dinero y en éxtasis por las apuestas ya está ahí.
Se produce una redistribución de la riqueza que va contra los propios principios de la Constitución española, porque el dinero pasa de las manos de los que tienen poco, a las de los que tienen mucho. Si se empobrecen los barrios, puede pasar algo parecido a lo que produjo la epidemia de drogas en los ochenta: que cambió la percepción que se tenía de los barrios humildes. Pasamos de aquellos de "son pobres, pero honrados" a tenerles miedo y a relacionar la pobreza con los robos y la drogadicción, en este caso, con ludopatía y problemas psicológicos y emocionales. Cuando aumente la inseguridad, las autoridades dirán que es necesaria más presencia policial, pero no, lo que necesitamos y lo necesitamos ya es que haya una regulación que defienda nuestros intereses, en clave nacional.
Pero hasta entonces la administración ya sea el Gobierno o las Comunidades Autónomas se han llevado su parte. Ahora bien, estamos próximos sino ya sobrepasada, la línea en la que lo recaudado por las apuestas quede en nada para paliar los efectos sociales que las adicciones al juego están provocando. Sobretodo por sobre quien están cayendo: Personas cada vez más jóvenes y de entornos humildes.
Basta ya de que el Gobierno y las administraciones sean cómplices de las casas de apuestas.
El establecimiento de registros de ludópatas que las casas de apuestas y de juegos de azar deben de conocer y respetar, para evitar que estas personas caigan nuevamente en sus problemas de juego, puede ser un paso, pero no basta con estigmatizar a las víctimas.
Impedir la publicidad como ya se ha hecho con tabaco y alcohol. Prohibir los ganchos y regalos de dinero. Luchar contra la proliferación de los establecimientos físicos en las calles de los barrios pobres (hoy en día en nuestras calles el ferretero de toda la vida no puede hacer frente a la burbuja del alquiler y sin embargo estas empresas sin escrúpulos facilitan bajo el modelo de franquicia la instalación de más y más negocios que hunden familias). Invertir dinero en educación y prevención. Recaudar dinero a base de multas y subidas de impuestos y tasas a estas empresas luctuosas. Que aumenten las inspecciones y redadas.
Alberto Garzón y el equipo del nuevo Ministerio de Consumo tienen muchos y apasionantes retos que asumir estos próximos cuatro años. Acabar con las casas de apuestas y la proliferación del juego que está atacando a los jóvenes de la clase trabajadora de éste país, daría ya, sin duda, por buena la labor hecha.


lunes, 29 de mayo de 2017

Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral

Fotograma de la excepcional e imprescindible Tiempos Modernos, de Charles Chaplin (1936)

Voy a continuar reflexionando sobre cómo funciona este sistema económico y social y sobre la necesidad perentoria de reducir la jornada laboral. Lo voy a hacer aplicando mi experiencia particular, añadiendo la valoración personal, y la lectura concreta al momento vital en el que me encuentro.
Desde hace un mes estoy de vuelta en el mundo del trabajo. Acepte un puesto de desarrollador web en Salamanca, nuevamente, en una especie de burla de la vida que parece atarme a una realidad rutinaria, ya exprimida, sin dejarme crecer, probar nuevas cosas y entornos y cumplir anhelos.
Una de las cosas más interesantes que me está sucediendo es como desde que he vuelto a la rutina y la seguridad (relativa) de tener ingresos a final de mes, me he vuelto menos cuidadoso con el dinero. Esta es una sensación que tuve la semana pasada al caminar hacia el trabajo con mi café diario de take away en la mano; lo recordé horas después al animarme a comprar unas galletas sin aceite de palma para el aperitivo; después sentí lo mismo cuando me animé a echar un boleto de los Euro millones. Y todo ello lo confirmé empíricamente cuando comprobé mi Excel con el presupuesto doméstico.
Desde luego no se trata de compras excesivamente caras, caprichos extravagantes o derroches irracionales. No. Son compras y adquisiciones sin las que he podido vivir todos estos meses de atrás en los que mis ingresos no estaban tan garantizados, y que además se demostraron como innecesarias.
Pensando en todo esto he llegado a la conclusión de que es curioso como dependiendo de nuestro nivel de ingresos (y la expectativa de tenerlos) “nos llevamos” a un nivel de gastos que aparecen aparejados o intrínsicamente ligados, ya sea por motivaciones y presiones sociales, diferenciadoras o de pertenencia. Llama la atención como el hecho de tener un billete de 20 euros en el bolsillo nos invoca a una satisfacción temporal el gastarlos, aunque los bienes o servicios adquiridos con ellos no supongan ningún cambio trascendental en nuestras vidas.
Así con este hecho probado y replicado en millones de seres humanos llegamos a la cultura de las cosas innecesarias.
Es evidente que en Occidente se ha impuesto gracias al marketing, la publicidad y los medios de comunicación de masas un estilo de vida basado en gastar dinero en cosas innecesarias. Así el capitalismo por un lado se ha garantizado la recaudación de ingentes cantidades de dinero, que vuelve más pronto que tarde a sus manos tras haber salido en forma de salarios y dividendos. Y por el otro el sistema obtiene la sumisión inconsciente de una población atrapada en un bucle continuo de trabajar para consumir; de aceptar unas condiciones cada vez más penosas e indignas con tal de mantener un rol de éxito promovido por campañas publicitarias y una realidad social basada en la imagen, el culto al individualismo y la competitividad.
La idea es que en todo momento compres cualquier cosa. El Capitalismo, tal y como lo conocemos hoy no se sostiene sino es bajo una premisa concreta: Las grandes compañías no ganaron sus millones de dólares promoviendo bajo la honestidad, la responsabilidad (social, laboral, ambiental) o la ética, la virtud de los productos que ofrecen, sino que lo hicieron creando una cultura que influyó a millones de personas para que estas comprarán mucho más de lo que necesitan como un medio de satisfacción a través del dinero.
Al final, sobre todo en el entorno urbano (otro invento del sistema para dominarnos y controlarnos), compramos cosas o servicios para subirnos el ánimo, como descarga de adrenalina; o para tener lo mismo o mejor que el vecino; para completar visiones idílicas que la publicidad ha enraizado en nuestra mente durante toda nuestra vida; para publicar nuestro modo de vida en Internet y recibir la atención hipócrita de otros tantos infelices; o por otro montón de razones psicológicas y de status social que poco o nada tienen que ver con la razón misma de comprar: el uso del producto o servicio adquiridos.
Para completar el círculo las grandes compañías y sus gobiernos cómplices han planteado este estilo de vida como si fuera lo más normal, lo que se ha hecho toda la vida o el sumun de la evolución humana. Y como parte del chantaje, siempre pensando en las sociedades occidentales, se impone un ritmo de vida basado en la emergencia y el estrés, en el que la mayor parte del día productivo del ciudadano y ciudadana se pase en el puesto de trabajo (o en trayecto de ida y vuelta), lo que nos obliga a construir nuestras vidas en las tardes, las noches y los fines de semana.
Así aparece una paradoja que en los últimos años es recurrente en mi modo de pensar: Cuando tengo dinero, tengo muy poco tiempo para disfrutarlo o exprimirlo hacia caminos de realización personal; y cuando tengo tiempo, tengo poco o ningún dinero lo que imposibilita el acceso a gran parte de esos caminos.
La respuesta sería fácil: Trabajar menos para tener más tiempo libre, siempre sin perder la capacidad adquisitiva generada con nuestro empleo. Sin embargo, desde hace casi un siglo, en todos los países, en todos los momentos históricos y bajo todos los tipos de paradigmas productivos (incorporación de la mujer, robotización y automatización, virtualización de la economía y de las relaciones,…) las empresas y los gobiernos, el establishment, se han negado con vehemencia.
La jornada laboral de 8 horas se introdujo en Inglaterra a finales del XIX para proteger a los trabajadores (muchas veces niños) que estaban siendo explotados mediante jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias.
A medida que la tecnología avanzaba, los trabajadores de todas las industrias fueron capaces de producir mucho más valor, en menos tiempo, aumentando exponencialmente las plusvalías que acababan en los bolsillos del empresario, sin apenas repercutir -y cuando lo hacían mínimamente es a base de sonoras y trágicas movilizaciones laborales- en los de los trabajadores. Al cambio, el debate sobre la reducción de jornadas laborales era ninguneado, cuando no erradicado, fijando las 40 horas semanales (8 diarias) como norma inamovible pese a que multitud de estudios demuestran que la productividad es notoriamente más alta en jornadas intensivas más cortas (el empleado tipo de oficinas logra trabajar “sólo” 3 horas de las 8 que pasa en su asiento).
Hay muchas razones para mantener esta legislación (inyección de un cansancio patológico en los y las trabajadores, dificultad a máximo el asociacionismo y el sindicalismo, frenar la contestación social, facilitar el control de masas y flujos, etc.) pero una de las más evidentes y perversas es que así logran que los trabajadores al tener poco tiempo libre pagarán más por los bienes y servicios, sin tener en cuenta su verdadera función o utilidad, sino que simplemente por una satisfacción o alivio obtenido por el mero hecho de comprar.
Si la gente llega cansada a su casa, y tiene que atender todas las obligaciones familiares y de comodidad del entorno hogar, al final consigues mantenerlos viendo la televisión y con ella todos los anuncios que alimentan esta siniestra rueda, haciéndoles perder cualquier tipo de ambición fuera de su trabajo.
Nos han llevado a una cultura para hacernos sentir cansados y hambrientos de satisfacción con lo que nos predisponen a gastar grandes sumas de dinero (de tiempo que pasamos “trabajando”) para obtener entretenimiento y satisfacción sin que nunca se sacie por lo que constantemente queremos cosas que no tenemos.
Gastamos para subir nuestro ánimo, para recompensarnos, para celebrar, para arreglar problemas, para mejorar nuestro estatus o para no aburrirnos. Si dejáramos todos de comprar cosas que no necesitamos y no nos aportan algo trascendente más allá de una alimentación y sustento básico, la economía se colapsaría de tal modo que jamás se recuperaría.
De esta proliferación de un consumismo exacerbado, competitivo y de rápida absorción y satisfacción (con su íntima y posterior insatisfacción y/o culpabilidad) surgen todos los males del capitalismo, como la contaminación, la corrupción, la avaricia, los problemas sanitarios (obesidad vs hambrunas, problemas psicológicos, patologías autoinmunes, problemas cardíacos y respiratorios, etc.) y la extrema violencia en la que vivimos.
La cultura del trabajo durante 8 horas es la herramienta perfecta para mantenernos atados y jugando al monopoly como fichas insignificantes y a las que mantienen en un estado de permanente insatisfacción que sólo, y momentáneamente, se arregla comprando algo nuevo.
Si además recordamos que la infinita mayoría de los productos manufacturados que consumimos se extraen y/o elaboran en condiciones que atentan contra la ética, la responsabilidad ambiental y las normativas laborales más elementales…

No sé si habéis oído hablar de la Ley de Parkinson. Viene a decir que el trabajo a desempeñar se alarga hasta ocupar todo el tiempo disponible para que se termine. E incluso, en ocasiones más allá.
Pongamos un ejemplo: Si tienes que hacer una maleta en diez minutos, tu mente y tu cuerpo funcionan a pleno rendimiento hasta completar la tarea; sin embargo, si nos damos toda la tarde para hacer la maleta, es muy probable que alargues la tarea, de manera evidentemente, innecesaria, ocupando toda la tarde.
Comúnmente hace referencia a la utilización del tiempo. Pero si lo pensáis detenidamente, también con el dinero funcionamos igual: Realizamos gastos y previsiones de gasto, en base a los ingresos y las previsiones de ingresos. Sobretodo es aplicable cuando hablamos de esos pequeños bienes y servicios que no trascienden nuestra vida, no son necesarios en la supervivencia. Contra más generamos (o creemos que vamos a generar) más gastamos. No es que repentinamente necesitemos comprar más, es simplemente que como podemos hacerlo, lo hacemos.
Esta es la paradoja del sistema. De cómo nos encierran; nos machacan; nos esclavizan sin que nos enteremos. De cómo nos han enganchado a Matrix, de “nuestra” idiotez. Durante años han trabajado y estudiado la forma de generar una sociedad perfecta para ellos, para los poderosos. Y esa es la que tenemos ahora y aquí, con millones de consumidores leales, pocos satisfechos pero esperanzados por vanas ilusiones de imágenes que ven por televisión. Perfectos para trabajar a tiempo completo por unas migajas que nos revierten por tonterías, sin apenas interés en desarrollarse de forma personal.
Un plan perfecto que encaja mejor de lo que imaginaban. Un sistema opresivo, lacerante e indigno sobre el que casi nadie se levanta, muy pocos discuten, menos aún luchan por cambiarlo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

El ataque de los clones



Te rodean. Te presionan y condicionan. Influyen en tu día a día, en cada noche. En tu vida cotidiana juegan un papel. Forman parte de un decorado subyacente de tus rutinas, que se repite cuando haces algo poco habitual ya sean vacaciones, escapadas o improvisaciones. Están siempre ahí, pero pocas veces los sientes. Es más, tal es su grado de adaptación, su característica normalidad en la formalidad, que cuando percibes su presencia y esencia, trasciendes y logras comprender un poco más el contexto. Este hoy en día en occidente. En sus democracias formales bajo el muro del fascismo capitalista.
Son los clones. No en un sentido estricto de la palbra, en una definición de diccionario. Hay individualidad; existen en principio como seres propios y sujetos únicos, con su dni, su nº de la seguridad social. Un número de teléfono móvil y un email. Constatan un desarrollo físico autónomo y propio. Tienen una fisionomía reconocible y única. Desnudas y desnudos, los puedes diferenciar.
Pero incluso así, despojados de materiales y convencionalismos guardan un reverso siniestro. Así individualizados, muchos de ellos, ven una mayoría entre sorprendente y abrumadora han adquirido patrones, hábitos y conductas y formalismos que los han homogeneizado, robado buena parte de su identidad y desarrollo personal y con ello mutado lo que debería ser una sociedad diversa, espontánea, rica y enriquecedora, en un pastiche compacto en forma de masa.
¿Todavía no sabes de que hablo? ¿Aún no habéis percibido a vuestro alrededor lo que digo? Pues están ahí. En la calle, en el autobús que coges cada mañana; en los centros comerciales o de ocio. En las aulas y en los centros de trabajo. Están con nosotros, y algunas veces hasta somos nosotros.
Hoy en día nuestra sociedad capitalista está viviendo un proceso a marchas forzadas de homogenización y de universalización de una srie de pautas y condicionantes que como fin buscan reducir al mínimo, el disenso y la confrontación de ideas, para en un último estadio hacer desaparecer la libertad.
La cultura de masas y las modas aceleran en un discurso que uniforma occidente tanto en el plano físico, como avanzando en el proceso moral, ideológico y mental.
Un simple paseo por una calle cualquiera de nuestras ciudades (este es un fenómeno que aunque crece en cualquier contexto es perentoriamente urbano) y no harás de ver repetidos, una y otra vez, los mismos patrones. Con cada vez, más parecidos en aspectos formales e identitarios, lo que no hace tantos años era una división por tribus urbanas, los estratos en edad de menores de 35 años, los hombres y mujeres, chicas y chicos, maduran y buscan una identidad personal que no deja de ser una imagen o espectro repetido por los distintos tipos de publicidad y los medios de comunicación dominados por un número minúsculo de grandes propietarios.
Las gorras, los pantalones anchos, las mechas californianas, las ondas imperfectas, los pendientes de brillantes, los vaqueros desgastados, los pintalabios... y así podíamos seguir desgranando multitud de productos estéticos y de vestimenta que cumplen pleitesía al culto a la imagen por encima de todo lo demás.
Todo forma parte de la iniciativa del sistema para imbuir a cada individuo en un dogma de ser aceptado en la masa social. Para es necesario abrazar un pensamiento único impuesto por la televisión y el resto de medios de persuasión que sirven al brazo de su amo, el capital. Con ello se elimina, poco a poco, la expresión personalizada, el espíritu libre, la madurez autónoma y el pensamiento propio. Nuestros jóvenes sufren una presión que generación a generación va en aumento por encajar, para huir del rechazo social. Las expresiones individuales y el desarrollo físico condicionan la adolescencia y cada vez más la infancia uniformando a los jóvenes, robando su esencia como personas y eliminando lo que debía ser un característico espíritu rebelde, o más bien mutándolo a una serie de inconformismos formales y en apariencia que son muy lucrativos para el sistema, pero que en nada cuestionan el sistema.
Así ante este rechazo y temor se adquieren productos y hábitos de consumo que incuso llegan a poner en peligro la salud, tanto física, como psicológica de las personas.
Incluso se va más allá y se llegan adoptar patrones de comportamiento que rayan y sobrepasan lo maleducado y lo delictivo por el simple hecho de "ser coool", "ser guay" o tener mayor relevancia y viralidad en la próxima visualización en las redes sociales.
Esto nos esta llevando a perder ya no solo identidad personal y riqueza y diversidad en nuestras sociedades. También trae consigo, como fin último, homogenizar las mentes e inquietudes de los sres humanos, dejándonos con un rol 24x7 de consumidores pasivos y adoctrinados, desinteresados de la política y el rumbo que toman nuestras vidas y del futuro del planeta. Todo ello parando y eliminando la conflictividad social, la lucha de clases y por la justicia social, así como las revoluciones en búsqueda de un mundo mejor.
Todo esto que no es más que un culto a la imagen no es más que una estrategia del ala más fascista del capitalismo, el neoliberalismo, en su búsqueda de maximizar sus beneficios, infinitamente con el coste mínimo de contestación social.




lunes, 19 de marzo de 2012

El miedo como método de venta


No veo mucho la televisión. Y muchísimo menos la publicidad. Pero esta tarde entre sueños y reposiciones de La que se avecina, me desbelé con el anuncio de Securitas Direct.

La televisión más allá de con espectáculos deportivos, el Salvados, Días de cine, el descubrimiento Top Gear o algún que otro espacio de humor, como medio de comunicación hace ya un tiempo que no me ofrece nada salvo espacios de información de la tv pública o La2Noticias. Teniendo en cuenta esto, llego a la conclusión que el 85% de la programación televisva en este país, me indigna, me insulta y me estomaga. A la publicidad nunca le he hecho demasiado caso, más allá de las kaatxondas de los anuncios de especial K, pero lo de hoy me ha parecido bochornoso.

El anuncio de Securitas Direct, presentando por un tipo al que respeto(-aba) por su profesionalidad periodística, como es Mario Picazo, me parece de una bajeza moral, de una vileza rastrera descomunal, puesto que no se limita a utilizar el miedo como arma de persuasión en el objetivo de la venta del sistema de seguridad que ofrece la compañía; sino que además en una suerte de empatía con el televidente le advierte, le amenaza y le exhorta a evitar poner a su familia en peligro con la adquisición de la "maravillosa" alarma de Securitas. Más allá de incluso violar la privacidad de una familia montando un "Gran Hermano" que funciona bajo el botón de una empresa, el recurso del miedo, del terrorrismo, como fusil de marketing es una práctica que a mi, personalmente, me parece vomitiva, por mucho que ya tengamos experiencia en tragar con ella y con los gobiernos como ejecutores (recordemos un momento alegatos con el terrorrismo etarra, o de cualqueir signo, la Gripe A, etc.).

Mario Picazo aparece sobre un fondo que es un salón desordenado de un hogar de periferia amueblado en IKEA, mientras va narrando como entraron los ladrones cuando los dueños no estaban en la casa y que perdieron todo lo de valor que tenían en ella. A continuación, aparece una foto en un marco (creo haber visto marco y foto unidos en la exposición de marcos del leclerq) que según la narración de Picazo no tuvo tanta suerte y se encontraba en la vivienda cuando esta fue asaltada por los ladrones, insinunando de esta manera, el fatal desenlace de una manera cruenta y barbara. Todo ello por no tener contratada una alarma de Securitas Direct.

No es nuevo, ni mucho menos, el uso del miedo como una de las armas más poderosas de sugestión, atacando los impulsos más primarios de la condición humana de una manera fiable y con amplios resultados en la historia. No hace falta más recordad como por parte de diversos colectivos de ultraderecha se usa el miedo contra el diferente para buscar apoyos y coaliciones en favor de la xenofobia y el racismo. El miedo es usado como un elemento de persuasión que nos obligue a consumir y a obedecer. A través de él, es fácil reconocer como desde que el consumismo y el capitalismo dirigen nuestras vidas se nos crean una serie de necesidades, irreales, que alimentan una sensación de pánico que obliga cada vez más a los ciudadanos a recluirse en sus casas. Sólo se puede salir para consumir. Las necesidades creadas por poseer grandes casas nos crean miedos, miedo por mantener a salvo esas propiedades e inseguridades por permanecer en ella, consumiendo cada vez más y más productos que nos mantengan a salvo dentro de las propiedades y alejándonos de la vida social, sumergiéndonos en un bucle agorafóbico que nos separe del resto de semejantes mediante el binomio miedo y seguridad.

Este anuncio funciona a la perfección con los pretextos que el neoliberalismo y las élites oligárquicas utlizan desde los años 80 para controlar la voluntad y la vida de los ciudadanos, como tan bien mostró Naomi Klein en la Doctrina del Shock. El miedo y su uso en medios de comunicación y publicidad, es un fantástico elemento de persuasión a la movilidad social, la investigación y la acción popular. Me parece lamentable que las autoridades audiovisuales, AutoControl o algún responsable si es que los hay que no solo estén para cobrar del erario público, hayan dado visto valido a un spot que se salta toda la deontológica publicitaria y literalmente miciona sobre los libros de buena praxis de marketing y publicidad. Nuestro funcionamiento como ciudadanos, que no sólo somos memos consumidores, es denunciarlo y utlizar la capacidad crítica, la inteligencia y la denuncia para desterrar el apeló más rastrero y nauseabundo a los sentimientos e instintos más básicos para aumentar la cuenta de resultados de esta o aquella empresa.

Esta tarde se me han revuelto las tripas al ver el dichoso anuncio del video. Yo nunca tendré una alarma de esta empresa, y no sé si de alguna otra. Pero lo que tengo claro es que jamás podrán borrar la voluntad popular, que es nuestra voz, con un uso tan abusivo, escatológico y brutal del miedo, porque los que tienen que tener miedo son ellos, porque nosotros somos más y mejores.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Religiones, esas armas de destrucción masiva

Hoy en día si usted quiere organizar una auténtica matanza, ya no es necesario que pierda el tiempo intentando enriquecer uranio o construyendo caros y complicados misiles; hoy en día, para organizar una buena escabechina, basta con atacar a una de las religiones mayoritarias. Además del ahorro en costes, tiene la ventaja de que uno lo puede hacer desde su propia casa.

Esto es lo que ha intentado demostrar el tipo que ustedes ven en la foto. Se llama Terry Jones, es pastor -no de ovejas, sino de borregos- y tiene 58 años; vamos, que ya no es ningún chiquillo. Se dedica, cada domingo, a decir a sus feligreses (apenas 50 familias) lo malo que es el Islam, porque según él promueve la violencia y el odio; lo más curioso del tema es que lo dice un tipo que se pasea por su iglesia con un revólver en la cintura.

Por eso, para demostrar que se pueden organizar verdaderas masacres sin disponer de grandes presupuestos, a este hombre de bien no se le ha ocurrido otra cosa que celebrar el aniversario del 11-s quemando coranes. Dice que “Jesús se lo pediría, pues aunque era una persona amorosa, también hizo cosas revolucionarias”.

El tipo ha sido capaz de conseguir un arma de destrucción masiva, y lo que es mejor, la tiene aparcada en su propio jardín. Ustedes pueden ver el remolque lleno de leña en el que indica claramente a qué hora comenzará la quema: de seis a nueve de la noche. Ya ven, Bush lleva años intentando encontrarlas en Irak y resulta que las tiene aquí, en su propia casa.

Finalmente, como era de esperar, no se ha quemado ningún libro, pero Jones ha obtenido lo que quería: publicidad. Y es que este tipo es más listo de lo que uno se piensa, de ser un pastor para un puñado de seguidores ha pasado a estar en las portadas de las noticias de todo el mundo, y ahora vendrán las entrevistas, las promociones, los libros…

Por eso, si usted se ha quedado en paro y quiere ganarse unos euros, sólo necesita buscar un libro (el Señor de los Anillos podría servir) e inventarse una religión basada en los personajes. Después busque a unos cuantos seguidores -si consigue muchos igual le permiten tener hasta una casilla en la declaración de la renta-, y prométales que Frodo en realidad existió y que les vigila desde arriba.

Ah, y un detalle muy importante, en esa nueva religión que acaba de fundar excluya a las mujeres de cualquier responsabilidad importante, de lo contrario, ¿qué clase de religión sería? Ya verá como en apenas unos meses tendrá unos cuantos incondicionales capaces de hacer cualquier cosa por su dios: donar dinero, comprar libros o estampitas, encender velas con un euro, llenar el cestillo… y sobre todo atacar al resto de religiones.

P.D.: Cuando uno piensa en la cantidad de religiones que existen, se imagina un cielo superpoblado de dioses. Evidentemente, como esta imagen no contenta a nadie, la solución es despreciar a las religiones restantes y defender a muerte -nunca mejor dicho- la propia, argumentando que es la única y verdadera. Pero lo más extraño de todo, es que tengan que ser los seguidores los que defiendan a su dios y no al contrario.

En definitva, ya esta bien. Cualquier religion no son mas que dictaduras del alma. Intermediarios humanos entre uno mismo y su dios, ya sea el de la religión musulmana, cristiana, judía, o los diarios deportivos porque todos tienen igual fin. Todos tratan de rentabilizar la fé y extraer el sórdido y habitual beneficio económico. El integrismo y las llamas del odio al diferente ya sea en su condición, sexo, raza o religión no son más que retazos de la época más oscura de la historia del hombre, que ya suponíamos sobrepasada, pero que ahora parace pervivir. La amenaza continúa, mantiene en vilo a la sociedad, simplemente porque a unos desgraciados se les ocurre tratar como bueyes a las mujeres en algún lugar del desierto, o porque a unos tipos, muy dignos ellos en sus casas de madera, se les ocurre seguir temiendo al distinto.

Señores se acabo. Ya esta bien de tanto odio, de tantos gritos sin escuchar al del frente, a ese que cree en algo muy similar a lo tuyo, que por el bien del negocio atizo ciertas diferencias en favor del buen vivir ya sean de papas, califas o rabinos. Siempre y en todo tiempo y lugar los derechos civiles estarán por encima de los derechos de las religiones. La libertad individual, como por ejemplo la libertad de expresión estará siempre por delante de la libertad de religión, porque el hombre es el que ha traído el progreso. No ningún Dios.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...