Te rodean. Te presionan y
condicionan. Influyen en tu día a día, en cada noche. En tu vida
cotidiana juegan un papel. Forman parte de un decorado subyacente de
tus rutinas, que se repite cuando haces algo poco habitual ya sean
vacaciones, escapadas o improvisaciones. Están siempre ahí, pero
pocas veces los sientes. Es más, tal es su grado de adaptación, su
característica normalidad en la formalidad, que cuando percibes su
presencia y esencia, trasciendes y logras comprender un poco más el
contexto. Este hoy en día en occidente. En sus democracias formales
bajo el muro del fascismo capitalista.
Son los clones. No en un
sentido estricto de la palbra, en una definición de diccionario. Hay
individualidad; existen en principio como seres propios y sujetos
únicos, con su dni, su nº de la seguridad social. Un número de
teléfono móvil y un email. Constatan un desarrollo físico autónomo
y propio. Tienen una fisionomía reconocible y única. Desnudas y
desnudos, los puedes diferenciar.
Pero incluso así,
despojados de materiales y convencionalismos guardan un reverso
siniestro. Así individualizados, muchos de ellos, ven una mayoría
entre sorprendente y abrumadora han adquirido patrones, hábitos y
conductas y formalismos que los han homogeneizado, robado buena parte
de su identidad y desarrollo personal y con ello mutado lo que
debería ser una sociedad diversa, espontánea, rica y enriquecedora,
en un pastiche compacto en forma de masa.
¿Todavía no sabes de
que hablo? ¿Aún no habéis percibido a vuestro alrededor lo que
digo? Pues están ahí. En la calle, en el autobús que coges cada
mañana; en los centros comerciales o de ocio. En las aulas y en los
centros de trabajo. Están con nosotros, y algunas veces hasta somos
nosotros.
Hoy en día nuestra
sociedad capitalista está viviendo un proceso a marchas forzadas de
homogenización y de universalización de una srie de pautas y
condicionantes que como fin buscan reducir al mínimo, el disenso y
la confrontación de ideas, para en un último estadio hacer
desaparecer la libertad.
La cultura de masas y las
modas aceleran en un discurso que uniforma occidente tanto en el
plano físico, como avanzando en el proceso moral, ideológico y
mental.
Un simple paseo por una
calle cualquiera de nuestras ciudades (este es un fenómeno que
aunque crece en cualquier contexto es perentoriamente urbano) y no
harás de ver repetidos, una y otra vez, los mismos patrones. Con
cada vez, más parecidos en aspectos formales e identitarios, lo que
no hace tantos años era una división por tribus urbanas, los
estratos en edad de menores de 35 años, los hombres y mujeres,
chicas y chicos, maduran y buscan una identidad personal que no deja
de ser una imagen o espectro repetido por los distintos tipos de
publicidad y los medios de comunicación dominados por un número
minúsculo de grandes propietarios.
Las gorras, los
pantalones anchos, las mechas californianas, las ondas imperfectas,
los pendientes de brillantes, los vaqueros desgastados, los
pintalabios... y así podíamos seguir desgranando multitud de
productos estéticos y de vestimenta que cumplen pleitesía al culto
a la imagen por encima de todo lo demás.
Todo forma parte de la
iniciativa del sistema para imbuir a cada individuo en un dogma de
ser aceptado en la masa social. Para es necesario abrazar un
pensamiento único impuesto por la televisión y el resto de medios
de persuasión que sirven al brazo de su amo, el capital. Con ello se
elimina, poco a poco, la expresión personalizada, el espíritu
libre, la madurez autónoma y el pensamiento propio. Nuestros jóvenes
sufren una presión que generación a generación va en aumento por
encajar, para huir del rechazo social. Las expresiones individuales y
el desarrollo físico condicionan la adolescencia y cada vez más la
infancia uniformando a los jóvenes, robando su esencia como personas
y eliminando lo que debía ser un característico espíritu rebelde,
o más bien mutándolo a una serie de inconformismos formales y en
apariencia que son muy lucrativos para el sistema, pero que en nada
cuestionan el sistema.
Así ante este rechazo y
temor se adquieren productos y hábitos de consumo que incuso llegan
a poner en peligro la salud, tanto física, como psicológica de las
personas.
Incluso se va más allá
y se llegan adoptar patrones de comportamiento que rayan y sobrepasan
lo maleducado y lo delictivo por el simple hecho de "ser coool",
"ser guay" o tener mayor relevancia y viralidad en la
próxima visualización en las redes sociales.
Esto nos esta llevando a
perder ya no solo identidad personal y riqueza y diversidad en
nuestras sociedades. También trae consigo, como fin último,
homogenizar las mentes e inquietudes de los sres humanos, dejándonos
con un rol 24x7 de consumidores pasivos y adoctrinados,
desinteresados de la política y el rumbo que toman nuestras vidas y
del futuro del planeta. Todo ello parando y eliminando la
conflictividad social, la lucha de clases y por la justicia social,
así como las revoluciones en búsqueda de un mundo mejor.
Todo esto que no es más
que un culto a la imagen no es más que una estrategia del ala más
fascista del capitalismo, el neoliberalismo, en su búsqueda de
maximizar sus beneficios, infinitamente con el coste mínimo de
contestación social.