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lunes, 29 de mayo de 2017

Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral

Fotograma de la excepcional e imprescindible Tiempos Modernos, de Charles Chaplin (1936)

Voy a continuar reflexionando sobre cómo funciona este sistema económico y social y sobre la necesidad perentoria de reducir la jornada laboral. Lo voy a hacer aplicando mi experiencia particular, añadiendo la valoración personal, y la lectura concreta al momento vital en el que me encuentro.
Desde hace un mes estoy de vuelta en el mundo del trabajo. Acepte un puesto de desarrollador web en Salamanca, nuevamente, en una especie de burla de la vida que parece atarme a una realidad rutinaria, ya exprimida, sin dejarme crecer, probar nuevas cosas y entornos y cumplir anhelos.
Una de las cosas más interesantes que me está sucediendo es como desde que he vuelto a la rutina y la seguridad (relativa) de tener ingresos a final de mes, me he vuelto menos cuidadoso con el dinero. Esta es una sensación que tuve la semana pasada al caminar hacia el trabajo con mi café diario de take away en la mano; lo recordé horas después al animarme a comprar unas galletas sin aceite de palma para el aperitivo; después sentí lo mismo cuando me animé a echar un boleto de los Euro millones. Y todo ello lo confirmé empíricamente cuando comprobé mi Excel con el presupuesto doméstico.
Desde luego no se trata de compras excesivamente caras, caprichos extravagantes o derroches irracionales. No. Son compras y adquisiciones sin las que he podido vivir todos estos meses de atrás en los que mis ingresos no estaban tan garantizados, y que además se demostraron como innecesarias.
Pensando en todo esto he llegado a la conclusión de que es curioso como dependiendo de nuestro nivel de ingresos (y la expectativa de tenerlos) “nos llevamos” a un nivel de gastos que aparecen aparejados o intrínsicamente ligados, ya sea por motivaciones y presiones sociales, diferenciadoras o de pertenencia. Llama la atención como el hecho de tener un billete de 20 euros en el bolsillo nos invoca a una satisfacción temporal el gastarlos, aunque los bienes o servicios adquiridos con ellos no supongan ningún cambio trascendental en nuestras vidas.
Así con este hecho probado y replicado en millones de seres humanos llegamos a la cultura de las cosas innecesarias.
Es evidente que en Occidente se ha impuesto gracias al marketing, la publicidad y los medios de comunicación de masas un estilo de vida basado en gastar dinero en cosas innecesarias. Así el capitalismo por un lado se ha garantizado la recaudación de ingentes cantidades de dinero, que vuelve más pronto que tarde a sus manos tras haber salido en forma de salarios y dividendos. Y por el otro el sistema obtiene la sumisión inconsciente de una población atrapada en un bucle continuo de trabajar para consumir; de aceptar unas condiciones cada vez más penosas e indignas con tal de mantener un rol de éxito promovido por campañas publicitarias y una realidad social basada en la imagen, el culto al individualismo y la competitividad.
La idea es que en todo momento compres cualquier cosa. El Capitalismo, tal y como lo conocemos hoy no se sostiene sino es bajo una premisa concreta: Las grandes compañías no ganaron sus millones de dólares promoviendo bajo la honestidad, la responsabilidad (social, laboral, ambiental) o la ética, la virtud de los productos que ofrecen, sino que lo hicieron creando una cultura que influyó a millones de personas para que estas comprarán mucho más de lo que necesitan como un medio de satisfacción a través del dinero.
Al final, sobre todo en el entorno urbano (otro invento del sistema para dominarnos y controlarnos), compramos cosas o servicios para subirnos el ánimo, como descarga de adrenalina; o para tener lo mismo o mejor que el vecino; para completar visiones idílicas que la publicidad ha enraizado en nuestra mente durante toda nuestra vida; para publicar nuestro modo de vida en Internet y recibir la atención hipócrita de otros tantos infelices; o por otro montón de razones psicológicas y de status social que poco o nada tienen que ver con la razón misma de comprar: el uso del producto o servicio adquiridos.
Para completar el círculo las grandes compañías y sus gobiernos cómplices han planteado este estilo de vida como si fuera lo más normal, lo que se ha hecho toda la vida o el sumun de la evolución humana. Y como parte del chantaje, siempre pensando en las sociedades occidentales, se impone un ritmo de vida basado en la emergencia y el estrés, en el que la mayor parte del día productivo del ciudadano y ciudadana se pase en el puesto de trabajo (o en trayecto de ida y vuelta), lo que nos obliga a construir nuestras vidas en las tardes, las noches y los fines de semana.
Así aparece una paradoja que en los últimos años es recurrente en mi modo de pensar: Cuando tengo dinero, tengo muy poco tiempo para disfrutarlo o exprimirlo hacia caminos de realización personal; y cuando tengo tiempo, tengo poco o ningún dinero lo que imposibilita el acceso a gran parte de esos caminos.
La respuesta sería fácil: Trabajar menos para tener más tiempo libre, siempre sin perder la capacidad adquisitiva generada con nuestro empleo. Sin embargo, desde hace casi un siglo, en todos los países, en todos los momentos históricos y bajo todos los tipos de paradigmas productivos (incorporación de la mujer, robotización y automatización, virtualización de la economía y de las relaciones,…) las empresas y los gobiernos, el establishment, se han negado con vehemencia.
La jornada laboral de 8 horas se introdujo en Inglaterra a finales del XIX para proteger a los trabajadores (muchas veces niños) que estaban siendo explotados mediante jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias.
A medida que la tecnología avanzaba, los trabajadores de todas las industrias fueron capaces de producir mucho más valor, en menos tiempo, aumentando exponencialmente las plusvalías que acababan en los bolsillos del empresario, sin apenas repercutir -y cuando lo hacían mínimamente es a base de sonoras y trágicas movilizaciones laborales- en los de los trabajadores. Al cambio, el debate sobre la reducción de jornadas laborales era ninguneado, cuando no erradicado, fijando las 40 horas semanales (8 diarias) como norma inamovible pese a que multitud de estudios demuestran que la productividad es notoriamente más alta en jornadas intensivas más cortas (el empleado tipo de oficinas logra trabajar “sólo” 3 horas de las 8 que pasa en su asiento).
Hay muchas razones para mantener esta legislación (inyección de un cansancio patológico en los y las trabajadores, dificultad a máximo el asociacionismo y el sindicalismo, frenar la contestación social, facilitar el control de masas y flujos, etc.) pero una de las más evidentes y perversas es que así logran que los trabajadores al tener poco tiempo libre pagarán más por los bienes y servicios, sin tener en cuenta su verdadera función o utilidad, sino que simplemente por una satisfacción o alivio obtenido por el mero hecho de comprar.
Si la gente llega cansada a su casa, y tiene que atender todas las obligaciones familiares y de comodidad del entorno hogar, al final consigues mantenerlos viendo la televisión y con ella todos los anuncios que alimentan esta siniestra rueda, haciéndoles perder cualquier tipo de ambición fuera de su trabajo.
Nos han llevado a una cultura para hacernos sentir cansados y hambrientos de satisfacción con lo que nos predisponen a gastar grandes sumas de dinero (de tiempo que pasamos “trabajando”) para obtener entretenimiento y satisfacción sin que nunca se sacie por lo que constantemente queremos cosas que no tenemos.
Gastamos para subir nuestro ánimo, para recompensarnos, para celebrar, para arreglar problemas, para mejorar nuestro estatus o para no aburrirnos. Si dejáramos todos de comprar cosas que no necesitamos y no nos aportan algo trascendente más allá de una alimentación y sustento básico, la economía se colapsaría de tal modo que jamás se recuperaría.
De esta proliferación de un consumismo exacerbado, competitivo y de rápida absorción y satisfacción (con su íntima y posterior insatisfacción y/o culpabilidad) surgen todos los males del capitalismo, como la contaminación, la corrupción, la avaricia, los problemas sanitarios (obesidad vs hambrunas, problemas psicológicos, patologías autoinmunes, problemas cardíacos y respiratorios, etc.) y la extrema violencia en la que vivimos.
La cultura del trabajo durante 8 horas es la herramienta perfecta para mantenernos atados y jugando al monopoly como fichas insignificantes y a las que mantienen en un estado de permanente insatisfacción que sólo, y momentáneamente, se arregla comprando algo nuevo.
Si además recordamos que la infinita mayoría de los productos manufacturados que consumimos se extraen y/o elaboran en condiciones que atentan contra la ética, la responsabilidad ambiental y las normativas laborales más elementales…

No sé si habéis oído hablar de la Ley de Parkinson. Viene a decir que el trabajo a desempeñar se alarga hasta ocupar todo el tiempo disponible para que se termine. E incluso, en ocasiones más allá.
Pongamos un ejemplo: Si tienes que hacer una maleta en diez minutos, tu mente y tu cuerpo funcionan a pleno rendimiento hasta completar la tarea; sin embargo, si nos damos toda la tarde para hacer la maleta, es muy probable que alargues la tarea, de manera evidentemente, innecesaria, ocupando toda la tarde.
Comúnmente hace referencia a la utilización del tiempo. Pero si lo pensáis detenidamente, también con el dinero funcionamos igual: Realizamos gastos y previsiones de gasto, en base a los ingresos y las previsiones de ingresos. Sobretodo es aplicable cuando hablamos de esos pequeños bienes y servicios que no trascienden nuestra vida, no son necesarios en la supervivencia. Contra más generamos (o creemos que vamos a generar) más gastamos. No es que repentinamente necesitemos comprar más, es simplemente que como podemos hacerlo, lo hacemos.
Esta es la paradoja del sistema. De cómo nos encierran; nos machacan; nos esclavizan sin que nos enteremos. De cómo nos han enganchado a Matrix, de “nuestra” idiotez. Durante años han trabajado y estudiado la forma de generar una sociedad perfecta para ellos, para los poderosos. Y esa es la que tenemos ahora y aquí, con millones de consumidores leales, pocos satisfechos pero esperanzados por vanas ilusiones de imágenes que ven por televisión. Perfectos para trabajar a tiempo completo por unas migajas que nos revierten por tonterías, sin apenas interés en desarrollarse de forma personal.
Un plan perfecto que encaja mejor de lo que imaginaban. Un sistema opresivo, lacerante e indigno sobre el que casi nadie se levanta, muy pocos discuten, menos aún luchan por cambiarlo.

viernes, 13 de abril de 2012

No es nostalgia; Es Justicia



La España laica, republicana y federal; la de las fraternidad entre personas y ciudadanos; de talante obrero; igualitaria, justa y libertaria; la de los ateneos culturales populares nacidos una mediodía de un 14 de abril murió en 1939 a manos del fascismo, tras tres años de guerra incivil, pero esos valores republicanos, por su carácter universal, perviven en el día de hoy y renacen, y ya no solo como mero recuerdo bonito y prescindible cada 14 de abril, con poderoso brío. Por eso, la conmemoración de la II República no es un acto nostálgico de recuerdo del pasado, sino que nos invita a una reflexión renovadora sobre los problemas que todavía permanecen sin resolver en la España de nuestros días.

La II República trajo muchas innovaciones de gran calado que pretendían superar, en sentido modernizador, los principales factores de atraso social y político que había venido padeciendo este país desde los inicios del siglo XIX: en lo político, el establecimiento de una auténtica democracia representativa; en lo social, la reforma agraria y una legislación laboral acorde con los tiempos; en lo religioso, la instauración de un Estado laico, mediante la separación del Estado y de la Iglesia, y en lo militar, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil. Hoy en día, sólo parece que mantengamos, siempre entrecomillado, la subordinación militar, porque del resto, estamos ya hastiados de comtemplar continuamente las maniobras y acciones de acoso y derribo al estado del bienestar, o a cualquier acción que desancle este país de un pasado atrasado, rancio, clasista, violento y polvoriento.

La II República fue el primer régimen realmente democrático en nuestra Historia, con medidas tan decisivas como la implantación del sufragio verdaderamente universal con reconocimiento del derecho al voto de las mujeres. La Constitución de 1931 fue también la primera que abordó el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, y las bases de lo que hoy conocemos como Estado de bienestar. Asimismo, trató de resolver propositivamente la articulación territorial de España mediante el sistema de estatutos de autonomía elaborados por iniciativa de los territorios que aspiraban a su autogobierno y se adelantó en proclamar la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional. La Carta Magna instauró un Estado moderno, laico y democrático. Introdujo el principio de laicidad del Estado y medidas como el divorcio, el matrimonio civil y la enseñanza laica.

El gobierno republicano era heredero del pensamiento progresista del siglo XIX, que vinculaba el laicismo al progreso de la nación. Para modernizar la sociedad española se hacía necesario, a su entender, una regulación que garantizara el control de la enseñanza pública, separándola de toda influencia de las órdenes religiosas. Dicho proyecto encontró una decidida oposición desde una Iglesia aferrada al principio de confesionalidad del Estado. La Constitución republicana afirmaba, en su artículo 3º, que “el Estado español no tiene religión oficial”.

Ninguna de las medidas del gobierno republicano causó tanta polémica como la decisión de instaurar una escuela laica y, más concretamente, la no obligatoriedad de la asignatura de religión primero y la supresión después de dicha asignatura en las escuelas públicas. El ideario republicano, que recogía las principales corrientes de innovación pedagógica, se resumía en una escuela laica, unificada y coeducativa de alumnos y alumnas. No en vano, se conoce a la II República como “la república de los maestros”. “Laica, obligatoria y gratuita”. Así defendía la enseñanza la Constitución de 1931, que atribuía al Estado el servicio público de la cultura.

La construcción de una propuesta política republicana debe ir más allá del cambio en la jefatura del Estado. Ha de ser una propuesta que desarrolle un marco común de valores, de derechos y de libertades con los que los republicanos nos sintamos identificados, en la construcción de una sociedad más libre, justa y social; pero a la vez adulta, que sea capaz de sentirse a la vez obligada y querer ser participe de la vida pública y política, y ser un agente activo en las decisiones por las que todos nos tenemos que regir, siempre con respeto e igualdad.

En la España del Gobierno del Partido Popular mas que nunca existen razones para reivindicar los valores republicanos y la necesaria defensa de la democracia, en un momento de ataque exacerbado a los derechos laborales, de recortes en el estado del bienestar y de represión política.

Hoy ser republicano es ser un demócrata consecuente, exigiendo que los ciudadanos y ciudadanas no sean meros consumidores en manos de los mercados, sino sujetos cívicos que accionan sobre todos los momentos y decisiones que tienen que ver con sus vidas, incluso sobre momentos y acciones de nuestra memoria histórica colectiva para recordar que el franquismo permitió morir al dictador en la cama pero que seguiremos, aunque les pese a los jueces del Tribunal Supremo, exigiendo memoria, justicia y reparación ante los crímenes de la dictadura franquista.

Hoy ser republicano o republicana en España es, por suerte, una señal de futuro, de propuesta ilusionada en una sociedad mas justa y en una política distinta que abra nuevas vías a la visión arcaica, costumbrista, conservadora, egoísta y neoliberal, que exprime todos los recursos, empezando por los naturales y axfisiando también a los humanos.

El PP contra la memoria

Hace unos meses nos enterábamos de que el legado de Miguel Hernández, conocido como el poeta del pueblo, sería retirado de la Biblioteca Central de Elche. La decisión fue tomada por el gobierno municipal del Partido Popular, que desde el pasado 22 de mayo gestiona el ayuntamiento ilicitano. Los 5.000 poemas, libros, objetos personales y cartas enviadas por el poeta a su esposa, Josefina Manresa, reposan desde entonces en la caja fuerte de una entidad bancaria, inaccesibles al conocimiento y cultura del pueblo. El concejal de cultura del municipio alegó razones económicas.

Por esas mismas fechas supimos que el nuevo ayuntamiento de La Zubia (Granada) optó por retirar los nombres a tres calles que llevaban inscritos los de Miguel Hernández, Che Guevara y Buenaventura Durruti según acordó en su día el primer ayuntamiento democrático (1979), en sustitución de los nombres de los militares franquistas Queipo de Llano, comandante Castejón y general Varela. Obviamente, también en La Zubia gobierna ahora el Partido Popular.

Unos meses antes, en  la ciudad de Granada, la placa que había sido descubierta en las tapias del cementerio en memoria de los casi cuatro mi republicanos fusilados durante la Guerra de España y los primeros años de la dictadura franquista, fue retirada por el gobierno municipal conservador, sin que ocurriera lo mismo con el monolito fascista en homenaje a José Antonio Primo de Rivera.
Siguiendo esa misma estela revisionista, el pasado mes de noviembre el ayuntamiento de Villamayor de Calatrava, en Ciudad Real, optó por anular el nombre de las calles que llevaban los de Pablo Iglesias, Tierno Galván y Pablo Neruda, y aprovechar la ocasión para dar a una plazuela de la localidad la denominación con que se conoce a la selección española de fútbol: La Roja.

Desde el pasado 26 de marzo, el teatro de Huércal-Overa (Almería) ha dejado de llevar el nombre del poeta gaditano Rafael Alberti por acuerdo del gobierno municipal del Partido Popular, dado que, según su concejal de cultura, el poeta no vende bien la ciudad al no tener ninguna vinculación histórica con el municipio. También considera el mismo gestor cultural que la manera en que se eligió el nombre de Alberti no fue la más democrática ni la más correcta, pues tal decisión se tomó a través de una encuesta por las redes sociales en la que podían votar todos los vecinos cuando gobernaba el PSOE.

El poeta Rafael Alberti escribió en el exilio, en 1956, Noche de guerra en el Museo del Prado. La obra se desarrolla en el mes de noviembre de 1936, cuando el gobierno republicano opta por trasladar las obras pictóricas del museo a Valencia en evitación de que puedan ser destruidas por los bombardeos de la aviación nazi durante el asedio franquista. En un momento dado, los personajes del cuadro de Goya Tres de mayo cobran vida y se aprestan a levantar una barricada en defensa de la pinacoteca y, con ella,  de la cultura y democracia republicanas.

De nada vale ocultar o erradicar los legados y los nombres que representan esa cultura y esa memoria, pues siempre podrán recobrar vida, como en la obra de Alberti. Pretender anularlos por ignorancia es malo, pero por resentimiento es mucho peor.

viernes, 15 de abril de 2011

Bienvenidos a Hispanistán


Bienvenidos al país con el mejor sistema educativo de toda África. El país de las hipotecas crecientes y los sueldos menguantes, una democracia joven que lo mismo te patenta la fregona que te planta un adosado sobre una fosa común por aquello de cerrar viejas heridas.

Bienvenidos al país con los directivos mejor pagados de Europa y la tasa de paro más alta del mundo libre. El país donde el 65% del dinero circula en billetes de 500, la nación de naciones con más idiomas, bailes regionales y cocaína por habitante del planeta. La capital mundial del currículum vitae, el neón en los bajos y el inglés nivel medio, orgullosos inventores de la hipoteca a cincuenta años y el minipiso cuco pero asfixiante.

Bienvenidos a este fantástico país donde los ingenieros son parias y las chonis líderes de opinión, ¿me entiendes? Donde la innovación es un anglicismo y la prensa un conglomerado de propagandas con sudoku adjunto. El país donde los políticos inauguran descampados no vaya ser que alguien, algún día, monte ahí un hospital.

Digan hola a nuestros jueces progresistas y a nuestros jueces conservadores. Somos tan demócratas que lo tenemos todo bipolar. Aquí los poderes del Estado están separados por paneles corredizos de Pladur para agilizar el tránsito de maletines.

¡Contemplen el milagro económico erigido con poderosas vigas de arena de playa! Si no te gusta cómo están las cosas, manda un SMS con el texto LA GRAN FIESTA DE LA DEMOCRACIA y entrarás en el sorteo de un contrato como mano de obra barata más allá de Pirineos.

Tomen asiento y disfruten del país donde la corrupción es avalada democráticamente, el balcón desde el que Europa salta a la piscina con resultado de traumatismo craneoencefálico y repatriación de cadáver.

Griten conmigo: ¡bajo los adoquines están las máquinas perforadoras compradas al primo del alcalde!

Para quien no lo sepa, Hispanistán es la manera coloquial de denominar a la monarquía bananera en que se ha convertido España. Para quien no lo sepa, es el mismo país que arrasa en deportes y cuyos ciudadanos se cuelgan todas las medallas del MARCA, mientras su regatista Jefe de Estado, en sólo treinta años, lograba surcar los mares de la pobreza para llegar a puerto convertido en una de las mayores fortunas del mundo. Para quien no lo sepa, es el mismo país cuyos líderes aseguran habernos convertido en una democracia del siglo XXI, mientras la casta política y la sindical hacen la ley para que no les condenen por sus corruptas trampas. Y para quien no lo sepa, también es el mismo país cuyos cinco millones de parados se van a quedar en pocos meses sin ayudas económicas, mientras los banqueros están siendo salvados con una monstruosa socialización de pérdidas de miles y miles de millones de euros. Si alguien todavía se está preguntando por qué digo que vivimos en Hispanistán, que vuelva a la guardería televisiva, donde pretenden instalarnos perpetuamente. Decenas de cadenas de TDT en nuestros ventanos, y sin embargo ninguna habla de estos asuntos. Perplejo me hallo.

Bienvenidos a Hispanistán.

lunes, 24 de enero de 2011

Los prosistema


Utilizando esta crisis que ellos mismos han provocado, quieren privatizar los servicios públicos para mercantilizar la sanidad, la educación y todo lo que se ponga por delante. No tienen ningún inconveniente en denigrar a los empleados públicos.

A raíz de la agresión al consejero de Cultura, agresión absolutamente condenable sin paliativos como cualquier acto de este tipo, y de la detención de una persona que ha sido catalogada de ´antisistema´, a la que se ha agredido en otro orden en su dignidad como persona —agresión que también hay que condenar sin ningún ´pero´ y con firmeza democrática y moral— quisiera reflexionar sobre los ´pro sistema´. Es llamativo que siempre se hable de los antisistema y se haga de una manera peyorativa y casi siempre vinculándolos a la violencia. Este simplismo, además de falso es interesado, porque se pretende desprestigiar a muchísimos colectivos y personas que nos declaramos en contra del capitalismo; por tanto, somos antisistema y queremos un mundo distinto, bastante distinto al que tenemos.

Los prosistema están destruyendo nuestro planeta, que si no se cambia de rumbo, tiene los días contados. Nuestro planeta no aguanta esta actividad productiva y consumista que sólo sirve para enriquecer a una minoría.

Los prosistema están destruyendo la vida de muchas personas en aras al máximo beneficio. En nuestro planeta mueren de hambre al día 70.000 personas, de las cuales unos 35.000 son niños; hay 1.100 millones de hambrientos en le mundo; son mil millones los desempleados en el mundo; hay 3.000 millones de personas que carecen de acceso a servicios sanitarios mínimos; trece millones de personas mueren al año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y el cambio climático…

Los prosistema defienden una economía financiera especulativa, que ha supuesto empobrecimiento, despidos y una deuda privada de los bancos y cajas que los Gobiernos no sólo han permitido, sino que han sido cómplices, y la han pagado de las arcas del Estado, generando una deuda pública que tiene que ser pagada destruyendo el modelo basado en la sociedad de bienestar.

Los prosistema, utilizando esta crisis que ellos mismos han provocado, quieren privatizar los servicios públicos para mercantilizar la sanidad, la educación y todo lo que se ponga por delante. No tienen ningún inconveniente en denigrar la figura de los empleados públicos.

Los prosistema defienden el despido libre y el trabajo en condiciones inhumanas. Echan a las familias a la calle en procesos judiciales de desahucios y, si se lo impiden, amenazan con retirarles sus hijos y mandar a los antidisturbios.

Los prosistemas fomentan y justifican la corrupción, el todo vale y sus grandes sueldos y privilegios. Después, cuando abandonan sus cargos, tienen algunos cuantiosas extras que les paga alguna empresa privada como asesores, mientras ellos claman a los cuatro vientos que hay que trabajar más y ganar menos para ser competitivos.

Los prosistema son muy educados. Visten bien, hablan tranquilos y con serenidad, pronuncian las ´eses´, tienen siempre la conciencia tranquila, no les tiembla el pulso para tomar medidas que destruyen a las personas, las familias y la naturaleza. Y, siempre, terminan con un mensaje de esperanza y prosperidad.

En definitiva, los prosistema generan una violencia inusitada. Su capacidad de destrucción no tiene límite. Y como se suele decir: que Dios nos pille confesados, porque los prosistema están amparados por todos los poderes, pero, a pesar de ello, los antisistema seguiremos luchando por ese otro mundo posible que pone a las personas por encima de la economía.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...