La España laica, republicana y federal; la de las fraternidad entre personas y ciudadanos; de talante obrero; igualitaria, justa y libertaria; la de los ateneos culturales populares nacidos una mediodía de un 14 de abril murió en 1939 a manos del fascismo, tras tres años de guerra incivil, pero esos valores republicanos, por su carácter universal, perviven en el día de hoy y renacen, y ya no solo como mero recuerdo bonito y prescindible cada 14 de abril, con poderoso brío. Por eso, la conmemoración de la II República no es un acto nostálgico de recuerdo del pasado, sino que nos invita a una reflexión renovadora sobre los problemas que todavía permanecen sin resolver en la España de nuestros días.
La II República trajo muchas innovaciones de gran calado que pretendían superar, en sentido modernizador, los principales factores de atraso social y político que había venido padeciendo este país desde los inicios del siglo XIX: en lo político, el establecimiento de una auténtica democracia representativa; en lo social, la reforma agraria y una legislación laboral acorde con los tiempos; en lo religioso, la instauración de un Estado laico, mediante la separación del Estado y de la Iglesia, y en lo militar, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil. Hoy en día, sólo parece que mantengamos, siempre entrecomillado, la subordinación militar, porque del resto, estamos ya hastiados de comtemplar continuamente las maniobras y acciones de acoso y derribo al estado del bienestar, o a cualquier acción que desancle este país de un pasado atrasado, rancio, clasista, violento y polvoriento.
La II República fue el primer régimen realmente democrático en nuestra Historia, con medidas tan decisivas como la implantación del sufragio verdaderamente universal con reconocimiento del derecho al voto de las mujeres. La Constitución de 1931 fue también la primera que abordó el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, y las bases de lo que hoy conocemos como Estado de bienestar. Asimismo, trató de resolver propositivamente la articulación territorial de España mediante el sistema de estatutos de autonomía elaborados por iniciativa de los territorios que aspiraban a su autogobierno y se adelantó en proclamar la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional. La Carta Magna instauró un Estado moderno, laico y democrático. Introdujo el principio de laicidad del Estado y medidas como el divorcio, el matrimonio civil y la enseñanza laica.
El gobierno republicano era heredero del pensamiento progresista del siglo XIX, que vinculaba el laicismo al progreso de la nación. Para modernizar la sociedad española se hacía necesario, a su entender, una regulación que garantizara el control de la enseñanza pública, separándola de toda influencia de las órdenes religiosas. Dicho proyecto encontró una decidida oposición desde una Iglesia aferrada al principio de confesionalidad del Estado. La Constitución republicana afirmaba, en su artículo 3º, que “el Estado español no tiene religión oficial”.
Ninguna de las medidas del gobierno republicano causó tanta polémica como la decisión de instaurar una escuela laica y, más concretamente, la no obligatoriedad de la asignatura de religión primero y la supresión después de dicha asignatura en las escuelas públicas. El ideario republicano, que recogía las principales corrientes de innovación pedagógica, se resumía en una escuela laica, unificada y coeducativa de alumnos y alumnas. No en vano, se conoce a la II República como “la república de los maestros”. “Laica, obligatoria y gratuita”. Así defendía la enseñanza la Constitución de 1931, que atribuía al Estado el servicio público de la cultura.
La construcción de una propuesta política republicana debe ir más allá del cambio en la jefatura del Estado. Ha de ser una propuesta que desarrolle un marco común de valores, de derechos y de libertades con los que los republicanos nos sintamos identificados, en la construcción de una sociedad más libre, justa y social; pero a la vez adulta, que sea capaz de sentirse a la vez obligada y querer ser participe de la vida pública y política, y ser un agente activo en las decisiones por las que todos nos tenemos que regir, siempre con respeto e igualdad.
En la España del Gobierno del Partido Popular mas que nunca existen razones para reivindicar los valores republicanos y la necesaria defensa de la democracia, en un momento de ataque exacerbado a los derechos laborales, de recortes en el estado del bienestar y de represión política.
Hoy ser republicano es ser un demócrata consecuente, exigiendo que los ciudadanos y ciudadanas no sean meros consumidores en manos de los mercados, sino sujetos cívicos que accionan sobre todos los momentos y decisiones que tienen que ver con sus vidas, incluso sobre momentos y acciones de nuestra memoria histórica colectiva para recordar que el franquismo permitió morir al dictador en la cama pero que seguiremos, aunque les pese a los jueces del Tribunal Supremo, exigiendo memoria, justicia y reparación ante los crímenes de la dictadura franquista.
Hoy ser republicano o republicana en España es, por suerte, una señal de futuro, de propuesta ilusionada en una sociedad mas justa y en una política distinta que abra nuevas vías a la visión arcaica, costumbrista, conservadora, egoísta y neoliberal, que exprime todos los recursos, empezando por los naturales y axfisiando también a los humanos.
El PP contra la memoria
Hace unos meses nos enterábamos de que el legado de Miguel Hernández, conocido como el poeta del pueblo, sería retirado de la Biblioteca Central de Elche. La decisión fue tomada por el gobierno municipal del Partido Popular, que desde el pasado 22 de mayo gestiona el ayuntamiento ilicitano. Los 5.000 poemas, libros, objetos personales y cartas enviadas por el poeta a su esposa, Josefina Manresa, reposan desde entonces en la caja fuerte de una entidad bancaria, inaccesibles al conocimiento y cultura del pueblo. El concejal de cultura del municipio alegó razones económicas.
Por esas mismas fechas supimos que el nuevo ayuntamiento de La Zubia (Granada) optó por retirar los nombres a tres calles que llevaban inscritos los de Miguel Hernández, Che Guevara y Buenaventura Durruti según acordó en su día el primer ayuntamiento democrático (1979), en sustitución de los nombres de los militares franquistas Queipo de Llano, comandante Castejón y general Varela. Obviamente, también en La Zubia gobierna ahora el Partido Popular.
Unos meses antes, en la ciudad de Granada, la placa que había sido descubierta en las tapias del cementerio en memoria de los casi cuatro mi republicanos fusilados durante la Guerra de España y los primeros años de la dictadura franquista, fue retirada por el gobierno municipal conservador, sin que ocurriera lo mismo con el monolito fascista en homenaje a José Antonio Primo de Rivera.
Siguiendo esa misma estela revisionista, el pasado mes de noviembre el ayuntamiento de Villamayor de Calatrava, en Ciudad Real, optó por anular el nombre de las calles que llevaban los de Pablo Iglesias, Tierno Galván y Pablo Neruda, y aprovechar la ocasión para dar a una plazuela de la localidad la denominación con que se conoce a la selección española de fútbol: La Roja.
Desde el pasado 26 de marzo, el teatro de Huércal-Overa (Almería) ha dejado de llevar el nombre del poeta gaditano Rafael Alberti por acuerdo del gobierno municipal del Partido Popular, dado que, según su concejal de cultura, el poeta no vende bien la ciudad al no tener ninguna vinculación histórica con el municipio. También considera el mismo gestor cultural que la manera en que se eligió el nombre de Alberti no fue la más democrática ni la más correcta, pues tal decisión se tomó a través de una encuesta por las redes sociales en la que podían votar todos los vecinos cuando gobernaba el PSOE.
El poeta Rafael Alberti escribió en el exilio, en 1956, Noche de guerra en el Museo del Prado. La obra se desarrolla en el mes de noviembre de 1936, cuando el gobierno republicano opta por trasladar las obras pictóricas del museo a Valencia en evitación de que puedan ser destruidas por los bombardeos de la aviación nazi durante el asedio franquista. En un momento dado, los personajes del cuadro de Goya Tres de mayo cobran vida y se aprestan a levantar una barricada en defensa de la pinacoteca y, con ella, de la cultura y democracia republicanas.
De nada vale ocultar o erradicar los legados y los nombres que representan esa cultura y esa memoria, pues siempre podrán recobrar vida, como en la obra de Alberti. Pretender anularlos por ignorancia es malo, pero por resentimiento es mucho peor.
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