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miércoles, 14 de abril de 2021

14 de Abril: Memoria, dignidad y libertad



Hoy hace 90 años que la voluntad popular de éste país torno en forma de República y hoy toda persona de bien, democrática, libertaria y con sentido critico y de respeto tiene que defender el legado (sin negar las deficiencias y errores) de aquel experimento de libertad, frente a la desmemoria del fascismo, el cainismo y traición de una Guerra Civil, el nefasto régimen franquista, el posterior pactismo que nos trajo la Transición, con su Ley de Amnistía al frente.
Centrándose propiamente en el modelo de estado, en su jefatura, en forma de Corona hereditaria, no cabe duda que pese al apoyo incondicional de tres de los cuatro principales partidos -el cuarto, Podemos, sin discutir abiertamente su legitimidad-, el apoyo de los medios de comunicación -empezando por el propio CIS que ya lleva 4 sin preguntar por la Casa Real-, y la propia regeneración con la abdicación del corrupto y vividor Juan Carlos, en su elitista y retrógrado hijo (y su tan absolutista esposa), la institución vive un constante deterioro de su imagen pública que provoca inexorablemente, las dudas en la idoneidad del modelo de estado.
Ya en 1984, Adolfo Suárez, para nada sospechoso de republicano, confirmaba en una entrevista cuyo fragmento fue silenciado hasta hace pocos años, que en el 78 no se pregunto a los españoles por la jefatura del estado en la persona de Juan Carlos Borbón, y de forma hereditaria en su familia, puesto que los sondeos que se manejaban indicaban una mayoría social a favor de la República.
La corrupción, el lobbismo para con sus intereses, la falta de credibilidad de la institución en su mensaje de servicio público, su posicionamiento en la caverna más reaccionaria del espectro político, la falta de transparencia y mucho más lamentable la falta de empatía para con los problemas de los ciudadanos (baste por ejemplo recordar la reacción de “el preparao” cuando un ciudadano le tendió escoba en la mano para ayudar a desembarrar los pueblos afectados por una riada) son sus mayores pecados.
Durante años, muchos años, la disidencia ideológica que pedía, entre otras muchas cosas, República y democracia, fue tratada con displicencia, como una nota de color en el pentagrama de lo que ha sido la España post-franquista: Turnismo entre el centro derecha liberal y la derecha nacional católica, bajo postulados del libre comercio con un Rey, impuesto por el dictador, y un primer presidente elegido por ese Rey.
Pedir República era un ejercicio de estoicismo y era claramente utilizado por el sistema, por el Régimen del 78, para dar un empaque de libertad de opinión, de prensa o de manifestación, a una deriva que en realidad era autoritaria e injustificable.
 

 
Pero con la estafa llamada crisis el chiringuito comenzó a desmoronarse. Las minorías que pedían República pasaron a movilizarse en mayor numero y ocasión. Se acompañaban de forma solidaria y mutua con las protestas de índole social (jubilados, funcionarios, estudiantes, mujeres, sectores precarizados, trabajadores en multinacionales,…). El tema catalán ponía en solfa los pactos secretos del 78, y la actitud hacia el llamamiento republicano y la decisión colectiva, se trata con autoritarismo, castigos y silencio mediático.
Es la misma crisis del sistema, la de la política-social de la España de finales del XX y principios del XXI que se viene abajo por momentos y que tiene a la monarquía como aglutinador. Existen notables intereses económicos y de poder en torno a la figura del Rey -y su familia-, ya que están garantizados en el propio pacto franquista, que garantizó Corona y Constitución en el mismo paquete. En ese paquete, no se discute, ni mucho menos se investiga o se judicializa, los desmanes de 40 años de dictadura fascista, de masacre a los disidentes y trabajadores y de notables riquezas, patrimonios y emporios personales hechos gracias a y debido a, el propio régimen franquista.
En 1931, y en 1936, había una España que luchaba por crecer y convertirse en un lugar digno donde vivir donde la libertad, la igualdad y la justicia no fueran meros eslóganes. Hoy esa España sigue existiendo y existirá porque nunca la opresión fascista terminará con las ansias democráticas y de futuro de un pueblo. Y hoy como entonces, los poderes fácticos del estado -nobleza, ejército y burguesía reaccionaria- lucharán para impedir que sus privilegios se colectivicen, o se repartan.
Hoy, por fin, tenemos a los jóvenes que han superado el silencio de la educación, no sólo concertada y religiosa, sino dolorosamente pública, de lo que es su historia reciente y se auto-organizan en referéndums para discutir el modelo de estado: Monarquía o República. Una discusión en la que hay más, mucho más, de la simple dicotomía entre un cargo elegido por votación, u ostentado por herencia, con insultantes y abusivos privilegios económicos. Es la discusión y el reconocimiento del fracaso económico y social de nuestro país, que como en los últimos tres siglos, con sus tres guerras civiles, tiene al pueblo trabajador y jornalero siendo explotado y sostenedor de aristócratas y mangantes.
La Constitiución del 31 comenzaba diciendo que “España es una República democrática de trabajadores de toda clase”, para continuar en su artículo 3 con que “El Estado español no tiene religión oficial”. Más tarde, en el 6 decía “España renuncia a la guerra como instrumento de política oficial”, y recuerdo aquí la traición de los generales conjurados que habían jurado fidelidad a la República y faltaron a su palabra, algo que en cualquier ejército del mundo supondría su condena, burla y desprecio. Aquí ya sabemos lo que tenemos en “nuestros” cuarteles.
En la España plurinacional que tenemos, y que es innegable a poco que se conozca la historia, cabe recordar que la Constitución del 31 en su artículo 10 decía que “las provincias se constituirán por los Municipios mancomunados conforme a la ley que determinará su régimen, funciones y la manera de elegir su órgano gestor”, siendo recogidos y aprobados tanto en el Estatut de Catalunya del 35 y en el del País Vasco.
En el artículo 25 se decía que, “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas. El estado no reconoce distinciones ni títulos nobiliarios.”. Esto finalizaba con las discriminaciones que sufría con la mujer, terminaba con los privilegios de la aristocracia y las prebendas de la iglesia católica empezando por su mantenimiento económico. Se reconocía la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la separación matrimonial en igualdad de condiciones.
Ya en el artículo 44 “Toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía nacional…con los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.” se ponía en tela de juicio la gran hecatombe de la economía española, la propiedad de la tierra, siempre en muy pocas y aristocráticas manos, frente a los más de dos millones de jornaleros que vivían en la extrema y miserable pobreza.
Sobra decir como nobleza, burguesía, clero y ejército se conjuraron frente a la soberanía popular, obrera y legal. Traicionaron su propio país y después de masacrarlo con decisiva ayuda del fascismo alemán e italiano, lo lastraron 40 años de oscuridad e inmundicia y ya a 40 de mentira y oprobio.
Aquella Constitución, aquella revolución pacífica obrera y libertaria que muchos celebramos hoy 14 de abril, se adelantaba más de medio siglo a lo que se conseguía en Europa a finales de siglo XX. Y sin duda, supone un modelo, mínimo exigible, para España.
Siempre se ha dicho que había más “Juancarlistas” que monárquicos, y desde luego parece ya cercano el momento en el que una amplia mayoría social clame por la defensa a su derecho a decidir el modelo de sociedad, y de estado en el que desea vivir. En ese momento, se constatará que aquí, somos más ciudadanos y ciudadanas, que súbditos, y justo en ese instante, será el ideal para recuperar la dignidad, la memoria y la libertad en España.
 

 

viernes, 13 de abril de 2012

No es nostalgia; Es Justicia



La España laica, republicana y federal; la de las fraternidad entre personas y ciudadanos; de talante obrero; igualitaria, justa y libertaria; la de los ateneos culturales populares nacidos una mediodía de un 14 de abril murió en 1939 a manos del fascismo, tras tres años de guerra incivil, pero esos valores republicanos, por su carácter universal, perviven en el día de hoy y renacen, y ya no solo como mero recuerdo bonito y prescindible cada 14 de abril, con poderoso brío. Por eso, la conmemoración de la II República no es un acto nostálgico de recuerdo del pasado, sino que nos invita a una reflexión renovadora sobre los problemas que todavía permanecen sin resolver en la España de nuestros días.

La II República trajo muchas innovaciones de gran calado que pretendían superar, en sentido modernizador, los principales factores de atraso social y político que había venido padeciendo este país desde los inicios del siglo XIX: en lo político, el establecimiento de una auténtica democracia representativa; en lo social, la reforma agraria y una legislación laboral acorde con los tiempos; en lo religioso, la instauración de un Estado laico, mediante la separación del Estado y de la Iglesia, y en lo militar, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil. Hoy en día, sólo parece que mantengamos, siempre entrecomillado, la subordinación militar, porque del resto, estamos ya hastiados de comtemplar continuamente las maniobras y acciones de acoso y derribo al estado del bienestar, o a cualquier acción que desancle este país de un pasado atrasado, rancio, clasista, violento y polvoriento.

La II República fue el primer régimen realmente democrático en nuestra Historia, con medidas tan decisivas como la implantación del sufragio verdaderamente universal con reconocimiento del derecho al voto de las mujeres. La Constitución de 1931 fue también la primera que abordó el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, y las bases de lo que hoy conocemos como Estado de bienestar. Asimismo, trató de resolver propositivamente la articulación territorial de España mediante el sistema de estatutos de autonomía elaborados por iniciativa de los territorios que aspiraban a su autogobierno y se adelantó en proclamar la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional. La Carta Magna instauró un Estado moderno, laico y democrático. Introdujo el principio de laicidad del Estado y medidas como el divorcio, el matrimonio civil y la enseñanza laica.

El gobierno republicano era heredero del pensamiento progresista del siglo XIX, que vinculaba el laicismo al progreso de la nación. Para modernizar la sociedad española se hacía necesario, a su entender, una regulación que garantizara el control de la enseñanza pública, separándola de toda influencia de las órdenes religiosas. Dicho proyecto encontró una decidida oposición desde una Iglesia aferrada al principio de confesionalidad del Estado. La Constitución republicana afirmaba, en su artículo 3º, que “el Estado español no tiene religión oficial”.

Ninguna de las medidas del gobierno republicano causó tanta polémica como la decisión de instaurar una escuela laica y, más concretamente, la no obligatoriedad de la asignatura de religión primero y la supresión después de dicha asignatura en las escuelas públicas. El ideario republicano, que recogía las principales corrientes de innovación pedagógica, se resumía en una escuela laica, unificada y coeducativa de alumnos y alumnas. No en vano, se conoce a la II República como “la república de los maestros”. “Laica, obligatoria y gratuita”. Así defendía la enseñanza la Constitución de 1931, que atribuía al Estado el servicio público de la cultura.

La construcción de una propuesta política republicana debe ir más allá del cambio en la jefatura del Estado. Ha de ser una propuesta que desarrolle un marco común de valores, de derechos y de libertades con los que los republicanos nos sintamos identificados, en la construcción de una sociedad más libre, justa y social; pero a la vez adulta, que sea capaz de sentirse a la vez obligada y querer ser participe de la vida pública y política, y ser un agente activo en las decisiones por las que todos nos tenemos que regir, siempre con respeto e igualdad.

En la España del Gobierno del Partido Popular mas que nunca existen razones para reivindicar los valores republicanos y la necesaria defensa de la democracia, en un momento de ataque exacerbado a los derechos laborales, de recortes en el estado del bienestar y de represión política.

Hoy ser republicano es ser un demócrata consecuente, exigiendo que los ciudadanos y ciudadanas no sean meros consumidores en manos de los mercados, sino sujetos cívicos que accionan sobre todos los momentos y decisiones que tienen que ver con sus vidas, incluso sobre momentos y acciones de nuestra memoria histórica colectiva para recordar que el franquismo permitió morir al dictador en la cama pero que seguiremos, aunque les pese a los jueces del Tribunal Supremo, exigiendo memoria, justicia y reparación ante los crímenes de la dictadura franquista.

Hoy ser republicano o republicana en España es, por suerte, una señal de futuro, de propuesta ilusionada en una sociedad mas justa y en una política distinta que abra nuevas vías a la visión arcaica, costumbrista, conservadora, egoísta y neoliberal, que exprime todos los recursos, empezando por los naturales y axfisiando también a los humanos.

El PP contra la memoria

Hace unos meses nos enterábamos de que el legado de Miguel Hernández, conocido como el poeta del pueblo, sería retirado de la Biblioteca Central de Elche. La decisión fue tomada por el gobierno municipal del Partido Popular, que desde el pasado 22 de mayo gestiona el ayuntamiento ilicitano. Los 5.000 poemas, libros, objetos personales y cartas enviadas por el poeta a su esposa, Josefina Manresa, reposan desde entonces en la caja fuerte de una entidad bancaria, inaccesibles al conocimiento y cultura del pueblo. El concejal de cultura del municipio alegó razones económicas.

Por esas mismas fechas supimos que el nuevo ayuntamiento de La Zubia (Granada) optó por retirar los nombres a tres calles que llevaban inscritos los de Miguel Hernández, Che Guevara y Buenaventura Durruti según acordó en su día el primer ayuntamiento democrático (1979), en sustitución de los nombres de los militares franquistas Queipo de Llano, comandante Castejón y general Varela. Obviamente, también en La Zubia gobierna ahora el Partido Popular.

Unos meses antes, en  la ciudad de Granada, la placa que había sido descubierta en las tapias del cementerio en memoria de los casi cuatro mi republicanos fusilados durante la Guerra de España y los primeros años de la dictadura franquista, fue retirada por el gobierno municipal conservador, sin que ocurriera lo mismo con el monolito fascista en homenaje a José Antonio Primo de Rivera.
Siguiendo esa misma estela revisionista, el pasado mes de noviembre el ayuntamiento de Villamayor de Calatrava, en Ciudad Real, optó por anular el nombre de las calles que llevaban los de Pablo Iglesias, Tierno Galván y Pablo Neruda, y aprovechar la ocasión para dar a una plazuela de la localidad la denominación con que se conoce a la selección española de fútbol: La Roja.

Desde el pasado 26 de marzo, el teatro de Huércal-Overa (Almería) ha dejado de llevar el nombre del poeta gaditano Rafael Alberti por acuerdo del gobierno municipal del Partido Popular, dado que, según su concejal de cultura, el poeta no vende bien la ciudad al no tener ninguna vinculación histórica con el municipio. También considera el mismo gestor cultural que la manera en que se eligió el nombre de Alberti no fue la más democrática ni la más correcta, pues tal decisión se tomó a través de una encuesta por las redes sociales en la que podían votar todos los vecinos cuando gobernaba el PSOE.

El poeta Rafael Alberti escribió en el exilio, en 1956, Noche de guerra en el Museo del Prado. La obra se desarrolla en el mes de noviembre de 1936, cuando el gobierno republicano opta por trasladar las obras pictóricas del museo a Valencia en evitación de que puedan ser destruidas por los bombardeos de la aviación nazi durante el asedio franquista. En un momento dado, los personajes del cuadro de Goya Tres de mayo cobran vida y se aprestan a levantar una barricada en defensa de la pinacoteca y, con ella,  de la cultura y democracia republicanas.

De nada vale ocultar o erradicar los legados y los nombres que representan esa cultura y esa memoria, pues siempre podrán recobrar vida, como en la obra de Alberti. Pretender anularlos por ignorancia es malo, pero por resentimiento es mucho peor.

miércoles, 14 de abril de 2010

14 de abril



Hoy es 14 de abril. Hoy se conmemora (69 años) el alzamiento de la Segunda República. Las concentraciones de revolucionarios, seguidores y admiradores de aquel período histórico, en definitiva, los que soñaron y sueñan con otro tipo de mundo y de sociedad tendremos nuestros cinco minutos anuales en TV o un par de páginas o un párrafo, dependiendo del periódico. No más tiempo que el que disponen los nostálgicos las fechas de la infamia y la traición nacional. Supongo que son las contrapartidas del olvido, la amnistía, o el aquí y ahora tan amigos. Pero la verdad es que nos sentimos estafados, ninguneados. Las víctimas del levantamiento, guerra, dictadura, censura y exilio. Todos aquellos que desconocen en paradero de sus familiares desaparecidos. Represaliados y ejecutados en la nocturnidad y en la superioridad armamentística, que no moral. Enterrados en el olvido de la cal viva, en fosas excavadas por ellos mismos ante la luz de un cándil, la risa y las mofas de los vencedores que aprovecharon tanto el odio nacionalista y clerical, para una limpia ideológica y también como viles crimenes que paliaban antiguas discusiones, odios, fobias y conflictos que utilizaron el conflicto de las dos españas para cobrarse su particular justicia.

Hasta tres generaciones tuvieron que sufrir el exilio o vivir ercionado en la censura y el utraconservadurismo católico. Todo ello con un único fin: mantener las oligarquías, la explotación del jornalero y el trabajador en regimen de semi-esclavitud y en condiciones paupérrimas como fuente de riqueza de unos pocos, nobleza tradicional y la nueva que venía de los burgueses acomodados... Ejército e iglesia abanderados del tradicionalismo y la vieja y única España, frente al laicismo, el marxismo, la revolución proletaria o el sentimiento independentista...

Cinco años de esperanza y revolución cortados, pero que aún son añorados. Cinco años de laicidad, igualdad, paz y compromiso social que están enterrados bajo toneladas de odio, olvido e indefensión.

Pero este aniversario también es motivo de protesta y reclamación. La primera y más habitual la de instauración de una Tercera República. Un modelo de estado nuevo, no sólo basado en la consulta pública al pueblo, para las nuevas generaciones y las más antiguas a las que se les impuso un Rey elegido por el dictador fallecido y ratificado por sus cortes fascistas. Y no sólo eso, sino también la formualción de un nuevo texto constitucional actualizado y que corresponda a un Estado moderno, no al del eterno país en transición democrática que nos quiere imponer la derecha, que trata de mantener sus axiomas para volver a movilizar al ejército como en aquellos oscuros años. Iglesia y jerarquías económicas siguen viendo amenazados sus centros de poder y uieren mantenernos o volvernos a meter en la ceguera social y cultural.

Pedir la Proclamación de la Tercera República ya es un paso más allá, es una petición de campaña de voto, de sufragio. El primero es que por lo menos que nos den a todos la oportunidad de elegir que modelo de Estado, gubernamental y social que tenemos. Es decir, un primer motivo de protesta es que se nos devuelva el derecho a elegir en su totalidad, derecho que fue cercionado con el alzamiento del 18 de junio del 36.

Pero la actualidad también impone su importancia, y así reivindicaciones por anti-Bolonia y una educación laica y pública en todas sus fases, una sanidad igualmente pública y protegida ante las agresiones coorporativistas y privadas, o un mayor laicismo y protección ante los desmanes eclesiásticos católicos y romanos tendrán su hueco entre las reivindicaciones, las pancartas y banderas tricolor. No menos importante será defender un sistema político que discrimine la corrupción tan extendida e incluso bien vista por parte de la población que comulga con las mentiras, excusas y desviaciones mediáticas y éticas que salen desde la calle Genova. Es también una jornada para defender al trabajador, de todas las clases, géneros y condiciones ante los ataques de la patronal y un gobierno neo-con en materia económica. Defender al ciudadano sin ambalajes ante una crisis que nos han impuesto especuladores y avariciosos y de la que para salir definitivamente, sin más recaídas o cracks, solo existe el camino de desterrar el capitalismo tal y como lo sufrimos, olvidar el consumismo actual y adoptar comportamientos más cívicos, solidarios y sostenibles.

Y por supuesto será una jornada más para pedir justicia. Para luchar e impedir el avasallamiento contra el Juez Garzón, dejar claro que los crimenes contra la humanidad no preescriben por mucho tiempo o mucha ley de amnistía, porque permanecen durante muchas generaciones en la memoria colectiva y el recuerdo, por mucho que lo quieran evitar. Tenemos toda la sociedad española una deuda histórica con todas esas personas cuyos familiares más allegados marcharon en una madrugada para no volver jamás. Todos esos niños de entonces son ahora octogenarios cuando menos que con este nuevo revés han sepultado su deseo añorado de poder enterrar a sus muertos con dignidad y justicia. Si seguimos por esta deriva la identidad nacional de este país y su moralidad estará hundida para siempre. No quiero pensar en dentro de 100 o 200 años cuando nuestros sucesores se escandalicen por esta deuda histórica, moral y jurídica que día a día queda más desierta y tapada. Un país que quiera progresar debe recuperar su memoria y agasajar a sus muertos que lo hicieron por la libertad.

Continuemos y luchemos...

miércoles, 16 de abril de 2008

14 de abril: República ayer, hoy y mañana


No resulta fácil explicarlo, recordarlo en los medios de comunicación, llevarlo a las aulas para que los jóvenes lo aprendan. Pero España fue durante cinco años una República parlamentaria y constitucional. “Una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y justicia”, proclamaba el artículo primero de su Constitución, aprobada el 9 de diciembre de 1931, tan solo siete meses después de que cayera la Monarquía de Alfonso XIII.

Esa Constitución, que decía que la República era “un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y de las Regiones”, declaraba también la no confesionalidad del Estado, eliminaba la financiación estatal del clero e introducía el matrimonio civil y el divorcio. Su artículo 36, tras acalorados debates, otorgó el voto a las mujeres, algo que sólo estaban haciendo en esos años los parlamentos democráticos de las naciones más avanzadas.

Constitución, elecciones libres, sufragio universal masculino y femenino, gobiernos responsables ante los parlamentos. En eso consistía la democracia entonces. No era fácil conseguirla y menos consolidarla, porque todas las repúblicas europeas que nacieron en aquellos turbulentos años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, desde Alemania a Grecia, pasando por Portugal, España o Austria, acabaron acosadas por fuerzas reaccionarias y derribadas por regímenes fascistas o autoritarios.

Nunca en la historia de España se había asistido a un período tan intenso y acelerado de cambio y conflicto, de avances democráticos y conquistas sociales. En los dos primeros años de la República se acometió la organización del ejército, la separación de la Iglesia y del Estado y se tomaron medidas radicales y profundas sobre la distribución de la propiedad de la tierra, los salarios de las clases trabajadoras, la protección laboral y la educación pública.

Pero esa legislación republicana situó en primer plano algunas de las tensiones germinadas durante las dos décadas anteriores con la industrialización, el crecimiento urbano y los conflictos de clase. Se abrió así un abismo entre varios mundos culturales antagónicos, entre católicos practicantes y anticlericales convencidos, amos y trabajadores, Iglesia y Estado, orden y revolución.

Como consecuencia de esos antagonismos, la República encontró enormes dificultades para consolidarse y tuvo que enfrentarse a fuertes desafíos desde arriba y desde abajo. Los primeros desafíos fuertes, y los que más se vieron porque solían acabar en enfrentamientos con las fuerzas de orden público, llegaron desde abajo, desde la protestas sociales, y después insurrecciones, de anarquistas y socialistas. El golpe de muerte, el que la derribó por las armas, nació, sin embargo, desde arriba y desde dentro, desde el mismo seno de sus fuerzas armadas y desde los poderosos grupos de orden que nunca toleraron lo mucho que la República tenía de democracia social y de soberanía parlamentaria.

España comenzó los años treinta con una República y acabó la década sumida en una dictadura derechista y autoritaria. El discurso del orden, de la patria y de la religión, se impuso al de la democracia, la República y la revolución. La larga dictadura de Franco, que mató, encarceló, torturó y humilló hasta el final, durante cuatro décadas, a los vencidos, resistentes y disidentes, culpó a la República y a sus principales protagonistas de haber causado la guerra, manchó su memoria y con ese recuerdo negativo crecieron millones de españoles en las escuelas nacionales y católicas. Nada hizo la transición a la democracia por recuperar su lado más positivo, el de sus leyes, reformas, sueños y esperanzas, metiendo en un mismo saco a la República, la guerra y la dictadura, un pasado trágico que convenía olvidar.

La distancia entre la democracia actual y la que podía promover la República hace más de setenta años es abismal. El respeto a la ley y a los resultados electorales, la defensa de la libertad de expresión y asociación y de los derechos civiles, forman parte hoy de nuestra cultura cívica. Las dos burocracias que tanto pesaban en la historia de España, la armada y la eclesiástica, el ejército y la Iglesia católica, que asesinaron a la República y dominaron durante la dictadura, están hoy subordinadas al Estado y al poder civil que emerge de los ciudadanos, aunque la Iglesia se resista a abandonar algunos de los enormes privilegios que la victoria en la guerra y los servicios prestados a Franco le concedieron. El analfabetismo, los latifundios, los fascismos y los sueños revolucionarios desaparecieron, sustituidos por la defensa de una sociedad civil democrática y por la cultura de la paz. El capitalismo ha vencido y el consumo, el coche y la casa en propiedad han obrado el milagro de que hasta los más pobres parezcan ricos. No es una República, pero esta democracia ha sido un logro de muchos y conviene cuidarla y mejorarla.

En los últimos años ha salido a la luz la memoria de los vencidos en la guerra, de las víctimas del franquismo. Pero nadie desde los poderes de la democracia actual se atreve a defender a la República. Casi nadie recuerda a sus grandes dirigentes, muertos la mayoría de ellos en el exilio, a quienes presidieron sus instituciones, hicieron sus leyes y dieron el voto a todos los ciudadanos. Y sin embargo, todavía están con nosotros los nombres de las calles, monumentos, símbolos y ritos del franquismo. Es el momento de cambiar eso, de devolver la dignidad a quienes defendieron la democracia y la libertad con la palabra y la ley. Hasta que un golpe de Estado les obligó a hacerlo por las armas.

Pero tal día como hoy que es lo que tenemos de República. Recuerdos enterrados en cunetas, cuentos de una tarde o viejas palabras pronunciadas por viejos labios que se marchitan con el tiempo. Lo cierto es que por ejemplo, laicismo hay poco (ayer todos los cargos públicos prometieron su cargo delante de una cruz, algo así como el ni contigo pero sin ti). El sistema bicameral sigue siendo un cáncer para las profundas reformas que se necesitan en este país, grande, diverso y multi-territorial. Y persisten actitudes retrógradas, machistas e impresentables, que producen escarnio y sonrojo pero no provocan una catarata de acciones para sacar a estos vociferantes de sus medios.

Seguimos pidiendo República, de manera revolucionaria, grotesca y en ocasiones cómica, pero no por ello, deja de ser cierto, el hecho de que es necesaria y el futuro de esta sociedad, porque aquellos valores de los años 30 del pasado siglo, son a día de hoy, más progresistas, igualitarios y sociales que los que tenemos en los albores del siglo XXI. Es la oportunidad de volver a tener lo que hace 80 años nos robaron con armas y violencia. Libertad, igualdad, paz y solidaridad.

LA II REPÚBLICA: CINCO AÑOS QUE TRANSFORMARON ESPAÑA

14 de abril de 1931: cuando el rey perdió su trono. En los planes de Alfonso XIII no casaba la idea de que unos comicios municipales, los del 12 de abril, pudieran echarle del poder. Así fue. Las listas republicanas vencieron en 41 de las 50 capitales de provincia. El pueblo lo leyó como un plebiscito sobre la Monarquía. El rey cayó. Y se marchó.

28 de junio de 1931: las primeras elecciones. La primavera de 1931 se presentó agitada. Bajo el Gobierno provisional de Niceto Alcalá-Zamora se impulsaron las primeras reformas: la reestructuración del Ejército, los cambios en el campo y en la escuela, el discurso secularizador. Pronto estallaron los conflictos con una Iglesia ultra. Prendió de nuevo la violencia anticlerical, que ya emergió en mayo. El Ejecutivo preparaba mientras las primeras elecciones. Las constituyentes del 28 de junio, ganadas por republicanos y socialistas.

9 de diciembre de 1931: España tiene Constitución. El otoño se llenó con la redacción de la Carta Magna republicana. La derecha desertó y se abstuvo en la votación, el 9 de diciembre. Al día siguiente, las Cortes eligieron a Alcalá-Zamora presidente de la República.

10 de agosto de 1932: primer golpe, la ‘Sanjurjada’. Con Manuel Azaña como presidente del Gobierno tuvo lugar la primera algarada militar: la rebelión, en Sevilla, del general José Sanjurjo. Fracasó. El miedo a la involución aceleró la aprobación, en septiembre, de la reforma del sector agrario y del Estatuto de Catalunya.

Enero de 1933: disturbios en Casas Viejas. La inquietud por el lento implante de las reformas en el campo derivó en los sucesos trágicos de Casas Viejas (Cádiz), promovidos por los anarquistas y reprimidos con dureza por el Gobierno. La factura le costó el puesto a Azaña.

19 de noviembre de 1933: comienzo del ‘bienio negro’. La inestabilidad condujo a la convocatoria de nuevas elecciones en noviembre de 1933, las primeras en las que votaron las mujeres. Triunfan los radicales de Lerroux y la derecha de la CEDA de Gil-Robles. Comienza el bienio negro, el desmontaje de las reformas promovidas desde 1931.

Octubre de 1934: revuelta en Asturias. Hasta octubre de 1934 no se integrarán miembros de la CEDA en el Gabinete. Eso soliviantó a la clase obrera, que se sintió atacada y reaccionó violentamente. La huelga revolucionaria caló en Asturias y en Catalunya, donde Companys proclamó el Estado catalán. Su autonomía fue suspendida y los líderes políticos, detenidos. Hubo más de 1.300 muertos.

16 de febrero de 1936: la victoria del Frente Popular. Desde mayo de 1934 hasta las elecciones de 1936 se sucedieron ocho gobiernos. La derecha fue derrotada en esos comicios por la conjunción de republicanos e izquierdas integrados en el Frente Popular.

17 y 18 de julio de 1936: el golpe que mata la República. Es la sedición de parte del Ejército, liderada por Sanjurjo, Mola y Franco, la que desencadena la Guerra Civil. Con ella sucumbe un quinquenio de florecimiento de las libertades. De apuesta firme por el Estado laico, la educación, la cultura. Por la modernización de un país atrasado.

¡¡Qué bueno mi hermano!!

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...