Como
cada 29 de noviembre, desde 1977, hoy se celebra el Día
Internacional de Solidaridad con el pueblo Palestino.
Nos
podemos preguntar cómo empezó todo. Esto, lo de
cada día en Gaza, se inició hace mucho tiempo. Comenzó con los
pogromos,
las persecuciones racistas de judíos primero en Rusia (tanto
zarista, como comunista) y después en Europa. Comenzó con el
antisemitismo europeo, con el nazismo, con el genocidio contra los
judíos y con la posterior decisión de Europa, motivada por la culpa
de lo ocurrido, de apoyar y fomentar el sionismo -surgido en el siglo
XIX- y la masiva emigración judía a Palestina.
Comenzó
cuando el protectorado británico de Palestina miraba hacia otro lado
mientras los judíos se organizaban en bandas armadas que cometieron
atentados terroristas, matando a gente, contra objetivos británicos
y árabes.
El 19 de noviembre de 1947 la ONU, motivada por la responsabilidad, la culpa europea del horror contra los judíos y las presiones de los grupos adinerados y oligarcas de Estados Unidos y Gran Bretaña de ascendencia judía, aprobó un plan de partición que asignó el 54% de la Palestina del mandato británico a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional, lugar seguro y neutral.
El 19 de noviembre de 1947 la ONU, motivada por la responsabilidad, la culpa europea del horror contra los judíos y las presiones de los grupos adinerados y oligarcas de Estados Unidos y Gran Bretaña de ascendencia judía, aprobó un plan de partición que asignó el 54% de la Palestina del mandato británico a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional, lugar seguro y neutral.
En
los primeros meses de 1948 las fuerzas armadas judías clandestinas
-escribo judías porque así se autodenominaban, y aún no se había
declarado la independencia de Israel- elaboraron el Plan Dalet, cuyo
fin era, entre otras cosas, hacerse con el control de la vía que
unía Jerusalén con Tel Aviv, una zona que no figuraba como futuro
territorio israelí en el plan de partición de la ONU. De ese modo
expulsaron a miles de personas y asesinaron a cientos. Es decir, ya
hubo entonces un plan de limpieza étnica.
Después,
cuando los países árabes vecinos declararon la guerra a Israel tras
su nacimiento en mayo de 1948, las fuerzas armadas israelíes
aprovecharon para ocupar más tierras y expulsar a cientos de miles
de palestinos. De ese modo Israel pasó a tener un 78% del territorio
(posteriormente, en 1967 Israel ocuparía el 22% restante: Gaza,
Cisjordania y Jerusalén Este).
Tras
la guerra del 48, muchos palestinos intentaron regresar a sus casas,
pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en
diciembre de 1948 Naciones Unidas aprobó la resolución 194,
incumplida hasta hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada
en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los
refugiados a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones.
Solo
pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como
desplazados, unos 150.000 palestinos, el 15% de la población, que en
1952 accedieron a la ciudadanía. Son los llamados árabes israelíes.
Así
tenemos hoy y tras 70 años de ocupación y atropellos sionistas e
hipocresía y permisividad con ellos, de la comunidad occidental
-dependiente en gran medida de los depósitos financieros y grandes
capitales movidos por la élite judía desde el advenimiento de la
Revolución Industrial en el siglo XIX- a Gaza, una zona decidida en
el 48 como lugar de residencia estable y reconocida de los
palestinos, como un inmenso campo de refugiados, donde los palestinos
son presos en su propio país completando la ignominia. Así,
se constituyó,
según historiadores israelíes como Ilan
Pappé,
una limpieza étnica, con el objetivo de levantar un Estado de
mayoría judía. Incluso el historiador israelí sionista Benny
Morris,
ha escrito que “con
la suficiente perspectiva resulta evidente que lo que se produjo en
Palestina en 1948 fue una suerte de limpieza étnica perpetrada por
los judíos en las zonas árabes”.
Los
palestinos de Gaza viven hacinados, castigados, limitados. Israel
controla qué productos y personas acceden a la Franja y prohíbe la
entrada de materiales fundamentales (medicinas, cereal, combustible, equipamientos médicos y educativos, etc.). Practica un castigo colectivo.
Esto,
lo que está pasando en Gaza, se inició hace 66 años, cuando se
optó por una concepción de Israel como un Estado judío con mayoría
judía. Para mantener esa mayoría Israel practica la ocupación,
aparta y discrimina a los palestinos y, de vez en cuando, lleva a
cabo operaciones militares que matan a cientos o miles y provocan el
desplazamiento de miles más.
El
Estado israelí, para ser fiel a su autodefinición -Estado judío-
excluye el concepto de ciudadanía universal. Si aceptara como
ciudadanos a los palestinos de Gaza y Cisjordania -territorios que
controla u ocupa- su concepción como Estado judío estaría en
peligro, ya que la población judía dejaría de ser la mayoritaria.
La
elevada natalidad entre los palestinos es una de las preocupaciones
principales de Israel. Lo llaman la cuestión demográfica. Ya hoy
los judíos dentro de la llamada Línea Verde -las fronteras de antes
del 67- conforman el 70% de la población, y se calcula que dentro de
veinte años podrían ser el 50%.
Israel
se opone a la creación de un Estado palestino pero también se niega
a conceder derechos plenos y ciudadanía a los palestinos de Gaza y
Cisjordania, porque si lo hiciera, estaría renunciando a su carácter
judío como Estado. Es decir, a lo que algunos historiadores y
politólogos llaman etnocracia.
Como
subrayaba el israelí Sergio Yahni, integrante del Alternative
Information Center:
“Israel
solo puede ser un Estado judío si mantiene la supremacía
demográfica o legal de la población judía, pero para ello tiene o
que llevar a cabo una nueva limpieza étnica, como la de 1948, o
practicar la segregación étnica legalizada, es decir, el apartheid.
Mientras Israel no asuma una verdadera transformación democrática,
no viviremos en paz y seguirá la represión”. ( "El hombre
mojado no teme la lluvia", Ed.Debate, 2009).
Legalización
con un propósito
Para
que Israel pudiera ser un Estado judío, el gobierno del primer
ministro David Ben Gurion organizó la recolonización
de las tierras y distribuyó los bienes inmuebles que llamaron
“abandonados”. Para ello se aprobó en 1950 la Ley de los Bienes
Ausentes, que gestionó el traspaso a manos judías de las casas de
los palestinos, no solo de los que se habían ido fuera de las
fronteras israelíes, sino también de aquellos que habían sido
reubicados dentro del Estado israelí.
También
se aprobaron otras leyes que prohibieron la venta o transferencia de
tierras para garantizar que no cayeran en manos palestinas, y que
permitían decretar la expropiación de bienes por interés público
o declarar una superficie como “zona militar cerrada”, lo que
impedía a los propietarios de la misma reclamarla como suya. De ese
modo, 64.000 viviendas de palestinos ya habían pasado a manos judías
en 1958.
Otra
de las leyes fundamentales y una de las más controvertidas es la Ley
del Retorno,
que confirma esa insistencia en el carácter judío del Estado a
través de la concesión de privilegios a los judíos. Esta ley
concede el derecho a la ciudadanía de todos los judíos del mundo,
de los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como de quienes
se conviertan al judaísmo. Sin embargo, no incluye a los judíos de
nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha denegado la
ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo.
La
polémica en torno a esta ley reside en que Israel no permite
regresar a su hogar a los palestinos expulsados ni a sus
descendientes. Pero, por poner un ejemplo, un sueco que se convierta
al judaísmo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la
ciudadanía. Además, es probable que pudiera acceder a ayudas
económicas del Estado para financiar estudios o adaptación a su
nuevo hogar.
En
2003 se construyó un escalón más en esta política exclusivista
con la aprobación de la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel, que
indica que los palestinos de Cisjordania o Gaza menores de 35 años y
las palestinas de Cisjordania o Gaza menores de 25 años no podrán
residir en territorio israelí aunque se casen con un/a israelí. Sin
embargo, si cualquier europeo contrae matrimonio con un ciudadano
israelí tendrá derecho tanto a la residencia como a la ciudadanía.
La
ocupación
La
ocupación es la esencia del Estado israelí tal y como se concibe a
sí mismo a día de hoy. Los colonos conforman una especie de
ejército israelí paralelo al oficial, ya que ejercen una función
paramilitar, la de invadir y ocupar, motivados por razones políticas,
religiosas y también económicas, ya que el Estado concede préstamos
y subvenciones a aquellos judíos que se instalan en la tierra de los
palestinos.
En
el territorio palestino de Cisjordania viven 450.000 colonos judíos,
con una población total de más de dos millones de habitantes. Las
colonias judías consumen un promedio de 620 metros cúbicos de agua
por persona al año frente a los menos de 100 metros cúbicos de los
palestinos. Esto sucede porque los asentamientos se apropian de parte
de los acuíferos y de las áreas con más reservas.
Los
colonos pueden llevar armas. Además, sus asentamientos están
protegidos por el Ejército israelí, que de este modo legitima la
ocupación. Es el propio Estado el que administra los terrenos de
Cisjordania.
A
través de las colonias, Cisjordania se ha convertido en una zona
acantonada, sin continuidad territorial, donde los pueblos y ciudades
palestinos están desconectados entre sí, convertidos en islotes
rodeados por controles militares israelíes y por asentamientos
judíos. Un Estado palestino con esta Cisjordania actual no contaría
con conexión territorial y tendría tantas fronteras como colonias
hay.
Exclusión
y discriminación
Para
controlar a la población palestina, Israel limita sus movimientos,
lleva a cabo arrestos arbitrarios, aplica la llamada ley de detención
administrativa, que permite mantener encarcelado a un palestino sin
cargos ni juicio hasta al menos dos años, impide a los palestinos
salir de su localidad o les obliga a esperar horas para hacerlo, les
niega servicios públicos fundamentales, les prohíbe construir
viviendas y de hecho destruye algunas de sus casas, con la excusa de
que no cuentan con permisos de construcción que se les deniegan de
forma sistemática.
En
la práctica aplica un apartheid y se guía por la Ley
del Talión.
Si alguien mata a un israelí, es el propio Estado el que se encarga
de la venganza, derribando la casa de la familia del presunto
culpable, torturándole a él, a sus amigos o familiares, o
impulsando una ofensiva militar en su barrio o en otro, como la
actual contra Gaza. Al contrario de lo que debería ser la actuación
de un Estado democrático, Israel opta por la venganza en vez de
por la vía judicial.
Otro Israel, otra Palestina son posibles
Ante toda esta "legalidad" de hechos consumados, Estados Unidos o la Unión Europea, se limitan a murmurar tibias condenas que son sólo simple tinta sobre papel, porque mientras las emiten, por otro lado mantienen a Israel como socio comercial preferente, vendiéndole armas y le brindan apoyo diplomático y estratégico. Nuestros gobiernos son así, co-responsables -desde hace décadas- del destino de palestinos e israelíes.
Y mientras esto sucede, Hamás y Al Fatah anuncian una reconciliación y un acuerdo para un gobierno de unidad nacional, algo que Israel y el sionismo no puede permitirse, por lo que desde 2014 inicio otra escalada de la mano dura para azuzar las disputas entre las facciones de la representación política palestina, buscando así una radicalización que acompaña con la permisividad con sus propios radicales: ultraortodoxos y extremistas israelíes que ya no sólo capturan, apalizan, violan y matan a palestinos sino que ya agreden a israelíes que se manifiestan en favor de la convivencia y la paz entre árabes y judíos.
Cada día que pasa los palestinos son reducidos a números. Al olvido. Son recubiertos bajo una perversa sospecha por el mero hecho de ser palestinos y de vivir en un asentamiento que es un campo de refugiados en su propio país. "Algo habrán hecho" o "algo harán" son los juicios que toleran esta represión, esta indignidad con un pueblo sin distinción de hombres y mujeres, ancianos y niños, agricultores o médicos.
Esta horrible clasificación de los seres humanos compone un retrato del racismo más típico, y a la vez, terriblemente exitoso. Y quien impone las etiquetas y quien decide sobre los robos y violaciones para con los Palestinos y la legalidad internacional es el mismo quien se erigió como árbitro. La parte interesada en soliviantar un estado de las cosas que niega la libertad, oprime la paz y alimenta una industria de la guerra de la que no pocos se lucran aquí, en "nuestras democracias".
Solidaridad
con el Pueblo Palestino. Con los millones de refugiados. Y condena y
repulsa contra la ocupación militar, el genocidio continuado y la
presión que el estado sionista infringe a Palestina, y de la
hipocresía y equidistancia de la comunidad internacional que lo
permite, mirando para otro lado.
Exigencia de cumplimiento de la legalidad internacional, de los Derechos Humanos, así como para terminar con el apoyo disimulado y efectivo de "nuestros" gobiernos con la opresión del gobierno sionista y sus intereses económicos en la Guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario