Un
año más ya está aquí la Navidad.
No en las fechas, digamos más tradicionales, sino en el previo que
marca los encendidos
de alumbrado
en sus -antes nuestras- ciudades y en la retahíla de perfumes y
juguetes que inundan los prime
time
televisivos.
De
la noche a la mañana “volvemos” a correr como pollos sin cabeza
en busca de los langostinos, el cochinillo, los turrones, las
loterías, los cotillones, la hiper elegante colonia de moda, el
juguete del año y el dron
o cualquier soplapollez
que se les haya ocurrido y que ya no podemos vivir sin ella. Una
vez más el
consumismo esta aquí.
No
es que el resto del año hubiera desaparecido, ni que existiera en
nuestra conciencia a modo social, la
presencia de la pobreza,
la injusticia
social
o el escarnio de los desfavorecidos. Pero ahora es en mi caso, doble
y triplemente lacerante. Porque mientras aplaudimos y capturamos con
el móvil de última generación las luces navideñas, hay millones
de personas que no pueden calentar su casa.
Incluso que no tienen energía para poder calentarse una lata que
es a lo que el capitalismo ultra liberal les concede.
Millones
de euros que nuestros ay-untamientos, endeudados o no, van a tirar a
la basura para “ilusionar con la Navidad”, si, pero también para
dar gusto a los lobbies
del comercio y la hostelería ávidos por seguir sacándonos las
cuatro precarias perras
que conseguimos la mayoría de la población. Y por supuesto para
pagar esos adornos usando la
electricidad más cara y menos sostenible de Europa,
lucrando a los estafadores de las eléctricas -hace no tanto tiempo
empresas públicas- y asegurando el movimiento en las puertas
giratorias por lo que pudiera pasar.
Este
año las luces navideñas van a combinarse en los paisajes urbanos
con la retahíla de banderas
que inundan los balcones.
El procès
va a ser el tema estrella de las comilonas de empresa, amigos y
familia durante estas fiestas y no estará de más, que junto a los
fármacos digestivos, nos aprovisionáramos
de buenas dosis de drogas duras para contrarrestar los efectos de la
demagogia barata, la desinformación plausible y las patrañas
cotidianas de los cuñaos
indignadísimos de uno y otro lado por todo lo que ha acontecido
estos últimos meses.
Tendremos
el
discurso del Rey
y su retahíla de frases hechas, lugares comunes y eslóganes carcas
que nos hablarán del Espíritu
de la Transición
y una Constitución que nos dimos en nuestras horas más oscuras y
que si no es para dar gusto al capital extranjero no se puede ni
reformar, y en la que no se cumplen ni uno sólo de sus principios
básicos en justicia social.
No recordará a las mujeres maltratadas y humilladas constantemente.
Tampoco a los colectivos despreciados. Pasará
olímpicamente de los dependientes.
Ni la sarta de injusticias que la doble moral católico reaccionaria
del PP ha ido imponiendo estos años. No tendrá ni palabras para
quienes no pueden calentar su casa o sufren los rigores de la pobreza y la precariedad.
En
definitiva, la rueda consumista y el individualismo extremo aceleran
a finales de año para con una sarta de tradiciones
absurdas
vaciar de contenido simbólico y humanizante
las fiestas y todas nuestras relaciones sociales, para convertirlas
en ganancias.
Particularmente,
desde hace varios años limito mis regalos a mis seres queridos en un
detalle que trato de buscar sea de su agrado y utilidad y redoblo mis
aportaciones mensuales
a
varias ONG’s. También,
en las últimas navidades
hemos
instalado una tradición familiar de donar ropa (entre ellas 3 ó 4
mantas que compramos con ese objetivo) a entidades sociales que las
reparten cuidándose de evitar el escarnio y la estigmatización
social.
Lo
que quiero expresar con estas líneas que incluyen esta revelación
personal es que reflexionemos. Que paremos la rueda de la
cotidianidad
individualista y depredadora para reconocer
lo que esta pasando en el mundo y lo que nos está pasando a
nosotros.
Que empaticemos. Que recobremos la solidaridad y recuperemos la
cordura. Que
seamos más felices compartiendo que compitiendo.
Que tengamos siempre en mente que a nuestro alrededor, a veces pared
con pared, tenemos el sufrimiento y el dolor. La pobreza y la
indignidad.
Si
no lo veis
así y
por adelantado: Feliz e hipócrita Navidad. Feliz consumismo y
próspero Año precario.
Si
por el contrario os hecho espabilar, indignaros e incluso despertad
de éste Matrix,
disfrutad
de unas grandes fiestas con vuestros seres queridos
y que tengamos todas y todos un nuevo año intenso en la lucha,
solidario y convencido y
pleno en la victoria por la justicia social y los derechos humanos
como
cimientos
incuestionables
para un país, y un mundo mejor.
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