El
pasado miércoles 1 de noviembre concluía la tercera temporada de El
Ministerio del Tiempo.
En principio viene a cerrar la obra creada e impulsada por los
hermanos
Olivares
(Javier y Pablo) con una conclusión determinada en estas tres temporadas y
en entorno a la treintena de capítulos.
Los
avatares de la serie venían a confirmar veladamente ese cierre. Y la
exposición narrativa y el tono y el tema empleados en éste último
capítulo confirman esa intención, más allá de posibles parones en
búsqueda de la frescura -necesaria también- y de plataformas,
Netflix
lo más seguro, más amables y seguras del producto cultural que
tienen entre manos.
Durante
este último año desde el brillante cierre de la segunda temporada
en mayo del año pasado hasta el estreno de esta temporada, en junio,
la dirección de la serie ha tenido que sufrir con la desidia y el
martirio de una televisión
pública
dueña de los derechos de emisión que ni entendía ni le interesaba
el producto cultural que posee, ya que lejos de creer en el servicio
público, se tratan de personajes políticos de partido, de yugo y
flechas, que sólo ven el negocio, el dinero en lo que debería ser
función pública, servicio y calidad.
- Así primero pasaron hasta 4 meses en la confirmación de esta última temporada, lo que hizo que naturalmente varios de los miembros del elenco tuvieran que escoger otros proyectos, dificultando sobremanera la puesta en marcha de la grabación.
- Más tarde, con la obra filmada y montada, se postergaba en un cajón hasta la llegada del verano, momento del año donde menos gente ve televisión.
- Se anunciaba para un día, y pasaban dos semanas hasta su final estreno.
- Después, se anunciaba un parón veraniego para pasar a emitir la segunda mitad ya a partir de septiembre, todo parece ser para que las bajas audiencias no diesen carpetazo definitivo.
- Ya en octubre y para los dos últimos capítulos, la serie se pasaba al competido miércoles noche, dejando su tradicional espacio de los lunes para un reallity show de cantantes de mierda.
- Y todo ello, en una serie pretendidamente familiar cuya puesta en marcha cada semana se retrasaba hasta las 11 de la noche, cuando otras cadenas ya han comenzado la emisión de su programa estrella.
Así
y también hay que decirlo, porque a una parte muy notable de
espectadores españoles les interesan más programas que no les hagan
pensar, con contenidos chabacanos y zafios, las audiencias en la
emisión oficial fueron bajando, mientras me temo, porque no se
conocen esos datos, los visionados a través de otros dispositivos e
Internet han ido creciendo.
Pero
El
Ministerio del Tiempo
va a perdurar en la memoria y simpatía de una legión de seguidores,
los Ministéricos,
que hemos disfrutado, algunas veces más que otras, con dosis de
televisión de alta calidad. Narraciones brillantes y originales.
Geniales interpretaciones de muy buenos actores y actrices (salvo por
esta Lola Mendieta joven, interpretada por Macarena García y que no
había quien se la pudiera creer en cada escena). Innumerables
referencias a otras series, películas y personajes televisivos de
nuestra vida. E Historia.
Mucha,
buena, necesaria y bien contada Historia.
Por
todo esto la serie ha calado y cambiado el panorama televiso
nacional. Porque ha demostrado que si se cuidan ideas y proyectos y
se lanzan con honestidad y tratando a los posibles espectadores con
inteligencia existe en éste país una audiencia, posiblemente
reducida en número pero de alto valor, que pide y se suma a este
tipo de contenidos. Porque MdT
ha demostrado también que las series, en el mundo actual, no pueden
vivir de una emisión tradicional. Son entes vivos, con permanencia y
redundancia en las redes sociales y foros, que generan grupos de
seguidores y cantidades ingentes de contenido, que comparten y
participan, que ansían sumergirse en universos más completos y que
van más allá de lo que se ve en la televisión.
Y
porque, El
Ministerio del Tiempo,
ha vuelto a crear tendencia al generar un universo cultural propio y
redondo (repito con altibajos en algunas ocasiones) con un cierre y
un final.
Con
todo esto pretender que el dato de audiencias sea clave para decidir
si continúa o no la serie en una cadena pública se me antoja
erróneo y anticuado. Más si cabe cuando, repito en una cadena
pública que no vive de la publicidad, debería tener como principio
máximo la calidad. El servicio público, tanto informativo, social y
cultural como en materia de ocio con valor añadido. Y justo ahora en
el momento en el que la
credibilidad y reputación de RTVE está por los suelos,
lo único que ha recuperado o mantenido cierto nivel de empatía con
el ente público.
Por
todas estas razones es natural considerar que el pasado miércoles El
Ministerio del Tiempo cerró su andadura, queda por ver si temporal o
definitivamente, pero cuando menos si en RTVE a corto y medio
plazo.
La
ficción del género
de aventuras
en un relato
de ciencia ficción
-los
viajes en el tiempo-
que han traído sucesos y personajes históricos así como notables
referencias de la cultura pop, ofreciéndoselos a todo el publico.
Una patrulla de agentes de éste Ministerio secreto, que se adentra
en épocas anteriores para desactivar cambios en la narración de la
Historia que la cambiarían tal y como la conocemos, aunque muchos
sepamos y los propios personajes se lamenten a veces, que podríamos
haber cambiado a mejor.
Homenajes
Y
el miércoles con “Entre
dos tiempos”
se cerró. Cada diálogo y cada escena se sentía la sensación de
que creadores y equipo se despedía, cerraban una etapa siendo fieles
así mismos y respetando una vez más y como siempre, al público, a
sus “Ministéricos”.
Era
un homenaje a todos ellos pero también lo era para si misma, para la
serie en su capítulo final, como recorrido. Usando la trama -una
misión a los 60 para tratar de evitar el estreno de una serie en TVE
sobre el Ministerio del Tiempo- se recorrieron momentos vividos
durante estos treinta y tantos capítulos. Y se criticó aquella
televisión pública y a la actual, tan alejadas en el tiempo y
cercanas en eso de manipular y hacer que la gente “piense
lo que queramos que piense”.
Si
bien las tramas propias de la tercera temporada -Hijos de Padilla y
Ángel Exterminador- se cerraron en el penúltimo episodio, para éste
quedaron las más íntimas y personales de los protagonistas,
quedaron todas ellas, y sin excepción abiertas y libres a la
imaginación de los seguidores. El objetivo no era ese. El objetivo
era divertirse haciendo el capítulo, reírse de si mismos, plantear
auto
crítica
pura y dura y hacernos a todos participes para rendir homenaje a una
ficción que trasciende y nos ha hecho felices durante todos estos
capítulos.
También
éste episodio final resulta un homenaje
al medio, a la televisión,
y si también, y pese a todo, a la televisión
pública.
Se
vio como se construye y filma una serie y se recorrieron las intrigas
palaciegas entre creadores y directivos, mientras se homenajeaba a
todos y cada uno de los partícipes en la serie a través de guiños,
referencias culturales tanto históricas como propias de la cultura
pop, de la Historia y de la televisión. Meta-televisión
en estado puro.
Una
muestra, y no la única, que El
Ministerio del Tiempo
nos ha ofrecido de televisión
de calidad,
de servicio
público,
que debía nacer en la televisión pública (y obviamente es de
agradecer que se apostará en aquel momento por un producto para nada
convencional, ni dirigido al público mayoritario), y debería
continuar y seguir como seña de identidad, porque más allá de
audiencias, un medio que no vive de la publicidad, debería valorar
bastante más el reconocimiento critico y social así como el valor
añadido que otorga un contenido u otro.
A
la vuelta de preservar el pasado como es, la patrulla se encontraba
un presente cambiado, del mismo modo que en el final de la segunda
temporada, sólo que esta vez era porque a través de una compañía
privada, se había convertido el Ministerio en negocio ofreciendo
viajes a momentos históricos, importantes de la vida de uno mismo
(“¿quién
no querría asistir a su propio parto?”
-llega a preguntar la megafonía de los pasillos-) o cacerías de
seres humanos por la historia para ricos. La crítica
a la privatización de todo y al individualismo
que nos invade, es a la par atinada y mordaz.
Para
solucionarlo y tras ver como cada personaje ha tratado de luchar
contra esa deriva, se sucede el primer viaje al futuro, que sepamos,
en el Ministerio. Un futuro que resulta atroz y apocalíptico como
estamos “acostumbrados” a vislumbrar en las distopías
que nos llegan del cine y la literatura norteamericana.
Y
sobretodo era un homenaje en vida -y más que merecido- a Chicho
Ibañéz Serrador,
el fantástico e impresionante creador e innovador, que con sus
programas y sobretodo ese “Historias
para no dormir”
que también aparecía en la trama amplió las estrechas miras de un
país cuando más difícil era. La impresionante caracterización e
interpretación de Sergio Villanueva como el realizador de origen
uruguayo pone colofon a una serie
innovadora y original.
Donde la calidad
se demuestra planteando preguntas y respuestas a interpretar al
público, que es tratado con respeto de manera inteligente.
Sin
duda, El
Ministerio del Tiempo
ha supuesto un hito en la ficción televisiva en España, y para mi,
particularmente, reconciliarme con una parte de los creadores, y
trabajadores tanto en el aspecto técnico, como artístico de la
televisión.
Muchas
gracias por tantas horas, tantas risas, tantos zascas, tantos
chupitos de conmemoración y tantos momentos también dolorosos. Por
tratarme con respeto.
Por hacer de la Historia
de España
accesible a todas y todos. Por ofrecerla des interesadamente para que
instruya, para que debatamos, aprendamos y no cometamos los errores
del pasado. Gracias
y mucho ánimo por y para hacer televisión de calidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario