martes, 7 de noviembre de 2017

Cien años del Asalto al Palacio de Invierno



Hoy 7 de noviembre de 2017, 25 de octubre en el calendario juliano, se cumplen 100 años desde que en el marco de la Revolución Rusa, el líder bolchevique Vladimir Lenin y el menchevique León Trotsky superaron las diferencias ideológicas para asaltar el Palacio de Invierno en Petrogrado, comenzando así la Revolución de Octubre.
Se continuaba así con el proceso revolucionario ruso comenzado en febrero de ese 1917, pero que venía desde principios de siglo cuando el hambre, la guerra y la indignidad social campaban a sus anchas en la corrupta y clasista Rusia zarista.
Era el germen pragmático de lo que acabó siendo la Unión Soviética (URSS) y aquella revuelta, tenida en cuenta como Golpe de Estado, alcanzo el éxito sin derramar ni una sola gota de sangre.


Muchos tomamos esta efeméride con nostalgia y envidia por lo que fue, pero también con desazón por lo que podía haber acabado siendo y suponiendo para todo el mundo. Y además, en el mundo actual no deja de ser un ejemplo de empoderamiento de las clases trabajadoras frente a los intereses burgueses. Un hito de ilusión por el cambio en el que tras el análisis de los aciertos y errores de la Revolución de Octubre, nos permita sacar lecciones en un momento de desconcierto, desilusión, incertidumbre y pesadumbre.
Entre sus consecuencias más positivas está sin duda el aliento que ha lanzado a todo el mundo y a la historia sobre las esperanzas de cambio y la voluntad de protesta, reivindicación y contestación social de las clases trabajadoras y deprimidas contra los gobiernos y las instituciones del capitalismo. Fue de tal manera que durante 40 años la “Guerra” entre los dos modelos sociales, capitalismo y comunismo, y el miedo que el segundo generó en quienes gobernaban el primero, alentó las políticas de redistribución de la riqueza en Occidente que favoreció la creación de los Estados del bienestar y las épocas de mayor crecimiento personal y social de la historia. La prueba más evidente de ello es que acabado el “fantasma” del Comunismo, comenzó el desguace del estado del bienestar y aumentaron las desigualdades exponencialmente, proceso que no ha parado hasta hoy, y que no tiene pinta que lo vaya hacer si la ciudadanía no vuelve a empoderarse.
Además puso sobre la mesa la aberración del trabajo infantil iniciando una política agresiva contra las fábricas y explotaciones agrícolas que empleaban a menores de 14 años, así como la alfabetización forzada y la escolaridad para millones de niños y niñas.
Otro de sus grandes hitos fue contribuir como desencadenante del proceso de des colonización, otorgando a muchos países de África, Asia y América del Sur, empaque político dentro de las Internacionales Socialistas a los movimientos de independencia de países y ciudadanías sumidas bajo el yugo de las potencias europeas y que recogían planteamientos ideológicos socialistas.
En cuanto a los errores, quizás el más grave fue la renuncia al ideal leninista y marxista de crear una sociedad, que tras la transición de la Dictadura del Proletariado, fuera aboliendo los mecanismos de poder del estado (policía, ejército, burocracia) hasta llegar al fin del trabajo asalariado, de la posesión de la fuerza de trabajo como mercancía. Y sin embargo, el estado soviético se convirtió en un ente opresor y tremendamente burocratizado como defensa ante las agresiones de los enemigos internos y externos de la Revolución.
Entre las agresiones de los enemigos capitalistas externos estuvo de manera decisiva el interés de las economías capitalistas occidentales por hacer negocio con la guerra e interviniendo activamente en las cuestiones rusas, armando a los contendientes de la posterior a la Revolución, Guerra Civil Rusa, que se saldó con más de 8 millones de muertos, con la economía de la nueva nación destruida y con unas pocas decenas de industriales y financieros europeos más ricos aún y con más poder para seguir oprimiendo a sus respectivas clases trabajadoras e imposibilitar la exportación, la internacionalización, de la Revolución social.
La Guerra Civil se ganó gracias al apoyo de los obreros y los campesinos, pero lo que en octubre de 1917 era un poder representativo de los soviets en 1921, era y por circunstancias de la guerra, una dictadura bolchevique, contra la que surgían protestas de obreros en Petrogrado y marinos en Kronstadt. Lenin consideró necesario mantener el control político mientras se emprendía una campaña de reconstrucción económica, antes de reemprender el programa de transformación social. Era la Nueva Política Económica (NEP) bajo los métodos de planificación elaborados por la Gosplan y tras la muerte de Lenin (1924) y las intrigas “palaciegas” para sustituirle, fue Stalin quien ya en 1929 optó por una industrialización forzada (Primer Plan Quinquenal 1929-34) y la conversión de ingentes territorios en gigantescas parcelas agrarias que consumían muchos recursos (sobretodo hídricos) y daban pocos rendimientos. Todo mientras crecía la amenaza exterior, tanto fascista, como capitalista, y dentro se sucedían cada vez con más violencia tanto en la propagación como en la represión manifestaciones y algaradas.
Pasados los años, la Segunda Guerra Mundial -de la que cabe decir sin faltar a la verdad, que fue decisiva la participación de la URSS para que en Europa no ganará fácil la Alemania Nazi-, y los planes quinquenales los sucesores de Stalin mantuvieron el miedo a la disidencia lo que provocó la falta de democracia interna, así como la modernización ideológica, cultural y social que a la postre, fue una de las causas del declive de la URSS, unido a que dada las condiciones climáticas y de suelos se hizo imposible la diversificación de la economía, lo que la hizo vulnerable ante episodios de crisis promovidos por las élites capitalistas, junto a la nula renovación de personas e ideas en el partido y el politburó. Baste como ejemplo decir que en 1984 tras los breves mandatos de los septuagenarios Andropov y Chermenko, el 70% de los miembros del Soviet Supremo, superaban los 65 años de edad.


A pesar de todo ello, es evidente que la ilusión generada por el proyecto marxista-leninista y los éxitos en materias de igualdad y avance científico animó durante muchos años las luchas de quienes aspiraban a realizar la revolución, a construir un mundo mejor, más igualitario, libertario y progresista. Así la socialdemocracia, se vio beneficiada en su papel de encaje entre el capitalismo-liberalismo y el comunismo-socialismo, combatiendo por un lado la expansión de las ideas revolucionarias, pero sirviéndose de ellas para facilitar la implementación de políticas sociales en pro de la igualdad social junto a la lucha y el convencimiento ideológico de millones de trabajadores, redistribuyendo el flujo de ganancias capitalistas entre las distintas capas sociales -con mayor o menor permeabilidad dependiendo de la coyuntura social y cultural- y garantizando la viabilidad económica de los derechos sociales (educación, sanidad, servicios sociales e incluso trabajo y vivienda).
Así tenemos entre 1945 y 1975 en Occidente una época de crecimiento en el bienestar social que favoreció el consumismo y la mejora de la práctica totalidad de índices que miden la calidad de la vida humana (esperanza de vida, tasa de alfabetización, etc.).


Sin embargo ya a finales de los 60 se vio como el desgaste del proyecto revolucionario en la URSS -debido en gran medida a lo reacio que se fue en el PCUS para dar entrada a nuevas personas e ideas-, hizo que ante eventos como el mayo del 68 en París o la Primavera de Praga se viera como imposible en las retinas de los ciudadanos la implementación de un “socialismo de rostro humano”. Así, perdida la capacidad para generar ilusión y adhesiones, perdió también la capacidad que tenía para amenazar a las clases propietarias, a las élites opresoras, y estas inmediatamente después comenzaron su política de capitalismo expansivo, su liberalismo extremo, su neoliberalismo despiadado para ir retirando las concesiones sociales que habían hecho, proceso éste último que sigue vigente hasta el día de hoy.
En los años ochenta, en momentos de crisis económica y de inmovilismo político, los ciudadanos del área controlada por la Unión Soviética decidieron que no merecía la pena seguir defendiendo el sistema en el que habían vivido durante tantos años. El testimonio de un antiguo habitante de la Alemania Oriental que hoy vive en Estados Unidos ilustra acerca de la naturaleza de este desengaño: “Sabíamos entonces que lo que nuestra prensa decía sobre nuestro país era un montón de mentiras, de modo que creímos que lo que decía sobre “occidente” era también mentira. No fue hasta llegar a Estados Unidos que descubrió que era verdad que había mucha gente en la pobreza, viviendo en las calles y sin acceso a cuidados médicos, tal como decía la prensa de mi país (...) Hubiese deseado haberlo sabido a tiempo para decidir qué aspectos de las sociedades de occidente merecía la pena adoptar, en lugar de permitir a sus expertos que nos impusieran la totalidad del modelo neoliberal”.


Con esta reflexión debemos quedarnos justo en estos días en los que el Centenario de la Revolución Rusa deambula entre la invisibilidad mediática y de los círculos académicos acomodados y el desprestigio interesado fruto de años de lavado de cerebro masivo con propaganda hostil hacia el Comunismo, animada también por el interés en ocultar todo lo positivo que tuvo la Revolución.
La alternativa desde luego no es silencio, pero tampoco puede ser una defensa a ultranza sin análisis, debate y sosiego. Es necesario que la izquierda, en todo el mundo y desde cualquier ámbito -asamblea de partido, asociacionismo, sindicato, medios de comunicación- dialogue sobre lo que fue, es y puede ser o no la Revolución Rusa, su legado y su trascendencia en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Y para detectar su potencia y virtudes, así como los errores con el afán de no repetirlos.
La importancia del momento así lo requiere y poder disponer de un ejemplo tan valido nos tiene que servir para hacer un discurso que empodere, que estimule y que anime a toda la ciudadanía a todos los trabajadores a defender su vida, su dignidad y su libertad. Su progreso, su futuro. Su educación y su sanidad. Trabajo y vivienda. Un medio ambiente próspero y seguro. Y una ética indisoluble del ser humano donde no pueden entrar ni el egoísmo, ni la corrupción, ni la avaricia, ni los abusos de poder.
100 años de Revolución Rusa. Y 150 años de El Capital, de Marx. Un siglo y medio de desarrollo y puesta en práctica de una ideología que con sus errores y aciertos ha dado mucho más de lo que haya podido quitar, y que se antoja, hoy día culmen del individualismo y el capitalismo desaforado, como imprescindible para tejer un futuro pleno para todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo.


Dos notas finales: De entre los muchos libros y bastantes de ellos buenos sobre la Historia de la Revolución Rusa y de la URSS yo destacó el de Carlos Taibo.
Y para tener más material sobre el que ilustrar por qué colapsó la URSS, enlazó a éste artículo, que me parece muy acertado y completo, sobrepasando el tema desde el enfoque que yo le he dado como Centenario de la Revolución de Octubre.

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