Hoy
7 de noviembre de 2017, 25 de octubre en el calendario juliano, se
cumplen 100
años
desde que en el marco de la Revolución
Rusa,
el líder bolchevique Vladimir
Lenin
y el menchevique León Trotsky superaron las diferencias ideológicas
para asaltar el Palacio
de Invierno en Petrogrado,
comenzando así la Revolución
de Octubre.
Se
continuaba así con el proceso revolucionario ruso comenzado en
febrero de ese 1917, pero que venía desde principios de siglo cuando
el hambre, la guerra y la indignidad social campaban a sus anchas en
la corrupta y clasista Rusia zarista.
Era
el germen pragmático de lo que acabó siendo la Unión
Soviética (URSS)
y aquella revuelta, tenida en cuenta como Golpe de Estado, alcanzo el
éxito sin derramar ni una sola gota de sangre.
Muchos
tomamos esta efeméride con nostalgia y envidia por lo que fue, pero
también con desazón por lo que podía haber acabado siendo y
suponiendo para todo el mundo. Y además, en el mundo actual no deja
de ser un ejemplo de empoderamiento
de las clases trabajadoras frente a los intereses burgueses.
Un hito de ilusión por el cambio en el que tras el análisis de los
aciertos y errores de la Revolución
de Octubre,
nos permita sacar lecciones en un momento de desconcierto,
desilusión, incertidumbre y pesadumbre.
Entre
sus consecuencias más positivas está sin duda el aliento que ha
lanzado a todo el mundo y a la historia sobre las esperanzas de
cambio y la voluntad de protesta, reivindicación
y contestación social
de las clases trabajadoras y deprimidas contra los gobiernos y las
instituciones del capitalismo. Fue de tal manera que durante 40 años
la “Guerra”
entre los dos modelos sociales, capitalismo
y comunismo,
y el miedo que el segundo generó en quienes gobernaban el primero,
alentó
las políticas de redistribución de la riqueza
en Occidente que favoreció la creación de los Estados
del bienestar
y las épocas de mayor crecimiento personal y social de la historia.
La prueba más evidente de ello es que acabado el
“fantasma” del Comunismo,
comenzó el desguace del estado del bienestar y aumentaron las
desigualdades exponencialmente, proceso que no ha parado hasta hoy, y
que no tiene pinta que lo vaya hacer si la ciudadanía no vuelve a
empoderarse.
Además puso sobre la mesa la aberración del trabajo infantil iniciando una política agresiva contra las fábricas y explotaciones agrícolas que empleaban a menores de 14 años, así como la alfabetización forzada y la escolaridad para millones de niños y niñas.
Además puso sobre la mesa la aberración del trabajo infantil iniciando una política agresiva contra las fábricas y explotaciones agrícolas que empleaban a menores de 14 años, así como la alfabetización forzada y la escolaridad para millones de niños y niñas.
Otro
de sus grandes hitos fue contribuir como desencadenante del proceso
de des
colonización,
otorgando a muchos países de África, Asia y América del Sur,
empaque político dentro de las Internacionales
Socialistas
a los movimientos de independencia de países y ciudadanías sumidas
bajo el yugo de las potencias europeas y
que recogían planteamientos ideológicos socialistas.
En
cuanto a los errores, quizás el más grave fue la renuncia al ideal
leninista
y marxista
de crear una sociedad, que tras la transición de la Dictadura
del Proletariado,
fuera aboliendo los mecanismos de poder del estado (policía,
ejército, burocracia) hasta llegar al fin del trabajo asalariado, de
la posesión de la fuerza de trabajo como mercancía.
Y
sin embargo, el estado soviético se convirtió en un ente opresor y
tremendamente burocratizado como defensa ante las agresiones de los
enemigos internos y externos de la Revolución.
Entre
las agresiones de los enemigos capitalistas externos estuvo de manera
decisiva el interés de las economías capitalistas occidentales por
hacer negocio con la guerra e interviniendo activamente en las
cuestiones rusas, armando a los contendientes de la posterior a la
Revolución, Guerra
Civil Rusa,
que se saldó con más de 8 millones de muertos, con la economía de
la nueva nación destruida y con unas pocas decenas de industriales y
financieros europeos más ricos aún y con más poder para seguir
oprimiendo a sus respectivas clases trabajadoras e imposibilitar la
exportación, la internacionalización, de la Revolución social.
La
Guerra Civil se ganó gracias al apoyo de los obreros y los
campesinos, pero lo que en octubre de 1917 era un poder
representativo de los soviets en 1921, era y por circunstancias de la
guerra, una dictadura
bolchevique,
contra la que surgían protestas de obreros en Petrogrado y marinos
en Kronstadt. Lenin
consideró necesario mantener el control político mientras se
emprendía una campaña de reconstrucción económica, antes de
reemprender el programa de transformación social. Era la Nueva
Política Económica (NEP)
bajo los métodos de planificación elaborados por la Gosplan
y tras la muerte de Lenin (1924) y las intrigas “palaciegas” para
sustituirle, fue Stalin
quien ya en 1929 optó por una industrialización forzada (Primer
Plan Quinquenal
1929-34) y la conversión de
ingentes
territorios en gigantescas parcelas agrarias que consumían muchos
recursos (sobretodo hídricos) y daban pocos rendimientos. Todo
mientras crecía la amenaza exterior, tanto fascista, como
capitalista, y dentro se sucedían cada vez con más violencia tanto
en la propagación como en la represión manifestaciones y algaradas.
Pasados
los años, la Segunda
Guerra Mundial
-de la que cabe decir sin faltar a la verdad, que fue decisiva la participación de la URSS para
que en Europa no ganará fácil la Alemania Nazi-, y
los planes
quinquenales
los sucesores de Stalin mantuvieron el miedo a la disidencia lo que
provocó la falta
de democracia interna,
así como la modernización ideológica, cultural y social que a la
postre, fue una de las causas del declive de la URSS,
unido
a que dada las condiciones climáticas y de suelos se hizo imposible
la diversificación de la economía, lo que la hizo vulnerable ante
episodios de crisis promovidos por las élites capitalistas, junto a
la nula renovación de personas e ideas en el partido y el politburó.
Baste
como ejemplo decir que en
1984 tras los breves mandatos de los septuagenarios Andropov y
Chermenko, el 70% de los miembros del Soviet Supremo, superaban los
65 años de edad.
A
pesar de todo ello, es evidente que la ilusión generada por el
proyecto marxista-leninista
y los éxitos en materias de igualdad y avance científico animó
durante muchos años las luchas de quienes aspiraban a realizar la
revolución, a construir un mundo mejor, más igualitario, libertario
y progresista. Así la socialdemocracia,
se vio beneficiada en su papel de encaje
entre el capitalismo-liberalismo y el comunismo-socialismo,
combatiendo por un lado la expansión de las ideas revolucionarias,
pero sirviéndose de ellas para facilitar la implementación de
políticas sociales en pro de la igualdad social junto
a la lucha y el convencimiento ideológico de millones de
trabajadores,
redistribuyendo el flujo de ganancias capitalistas entre las
distintas capas sociales -con mayor o menor permeabilidad dependiendo
de la coyuntura social y cultural- y garantizando la viabilidad
económica de los derechos sociales (educación, sanidad, servicios
sociales e incluso trabajo y vivienda).
Así
tenemos entre 1945 y 1975 en Occidente una época de crecimiento en
el bienestar social que favoreció el consumismo y la mejora de la
práctica totalidad de índices que miden la calidad de la vida
humana (esperanza de vida, tasa de alfabetización, etc.).
Sin
embargo ya a finales de los 60 se vio como el desgaste del proyecto
revolucionario en la URSS -debido en gran medida a lo reacio que se
fue en el PCUS para dar entrada a nuevas personas e ideas-, hizo que
ante eventos como el
mayo del 68 en París
o la Primavera
de Praga
se viera como imposible en las retinas de los ciudadanos la
implementación de un “socialismo
de rostro humano”.
Así, perdida la capacidad para generar ilusión y adhesiones, perdió
también la capacidad que tenía para amenazar a las clases
propietarias, a las élites opresoras, y
estas inmediatamente después comenzaron su política de capitalismo
expansivo, su liberalismo extremo, su neoliberalismo despiadado para
ir retirando las concesiones sociales que habían hecho, proceso éste
último que sigue vigente hasta el día de hoy.
En
los años ochenta, en momentos de crisis económica y de inmovilismo
político, los ciudadanos del área controlada por la Unión
Soviética
decidieron que no merecía la pena seguir defendiendo el sistema en
el que habían vivido durante tantos años. El testimonio de un
antiguo habitante de la Alemania Oriental que hoy vive en Estados
Unidos ilustra acerca de la naturaleza de este desengaño: “Sabíamos
entonces que lo que nuestra prensa decía sobre nuestro país era un
montón de mentiras, de modo que creímos que lo que decía sobre
“occidente” era también mentira. No fue hasta llegar a Estados
Unidos que descubrió que era verdad que había mucha gente en la
pobreza, viviendo en las calles y sin acceso a cuidados médicos, tal
como decía la prensa de mi país (...) Hubiese deseado haberlo
sabido a tiempo para decidir qué aspectos de las sociedades de
occidente merecía la pena adoptar, en lugar de permitir a sus
expertos que nos impusieran la totalidad del modelo neoliberal”.
Con
esta reflexión debemos quedarnos justo en estos días en los que el
Centenario
de la Revolución Rusa
deambula entre la invisibilidad mediática y de los círculos
académicos acomodados y el desprestigio interesado fruto de años de
lavado de cerebro masivo con propaganda hostil hacia el Comunismo,
animada también por el interés en ocultar todo lo positivo que
tuvo la Revolución.
La
alternativa desde luego no es silencio, pero tampoco puede ser una
defensa a ultranza sin análisis, debate y sosiego. Es necesario que
la izquierda,
en todo el mundo y desde cualquier ámbito -asamblea de partido,
asociacionismo, sindicato, medios de comunicación- dialogue sobre lo
que fue, es y puede ser o no la Revolución
Rusa,
su legado y su trascendencia en el siglo XX y en lo que llevamos del
XXI. Y para detectar su potencia y virtudes, así como los errores
con el afán de no repetirlos.
La
importancia del momento así lo requiere y poder disponer de un
ejemplo tan valido nos tiene que servir para hacer un discurso que
empodere, que estimule y que anime a toda la ciudadanía a
todos los trabajadores a defender su vida, su dignidad y su libertad.
Su progreso, su futuro. Su educación y su sanidad. Trabajo y
vivienda. Un medio ambiente próspero y seguro. Y una ética
indisoluble del ser humano donde no pueden entrar ni el egoísmo, ni
la corrupción, ni la avaricia, ni los abusos de poder.
100 años
de Revolución Rusa.
Y 150 años
de El Capital, de Marx.
Un siglo y medio de desarrollo y puesta en práctica de una ideología
que con sus errores y aciertos ha dado mucho más de lo que haya podido
quitar, y que se antoja, hoy día culmen del individualismo y el
capitalismo desaforado, como imprescindible para tejer un futuro
pleno para todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo.
Dos
notas finales: De entre los muchos libros y bastantes de ellos buenos
sobre la Historia
de la Revolución Rusa y de la URSS yo
destacó el de Carlos
Taibo.
Y
para tener más material sobre el que ilustrar por
qué colapsó la URSS,
enlazó a éste artículo, que me parece muy acertado y completo,
sobrepasando el tema desde el enfoque que yo le he dado como
Centenario
de la Revolución de Octubre.
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