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martes, 7 de noviembre de 2017

Cien años del Asalto al Palacio de Invierno



Hoy 7 de noviembre de 2017, 25 de octubre en el calendario juliano, se cumplen 100 años desde que en el marco de la Revolución Rusa, el líder bolchevique Vladimir Lenin y el menchevique León Trotsky superaron las diferencias ideológicas para asaltar el Palacio de Invierno en Petrogrado, comenzando así la Revolución de Octubre.
Se continuaba así con el proceso revolucionario ruso comenzado en febrero de ese 1917, pero que venía desde principios de siglo cuando el hambre, la guerra y la indignidad social campaban a sus anchas en la corrupta y clasista Rusia zarista.
Era el germen pragmático de lo que acabó siendo la Unión Soviética (URSS) y aquella revuelta, tenida en cuenta como Golpe de Estado, alcanzo el éxito sin derramar ni una sola gota de sangre.


Muchos tomamos esta efeméride con nostalgia y envidia por lo que fue, pero también con desazón por lo que podía haber acabado siendo y suponiendo para todo el mundo. Y además, en el mundo actual no deja de ser un ejemplo de empoderamiento de las clases trabajadoras frente a los intereses burgueses. Un hito de ilusión por el cambio en el que tras el análisis de los aciertos y errores de la Revolución de Octubre, nos permita sacar lecciones en un momento de desconcierto, desilusión, incertidumbre y pesadumbre.
Entre sus consecuencias más positivas está sin duda el aliento que ha lanzado a todo el mundo y a la historia sobre las esperanzas de cambio y la voluntad de protesta, reivindicación y contestación social de las clases trabajadoras y deprimidas contra los gobiernos y las instituciones del capitalismo. Fue de tal manera que durante 40 años la “Guerra” entre los dos modelos sociales, capitalismo y comunismo, y el miedo que el segundo generó en quienes gobernaban el primero, alentó las políticas de redistribución de la riqueza en Occidente que favoreció la creación de los Estados del bienestar y las épocas de mayor crecimiento personal y social de la historia. La prueba más evidente de ello es que acabado el “fantasma” del Comunismo, comenzó el desguace del estado del bienestar y aumentaron las desigualdades exponencialmente, proceso que no ha parado hasta hoy, y que no tiene pinta que lo vaya hacer si la ciudadanía no vuelve a empoderarse.
Además puso sobre la mesa la aberración del trabajo infantil iniciando una política agresiva contra las fábricas y explotaciones agrícolas que empleaban a menores de 14 años, así como la alfabetización forzada y la escolaridad para millones de niños y niñas.
Otro de sus grandes hitos fue contribuir como desencadenante del proceso de des colonización, otorgando a muchos países de África, Asia y América del Sur, empaque político dentro de las Internacionales Socialistas a los movimientos de independencia de países y ciudadanías sumidas bajo el yugo de las potencias europeas y que recogían planteamientos ideológicos socialistas.
En cuanto a los errores, quizás el más grave fue la renuncia al ideal leninista y marxista de crear una sociedad, que tras la transición de la Dictadura del Proletariado, fuera aboliendo los mecanismos de poder del estado (policía, ejército, burocracia) hasta llegar al fin del trabajo asalariado, de la posesión de la fuerza de trabajo como mercancía. Y sin embargo, el estado soviético se convirtió en un ente opresor y tremendamente burocratizado como defensa ante las agresiones de los enemigos internos y externos de la Revolución.
Entre las agresiones de los enemigos capitalistas externos estuvo de manera decisiva el interés de las economías capitalistas occidentales por hacer negocio con la guerra e interviniendo activamente en las cuestiones rusas, armando a los contendientes de la posterior a la Revolución, Guerra Civil Rusa, que se saldó con más de 8 millones de muertos, con la economía de la nueva nación destruida y con unas pocas decenas de industriales y financieros europeos más ricos aún y con más poder para seguir oprimiendo a sus respectivas clases trabajadoras e imposibilitar la exportación, la internacionalización, de la Revolución social.
La Guerra Civil se ganó gracias al apoyo de los obreros y los campesinos, pero lo que en octubre de 1917 era un poder representativo de los soviets en 1921, era y por circunstancias de la guerra, una dictadura bolchevique, contra la que surgían protestas de obreros en Petrogrado y marinos en Kronstadt. Lenin consideró necesario mantener el control político mientras se emprendía una campaña de reconstrucción económica, antes de reemprender el programa de transformación social. Era la Nueva Política Económica (NEP) bajo los métodos de planificación elaborados por la Gosplan y tras la muerte de Lenin (1924) y las intrigas “palaciegas” para sustituirle, fue Stalin quien ya en 1929 optó por una industrialización forzada (Primer Plan Quinquenal 1929-34) y la conversión de ingentes territorios en gigantescas parcelas agrarias que consumían muchos recursos (sobretodo hídricos) y daban pocos rendimientos. Todo mientras crecía la amenaza exterior, tanto fascista, como capitalista, y dentro se sucedían cada vez con más violencia tanto en la propagación como en la represión manifestaciones y algaradas.
Pasados los años, la Segunda Guerra Mundial -de la que cabe decir sin faltar a la verdad, que fue decisiva la participación de la URSS para que en Europa no ganará fácil la Alemania Nazi-, y los planes quinquenales los sucesores de Stalin mantuvieron el miedo a la disidencia lo que provocó la falta de democracia interna, así como la modernización ideológica, cultural y social que a la postre, fue una de las causas del declive de la URSS, unido a que dada las condiciones climáticas y de suelos se hizo imposible la diversificación de la economía, lo que la hizo vulnerable ante episodios de crisis promovidos por las élites capitalistas, junto a la nula renovación de personas e ideas en el partido y el politburó. Baste como ejemplo decir que en 1984 tras los breves mandatos de los septuagenarios Andropov y Chermenko, el 70% de los miembros del Soviet Supremo, superaban los 65 años de edad.


A pesar de todo ello, es evidente que la ilusión generada por el proyecto marxista-leninista y los éxitos en materias de igualdad y avance científico animó durante muchos años las luchas de quienes aspiraban a realizar la revolución, a construir un mundo mejor, más igualitario, libertario y progresista. Así la socialdemocracia, se vio beneficiada en su papel de encaje entre el capitalismo-liberalismo y el comunismo-socialismo, combatiendo por un lado la expansión de las ideas revolucionarias, pero sirviéndose de ellas para facilitar la implementación de políticas sociales en pro de la igualdad social junto a la lucha y el convencimiento ideológico de millones de trabajadores, redistribuyendo el flujo de ganancias capitalistas entre las distintas capas sociales -con mayor o menor permeabilidad dependiendo de la coyuntura social y cultural- y garantizando la viabilidad económica de los derechos sociales (educación, sanidad, servicios sociales e incluso trabajo y vivienda).
Así tenemos entre 1945 y 1975 en Occidente una época de crecimiento en el bienestar social que favoreció el consumismo y la mejora de la práctica totalidad de índices que miden la calidad de la vida humana (esperanza de vida, tasa de alfabetización, etc.).


Sin embargo ya a finales de los 60 se vio como el desgaste del proyecto revolucionario en la URSS -debido en gran medida a lo reacio que se fue en el PCUS para dar entrada a nuevas personas e ideas-, hizo que ante eventos como el mayo del 68 en París o la Primavera de Praga se viera como imposible en las retinas de los ciudadanos la implementación de un “socialismo de rostro humano”. Así, perdida la capacidad para generar ilusión y adhesiones, perdió también la capacidad que tenía para amenazar a las clases propietarias, a las élites opresoras, y estas inmediatamente después comenzaron su política de capitalismo expansivo, su liberalismo extremo, su neoliberalismo despiadado para ir retirando las concesiones sociales que habían hecho, proceso éste último que sigue vigente hasta el día de hoy.
En los años ochenta, en momentos de crisis económica y de inmovilismo político, los ciudadanos del área controlada por la Unión Soviética decidieron que no merecía la pena seguir defendiendo el sistema en el que habían vivido durante tantos años. El testimonio de un antiguo habitante de la Alemania Oriental que hoy vive en Estados Unidos ilustra acerca de la naturaleza de este desengaño: “Sabíamos entonces que lo que nuestra prensa decía sobre nuestro país era un montón de mentiras, de modo que creímos que lo que decía sobre “occidente” era también mentira. No fue hasta llegar a Estados Unidos que descubrió que era verdad que había mucha gente en la pobreza, viviendo en las calles y sin acceso a cuidados médicos, tal como decía la prensa de mi país (...) Hubiese deseado haberlo sabido a tiempo para decidir qué aspectos de las sociedades de occidente merecía la pena adoptar, en lugar de permitir a sus expertos que nos impusieran la totalidad del modelo neoliberal”.


Con esta reflexión debemos quedarnos justo en estos días en los que el Centenario de la Revolución Rusa deambula entre la invisibilidad mediática y de los círculos académicos acomodados y el desprestigio interesado fruto de años de lavado de cerebro masivo con propaganda hostil hacia el Comunismo, animada también por el interés en ocultar todo lo positivo que tuvo la Revolución.
La alternativa desde luego no es silencio, pero tampoco puede ser una defensa a ultranza sin análisis, debate y sosiego. Es necesario que la izquierda, en todo el mundo y desde cualquier ámbito -asamblea de partido, asociacionismo, sindicato, medios de comunicación- dialogue sobre lo que fue, es y puede ser o no la Revolución Rusa, su legado y su trascendencia en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Y para detectar su potencia y virtudes, así como los errores con el afán de no repetirlos.
La importancia del momento así lo requiere y poder disponer de un ejemplo tan valido nos tiene que servir para hacer un discurso que empodere, que estimule y que anime a toda la ciudadanía a todos los trabajadores a defender su vida, su dignidad y su libertad. Su progreso, su futuro. Su educación y su sanidad. Trabajo y vivienda. Un medio ambiente próspero y seguro. Y una ética indisoluble del ser humano donde no pueden entrar ni el egoísmo, ni la corrupción, ni la avaricia, ni los abusos de poder.
100 años de Revolución Rusa. Y 150 años de El Capital, de Marx. Un siglo y medio de desarrollo y puesta en práctica de una ideología que con sus errores y aciertos ha dado mucho más de lo que haya podido quitar, y que se antoja, hoy día culmen del individualismo y el capitalismo desaforado, como imprescindible para tejer un futuro pleno para todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo.


Dos notas finales: De entre los muchos libros y bastantes de ellos buenos sobre la Historia de la Revolución Rusa y de la URSS yo destacó el de Carlos Taibo.
Y para tener más material sobre el que ilustrar por qué colapsó la URSS, enlazó a éste artículo, que me parece muy acertado y completo, sobrepasando el tema desde el enfoque que yo le he dado como Centenario de la Revolución de Octubre.

miércoles, 5 de octubre de 2016

El PSOE y su sábado de los cuchillos largos

No era mi intención actualizar esta bitácora con una entrada como la que tienes delante de ti. Estoy preparando un texto mucho más enriquecedor y sorprendente. Pero la deriva de los acontecimientos políticos y sociales de #Españistan me han obligado a expresarme y dejar unas líneas para quien las quiera leer sobre la situación del PSOE que no puede definirse de otra forma que no sea como crisis.
Crisis del PSOE, como síntoma y a la vez consecuencia de la crisis del sistema. Crisis del PSOE, consecuencia del estallido de las burbujas financieras como estafa que no supo gestionar desde el poder. Crisis del PSOE idéntica a la crisis de legitimidad de la socialdemocracia europea. Y crisis del PSOE eslabón último (hasta el momento) de la crisis del Régimen del 78, del estado de las cosas en el tardo-franquismo español.
Las elecciones generales del 26 de junio abrían, como vaticiné en aquel momento, un escenario en el que sería el PSOE el actor que decidiera el destino político del país.
La encrucijada para el PSOE era:
  • O permitir el gobierno del PP, con su abstención.
  • O sumarse a una gran coalición españolista junto al PP y Ciudadadanos.
En ambos casos, supondría el final del PSOE puesto abandonaría de facto todo discurso social (socialdemócrata) y cualquier impetú por buscar la federalidad del estado para solucionar los problemas identitarios de las regiones-nación del estado español. En todo caso se procedería a la fagocitación desde la derecha de su mensaje, y por lo tanto, en un futuro de una parte de su electorado, mientras la gran mayoría del mismo, huiría a otras opciones que podían pasar por Unidos Podemos, o la abstención.
  • La tercera opción era (y a estas horas todavía es) buscar un gobierno alternativo de izquierdas. Con un proceso de negociación entre el PSOE, Unidos Podemos, las confluencias, y sí, los nacionalistas.
Desde luego una alternativa real y posible, necesaria para el país y que se presentaba (también en diciembre) como una oportunidad para articular un calendario y un proceso constitutivo que dé a este país un clima de mayor armonía y respeto. Y por supuesto, la única manera de poder articular políticas que pongan de nuevo al ciudadano, hombre y mujer, en el centro del debate para mejorar su bienestar. Construir una economía al servicio de las personas. Garantías de sostenibilidad y recuperación de medio ambiente. Crear un sistema político, con real separación de poderes, con una justicia independiente capaz de poner coto a la corrupción y la inmoralidad que campean a sus anchas por el estado español.
En definitiva, una mayoría de izquierdas, con una política revolucionaria (lógicamente con matices puesto que le precedería un proceso de negociación) que pudiera cambiar a mejor, nuestro país.
Antes de que me etiquetéis en una corriente u otra de mi partido, Izquierda Unida, digo que está es la única alternativa medianamente asumible para evitar las terceras elecciones y sobretodo, una mayoría del PP que siga esquilmando el país, laminando el tejido social y contaminando con amoralidad y corrupción cada aspecto del estado.


Pero bien, centrémonos en lo sucedido.
Pedro Sánchez ha ido cosechando, como Secretario General del PSOE y candidato socialista a la presidencia del Gobierno, mínimos históricos en las distintas elecciones celebradas en estos dos últimos años, con un “sorpasso” ya por fin, en las autonómicas de Galicia y Euskadi, del pasado 25 de septiembre.
El acontecimiento de que la izquierda alternativa sobrepase por la izquierda al PSOE fue ya la espoleta definitiva para que desde Andalucía, Susana Díaz saltará Despeñaperros para controlar definitivamente el partido sin cortinas. Para ello empleo la maniobra de boicotear el trabajo de la dirección federal, precipitando un congreso de los cuchillos largos que el pasado sábado terminaba con la Dimisión de Pedro Sánchez, tras perder una votación por el procedimiento a seguir para reivindicar su liderazgo al frente del partido.
Ni que decir tiene que todo este espectáculo bochornoso, televisado y retuiteado hasta la saciedad ha dañado profundamente la imagen de un partido que difícilmente se quitará el estigma del Juego de Tronos empleado para controlarlo. La calle Ferraz llena de periodistas, militantes y simpatizantes, de una u otra facción, y con cargos del partido grabando y filmando a escondidas a “sus” compañeros y compañeras para luego filtrarlo a la prensa de derechas ávida de carnaza es un escenario que hace imposible mostrar al PSOE como una entidad seria para gestionar cualquier administración. Ni el corto plazo (donde ya se están revisando acuerdos de gobernabilidad en las regiones que con coalición preside el partido socialista), ni el medio, y mucho me temo, que tampoco en el largo plazo.
Pero no voy a comentar más este espectáculo, que en principio ni me va, ni me viene. Es más, todo parece que podemos estar más cerca de conseguir esa ansiada y necesaria mayoría social de izquierda alternativa (en las urnas, porque en las calles es otra cosa) para tratar de cambiar este país y luchar contra tanto fascismo y tanto ultra liberalismo.
Lo que quiero destacar es el hecho, la excusa que se ha buscado para cortar la cabeza a Pedro Sánchez, asaltar el poder del PSOE, y retransmitirlo todo como si fuera Game of Thornes o House of Cards, pero quedándose en un rancio y cutre, Cine de Barrio.
El NO de Pedro Sánchez a Rajoy, al PP y sus políticas corruptas u homicidas, han precipitado el cese de Sánchez y el control de facto de Susana Díaz del PSOE. En principio, y con todas las presiones vertidas por personajes tan propicios a la vergüenza ajena, como Felipe González, se trataría de otorgar el gobierno a Rajoy (quien ya se ha apresurado a decir, bueno él no que está entretenido con el fútbol, sus secuaces de que exigirán que les aprueben incluso presupuestos), quedándose el PSOE como líder de la oposición, en aras de la estabilidad, la gobernabilidad y para evitar la parálisis del estado.
Aquí es donde a mi humilde cabeza se amontonan las preguntas:
  • ¿Cómo es posible oponerse a algo cuando con tu acción o inacción has permitido que consigan el poder?
  • ¿Cómo es posible que se presione, se chantajeé y al final se acepte la abstención, sin un mínimo de negociación? Sin unos cuantos compromisos adquiridos en pos de “esa gobernabilidad del estado” que tanto proclaman y que bien podían haber ido por echar a los corruptos del poder (como por ejemplo Rita Barbera, se me ocurre) o articular escenarios para aumentar la contratación de personal en el estado; o para buscar ese manido “Pacto de Estado por la Educación”...
NO, por contra lo que tenemos es la claudicación, y parece que también de toda la socialdemocracia para con el fascismo y el ultra liberalismo. Para con una forma de hacer política que aleja eso mismo, la política y la toma de las decisiones de los ciudadanos. Todo en favor de las multinacionales, las oligarquías, los criminales.
El PP ganó las elecciones. Las dos. Y sin embargo, la ciudadanía española, en su mayoría se ha expresado, pese al hartazgo, negándose a las mayorías absolutistas. Emplazando a los contendientes a la negociación y el trabajo de consenso. De cesión y colaboración para proponer alternativas que solucionen los tremendos y sistémicos problemas que tiene la sociedad española en todos sus estamentos. Y sin embargo, no ha obtenido nada de eso, en éste casi un año que llevamos desde las elecciones generales del 20 de diciembre.
No ha habido ni un sólo acercamiento, por parte del PP para habilitar una mayoría parlamentaria, porque supondría de facto la expulsión de todos los contaminados por corrupción. Sin embargo, las oligarquías a través de los medios de comunicación del capital han sabido encontrar la tecla para presionar por sus intereses a un partido político que legítimamente obtuvo la segunda posición en los últimos comicios. Apretando y sacando a sus más viles cuervos, han logrado el desangrado de un PSOE que ha claudicado víctima de el cainismo interno, del retroceso que la social democracia sufre en Europa por sus políticas económicas de centro-derecha y, como les pasa a todos los partidos de izquierda hoy en día, por la escasísima movilización social a la que también había contribuido adormeciéndola.
Por todo esto, por esta falta de mensaje alternativo. Está rendición somera, auguro un futuro negro al PSOE, que está más cerca de la disolución que de volver a postularse como una opción política sería y legítima, con unas mínimas posibilidades de influir en la política a un nivel similar del expuesto en estos últimos 5 años.
Frente a éste escenario, una vez más, se hace necesaria la lucha, la concienciación de la sociedad, desde posiciones de izquierda, anti fascista, anti capitalista y anti belicista que puedan devolver el poder y la soberanía a las gentes para que esta pueda trazar su futuro y su bienestear.
 

lunes, 12 de diciembre de 2011

La herencia de ZP


Como a la protagonista de la película Goodbye Lenin, una mujer a la que su hijo intenta ocultar la caída del socialismo en la RDA, a Zapatero la realidad le ha dado un buen disgusto. Parece claro que los tiempos que corren no acompañan a los socialdemócratas que abrazaron el neoliberalismo. El sueño de ZP y su partido se vino abajo con el estallido de la burbuja: ya no podían desarrollar sus políticas sociales y a la vez gestionar la economía al más puro estilo neoliberal.


Si recordamos, fueron las movilizaciones sociales, que culminaron con las protestas espontáneas contra las mentiras del gobierno de Aznar sobre el 11M, las que propiciaron que Zapatero se convirtiera en el presidente más votado de la democracia española y en la nueva esperanza de gran parte de la izquierda europea. “No nos falles” fue el lema que gritaron cientos de simpatizantes del PSOE la noche de la victoria electoral.

Sin embargo, ZP no entró a las cuestiones de fondo. Bajaban los sueldos pero el consumo crecía. Aumentaba la precariedad pero disminuía el desempleo. Daba igual que la economía se basara en la construcción infinita y en el endeudamiento generalizado. Daba igual que unos se estuvieran forrando y otros hipotecándose. No digamos ya el despilfarro de recursos naturales y el ataque a las costas ¡Los socialdemócratas nunca fueron ecologistas! Políticas sociales como la legalización del matrimonio homosexual o la promesa de la Ley de Dependencia iban de la mano de rebajas fiscales a las rentas altas, pérdida de poder adquisitivo de los salarios, precarización galopante del empleo y cero control del mundo financiero y las cajas de ahorro. En vez de plantar cara a la burbuja inmobiliaria y a sus beneficiarios, la represión se desató contra el movimiento de jóvenes de V de Vivienda. Nada podía estropear la fiesta, y es que según Zapatero estábamos entrando en la “Champions” de los países ricos, lo que sin duda le sirvió para aumentar los votos y revalidar la presidencia en 2008.

Y entonces llegó la crisis. Primero hablaron de desaceleración y después pusieron el acento en las causas internacionales. Más tarde, y para ir cambiando el sistema productivo, implementaron medidas para incentivar la construcción y el consumo de coches. Para los bancos un fondo de rescate de 90.000 millones de euros. La patronal aceptó la ayuda a los parados sin prestación a cambio de una rebaja en las cotizaciones a la Seguridad Social para las empresas. Finalmente, ZP tuvo que tragarse el buenrrollismo y acabar poniendo en marcha un paquete de medidas antisociales con reforma laboral y aumento de la edad de jubilación incluidas. Hasta aquí la crónica de una debacle anunciada: la retirada por la puerta de atrás de Zapatero y el hundimiento electoral del PSOE.

Pero, ¿qué hay detrás de la incapacidad del gobierno socialista para gestionar el ciclo alcista y la crisis de otra manera? ¿Cómo es posible que la socialdemocracia no haya propuesto un mínimo programa de medidas frente a la rapiña financiera? En los últimos treinta años, los partidos socialdemócratas europeos no han defendido los intereses de las mayorías. Han acatado los presupuestos de la economía neoliberal, con todas sus mentiras, hipocresías y pensamiento único incluido: desregulación financiera, reformas laborales, privatización de empresas públicas, precarización del empleo, externalización de los servicios públicos, deducciones fiscales a rentas altas y productos financieros, etc. Se mantuvieron a la defensiva como “contraparte” de algo peor, la derecha. Pero lo cierto es que ni siquiera el programa socialdemócrata de pleno empleo, ciudadanía nacional y propiedad pública es útil en nuestros días.

Cuando las elites económicas están más interesadas en los beneficios financieros que en el crecimiento económico de los países, levantar la bandera del pleno empleo es derrotista y poco creíble, también cuando lo hacen los sindicatos mayoritarios o los partidos a la izquierda del PSOE. El empleo se ha vuelto precario y el nivel de los salarios no se corresponde con las labores socialmente útiles. La fórmula salario-empleo no reconoce muchas de las actividades que generan riqueza como los cuidados, el trabajo doméstico, la formación o la producción cultural siempre colectiva y difusa. El PSOE, sin embargo, ha utilizado la zanahoria del pleno empleo para echar a perder los derechos laborales. Pero la cuestión fundamental no es el pleno empleo a cualquier precio, sino la distribución de la riqueza (mayor que nunca) mediante una fiscalidad que asegure el acceso a renta y servicios públicos para todos.

En cuanto a que los derechos de las personas estén adscritos a una determinada nacionalidad, cuando los movimientos financieros no son regulados por el Estado-nación, no deja de ser una burla al sentido común. En estos tiempos, los derechos de ciudadanía no deben ser una cuestión nacional, sino universal. Por último, para la socialdemocracia, la propiedad pública siempre ha sido estatal: el gobierno decidía y legislaba sobre lo público sin contar con los interesados, nunca se ha promovido una gestión social de lo público. Sin alternativas al modelo neoliberal, los líderes socialdemócratas han bailado la canción de inversores y expertos, no sin beneficio personal en forma de pensiones vitalicias y consulting millonarios. Ni siquiera la victoria de la democracia, la ley y la sociedad civil sobre el terrorrismo de ETA le vale a Zapatero para guardar un buen recuerdo en el ideario general. Unas memorias dentro de 15 años que hablen de estos 7 últimos, explicarán con perspectiva, muchas cosas.

Los políticos “socialistas”, asentados en su papel de “contraparte progresista”, los “menos malos” de la desregulación y la burbuja, dando pinceladas sociales a un modelo insostenible, cuando llegó la crisis, acataron las órdenes del mercado. ¿Refundar el capitalismo? El PSOE argumentaba que la culpa no era suya, sino del crash mundial, pero las movilizaciones de mayo le dejaron sin coartada. El gobierno podía cambiar la ley electoral, ayudar a los hipotecados, perseguir a los políticos corruptos y empresarios enriquecidos ilegalmente. También podía revocar la ley 15/97 que permite la privatización de la sanidad o acabar con los conciertos educativos. Pero no hicieron nada. Sólo adelantaron las elecciones, en uno de los mayores gestos de derrota política nunca vistos. Era el turno de la rotación bipartidista: el PSOE le cedía el puesto a sus compañeros populares. Durante la campaña electoral, ni el interesado acercamiento al 15M, ni la evocación del miedo a la derecha, ni las patéticas críticas a los banqueros, ni las cínicas promesas de subir los impuestos han sido creíbles.

A partir de ahora, el PSOE intentará recuperar protagonismo apuntándose a las movilizaciones contra las políticas de austeridad que aplique el gobierno de Rajoy. También tratará de hacerse un lifting político mediante la celebración de un congreso. Pero ya no estamos en 2004, la nueva ola de movilizaciones ha desplazado a la avanzadilla cultural del PSOE. Los progres, que desde la Transición monopolizaban la “Cultura”, han quedado retratados con su apoyo a la SGAE y la ley Sinde. La inteligencia colectiva, la que tomó las plazas e interactúa en forma de red, ha desbordado el discurso autocomplaciente de la progresía sobre la democracia que “tanto ha costado en este país”. Mucha gente queremos una democracia real y siete años después de la victoria de ZP tienen claro que el PSOE es parte del problema. En 2011, ya no hay nadie a quien esperar. Sencillamente, casi todo está por inventar.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...