lunes, 12 de diciembre de 2011
La herencia de ZP
Como a la protagonista de la película Goodbye Lenin, una mujer a la que su hijo intenta ocultar la caída del socialismo en la RDA, a Zapatero la realidad le ha dado un buen disgusto. Parece claro que los tiempos que corren no acompañan a los socialdemócratas que abrazaron el neoliberalismo. El sueño de ZP y su partido se vino abajo con el estallido de la burbuja: ya no podían desarrollar sus políticas sociales y a la vez gestionar la economía al más puro estilo neoliberal.
Si recordamos, fueron las movilizaciones sociales, que culminaron con las protestas espontáneas contra las mentiras del gobierno de Aznar sobre el 11M, las que propiciaron que Zapatero se convirtiera en el presidente más votado de la democracia española y en la nueva esperanza de gran parte de la izquierda europea. “No nos falles” fue el lema que gritaron cientos de simpatizantes del PSOE la noche de la victoria electoral.
Sin embargo, ZP no entró a las cuestiones de fondo. Bajaban los sueldos pero el consumo crecía. Aumentaba la precariedad pero disminuía el desempleo. Daba igual que la economía se basara en la construcción infinita y en el endeudamiento generalizado. Daba igual que unos se estuvieran forrando y otros hipotecándose. No digamos ya el despilfarro de recursos naturales y el ataque a las costas ¡Los socialdemócratas nunca fueron ecologistas! Políticas sociales como la legalización del matrimonio homosexual o la promesa de la Ley de Dependencia iban de la mano de rebajas fiscales a las rentas altas, pérdida de poder adquisitivo de los salarios, precarización galopante del empleo y cero control del mundo financiero y las cajas de ahorro. En vez de plantar cara a la burbuja inmobiliaria y a sus beneficiarios, la represión se desató contra el movimiento de jóvenes de V de Vivienda. Nada podía estropear la fiesta, y es que según Zapatero estábamos entrando en la “Champions” de los países ricos, lo que sin duda le sirvió para aumentar los votos y revalidar la presidencia en 2008.
Y entonces llegó la crisis. Primero hablaron de desaceleración y después pusieron el acento en las causas internacionales. Más tarde, y para ir cambiando el sistema productivo, implementaron medidas para incentivar la construcción y el consumo de coches. Para los bancos un fondo de rescate de 90.000 millones de euros. La patronal aceptó la ayuda a los parados sin prestación a cambio de una rebaja en las cotizaciones a la Seguridad Social para las empresas. Finalmente, ZP tuvo que tragarse el buenrrollismo y acabar poniendo en marcha un paquete de medidas antisociales con reforma laboral y aumento de la edad de jubilación incluidas. Hasta aquí la crónica de una debacle anunciada: la retirada por la puerta de atrás de Zapatero y el hundimiento electoral del PSOE.
Pero, ¿qué hay detrás de la incapacidad del gobierno socialista para gestionar el ciclo alcista y la crisis de otra manera? ¿Cómo es posible que la socialdemocracia no haya propuesto un mínimo programa de medidas frente a la rapiña financiera? En los últimos treinta años, los partidos socialdemócratas europeos no han defendido los intereses de las mayorías. Han acatado los presupuestos de la economía neoliberal, con todas sus mentiras, hipocresías y pensamiento único incluido: desregulación financiera, reformas laborales, privatización de empresas públicas, precarización del empleo, externalización de los servicios públicos, deducciones fiscales a rentas altas y productos financieros, etc. Se mantuvieron a la defensiva como “contraparte” de algo peor, la derecha. Pero lo cierto es que ni siquiera el programa socialdemócrata de pleno empleo, ciudadanía nacional y propiedad pública es útil en nuestros días.
Cuando las elites económicas están más interesadas en los beneficios financieros que en el crecimiento económico de los países, levantar la bandera del pleno empleo es derrotista y poco creíble, también cuando lo hacen los sindicatos mayoritarios o los partidos a la izquierda del PSOE. El empleo se ha vuelto precario y el nivel de los salarios no se corresponde con las labores socialmente útiles. La fórmula salario-empleo no reconoce muchas de las actividades que generan riqueza como los cuidados, el trabajo doméstico, la formación o la producción cultural siempre colectiva y difusa. El PSOE, sin embargo, ha utilizado la zanahoria del pleno empleo para echar a perder los derechos laborales. Pero la cuestión fundamental no es el pleno empleo a cualquier precio, sino la distribución de la riqueza (mayor que nunca) mediante una fiscalidad que asegure el acceso a renta y servicios públicos para todos.
En cuanto a que los derechos de las personas estén adscritos a una determinada nacionalidad, cuando los movimientos financieros no son regulados por el Estado-nación, no deja de ser una burla al sentido común. En estos tiempos, los derechos de ciudadanía no deben ser una cuestión nacional, sino universal. Por último, para la socialdemocracia, la propiedad pública siempre ha sido estatal: el gobierno decidía y legislaba sobre lo público sin contar con los interesados, nunca se ha promovido una gestión social de lo público. Sin alternativas al modelo neoliberal, los líderes socialdemócratas han bailado la canción de inversores y expertos, no sin beneficio personal en forma de pensiones vitalicias y consulting millonarios. Ni siquiera la victoria de la democracia, la ley y la sociedad civil sobre el terrorrismo de ETA le vale a Zapatero para guardar un buen recuerdo en el ideario general. Unas memorias dentro de 15 años que hablen de estos 7 últimos, explicarán con perspectiva, muchas cosas.
Los políticos “socialistas”, asentados en su papel de “contraparte progresista”, los “menos malos” de la desregulación y la burbuja, dando pinceladas sociales a un modelo insostenible, cuando llegó la crisis, acataron las órdenes del mercado. ¿Refundar el capitalismo? El PSOE argumentaba que la culpa no era suya, sino del crash mundial, pero las movilizaciones de mayo le dejaron sin coartada. El gobierno podía cambiar la ley electoral, ayudar a los hipotecados, perseguir a los políticos corruptos y empresarios enriquecidos ilegalmente. También podía revocar la ley 15/97 que permite la privatización de la sanidad o acabar con los conciertos educativos. Pero no hicieron nada. Sólo adelantaron las elecciones, en uno de los mayores gestos de derrota política nunca vistos. Era el turno de la rotación bipartidista: el PSOE le cedía el puesto a sus compañeros populares. Durante la campaña electoral, ni el interesado acercamiento al 15M, ni la evocación del miedo a la derecha, ni las patéticas críticas a los banqueros, ni las cínicas promesas de subir los impuestos han sido creíbles.
A partir de ahora, el PSOE intentará recuperar protagonismo apuntándose a las movilizaciones contra las políticas de austeridad que aplique el gobierno de Rajoy. También tratará de hacerse un lifting político mediante la celebración de un congreso. Pero ya no estamos en 2004, la nueva ola de movilizaciones ha desplazado a la avanzadilla cultural del PSOE. Los progres, que desde la Transición monopolizaban la “Cultura”, han quedado retratados con su apoyo a la SGAE y la ley Sinde. La inteligencia colectiva, la que tomó las plazas e interactúa en forma de red, ha desbordado el discurso autocomplaciente de la progresía sobre la democracia que “tanto ha costado en este país”. Mucha gente queremos una democracia real y siete años después de la victoria de ZP tienen claro que el PSOE es parte del problema. En 2011, ya no hay nadie a quien esperar. Sencillamente, casi todo está por inventar.
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