miércoles, 24 de julio de 2024

Semana de la Historiografía. 2. ¿Hacia una Historia total?


El siglo XIX es considerado la “era de las revoluciones” y comienzo de la Edad Contemporánea (Fontana 2017: 25). Es un período histórico (1) de profundos cambios a todos los niveles (político, económico, social, cultural, del pensamiento) donde la historia se convierte en el fundamento de los pueblos y las naciones. En este contexto y hasta mediados del siglo XX se desarrollan diversas corrientes de pensamiento que marcarán a la Historia como disciplina. Entre las más destacadas están el Positivismo, la escuela de los Annales y el marxismo británico.

El Positivismo (2) surgido en Francia de la mano de Auguste Comte (1798-1857), quien se trasladó al estudio de la historia gracias a Leopold van Ranke (1795-1886) en los años 30 del siglo XIX en Prusia (3). El programa implementado por Ranke se basaba en un análisis detallado de los documentos, como fuentes primarias de hechos comprobables y avalados por la experiencia. De este modo, priorizaba la historia política y oficial, interpretando la historia como la sucesión secuencial de los distintos períodos.

Este desarrollo del positivismo abre la puerta a nuevos estudios para completar la explicación de las distintas épocas y acontecimientos. Por ejemplo, gracias al trabajo de Jacob Burckhardt (1818-1897) se desarrolla la historia cultural capaz de explicar la realidad histórica a través del análisis de las relaciones entre las distintas manifestaciones culturales, políticas, del pensamiento o religiosas. Por otro lado, se pueden atribuir a la aportación del positivismo el nacimiento de nuevas disciplinas dentro de las ciencias sociales como fueron la sociología o la ciencia económica moderna de donde destacan los trabajos de Max Weber (1864-1920), Émile Durkheim (1858-1917) o R. H. Tawney (1880-1962).

Sin embargo, el positivismo no estuvo falto de críticas. En un primer momento el trabajo de van Ranke estuvo contestado por la escuela prusiana, ligada al romanticismo y a la construcción del sentido nacional alemán. Criticaban la obra de van Ranke muy sujeta a la objetividad y por lo tanto falta de emoción y propósito. Más adelante, tras los desastres de la Primera Guerra Mundial comenzaron a plantearse nuevos desarrollos historicistas que ayudasen a explicar lo acontecido, visto como una ruptura de la civilización occidental. El estudio de la filosofía de la historia por parte de Ortega y Gasset (1883-1955) o Benedetto Croce (1866-1952), o un nuevo impulso para los trabajos en torno al marxismo de la mano de George Luckacs (1885-1971), Walter Benjamin (1892-1940) o Antonio Gramsci (1891-1937) resultaron las principales iniciativas.

Pero sin duda, el gran salto adelante en cuanto a las corrientes historiográficas en este período corresponde a la renovación que propone la escuela francesa. La publicación en 1929 de la revista Annales por parte de los historiadores Lucien Febvre (1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944) marca una nueva forma de relatar la historia. Los grandes personajes, acontecimientos y cronologías clásicas ceden su importancia a los quehaceres de la vida cotidiana de la gente común. Estos se explican gracias al concurso de las ciencias sociales como la geografía, la demografía, la economía y las tradiciones e innovaciones culturales. Según esta interpretación, el tiempo histórico no puede ser una concatenación lineal, sino que corresponde a una dinámica de cambio perpetuo (Bloch 1952: 28). Desde el tiempo presente el historiador investiga las fuentes en su conjunto con actitud crítica y centrada en explicar los hechos concretos sin mediación del relato histórico. De este modo, hacen de la historia un punto de encuentro de todas las ciencias humanas.

Después de la Segunda Guerra Mundial la escuela de los Annales evolucionará de la mano de historiadores como Jacques Le Goff (1924-2014), George Duby (1919-1996), Pierre Villar (1906-2003) y fundamentalmente Fernand Braudel (1902-1985). La evolución vendrá por un interés en los procesos, ya fueran de largo recorrido como los geográficos, los más coyunturales como el pensamiento o la economía o más breves y cambiantes como la política (Braudel 1987: 17). Esta idea alentó unas de las principales innovaciones de la escuela de los Annales. El desarrollo del relato de la historia desde nuevos puntos de vista: Uno supranacional, que supera la historia circunscrita al estado-nación clásico; y otro el desarrollo de los estudios regionales que permitían un estudio monográfico de ámbitos geográficos y temporales más cortos. En este sentido, la principal innovación es la ruptura del tiempo lineal como narrador histórico (Braudel 1987: 16).

La evolución de esta corriente durante la segunda mitad del siglo XX se enriqueció con diversas criticas. Por ejemplo, el estructuralismo buscaba incorporar los estudios antropológicos y etnográficos a la ciencia de la historia. Por su parte, la siguiente generación de los Annales, donde destaca George Duby, se centraba en los cambios sociales, para lo que resultaba fundamental volver a un estudio profundo de las fuentes objetivas (Duby 1988: 44), a la forma del positivismo. Pero va más allá, puesto que para Duby, seguidor del estructuralismo (4), prima la necesidad de generar una Historia científica capaz de explicarlo todo. Además, volvieron a reflexionar sobre la cuestión de la verdad histórica, muy mediatizada por la ideología y expectativas del propio historiador (Duby 1988: 47), pero también por el propio compromiso por descubrir el pasado (Duby 1988: 37).

Al tiempo, la otra gran corriente historiográfica de renovación después de la Segunda Guerra Mundial surgía en Gran Bretaña de la mano de un grupo de historiadores ligados al Partido Comunista Británico. Como buenos marxistas enfocaron su trabajo en la lucha de clases como motor de la historia, y en que esta tenía un potencial transformador de las sociedades por lo que era imposible relatar la historia de forma neutral. Destaca Eric Hobsbawn (1917-2012) quien reflexionó sobre las condiciones materiales de las clases productoras (Hobsbawn 1998: 208). Así avanzando desde monográficos siguiendo la tendencia de los Annales consigue contestar el relato oficial, es decir, la historiografía tradicional (Hobsbawn 1998: 218).

El marxismo británico vivió una doble contradicción. Por un lado, a nivel político y de compromiso ideológico ante los acontecimientos económicos y geopolíticos que sucedían en la Europa de la Guerra Fría. Pero también a nivel metodológico, al quedar hechos sin explicación fuera del paradigma marxista, en el que la superestructura (la política, la cultura o las instituciones) se supeditaban a los condicionamientos estructurales (la economía).

La evolución en la escuela marxista británica estuvo marcada por autores como Raymond Williams (1921-1988) que añaduna perspectiva cultural al discurso economicista. Y fundamentalmente por Edward P. Thompson (1924-1993) quien desarrolló la historia social opuesta a la visión liberal. Para Thompson los trabajadores con su conciencia de clase y su oposición a la explotación hicieron avanzar la sociedad y la democracia. Para completar este estudio resultan fundamentales no sólo conocer las bases materiales, sino también todos los hechos que tenían que ver con la vida de los trabajadores. De esta manera Thompson critica la historia oficial que ve como propaganda (Thompson 2000: 26), pero también las corrientes positivista y marxista a las que observa centradas únicamente en los datos objetivos y explican en su totalidad los cambios de largo recorrido de la historia (Thompson 2000: 22).

La principal crítica que recibió el marxismo británico vino de las teorías de la modernización planteadas fundamentalmente desde Estados Unidos y Alemania, en un contexto de gran desarrollo capitalista. El optimismo histórico como avance social imparable y continuo explicaba la dinámica histórica, y gracias al nacimiento de las sociedades de consumo y los estados de bienestar occidentales, se argumentaba contra los planteamientos marxistas de enfrentamiento antagónico de clases como motor de la historia.

En general durante el siglo XIX y el grueso del XX no sólo se construye el mundo contemporáneo tal cual lo conocemos, sino que también lo hace la Historia y la forma de contarla (Langlois; Seignobos 2003: 50). Los diferentes acontecimientos y contextos geográficos, políticos, económicos, sociales, ideológicos o culturales modularon formas diversas de interpretar la Historia y de usarla en un sentido o en otro. Pero siempre estuvo motivada por encontrar la verdad del pasado y transmitirlo de la mejor forma posible.

 

(1) El comienzo de la Revolución Francesa (1789) y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914) define El largo siglo XIX, un término acuñado por Eric Hobsbawn para referirse a un período histórico de profundos cambios que redefinieron una nueva era. Del mismo modo, para el historiador británico, el siglo XX sería un siglo corto, desde 1914 hasta la disolución de la URSS (1991) (Fontana 2017: 701).

(2) El positivismo es una teoría filosófica del siglo XIX que se presenta como alternativa al pensamiento racionalista y al empirismo que eran los paradigmas propios de la Ilustración. Para los positivistas el conocimiento se basa en el análisis de la razón de los datos “positivos”, en tanto de reales pues son percibidos por los sentidos. Por lo tanto, se trata de una teoría que supone una evolución del empirismo (Touchard 1961: 511).

(3) A partir de 1862 bajo el mandato del canciller Bismarck, Prusia impulsará un proceso de unificación con los distintos ducados y reinos que comparten la lengua alemana, dando origen así a la Alemania moderna.

(4) El estructuralismo se basa en el estudio de factores como el lenguaje, la cultura, la educación, el arte o la sociedad que interactúan y condicionan los objetos de estudio clásicos de las ciencias sociales y de la Historia, tales como las clases, las naciones, las épocas o los conflictos (Florian 2005: 196).

 



BIBLIOGRAFÍA

BLOCH, M. (1952). "La historia, los hombres y el tiempo". En: BLOCH, M. Introducción a la Historia. México. D.F. : Fondo de Cultura Económica. págs.: 21-41.

BRAUDEL, F. (1987). "Prólogo a la primera edición francesa". En: BRAUDEL, F. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la épica de Felipe II. vol. 1. México: Fondo de Cultura Económica. págs.: 12-20.

DUBY, G. (1988). "Un nominalismo moderado". En: DUBY, G. Diálogo sobre la Historia. Conversaciones con Guy Lardreau. Madrid: Alianza. págs.: 37-53.

FONTANA, J. (2017). El siglo de la revolución. Barcelona: Ed. Critica.

FLORÍAN, V. (2005). Diccionario de filosofía. Bogotá: Ed. Panamericana.

HOBSBAWM, E. (1998). "Sobre la historia desde abajo". En: HOBSBAWM, E. Sobre la Historia. Barcelona: Ed. Crítica. págs.: 205-219.

LANGLOIS, Ch. ; SEIGNOBOS, Ch. (2003). "Advertencia", “Cap. 1. La búsqueda de documentación (Heurística)”, “Libro I. Preliminares. 2. Las ciencias auxiliares”. En: LANGLOIS, Ch.; SEIGNOBOS, Ch.. Introducción a los estudios históricos. Alicante: Universidad de Alicante. págs.: 45-55, 59-77, 79-91.

THOMPSON, E. P. (2000). "Historia y Antropología”. En: THOMPSON, E. P. Agenda para una historia radical. Barcelona: Crítica. págs.: 15-43.

TOUCHARD, J. (1961). Historia de las ideas políticas. Madrid: Ed. Tecnos.


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