martes, 23 de julio de 2024

Semana de la Historiografía. 1. La Historia antes de la Historia


  

En este ensayo, de manera breve y concisa, se busca dar respuesta a algunas cuestiones clave a la hora de entender cómo y por qué comenzó el estudio de la Historia. Qué motivaciones empujaron a los historiadores a ejercer su labor ya desde la antigüedad, y cuál fue la evolución del relato histórico como arte y herramienta para dar a conocer el pasado e interpretar el presente.

La necesidad, primero de conocer el pasado y después de transmitir ese relato de manera efectiva, ha sido una constante en la historia de la humanidad que no ha entendido de diferencias culturales, geográficas o temporales. El objetivo principal ha sido entender mejor la realidad del tiempo presente para lo que resultaba clave comprender el pasado. Y esta necesidad se convirtió en trascendente con los primeros hitos civilizatorios de la humanidad tales como la construcción de sociedades cada vez más complejas o el nacimiento de la escritura, consecuencia material de la cultura y de la que bebe principalmente la Historia (Moradiellos 2010: 43).

Diversas civilizaciones de la antigüedad, como las desarrolladas en Mesopotamia, en la cuenca del río Nilo o en los pueblos en torno al Levante mediterráneo, se vieron empujadas a idear una forma de registrar los hechos cotidianos y excepcionales de su tiempo, que fueron los primeros registros que acabaron construyendo su propio relato histórico. Este relato abarcaba lugares, cronologías, sociedades, hitos, colectivos e individuos que a través de su propia tradición cultural ayudaban a construir la identidad de sus comunidades. Y esta identidad colectiva servía a un orden social que necesitaba justificarse (Fontana 2001: 19). De esta manera, no sólo surgía una necesidad de registrar los hechos por razones de índole organizativa y económica, sino que estos tenían que poder ser transmitidos a las siguientes generaciones. Se hacía necesario pues, preservar la memoria y dar a conocer la propia identidad a través de la transmisión de los mitos e historias propios.

Por lo tanto, se hizo fundamental conocer el pasado y poder transmitirlo, como hicieron los hebreos ya durante la Edad de Hierro. Más tarde, entre los siglos VI y V a. C. en la Grecia clásica se dieron una serie de evoluciones políticas, sociales, económicas y culturales de amplio calado, propias de civilizaciones cada vez más complejas, donde nacieron nuevos saberes (la aritmética, la geometría, la filosofía, una perfección de las artes, los géneros literarios de la comedia o la tragedia, etc.) (Moradiellos 2010: 43) y donde la propia Historia dio un salto hacia adelante.

El nacimiento de la historiografía griega es considerada un hito singular de la cultura europea, ya que surgió alejada de los marcos propios de Oriente. Fue a partir del siglo V a. C., cuando se dieron una serie de cambios, tanto metodológicos como también en su finalidad, que son propios y todavía hoy vigentes del relato histórico (Fontana 2001: 26). Nombres como los de Heródoto (ca. 480-425 a. C.), quien en su magna Historia construyó un relato razonado y estructurado en base a sus viajes y entrevistas con testigos (Bartolomé 2006: 4), o Tucídides (ca. 460-400 a. C.) quien se sentía motivado a contar los acontecimientos que vivió, separando su propia opinión del relato sobre los hechos históricos. De este modo se configuró un método griego de ejercitar la Historia, cimentado en tres aspectos: el análisis de las fuentes documentales (eminentemente escritas), la investigación crítica, es decir, alejada de las valoraciones y opiniones personales, y la búsqueda y recolección de testimonios precisos y objetivos de los hechos del pasado (Fontana 2001: 33).

Esta metodología era la base para la construcción del relato histórico que tenía como finalidad esencial la comprensión del pasado y su transmisión de forma objetiva, coherente y organizada, como base para legitimar la identidad propia de la comunidad y garantizar la prosperidad presente y futura. De este modo, y como herencia directa, durante la época de dominio romano, bajo la República o el Imperio, historiadores como Salustio (86-35 a. C.) mantuvieron formas similares para recopilar la historia, dotándola eso sí, de una utilidad como sustento de los intereses políticos y sociales de las élites (Fontana 2001, 39). Esta tradición estuvo vigente hasta el último de los grandes historiadores romanos, como fue Amiano Marcelino (ca. 330-395 d. C) (Fontana 2001: 42).

La influencia de la historiografía romana se extendió en el tiempo y el espacio a través de la continuación Oriental del Imperio, Bizancio, donde resultó clave su conocimiento del griego y el acceso a toda la producción literaria de la Antigua Grecia. De hecho la labor de historiadores bizantinos como Miguel Psellos (1018-ca. 1078) resultó fundamental a la hora de completar la escasa producción medieval (Fontana 2001: 50). También es destacable la influencia romana sobre la producción historiográfica de otras civilizaciones, como se puede ver en el caso de la India, con las crónicas y dinastías escritas en sánscrito del siglo XII (vamsavalis, textos escritos provenientes de recopilaciones orales de hechos históricos y mitológicos propios del subcontinente indio. Estas crónicas se fueron recopilando a partir del siglo XII de nuestra era y constituyen la principal fuente primaria de las civilizaciones hindúes tanto del Nepal, como del medieval indio (Sardesai 2008: 546)) (Burke 2013: 183).

Esta tradición historiográfica estuvo casi un siglo vigente, y sólo tras la caída del Imperio Romano y la emergencia del cristianismo y su coronación como religión y filosofía moral se cambia el modo de recopilar, trabajar y contar la Historia (Moradiellos 2010: 45). El ascenso de la iglesia católica como centro de poder durante la Edad Media propicia un nuevo modelo de historiografía universal, basado en las fuentes y cronologías propias del cristianismo. A partir de entonces, la finalidad será converger el tiempo histórico con los textos bíblicos (Fontana 2001: 52).

En contraste con esta forma de ejercitar la Historia, la cultura musulmana bebió de su propia herencia para construir su relato histórico particular. Frente a tradiciones occidentales como la clásica grecolatina, o la cristiana que dominaba Europa, surge una forma nueva basado en los hadith (dichos del Profeta o relatos de sucesos de su vida contados de forma oral. Sirven para orientar a los musulmanes en su vida diaria) (Burke 2013: 184) y donde destaca la figura de Ibn Khaldun (1332–1406). También contrasta el desarrollo de la Historia en la China medieval donde los historiadores eran funcionarios al servicio de las élites y se insuflaba al relato histórico una fuerte carga moral (Burke 2013: 190).

A partir del siglo XV diversos acontecimientos trascendentales e interrelacionados como la incipiente formación de las ciudades-estado italianas, la invención y expansión de la imprenta o el auge económico o el crecimiento de las ciudades (entre otros) da lugar a un período histórico que recupera el ideal civilizatorio clásico de las antiguas Grecia y Roma. Es el Renacimiento en la Europa Occidental y discutirá el poder de la Iglesia a través de un nuevo desarrollo filosófico conocido como Humanismo (Fontana 2001: 62). Bajo este nuevo paradigma, los humanistas, no sólo recuperan los métodos de hacer Historia de los clásicos, sino que van más allá con la inclusión de otras disciplinas y de nuevas técnicas que incluyen el análisis de fuentes grecolatinas y el aporte de los primeros trabajos arqueológicos modernos. Su transmisión también mejora gracias a la imprenta y la mayor difusión que consiguen los libros, más baratos de producir y adquirir, que salen a la luz en lenguas vernáculas por lo que escapan del restringido círculo de las élites. La finalidad será construir comunidades cívicas a través de la ética explicada en la Historia (Fontana 2001: 66). Ejemplos de esta nueva actitud del historiador son la obra de Jean Bodin (1530-1596) considerado el historiador más influyente de la época (Fontana 2001: 74) o el trabajo de Maquiavelo (1469-1527) y Guicciardini (1483-1540). En general, la renovación de la historiografía dada durante el Renacimiento europeo puso las bases para una nueva historiografía europea.

Y es que esta base del estudio histórico continuará con la renovación intelectual y científica que supuso la Ilustración a partir de mediados del siglo XVIII, con el desarrollo de los métodos científicos de Descartes, Galileo, Spinoza o Newton, la aparición de las teorías del pensamiento alemán de Leibniz y Kant, o francés con pensadores como Voltaire o Turgot (Moradiellos 2010: 50). Tal evolución amplia los campos de estudio y las aptitudes y actitudes de los historiadores, dando origen a la historia científica propia del siglo XIX cuyo fruto principal será una re-escritura de la Historia desde la Antigüedad hasta la Modernidad (Moradiellos 2010: 48).



En general, las distintas tradiciones culturales han elaborado sus propios relatos históricos en base a sus raíces culturales. Si bien, todas las formas de hacer y transmitir Historia comparten la intención de conservar la memoria sobre su pasado y darla a conocer como fuente de identidad para entender el presente, la principal causa que alentó el establecimiento de una historiografía ha sido siempre afianzar la legitimidad de los sistemas políticos y sociales de cada momento.




BIBLIOGRAFÍA

BARTOLOMÉ, P. (2006) “Prólogo del traductor”. En: HERODOTO. Los Nueve Libros de la Historia de Herodoto de Halicarnaso. Madrid: editorial elapeth (edición eBook).

BURKE, P. (2013). "Más allá de Occidente: Islam y China", (pp. 183-198). En: AURELL, J., BALMACEDA C., BURKE P., SOZA, F. Comprender el pasado. Una historia del pensamiento histórico. Madrid: Akal.

FONTANA, J. (2001) “Capítulo 1. Los orígenes: la historiografía de la antigüedad clásica”. En: FONTANA J. La evolución de la historiografía desde los orígenes hasta la actualidad. Barcelona: Crítica. p. 19-43.

FONTANA, J. (2001). “Capítulo 2. La ruptura de la tradición clásica”. En: FONTANA J. La evolución de la historiografía desde los orígenes hasta la actualidad. Barcelona: Crítica. p. 44-62.

FONTANA, J. (2001). “Capítulo 3. Renacimiento y renovación de la historia". En: FONTANA J. La evolución de la historiografía desde los orígenes hasta la actualidad. Barcelona: Crítica. p. 63-79.

MORADIELLOS, E. (2010). “La evolución de la historiografía desde los orígenes hasta la actualidad". En: MORADIELLOS, E. El oficio de historiador. Madrid: Siglo Veintiuno. p. 44-51.

SARDESAI, D. R. (2008). India: La Historia definitiva. Trad. Noriega Hedrich, Luis. Barcelona: Ed. Belacqua.


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