El cambio de siglo fue duro. La música de masas vivía la extensión hasta el asfixio de un género que imponía ritmos, estilos e indumentarias. Todo parecía girar en torno al mismo tipo de música arrasando a los otros géneros, influyéndolos al tiempo que parecía anularlos. El heavy no era ni muchos menos ajeno. Sufría una crisis de identidad provocada por una etapa oscura en la creatividad de las bandas clásicas y por las malas decisiones de algunas que tenían que haber continuado con el testigo. Como siempre había quienes salían a decir que el “heavy había muerto”. Y como siempre no podían estar más equivocados.
Era el rap el que aquel entonces (como ahora es el odioso trap o reaggueton) lo inundaba todo. Los chándals y las gorras de beisbol y los tatuajes y las cadenas eran más que moda. Imponían un estilismo del que no se podía uno salir si no quería ser considerado paria, muertohambre y ridículo. Sustituía la etapa del grunge y dejaba mucho más atrás (afortunadamente) el glam, que unidas, unas corrientes u otras eliminaban el metal de los medios de comunicación de masas, cumpliendo una función de alejar al gran público del heavy.
Todo ello venía impuesto desde los Estados Unidos a través de sus medios de comunicación de masas. Especialmente a través de la MTV, que niñas y niños, antes de ser un canal de reallitys, era, ¡sorpresa! un canal de videoclips musicales. Y este estilo allí ya había hibridado con el rock duro y el heavy.
El nu-metal o rapcore parecía la corriente ganadora y el camino único e inescrutable para el género duro. Parecía rompedor y colocaba a unas cuantas bandas americanas de veinteañeros en el Olimpo del Metal, en las cabeceras de los grandes festivales desplazando a los totem de los 80 y superándoles en las listas de ventas y descargas. Korn, Limp Bizkit, Slipknot, Linkin Park, System of a Down, Papa Roach, Blink182, Puddle of Mud, Staind … eran el listado de grupos (casi todos provenientes de California) que en aquel momento mandaban y parecía que lo harían para siempre ya que venían cargados con un arsenal colosal de promoción y producción de los grandes sellos americanos. Bebían directamente de unas fuentes que a principios de los 90 habían abierto Rage Against the Machine, The Beastie Boys y Anthrax al pasar en sus carasB versiones de temas de rap de Cypress Hill o Public Enemy por su filtro trash.
Por fortuna, aquello no duro demasiado. La mayoría de estos grupos se volvieron más oscuros con el paso del tiempo, dejando atrás los sintetizadores y los platos y cargando densidad a sus guitarras y baterías. También a las temáticas e indumentarias. Y no todos, por unas causas o por otras, mantuvieron su vigencia y esplendor y desaparecieron de todos los lugares menos de la nostalgia de cuando éramos más jóvenes. Y eso que en líneas generales, recuperados del polvo y re-escuchados aquellos discos, no sonaban del todo mal.
Pero había un grupo que era algo distinto. Aportaba una frescura y rápidamente se hacía reconocible consiguiendo su propio estilo. Venían de San Diego y cuando alcanzaron la máxima popularidad ya llevaban 10 años de carrera recorriendo arriba y abajo California y pasando varias veces la frontera con México. De hecho, su ascendencia mexicana les abrió las puertas de nuevos públicos y les otorgaba su seña de identidad: una influencia familiar y devota en el cristianismo prácticamente que unieron a su rap-metal.
Eran P. O. D., acrónimo en inglés de Payanable of Death, una voz traducida al literal de la Biblia que hace referencia a los pecados de todos nosotros pagados con el sacrificio y la muerte de Jesucristo. No faltaban ni los tatuajes, ni las rastas, ni la ropa ancha deportiva. Tampoco buenas guitarras y una base rítmica contundente. Y mucho menos una voz viva, poderosa y capaz de agrupar registros y ritmos.
Compuesta por Sonny Sandoval como cantante, Wuv Bernardo como guitarra, Tras Daniels al bajo y Jayson Truny en la batería. Una formación carente de medios electrónicos como sintetizadores o platos para escenificación también muy sutiles en la grabación. Y una formación que se ha mantenido inalterable en el tiempo, salvo un par de respiros que alguno de sus miembros se ha tomado durante estos más de veinte años de carrera, lo que habla muy bien del proyecto en común que mueven y de como ven su amistad, profesión y legado.
Y más aún cuando los laureles del éxito y trascendencia en aquel cambio de siglo no los han podido repetir pese a que han seguido sacando discos pletóricos, de muy alta calidad, y moviéndose en giras, quizás más modestas y concentradas en suelo americano, pero donde no han faltado ni los nuevos fans, ni tampoco los de siempre.
Pero es que aquel Satellite de 2001 era un disco tremendo. Le unía unos singles potentísimos que se abrieron con Alive un golpazo brutal de ritmo y que marcaba el estilo propio de esta banda. Si bien Boom flojeaba con respecto a la anterior pieza, el tercero de los temas lanzados, Youth of Nation, se tornaba en un himno generacional que hablaba de cosas tan vitales como la desesperanza, la falta de futuro y de expectativas vitales. Y además lo hacía bajo unos códigos totalmente revestidos en el traje del rap y el hip hop, donde sólo entraba un magnífico sólo de guitarra.
Sin duda no le faltaba calidad a esta propuesta musical de P. O. D. cuando la tragedia completó el contexto. El 11 de septiembre de 2001 dos aviones chocaban contra cada una de las torres gemelas en Nueva York y un tercero caía sobre el Pentágono en Washington. Un cuarto se iba al suelo en Pennsylvania antes de completar su objetivo. Era el ataque terrorista más devastador de la historia, el 11S, un fenómeno que cambió el mundo y cuyas consecuencias se siguen viendo hoy. Y el 11 de septiembre de 2001, aquel martes, salía a la venta el disco Satellite de P. O. D. y con su sencillo Alive.
Alive se convirtió en un himno y un alegato hacia la esperanza y la trascendencia que era justo lo que necesitaba la sociedad norteamericana en aquel momento.
El resto del disco no desmerecía y temas como Anyting Right, Ghetto o Thinking About Forever completaban una obra plena en la que se cumplen los registros propios del nu metal pero no se deja de expresar e incluso experimentar. Eso hace de Satellite un rara avis en el género, porque al contrario que otros muchos discos de aquella época, éste no suena plano y monótono, sino que se demuestra vibrante y estimulante, con canciones muy distintas entre sí pero que en conjunto suenan redondo. El mestizaje se convierte así en emblema mientras se sobrepasan y resguardan las fronteras entre sonidos, los límites de estilos. Sobretodo la rareza Whatever it takes una canción plena de energía y potencia, que respira trash por los cuatro costados y seguro no hacía las delicias de los fanáticos del rapcore pero que a muchos como a mi, nos daba la sensación de estar ante un grupo sin miedo a aceptar retos, ni tampoco ante la exploración o las comparaciones.
Las influencias de grupos como Pantera, Jane Addiction, RATM se hace palpable durante toda la canción. La forma de tocar la guitarra de Carlos Santana se evoca encada riff de Wuv Bernardo. P. O. D. y su música suena a rap y suena a metal. Pero también a reaggue y lo hacen con un carisma que se transmite con su estilo.
Las ropas anchas no desmerecen la presencia metalera de la banda, y ni mucho menos lo hacen las letras, que aunque claramente focalizadas en la espiritualidad y el cristianismo, se transmiten con naturalidad, sin afán de imponer, sino más bien, como expresión de la propia vida de los músicos. Un acierto que se suma a una notable pericia tanto para componer, como para tocar.
P. O. D. era una banda plena con 10 años de experiencia y multitud de conciertos en garitos y ya había publicado y vendido discos, tanto autoeditados, como con una gran discográfica como Atlantic Records. Pero aquel Satellite los ponía en las puertas del Olimpo de los Dioses del Metal, y aunque no han acabado de asaltarnos nos han dejado un gran disco y un montón de buenas canciones. Y además de hacerse importantes para toda una generación que los visita de manera recurrente a través de la nostalgia, han construido una carrera plena, haciendo lo que les gusta y sin renunciar ni a sus principios, ni a su estilo, y ni mucho menos a sus creencias.
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