No
tengo palabras para loar la figura, el legado y la trascendencia
de Ozzy para millones de personas como yo. Para quienes el Heavy
Metal no es solo música. Es alma. Es vida y es
identidad.
Se
ha marchado como quería. Con su familia y tras darlo todo sobre el
escenario hace un par de semanas en un concierto épico,
homenaje a una trayectoria plena, con sus altibajos artísticos y
personales, propios de quien ha estado casi 60 años haciendo música
desde cero. Creando no sólo un estilo y una forma de hacer las
cosas, sino siendo parte imprescindible en la génesis de un género.
El
Heavy Metal no sería posible sin Ozzy,
como fundador de Black Sabbath y también de su prolífica
carrera en solitario, como Ozzy. Promoviendo músicos y
bandas, e incluso uno de los mayores festivales como el Ozzyfest.
Y ahora hay que continuar sin él, pero con la memoria de su
obra, el recuerdo de su imagen, la presencia de su leyenda.
No
me puedo despedir de él. De quien con su repentina ausencia, hace
que las palabras se anuden en la garganta aunque tengan que salir por
el teclado. De quien inunda mis ojos de lágrimas por haber estado
siempre ahí. No puedo decirle adiós, ni hasta siempre, porque sus
canciones forman parte de mi. Porque su voz, tan inconfundible,
tan propia y tan esencial es el timbre que me activa, que me da
fuerza. Y porque después de hoy, cuando lo escuche, y seguiré
haciéndolo, me sacará también una sonrisa. Porque muchas veces,
siempre de hecho, Ozzy ha cantando a la vida (si aunque los
maniqueísmos y tópicos interesados hoy inunden panegíricos en los medios de desinformación). Porque por encima de leyendas urbanas,
imagen siniestra alimentada por él mismo y por su mujer, y
apelativos como Príncipe de
las tinieblas, Ozzy estaba y está por encima de todo
esto, y en muchas de sus canciones y también de sus apariciones
públicas ha expresado su optimismo y su espíritu por la lucha y
hacer que todos y cada uno vivamos nuestra vida de forma plena.
Sólo
queda atesorar sus canciones, su recuerdo de la persona y del
personaje. Los grandes momentos que nos ha regalado, en vivo o en la
habitación, el coche o tras los auriculares a cada uno. A través de su música. Haciéndose imprescindible. Cantándonos.
Moviéndonos. Haciendo música y arte.
RIP
Ozzy Osborne. Larga vida al Heavy Metal y al recuerdo de tu obra.
Gracias Ozzy por todo!!!
Ozzy disfruta en la gran banda con Dio, con Randy, con Lemmy, con Bonham, con Cliff, con Paul, con Clive, ...
Wasted
Years es la segunda canción del álbum Somewhere in Time,
el sexto disco de Iron Maiden, publicado en 1986. escrita por
el guitarrista Adrian Smith, no solo destaca por su potente melodía
y su característico sonido de metal progresivo, sino también por las
profundas reflexiones que plantea acerca del paso del tiempo, el
arrepentimiento y la búsqueda de un propósito en la vida.
La
letra de Wasted Years se centra en el sentimiento de pérdida
asociado al tiempo malgastado. A través de ella, el narrador expresa
un anhelo por el pasado y una crítica hacia la manera en que a
menudo dejamos escapar momentos importantes, dedicándonos a
actividades que no nos llenan. Este tema resuena a muchas personas
que, al mirar atrás en sus vidas, pueden sentir que no han
aprovechado al máximo las oportunidades que se les presentaron. La
frase recurrente en la canción, "Don’t waste your time
always searching for those wasted years", encapsula este
mensaje central: el tiempo es precioso y no debe ser desperdiciado en
la inercia o en decisiones que no nos conducen a la realización
personal.
A
nivel musical, Wasted Years combina elementos característicos
de Iron Maiden, como la fusión de guitarras melódicas y
ritmos alternativos, creando un ambiente sonoro que complementa el
peso emocional de la letra. La sección instrumental del tema,
especialmente el solo de guitarra de Smith, transmite una sensación
de nostalgia y reflexión, sumergiendo al oyente en la atmósfera que
la canción busca evocar. Esta dualidad entre la letra y la música
es fundamental para entender el impacto que Wasted Years tiene
sobre quienes la escuchan, permitiendo una conexión inmediata con
sus sentimientos.
Además,
es interesante destacar el contexto en el que fue creada esta
canción. Durante la década de los ochenta, el mundo
experimentaba cambios significativos, tanto a nivel político como
social. La ansiedad y el desencanto eran comunes, especialmente
entre las generaciones más jóvenes que buscaban un sentido de propósito
en medio de las presiones externas. Wasted Years puede
interpretarse como una respuesta a esos sentimientos de
desorientación y pérdida, un llamado a la auto-reflexión y a la
acción proactiva en busca de una vida significativa. La canción
invita al oyente a detenerse y evaluar dónde está en su vida, y si
realmente está siguiendo su propio camino o simplemente dejándose
llevar por las circunstancias.
En
conclusión, Wasted Years de Iron Maiden trasciende su
categoría como mera canción de heavy metal, convirtiéndose
en un poderoso himno que evoca la lucha intrínseca del ser humano
con el tiempo y el significado de sus elecciones y de sus emociones. A través de su
letra introspectiva y una composición musical que resulta a la par conmovedora y electrizante, la banda
logra transmitir un mensaje atemporal que sigue resonando hoy en día. Así, invita a todos a no dejar pasar la vida
sin un propósito claro, recordándonos que cada año, cada día, y
cada momento cuentan. La reflexión propuesta por esta canción no
solo es relevante para los fanáticos del metal, sino para cualquier
persona que busca darle sentido a su existencia.
En
definitiva, con Iron Maiden nunca habrá años malgastados.
I'm
waiting in my cold cell when the bell begins to chime
Reflecting
on my past life and it doesn't have much time
'Cause
at five o'clock they take me to the gallows pole
The
sands of time for me are running low
Running
low, yeah
[Verse
1]
When
the priest comes to read me the last rites
Take
a look through the bars at the last sights
Of
a world that has gone very wrong for me
Can
it be that there's some sort of error?
Hard
to stop the surmounting terror
Is
it really the end, not some crazy dream?
[Verse
2]
Somebody
please tell me that I'm dreaming
It's
not easy to stop from screaming
But
words escape me when I try to speak
Tears
fall, but why am I crying?
After
all, I'm not afraid of dying
Don't
I believe that there never is an end?
[Instrumental
Break]
[Verse
3]
As
the guards march me out to the courtyard
Somebody
cries from a cell, "God be with you"
If
there's a God, why has He let me go?
As
I walk, my life drifts before me
And
though the end is near, I'm not sorry
Catch
my soul, it's willing to fly away
[Verse
4]
Mark
my words, believe my soul lives on
Don't
worry now that I have gone
I've
gone beyond to seek the truth
When
you know that your time is close at hand
Maybe
then you'll begin to understand
Life
down here is just a strange illusion
[Instrumental
Break]
[Outro]
Yeah,
yeah, yeah
Hallowed
be thy name
Yeah,
yeah, yeah
Hallowed
be thy name
Yeah
Hallowed
be the Name (Santificado sea el nombre) es la canción
que cierra The Number of the Beast, el tercer álbum de la
banda de Heavy metal por autonomasía: los británicos Iron
Maiden.
Escrita
por el bajista y letrista habitual de los Maiden, Steve
Harris, la letra describe los pensamientos de un hombre condenado a
muerte, momentos antes de acudir al cadalso y que la horca cumpla la
sentencia. El reo pasa por los estados mentales, las fases previas a
la ejecución, desde la negación hasta la expiación de los pecados,
y compone en conjunto una colosal obra en el que se desliza una
crítica religiosa y un profundo análisis filosófico sobre la vida,
tanto física como espiritual, la muerte, el más allá, la divinidad
y el propio significado de la existencia.
La
canción narra la historia de un prisionero que enfrenta su
ejecución inminente, reflexionando sobre su vida y la
inevitabilidad de la muerte. En este sentido, se puede apreciar una
profunda conexión con temas existenciales y filosóficos que han
resonado a lo largo de la Historia de la humanidad. El uso de la
figura del prisionero encarna el dilema humano sobre el sentido de la
vida y la confrontación con la muerte, haciendo eco de obras
literarias clásicas y de la tradición del teatro trágico
La
letra refleja una sentida introspección sobre la vida pasada, plena
de errores, que le han llevado a tener que afrontar su inevitable
destino. La mención directa del “Gallows Pole” (la
horca), y el sonido de las campanas (recurso de la batería) añaden
simbolismo a una construcción narrativa que busca imbuir en el
oyente los estados que pasa el protagonista. La repetición de frases
como "I'm waiting in my cold cell" (Estoy esperando
en mi fría celda) establece un tono sombrío y claustrofóbico, un
reflejo de la lucha interna del prisionero.
Uno
de los aspectos más notables de la letra es la dualidad en la
percepción de la muerte. El protagonista oscila entre el miedo y la
aceptación, lo que se manifiesta en la repetición de preguntas
retóricas que invitan al oyente a reflexionar sobre su propia
mortalidad. Frases como "When you're sent to die"
(Cuando te envían a morir) resuena con un sentimiento universal que
provoca empatía, independientemente de las creencias personales de
cada oyente.
Además,
el uso de referencias religiosas, como en el título mismo, evoca una
búsqueda de redención y significado en el sufrimiento. La mezcla de
elementos del cristianismo con una perspectiva crítica hacia la
condena pone de manifiesto la complejidad moral del juicio final,
sugiriendo que incluso en la desesperación hay un espacio para la
espiritualidad.
Por
lo tanto, la letra no sólo aborda la vida, su reflexión y la
mortalidad, sino que también cuestiona la existencia de un “Dios”
o poder superior, y su supuesta magnanimidad o justicia.
Desde
el punto de vista histórico, el contexto propio de la canción sería imperdonable
obviar el hecho de que se trató en su momento del primer álbum con
Bruce Dickinson como frontman de los Maiden, tras la salida
del, fallecido el año pasado, Paul DiAnno como cantante. La
presentación de Dickinson durante todo el Number of the Beast es colosal y marca diferencias con el trabajo de DiAnno, que si
bien era este también de una calidad magnífica, sus problemas legales y
con el alcohol provocaron su salida de la banda.
Volviendo
a Dickinson por Hallowed be the Name y el video pasado a las
televisiones de presentación de la canción en vivo, marcó la
calidad técnica de Bruce, además de mostrar su carisma y cercanía
con el público y su entrega con la música en directo, epítetos
todos ellos, imprescindibles al narrar el trabajo y legado de Bruce
Dickinson como cantante. El video, ya hoy en día como video oficial, es una grabación de la primera vez que Iron Maiden tocaba la canción en direto. Espectacular.
La
voz de Dickinson interpreta con una suficiencia, personalidad y
sentido dramático la letra como nadie había hecho nunca, dotándola
de una vida propia, una que se acaba al fin y al cabo, donde el juego
entre estrofas es sublime y cargado de intensidad. Momento culminante
por supuesto, el agudo sostenido al final de la primera estrofa, en
un alarde de técnica bucal y capacidad pulmonar, mientras el resto de músicos
engola la canción con su intervención.
Y
es que el resto de la banda aparece en estado de gracia y entregada a la causa, tanto en la
composición como ejecución en directo, se muestra pletórica. Steve
Harris amartillea el bajo y dota de ritmo la canción, lo que permite
al batería Clive Burr (posteriormente lo mismo con Nicko McBrain)
explorar los timbales y percutir secuencias complejas que cuadran con
precisión matemática en los tempos marcados por el bajo.
Si
la base rítmica funciona con tal perfección dejando una estructura
que solo necesita de decoración, qué mejor que disponer de la
pericia en las cuerdas de acero de Adrian Smith que genera una
introducción que da aires melancólicos a la primera
estrofa, y después, flirteando con el progresivo alterna pasajes más
melódicos con secciones más rápidas. Y qué decir de un Dave
Murray que nos regala uno de los mejores solos de guitarra de la
historia del heavy metal, logrando un equilibrio perfecto entre
emoción y virtuosismo.
La
progresión de acordes y cambios rítmicos acentúan la narrativa,
aumentando según crece la desesperación del protagonista, y
haciendo que quienes escuchamos la composición experimentamos mental
y hasta físicamente la angustia y la redención final del personaje.
En
conjunto, Hallowed by Name es una obra maestra y el mejor
ejemplo del legado de Iron Maiden. Una canción imprescindible
en el setlist y en cualquier listado de obras de la mejor
banda de música de la Historia. Sí. La mejor no sólo del heavy o
el rock duro. La mejor en cualquier estilo. Imperecederos.
Imborrables y Eternos.
En
la actualidad el Heavy Metal vive un importante momento de
encrucijada. Si bien en estos tiempos que corren, cualquier entendido
y apasionado en este género nos mostramos entusiasmados ante la
pléyade de propuestas y grupos que convierten en un frondoso bosque
el árbol de la música heavy, no deja de ser cierto que,
contrariamente a lo que ocurría en épocas anteriores, el hecho es que carecemos de una banda totem, un referente absoluto de este
apartado de la música contemporánea. Hoy se hace muy difícil
reconocer a esa banda estandarte con la que identificar tipo y
momento como sí sucedía con Iron Maiden en los 80 o Metallica en
los 90.
Quizás
una de las grandes virtudes de la era de Internet y la
globalización cultural sea que ha permitido que el Metal
también englobe a todas las propuestas, subgéneros y grupos del
planeta, dándoles espacio y difusión, y en definitiva,
enriqueciendo un micro-cosmos donde la calidad y la diversidad, en el
talento para la composición y la grabación sirven para un fin último
y supremo: la interpretación en directo delante de los fans
y aficionados al Heavy Metal.
Ya
en los años 2000, bajo el Ñu Metal, la compartición peer
to peer por Internet, la proliferación de festivales y el
decidido interés de los medios convencionales por seguir
distribuyendo y dando a conocer nuevas formas de hacer música asaltó
el trono que poseía Metallica, tras el paso atrás total de Nirvana
y todo el subgénero del hard rock que envolvía. El trash
seguía siendo el género predominante dentro del metal, cuando una ristra de bandas americanas que conformaban el Metalcore y
el rap-metal no se hicieron con su propio hueco, pero debido a
lo artificial de las distintas propuestas (salvo honrosas excepciones) y por el predominio de otros géneros musicales
comerciales no acabaron de asaltar la posición que la banda de
Heitfield y Ulrich tenían.
Slipknot,
Limp Bizkit, System of a Down, Marilyn Manson, Rage Against the
Machine o Linkin Park parecían las bandas encargadas de abanderar el
estilo que irrumpió con fuerza en los primeros dosmiles, pero
por unas cosas o por otras, acabaron dejando desierta la bandera y el
género del Heavy Metal ha parecido ajeno a la potencia de una
banda, una marca, que lo hiciese presente en los medios de
comunicación de masas.
Ya
he escrito en otras ocasiones de que esto ha sido bien buscado, y
conseguido, por los propios medios capitalistas, dejando al Heavy
Metal en el lado oscuro y a la sombra de otras propuestas mucho
más interesantes para el sistema. Adoctrinantes en el consumismo, el individualismo, dejando fuera propuestas trascendentes de
expresión a través de la cultura y la música de los problemas
sociales o del hombre como individuo u colectivo.
Esto
no es del todo malo. Los que estamos somos los que somos, los que
amamos y compartimos todo lo que engloba el Heavy Metal. Nos
involucramos en su defensa y promoción, a veces con demasiada saña,
pero para el heavy lo irrenunciable e innegociable es la
autenticidad sin menoscabo de la originalidad, y la destreza y la
presentación en vivo y en directo de nuestra música.
Si
algo ha destacado al Heavy Metal estos 25 años es la
proliferación de bandas y estilos dentro del género, haciendo
caer las fronteras físicas y virtuales, al tiempo que nos regala un
número tendiente a infinito de grupos que seguir en sus giras y
novedades como se puede ver en mi carpeta de música en el ordenador,
en mi cada vez más grande estantería de cedés y en los
abarrotadísimos cajones de camisetas.
Y
dentro de este ecosistema hay una banda que a mi, y a muchos, nos
tiene siempre en vilo. Una seña de calidad con la que contar y de la
que estar atento para sus nuevas propuestas, como sobretodo para
contar con la posibilidad de verlos, y re-vivirlos en directo.
Antes de 2024 para los heavys Gojira ya era un nombre más que conocido. La
banda liderada por los hermanos Duplantier (Joe guitarrra y
voz, y Mario batería), junto a Christian Andreu como guitarra
solista y Jean-Michel Labadie al bajo, tiene una carrera de ya casi
30 años, cuando desde su Bayona natal comenzaron a hacerse un
nombre con una propuesta de death metal muy original e
imaginativo, pleno de virtuosismo hasta inundar también lo
progresivo.
Sus
influencias van desde el Ride the lighting de Metallica, Rage
Against the Machine, el Anema de Tool y por supuesto, no
cabe ninguna duda, Sepultura. Y es que los ritmos y la distorsión
de Gojira beben sin emborracharse del legado de la banda
brasileña de los hermanos Cavalera, por lo que una buena cimentación
trasher está presente en su música.
En
cuanto al estilo de Gojira la complejidad de sus
composiciones, tanto en acordes como en la base rítmica, son su
principal característica. La pericia de Mario Duplantier no solo le
hace fácilmente reconocible, sino que aporta un sonido variado, de
difícil ejecución y de una plasticidad apabullante. La voz de su
hermano Joe cabalga entre el gutural death y tonalidades
rasgadas propias del punk. Las letras y temas de sus
canciones y discos van desde el amor por la naturaleza y
la denuncia en favor de su conservación, heredado de su
infancia y juventud entre los bosques y el mar del País Vasco
francés, a propuestas más espirituales donde se ven los influjos de
la educación alternativa de los Duplantier.
En
conjunto presentan un sonido característico, muy trabajado e
imaginativo, que no cae en el lado del metal pedante del más cansino
progresivo, sino que se muestra vivo y ataca los sentidos porque todo
esto lo hace sin salirse de los códigos del trash y el death
metal. Por eso, el principal valor de Gojira, la potencia con la que la banda de Bayona muestra en sus directosdestaca
tanto.
Ver
en concierto a Gojira es una cita obligada para cualquier
aficionado al género, y además, el mejor portal de entrada que los
neófitos pueden tener. Se trata de una experiencia total
donde el sonido envuelve toda la vivencia y te golpea. Y te agita. Y
hace que pienses qué me está pasando por encima. El placer que se
siente cuando se ve a Gojira en vivo y en directo es una de las
mejores experiencias que el dinero puede pagar, y yo que ya los he
catado en 3 ocasiones, ya estoy salivando por la cuarta que llegará
a final de año. No puedo deciros más que animaros a buscarlos y a
sumergirse en su arte y su talento.
En
cuanto a sus discos, el recorrido de Gojira me sirve para
inmiscuirme en uno de los principales problemas del Heavy Metal
hoy en día. Se trata de la batalla abierta en los foros y en las
conversaciones, tanto en Internet, como en un bar, o en concierto o
en un festival, entre los recién llegados y los heavies de
toda la vida, los que me gusta llamar Metalpacos.
La
polémica eterna dentro del Heavy Metal es la autencidad en
origen, el apropiarse del descubrimiento de la excelencia, desechando
y menospreciando lo nuevo. Si esto ha pasado con Iron Maiden,
Helloween, Judas Priest, o hasta con Metallica, qué no pasará con
bandas nuevas que aparecen y llegan cuando ya somos más talluditos y
se supone entedemos más de música. Es difícil no posicionarse.
Todos tenemos nuestros gustos y favoritos. Y a todos se nos hacen
bola ciertas propuestas por ser demasiado tenues, algunas novedosas o
con más bagaje, por limitar demasiado con otros estilos de música
(especialmente a mi me cuesta esa difusa línea entre el rap y el
metal), carecer de la mínima pericia técnica demandada o ser
abiertamente comerciales.
Gojira
debutaba en 1996 con Terra Incognita que culminaba unos
inicios con varios lps y conciertos que ya habían llamado la
atención en el país vecino. Su álbum de debut partía de un
decidido death metal pero acababa ofreciendo un metal
progresivo altamente innovador por esa tendencia extrema que fue
recibido por los entendidos con entusiasmo. Se ofrecían nuevas
melodías al tiempo que tanto en las letras, como en los colosales
temas instrumentales, Gojira invitaba a reflexionar sobre las
dimensiones personales y privadas de la mente humana.
Este
exitoso inicio se vio refrendado con las siguientes propuestas. The
Link en 2003, From Mars to Sirius en 2007 y The Way of
All Flesh para 2008. Si bien las tres obras se materializan en
escaso tiempo por la presión de la discográfica, la calidad y la
originalidad en la propuesta no baja, y son aclamados por crítica y
público, por lo que comienzan a girar por toda Europa y Estados
Unidos, acompañando a bandas consolidadas como Amon Amarth, Trivium
o Machine Head.
La
expectación ante un nuevo trabajo en 2011 es máxima y con Sea
Shepherd alcanzan el máximo reconocimiento en el mundillo del
metal lo que les sirve para entrar de lleno en los festivales.
Pero
será con L’Enfant Sauvage en 2012 cuando asalten por
talento la cima del Metal. El tema homónimo de presentación
es un compendio de lo mejor de Gojira, con las guitarras creando una
atmósfera propia a base de riffs plenos de perfección e
imaginación, a la que se incorpora una rítmica en estado de gracia,
con Duplantier desatado a las baquetas.
Las
siguientes propuestas Magma (2016) y Fortitude (2021)
no han tenido la misma aceptación por parte de la crítica, y de
unos cuantos metal-pacos, que ya los acusan de repetitivos,
“poco” originales o entregados a lo fácil. Aquí resuenan
nombres como Airbourne, Dream Theater o hasta con cada nuevo disco de
Iron Maiden (menudo sacrilegio). Es curioso porque cuando otras
bandas innovan exploran otros entornos y temas, o directamente se
abren para conquistar un gran público, que no al metalero en
exclusividad, se les acusa de “vendidos”, que han perdido la
esencia, o el Norte directamente. Entre estos hay numerosos ejemplos
pero los más rotundos son Metallica (crucificados con cada nuevo
lanzamiento y en especial la “escasa” pericia de Ulrich), las
bandas de gothic metal, especialmente si tienen cantante
femenina (Epica, Nightwish, Within Temptation) proclives a que las
discográficas mainstream las ofrezcan a públicos más
amplios. O Muse, que sin ser una banda de Heavy metal, también es
dilapidada por haber experimentado con la música electrónica o la
sinfónica.
Y
sin embargo a mi Fortitude me parece unos de los discos más
sólidos y estimulantes de los salidos en la década de los 20 del
siglo XXI. Si el primer golpe Born for One Thing es un
compendio de lo que Gojira puede ofrecer, el segundo Amazonia,
es un alegato ecologista y antropológico que remueve conciencias al
tiempo que rinde un homenaje más que sentido a Sepultura.
A
continuación todo el disco deja momentos sublimes con Another
world y su estribillo pegadizo al que ayuda un riff de
entrada potente que culmina en una sucesión de solos pletóricos de
guitarras y batería. Hold on es una muestra más de la
capacidad imaginativa de la banda combinando ritmos, algunos de ellos
impropios del heavy, y de como conforman atmósferas
auténticas y personales a las que nos trasladan para soliviantarnos
o relajarnos a gusto del consumidor.
New
Found devuelve más vigor al
desarrollo del disco con más velocidad en la composición para
mostrar todo el virtuosismo de la banda al más puro estilo
progresivo, para al final dejar una atmósfera propia donde se
desliza una base melódica confortable y muy identificable con
Gojira.
Forititude
es el siguiente corte que sirve de entrada a la sorprendente y
adictiva The Chant que
denuncia la situación social e histórica en el Tíbet
transportándonos directamente al Himalaya y a la tensión entre
países, religiones y comunidades. Un aldabonazo que musicalmente se
muestra original y atrevida, y que a continuación es borrada de un
plumazo con Sphinx el
siguiente corte mucho más vertiginoso y que ahora nos lleva al
Gojira más intenso y
death. Qué
ganas de vivirla en concierto.
Into
The Storm es otro pelotazo
inconmensurable donde brilla el virtuosismo en la batería
de Mario al que se suben sus compañeros para acabar el tema en todo
lo alto con dos solos de guitarra pletóricos.
El
cierre de álbum corresponde a The Trail
que es un viaje a ritmos más calmados y a coger algo de aire en los
pulmones para Grind
que al igual que al inicio descerraja varios riffs
intensos y una batería certera y acelerada idóneo para los
headbangers más
exigentes.
En
esencia un disco tremendo, que me encanta, y que permite identificar
a Gojira
plenamente porque circula por todos sus registros y todas sus etapas.
Fortitude es un disco
complejo y denso, pero a la vez es útil y funciona a la perfección
para mostrar
a la banda y para que se sumerjan en su trabajo, que como decía un
poco más arriba, tiene que terminar con verlos en concierto.
Con
una carrera de ya diecinueve discos a sus espaldas Judas Priest
acaba de estrenar su último trabajo, Invicible Shield. La
banda liderada por Rob Halford ha firmado una obra maestra
espectacular, que ya he escuchado en su totalidad una docena de
veces. Que la llevo ya en el móvil para escucharla mientras camino,
hago la compra, voy en bus o hago ejercicio.
No
es ninguna broma el nivel alcanzado y que ha puesto a todo el mundo
del Metal, tanto crítica profesional como fanáticos de este género,
de acuerdo en la excelencia del trabajo de los británicos, de la
salud envidiable de la formación y de unas tremendas ganas
compartidas por disfrutarlos en directo. Y lo es menos aún cuando
pensamos en una carrera de más de 50 años, cuando allá en 1969 en
Birminghan, Al Atkins, KK Downing e Ian Hill ponían los cimientos de
una de las bandas más grandes de todos los tiempos.
Hoy
de los fundadores sólo queda Hill al bajo en los Judas, y sin
embargo, la esencia del grupo y la vigencia de su legado no
sólo sobreviven. Es que crecen con cada propuesta, cada concierto,
año a año, sumando a más fieles al heavy metal más puro de la
Nueva ola del heavy metal británico (NWHMB).
Cuando
una discografía es tan prolífica y una carrera tan constante a lo
largo de los años y los discos, es verdaderamente emocionante poder
escuchar el trabajo de una banda como Judas Priest. Con
Halford a sus 73 años rindiendo a un nivel envidiable y regalándonos
sus inigualables agudos. Con Scott Travis mostrando su maestría en
la batería, acompañado muy bien por Hill en la base rítmica. Con
la colaboración de Glenn Tipton, quien pese a su avanzado Parkinson,
sigue en la banda grabando y participando en algunos conciertos junto
a su sustituto en el lineon de la banda Andy Sneap. Y con el
talento de Ritchie Faulkner como guitarra solista mostrándose como
uno de los magos de las seis cuerdas más virtuosos y potentes del
heavy actual.
En
conjunto una banda emblemática y en plena forma que ha
lanzado un disco que nada tiene que envidiar a sus producciones
pretéritas, y ni tampoco, a las de otras formaciones más jóvenes.
Invicible Shield, es una vacuna contra el aburrimiento y
contra la comodidad. Es un órdago que suena fresco, vigoroso, con potencia juvenil y con control de una madurez que es exquisita. Pura seducción. Es un disparo rápido y certero para animar y
levantar a los fieles y a los neófitos. Y fundamentalmente, es una
obra de máxima inspiración por la banda, con una composición
brillante, y donde destaca una producción experta que ha mimado
hasta el último detalle el proceso de composición, grabación y
lanzamiento del disco.
Todo
se abre con “Panic Attack”, un ataque de pánico que nos
transporta a los años 80, en una catarsis de heavy clásico
trufado con toques progresistas. Las guitarras marcan el ritmo, al
tiempo que se incorporan los timbales y platos de Travis para
enmarcar la primera estrofa que descerraja Halford hasta un
estribillo simple (sólo es el título de la canción) que abre la
fiesta.
“The
Serpent and the King” es el siguiente corte y el segundo single
que han lanzado, y siguiendo la estela de “Panic Attack”
nos embarca a través de la sucesión de solos de un Faulkner en
estado de gracia. Todo ello coronado con la voz de Halford que nos
hace viajar en el tiempo a como si estuviéramos viviendo el
lanzamiento de Pankiller hace 30 años. Una locura.
Como
adelanto del nuevo disco fue el corte número 6, “Crown of
Horns” la que nos puso sobre aviso y afiló nuestros colmillos.
El riff inicial de Faulkner abre un temazo que suena a power
metal por los cuatro costados, mostrándonos no sólo el oficio
de una banda mítica, sino también la permeabilidad e imaginación
de sus miembros. El estribillo alcanza una cadencia tremenda, y
mientras el ritmo, más pausado en comparación con las canciones
anteriores, pudiera parecer que empieza a perder fuerza el disco, lo
cierto es que el final de la canción es pleno gracias a dos solos de
guitarra llenos de virtuosismo y ritmo. Una delicia.
Entre
medías “Invicinble Shield”, “Devil in Disguise”
y “Gates of Hell”. La rotundidad con la que se abren los
tres temas componen el cuerpo central de un disco de una banda en su
mejor momento. Una auténtica obra maestra, donde la pericia
de todos sobresale para hacer brillar a la banda en su conjunto. La
verdad es que el tema homónimo del disco me parece una pasada, una
declaración de honestidad y del legado eterno que los Judas
hace mucho que ya alcanzaron, pero que de vez en cuando quieren
recordarnos. Y bien que nos alegramos de que lo hagan.
Volviendo
al desarrollo lineal del disco tras “Crown of Horns” le
sigue “As God my Witness” una canción que amaga con
continuar por la senda power iniciada por el corte anterior,
pero que gracias a la destreza de Travis viaja en apenas un minuto al
más puro sonido Judas.
“Trial
by fire” es para mi la canción predilecta de este disco porque
el ritmo endiablado de la base rítmica integra a la perfección a
las guitarras, que a mediado el tema hilvanan varios solos, con
cambios de distorsión. El ambiente se oscurece y la niebla cae.
Escuchas y crees que ha saltado un tema de un grupo de Death
melódico. Y resulta que no. Que son los Judas Priest haciendo
lo que les da la gana y regalándonos una obra maestra. Y todo ello
con Halford en estado de gracia. Joder es que parece que han grabado
esta canción con 30 años. Pletóricos.
La
habilidad y la imaginación de sus componentes vuelve a aparecer
cuando escuchas el disco de continuo. “Escape from Reallity”
y “Sons of thunder” juegan con varios ritmos y
ambientaciones. Sin dejar de sonar a ese Heavy Metal clásico
y atemporal, se introducen por sonidos más complejos y oscuros,
pasando sin ataduras, sin perturbaciones y sin mácula desde el groove hasta el
más rabioso trash. Y es que este disco es una enciclopedia de
Heavy Metal.
Cierran
la obra con “Giants in the Sky” otro temazo pletórico que
al acabar te deja extasiado. La voz de Halford surfea las melodías
que componen sus compañeros, construyendo en conjunto, un sonido muy
redondo y sin fisuras. Una canción que te hace anhelar más. Y los
anhelos se cumplen con la edición de lujo que primero han puesto a
la venta. Y es que “Fight for your life”, “Vicious
Cycle” y “The Lodger” tienen la calidad y la
potencia suficiente no sólo para convertirse en rarezas. Es que
pegan como el primer single. Y quizás hasta más.
En
definitiva, y usando este recurso estilístico para cerrar, sólo
puedo decir dos cosas: La primera es que con la tremenda salud, que
en mi opinión vive el género en la actualidad, que unos tíos te
lancen una obra maestra cuando ya superan la séptima década,
con sus achaques y cosas, es un toque de atención celebradísimo y
una demostración de que el talento no tiene edad, y de que el Heavy
Metal es eterno. La segunda es que se aceleran las ganas de
verlos en directo presentado este disco y haciéndonos disfrutar con
sus clásicos imperecederos.
Gente:
déjense unos cuartos en este disco en formato físico. Lo merece. Y
dejémonos todos, bastante más seguramente, para disfrutar de Judas
Priest en vivo. Lo merecen y nosotros también.
Este último video junto a KK Downing, Glenn Tipton y Les Binks durante su ingreso en el Salón de la Fama del Rock en 2022.
Ya
está aquí el verano. Con sus olas de calor. Sus incendios
forestales. Con esos días y noches eternos, sin poder descansar
bien. Con sus estaciones de transporte y carreteras abarrotadas. Con
las terrazas a tope. Con el ruido incesante. Y con sus canciones del
verano.
Me
dejo muchas cosas en el listado anterior, si, pero voy a lo
importante sin más dilación para poder entrar en lo trascendente.
Ya
he hablado en esta bitácora de ese reclamo publicitario de baja
estofa, oda al consumismo alienado en base a producto prefabricado de
fácil paladeo, pero insoportable digestión. La canción del verano
es la sintonía que acompaña los calores durante el estío. Melodía
machacona que es bombardeada inmisericorde por los medios del capital
-en particular y profusión, las radiofórmulas,
y su moderna versión, las plataformas de audio-, proponiendo un
éxito bailable, con una letra, por lo general deleznable, y que es
acompañada por una coreografía sencilla y propia para adoctrinar al
populacho. Para completar la escena, todo ello se acompaña por la
imagen de los intérpretes, necesariamente, escasitos
de ropa. Sobretodo ellas.
Sin
embargo, hace unos años, y pese a la ingente inversión en
publicidad de diversos métodos y estilos, la canción del verano
consiguió a ser un fenómeno de internet, propuesto desde abajo, por
el público general y en particular el metalero. Norwegian
reaggeton,
era la propuesta de acceso gratis y compartida por Nanowar
of steel,
el grupo italiano de freak
metal,
y fue un éxito rotundo.
Nanowar
of Steel,
como digo es una banda italiana de metal surgida en 2003. Su
intención siempre ha sido reírse de los convencionalismos más
manidos del Heavy Metal, y en particular del power y una de las
bandas mas míticas, -y profusamente envueltas en la polémica-, del
género: Manowar.
Tomando
el nombre de los norteamericanos y cambiando la primera letra para
reproducir un llamamiento que en el propio italiano, y en otras
lenguas del mediterráneo, se emplea como lenguaje coloquial y
chabacano. Posteriormente y dado el aluvión de demandas por parte de
los propios Manowar -que desde 2008 los tienen bloqueados y
amenazados-, añadieron al nombre of
Steel,
tomando el recurso que los originales Rhapsody, tuvieron que tomar
para sobrevivir a las disputas legales entre los miembros. La
tipografía se añadía como un trampantojo hecho en el paint
por un inexperto diseñador gráfico y las risas estaban hechas.
Pero
no acababa ahí su cachondeo para con la banda liderada por Joey
DeMaio, y en su primer disco, Triumph
of True Metal of Steel
(parodia del disco de Manowar The
Triumph of Steel),
colocaban en todas las canciones el término true
metal
en el título, exagerando así la manía de la banda estadounidense
de declararse como la única banda de "metal
verdadero"
del mundo. El cachondeo estaba servido, al tiempo que empezaron a
llegar las demandas de fanáticos de Manowar, así como de la propia
discográfica y banda americanas.
En
su ya prolija discografía y giras han empleado los convencionalismos
más notables del Heavy
Metal. Sin
menospreciar en absoluto una calidad compositiva y destreza musical
han generado varios himnos que nos sirven para alimentar la fiesta y
reírnos de nosotros mismos. Ejercicio, por otra parte, bien
necesario.
Su
indumentaria siempre ha bebido de los estándares de los subgéneros
a los que han dedicado cada uno de sus discos. Pasando del black
metal,
al viking,
sin olvidar el rapcore,
pero sobretodo destacando en el power,
del que por otro lado se declaran fans
acérrimos y al que homenajean con humor y con cariño, aunque haya
quien se lo tome a mal. Así, letras y riffs,
iconografía de los discos, poses y actitudes, y sobretodo, las
vestimentas, se han empapado de la imagen de los más grandes entre
los grandes como puedan ser Rob Halford y Judas, Guns n’Roses y
Mötley Crue, las bandas de black
metal
tipo Dimmu Borgir o Dark Funeral. Y por supuesto, Manowar.
Si
está propuesta de reírse de un mismo y pasárselo bien sin mirar a
ningún otro lado ya había calado entre los propios heavies y es
bien celebrada, cuando se incluyen en festivales y conciertos,
Nanowar of Steel, adquirió celebridad cuando hace unos veranos se
lanzaron a implantar los ritmos del reaggeton
a la música heavy. No deja de tener su guasa limitarse a unas
escalas tan básicas y repetitivas con un sonido que enseguida te
invita a plantear complejidad, composición e imaginación, pero el
propio hecho rompedor, de tomar las estrecheces compositivas de este
tipo de música para meterle un filtro de black metal,
estaba su éxito.
La letrade
Norwegian
reaggeton
recogía los valores y clichés más conocidos fuera de Escandinavia
para meterlos en la coctelera y emplear los mismos recursos
industriales de la música actual, generando así una cacofonía
hecha para el disfrute y regocijo del personal. La distorsión de las
guitarras y la pulsión del doble bombo, suplían a la perfección
los sonidos generados por ordenador, y además de demostrar la
pericia de los músicos, nos añadía un par de solos muy meritorios.
Las estrofas en inglés se alternan con el estribillo, en castellano,
pero un castellano exagerado procurando imitar los tonos propios del
habla latinoamericana, así como los matices que se sustituyen a la
voz cuando se pasan por filtros. Este estribillo:
Corazón
vikingo de Santo Domingo
La
iglesia quemada, la piña colada
Vamos
a bailar con "Det som engang var"
Guerrero
cubano, bailarín pagano
Tomando
mojito en el sacrificio
Vamos
a bailar con Hellhammer y Varg
se
va calando en el subconsciente y el ritmo se contagia a las botas de
los metaleros que empiezan a disfrutar poniéndose al sol,
arriesgándose a unas quemaduras.
No
puedo dejar de recordar el genial Bogavante
de El Reno Renardo, y particularmente, el momento de catarsis que
vivimos en el concierto de Valladolid en 2010. Ambos temas son parte
de la idiosincrasia del Heavy
y de una crítica, por otra parte, absolutamente básica a la música
convencional convertida en producto de consumo masivo.
Nanowar
of Steel.
aunque también se han sumergido en un recurso básico de su
subgénero, las parodias y covers
de imitación de los grandes himnos del Metal, por lo general, tienen
sus propias canciones empleando un power
metal
de muchísima calidad junto a unas letras desternillantes. Y todo
este caudal musical, artístico y del cachondeo está disponible bajo
licencia Creative
commons
en internet. Su web, su canal de youtube o sus perfiles en
aplicaciones para compartir su música y su agenda de conciertos, a
parte de su merchandising,
que son la fuente de sus ingresos. Abogan por la música libre y que
esta sea compartida, como por ejemplo de The Number of the Bitch
(parodia de The Number of the Beast
de
Iron Maiden) o Master
of Pizza
(Master
of Puppets
de Metallica).
Nanowar
of Steel
están de lleno en el corazón del Heavy Metal, como otras bandas del
freak
metal,
para hacernos divertir y para reírnos de nosotros mismos. Y de los
demás. Una actitud, de lo más saludable.