La semana pasada se suspendió por interpelación de la ultraderecha y el Sindicato de policía) y la celebración de los medios tradicionales y tradicionalistas salmantinos, y de sus políticos y organizaciones sino iguales, cuando menos y según qué temas similares, una charla-coloquio que se iba a celebrar sobre el Proceso de Paz en Euskadi, organizado por Yesca, y en el que iban a participar tres mujeres cercanas al mundo abertzale.
Es evidente que vivimos en un país en el
que ir un poco más allá de lo que dicta el guión del pensamiento único
es patrimonio de una minoría. Es más, ya no me sorprende que en España
haya que pasar por la Aduana de dicho pensamiento único antes de
expresar/cantar según qué cosas. Me provoca asco y rabia, pero no me
sorprende. Obviamente, que no me sorprenda no significa que acepte, bajo
ningún concepto, que a día de hoy se sigan persiguiendo ideas cuyo
único pecado ha sido no aceptar ponerse el traje del bienpensante a cualquier precio. Su Ta Gar, Berri Txarrak, Banda Bassotti, Soziedad Alkohólika
(con el indignante agravante de que además tuvieron que soportar un
sonado y mediático juicio, del que hubo una sentencia a su favor) o Albert Plá
son algunos ejemplos de artistas que han tenido (y todavía tienen, en
algunos casos) que sortear bastantes obstáculos para poder tocar en
según qué puntos del Estado. En estos últimos meses ha habido nuevos
casos de censura que han fructificado (otros, como el de UpyD contra
Soziedad Alkohólika, han fracasado). El rapero catalán Pablo Hasel fue detenido en Octubre por apología del terrorismo. Los Chikos del Maíz
llevan tiempo en el ojo del huracán, siendo la reciente cancelación de
su concierto en Burgos una de las últimas hazañas de la casposa censura.
Y si nos salimos del apartado musical, no menos preocupante y
vergonzosa fue la también reciente suspensión de la charla sobre el Proceso de Paz en Euskadi que había organizado Yesca en Salamanca y en la que iban a participar Jone Goirizelaia, Doris Benegas y Haizea Ziluaga.
El poco fiable y discutible baremo de la
susceptibilidad de un amplio sector de la sociedad española y de su
clase política (lo cual es más grave, si cabe) hace posible que con muy
poquito un grupo/colectivo sea criminalizado (basta con decir, por
ejemplo, que estás a favor del acercamiento de presos a Euskadi) y
desplazado. Ya es de por sí curioso. Pero hay algo todavía más
llamativo. Y es que esos mismos analistas compulsivos de las letras de Hasel y LCDM
(por ceñirnos a dos ejemplos recientes) no son tan meticulosos a la
hora de abrir la boquita y difamar con total impunidad. Pero claro, por
lo visto, el valor ofensivo de las palabras depende únicamente de quién
las utiliza, y no de su contenido. Tachar a alguien de “etarra” sin
pruebas y a la ligera (por si las moscas, oiga) no sólo no está mal
visto, sino que además sirve para ganar puntos de cara a la galería del buen español:
al que lo hace se lo suele aplaudir bajo el grito unánime de “¡sí
señor, con dos huevos!”. Luego están los imbéciles de turno que no dudan
en afirmar que siempre viene bien un poco de publicidad gratuita y que
estos artistas deberían darle las gracias a sus simpáticos enemigos por
darlos a conocer. En el caso de Soziedad Alkohólika esa teoría suena
absurda, puesto que llevan años y años llenando recintos de todo el
Estado (e incluso de otros continentes).
Pero vale, traslademos ese punto de vista al caso concreto de Hasel,
un joven rapero que, a diferencia de Soziedad Alkohólika, no es tan
conocido. Claro, debe ser muy agradable que unos policías se cuelen en
tu casa de Lleida y te suelten una frase que deja claro que saben
incluso a qué hora saca tu madre al perro. Debe ser estupendo que se
pasen por el forro tu derecho a la privacidad/intimidad, hurguen en tus
cosas y te lleven a un calabozo de Madrid. Suena estimulante que de un
día para otro media España, creyéndose ciegamente la aséptica y sesgada
versión de los medios de comunicación (incluídos La Sexta y Público), te
etiquete como el enemigo público número uno mientras los verdaderos
enemigos del pueblo se descojonaban en sus (putas) casas (de verdad).
También se me antoja gratificante intentar vivir dignamente de la
música y no sólo tener que luchar contra los conocidos obstáculos a los
que ya de por sí se enfrenta cualquier autor, sino depender también de
los caprichos de unos miserables que, con la connivencia de la opinión
pública, deciden cuáles son las ciudades a las que no puedes ir a tocar.
Lo peor de todo es que la gente pasa por
alto otro dato que me resulta fundamental. Y es que detrás de toda esta
censura se nos envía un peligroso mensaje subliminal: nosotros, los
oyentes, somos retrasados mentales. Carecemos de personalidad. Somos
incapaces de decidir por nosotros mismos y de canalizar de forma
apropiada las letras de Hasel, LCDM y Soziedad Alkohólika. Tampoco
estamos preparados para escuchar lo que nos quieren transmitir Jone
Goirizelaia, Doris Benegas y Haizea Ziluaga en la charla de Salamanca.
Es por eso que nuestros salvadores se han tomado la libertad de
decidir (por nuestro bien, claro) que lo mejor es que sólo escuchemos
su versión… ¡no sea que estemos de acuerdo con los malos (Hasel,
Soziedad Alkohólika o Berri Txarrak) o que las letras de LCDM (cargadas
de un recurrente e inteligente humor negro) nos causen gracia!
No, no necesito que PP o UpyD decidan si
puedo o no puedo ir a un concierto de LCDM o de Pablo Hasel. Al igual
que no necesito una sentencia favorable del juez Garzón para tener claro
que hay que tener unas taras mentales considerables para estar a favor
de la insostenible persecución a Soziedad Alkohólika. El caso de la
charla censurada en Salamanca fue esperpéntico. Esperpéntico porque
dicho boicot fue promovido por asociacioness de ultraderecha (las manos
limpias se demuestran con hechos, no con siglas) y por el SUP (Sindicato
Unificado de Policía) de Salamanca, que en un repentino antojo
pedagógico y sociológico, emitió un comunicado que daba vergüenza ajena.
Este sindicato alegaba en dicho comunicado que se oponía a la charla,
argumentando (es un decir) que ETA no había abandonado las armas ni
tampoco había pedido perdón a las víctimas. Bien. Llegados a este punto
me pregunto algunas cosas: 1) ¿Son adivinos y sabían de antemano en qué
iban a consistir las ponencias de las invitadas para afirmar que su
contenido sería inapropiado? 2) ¿Las invitadas iban a contar chistes
sobre Irene Villa y a mofarse de las demás víctimas de ETA? ¿O tal vez
iban a dar lecciones prácticas sobre cómo utilizar metralletas y estos
buenos policías querían ahorrarnos el mal trago? 3) ¿Cuando el SUP
hablaba de abandonar las armas se estaba refiriendo a las mismas armas
con las que ellos trabajan a diario? No sé cómo irá el tema en
Salamanca, pero supongo que al igual que en el resto del mundo, el uso
de las armas es una de las principales señas identificativas del gremio
policial. Tal vez las armas de los policías salmantinos disparan
claveles y/o pétalos de rosa. No lo sé. Lo que parece claro es que, si
los miembros del SUP están tan interesados en arreglar el mundo y dar
clases de ética, podrían haber elegido otra profesión (a ser posible una
en la que la represión, la continua falta de respeto, el abuso de poder
y el uso de las armas no sean algunas de sus herramientas). Para
algunos estas preguntas serán demagógicas. Puede que tengan razón. Pero
la demagogia no siempre es incompatible con la verdad.
Sí, independientemente de que no deja de
ser un partido político (lo que me incita a tomar casi de forma
instintiva ciertas distancias y a desconfiar) a día de hoy siento mucha
más simpatía por Amaiur que por partidos como PP, PSOE o
UpyD. Puede que me resulte más interesante escuchar a Arnaldo Otegi que
escuchar a la mayoría de los miembros de esos partidos “de bien”.
También me pregunto si los que lo criminalizan lo hacen con conocimiento
de causa habiéndose informado mínimamente o si sólo se basan en la entrevista que le hizo el Follonero. Es verdad que también considero que su
encarcelación fue, en su momento, un claro reflejo de que la justicia
española maneja a su antojo a según qué personas, como si fueran
juguetitos de quita y pon. Soy de los que se desesperaban
cuando veía que la gente era incapaz de entender que, le pesara a quien
le pesara, De Juana había cumplido su condena con los recortes que
estipulaba la Ley (esto no lo digo yo, lo dijo la Justicia, tan
respetada en otras situaciones). Me resultaba llamativo que la gente no
entendiera algo tan sencillo como esto: el hecho de que la condena fuera
justa o injusta era otro tema, más relacionado con interpretaciones
personales. En ese sentido tampoco estaría de más que las personas que
afirman tan a la ligera que pasar más de 20 años en prisión
(independientemente de cual sea tu delito) “no es nada” reflexionaran un
poco acerca del valor del tiempo y se lo hicieran mirar. También me
parece oportuno recordar que parte de la condena a De Juana fue por
escribir dos artículos en prensa y no por asesinatos (muchas de las
personas que escupían bilis con su caso ni siquiera conocían este dato).
Reconozco, por otra parte, que no soporto el papel de la AVT,
que pretende exprimir su rol de víctima hasta límites insospechados con
tal de obtener réditos carentes de ética y comportándose de forma casi
mafiosa. El hecho de ser una víctima del terrorismo (o familiar de
víctima) te da derecho, sin duda, a sentir más odio y rabia, pero jamás
te puede otorgar el derecho a decidir según qué cosas ni a
autoproclamarte árbitro del conflicto (vasco, en este caso).
Tampoco niego que me repatea ese empeño
cabezón y obstinado de tantas personas que, en un claro intento de
quedar por encima del otro y eternizar este bucle, no son capaces de ver
más allá de la frase “condeno la violencia”; frase que, por otra parte,
se ha convertido en la mejor excusa para no avanzar (ya no basta con
condenar la violencia de ETA, sino que además hay que redactar la frase
de condena siguiendo el libro de estilo del centro-derecha y utilizando
un bolígrafo determinado, porque si no se siguen esas pautas carece de
validez). También me opongo a que desde arriba me digan cuándo tengo que
llorar, cuándo tengo que sonreir y aplaudir, qué violencia tengo que
condenar y qué violencia debo consentir. Condenar la violencia (sea del
tipo que sea, aunque a muchos se les olvide este matiz) es una opción,
no una obligación. Si fuera una obligación, las cárceles estarían
abarrotadas de personas que, a día de hoy, son consideradas como ejemplares. Tampoco consiento que me digan cómo tengo que hacerlo. Supongo que la forma estándar sería cantando esto y gritando que Willy Toledo
es un cabrón. De lo contrario entraría en la lista de sospechosos.
Entre PP, PSOE, UpyD y demás lameculos de lo políticamente correcto han
logrado adueñarse de un concepto (el de condenar la violencia),
otorgándole un tufillo que da grima y convirtiéndolo en una pose
oportunista, forzada, metida con calzador, poco creíble y carente de
cualquier connotación loable o bienintencionada.
Jamás entenderé a las personas que se
escandalizan ante la ambigüedad de la izquierda abertzale a la hora de
condenar tajantemente a ETA y que, sin embargo, no sientan sarpullidos
ante la ambigüedad del PP
cada vez que se le pide que condene el franquismo o ante la del PSOE
cuando se le insta a hacer lo propio con el GAL. Me entran ganas de
vomitar cada vez que recuerdo a Zapatero aplaudiendo algunos crímenes de Estado
(eso sí, con talante). Me cabrea ver que los mismos que me intentan
convencer de que todas las víctimas se merecen mi llanto indiscriminado,
son los mismos hijos de puta que no se cortan a la hora de decir que Carlos Palomino
“se buscó” su muerte. Hubo otro hecho que, desde mi punto de vista,
marcó otro punto de inflexión en esta guerra absurda entre supuestos
buenos (PP, PSOE, UPyD y demás partidos) y supuestos malos (los que nos
alejamos de ese discurso único). En 2008 el director Jaime Rosales
estrenó su película Tiro en la cabeza, la
cual reconstruía el asesinato de dos guardias civiles españoles en
Capbreton (Francia) a manos de ETA. No fueron pocos los que alzaron la
voz contra la película alegando que Rosales “humanizaba” al etarra y se
posicionaba en favor de éste. El principal defecto de ese argumento
crítico es, básicamente, que en la película no había diálogos (o sí,
pero premeditadamente no se escuchaban, precisamente para no condicionar
al espectador).
Sí, la película mostraba al etarra en su
vida cotidiana (caminando, tomándose una caña o follando), al igual que
lo mostraba asesinando. Y también exponía el lado humano de los guardias
civiles antes de ser asesinados. La existencia de estas caprichosas y
retorcidas críticas me pareció una muestra definitiva e inequívoca de
que la paranoia de algunos ya roza lo patológico. A mí, desde luego, me
pareció una película absolutamente neutral. Aunque, por otra parte, que
yo sepa, un cineasta no está obligado a serlo (que se lo digan al
director de la película 23-F, bodrio
en el cual sólo faltó una escena en la que el campechano Rey Juan
Carlos apareciera en el jardín de La Zarzuela curándole la patita a un
pobre gatito que se encontró atropellado en la carretera cuando venía de
cazar pasear con sus hijos). De todos modos el mensaje
parece claro: humanizar a algunos es peligroso, porque al estúpido
espectador a lo mejor le da por pensar. Pero poner musiquita emotiva (de
piano, si puede ser) en el minuto de silencio/homenaje por la muerte de
un guardia civil/soldado y recordarnos que el héroe de la patria en
cuestión tenía mujer, hijos y le gustaba jugar con su perro, está bien.
¡Eso no es condicionarnos! Temerosos censores: entre seguir vuestro
prefabricado, sobreactuado y falso protocolo antiterrorista y salir a
celebrar el asesinato de un guardia civil tocando el claxon por las
calles hasta altas horas de la madrugada, hay un término medio. ¿Serán
tan amables de dejarme elegir?
Que se siga exigiendo la condena a ETA (o movimiento vasco de liberación, según le convenga al vigoréxico repelente)
después de que la banda haya declarado una tregua definitiva demuestra
claramente dos cosas: 1) Vivimos en un país de subnormales aborregados
que, en lugar de alegrarse con la noticia, se amargan porque no han
entregado las armas. ¿Qué esperaban? ¿Un comunicado de ETA que incluyera
un show de magia en el que las armas se convertían en palomas de la paz
mientras de fondo sonaba el Imagine de Lennon? 2) Esa amargura
no es honesta ni altruísta. Seamos claros: hay much@s demócratas (hola,
Rosa) cuya burbuja a día de hoy se sigue alimentando de ETA. Y no, no
me refiero a Amaiur. Me refiero a partidos a los que no les afecta el
derecho de admisión y pueden entrar a la aparentemente reluciente
discoteca del Congreso (cuyas goteras, que van más allá de la discutible
Ley Electoral, no se solucionarían con el “una persona, un voto”) sin
que el gorila de la puerta los mire de arriba a abajo perdonándoles la vida.
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