Las redes sociales, los blogs, crean una mecánica por la que uno muestra cómo es, incluso aunque no cuelgue sus perfiles y sus fotos. Lo que decimos, lo que omitimos, y la forma de hacerlo, da pistas. Muchos adolescentes han perdido por completo el pudor al subir miles de fotos a su red favorita, sin saber que esas imágenes permanecerán allí por los siglos de los siglos. “No, se pueden borrar”, me decía hace poco una niña. No, no se puede, quedan rastros. En mi correo de gmail me hacen sugerencias de publicidad según lo que escribo en privado. Estamos a la intemperie.
Personalmente he descubierto que no me importa, no tengo nada que ocultar en lo que manifiesto por escrito. Cumplo la norma de quienes imponen los scanners en los aeropuertos “si no ocultas nada, no tienes por qué temer“. Pues eso, ahora les ha tocado a ellos, que sí tenían mucho que esconder. Pero esta exposición nuestra ha sido utilizada con profusión por los poderosos. Nos vigilan por todas partes. Para protegernos argumentan. No. Para controlarnos, estudiarnos y hasta vendernos (productos y a nosotros mismos).
Lo que wikileaks ha hecho esta vez ha sido dejar en cueros a nuestros controladores, a la poderosa diplomacia norteamericana y a toda la élite de poder que se codea con ella. Si hurgan en las demás embajadas encontrarán actuaciones similares. El scanner nos muestra cuerpos muy vulgares e incluso que no han pasado por la ducha en una buena temporada, definitivamente sucios y hediondos. La mugre que tapaba el glamour a la vista.
Lo más llamativo de lo que se va filtrando del grueso paquete de 250.000 documentos es esa porquería cotidiana, servida de forma que roza el cotilleo. Alguna revelación sí constituye mayor noticia. Que el gobierno estadounidense mandara espiar al secretario general de la ONU y algunos de los miembros de la organización, hasta incluyendo sus ADN. Que Berlusconi es la alcahueta de Putin en Europa –no hacía falta más que verlos- o que Putin es el que manda en Rusia –sobradamente sabido- y Rusia un país en el que imperan las mafias. Que los árabes recelan de los persas. O que la administración USA recibe informes serios, como el del golpe de Estado en Honduras y luego la Sra. Clinton se calla como un cadáver. Tal como ha descubierto Juan Luis Sanchez en periodismo humano.
Que, en España, la embajada norteamericana presiones a jueces, ministros y empresarios. Que maniobró y amenazó para lograr sus fines. Que, como en el resto de los países, emitió informes demoledores de nuestros mandatarios. Sólo les cae bien el Rey. Corroboran, como me he cansado de escribir, que el PP perdió las elecciones en 2004 por su manipuladora gestión del atentado. Y vemos, en el artículo de Jan Martínez Ahrens, cómo se apresuraron a ver quién era Zapatero para concluir que pertenecía a “una izquierda trasnochada y romántica”. Le dieron “palo y zanahoria”, seña de identidad de la política norteamericana, y ya hemos visto que nuestro presidente ha logrado reconvertirse a la moda imperante.
Y una última reflexión. El periodismo va a remolque de wikileaks que es quien hace su trabajo. Tan evidente que casi me sonroja escribirlo. Javier Pérez de Albéniz borda sus conclusiones. Destaco éstas por ejemplo:
“Su trabajo consiste en conseguir información interesante que luego suministra a un grupo elegido de grandes periódicos interesados en publicarla. Como hacían los periodistas de antaño ¿recuerdan?” (…) “Wikileaks ofrece lo que el poder esconde. Casi nada. Y los periódicos se lo compran. Wikileaks tiene su propia web, y podría ofrecer el mismo producto que entrega a los periódicos pero consiguiendo menos difusión. Necesita altavoces. Y ahí están los grandes periódicos del planeta para subir el volumen”.
Nada como mirar las entrañas del poder a través del agujero que ha abierto Wikileaks para confirmar lo que ya sospechábamos: que no vivimos en una democracia representativa, sino en una democracia teatral; aquella donde los políticos, los diplomáticos o incluso los fiscales generales del Estado son actores que dicen una cosa en el escenario y hacen otra entre bambalinas. La vida pública es una permanente función; “los políticos interpretamos el papel que nos toca, y luego en privado hacemos y decimos lo contrario”, admite una de las más altas autoridades del Estado, que cree que esta mascarada, que la ciudadanía ya no se traga, explica el derrumbe de la imagen de las instituciones. El deterioro de la Justicia, por ejemplo, cuyo CGPJ se ha gastado varios miles de euros en recientes campañas de publicidad, pero que aún no ha sabido explicar por qué razón y con qué mecanismos maniobró el fiscal jefe de la Audiencia Nacinal, Javier Zaragoza, para evitar que el caso de Guantánamo cayese en manos del incómodo Garzón. O por qué la Fiscalía de Conde-Pumpido toleró las presiones de EEUU sobre la investigación del asesinato de Couso. O qué ley ordena que la Embajada estadounidense tenga acceso directo a información privilegiada sobre los “irritantes” casos que preocupan al imperio, por encima de los pobrecitos ciudadanos.
Porque lo verdaderamente relevante de los cables de Wikileaks no es si Gaddafi se pone botox, o cómo de salvajes son las fiestas de Berlusconi. Lo que asusta es comprobar cómo el poder en democracia aún se mueve entre las sombras, tras el escenario. Que nadie se sorprenda después por el deterioro de la imagen del Gobierno, de la oposición, del Congreso, del Senado… De esa soberanía popular permanentemente sometida a la doble uve doble: lo que no ordena Wall Street, lo manda Washington.
El chiste es de Manel Fontdevila
Cuando hablamos del caso Guantánamo, nos refererimos a una investigación de la Audiencia Nacional por el secuestro y las probables torturas a un ciudadano que tal vez sea talibán, pero que sin duda nació en Ceuta y es español. Cuando hablamos del caso Couso, nos referimos al homicidio de un reportero español, que murió por el cañonazo de un tanque estadounidense que disparó contra el hotel donde el Pentágono sabía que se alojaba la prensa independiente en Irak; los molestos testigos de la invasión. Cuando hablamos de José Couso, también nos referimos a la vícima de un asesinato que el PSOE, desde la oposición, prometió investigar; y que después, desde el Gobierno, ha hecho todo lo posible por enterrar.
Cuando hablamos de las presiones atendidas y las reuniones de la Embajada de EEUU con los ministros, con el fiscal general del Estado, Conde-Pumpido, y el fiscal de la Audiencia, Javier Zaragoza, nos referimos, más concretamente, a una conspiración de los representantes legales de la defensa, el Gobierno y la Fiscalía contra las víctimas de estos crímenes y contra los jueces que se atrevieron a investigarlos.
El seguro de vida de Julian Assange es un archivo informático de 1,39 gigabytes. Se llama Insurance.aes256,wikileaks y está codificado con un complejo sistema criptográfico. Desde hace semanas, circula por las redes P2P; yo ya me lo he bajado. En caso de que al director de Wikileaks le pase algo –dios y la CIA no lo quieran–, sus compañeros revelarán la clave para abrir esta caja secreta. Nadie sabe qué se esconde en su interior. Nadie sabe tampoco gran cosa sobre el pasado de un hombre que va camino de sustituir al Che en las camisetas, como nuevo icono de la revolución; y también a Bin Laden en la lista negra del Pentágono, como enemigo público número uno.
No se sabe demasiado de él, o de sus intenciones. Pero el propio Assange dejó rastros de su plan en varios artículos de su blog en 2006, cuando fundó Wikileaks. “Cuanto más secreta e injusta sea una organización, más vulnerable resulta a las filtraciones”, decía entonces; “Sólo si conocemos las injusticias podemos contestarlas”. Assange lo llama la conspiración: el poder de las superpotencias y las grandes corporaciones para imponer su autoridad, a través del secreto. ¿Cómo combatirlo? Con filtraciones que hagan imposible mantener un discurso en público y otro en privado; con información que haga desconfiar a cada uno de los miembros de esas redes.
En los últimos años, los voluntarios de Wikileaks han desvelado más documentos clasificados que toda la prensa mundial junta. “Esto demuestra el alarmante estado del resto de los medios de comunicación, es vergonzoso”, dice Assange. Aunque Wikileaks es más que un medio. Es el germen de una revolución que puede terminar con la herencia de Maquiavelo: con el cinismo y la hipocresía como primera herramienta del poder y la política.
Sólo desde el cinismo más absoluto se pueden despreciar las informaciones que estos días está destapando Wikileaks. Sólo desde la aceptación completa y absoluta de la hipocresía, de la mentira victoriana como forma normal de la política, se puede aceptar esa frase, tan repetida estos días, de que el Cablegate son sólo “unos pocos cotilleos”, sin más importancia que las nuevas tetas de Sara Carbonero.
Gracias a Wikileaks no sólo hemos descubierto lo que piensa realmente la diplomacia estadounidense sobre los gobiernos de todo el planeta, que no es poco. También, sus presiones nada sutiles y, lo que es más importante: la respuesta de cada país ante ellas. La diplomacia consiste en eso, en presionar. Pero la democracia consiste en lo contrario: en no ceder a esas presiones, menos aún cuando bordean lo ilegal.
En España el Cablegate ha demostrado que incluso un Gobierno como el de Zapatero, que nada más llegar se atrevió a retirar las tropas de Irak, cedió ante las presiones diplomáticas estadounidenses y maniobró para parar tres investigaciones judiciales molestas para EEUU: la del secuestro y las torturas a cinco ciudadanos españoles o residentes en España en el limbo de Guantánamo; la del asesinato a manos de un tanque estadounidense de un reportero español en Bagdad; la de los vuelos de la CIA. Las presiones funcionaron, hasta el punto de torpedear uno de los pilares básicos en un Estado de derecho: la separación de poderes.
Hoy hemos avanzado en el conocimiento de los poderosos. Esperemos que no se quede en anécdota de consumo. Los tenemos ahí, desnudos, con sus vergüenzas al aire. Para estudiarlos como nos estudian ellos, para ver su vacío. Ahora hay tabula rasa, también ellos son expuestos y amplificadas sus miserias. Quizás porque otro poder ha emergido. Con algunos compañeros no dejo de evidenciarlo: los ciudadanos en Red. Periodistas sin trabajo remunerado incluidos. A la intemperie como ya cada vez mas personas.Hasta para mostrar en el aire alegrías y tristezas. Rara sociedad nos hemos mercado, realmente. Una inmensa plaza pública en la que, sin embargo, lo que nos maniata son los intereses privados. Extraña de verdad.
P.d.: Una duda: ¿Aparecerán entre los cables que está desvelando Wikileaks información sobre las presiones que ejerció la Embajada Estadounidense a numerosos políticos españoles justo hace un año, a cuenta de la Ley Sinde? Parece ser que sí. Las fechas coinciden, y según las tablas estadísticas que ya ha desvelado The Guardian, de los más de 3.629 cables emitidos desde Madrid hay 115 etiquetados como KIPR: como relativos a la propiedad intelectual.
Y para terminar un himno de rebelión y lucha. Knights of Cidonya de Muse
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