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viernes, 12 de julio de 2024

Golazo al racismo y la xenofobia

Lamine Yamal, haciendo con las manos el 304 relativo al código postal de su barrio de nacimiento y crianza, Rocafonda en Barcelona.

 

Existe un relato malicioso, manipulador y embustero basado en traspasar a las clases populares una cierta nostalgia beatificadora sobre las negras décadas de los 80 y 90 en España. Los embaucadores y manipuladores de la memoria son las voces de la cultura de aquella época. Niños y niñas pijos, descendientes directos de los regidores políticos, económicos y culturales de la dictadura y la transición. En la Movida casi nadie provenía del Arroyo. Hoy se quejan de que “no puede decirse nada”, como si no estuviera en prime time de televisión soltando sus desvaríos ideológicos, y no fueran los demás, desde obreros, raperos, humoristas o tirititeros a los que se les aplican censuras. También alegan que en los 80 y 90 existía un ambiente cultural de progreso y dinamismo basado en un clima de "absoluta libertad", y otras sandeces de tomo y lomo, imbricando estos mensajes con la visión ultraliberal de la libertad que proclaman personajes como Ayuso. Como si no hubiera habido en aquella época inseguridad ciudadana y terrorismo de uno y otro bando. Especialmente, ¡oh casualidad! del de extrema derecha que ha quedado, igual que con los crímenes de la dictadura, sin esclarecer y judicializar.

Lo cierto es que en los barrios obreros de las ciudades españolas durante los años 80 y 90 lo que existía era pobreza, drogadicción y marginalidad. Empezaban a verse las costuras de un tiempo nuevo que iba a romper, o incluso ya había roto, los encajes sociales del tardofranquismo y de la respuesta antifascista. La desindustrialización, demanda inflexible de la Comunidad Económica Europea para con España ante su entrada en selecto club, era ya un hecho, y el paro era una amenaza constante para los hijos de la clase trabajadora que se quedaban sin acceso al sustento tras haberse constituido como la generación mejor preparada de nuestra historia. Las jóvenes y las mujeres también habían participado con éxito en tal proceso pero su situación seguía (sigue hoy en día por los abusos de los retrógrados) amenazada por un machismo social, alineante e intrínseco a la esencia de la España de aquellos tiempos. Su incorporación al mercado laboral no había acabado de producirse de manera efectiva y asentada y ya eran víctimas de despidos, traslados, precariedad y heteropatriarcado.

Al tiempo que salían los puestos de trabajo de la industria, sustituidos por menos en cantidad y calidad de un esquelético sector servicios, a los barrios obreros llegaba la droga. Sobretodo la vertiente más económica y más depredadora de la heroína. Siempre se ha sabido que esnifar coca era cosa de pijos y yuppies y para el lumpen quedaban las jeringuillas, los mecheros y el papel de plata. Las enfermedades de transmisión sexual, así como las tuberculosis y hepatitis, por prácticas insalubres durante el consumo de drogas o las relaciones sexuales, se hicieron pronto comunes en los consultorios de barrio de las periferias de las grandes ciudades, por parte de jóvenes a los que les habían robado sus expectativas de futuro y dignidad. La marginalidad y la delincuencia eran el siguiente paso, junto a la degradación de la convivencia, la desconfianza para con los iguales, así como la laminación del tejido social de aquellas ciudades de los 90 y 80.

De hecho, antes de que llegasen los millones de ayudas a la convergencia de la Comunidad Económica Europea, o mejor dicho, después de que esas ayudas las filtrarán para su lucro incesante las élites cleptómanas del estado españistaní, las ciudades españolas eran una porquería. Feas, sucias, escasamente acondicionadas para los desplazamientos del vecino (mucho menos para el turista que ni se soñaba en aquella época) y peor dotadas de servicios como escuelas, bibliotecas, centros sociales o parques de juegos infantiles. Animo al lector a buscar cómo eran estas ciudades a través de los programas de memoria de las televisiones autonómicas. Muchos están en youtube.

Otra de las realidades del estado español en aquella época, y sobre la que pasan de soslayo los indigentes mentales que se han alzado como portavoz de la ensoñación, era el racismo y la xenofobia. Sigue siéndolo hoy, y sobre eso voy a entrar a hablar, pero en aquella época, en Españistan se juntaban grupos de jovenzuelos neonazis y de talluditos nostálgicos del franquismo que acosaban, atacaban e incluso mataban a todo el que pensara y a los diferentes de colectivos LGTB, personas y colectivos de izquierdas y sindicales, y fundamentalmente a las personas racializadas. Esto lo conozco gracias a las charlas con compañeros más veteranos que corrieron delante y detrás de las basuras humanas fascistas durante sus cacerías.

De hecho, especialmente crudos en esta vertiente de xenofobia y odio fueron los primeros años 90. Mientras el país se abría internacionalmente, con las Olimpiadas de Barcelona, la Expo de Sevilla o la siempre olvidada capitalidad cultural europea de Madrid (qué gusto que esto se haya olvidado y pueda contarse como un fracaso del madrileñismo) en el año 92, grupos de extrema derecha acosaban a los colectivos de extranjeros. Migrantes y refugiados que malvivían en chabolas y edificios abandonados pero con su sudor y esfuerzo ya empezaban a lubricar la terciaria economía españistaní basada en el turismo, el sector servicios y la especulación inmobiliaria.

Una de las primeras víctimas fue Lucrecia Pérez, joven dominicana asesinada por neonazis en Aravaca en el año 92 tras una campaña pública de señalamiento y acoso. Pero no fue la única y hubo más víctimas mortales, así que se puede decir abiertamente, que no hubo colectivo racializado que no fuera denigrado y marginado en aquellas, tan “plácidos años” según los amnésicos de la movida madrileña.

Aquel acoso y campañas, con la parte imprescindible de deshumanización de los objetivos ha vuelto en nuestros días con fuerza. En un contexto de clara crisis total del modelo capitalista y liberal, las voces del fascismo han crecido en número y resonancia con el objetivo de aplacar las alternativas más sociales, solidarias y sostenibles. Se han financiado a partidos ultras, panfletos reaccionarios y personajes canallas para que calienten las débiles mentes y generen polémicas artificiales que sirvan a sus intereses. Se han buscado objetivos fáciles contra los que desviar la atención y cargar las culpas, exonerando a los verdaderos responsables de la tragedia económica y social de Occidente tras la crisis de 2007, la Gran Recesión y la salida de la crisis que ha llevado a mayores desigualdades, opresiones y dolor.

Nuevamente, y sin haber dejado de serlo en todos estos años desde los 90, son los inmigrantes quienes reciben el odio y el racismo, de otras clases trabajadoras, igual de degradadas y usurpadas. Y es que, ¿qué trabajador español no tiene un familiar o un conocido que ha tenido que emigrar fuera de nuestras fronteras por la lacerante falta de oportunidades y perspectiva de bienestar en este estado fallido?.

Pues aquí tienes de nuevo a la ultra derecha poniendo las dianas y esperando a que sus huestes ejecuten las acciones contra el diferente, por su color de piel, pero fundamentalmente por ser pobre.

Para que estas cacerías tengan éxito y solivianten a las masas que puedan auparles a base de votos desnaturalizados, son necesarios cómplices. Por supuesto, y en primer lugar, quienes han financiado a tales sanguijuelas. Alguien ha puesto los recursos y dado los altavoces para que los discursos de odio se normalicen, tolerando la xenofobia y presentando a los intransigentes como sujetos normales en el estado derecho, con los que hay que ser tolerantes. Los propios medios de comunicación de masas tienen mucho que ver. Primero porque, salvo honrosas excepciones, no han cortado estas declaraciones fascistas y violentas. Y después, porque las han asimilado como parte del transcurrir cotidiano al mismo nivel que las propuestas que pueda hacer la tibia socialdemocracia que es representada en los medios. En su afán por obedecer los designios del patrón, han dejado como extremismos a la ultra derecha y a una timorata centro-izquierda que apenas discute los mecanismos socio-económicos de un estado que funciona como una profunda maquina extractora de riqueza y porvenir de las clases trabajadoras y de los territorios que sufren al agujero negro que es la región de Madrid.

No voy a obviar la responsabilidad de las policías y cuerpos de opresión del estado, tan prestos a castigar y aplicar violencia institucional sobre las gentes de izquierdas y los trabajadores que piden dignidad, techo, comida y futuro, y tan panchos y dóciles con cayetanos y pijos, ultras del fútbol, y fascistas de todo pelaje que envueltos en banderas (tanto en las adornadas con pollo, como con la que se supone, es de todas y todos) que se dedican con ahínco a insultar la inteligencia, laminar la democracia y querer oprimir a las clases trabajadoras.

Por supuesto, los votantes de estos disparates xenófobos y fascistas tienen que hacérselo mirar. Y no me vale lo de la falta de perspectiva de los partidos de izquierda y cosas así. Porque antes que votar a racistas, machistas y vagos redomados como todos estos mequetrefes ultras se corta uno la mano. Como decía unos párrafos más arriba todos tenemos a conocidos muy cercanos trabajando o viviendo fuera, y comportarse así de la mano de esta gentuza de la ultraderecha, es alentar que en los países de destino de nuestros allegados también se articulen cacerías contra el extranjero “qué nos roba el trabajo”. Por cierto, esta frase absurda es absolutamente irreal, puesto que los trabajos a los que se dedican los migrantes son rechazados por los nacionales.

Y por último, esa derecha institucional, del PP, que si bien al menos es en algo coherente al mantener ese apego a sus raíces franquistas, toda vez que desligados de ellos, si los han necesitado para usurpar instituciones al pueblo, se han lanzado a brazos de los fascistas sin titubeo alguno.

Por lo tanto, en la normalización de los discursos de odio existen muchos responsables directos. Algunos aducen su racismo natural y genético fruto de estulticia profunda y falta de luces. Otros exprimen el mantra dividiendo las clases trabajadoras para seguir oprimiéndolas sin que se trastoquen sus plusvalías.

Pero es curioso cómo funciona esto del racismo y la xenofobia. Cómo de enfermas están las mentes y espíritus de quien comulga con semejantes ruedas de molino.

Se quejan de los inmigrantes racializados, magrebíes, latinoamericanas, africanos, etc., pero eran bienvenidas las mujeres jóvenes ucranianas, así como las jóvenes latinoamericanas que acaban en prostíbulos. Los negros que recogen fruta en la huerta murciana, o en los invernaderos de Almería o Lleida nos roban el trabajo. Las mujeres de Marruecos o Polonia que doblan el espinazo para sacar fresas en Huelva destruyen el país. Quizás las kellys, mujeres invisibles que limpian a la carrera decenas de habitaciones de hotel, oficinas o escaleras de propietarios, muchas de ellas en situación de vulnerabilidad (por mujeres, por acosadas, por extranjeras, por pobres) no se esfuerzan demasiado. Los obreros de la construcción provenientes de Europa del Este, África o Perú, que conocen el oficio y son obligados a jornadas extenuantes de trabajo por salarios de subsistencia con los claros culpables de las burbujas inmobiliarias. Esto es una invasión, una teoría del gran remplazo, de la que aviones diarios llenos de MENAS (acrónimo referente a los menores extranjeros no acompañados ya normalizado en tono despectivo) impiden que tu abuela tenga una pensión digna. Hacen campaña con ello, se niegan a asumir sus responsabilidades legales y la más mínima humanidad. La ultraderecha hace chantaje por unos cuantos chavales y amenaza tumbar gobiernos. Ojo, que esta actitud y falta de humanidad y altura de miras lamentablemente les daría más votos.

Pero es que todos estos son trabajadores. Son pobres. No como los millones de turistas que llegan sin control ni regulación alguno, gentrifican los centros de las ciudades, expulsan a los vecinos y a los negocios locales que son sustituidos por pisos turísticos y franquicias de comida rápida donde trabajan mayoritariamente gente joven y descendientes de inmigrantes. Se desahucian a ancianas o se cierran espacios culturales para que haya más pisos turísticos y franquicias extranjeras. Es que hay manifestaciones de vecinos ya hartos de verse expulsados del centro de sus ciudades que hay que castigar y reprimir con esa aberración democrática de la Ley Mordaza en la mano (imperdonable que esto no llevé derogado 6 añazos ya).

Los trabajadores que llegan de Marruecos, Ecuador, Bolivia, Nigeria, Moldavia o Senegal son tan extranjeros como los jubilados de Inglaterra, Países Bajos o Noruega que compran urbanizaciones enteras en pueblos de Málaga, Alicante o las Baleares. Se pasan años en nuestro país pero no aprenden ni una sola palabra de castellano, ni siquiera cuando les van a operar de cataratas, de prótesis de rodilla o de cadera en la sanidad pública española donde no han cotizado en su puta vida. Pero el problema es que a un mena se le haga una prueba óptica y se le donen unas gafas.

El que te ha llevado una basura de hamburguesa a casa con una mochila amarilla, o la señora que ha limpiado la oficina esta mañana es inmigrante y trabajadora en nuestro país, como el futbolista mil milmillonario que jaleas cada miércoles-domingo.

De hecho el fútbol profesional es un muestrario clarísimo de las profundas inconsistencias mentales de quienes se niegan a admitir la realidad de un mundo construido a base de movimientos de personas que buscan un mejor lugar para vivir.

En plena Eurocopa, con lo que supone de exaltación patriotética del rojo y gualda (vaya lavados de cerebro se ven por estos días, con gente envuelta en la bandera) la máxima estrella de la selección nacional es Lamine Yamal, un adolescente de 16 años, de ascendía africana (marroquí por parte de padre, ecuatoguineana por parte de madre), nacido y criando en un pueblo obrero de la periferia de Barcelona. Su desempeño y maestría en el campo se plasma en el magnífico gol con el que firmó el pase de la roja a la gran final. Pero su mejor contribución a mvp es sin duda, es demostrar la incoherencia de un mundo que nos separa por razas y el color de nuestra piel, pero fundamentalmente por la cantidad de dinero que tenemos, o nuestro código postal.

Un caso similar al de la atleta Ana Peleteiro también objetivo de las huestes fascistas por su posicionamiento abiertamente de izquierdas y antifascista, y contra la que se postulan por ser mujer, por tener éxito, por ser gallega, de izquierdas, madre y persona racializada. Otro ejemplo.

Celebrar con las manos, acordándose de su origen, de su clase social, de cómo el código postal nos determina mucho más que el código genético y por qué es tan importante no perder esa perspectiva. Su ejemplo, junto al de otros afro-descendientes en esta Eurocopa, que dan talento y emoción al fútbol, y que se han posicionado contra el racismo, la xenofobia, el odio y la ultraderecha es muy valioso. En primer lugar porque se alejan de la impostada neutralidad, cuando no del abierto clasismo y pertenencia a la ultra derecha con los que otros futbolistas funcionan en su día a día. Aunque no lo parezca en una actividad que practica todo el mundo y donde el talento tendría tanta importancia, y al igual que con muchos de los "artistas", la procedencia social dictamina en gran medida las posibilidades de llegar a ser futbolista profesional. Otra vez salir del Arroyo se hace imposible. Después, porque en un contexto donde la banalidad y el individualismo de las megaestrellas y los galácticos que a tantos nos ha alejado del fútbol, un recién llegado se acuerda de sus orígenes, de su barrio y de su clase social. Con honor y con orgullo.

De hecho, en estos días, la selección y Lamine Yamal comparte espacio en primera plana, con uno de esos pijos asquerosos de la movida madrileña. El tal Nacho Cano, perpetrador de esa abominación musical llamada "mecano" hoy ha salido como noticia porque ha sido acusado y detenido por tener sin contrato y sin las más mínimas condiciones legales a trabajadores extranjeros que utilizaba en un supuesto espectáculo escénico, alojado en un solar regalado por la Comunidad de Madrid. De hecho, la tarada de su presidenta ya ha hecho causa común con su amigo y alimenta la maquina de fango y bulos.

La inmoralidad del racismo y la xenofobia es un problema muy grave dentro de una sociedad occidental en una crisis muy seria a todos los niveles. Una crisis política, social, económica y cultural que adelanta un tiempo nuevo, que no acaba de llegar como decía Gramsci, y que produce terribles monstruos que hay que afanarse en vencer y erradicar. Por ello el antifascismo es una obligación moral y una posición justa y de porvenir frente a quienes solo ven odio y opresión. Un ingrediente básico e imprescindible para transformar esta realidad de débil democracia en un país con dignidad, futuro e igualdad de oportunidades.


jueves, 3 de agosto de 2023

Por qué Sí al Decrecimiento



 

El decrecimiento, también conocido como decrecentismo o decrecionismo​, es un término utilizado tanto para un movimiento político, económico y social, y también cultural, como para un conjunto de teorías que critican el paradigma del crecimiento económico.​ Se basa en ideas de una amplia gama de líneas de pensamiento como la ecología política, la economía ecológica y la justicia social, señalando el daño social y ecológico causado por la búsqueda del crecimiento infinito y los imperativos occidentales de "desarrollo". El decrecimiento enfatiza la necesidad de reducir el consumo y la producción global (metabolismo social) y aboga por una sociedad socialmente justa y ecológicamente sostenible en la que el bienestar social y ambiental reemplace al PIB como indicador de prosperidad.

Por lo tanto, el decrecimiento resalta la importancia de la autonomía, el trabajo de cuidado, la auto-organización, los bienes comunes, la comunidad, el localismo abierto, el trabajo colaborativo, la felicidad y la convivencia.

Si las agencias e instituciones prosistema, como la Agenda 2030, ya alertan del colapso ecológico y de muchas de las materias primas, porque vivimos de una forma absolutamente insostenible, el deber de los programas alternativos, a nivel político, económico, social y cultural, es promover alternativas al sistema capitalista. No se trata sólo de plantear un modelo diferente, e incluso opuesto, sino más bien, recuperar comportamientos sociales y productivos que no hace tanto regían las relaciones económicas entre los hombres y las comunidades. Y añadir el valor que la ciencia, desde la biología hasta la sociología, para incluir a cuántos más mejor y poder construir una sociedad más plena, justa y satisfactoria.

El progreso tecnológico y científico, incorporado a las sociedades productivas, no sólo no ha garantizado un objetivo de mayor y mejor bienestar, sino más bien al contrario. Repitiendo el proceso que Engels ya describió durante la Revolución Industrial, La Paradoja de Engels muestra como la nueva era en el proceso tecnológico y productivo, que se puede enumerar como cuarta, vuelve a aumentar los valores macroeconómicos de los países de la OCDE desde finales del siglo XX. Sin embargo, los salarios no han crecido, o apenas lo han hecho para sustentar una vida cada vez más mísera para la clase trabajadora. Las ganancias, esa plusvalía, conseguida por la tecnología, pero que sigue saliendo de los recursos tradicionales como son la fuerza de trabajo y la accesibilidad a las materias primas (la facilidad de su aprovechamiento, transporte, almacenamiento y eliminar sus desechos) se han guardado en los bolsillos de las clases extractivas. Es decir, la riqueza de todos, vuelve a centrarse en unos pocos. En unos muy, pero que muy, pocos.

Si el siglo XXI será el siglo de las mujeres (de lo que no tengo ninguna duda), también lo será de la revolución tecnológica y el siglo en el que tendremos que frenar el cambio climático. Estos dos últimos retos son insoslayables y ambos requieren de un giro copernicano en las formas de producir, consumir y trabajar. La tarea por delante es evitar que las fuerzas que dominen estos cambios sean las del monopolio tecnológico de las grandes multinacionales y plataformas digitales, y no porque sus multimillonarios dueños me caigan mal; no es un tema moral (aunque también), es que imponen reglas que aceleran la Paradoja de Engels, destrozando derechos laborales, negándose a pagar impuestos y frenando cualquier avance tecnológico que amenace su monopolio. Son tan nocivas que hasta el Congreso de los EEUU está intentando ponerles freno. Son un lastre para el desarrollo, como lastre son para el avance de las energías renovables y los acuerdos climáticos las presiones que ejercen las multinacionales petroleras y las compañías energéticas.

Los vientos a favor de un cambio que mejore la vida de la mayoría y frene el cambio climático solo pueden darse a través de acuerdos que pongan normas y planifiquen el desarrollo de forma equitativa y sostenible. Como todo cambio viene precedido de la idea, momento es de abrir los debates que los rescoldos moribundos del neoliberalismo dogmático se empeñan en negar, empezando por el concepto mismo de trabajo.

Si parte de nuestros trabajos los pueden realizar algoritmos o máquinas, trabajemos menos horas y menos años, con la misma efectividad. La propuesta de reducción de la jornada laboral a 32, 30 o 24 horas semanales ya está lanzada porque es posible y, sobre todo, es racional, incluso dentro del capitalismo, como predijera John Maynard Keynes, quien en 1930 aseguró que en 100 años (o sea, en la actualidad) la jornada laboral sería de 15 horas semanales.

Que el acceso a la tecnología sea un derecho y que se base en conocimiento compartido lo han entendido hasta en la Organización Mundial del Comercio, que ha cambiado la normativa de patentes al ver imposible el desarrollo tecnológico con las ideas de propiedad intelectual del siglo XIX. Lo que pretendo decir es que la revolución digital abre brechas en el sistema y permite hacernos preguntas sobre el futuro que desmontan los mitos neoliberales del siglo XX: podemos trabajar menos horas y menos años, avanzar en una democracia económica, en la planificación estratégica y, por qué no, en una democracia real con nuevas formas de participación. Derechos contra las máquinas y soltar lastre. Nos va a hacer falta mucha organización y enormes dosis de impertinencia y rebeldía, pero que nadie nos diga que no es posible.

 

1. En el momento presente, ¿Es inequívocamente saludable el crecimiento económico?

La visión dominante en las sociedades opulentas es que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los problemas. A su amparo -se nos dice- la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen, y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno.

Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no necesariamente- cohesión social, no guarda una relación con la creación de empleo, provoca agresiones al medio ambiente en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos, cada vez más caros, que ya no estarán disponibles para las generaciones venideras, que sí deberán hacerse cargo de las consecuencias de nuestro uso indiscriminado sobre esos recursos, y en fin, permite el asentamiento de un modo de vida esclavo que invita a pensar que somos más felices cuanto más tiempo trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes podamos consumir. Frente a esto se impone la certeza de que, dejando atrás un nivel elemental de consumo, el crecimiento irracional del consumo, es más un indicador de infelicidgad que una muestra de lo contrario. Es por lo tanto, razonable adelantar, que la crisis general por la que atravesamos se acabe consolidando como una realidad inmutable y deseable para los ciudadanos. Y por supuesto se hace fundamental luchar contra la imposición de este relato y las consecuencias de este estado de crisis permanente.

2. ¿Cuáles son los pilares en los que se asientan los sinsentidos del crecimiento?

Son tres los pilares en los que se sustenta tanta irracionalidad. El primero es la publicidad, que nos obliga a comprar lo que no necesitamos y, llegado el caso, exige que adquiramos, incluso, lo que nos repugna. El segundo es el crédito, que históricamente ha permitido disponer el dinero que permitía preservar el consumo aún en ausencia de recursos. El tercero es la caducidad de los bienes producidos, claramente programados para que en un período de tiempo breve dejen de funcionar, de tal suerte que nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos. Por detrás de todo ello está, en palabras de Zigmunt Bauman, la certeza de que “una sociedad de consumo sólo puede ser una sociedad de exceso y prodigalidad y, por ende, de redundancia y despilfarro”.

3. ¿Debemos fiarnos de los indicadores económicos que hoy empleamos?

Los indicadores económicos que nos vemos obligados a utilizar, como el Producto Interior Bruto (PIB), han permitido afianzar, en palabras de John Kenneth Galbraith, “una de las formas de mentira social más extendidas”. Pensemos por un instante. Si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar vehículos, etc., y a otro 10% por reparar esas carreteras y vehículos, tendrá el mismo PIB que un país en el que el 20% de sus empleos se consagran a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio.

La mayoría de los indicadores actuales contabiliza como crecimiento -y cabe suponer también que como bienestar-, todo lo que es producción y gasto, incluidas las agresiones medioambientales, los accidentes de tráfico, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, o el gasto militar. Esos mismos indicadores nos dicen, en cambio, del trabajo doméstico, apenas nada en virtud de un código a menudo impregnado de machismo, de puro patriarcado; de la preservación objetiva del medio ambiente, por ejemplo, un bosque con vertido en papel acrecienta el PIB, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la Vida, no computa como riqueza; de la calidad de los sistemas educativos y sanitarios, y en general, de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto, o del incremento del tiempo libre.

De resultas puede afirmarse que la ciencia económica dominante sólo presta atención a lo que se tiene o no se tiene, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo (Franqois Flahault), en un escenario en el que "las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos” (Manfred Linz).

4. ¿No son muchas las razones para contestar el progreso, más aparente que real, que han protagonizado nuestras sociedades durante decenios?

Son muchas, si. Hay que preguntarse, por ejemplo, si no es cierto que en la mayoría de las sociedades occidentales se vivía mejor en el decenio de 1960 que ahora: el número de desempleados era sensiblemente menor, la criminalidad mucho más baja, las hospitalizaciones por enfermedades mentales se hallaban a años luz de las actuales, los suicidios eran infrecuentes y el consumo de drogas escaso. En EE UU, donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1960 se redujo, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaraban sentirse satisfechos. En 2005, un 4.9 por ciento de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26 por ciento que consideraba lo contrario.

Son muchos los expertos que concluyen, en suma, que el crecimiento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la extensión de la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

5. ¿Por qué hay que decrecer?

En los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. "El único programa que necesitamos se resume en una palabra: menos. Meno; trabajo, menos energía, menos materias primas” (Beppo Grillo).

Por detrás de esos imperativos despunta un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Si es evidente que en caso de que un individuo extraiga de sus ahorros, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplea, ello conducirá a la quiebra, parece sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales. Aunque nos movemos si así quiere un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, tanto terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella 10 era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras si ello es imaginable en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En paralelo, no está de más que recordemos que en 2000 se estimaban en 4.1 los años de reservas de petróleo, 70 los de gas y 55 los de uranio.

6. ¿Cuál es la actitud que ante lo anterior exhiben los dirigentes políticos?

Los dirigentes políticos, marcados por un irrefrenable cortoplacismo electoral, prefieren dar la espalda a todos estos problemas. De resultas, y en palabras de Cornelius Castoriadis, "quienes preconizan un cambio radical de la estructura política y social pasan por ser incorregibles utopístas, mientras que los que no son capaces de razonar a dos años vista son, naturalmente realistas”. Todo pensamiento radical y contestarario es tildado inmediatamente de extremista y violento, además de patológico, y por supuesto, utópico, e incluso, infantil.

La idea, supersticiosa, de que nuestros gobernantes tienen soluciones de recambio se completa con la que sugiere que la ciencia resolverá de manera mágica. antes o después, todos estos problemas. No parecería lógico, sin embargo, construir un "rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad" (Mauro Bonaiuti). Más razonable resultaría actuar como lo haría un pater familias diligens, que "se dice a si mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese” (Castoriadis). No es ésta una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro de Medio Ambiente francés: "La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal. Electoralmente insignificante”.

7. ¿Basta, sin más, con reducir determinadas actividades económicas?

A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Simplemente pensando en el fin evidente de las energías no renovables y en los sistemas productivos que se basan en la quema de hidrocarburos. Es preciso reorganizar en paralelo nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recurso frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Los verbos que hoy rigen nuestra vida cotidiana son tener-hacer-ser; si tengo esta o aquello entonces haré esto y seré feliz. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo. O lo que es casi lo mismo, frente al "más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro” hay que contraponer el "más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro“ (Yves Cochet). Debe apostarse, también, por el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas. de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte. Lo local, por añadidura, debe adquirir una rotunda primacía frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Entre las razones que dan cuenta de la opción por esta última están la pésima situación económica, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la urgencia de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente o, en fin, la conciencia de las diferencias alarmantes que existen entre quienes consumen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

Serge Latouche ha resumido el sentido de fondo de estos valores de la mano de ocho re: reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar, reestructurar (adaptar producciones y relaciones sociales al cambio de valores), relocalizar, redistribuir (repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural), reducir (rebajar el impacto de la producción y el consumo), reutilizar (en vez de desprenderse sin más de un sinfín de dispositivos) y reciclar.

8. Estos valores, ¿Son realmente ajenos a la organización de las sociedades humanas?

Los valores que acabamos de reseñar no faltan, en modo alguno, en la organización de las sociedades humanas. Así lo demuestran, al menos, cuatro ejemplos importantes. Si el primero nos recuerda que las prácticas correspondientes tienen una honda presencia en muchas de las tradiciones del movimiento obrero y bien es cierto, en las vinculadas, en particular, con el mundo libertario. La segunda subraya que en una institución central en muchas sociedades, la familia, impera antes la lógica del don y de la reciprocidad que la de la mercancía. La propia economía de cuidados, protagonizada por tantas mujeres y plasmada ante todo en el cuidado amoroso de niños y de ancianos, ilustra en plenitud el buen sentido de los principios que ahora nos interesan. Pero lo social está a menudo presente. También, en lo que despectivamente hemos dado en llamar economía informal. En muchos casos "el objetivo de la producción informal no es la acumulación ilimitada, la producción por la producción. El ahorro, cuando existe, no se destina a la inversión para facilitar una reproducción ampliada, recuerda Latouche. Y está presente en la experiencia histórica de muchas sociedades que no estiman que su felicidad deba vincularse con la acumulación de antes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

9. ¿Qué supondría el decrecimiento en las sociedades opulentas?

Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar -o al menos reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales; el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen, y que hablamos de un escenario de transición hacia la abolición del trabajo asalariado y la mercancía.

10. ¿Es el decrecimiento un proyecto que augura, sin más, la infelicidad a los seres humanos?

El decrecimiento no implica en modo alguno, para la mayoría de los habitantes, un entorno de deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores que atiendan las necesidades insatisfechas, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos y las condiciones del trabajo asalariado, o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.

Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Hay que partir de la certeza de que si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, del capitalismo global que padecemos.

11. ¿Qué argumentos se han formulado para cuestionar la idoneidad del decrecimiento?

Los argumentos vertidos contra el decrecimiento parecen poco relevantes. Se ha señalado, por ejemplo, y contra toda razón, que la propuesta se emite desde el Norte para que sean los países del Sur los que decrezcan materialmente. También se ha sugerido que el decrecimiento es anti-democrático, en franco olvido de que los regímenes que se ha dado en describir como totalitarios nunca han buscado, por razones obvias, reducir sus capacidades militar-industriales. Más bien parece que, muy al contrario, el decrecimiento, de la mano de la autosuficiencia y de la sencillez voluntaria. bebe de una filosofía no violenta y antiautoritaria. La propuesta que nos interesa no remite, por otra parte, a una postura religiosa que reclama una renuncia a los placeres de la vida: reivindica, antes bien una clara recuperación de éstos en un escenario marcado, eso si, por el rechazo de los oropeles del consumo irracional. Por otra parte, no está de más recordar que el actual paradigma del crecimiento ilimitado de una economía capitalista basada en la especulación y la hiperfinanciarización jamás se ha puesto en discusión, ha sido valorado, debatido o votado, por nadie, sino que más bien fue impuesto desde las altas instancias como modelo culmen de las capacidades extractivas que tienen las élites, los poderosos, sobre el resto. Del 1% sobre el 99 restante.

El proyecto de decrecimiento nada acarrea, en suma, de ecologismo tontorrón y asocial: se asienta en el firme designio de combinar el ecologismo fuerte con las luchas sociales de siempre. En esta última dimensión tiene por necesidad que contestar la lógica del capitalismo con el doble propósito de salvar el planeta y salvar la especie humana. No hay decrecimiento plausible, en otras palabras, si no se contestan en paralelo el orden capitalista y su dimensión de explotación, injusticia y desigualdad. Esa tarea no parece difícil: La ecología es subversiva porque pone en cuestión el imaginario capitalista que domina el planeta. Rechaza el motivo central, según el cual nuestro destino estriba en acrecentar sin cesar la producción y el consumo. Muestra el impacto catastrófico de la lógica capitalista sobre el medio natural y sobre la vida de los seres humanos.

12. ¿También deben decrecer los países pobres?

Aunque, con certeza, el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres -está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra-, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, un efecto de reducción del consumo convencional en el Sur.

Para esos países se impone, en la percepción de Latouche, un listado diferente de re: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido, en base a valores como la justicia ecológica y la memoria histórica frente al colonialismo, el imperialismo, el racismo, la esclavitud o la sumisión ante las multinacionales capitalistas.

Llegados a este punto no se puede obviar la evolución de la sociedad a lo largo de la historia y que tras la Revolución Industrial en el Siglo XIX, le ha seguido una Revolución Reproductiva desde la segunda mitad del Siglo XX, a tenor de los estudios de Pérez y McInness. Según estos autores, y en línea de favorecer unos nuevos mecanismos y prácticas productivas, sociales y culturales, la mujer, tras las dos Guerras Mundiales, ha abandonado su tradicional rol, librándose de las tareas domésticas y de cuidados de familiares (fundamentalmente de los niños, es decir, de la siguiente generación), para incorporarse a la esfera pública. Esta fase de Revolución Reproductiva permite una mayor eficacia en el reemplazo de nuevos seres humanos, incorporados a las cadenas de producción. Ahora, al contrario que en el pasado, se incorporan nuevas generaciones a tareas productivas, sin que la anterior haya desaparecido, lo que ha ahonda en el envejecimiento de las sociedades de los países occidentales.

Para ello redefinen el concepto de fecundidad. Primero relacionando dos fenómenos que consideran íntimamente ligados: nacimientos y muertes. Después identificando el abrumador coste que la reproducción, el reemplazo de seres humanos, supone. Llegan a equipararlo a los otros tres sectores productivos, siendo este cuarto el que ha ocupado a la mayor parte de la humanidad (las mujeres) a lo largo de la Historia.

Por último, cuestiona la institución de la familia afirmando que no ha sido debilitada, sino solamente su acepción patriarcal. Esto discute las visiones apocalípticas sobre el envejecimiento de la población y el desmoronamiento de los estados de bienestar. Además, nos da una justificación práctica sobre la necesidad de que el estado colabore,
de forma activa y cuantiosa, en la educación y manutención de las nuevas generaciones.

Esta teoría ha sido aceptada como causa y a la vez efecto, ligado al decrecimiento, puesto que la idea de incorporar a la productividad las tareas que habitualmente han realizado las mujeres, no devengaría inmediatamente en una bajada de los índices de producción, sino más bien la transformación de estos a incorporar actividades imprescindibles, cuantificarlas, y valorarlas como parte indispensable de los procesos productivos.

Por otro lado, es imprescindible señalar y dejar como un punto de partida ineludible como discusión en favor de la igualdad entre géneros y en contra del patriarcado, que un decrecimiento económico no va a venir adherido a la limitación de la capacidad de consumo y mejora del bienestar en los países y sociedades en vías de desarrollo. Además de injusto, sería falaz frenar el desarrollo de cuatro quintas partes de la población mundial, sólo porque desde la élite de la otra parte se plantea un modelo socio-económico que busca la sostenibilidad y la felicidad lejos de los valores clásicos de producción y consumo.

Como nos explica Hans Rosling en su obra Factfulness, debemos ser realistas a la hora de plantear a 5.000 millones de personas que todavía tendrán que "seguir lavando la ropa a mano y trasladarse kilómetros a una fuente de agua para hacerlo", sólo porque "ahora" estemos despertando del sueño de los estados de bienestar insostenibles. Esperar a que los países en vías de desarrollo renuncien al crecimiento económico no es realista. "Quieren lavadoras, luz eléctrica, sistemas de alcantarillado decentes, una nevera en la que almacenar los alimentos, gafas si ven mal, insulina si padecen diabetes y medios de transporte para ir de vacaciones con sus familias tanto como tú y como yo". De lo que se trata es de concierciarnos de la necesidad de incorporar a todos a un mayor bienestar y sostenibilidad, sin perjuicio de los avances tecnológicos y científicos que permiten una mayor y mejor vida. En resumen, se trata de incorporar a la economía todas las actividades beneficiosas e imprescindibles para el mantenimiento de al vida, y valorarlas en su totalidad, incluidos los costes sociales, legales y medioambientales que acarrean, tanto en el momento actual como en el futuro. "Tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a inventar nuevas tecnologías que permitan a 11.000 millones de personas vivir la vida que deberíamos esperar que luchen por lograr. La vida que estamos viviendo ahora en el nivel 4, pero con soluciones más inteligentes" (Hans Rosling).

 

En definitiva, con el decrecimiento se pone en discusión el paradigma aceptado del crecimiento económico como baremo imprescindible para conseguir la felicidad de la población. Las continuas crisis que el capitalismo necesita para seguir funcionando, y las élites para beneficiarse de él, demuestran que el modelo capitalista-neoliberal está agotado. Y que tampoco es sostenible, ni justo plantear un modelo simplemente liberal porque las facturas de los despropósitos de estos años los seguirán pagando otros, no los auténticos responsables. Volviendo a Galbraith es imprescindible adelantarse a la "miopía del desastre", es decir, a la irresponsabilidad de los gestores políticos y económicos que alientan modelos productivos basados en la especulación, el consumismo y el lucro rápido y fácil. Es básico volver a poner en marcha modelos económico y sociales de cercanía, sostenibles e inclusivos, que tengan en cuenta a toda la población y su bienestar, así como a las generaciones futuras en la obligación moral y ética de legarles un patrimonio y un medio ambiente, por lo menos, de la misma cantidad y calidad que el que hemos podido disfrutar nosotros.

 

 

jueves, 24 de noviembre de 2022

En el derribo y desescombrado de Izquierda Unida


En la desaparición y desmantelamiento de izquierda Unida hay muchas causas, pero también algunos padres y madres con nombres y apellidos. Entre las primeras, la principal y más importante es la disolución de la clase obrera como sujeto político y social, y más importante aún, como actor identitario y cultural. En su caída se ha llevado por delante otras columnas de carga del siempre presente programa, como pueda ser todo lo que tenga que ver con las reclamaciones y activación en torno a la lucha ecologista y por la conservación del medio ambiente, las luchas feministas y por la igualdad entre sexos y géneros, o la potente fuerza que tiene que ver con la Memoria y la dignidad democrática. Ni siquiera la más que nunca trascendental lucha por los servicios públicos, y en especial, la sanidad y la educación públicas han podido servir para articular una continuación del proyecto político de Izquierda Unida, dejando huérfanos de militancia y activación política y social a decenas de miles de personas en el estado español, que no nos sentimos representados en la miríada de fuerzas, aparentemente y auto-proclamadas (muy importante) progresistas o de izquierdas, que han ido brotando como setas al tiempo que se debilitaba y liquidaba la fuerza que ya estaba presente. Aquí, no cabe duda, no hemos sabido contrarrestar esta tendencia y seguir mostrándonos necesarios para todas y todos quienes estaban o están perdiendo su identidad.

Aparentemente, cabría colocar en el alzamiento de la ultra-derecha (un suflé que no sólo crece en la ya proclive de antemano España, sino que es un fenómeno global y particularmente destacado en Occidente) buena parte del desapego ciudadano con las políticas de izquierdas, progresistas, y por ende con el respaldo electoral y social a la marca “Izquierda Unida”. No se trataría únicamente tanto de una lucha electoral o mediática, o de la gestión de un modelo político, desde lo municipal hasta lo supra-nacional, alternativo al modelo neoliberal. Sino más bien del sometimiento de la política y la cultura a la economía, en un contexto de caída y desmembramiento de los pactos sociales que como sociedad nos habíamos dado al final de la Segunda Guerra Mundial y hasta pasadas las crisis energéticas de la década de los 70. Bajo este paradigma, y con las particularidades propias del día a día de la alta política en España (y lamentablemente también de la “baja”, la pegada a al calle, el barrio y el municipio) en los últimos diez años se ha procedido al derribo constante de Izquierda Unida como coalición electoral, programática, cultural y social, a la izquierda del PSOE, atacándola desde fuera, pero también desde dentro.

Para empezar, no se puede hacer de otra manera, hay que ir a 2011, al 15M, y a los siguientes cinco años en los que una fuerza surgida como alternativa al sistema tradicional de partidos español, instrumentalizaba toda la activación social y política del momento. La crisis económica de 2008 y las políticas de Austercidio planteadas desde Europa pusieron el caldo de cultivo para activar a una sociedad que larvaba desde hacía años un profundo sentimiento de agotamiento e insatisfacción con el régimen democrático y la economía de mercado. La corrupción intrínseca de España, unida a los recortes, la desigualdad creciente, el sometimiento a la troika y la cesión de soberanía en materia financiera, la crisis colosal, todavía vigente hoy, de acceso a la vivienda y la pérdida de poder adquisitivo de unas generaciones que iban a vivir peor que sus padres (y que ya hoy en 2022 viven peor que sus padres, eran los motores que sacaron a las calles a millones de personas el 15 de mayo de 2011. Los ataron a las plazas, les permitieron asociarse y conocerse, al tiempo que se activaron para emerger una fuerza revolucionaria que aspiraba, y ya caminaba hacia ello, a cambiar de arriba a abajo y para bien, el país.

Parecía que iba a romperse todo, que por fin, íbamos entre todas y todos, a cambiar el ecosistema del tardo-franquismo españistaní conocido como el Régimen del 78. Muchos de los que ya participamos en el 15M, en nuestras ciudades respectivas, estábamos al mismo tiempo en Izquierda Unida, como afiliados, simpatizantes o simples votantes, así como en muchas organizaciones sociales y cívicas que trabajando sobre temas concretos planteaban en definitiva, un nuevo pacto social, una ruptura con lo anterior, y la posterior construcción común de un modelo de estado y de sociedad, más igualitario, más libertario y más pleno y satisfactorio para la mayoría. Señalar el componente ideológico y de pertenencia de buena parte de quienes nos sentábamos en las Asambleas del 15M y en las Mareas no es baladí, puesto que vivimos y vimos como al tiempo que se acercaba el primer ciclo electoral masivo tras el 15M (europeas en 2014 y municipales, autonómicas en primavera de 2015 y nacionales en otoño de ese mismo año) aparecían una serie de personas, con pasado activo en Izquierda Unida, que primero añadían sin rubor, como si no hubieran estado allí, a Izquierda Unida al sistema de partidos español del bipartidismo de PP y PSOE, más los partidos de las burguesías catalanas y vasca (CIU y PNV), para después presentar su propia fuerza como novedad y solución a todos los males.

Pero tampoco puede olvidarse que todas y todos quienes nos sentamos con ánimo de ayudar y construir, lo primero que tuvimos que hacer fue “separarnos” de Izquierda Unida, presentarnos como “independientes”. El carácter “apolítico” del movimiento (que cosa más absurda porque si algo se hizo en las asambleas y plazas fue política y fue ideología) culpaba a IU también de lo que estaba pasando. Se echaba al coordinador general Cayo de Lara de las manifestaciones. Pero no fue el único y muchas compañeras y compañeros se vieron ninguneados. Sólo el tiempo, el voluntarismo de las gentes de IU, y fundamentalmente la capacidad y experiencia de organización que Izquierda Unida ya atesoraba superaron estas trabas. Sin desmerecer en muchos casos las posibilidades del ya maltrecho músculo financiero del partido. Cuando hacía falta un local, un espacio, unas sillas plegables, un material para hacer cárteles, ahí estaban la militancia y los recursos de IU, que era ignorados cuando se hacía un balance. Si difícil resultaba en provincias como Salamanca, imposible fue en las principales ciudades donde la presión mediática también jugaba a favor de desprestigiar el modelo alternativo que Izquierda Unida llevaba 25 años proponiendo. Y que las recientes crisis de todo tipo habían demostrado acertado y necesario. De este modo, ahí quedó larvado una desafección para con Izquierda Unida de la que ha sido muy difícil reponerse.

Visto con el tiempo, uno no puede más que señalar la desfachatez de quienes se hartaron de perder votaciones en asambleas de Izquierda Unida o del Partido Comunista, para después, bajo el paraguas televisivo y el interés del emporio mediático de A3Media, ligado al conservadurismo más rancio del estado español, plantear una nueva alternativa política a las pesonas que ya estábamos indignadas y que nos sentíamos estafadas por el sistema liberal. Esta alternativa conllevaba lógicamente la disolución del único partido que tenía el arsenal para promover un modelo económico y social distinto al del capitalismo neoliberal y neoconservador.

Y es que los intereses de los dueños de la Sexta se han visto satisfechos con Podemos, y la posterior sucesión de partidos y siglas que han ido apareciendo, pero que contrariamente a Izquierda Unida, se han desligado de promover un cambio real y radical del modelo fallido del estado español, y de esta Europa entregada al capitalismo neocon. Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero fueron las cabezas visibles de una serie de personajes derrotados en las asambleas de Izquierda Unida Madrid que de la noche a la mañana se hicieron dueños del relato del 15M, la cara visible de la indignación popular y los artífices de un nuevo partido que iba a “Asaltar el Palacio de Invierno”. Analizando la situación a base de comparaciones con Juego de Tronos, consiguieron simplificar la compleja situación, haciéndola entendible a la mayoría, gracias a un nuevo lenguaje que cambiaba el tradicional eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo.

Sin desmerecer lo acertado que pudiera haber en este planteamiento comunicativo que identificaba la absoluta y creciente desigualdad en el estado español, a varios niveles (económico, social, entre sexos, entre regiones, etc.), lo cierto es que constituido como partido, Podemos vino a discutir la presencia electoral de Izquierda Unida, pero también del Psoe en un primer momento, siendo de este modo causa directa de las mayorías que el PP de Rajoy disfrutó entre 2015 y 2018.

Aún así, todo parecía ir bien y que todos juntos estábamos en disposición de cambiar el panorama. La creación de las candidaturas alternativas en las principales ciudades españolas, consensuadas entre Podemos, Izquierda Unida y la “sociedad civil” se saldaron con el triunfo y la constitución de los Ayuntamientos del cambio, que sin embargo, pronto se mostraron como herramientas perfectas de disuasión revolucionaria, acallando hasta el silencio la combatividad de las fuerzas activas en el 15M, y ejercitando una política profundamente conservadora en materias como vivienda, defensa de los servicios públicos y exclusión social. Estas candidaturas no lo tuvieron fácil y la táctica vergonzosa y ponzoñosa de Podemos, no queriendo unir su nombre al de Izquierda Unida, y al de otros partidos y movimientos que trabajaban sobre el territorio, creo una serie de marcas blancas (los famosos "Ganemos") que la ciudadanía lógicamente no entendío. Por qué, si estas en política ya, en política institucional, para qué te escondes. No tiene sentido.

Por si esto no fuera poco, pronto, muy pronto, y sobretodo, por la alcaldesa y su equipo de confianza de la siempre sobre-expuesta en el centralismo españistaní, Madrid, Manuela Carmena (quien hay que señalar no estuvo en ningún momento dentro del 15M, ni de IU, ni de Podemos, sino que todo este proceso la pilló como militante y cargo en el PSOE de Madrid, no lo olvidemos) ejerció su cargo y dinamitó la confianza depositada en su persona al aceptar sin rechistar los postulados neoconservadores, plegándose a los intereses de las élites, tanto europeas como patrias. Aceptando como irreversible la única teoría posible que es el estado fallido de las cosas y tomando una envenenada responsabilidad para con el gobierno central del PP y el corrupto Montoro al frente, la troika y los mercados, y usurpando así la de que los votantes le concedieron. Como digo, la preponderancia de todo lo que acontece en Madrid hizo el resto para dificultar y mucho, la actividad política y social de la izquierda alternativa en el resto del estado español, pese a los aciertos parciales del propio ayuntamiento de Madrid, de Ada Colau en Barcelona, Joan Ribó en Valencia, de las Mareas gallegas, o de Kichi en Cádiz, y sobretodo de Paco Guarido en Zamora con Izquierda Unida, el único alcalde que fue capaz de ampliar su mandato 4 años después hacia una mayoría absoluta.

Volviendo a Manuela Carmena y antes de practicar la mitosis en la izquierda junto a Iñigo Errejón, el principal ejemplo de lo que digo tuvo que ver con el cese de Sánchez Mato, concejal de economía, miembro de Izquierda Unida, y quien tuvo éxito reduciendo la deuda pública del consistorio madrileño, logrando superávits que pudieron re-invertirse en los servicios públicos de los barrios trabajadores de la capital. Sin embargo, la cabeza de Sánchez Mato fue cercionada por Carmena siguiendo los postulados anti-democráticos (porque nadie los votó nunca) e impopulares (porque aglutinaban el rechazo de la respuesta social) de Montoro y la troika. Por cierto, para hacerlo se valió del voto del PP en el ay-untamiento madrileño para echar abajo el plan financiero y económico que Sánchez Mato presentó y que venía a poner las necesidades sociales del consistorio por encima del pago de la deuda y los sobre-costes de la M30, o el más que sospechoso plan chamartín al que Carmena y su cohorte se plegaron sin cortapisas. Tampoco lo olvidemos.

Esta coartada no fue nueva para Izquierda Unida, puesto que ya la hemos venido sufriendo desde los años 80 cuando el PSOE, desde el poder ejercía políticas de derechas que contradecían lo que había proclamado en campaña o desde la oposición. Pero que se volviera a repetir el patrón por parte de una facción de una coalición hecha, precisamente para impedir esto mismo, fue un rejonazo del que no hemos sido capaces de reponernos. En Madrid, tanto para el Ayuntamiento como para la región, como al resto del estado español, a Podemos, a Izquierda Unida, y a los que han venido después, les ha sido imposible volver a conjurar un electorado progresista que se creyera las promesas incumplidas que pudieron cumplirse en el pasado. Puestos a elegir entre políticos que aplican políticas de derechas, mejor el auténtico, que no el mentiroso.

Esta situación de 2016-2019 (muy importante, matizar que tras el Brexit, el referéndum griego, la presidencia de Trump y sobretodo, la deriva hacia la centralidad planteada desde el círculo de la complutense de Podemos) tenía su fulgor en una política, tanto efectiva como comunicativa, que buscaba una “despolitización” de la labor de gobierno. De difuminar la ideología (de izquierdas se entiende) y el programa que había sido base de las promesas con las que se erigieron las candidaturas de los “Ayuntamientos del cambio”. Esto podría entenderse como una práctica para ejercer una política y un gobierno “para todos”, pero choca de frente con la realidad de una sociedad muy ideologizada, muy separada entre clases sociales, e incluso entre identidades nacionales, y por lo tanto, muy organizada en torno a pensamientos e intereses concretos y enfrentados.

Pero la realidad es que tal forma de hacer las cosas implicó que el Ayuntamiento del cambio, no cambiase nada de las condiciones de base de la desigualdad social, por lo que los problemas seguían ahí, incrementándose, al tiempo que la ilusión por el cambio y por revertirlos, se desvanecía. Quizás el problema vino, como he contado alguna vez, en que las propias bases del 15M y de Podemos en su origen confiasen en cambiar el sistema (la democracia liberal que en España adopta el conservadurismo franquista y neocon), desde dentro de los propios mecanismos del sistema (las elecciones y la disputa mediática en los medios de comunicación de masas). El fracaso es tan evidente como lo es el éxito de que siguieron beneficiándose a las élites, a través del manido y fariseo recurso de las “clases medias”, adoptando como propio el mantra del PP y de la derecha, por el que se asocia que el beneficio de los más ricos y poderosos, permite el avance de los más desfavorecidos. Axioma probado como absolutamente falso.

Pero lo cierto es que mientras se fraguaba la escisión de Más Madrid a semanas de las elecciones de 2019, que trajeron de regalo lo que han traído, Carmena se presentaba por los medios como una "revolucionaria" lo que salvaba su imagen hacia unos votantes progresistas, mientras que en realidad, tanto desde la alcaldía hasta el trabajo asambleario de partido o facción, funcionó con un cesarismo, un proceder elitista, que tenía su finalidad en sus propios intereses particulares por encima de los del proyecto y las bases sobre las que decía trabajar.

Porque en el fondo, Carmena, y junto a ella, todos los candidatos y candidatas que se erigieron en representantes de lo que era el 15M, a través de Podemos y sus falsarias agrupaciones electorales, eran figuras reconocibles de la izquierda de cada ciudad y región para ganar un éxito electoral y sobrepasar a Izquierda Unida en su ámbito más poderoso: el trabajo de base en municipios y barrios.

En algunos lugares se consiguió, y en otros muchos no. En algunos ya disiparon en aquel momento lo que era Izquierda Unida, y en otros, con mucho trabajo, antes y durante, pudimos esquivarlo. Porque lejos de las figuras de cabecera y de la presencia constante de Podemos y sus caras visibles en los medios de comunicación de masas, no había nada. Ni programa. Ni plan de gobierno. Ni idea de cómo construir mayorías solidas en las instituciones. Ni siquiera un convencimiento en el propio líder o lideresa seleccionado, sino que todo se sustentaba en el trabajo voluntarioso de miles de simpatizantes sobre los que sus hombros se edificó Podemos y sus agrupaciones electorales en 2015.

De este modo, la traición se cumplió cuando se presentó la guerra entre Izquierda Unida y Podemos como un conflicto dentro de la propia izquierda alternativa (como si no hubiera habido ya suficientes). Pero no se trataba como decía Iglesias, “de una izquierda llena de mochilas de praxis lenta y alejada de la realidad de millones de personas que ya no se identifican con la clase trabajadora”. No era una izquierda perdedora que no podía hacer frente a la nueva situación tras la crisis financiera de 2008, que no había sabido actualizarse ni expresarse. No era una lucha entre viejas formas de hacer política y nueva política, que además se presentaba como moderna y victoriosa. Esa no era la cuestión.

Lo primero porque lo que en aquel momento, y visto con perspectiva a 2022, se estaba haciendo donde se podía eran ejercicios de pragmatismo y de política realista, con ideología, con convencimiento y saber para plantear una alternativa y un modelo socio-económico distinto al que había fracasado entre 1996 y 2011. Se estaban trabajando los problemas concretos que cada institución y cada territorio y ámbito tenía. Se trataba de hacer una gestión justa de los recursos y necesidades ciudadanas, y a buena fe, que se estaba consiguiendo.

Desde luego, lo electoral, que además en España es el fragor de una batalla diaria que se extiende durante 4 años entre sufragio y sufragio, se trataba de una herramienta de cambio, para ir más allá, para hacer realidad esa sociedad más justa, igualitaria y libertaria. El acta ganada, en el Congreso o en un Ayuntamiento, debía valer para expresar otra forma de gestionar lo público y de hacer política, para todas y todos. Mostrar otra manera de hacer las cosas, alejada, radicalmente opuesta a los usos del bipartidismo.

Pero no era la única, y al alzarse Podemos, lo que estaba siendo una activación ciudadana, consciente, autónoma e ilusionante (y sí, sin la participación de Izquierda Unida, al menos no en exclusividad) se frenó en seco. La gente se fue a su casa a afilar el voto, y a tener que dirimir, entre fuerzas que dicen representarle, pero que se empeñan en aparecer enfrentadas. Con Podemos en marcha, y después, con el desorden apareciendo como setas distintas facciones presentadas como “nuevas izquierdas” (sin usar la palabra “izquierda” en su nombre) se acabó la re-politización de la sociedad, y en especial, de la parte más progresista y concienciada. Se vaciaron las asambleas de IU y las de todos los partidos, agrupaciones y de muchos colectivos sociales con bagaje antes de Podemos y antes del 15 de mayo de 2011. La ciudadanía ya dejo de estar interesada en cambiar directamente por su propia activación y medios las cosas, los significados y la realidad de sus entornos. Se confió, y todavía perdura hoy, en el mismo "sistema" para cambiar el "sistema" fallido.

Éxito conseguido. Se había parado el golpe de una revolución en ciernes y se había hecho caer de bruces al partido y las personas que ya estaban antes del 15M.

Completaba el escenario un PSOE desnortado, con una lucha interna entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, que lejos de diferencias semánticas -ambos representan facciones crecidas dentro del propio partido con todo lo que eso significa y que no discutían el modelo neoliberal-, cuyas bases y cuadros más progresistas eran la siguiente escala. En ese frente se enmarcó la escisión de la izquierda alternativa en Andalucía, territorio muy poderoso a nivel organizativo y también simbólico. Diferentes grupos que debían haberse unido bajo un programa cuyo primer punto debía ser acabar con el caciquismo y la corrupción del PSOE andaluz y evitar que el PP recibiera esas redes clientelares y de latrocinio, se tiraron los trastos a la cabeza, anteponiendo los intereses y las rencillas particulares al bien común del pueblo andaluz.

Primaban más las diferencias entre territorios, provincias y municipios, pero sobretodo entre las áreas urbanas donde Podemos Andalucía tenía mucha fuerza, frente a los municipios más pequeños, que por sus propias características eran núcleos menos poblados, pero destacados, donde Izquierda Unida, en coalición casi siempre con el PSOE, y otras en solitario ostentaba gobiernos locales (sin olvidar el campo y el mundo rural olvidado por las izquierdas posmo). La intención, disfrazada en el populismo y en una supuesta pureza ideológica, venía a dinamitar las bases sociales de IU en Andalucía (también del Partido Comunista Andaluz) buscando ante todo fagocitar los liderazgos que vinieran bien a la causa de Podemos, y sobretodo su electorado. El resultado ya desde 2019 se vio fallido porque todas estas discusiones internas exteriorizadas, encontronazos, desafíos y espectáculo mediático y en las redes, unida al desastre del PSOE andaluz de Susana Díaz, otorgó una aplastante mayoría a las derechas que están oprimiendo y saqueando a las clases trabajadoras y al patrimonio de la región.

Mientras IU Andalucía, junto al PCA, se había abierto a una confluencia con una nueva fuerza política como era Podemos, estos a través de las candidaturas municipales de confluencia, ejercieron una OPA hostil a todo el espectro ideológico y militante de la izquierda andaluza. El mensaje era que si la coalición electoral entre Podemos e IU había fracasado en junio de 2016 era culpa de los que ya estaban, de Izquierda Unida, incapaz de desligarse del PSOE andaluz y que se había mostrado como una rémora, lenta y anquilosada. Podemos no asumía ninguna auto-crítica y pasaba a liquidar a Izquierda Unida Andalucía, estuviera o no en el gobierno local, en forma de pacto con otras fuerzas o en solitario, llevara unos pocos meses o incluso décadas con el bastón de mando. El objetivo era quedarse con los votos. Por fortuna, muchas de las agrupaciones locales de IU en Andalucía, tanto ligadas al Partido Comunista, Izquierda Abierta, Partido Andalucista, u otras organizaciones han sobrevivido y siguen hoy luchando por sus pueblos y sus gentes, dentro de la ola reaccionaria de recortes, corrupción y fascismo. Podemos, por contra, ha desaparecido en Andalucía escindida en grupúsculos subalternos que giran en torno, para lo bueno y para lo malo, a favor o en contra, de Anticapitalistas Andalucía que sigue regida por Teresa Rodríguez.

Este movimiento anticipaba lo que iba a pasar en el resto del estado español, pero dadas las propias características socio-económicas y electorales de Andalucía, no se ha podido replicar. Eso sí, el daño ya estaba hecho.

Pero no sólo hubo ataques externos. Los internos también desestabilizaron el partido y derribaron los andamiajes. El Partido Comunista, empezando por el propio de Andalucía, pronto se lanzó a pedir la confluencia con Podemos, avanzando si era necesario “desmontar la estructura de Izquierda Unida como partido”. La intención era “reconvertirla en un movimiento político y social”. Le podían poner las palabras y declaraciones grandilocuentes que quisieran porque lo que en realidad querían eran acantonarse en los cargos internos y arrebatar la pluralidad y el debate sano de ideas y proyectos. No os engañéis esa fue la misma intención y táctica ejercitada por Izquierda Abierta desde 2002 hasta 2012, pero como sucedería también bajo el dominio del PC, la naturaleza cívica y participativa de IU permitió sortear estas intenciones y mantener parte de la esencia del proyecto.

Tengo que decir y recordar al lector que yo hice campaña por la confluencia en una asamblea local, particularmente opuesta a la misma, y que lo hicimos con generosidad, y si, está mal que yo mismo lo diga, con altura de miras dada la situación a la que nos enfrentábamos en 2016. No pasó ni un mes y Pablo Iglesias nos demostró lo que valía su palabra y lo que respetaba a Izquierda Unida o a la provincia de Salamanca. Lo peor fue la respuesta indigna de las bases locales de Podemos a las que habían desnudado y lanzado al lodazal de la irrelevancia política e interna.

Lo curioso de todo esto es que todo el mundo hablaba de confluir, alianzas y frente amplio cuando en realidad lo que se estaba haciendo era acabar con la estructura que ya era en si misma una confluencia de partidos y movimientos y un frente común ante el modelo liberal. En vez de reforzar una fuerza “de estado”, entendida como un ente político propio y reconocido, que sumase a todas y todos, para ir ganando presencia mediática, y fundamentalmente en el conflicto, en la calle, cada agrupación, cada partidito, cada asamblea, casi casi cada persona (aquí entraron las redes sociales con fuerza, diluyendo la militancia), se alzó con voz propia a discutir ese ecosistema. A reclamar su derecho a la representación autónoma, invalidando acuerdos previos, hojas de ruta consensuadas y hasta estatutos aprobados, propios y ajenos. A batallar desde su taifa, hablando de pureza ideológica, a marcar un “perfil propio” y poniendo el énfasis en las tenues diferencias, por lo general comunicativas, por supuesto también alguna programática, entre las izquierdas. A esforzarse con ahínco en discutir con compañeros, mientras el PP a todos los niveles hacia lo que le daba la gana. Si la situación y la sociedad demandaba una unión sin fisuras, sin egoísmos y con voluntad y generosidad, el partido y todos los que pululaban a la izquierda del PSOE, les brindaron un espectáculo bochornoso que se representaba como una traición a las bases militantes de la izquierda (estuvieran adscritas a uno o a otro partido o movimiento), a las clases trabajadoras en general y a la emergencia social que como país vivíamos.

Entre los graves problemas que esto provocó estaba el que Izquierda Unida, y por supuesto Podemos que venía a eso precisamente, se centraron en discutir en clave electoral. Justo lo que se quería evitar y por contra, centrarse en lo que era la principal seña de IU desde el primer momento: el análisis de la situación y el planteamiento de soluciones bajo una ideología y un programa. Pues bien, lo que supuso el surgimiento de Podemos fue que nos tuviéramos que centrar y defendernos de las ineficiencias del sistema de partidos, de la ley electoral y del propio parlamentarismo. La política como tal, planteada en la vida de las personas y los territorios, se centró una vez más en lo que ocurría dentro de la M30 de Madrid, en el Congreso. E Izquierda Unida no tuvo más remedio que entrar en ese juego arrastrada por Podemos y por la presencia mediática que atesoraban los Iglesias, Errejón, Monedero, etc.

En este sentido, Izquierda Unida pecó de generosidad. Con altura de miras se planteaba la construcción, a largo plazo lógicamente, “de espacios de participación política compartidas entre agentes políticos y sociales distintos y divergentes”, que “se unían por el ánimo de ofrecer a la ciudadanía y a las víctimas de las crisis una ruptura democrática”. Al mismo tiempo, y como parte de este pacto, IU dejaba de ser partido político para constituirse en un movimiento político y social, dejando toda la iniciativa a lo que yo llamo el “Círculo de la Complutense”, esto es, la camarilla élite de Podemos que gira en torno a Pablo Iglesias. Éste exigía el cese de los gobiernos locales y el autonómico de Andalucía en los que participaba, cuando antes, durante y después, sumó alegremente a Podemos en los gobiernos de coalición de Pedro Sánchez.

En palabras de mi hermano, quien tenía una experiencia de primera mano dentro del Euro-Parlamento y el Grupo de la Izquierda Europea (GUE), aquello era como:

meter en tu casa al típico okupa que sólo se dedica a saquearte la nevera, se trae a sus colegas para enmarranarte el piso y en definitiva hurtarte la casa entera. Después un día llegas, te han cambiado la cerradura y dicen que sobras. Que tus cosas (patrimonio de IU) se quedan y valen para pagar las facturas, entre ellas la del pintor que ha pintado la casa de morado”.

Todo esto en la "alta política", claro. En la que aparece en los medios de manipulación de masas. A nivel de baja política, en el día a día de los barrios y de los pueblos, la situación ha sido, afortunadamente, y de manera general por lo que sé de mi experiencia y contactos, distinta. Y más placentera, aún con las inevitables derrotas electorales sufridas todos estos años. Buena parte de estas derrotas tienen su origen y han agravado en su final, la penosa situación económica de Izquierda Unida que arrastraba una onerosa deuda con bancos desde 2001, y que en la actualidad prácticamente ha quedado saldada, a costa de malvender los escasos recursos de la organización y el voluntarismo de su militancia. Incluyo aquí los aportes obligatorios de los representantes políticos exigidos a través de carta financiera y de mandatos expresos de los consejos políticos. Recursos que dificultaron sobremanera seguir haciendo partido, seguir haciendo política en los pueblos y que provocaron de facto, la merma de las ya escasas posibilidades de competir en buena lid electoral.

Aún con todo, en las instituciones y espacios más cercanos a las personas, a las clases trabajadoras, se tratan y solucionan (también se crean) los problemas que necesitan resolverse. En todo este proceso se plasmó inmediatamente una ilusión renovada por poder cambiar las cosas y frenar la dinámica ultraliberal que nos asolaba y asola. Sin embargo, lo que debía haber sido una unión revolucionaria entre las fuerzas republicanas y socialistas y las fuerzas movilizadas en torno al 15M han dado como resultado una profunda desmovilización y desafección política, así como una buena retahíla de promesas electorales incumplidas. Evidentemente, los medios del capital (no está de más citar como los medios digitales, por lo menos en Salamanca, cambiaron su línea editorial a partir de 2016 cuando al entrar el dinero institucional de la diputación y los ay-untamientos del PP dejaron de publicar las notas de prensa de todo lo que fuera "IU", "izquierdas", "ciudadano" o "alternativo") y los gobiernos regionales y nacional del PP los tuvo en su punto de mira por el riesgo que entrañaban para el tardo-franquiso españistaní. Hubo imposibilidades, zancadillas, dificultades, muros y obstáculos, puestos desde arriba, pero también mucha cobardía, mucho cortoplacismo por parte de los aupados artificialmente (quiero decir sin refrendo democrático o asambleario mediante) para representar los Ayuntamientos del cambio, y los problemas que ya existían se enquistaron.

En muchos pueblos y barrios de España pasados unos años la situación se normalizó. En muchos lugares, la base de Podemos, los círculos de ciudadanos, se han diluido, integrándose sus miembros en otros partidos, generalmente en las asambleas de IU donde estas han resistido. Algunos se asquearon por el cambio de dirección que Iglesias ordenó en búsqueda del centro, olvidando muchos de los lemas, batallas y trabajos que se habían planteado desde posiciones radicalmente de izquierdas. Desgraciadamente, lo más común es que estas personas se hayan marchado a sus casas desilusionadas y hasta asqueadas. Una pérdida de trabajo y pasión incalculable. Otras se han enrocado en torno a la figura de Iglesias e Irene Montero y es imposible, lo sé por varias experiencias, sentarse a hablar con ellas y ellos en pos de construir algo. Este patrón lo he visto desde la distancia con interés en Santa Marta y Salamanca, lo he vivido en Toledo y me lo han contado las personas que he estoy conociendo en Alcoy.

Ni siquiera han participado activamente en la propuesta de confluencia de Sumar que pretende ser un Podemos 2.0 y comete los mismos errores que cometieron estos con Izquierda Unida 10 años antes. Al final, las personas voluntariosas y conciencizadas se marchan descorazonadas y hartas de tener que bregar por cuestiones que no mejoran las vidas de la gente.

Porque si está Izquierda Unida, con un peso decisivo del Partido Comunista, pero no único, puesto que resiste Izquierda Abierta (aunque una parte representativa e importante por los nombres asociados se ha desligado y está ya fuera de IU), así como otras corrientes internas separadas por ámbitos geográficos o programáticos de participación. Está Podemos, converitido en “Unidas Podemos”, con la organización EQUO, antiguo descuelgüe de Izquierda Unida ya integrado. Antes se marchó “Más País proyecto a nivel nacional que fracturó Madrid en 2019, trayéndonos de regalo el PP más rancio, cutre y zumbado posible. Se han adherido a Sumar, plataforma lanzada por Yolanda Díaz en 2021, pero que no ha conseguido cuajar y que además está sufriendo en sus carnes el tacticismo de Pedro Sánchez (cuando no su complicidad con las derechas) y su particular lentitud a la hora de solucionar los acuciantes problemas de la clase trabajadora. Perduran otros partidos de izquierdas que nunca se involucraron en IU o que salieron de ella antes de 2011 (PCPE, PCTE, Recortes 0, partido X, etc.). Y por supuesto, el fracasado estado federal tiene su síntoma en la aproximadamente veintena de partidos de izquierdas, que se presentan por autonomías, comarcas o incluso municipios y barrios para competir por el mismo espectro ideológico y electoral. Por ejemplo, Compromís en el País Valenciá, escisión de IU en los años 90.

En este sentido, revisar hoy, con los ojos de hoy, algunos de los documentos internos de Izquierda Unida de aquellos años es la constatación de un fracaso superlativo, pero también dan mucha luz de lo que realmente sucedía. Lo que yo mismo decía y escribía en 2016 convencido, como estándolo ahora, de la necesidad y vitalidad del proyecto de Izquierda Unida. Mientras Alberto Garzón, coordinador general de IU en aquel momento, y su consejo político hablaban de la “segunda transición reformista por parte del PP, el PSOE de Susana Díaz y Ciudadanos”, se obvia que Podemos ejercía esa misma presión para con IU que eran los únicos que planteaban alternativas. En la deriva a la supuesta centralidad del partido morado se llevaba también por delante los planteamientos más rupturistas y brillantes que el legado de años de militancia y experiencia habían puesto sobre la mesa. Ya no es sólo que se parase la movilización ciudadana en forma de manifestaciones, activación política y propuestas rompedoras para con el estado de las cosas. Es que se cerraba el círculo, nunca mejor dicho, laminando hasta los escombros a la única fuerza que venía con un plan alternativo más justo, más libertario y más democrático. El trabajo se había hecho, y las élites cleptómanas y fascistas del estado español podrían continuar con sus privilegios.

En este reformismo se envuelve todo el proceso político, ideológico y mediático que ha vivido España en los últimos 15 años. Si los problemas planteados por el ultraliberalismo corrupto y fascista del PP de Aznar, no se revirtieron con su alternativa socialista por parte de los gobiernos de Zapatero en términos del bipartidismo, lo lógico es que se enervasé una respuesta indignada y voluntariosa. Aquella ruptura por la izquierda, se hacía al margen de Izquierda Unida, pero suponía el mismo problema para el régimen, por lo que era preciso combatirla. Para hacerlo se valieron del giro a la derecha global que convirtió en centrista al PSOE (mucho más de lo que ya es en el contexto del sistema de partidos salido de la Transición), en un partido de extrema derecha al PP, quedando como partidos de derecha liberal el PNV o CIU. Ese hueco socialdemócrata lo ocupó un partido construido desde arriba con el objetivo de desmovilizar el país, al que mediáticamente se presentó como “radical” cuando simplemente venían a marcar unos objetivos de democracia liberal, tolerancia 0 contra la corrupción y un modelo socialdemócrata de servicios públicos. Lo que quedaba a la izquierda, lo que implicaba un reparto de la riqueza, mayor justicia social y una discusión seria y responsable sobre cómo es el país y el modelo socio-económico impuesto, ni aparecía. El remate fue que de la absoluta nada electoral y popular se empezó a presentar a una fuerza declarada de ultra-derecha como parte del sistema de partidos.

Pero todo este análisis vale de poco si no se analiza el contexto actual en el que se ha procedido al desmontaje de Izquierda Unida. Todo este giro hacia la derecha que no es propiedad exclusiva de España ha enmarcado la situación de un país, que frente a las ilusiones republicanas, libertarias, emancipatorias y federalistas, ha reforzado el autoritarismo, el individualismo y el centralismo del estado. Madrid siempre ha sido el eje de discusión política, pero gracias a las políticas del PP se ha convertido en el motor económico del estado superando la productividad de Catalunya (ayudado por la suicida deriva del puigsistema), en buena parte gracias a la influencia que ejerce la capitalidad del estado y al predominio de la economía financiera y especulativa sobre la real en el contexto de la globalización. Esto ha permitido sustentar el relato de un poder centralizado que haga recordar el pasado imperial y glorioso de los tiempos de Castilla, frente al alza de burguesías y proletariados industriales que se dieron en la periferia desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Esto permite a Madrid presentarse constantemente como agraviados, para atacar a otras regiones y/o naciones con recortes presupuestarios, de derechos y negación a la propia identidad. Esto lógicamente ha llevado al reagrupamiento en torno a los símbolos (fundamentalmente a la lengua propia) a las poblaciones e instituciones de estas naciones periféricas, volando de facto los puentes sobre los que las burguesías catalanas y vascas apoyaron en el pasado al PP de Madrid. Sin duda, esto otorga una ventaja al otro lado del tablero político. La única posibilidad de la ultra derecha de acceder al poder, por vía democrática (conviene no olvidarlo) es una mayoría absoluta.

Evidentemente, ante esta situación es urgente y necesario un proyecto político de izquierdas, progresista, que supere este escenario y ofrezca alternativas tanto a nivel económico, social, político y cultural, donde la igualdad real de derechos entre personas y pueblos, es decir, la equidad sea garantizada.

De entrada esta posibilidad existe, e incluye al PSOE y se aglutina bajo un epígrafe muy sencillo: Evitar un gobierno reaccionario que resultaría devastador. Tenemos en Portugal, ejemplos cercanos y recientes de éxito. Y los cimientos en los que debería basarse son la lucha feroz y propositiva frente a la desigualdad social. Acabar ya con la acumulación de la riqueza en un grupo, cada vez más reducido de personas, que conlleva el empobrecimiento de la mayoría, y que están llevando a una inmensa desafección en relación a la política y a las instituciones públicas y democráticas. Un caldo de cultivo que lleva a franjas inmensas a apoyar el fascismo.

En este escenario, el PSOE y Podemos, o Unidas Podemos, o Sumar, o el resto de taifas que se autodenomina de izquierdas, y por supuesto, Izquierda Unida, no han hecho nada. No han puesto en marcha la gran revolución. No han sacado a las calles a los indignados y defenestrados. No se han abierto las asambleas, ni los foros, no fuera a ser que lleguen más personas y nos disputen los liderazgos por el farolillo rojo.


Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Teresa Rodríguez, Yolanda Díaz, Antonio Maíllo, Alberto Garzón... Los medios de comunicación de masas, las élites oligarcas, la ola reaccionaria. La propia organización, los militantes, las bases o los cargos. Hay muchos culpables, como muchos los fallos y errores cometidos. Algunos con intención y otros por accidente, pero lo cierto es que hay muchas contribuciones a la desafección política de buena parte de la izquierda y de las personas que honestamente, se dicen sentir de “izquierdas”. Y de la destrucción del proyecto político que supuso Izquierda Unida.

Al final, hablamos de una fuerza que electoralmente, a día de hoy, representa entre un 10 y un 12% del voto a nivel estatal, pero que resulta clave para en un tiempo inmediato frenar el acceso por las urnas de las fuerzas reaccionarias y ultras.

En estos últimos 15 años el concepto de la unidad de la izquierda ha sido fundamental. Ha servido como objetivo político y social, como excusa fácil para explicar malos resultados electorales, como fetiche al que llamar a la movilización de las bases, o como eslogan publicitario de campaña.

Para la izquierda, la unidad es un mito. Cuando se dice "Izquierda Unida" nos referimos a un anhelo, un deseo, pero en realidad aparece como un oxímoron, como dos conceptos cuyo significado es opuesto y que juntos, generan un tercero con un significado totalmente distinto. Es la unidad (de la clase trabajadora, del pueblo, de los obreros y los estudiantes, de la izquierda misma) la condición de posibilidad de la revolución y de emancipación. En una manifestación, una huelga, una acción colectiva, la diferencia entre el éxito y el fracaso es la unidad. Este mito, esta búsqueda del nirvana y de la condición de base en la disputa de las elecciones bajo el paradigma de la democracia liberal (por cierto, un escenario planificado por el liberalismo en el que las fuerzas de izquierdas y las clases trabajadoras y productivas poco o nada han podido intervenir) se ha trasladado al día a día de las fuerzas políticas. Son el mantra sobre el que la política institucional, sobretodo a nivel nacional, y fundamentalmente, mediático ha condicionado el trabajo de los partidos y de las personas y movimientos que participan en ellos.

En ningún momento, en estos años se ha hablado de programa. De análisis racional de contexto, de explicación asumible de las situaciones y de propuestas encaminadas a resolver problemas, ineficiencias y fallos endémicos de sistema. Nos hemos centrado, y quizás nos han enfocado, a discutir y gastar fuerzas en el camino, y no en el objetivo de destino. A centrarnos en las diferencias, que siempre pululan en torno a los objetivos y curriculums personales de los implicados, y no en el bien común. Más aún, en un mundo actual cambiante, imprevisible, donde las certezas de antaño, algunas reunidas en torno al trabajo, la nación o la identidad, se han difuminado. El futuro del trabajo y la participación cívica en un mundo digital y tecnológico, la realidad de un país inacabado como estado-nación y que es provocativamente incapaz de sumar el acervo de distintas nacionalidades a un mismo estado, las amenazas en un mundo geopolíticamente complejo e inestable, lo imprevisible de la vida bajo el paradigma del cambio climático, las nuevas identidades individuales y colectivas influenciadas de manera positiva por el feminismo y las luchas LGTBI, etc., etc.

Todos estos retos, lejos de aunar diferentes sensibilidades progresistas o de izquierdas, han servido para tensionar el espacio en una batalla cultural para demostrar quien tiene más razón, o más fuerza de convocatoria. Quién es más moderno, más cool, o está menos acabado.

Y en esta disputa lo más triste es que se ha acabado, o se pretende hacerlo ya, con la fuerza política que ya estaba presente y que cuyos estatutos fundacionales ya plasmaban la necesidad y búsqueda de alianzas, la suma de voluntades y el principio de participación entre distintos para buscar el bien común, mayor dignidad y la revolución pendiente que tiene este país.

Quizás en esta sensación de derrota y desolación se incluya la pérdida de Julio Anguita, alma de Izquierda Unida, referente y maestro de hacer política, con mayúsculas, para el bien común.

Se ha derrotado, derribado y se está procediendo a desescombrar el solar de lo que fue Izquierda Unida. Y muchos también somos culpables, porque por distintas causas (por trabajo y obligaciones, por comodidad, por cansancio, por hartazgo, porque es necesario descansar) nos fuimos marchando y dejando el espacio yermo y muerto. Vacío de ese mismo programa y militancia que nos hacía sentir orgullosos. Y sin estas personas, sin nosotros, no puede existir. Como militantes también tenemos que asumir nuestra responsabilidad en esta situación, y quizás, bueno quizás no, seguro retomar la actividad y salvar todo lo bueno de Izquierda Unida.




Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...