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jueves, 24 de noviembre de 2022

En el derribo y desescombrado de Izquierda Unida


En la desaparición y desmantelamiento de izquierda Unida hay muchas causas, pero también algunos padres y madres con nombres y apellidos. Entre las primeras, la principal y más importante es la disolución de la clase obrera como sujeto político y social, y más importante aún, como actor identitario y cultural. En su caída se ha llevado por delante otras columnas de carga del siempre presente programa, como pueda ser todo lo que tenga que ver con las reclamaciones y activación en torno a la lucha ecologista y por la conservación del medio ambiente, las luchas feministas y por la igualdad entre sexos y géneros, o la potente fuerza que tiene que ver con la Memoria y la dignidad democrática. Ni siquiera la más que nunca trascendental lucha por los servicios públicos, y en especial, la sanidad y la educación públicas han podido servir para articular una continuación del proyecto político de Izquierda Unida, dejando huérfanos de militancia y activación política y social a decenas de miles de personas en el estado español, que no nos sentimos representados en la miríada de fuerzas, aparentemente y auto-proclamadas (muy importante) progresistas o de izquierdas, que han ido brotando como setas al tiempo que se debilitaba y liquidaba la fuerza que ya estaba presente. Aquí, no cabe duda, no hemos sabido contrarrestar esta tendencia y seguir mostrándonos necesarios para todas y todos quienes estaban o están perdiendo su identidad.

Aparentemente, cabría colocar en el alzamiento de la ultra-derecha (un suflé que no sólo crece en la ya proclive de antemano España, sino que es un fenómeno global y particularmente destacado en Occidente) buena parte del desapego ciudadano con las políticas de izquierdas, progresistas, y por ende con el respaldo electoral y social a la marca “Izquierda Unida”. No se trataría únicamente tanto de una lucha electoral o mediática, o de la gestión de un modelo político, desde lo municipal hasta lo supra-nacional, alternativo al modelo neoliberal. Sino más bien del sometimiento de la política y la cultura a la economía, en un contexto de caída y desmembramiento de los pactos sociales que como sociedad nos habíamos dado al final de la Segunda Guerra Mundial y hasta pasadas las crisis energéticas de la década de los 70. Bajo este paradigma, y con las particularidades propias del día a día de la alta política en España (y lamentablemente también de la “baja”, la pegada a al calle, el barrio y el municipio) en los últimos diez años se ha procedido al derribo constante de Izquierda Unida como coalición electoral, programática, cultural y social, a la izquierda del PSOE, atacándola desde fuera, pero también desde dentro.

Para empezar, no se puede hacer de otra manera, hay que ir a 2011, al 15M, y a los siguientes cinco años en los que una fuerza surgida como alternativa al sistema tradicional de partidos español, instrumentalizaba toda la activación social y política del momento. La crisis económica de 2008 y las políticas de Austercidio planteadas desde Europa pusieron el caldo de cultivo para activar a una sociedad que larvaba desde hacía años un profundo sentimiento de agotamiento e insatisfacción con el régimen democrático y la economía de mercado. La corrupción intrínseca de España, unida a los recortes, la desigualdad creciente, el sometimiento a la troika y la cesión de soberanía en materia financiera, la crisis colosal, todavía vigente hoy, de acceso a la vivienda y la pérdida de poder adquisitivo de unas generaciones que iban a vivir peor que sus padres (y que ya hoy en 2022 viven peor que sus padres, eran los motores que sacaron a las calles a millones de personas el 15 de mayo de 2011. Los ataron a las plazas, les permitieron asociarse y conocerse, al tiempo que se activaron para emerger una fuerza revolucionaria que aspiraba, y ya caminaba hacia ello, a cambiar de arriba a abajo y para bien, el país.

Parecía que iba a romperse todo, que por fin, íbamos entre todas y todos, a cambiar el ecosistema del tardo-franquismo españistaní conocido como el Régimen del 78. Muchos de los que ya participamos en el 15M, en nuestras ciudades respectivas, estábamos al mismo tiempo en Izquierda Unida, como afiliados, simpatizantes o simples votantes, así como en muchas organizaciones sociales y cívicas que trabajando sobre temas concretos planteaban en definitiva, un nuevo pacto social, una ruptura con lo anterior, y la posterior construcción común de un modelo de estado y de sociedad, más igualitario, más libertario y más pleno y satisfactorio para la mayoría. Señalar el componente ideológico y de pertenencia de buena parte de quienes nos sentábamos en las Asambleas del 15M y en las Mareas no es baladí, puesto que vivimos y vimos como al tiempo que se acercaba el primer ciclo electoral masivo tras el 15M (europeas en 2014 y municipales, autonómicas en primavera de 2015 y nacionales en otoño de ese mismo año) aparecían una serie de personas, con pasado activo en Izquierda Unida, que primero añadían sin rubor, como si no hubieran estado allí, a Izquierda Unida al sistema de partidos español del bipartidismo de PP y PSOE, más los partidos de las burguesías catalanas y vasca (CIU y PNV), para después presentar su propia fuerza como novedad y solución a todos los males.

Pero tampoco puede olvidarse que todas y todos quienes nos sentamos con ánimo de ayudar y construir, lo primero que tuvimos que hacer fue “separarnos” de Izquierda Unida, presentarnos como “independientes”. El carácter “apolítico” del movimiento (que cosa más absurda porque si algo se hizo en las asambleas y plazas fue política y fue ideología) culpaba a IU también de lo que estaba pasando. Se echaba al coordinador general Cayo de Lara de las manifestaciones. Pero no fue el único y muchas compañeras y compañeros se vieron ninguneados. Sólo el tiempo, el voluntarismo de las gentes de IU, y fundamentalmente la capacidad y experiencia de organización que Izquierda Unida ya atesoraba superaron estas trabas. Sin desmerecer en muchos casos las posibilidades del ya maltrecho músculo financiero del partido. Cuando hacía falta un local, un espacio, unas sillas plegables, un material para hacer cárteles, ahí estaban la militancia y los recursos de IU, que era ignorados cuando se hacía un balance. Si difícil resultaba en provincias como Salamanca, imposible fue en las principales ciudades donde la presión mediática también jugaba a favor de desprestigiar el modelo alternativo que Izquierda Unida llevaba 25 años proponiendo. Y que las recientes crisis de todo tipo habían demostrado acertado y necesario. De este modo, ahí quedó larvado una desafección para con Izquierda Unida de la que ha sido muy difícil reponerse.

Visto con el tiempo, uno no puede más que señalar la desfachatez de quienes se hartaron de perder votaciones en asambleas de Izquierda Unida o del Partido Comunista, para después, bajo el paraguas televisivo y el interés del emporio mediático de A3Media, ligado al conservadurismo más rancio del estado español, plantear una nueva alternativa política a las pesonas que ya estábamos indignadas y que nos sentíamos estafadas por el sistema liberal. Esta alternativa conllevaba lógicamente la disolución del único partido que tenía el arsenal para promover un modelo económico y social distinto al del capitalismo neoliberal y neoconservador.

Y es que los intereses de los dueños de la Sexta se han visto satisfechos con Podemos, y la posterior sucesión de partidos y siglas que han ido apareciendo, pero que contrariamente a Izquierda Unida, se han desligado de promover un cambio real y radical del modelo fallido del estado español, y de esta Europa entregada al capitalismo neocon. Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero fueron las cabezas visibles de una serie de personajes derrotados en las asambleas de Izquierda Unida Madrid que de la noche a la mañana se hicieron dueños del relato del 15M, la cara visible de la indignación popular y los artífices de un nuevo partido que iba a “Asaltar el Palacio de Invierno”. Analizando la situación a base de comparaciones con Juego de Tronos, consiguieron simplificar la compleja situación, haciéndola entendible a la mayoría, gracias a un nuevo lenguaje que cambiaba el tradicional eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo.

Sin desmerecer lo acertado que pudiera haber en este planteamiento comunicativo que identificaba la absoluta y creciente desigualdad en el estado español, a varios niveles (económico, social, entre sexos, entre regiones, etc.), lo cierto es que constituido como partido, Podemos vino a discutir la presencia electoral de Izquierda Unida, pero también del Psoe en un primer momento, siendo de este modo causa directa de las mayorías que el PP de Rajoy disfrutó entre 2015 y 2018.

Aún así, todo parecía ir bien y que todos juntos estábamos en disposición de cambiar el panorama. La creación de las candidaturas alternativas en las principales ciudades españolas, consensuadas entre Podemos, Izquierda Unida y la “sociedad civil” se saldaron con el triunfo y la constitución de los Ayuntamientos del cambio, que sin embargo, pronto se mostraron como herramientas perfectas de disuasión revolucionaria, acallando hasta el silencio la combatividad de las fuerzas activas en el 15M, y ejercitando una política profundamente conservadora en materias como vivienda, defensa de los servicios públicos y exclusión social. Estas candidaturas no lo tuvieron fácil y la táctica vergonzosa y ponzoñosa de Podemos, no queriendo unir su nombre al de Izquierda Unida, y al de otros partidos y movimientos que trabajaban sobre el territorio, creo una serie de marcas blancas (los famosos "Ganemos") que la ciudadanía lógicamente no entendío. Por qué, si estas en política ya, en política institucional, para qué te escondes. No tiene sentido.

Por si esto no fuera poco, pronto, muy pronto, y sobretodo, por la alcaldesa y su equipo de confianza de la siempre sobre-expuesta en el centralismo españistaní, Madrid, Manuela Carmena (quien hay que señalar no estuvo en ningún momento dentro del 15M, ni de IU, ni de Podemos, sino que todo este proceso la pilló como militante y cargo en el PSOE de Madrid, no lo olvidemos) ejerció su cargo y dinamitó la confianza depositada en su persona al aceptar sin rechistar los postulados neoconservadores, plegándose a los intereses de las élites, tanto europeas como patrias. Aceptando como irreversible la única teoría posible que es el estado fallido de las cosas y tomando una envenenada responsabilidad para con el gobierno central del PP y el corrupto Montoro al frente, la troika y los mercados, y usurpando así la de que los votantes le concedieron. Como digo, la preponderancia de todo lo que acontece en Madrid hizo el resto para dificultar y mucho, la actividad política y social de la izquierda alternativa en el resto del estado español, pese a los aciertos parciales del propio ayuntamiento de Madrid, de Ada Colau en Barcelona, Joan Ribó en Valencia, de las Mareas gallegas, o de Kichi en Cádiz, y sobretodo de Paco Guarido en Zamora con Izquierda Unida, el único alcalde que fue capaz de ampliar su mandato 4 años después hacia una mayoría absoluta.

Volviendo a Manuela Carmena y antes de practicar la mitosis en la izquierda junto a Iñigo Errejón, el principal ejemplo de lo que digo tuvo que ver con el cese de Sánchez Mato, concejal de economía, miembro de Izquierda Unida, y quien tuvo éxito reduciendo la deuda pública del consistorio madrileño, logrando superávits que pudieron re-invertirse en los servicios públicos de los barrios trabajadores de la capital. Sin embargo, la cabeza de Sánchez Mato fue cercionada por Carmena siguiendo los postulados anti-democráticos (porque nadie los votó nunca) e impopulares (porque aglutinaban el rechazo de la respuesta social) de Montoro y la troika. Por cierto, para hacerlo se valió del voto del PP en el ay-untamiento madrileño para echar abajo el plan financiero y económico que Sánchez Mato presentó y que venía a poner las necesidades sociales del consistorio por encima del pago de la deuda y los sobre-costes de la M30, o el más que sospechoso plan chamartín al que Carmena y su cohorte se plegaron sin cortapisas. Tampoco lo olvidemos.

Esta coartada no fue nueva para Izquierda Unida, puesto que ya la hemos venido sufriendo desde los años 80 cuando el PSOE, desde el poder ejercía políticas de derechas que contradecían lo que había proclamado en campaña o desde la oposición. Pero que se volviera a repetir el patrón por parte de una facción de una coalición hecha, precisamente para impedir esto mismo, fue un rejonazo del que no hemos sido capaces de reponernos. En Madrid, tanto para el Ayuntamiento como para la región, como al resto del estado español, a Podemos, a Izquierda Unida, y a los que han venido después, les ha sido imposible volver a conjurar un electorado progresista que se creyera las promesas incumplidas que pudieron cumplirse en el pasado. Puestos a elegir entre políticos que aplican políticas de derechas, mejor el auténtico, que no el mentiroso.

Esta situación de 2016-2019 (muy importante, matizar que tras el Brexit, el referéndum griego, la presidencia de Trump y sobretodo, la deriva hacia la centralidad planteada desde el círculo de la complutense de Podemos) tenía su fulgor en una política, tanto efectiva como comunicativa, que buscaba una “despolitización” de la labor de gobierno. De difuminar la ideología (de izquierdas se entiende) y el programa que había sido base de las promesas con las que se erigieron las candidaturas de los “Ayuntamientos del cambio”. Esto podría entenderse como una práctica para ejercer una política y un gobierno “para todos”, pero choca de frente con la realidad de una sociedad muy ideologizada, muy separada entre clases sociales, e incluso entre identidades nacionales, y por lo tanto, muy organizada en torno a pensamientos e intereses concretos y enfrentados.

Pero la realidad es que tal forma de hacer las cosas implicó que el Ayuntamiento del cambio, no cambiase nada de las condiciones de base de la desigualdad social, por lo que los problemas seguían ahí, incrementándose, al tiempo que la ilusión por el cambio y por revertirlos, se desvanecía. Quizás el problema vino, como he contado alguna vez, en que las propias bases del 15M y de Podemos en su origen confiasen en cambiar el sistema (la democracia liberal que en España adopta el conservadurismo franquista y neocon), desde dentro de los propios mecanismos del sistema (las elecciones y la disputa mediática en los medios de comunicación de masas). El fracaso es tan evidente como lo es el éxito de que siguieron beneficiándose a las élites, a través del manido y fariseo recurso de las “clases medias”, adoptando como propio el mantra del PP y de la derecha, por el que se asocia que el beneficio de los más ricos y poderosos, permite el avance de los más desfavorecidos. Axioma probado como absolutamente falso.

Pero lo cierto es que mientras se fraguaba la escisión de Más Madrid a semanas de las elecciones de 2019, que trajeron de regalo lo que han traído, Carmena se presentaba por los medios como una "revolucionaria" lo que salvaba su imagen hacia unos votantes progresistas, mientras que en realidad, tanto desde la alcaldía hasta el trabajo asambleario de partido o facción, funcionó con un cesarismo, un proceder elitista, que tenía su finalidad en sus propios intereses particulares por encima de los del proyecto y las bases sobre las que decía trabajar.

Porque en el fondo, Carmena, y junto a ella, todos los candidatos y candidatas que se erigieron en representantes de lo que era el 15M, a través de Podemos y sus falsarias agrupaciones electorales, eran figuras reconocibles de la izquierda de cada ciudad y región para ganar un éxito electoral y sobrepasar a Izquierda Unida en su ámbito más poderoso: el trabajo de base en municipios y barrios.

En algunos lugares se consiguió, y en otros muchos no. En algunos ya disiparon en aquel momento lo que era Izquierda Unida, y en otros, con mucho trabajo, antes y durante, pudimos esquivarlo. Porque lejos de las figuras de cabecera y de la presencia constante de Podemos y sus caras visibles en los medios de comunicación de masas, no había nada. Ni programa. Ni plan de gobierno. Ni idea de cómo construir mayorías solidas en las instituciones. Ni siquiera un convencimiento en el propio líder o lideresa seleccionado, sino que todo se sustentaba en el trabajo voluntarioso de miles de simpatizantes sobre los que sus hombros se edificó Podemos y sus agrupaciones electorales en 2015.

De este modo, la traición se cumplió cuando se presentó la guerra entre Izquierda Unida y Podemos como un conflicto dentro de la propia izquierda alternativa (como si no hubiera habido ya suficientes). Pero no se trataba como decía Iglesias, “de una izquierda llena de mochilas de praxis lenta y alejada de la realidad de millones de personas que ya no se identifican con la clase trabajadora”. No era una izquierda perdedora que no podía hacer frente a la nueva situación tras la crisis financiera de 2008, que no había sabido actualizarse ni expresarse. No era una lucha entre viejas formas de hacer política y nueva política, que además se presentaba como moderna y victoriosa. Esa no era la cuestión.

Lo primero porque lo que en aquel momento, y visto con perspectiva a 2022, se estaba haciendo donde se podía eran ejercicios de pragmatismo y de política realista, con ideología, con convencimiento y saber para plantear una alternativa y un modelo socio-económico distinto al que había fracasado entre 1996 y 2011. Se estaban trabajando los problemas concretos que cada institución y cada territorio y ámbito tenía. Se trataba de hacer una gestión justa de los recursos y necesidades ciudadanas, y a buena fe, que se estaba consiguiendo.

Desde luego, lo electoral, que además en España es el fragor de una batalla diaria que se extiende durante 4 años entre sufragio y sufragio, se trataba de una herramienta de cambio, para ir más allá, para hacer realidad esa sociedad más justa, igualitaria y libertaria. El acta ganada, en el Congreso o en un Ayuntamiento, debía valer para expresar otra forma de gestionar lo público y de hacer política, para todas y todos. Mostrar otra manera de hacer las cosas, alejada, radicalmente opuesta a los usos del bipartidismo.

Pero no era la única, y al alzarse Podemos, lo que estaba siendo una activación ciudadana, consciente, autónoma e ilusionante (y sí, sin la participación de Izquierda Unida, al menos no en exclusividad) se frenó en seco. La gente se fue a su casa a afilar el voto, y a tener que dirimir, entre fuerzas que dicen representarle, pero que se empeñan en aparecer enfrentadas. Con Podemos en marcha, y después, con el desorden apareciendo como setas distintas facciones presentadas como “nuevas izquierdas” (sin usar la palabra “izquierda” en su nombre) se acabó la re-politización de la sociedad, y en especial, de la parte más progresista y concienciada. Se vaciaron las asambleas de IU y las de todos los partidos, agrupaciones y de muchos colectivos sociales con bagaje antes de Podemos y antes del 15 de mayo de 2011. La ciudadanía ya dejo de estar interesada en cambiar directamente por su propia activación y medios las cosas, los significados y la realidad de sus entornos. Se confió, y todavía perdura hoy, en el mismo "sistema" para cambiar el "sistema" fallido.

Éxito conseguido. Se había parado el golpe de una revolución en ciernes y se había hecho caer de bruces al partido y las personas que ya estaban antes del 15M.

Completaba el escenario un PSOE desnortado, con una lucha interna entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, que lejos de diferencias semánticas -ambos representan facciones crecidas dentro del propio partido con todo lo que eso significa y que no discutían el modelo neoliberal-, cuyas bases y cuadros más progresistas eran la siguiente escala. En ese frente se enmarcó la escisión de la izquierda alternativa en Andalucía, territorio muy poderoso a nivel organizativo y también simbólico. Diferentes grupos que debían haberse unido bajo un programa cuyo primer punto debía ser acabar con el caciquismo y la corrupción del PSOE andaluz y evitar que el PP recibiera esas redes clientelares y de latrocinio, se tiraron los trastos a la cabeza, anteponiendo los intereses y las rencillas particulares al bien común del pueblo andaluz.

Primaban más las diferencias entre territorios, provincias y municipios, pero sobretodo entre las áreas urbanas donde Podemos Andalucía tenía mucha fuerza, frente a los municipios más pequeños, que por sus propias características eran núcleos menos poblados, pero destacados, donde Izquierda Unida, en coalición casi siempre con el PSOE, y otras en solitario ostentaba gobiernos locales (sin olvidar el campo y el mundo rural olvidado por las izquierdas posmo). La intención, disfrazada en el populismo y en una supuesta pureza ideológica, venía a dinamitar las bases sociales de IU en Andalucía (también del Partido Comunista Andaluz) buscando ante todo fagocitar los liderazgos que vinieran bien a la causa de Podemos, y sobretodo su electorado. El resultado ya desde 2019 se vio fallido porque todas estas discusiones internas exteriorizadas, encontronazos, desafíos y espectáculo mediático y en las redes, unida al desastre del PSOE andaluz de Susana Díaz, otorgó una aplastante mayoría a las derechas que están oprimiendo y saqueando a las clases trabajadoras y al patrimonio de la región.

Mientras IU Andalucía, junto al PCA, se había abierto a una confluencia con una nueva fuerza política como era Podemos, estos a través de las candidaturas municipales de confluencia, ejercieron una OPA hostil a todo el espectro ideológico y militante de la izquierda andaluza. El mensaje era que si la coalición electoral entre Podemos e IU había fracasado en junio de 2016 era culpa de los que ya estaban, de Izquierda Unida, incapaz de desligarse del PSOE andaluz y que se había mostrado como una rémora, lenta y anquilosada. Podemos no asumía ninguna auto-crítica y pasaba a liquidar a Izquierda Unida Andalucía, estuviera o no en el gobierno local, en forma de pacto con otras fuerzas o en solitario, llevara unos pocos meses o incluso décadas con el bastón de mando. El objetivo era quedarse con los votos. Por fortuna, muchas de las agrupaciones locales de IU en Andalucía, tanto ligadas al Partido Comunista, Izquierda Abierta, Partido Andalucista, u otras organizaciones han sobrevivido y siguen hoy luchando por sus pueblos y sus gentes, dentro de la ola reaccionaria de recortes, corrupción y fascismo. Podemos, por contra, ha desaparecido en Andalucía escindida en grupúsculos subalternos que giran en torno, para lo bueno y para lo malo, a favor o en contra, de Anticapitalistas Andalucía que sigue regida por Teresa Rodríguez.

Este movimiento anticipaba lo que iba a pasar en el resto del estado español, pero dadas las propias características socio-económicas y electorales de Andalucía, no se ha podido replicar. Eso sí, el daño ya estaba hecho.

Pero no sólo hubo ataques externos. Los internos también desestabilizaron el partido y derribaron los andamiajes. El Partido Comunista, empezando por el propio de Andalucía, pronto se lanzó a pedir la confluencia con Podemos, avanzando si era necesario “desmontar la estructura de Izquierda Unida como partido”. La intención era “reconvertirla en un movimiento político y social”. Le podían poner las palabras y declaraciones grandilocuentes que quisieran porque lo que en realidad querían eran acantonarse en los cargos internos y arrebatar la pluralidad y el debate sano de ideas y proyectos. No os engañéis esa fue la misma intención y táctica ejercitada por Izquierda Abierta desde 2002 hasta 2012, pero como sucedería también bajo el dominio del PC, la naturaleza cívica y participativa de IU permitió sortear estas intenciones y mantener parte de la esencia del proyecto.

Tengo que decir y recordar al lector que yo hice campaña por la confluencia en una asamblea local, particularmente opuesta a la misma, y que lo hicimos con generosidad, y si, está mal que yo mismo lo diga, con altura de miras dada la situación a la que nos enfrentábamos en 2016. No pasó ni un mes y Pablo Iglesias nos demostró lo que valía su palabra y lo que respetaba a Izquierda Unida o a la provincia de Salamanca. Lo peor fue la respuesta indigna de las bases locales de Podemos a las que habían desnudado y lanzado al lodazal de la irrelevancia política e interna.

Lo curioso de todo esto es que todo el mundo hablaba de confluir, alianzas y frente amplio cuando en realidad lo que se estaba haciendo era acabar con la estructura que ya era en si misma una confluencia de partidos y movimientos y un frente común ante el modelo liberal. En vez de reforzar una fuerza “de estado”, entendida como un ente político propio y reconocido, que sumase a todas y todos, para ir ganando presencia mediática, y fundamentalmente en el conflicto, en la calle, cada agrupación, cada partidito, cada asamblea, casi casi cada persona (aquí entraron las redes sociales con fuerza, diluyendo la militancia), se alzó con voz propia a discutir ese ecosistema. A reclamar su derecho a la representación autónoma, invalidando acuerdos previos, hojas de ruta consensuadas y hasta estatutos aprobados, propios y ajenos. A batallar desde su taifa, hablando de pureza ideológica, a marcar un “perfil propio” y poniendo el énfasis en las tenues diferencias, por lo general comunicativas, por supuesto también alguna programática, entre las izquierdas. A esforzarse con ahínco en discutir con compañeros, mientras el PP a todos los niveles hacia lo que le daba la gana. Si la situación y la sociedad demandaba una unión sin fisuras, sin egoísmos y con voluntad y generosidad, el partido y todos los que pululaban a la izquierda del PSOE, les brindaron un espectáculo bochornoso que se representaba como una traición a las bases militantes de la izquierda (estuvieran adscritas a uno o a otro partido o movimiento), a las clases trabajadoras en general y a la emergencia social que como país vivíamos.

Entre los graves problemas que esto provocó estaba el que Izquierda Unida, y por supuesto Podemos que venía a eso precisamente, se centraron en discutir en clave electoral. Justo lo que se quería evitar y por contra, centrarse en lo que era la principal seña de IU desde el primer momento: el análisis de la situación y el planteamiento de soluciones bajo una ideología y un programa. Pues bien, lo que supuso el surgimiento de Podemos fue que nos tuviéramos que centrar y defendernos de las ineficiencias del sistema de partidos, de la ley electoral y del propio parlamentarismo. La política como tal, planteada en la vida de las personas y los territorios, se centró una vez más en lo que ocurría dentro de la M30 de Madrid, en el Congreso. E Izquierda Unida no tuvo más remedio que entrar en ese juego arrastrada por Podemos y por la presencia mediática que atesoraban los Iglesias, Errejón, Monedero, etc.

En este sentido, Izquierda Unida pecó de generosidad. Con altura de miras se planteaba la construcción, a largo plazo lógicamente, “de espacios de participación política compartidas entre agentes políticos y sociales distintos y divergentes”, que “se unían por el ánimo de ofrecer a la ciudadanía y a las víctimas de las crisis una ruptura democrática”. Al mismo tiempo, y como parte de este pacto, IU dejaba de ser partido político para constituirse en un movimiento político y social, dejando toda la iniciativa a lo que yo llamo el “Círculo de la Complutense”, esto es, la camarilla élite de Podemos que gira en torno a Pablo Iglesias. Éste exigía el cese de los gobiernos locales y el autonómico de Andalucía en los que participaba, cuando antes, durante y después, sumó alegremente a Podemos en los gobiernos de coalición de Pedro Sánchez.

En palabras de mi hermano, quien tenía una experiencia de primera mano dentro del Euro-Parlamento y el Grupo de la Izquierda Europea (GUE), aquello era como:

meter en tu casa al típico okupa que sólo se dedica a saquearte la nevera, se trae a sus colegas para enmarranarte el piso y en definitiva hurtarte la casa entera. Después un día llegas, te han cambiado la cerradura y dicen que sobras. Que tus cosas (patrimonio de IU) se quedan y valen para pagar las facturas, entre ellas la del pintor que ha pintado la casa de morado”.

Todo esto en la "alta política", claro. En la que aparece en los medios de manipulación de masas. A nivel de baja política, en el día a día de los barrios y de los pueblos, la situación ha sido, afortunadamente, y de manera general por lo que sé de mi experiencia y contactos, distinta. Y más placentera, aún con las inevitables derrotas electorales sufridas todos estos años. Buena parte de estas derrotas tienen su origen y han agravado en su final, la penosa situación económica de Izquierda Unida que arrastraba una onerosa deuda con bancos desde 2001, y que en la actualidad prácticamente ha quedado saldada, a costa de malvender los escasos recursos de la organización y el voluntarismo de su militancia. Incluyo aquí los aportes obligatorios de los representantes políticos exigidos a través de carta financiera y de mandatos expresos de los consejos políticos. Recursos que dificultaron sobremanera seguir haciendo partido, seguir haciendo política en los pueblos y que provocaron de facto, la merma de las ya escasas posibilidades de competir en buena lid electoral.

Aún con todo, en las instituciones y espacios más cercanos a las personas, a las clases trabajadoras, se tratan y solucionan (también se crean) los problemas que necesitan resolverse. En todo este proceso se plasmó inmediatamente una ilusión renovada por poder cambiar las cosas y frenar la dinámica ultraliberal que nos asolaba y asola. Sin embargo, lo que debía haber sido una unión revolucionaria entre las fuerzas republicanas y socialistas y las fuerzas movilizadas en torno al 15M han dado como resultado una profunda desmovilización y desafección política, así como una buena retahíla de promesas electorales incumplidas. Evidentemente, los medios del capital (no está de más citar como los medios digitales, por lo menos en Salamanca, cambiaron su línea editorial a partir de 2016 cuando al entrar el dinero institucional de la diputación y los ay-untamientos del PP dejaron de publicar las notas de prensa de todo lo que fuera "IU", "izquierdas", "ciudadano" o "alternativo") y los gobiernos regionales y nacional del PP los tuvo en su punto de mira por el riesgo que entrañaban para el tardo-franquiso españistaní. Hubo imposibilidades, zancadillas, dificultades, muros y obstáculos, puestos desde arriba, pero también mucha cobardía, mucho cortoplacismo por parte de los aupados artificialmente (quiero decir sin refrendo democrático o asambleario mediante) para representar los Ayuntamientos del cambio, y los problemas que ya existían se enquistaron.

En muchos pueblos y barrios de España pasados unos años la situación se normalizó. En muchos lugares, la base de Podemos, los círculos de ciudadanos, se han diluido, integrándose sus miembros en otros partidos, generalmente en las asambleas de IU donde estas han resistido. Algunos se asquearon por el cambio de dirección que Iglesias ordenó en búsqueda del centro, olvidando muchos de los lemas, batallas y trabajos que se habían planteado desde posiciones radicalmente de izquierdas. Desgraciadamente, lo más común es que estas personas se hayan marchado a sus casas desilusionadas y hasta asqueadas. Una pérdida de trabajo y pasión incalculable. Otras se han enrocado en torno a la figura de Iglesias e Irene Montero y es imposible, lo sé por varias experiencias, sentarse a hablar con ellas y ellos en pos de construir algo. Este patrón lo he visto desde la distancia con interés en Santa Marta y Salamanca, lo he vivido en Toledo y me lo han contado las personas que he estoy conociendo en Alcoy.

Ni siquiera han participado activamente en la propuesta de confluencia de Sumar que pretende ser un Podemos 2.0 y comete los mismos errores que cometieron estos con Izquierda Unida 10 años antes. Al final, las personas voluntariosas y conciencizadas se marchan descorazonadas y hartas de tener que bregar por cuestiones que no mejoran las vidas de la gente.

Porque si está Izquierda Unida, con un peso decisivo del Partido Comunista, pero no único, puesto que resiste Izquierda Abierta (aunque una parte representativa e importante por los nombres asociados se ha desligado y está ya fuera de IU), así como otras corrientes internas separadas por ámbitos geográficos o programáticos de participación. Está Podemos, converitido en “Unidas Podemos”, con la organización EQUO, antiguo descuelgüe de Izquierda Unida ya integrado. Antes se marchó “Más País proyecto a nivel nacional que fracturó Madrid en 2019, trayéndonos de regalo el PP más rancio, cutre y zumbado posible. Se han adherido a Sumar, plataforma lanzada por Yolanda Díaz en 2021, pero que no ha conseguido cuajar y que además está sufriendo en sus carnes el tacticismo de Pedro Sánchez (cuando no su complicidad con las derechas) y su particular lentitud a la hora de solucionar los acuciantes problemas de la clase trabajadora. Perduran otros partidos de izquierdas que nunca se involucraron en IU o que salieron de ella antes de 2011 (PCPE, PCTE, Recortes 0, partido X, etc.). Y por supuesto, el fracasado estado federal tiene su síntoma en la aproximadamente veintena de partidos de izquierdas, que se presentan por autonomías, comarcas o incluso municipios y barrios para competir por el mismo espectro ideológico y electoral. Por ejemplo, Compromís en el País Valenciá, escisión de IU en los años 90.

En este sentido, revisar hoy, con los ojos de hoy, algunos de los documentos internos de Izquierda Unida de aquellos años es la constatación de un fracaso superlativo, pero también dan mucha luz de lo que realmente sucedía. Lo que yo mismo decía y escribía en 2016 convencido, como estándolo ahora, de la necesidad y vitalidad del proyecto de Izquierda Unida. Mientras Alberto Garzón, coordinador general de IU en aquel momento, y su consejo político hablaban de la “segunda transición reformista por parte del PP, el PSOE de Susana Díaz y Ciudadanos”, se obvia que Podemos ejercía esa misma presión para con IU que eran los únicos que planteaban alternativas. En la deriva a la supuesta centralidad del partido morado se llevaba también por delante los planteamientos más rupturistas y brillantes que el legado de años de militancia y experiencia habían puesto sobre la mesa. Ya no es sólo que se parase la movilización ciudadana en forma de manifestaciones, activación política y propuestas rompedoras para con el estado de las cosas. Es que se cerraba el círculo, nunca mejor dicho, laminando hasta los escombros a la única fuerza que venía con un plan alternativo más justo, más libertario y más democrático. El trabajo se había hecho, y las élites cleptómanas y fascistas del estado español podrían continuar con sus privilegios.

En este reformismo se envuelve todo el proceso político, ideológico y mediático que ha vivido España en los últimos 15 años. Si los problemas planteados por el ultraliberalismo corrupto y fascista del PP de Aznar, no se revirtieron con su alternativa socialista por parte de los gobiernos de Zapatero en términos del bipartidismo, lo lógico es que se enervasé una respuesta indignada y voluntariosa. Aquella ruptura por la izquierda, se hacía al margen de Izquierda Unida, pero suponía el mismo problema para el régimen, por lo que era preciso combatirla. Para hacerlo se valieron del giro a la derecha global que convirtió en centrista al PSOE (mucho más de lo que ya es en el contexto del sistema de partidos salido de la Transición), en un partido de extrema derecha al PP, quedando como partidos de derecha liberal el PNV o CIU. Ese hueco socialdemócrata lo ocupó un partido construido desde arriba con el objetivo de desmovilizar el país, al que mediáticamente se presentó como “radical” cuando simplemente venían a marcar unos objetivos de democracia liberal, tolerancia 0 contra la corrupción y un modelo socialdemócrata de servicios públicos. Lo que quedaba a la izquierda, lo que implicaba un reparto de la riqueza, mayor justicia social y una discusión seria y responsable sobre cómo es el país y el modelo socio-económico impuesto, ni aparecía. El remate fue que de la absoluta nada electoral y popular se empezó a presentar a una fuerza declarada de ultra-derecha como parte del sistema de partidos.

Pero todo este análisis vale de poco si no se analiza el contexto actual en el que se ha procedido al desmontaje de Izquierda Unida. Todo este giro hacia la derecha que no es propiedad exclusiva de España ha enmarcado la situación de un país, que frente a las ilusiones republicanas, libertarias, emancipatorias y federalistas, ha reforzado el autoritarismo, el individualismo y el centralismo del estado. Madrid siempre ha sido el eje de discusión política, pero gracias a las políticas del PP se ha convertido en el motor económico del estado superando la productividad de Catalunya (ayudado por la suicida deriva del puigsistema), en buena parte gracias a la influencia que ejerce la capitalidad del estado y al predominio de la economía financiera y especulativa sobre la real en el contexto de la globalización. Esto ha permitido sustentar el relato de un poder centralizado que haga recordar el pasado imperial y glorioso de los tiempos de Castilla, frente al alza de burguesías y proletariados industriales que se dieron en la periferia desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Esto permite a Madrid presentarse constantemente como agraviados, para atacar a otras regiones y/o naciones con recortes presupuestarios, de derechos y negación a la propia identidad. Esto lógicamente ha llevado al reagrupamiento en torno a los símbolos (fundamentalmente a la lengua propia) a las poblaciones e instituciones de estas naciones periféricas, volando de facto los puentes sobre los que las burguesías catalanas y vascas apoyaron en el pasado al PP de Madrid. Sin duda, esto otorga una ventaja al otro lado del tablero político. La única posibilidad de la ultra derecha de acceder al poder, por vía democrática (conviene no olvidarlo) es una mayoría absoluta.

Evidentemente, ante esta situación es urgente y necesario un proyecto político de izquierdas, progresista, que supere este escenario y ofrezca alternativas tanto a nivel económico, social, político y cultural, donde la igualdad real de derechos entre personas y pueblos, es decir, la equidad sea garantizada.

De entrada esta posibilidad existe, e incluye al PSOE y se aglutina bajo un epígrafe muy sencillo: Evitar un gobierno reaccionario que resultaría devastador. Tenemos en Portugal, ejemplos cercanos y recientes de éxito. Y los cimientos en los que debería basarse son la lucha feroz y propositiva frente a la desigualdad social. Acabar ya con la acumulación de la riqueza en un grupo, cada vez más reducido de personas, que conlleva el empobrecimiento de la mayoría, y que están llevando a una inmensa desafección en relación a la política y a las instituciones públicas y democráticas. Un caldo de cultivo que lleva a franjas inmensas a apoyar el fascismo.

En este escenario, el PSOE y Podemos, o Unidas Podemos, o Sumar, o el resto de taifas que se autodenomina de izquierdas, y por supuesto, Izquierda Unida, no han hecho nada. No han puesto en marcha la gran revolución. No han sacado a las calles a los indignados y defenestrados. No se han abierto las asambleas, ni los foros, no fuera a ser que lleguen más personas y nos disputen los liderazgos por el farolillo rojo.


Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Teresa Rodríguez, Yolanda Díaz, Antonio Maíllo, Alberto Garzón... Los medios de comunicación de masas, las élites oligarcas, la ola reaccionaria. La propia organización, los militantes, las bases o los cargos. Hay muchos culpables, como muchos los fallos y errores cometidos. Algunos con intención y otros por accidente, pero lo cierto es que hay muchas contribuciones a la desafección política de buena parte de la izquierda y de las personas que honestamente, se dicen sentir de “izquierdas”. Y de la destrucción del proyecto político que supuso Izquierda Unida.

Al final, hablamos de una fuerza que electoralmente, a día de hoy, representa entre un 10 y un 12% del voto a nivel estatal, pero que resulta clave para en un tiempo inmediato frenar el acceso por las urnas de las fuerzas reaccionarias y ultras.

En estos últimos 15 años el concepto de la unidad de la izquierda ha sido fundamental. Ha servido como objetivo político y social, como excusa fácil para explicar malos resultados electorales, como fetiche al que llamar a la movilización de las bases, o como eslogan publicitario de campaña.

Para la izquierda, la unidad es un mito. Cuando se dice "Izquierda Unida" nos referimos a un anhelo, un deseo, pero en realidad aparece como un oxímoron, como dos conceptos cuyo significado es opuesto y que juntos, generan un tercero con un significado totalmente distinto. Es la unidad (de la clase trabajadora, del pueblo, de los obreros y los estudiantes, de la izquierda misma) la condición de posibilidad de la revolución y de emancipación. En una manifestación, una huelga, una acción colectiva, la diferencia entre el éxito y el fracaso es la unidad. Este mito, esta búsqueda del nirvana y de la condición de base en la disputa de las elecciones bajo el paradigma de la democracia liberal (por cierto, un escenario planificado por el liberalismo en el que las fuerzas de izquierdas y las clases trabajadoras y productivas poco o nada han podido intervenir) se ha trasladado al día a día de las fuerzas políticas. Son el mantra sobre el que la política institucional, sobretodo a nivel nacional, y fundamentalmente, mediático ha condicionado el trabajo de los partidos y de las personas y movimientos que participan en ellos.

En ningún momento, en estos años se ha hablado de programa. De análisis racional de contexto, de explicación asumible de las situaciones y de propuestas encaminadas a resolver problemas, ineficiencias y fallos endémicos de sistema. Nos hemos centrado, y quizás nos han enfocado, a discutir y gastar fuerzas en el camino, y no en el objetivo de destino. A centrarnos en las diferencias, que siempre pululan en torno a los objetivos y curriculums personales de los implicados, y no en el bien común. Más aún, en un mundo actual cambiante, imprevisible, donde las certezas de antaño, algunas reunidas en torno al trabajo, la nación o la identidad, se han difuminado. El futuro del trabajo y la participación cívica en un mundo digital y tecnológico, la realidad de un país inacabado como estado-nación y que es provocativamente incapaz de sumar el acervo de distintas nacionalidades a un mismo estado, las amenazas en un mundo geopolíticamente complejo e inestable, lo imprevisible de la vida bajo el paradigma del cambio climático, las nuevas identidades individuales y colectivas influenciadas de manera positiva por el feminismo y las luchas LGTBI, etc., etc.

Todos estos retos, lejos de aunar diferentes sensibilidades progresistas o de izquierdas, han servido para tensionar el espacio en una batalla cultural para demostrar quien tiene más razón, o más fuerza de convocatoria. Quién es más moderno, más cool, o está menos acabado.

Y en esta disputa lo más triste es que se ha acabado, o se pretende hacerlo ya, con la fuerza política que ya estaba presente y que cuyos estatutos fundacionales ya plasmaban la necesidad y búsqueda de alianzas, la suma de voluntades y el principio de participación entre distintos para buscar el bien común, mayor dignidad y la revolución pendiente que tiene este país.

Quizás en esta sensación de derrota y desolación se incluya la pérdida de Julio Anguita, alma de Izquierda Unida, referente y maestro de hacer política, con mayúsculas, para el bien común.

Se ha derrotado, derribado y se está procediendo a desescombrar el solar de lo que fue Izquierda Unida. Y muchos también somos culpables, porque por distintas causas (por trabajo y obligaciones, por comodidad, por cansancio, por hartazgo, porque es necesario descansar) nos fuimos marchando y dejando el espacio yermo y muerto. Vacío de ese mismo programa y militancia que nos hacía sentir orgullosos. Y sin estas personas, sin nosotros, no puede existir. Como militantes también tenemos que asumir nuestra responsabilidad en esta situación, y quizás, bueno quizás no, seguro retomar la actividad y salvar todo lo bueno de Izquierda Unida.




miércoles, 16 de febrero de 2022

Lecciones que no se aprenden

 


No ha pasado nada sorprendente en las elecciones a la Junta de Castilla y León del pasado domingo, 13 de febrero. El PP recupera su posición de fuerza más votada tras lo sucedido en 2019, pero lejos de la mayoría absoluta. Esa pasa por Vox. La ultraderecha afianza su posición nacional siendo la gran vencedora de los comicios lo que supone una derrota para todos los demás. Se vale del descontento general (por la crisis, por la pandemia) y por la incapacidad de la izquierda, en especial Podemos de hacer políticas que satisfagan ese descontento. El PSOE mantiene sus números mal que bien mostrando una debilidad al alza fruto en buena medida del desgaste del gobierno central. La izquierda, Unidas Podemos, tiene unos resultados lamentables, en otro tope mínimo para la coalición que ya se muestra como una herramienta totalmente inoperante y condenada a la extinción. Soria Ya y UPL avanzan hasta conseguir grandes resultados, en especial en el caso de la plataforma soriana que gana las elecciones en la provincia y demuestra que con trabajo y honestidad se puede luchar contra el bipartidismo y la reacción que trata que nada cambie.

La participación bajó, mostrando claramente la desafección política de buena parte de la sociedad al que se le suma el hartazgo por una cuestión política en este país, absolutamente sobrepasada, con marcos de decisión, representatividad y mediáticos absolutamente inservibles para la sociedad actual y que o bien muestran su ineptitud o reaccionan para tratar de salvar sus privilegios.

Con casi 60.000 votos menos emitidos, el PP gana numéricamente unas elecciones manteniendo su porcentaje de voto pero sin conseguir sus objetivos. Mañueco va a carecer de fuerza para tener una legislatura fuerte. Cambia a un socio inestable como Ciudadanos (que se ha comido la gestión de la pandemia en la región) por uno mucho más peligroso como Vox. El trasvase de votos en estos dos partidos ha sido totalmente limpio. Y el botarate de Pablo Casado no consigue la victoria fácil que reforzará su mandato interno en el PP por lo que le vienen semanas difíciles. La estrategia de la dirección nacional del PP ha salido totalmente derrotada, toda vez que no fagocitan a Cs, cuyo electorado pasa directamente a Vox, y estos desde posiciones de ultraderecha se refuerzan para atar a esa linde ideológica al PP.

Quizás su único objetivo conseguido haya sido desmontar las plataformas de la España Vaciada en la región, donde casi todas ellas se han visto seriamente diezmadas por la llegada de paracaidistas y advenedizos de todo pelaje. Todas menos una, la de Soria Ya, que ha convertido en partido político y candidatura lo que ha sido un movimiento ciudadano de más de 20 años de lucha y existencia. Su posición es ventajosa pero deben de cuidarse del precio que pactan por unas mejoras materiales y tangibles para la provincia.

Otro punto fuerte del regionalismo en estas tierras, UPL (Unión del Pueblo Leonés) ha conseguido igualar sus mejores resultados con 3 procuradores en la provincia leonesa. Sin conseguir acercarse en las otras dos provincias, Zamora y Salamanca, parecen determinados a formar oposición y a continuar trabajando en la consulta que reordene la región y culmine las aspiraciones de la formación. Para ello encontrar mayor seguimiento en las otras dos provincias de la histórica región leonesa se antoja clave.

Y la izquierda qué. Pues lo que ya se barruntaba. Un fiasco absoluto, otro más, de Unidas Podemos que recoge el testigo de Ciudadanos y UpyD hacia la irrelevancia y la desaparición. Desde luego no es esta una región fácil para los que somos de izquierdas y a veces da la sensación de que nosotros mismos hemos abandonado la lucha, por la dureza del trabajo a realizar y lo escuálidos de los resultados a obtener en primera instancia. La autocrítica, como siempre, es fundamental.

Reconocer que los medios de comunicación que han blanqueado el franquismo y el fascismo de Vox han ennegrecido el trabajo de Podemos y Pablo Iglesias tiene que ser el primer paso para a continuación asumir el fracaso organizativo y ponerle solución. La falta de organización más allá de la cúpula. La carencia de cuadros con compromiso, honestidad y ejemplaridad. La falta de presencia en las calles, en los pueblos y en los campos, del mundo rural. El desgaste de la acción de gobierno donde no se está cumpliendo lo prometido, presos del tacticismo neoliberal del PSOE, y los pocos avances, no calan en la sociedad. El fracaso de la confluencia electoral ante la fragmentación interna. Teniendo que entrar al trapo de los bulos y mentiras, sin poder hacer llegar la realidad de la verdad. Incapaces de reconocer que gran parte de la gente sigue “informándose” a través de la televisión y los periódicos (nacionales o locales) de derechas. O que el éxito en las redes sociales de la extrema derecha ha cautivado a los menores de 30 años.

Para entender Castilla y León a través de las elecciones y sus resultados es necesario entender sus factores propios. No hay mucha industria, y la que hay es incapaz de proponer un movimiento obrero, ni una transmisión de sus valores. Hay un éxodo de jóvenes que viene de largo, por lo que tampoco hay dinamismo cultural o social relevante puesto que suelen marchar los más preparados, motivados o capaces.

Sí, es verdad. La gente ha votado a partidos que acaban de votar en contra de la subida del SMI. Han votado a un partido que lleva gobernando la región 35 años consecutivos sin cumplir su programa electoral y llevándonos al atraso y la irrelevancia. Que ha cerrado escuelas y consultorios rurales. Que no ha construido los equipamientos imprescindibles. Hay mujeres que han votado a un partido que niega la igualdad de género. Trabajadores que votan en contra de quienes los defienden (tibiamente) de la opresión neoliberal. Han votado a candidatos corruptos, inmorales y mentirosos. Han votado en favor de las macrogranjas, la explotación de los recursos de todos por parte de capitales extranjeros. Han votado a favor de la caza o los toros. Pero si han votado así, ante todas estos atropellos en su vida diaria y su futuro, y no a quienes les defienden, tendremos que preguntarnos por qué votan lo que votan en Castilla y León.

Hablamos de una región extensísima, con infinidad de núcleos de población por lo general muy dispersos, salvo 11 áreas metropolitanas que además presentan realidades distintas entre si. La población se divide a partes iguales entre las capitales de provincia y los pueblos. En todos estos municipios tiene presencia desde siempre (desde el franquismo) el PP. Esto les arraiga al terreno y a través de la figura del candidato, alcalde, local irradia una representatividad que va hacia arriba. Las redes caciquiles empiezan desde lo más básico y llegan hasta lo más alto. Eso no quiere decir, que no haya descontento con las formas de hacer del PP y su corrupción. De hecho cuando ha habido candidaturas fuertes en el espectro de la derecha, el PP de CyL ha perdido respaldo popular.

Pero la principal virtud del PP en CyL es saber jugar con el discurso identitario esgrimiendo una ofensa perpetúa de Catalunya o la periferia del estado. Lo material entonces pasa a segundo plano y en estos tiempos de crisis total (económica, social y política) los electores tienden a sentirse fortalecidos en la identidad. En ese esquema la izquierda sale perdiendo.

Viendo algunos relatos de estos días parece que olvidamos que el fascismo lleva instalado en las instituciones casi un siglo. No va a ser nuevo en Castilla y León porque ahora haya una fuerza abiertamente de ultraderecha. Ya estaban en Andalucia o en Murcia. Y de hecho, en esta región ha habido personajes ligados al franquismo desde los albores de la transición. Ahora lo que va a suceder, o mejor dicho, va a continuar sucediendo es que se van a seguir normalizando discursos que parecían ya superados. La igualdad entre sexos, entre géneros, el derecho al aborto o la situación de los inmigrantes. Éxitos de la sociedad española y de las corrientes de pensamiento modernas que ahora vuelen a verse amenazadas por los vestigios reaccionarios de un fascismo que nunca se fue.

Mucho trabajo por hacer pero imprescindible para revitalizar una candidatura de izquierdas en Castilla y León, en cada municipio, que forme parte de la coalición que pueda liderar Yolanda Díaz a nivel nacional. Todo por hacer ante el nuevo ciclo electoral abierto el pasado domingo y que culminará en noviembre de 2023.

Qué podemos hacer la gente de izquierdas en Castilla y León ante este panorama. Pues lo primero de todo no caer, aunque es casi imposible, en el desánimo. Convencerse de que somos el lado correcto de la historia. Ejercitar un antifascismo militante. Arremangarse. Trabajar y empezar a contrarrestar las toneladas de desinformación con nuestros propios medios. Incluidos los medios en formato físico. Recordar que la suma PP+Vox es del 48% de los que votaron anteayer. Que hay casi un 33% de personas que se abstienen. Hay por lo tanto, que participar. En sindicatos, partidos y también en asociaciones vecinales. Ir al conflicto. A los barrios de las ciudades. A los pueblos. A los centros de trabajo. A universidades e institutos. A asociaciones y clubes. Escuchar, aprender, elaborar programa, hacer partícipe de él a la sociedad, incluidas aquellas personas, que de antemano no “parezcan” comulgar con ideas de la izquierda. Darlo a conocer.

Castilla y León añade una peculiaridad a esta situación de crisis general y es la de un marco autonómico sobrepasado y que no da respuesta a las inquietudes de las gentes y territorios y que ha provocado, y provoca de facto, la expulsión de miles de jóvenes cada año. Esto lo demuestra la pujanza de movimientos provincialistas y regionalistas que discuten la composición territorial y administrativa y reclaman mejoras e igualdad de derechos y oportunidades entre territorios. No entre clases.

Debemos saber dar respuesta a estas demandas y entroncarlas en posiciones que garanticen igualdad y futuro a las personas independientemente del lugar donde vivan y de la clase social a la que pertenezcan. Tenemos que entender que desgraciadamente el marco de decisión ha cambiado. Ya no son las cuestiones materiales, o al menos en primer término, las razones que orientan el voto y la acción o pasividad de la gente. Vuelve a ser el marco identitario. Es un gran éxito de quienes no quieren que nada cambie. Una pista nos la da el hecho de que desde Octubre de 2017, en todas las elecciones, la izquierda estatal, se ha visto relegada por fuerzas regionalistas de izquierda o por movimientos que reclaman mejoras desde el marco regional-local (ERC, CUP, Bildu, BNG, Compromis o ahora Soria Ya!).

Mi olfato indica que el año que viene volverá a haber elecciones a la Junta en Castilla y León y seguramente fijadas junto a la fecha de las municipales, toda vez que aunque factible la investidura, los primeros presupuestos de la legislatura se presentarán complicados con un PP debilitado que verá pasar a buena parte de su cúpula, incluido el propio Mañueco por los tribunales, y un Vox que podría forzar la situación para seguir aumentando su fuerza como primera opción de la derecha, presentándose como un partido “sin corrupción”.

A partir de que se forme gobierno (a quién quieren engañar sembrando dudas sobre una posible repetición electoral) Castilla y León, León y Castilla, volverán al lado oscuro de la actualidad. Seremos relegados en la vorágine informativa y no se sabrá nada sobre estas tierras y sus gentes. Y nos tocará luchar desde esa penumbra por un futuro para nuestras tierras contra los caciques, corruptos y fachas de siempre, y también contra los que desde fuera nos pretenden dar lecciones, sin haber aprendido las más básicas.

 

En otro orden de cosas. El lunes 14 de febrero se notificaron 601 fallecidos durante el fin de semana por la COVID-19. Es desolador reflexionar cómo hemos aceptado tanto dolor, tanta podredumbre moral, a cambio de que el ritmo vital consumista e individualizado siga hacia adelante.




viernes, 27 de agosto de 2021

La superioridad moral de la izquierda

 

El título de esta entrada es una afirmación y a la vez la mayor ofensa que se pueden inferir a todas y todos aquellos que profesan religiones tan variopintas (y a veces contradictorias) como el liberalismo y neoliberalismo (todas las criminales variantes que otorgan al mercado el don de iglesia y al dinero el de dios todopoderoso), el conservadurismo (desde unos valores clásicos de civilización, por lo general idealizados, a la defensa a ultranza de costumbres y comportamientos arcanos y retrógrados que derivan en el fascismo) o la propia religión (sin entrar, de momento, en confesiones).

Si. No discutan. No se pongan de perfil, ni se hagan los ofendidos. La superioridad moral de la izquierda es un hecho, y además, lo es irrefutable.

No se trata de que únicamente exista un relato hegemónico impuesto por historiadores de izquierdas de una corriente marxista o neo-marxista. Es que ese relato es la propia Historia y quienes la analizan, estudian, interpretan y dan a conocer, acaban situándose en ese ala izquierda de la asamblea, no sólo por precondiciones, sino porque tras lo hallado y leído llegan a la conclusión de que el barbas tenía razón y la historia es la sucesión de acontecimientos de una lucha continua entre poderosos y desamparados, poseedores y desposeídos. Y mientras unos pasan a la historia (y a la más modesta y estimulante intra historia) tratando de mejorar las condiciones de vida de cuantas más personas mejor (y sin distinciones por género, raza, ideología, condición, etc), otros se dedican a preservar y aumentar las diferencias de clase y estamento. Aunque sea a costa de generar violencia, indignidad, hipocresía y dolor a raudales.

Pongamos por ejemplo este país. En España, y más actualmente con el revisionismo de una ultraderecha desacomplejada, existe una confrontación contra la historia que demuestra que las izquierdas (comunistas, anarquistas, socialistas, incluso derechistas y católicos republicanos) lucharon por mantener la libertad y la democracia frente a las fuerzas reaccionarias de nobleza, ejército, jerarquía eclesiástica y burguesía que a modo de cruzada querían mantener y asegurar la posesión del país para su uso y disfrute. Unos luchaban la legitimidad de un estado que “estábamos decidiendo entre todos”, mientras otros apoyaron un levantamiento militar que traicionaba sus propios juramentos. La izquierda defendía la legalidad, frente a una derecha que impulsaba la violencia y la guerra.

Con la llegada de Aznar al gobierno se impulsó un revisionismo histórico apócrifo y la mayoría de las veces fantasioso para hacer prevalecer la gestión de la Historia que la dictadura franquista impuso como legado.



Una de los mantras más utilizados en este revisionismo histórico por parte de los ideólogos del relato conservador es decir que “la izquierda carece de moderación porque está llevada por certezas incuestionables”. ¿Y si fuera así?. Mejor. Es así. Porque buscar un mundo mejor, sin desigualdades, sin opresiones; en el que todas las personas puedan vivir, desarrollarse a plenas capacidades, sin tener que pagar plusvalías, sin distinciones de clase o condición; Un mundo de paz y armonía. Una utopía. ¿No es ese el objetivo final que todas las ideologías y filosofías políticas y de vida deben buscar?

¿Y no son certezas incuestionables para la derecha el culto al mercado o las tradiciones que tratan de anclar y se basan en comportamientos morales que carecen de toda ética y justicia? ¿No será que desde la izquierda defendemos preceptos moralmente aceptables, incuestionables en eso de hacer la vida mejor a los otros, mientras desde la derecha se defiende un estatus de opresión, corrupción, indignidad e inmoralidad? Si es así, ¿cómo no va a ser superior moralmente la izquierda?

La superioridad moral de la izquierda existe y punto. Y es la base que da para decir que una persona de izquierdas es mejor persona que una de derechas. Sin matices.

Es cierto, ¡faltaría más!, que existen buenas personas que se consideran de derechas y que tratan de ayudar a los demás o que buscan ese ideal de convivencia y futuro. Pero son una minoría condenada al fracaso porque están imbuidos en dinámicas internas de sus concepciones morales y políticas, que se mueven por valores como el egoísmo, la avaricia, la soberbia, pero también el machismo, el racismo, la xenofobía y la intolerancia.

Y por supuesto hay verdaderos hijos e hijas de puta en la izquierda. Hay infiltrados del otro bando desviando la atención, usurpando debates y cercenando acciones. Pero muchas veces encontramos adosados en nuestras organizaciones a viles parasitando el esfuerzo de decenas de compañeros y compañeras honestos. Malversando el caudal ideológico y de acción de las buenas intenciones y de la lucha por un mundo mejor para vivir del cuento. Con su mentalidad de tiburón y también de rémora son más de derechas que el grifo del agua fría.

 

Las concepciones derecha e izquierda son en origen casualidades derivadas de la posición ante la Asamblea Nacional francesa de 1789. Los que se situaron a la izquierda defendían la emancipación individual de los hombres. Eran los ilustrados y sus alumnos que habían proclamado la llegada a la edad adulta del hombre que ya no necesita tutelas, ni siquiera las morales. Mucho menos las materiales. Kant lo expresó de la siguiente manera en su imperativo moral categórico: “hacer aquello que fuera deseable que hicieran el resto de seres humanos”.

En frente estaban representados los estamentos, nobleza y clero, que coaligaban sus intereses para mantener un mundo donde el vasallaje, la esclavitud y la opresión por la fuerza ejercida desde arriba, era la argamasa de las relaciones sociales. Y lo había sido así desde hacía miles de años.

Aquella era una concreción de la libertad (no existen imposiciones morales positivas que señalen pecados a prohibir), de la igualdad (nadie tiene derecho a hacer cosas que precisen que otros no puedan o no deban hacerlas) y de la fraternidad (la única máxima moral exige el respeto a los otros). En aquel momento en que se inauguraba la arbitrariedad de sentarse unos a la izquierda y otros a la derecha no se pensaba en otra opresión posible que el sometimiento de cada individuo por la corona, el clero y la nobleza, de ahí que la emancipación, la autodeterminación, fueran definidos únicamente individuales.


Con en el tiempo, el transcurrir de los siglos, las revoluciones, las reacciones, las guerras y hambrunas y las buenas cosechas y avances tecnológicos, científicos y filosóficos el escenario de aquella Asamblea Nacional Francesa de 1789 se fue resituando. A la derecha se fue incorporando la burguesía ya emancipada totalmente de las clases bajas y trabajadoras. Para justificarlo desde los albores del siglo XIX desarrolló y favoreció un corpus moral y filosófico que justificarán su posesión material, su nuevo estatus como consecuencia deseable (e inevitable) del progreso de la especie, y mucho más importante la legitimidad de los mecanismos de control que permitieran, no sólo mantener su posición de privilegio en poder y riqueza, sino también, su cada vez, mayor acaparación.

Al mismo tiempo “nos dimos cuenta” que la opresión no se ejercía entre individuos sino que lo hacía a través de clases, y que pese a que las consecuencias se ven en los individuos directamente, esa atomización, esa distinción venía a profundizar en las brechas entre poseedores y desposeídos.

Comprendimos con el tiempo, y aún hoy lo seguimos haciendo, que los colectivos, ya fueran clases sociales, pero también el género, los pueblos, las identidades, sufrían opresiones marcadas desde inicio y que lastraban y hacían sufrir a millones de personas. La izquierda se empeña en luchar contra esto, en revertirlo y en construir sociedades tolerantes donde la justicia social y la igualdad y fraternidad no fueran meros eslóganes. Por contra, la derecha, se afana en mantener la situación porque bajo este esquema garantiza mayores diferencias y la creación de élites cada vez más reducidas que atesoran más poder en menos manos.

El mantenimiento de este orden ha sido y es el leiv motiv de la acción política de ambos bloques ideológicos y ahora con la crisis climática ya emergida se pone de manifiesto, una vez más, la superioridad moral de la izquierda frente a una derecha que es esencia egoísmo, avaricia y opresión.

Durante los últimos 80 años nos han propuesto modelos de vida como el estadounidense en el que su hiper consumismo requería los recursos de seis planetas, por lo que era condición sine qua non extender modos de vida miserables, caóticos y criminales en el resto del mundo para poder robarles sus recursos. Adivináis quién ha estado detrás de estas políticas geo-estratégicas y económicas. Quiénes han justificado guerras, torturas, desapariciones, violaciones, asesinatos en todo el mundo para hacer rodar una rueda cada vez más rápido.

 

En frente estamos quienes creemos que el buen nivel de vida de unos no debe de suponer automáticamente la mala vida de otras personas. Y mucho menos de las generaciones futuras. Entonces quién puede hacerse valedor de una moral superior, más justa y con más futuro. Los izquierdistas somos moralmente superiores a liberales, conservadores y democratacristianos (no digamos ya fascistas) porque nuestras ideas son la expresión más pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay explotación ni dominación y los hombres (y las mujeres) son, como diría Rosa Luxemburg, “completamente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”.

Tomo postura clara y decidamente frente a los que ridiculizan el buenismo de la izquierda, nuestra tendencia a la utopía y a quienes manifiestan la diferenciación entre derechas e izqiuerdas es una cosa de hace un par de siglos que poco tienen que ver con el momento actual. Como si no viéramos intervenciones en países tercermundistas que buscan usurparles sus recursos, a mujeres ser maltratadas y morir por el hecho de serlas, a pueblos a los que se les niega su derecho a expresarse y decidir, o a trabajadores explotados que ni siquiera pueden pagar un techo digno donde vivir. Hoy más que nunca, el debate izquierda-derecha está muy vivo. Y en él, en un lado estamos los que queremos dejar eso que acabo de relatar atrás, y los que quieren continuarlo para seguir ganando dinero y poder. Dime tú, entonces quién tiene la superioridad moral en esta discusión.

Así hoy, el debate televisado, la confrontación entre derecha e izquierda está completamente descontextualizada. Forma parte de una superestructura que sirve para cimentar aún más las diferencias de clase. En la alta política se pierde la esencia del debate para que sea sustituido por emociones, filias y fobias, siempre viscerales y a la vez a flor de piel en un mundo hiper conectado de ultimísimas horas y noticias urgentísimas.

Pero ahí están esas derechas. Cavernarias, arcaicas, costumbristas, profundamente católicas y conservadoras. Antisociales, hipócritas, egoístas. Pero también están las liberales manoseando esa palabra tan bonita de libertad. Neoliberales y ultraliberales que elevan a los altares la idea de libertad como ley del más fuerte, renegando de y derrumbando siempre que puede, los marcos reguladores de conviviencia propuestos y acordados por las sociedades para garantizar una forma de vivir colectiva, solidaria y ciudadana. No tener principios facilita la gestión en la derecha. No existen debates internos, ni disidencia porque las "morales" son de quita y pon. Para la izquierda la libertad es una dimensión social que necesita de estructuras que garanticen su uso a pleno rendimiento en parámetros de igualdad. Para que cualquiera pueda vivir, sin tener que oprimir a otro, sin tener que renunciar a hacer algo.



En la izquierda quedamos los de siempre. Los desposeídos. Los que nada tienen y cada vez pierden más hasta el punto de no tener nada que perder. Estamos aquellas y aquellos que sólo tenemos ya nuestra fuerza de trabajo. Y nos la están quitando. Nuestro tiempo vital para mal venderlo cada vez en condiciones más draconianas. Y sin embargo, somos ricos. Porque nuestro principal patrimonio, el que nunca van a poder subyugar y apropiarse, es el convencimiento de estar en la lucha por un mundo mejor, sin desigualdades ni opresiones de ninguna clase. Donde la igualdad sea el mínimo común conseguido y la fraternidad el valor que nos defina como sociedad y como especie.

¿Superioridad moral de la izquierda? Si. Por supuesto. Y no porque la izquierda sea el espacio político donde se sientan unos u otros, sino porque desde esa posición se está luchando por la emancipación de lo individual y de lo colectivo. Por el fin de la opresión, la esclavitud en sus distintas y actualizadas formas. Ningún ser humano (o colectivo de humanos) es superior a otro. Y defender esa idea y buscar su realización es la más grande de las tareas; la más dura y la más bonita. Hacer de una utopía algo realizable, tangible y que suponga un cambio para bien para TODAS Y TODOS los habitantes de este mundo.

Y esto es propio de buenas personas que recogen una realidad y trabajan para cambiarla a mejor para más y más personas. Lo demás es una simple lucha por mantener privilegios y eso es contrario a ser buenas personas. Se pongan como se pongan, y rabien donde rabien, en sus panfletos reaccionarios, en sus sociedades clasistas y elitistas, con sus escritores y altavoces de la mentira.

Frente al neoliberalismo y el fascismo está la izquierda. Frente al desarrollo de teorías y pseudo ciencias que avalan el mercado o la tradición está el hecho irrefutable de quienes denuncian la opresión y la violencia de un sistema que condena al dolor a nueve décimas partes del planeta para el goce ilimitado del resto.

Con sus relatos que desprecian la ética y el buen gobierno en un relativismo posmoderno y un cinismo trasnochado quieren hacernos renunciar y dejar en inevitable los males que traen sus perversas morales que convierten en insostenible nuestro planeta y nuestra vida.

Frente a ellos, el comunismo, el socialismo, el anarquismo; la ecología, la lucha contra el heteropatriarcado. Diferentes convenciones de la izquierda que tienen que ponerse en común y elaborar practicas útiles para la mayoría. Para ello es necesario que "estas izquierdas" se convenzan de verdad de su superioridad moral. De su trascendencia porque buscamos un futuro mejor y que por lo tanto tenemos que actuar en la realidad del día a día de millones de personas. Para convencer de que unidos los que nada son, serán.


 

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