Imagen de eldiario.es del mitín de ayer de Vox
Lo
de ayer en Vistalegre no era la primera vez que en -supuesta-
democracia se reunía una amplia multitud en torno a un partido de
extrema
derecha.
En innumerables ocasiones, sobretodo cuando no estaba en el poder, el
PP atizaba los odios y manoseaba a las víctimas del terrorismo para
exponenciar las pasiones más bajas de la
rancia y cruel patraña de las españas,
apropiándose
de la bandera
y legitimando discursos reaccionarios que luego llegados al poder,
unas veces perdían por
cálculos de poder
(estado de las autonomías) y otras extremaban (véase Ley Mordaza,
aborto, matrimonio homosexual,...).
La
diferencia con lo de ayer es que esas 9.500 personas que
fueron al mitín de Vox
(más
las 2.000 que se quedaron fuera)
fueron a ver a un partido sin representación parlamentaria, y que se
declara abiertamente fascista,
más aún franquista, se apropia nuevamente de la bandera (luego se
sorprenden) y atiza contra inmigrantes, maricones, catalanes, vascos,
rojos y todos y todas que no pensamos como ellos.
Noventa
años después en Occidente cometemos el mismo error una vez más y
la falta de respuestas consecuentes a la estafa llamada crisis
que estallaba hace 10 años trae consigo la efervescencia de
movimientos
anti democráticos, anti derechos humanos y de extrema derecha.
Y
es que la
democracia como sistema político que gestione el sistema económico
y social globalizado no ha tenido, por ninguna de las vertientes las
respuestas necesarias para dar dignidad a la vida de las personas.
Con
la estafa llamada crisis ni el liberalismo,
pervertido en neoliberalismo
y más aún ultra-liberalismo,
ni la socialdemocracia
eran capaces de paliar sus efectos mientras la vida y las
expectativas de futuro de millones de personas se iban al sumidero.
Al tiempo que los financieros y capitalistas ponían a salvo en
paraísos fiscales sus insultantes beneficios e indemnizaciones, las
pérdidas quedaban en los
Estados
en
las cuentas públicas, que
recortaban
en sanidad y educación a la sufrida clase trabajadora que se quedaba
en paro, veía como suben los precios de la vivienda y la energía y
se convertía en “precariado”.
Y
mientras la izquierda
que debería de ocuparse íntegramente de la situación de la clase
trabajadora
divaga hacia colectivos más atomizados, huérfana de respuestas
económicas y sociales ante el desafío provocado por la extrema
avaricia de los poderosos. Desde la caída del régimen soviético
somos incapaces de explicar una alternativa que existe y es más
deseable, para recuperar la dignidad del ser humano y cerrar
progresivamente todas las desigualdades sociales, bien sean
provocadas por la acumulación de capital o por dejes machistas,
xenófobos, homófobos e intolerantes.
Este
proceso no es sólo propio de España. Es
global.
Trump se convertía en presidente de Estados Unidos usando la demagogia
más barata para convencer a los millones de votantes blancos pobres.
Y en la Unión Europea, lo que primero parecían algaradas en los
países periféricos de la Europa del Este (Polonia, Hungría o
incluso Turquía) hoy son movimientos que vuelven a acaparar a las
masas en Alemania, Francia, Holanda, Suecia, gobernar incluso en
Austria, o ser parte definitoria en el referéndum que sacó al Reino
Unido de la UE. Hasta en América del Sur comienzan a aparecer
movimientos reaccionarios de ultra derecha pescando en la disputa
entre la izquierda más social y pro-indígena y la derecha
neoliberal y neo colonizadora, como hemos visto desgraciadamente éste fin de semana en Brasil.
España,
por supuesto, no podía escapar de tales movimientos, más aún si
tenemos en cuenta que en ningún momento de nuestra historia reciente
se ha hecho labor de condena
y desmontaje
institucional
(ejército,
policía, justicia) de
lo que supuso la genocida dictadura fascista. Así durante 40 años
quienes un día eran franquistas se levantaron demócratas al
siguiente y han participado gustosamente en el
estado de las cosas atado y bien atado.
Hoy
no puede sorprender todo éste voto de ultra derecha que antes ha
colaborado en las golosas mayorías absolutas que el PP ha tenido en
el Estado, en buena parte parte de autonomías y en multitud de
ayuntamientos. Aglutinado y mezclado con sectores más moderados,
democristianos,
centristas y liberales han sido parte importante de las políticas de
éste país durante la mal
llamada Transición a la democracia
y son colaboradores necesarios en la catástrofe a todos los niveles
que tenemos por país.
Que
ahora se desliguen en más apuestas electorales no tendría que ser
una mala noticia, más bien al contrario, y que se empezará a
fraccionar un voto liberal y nacionalista español que ha permanecido
cohesionado bajo el PP, hasta que la corrupción y la inoperancia han
hecho estallar la convivencia entre españoles y la conveniencia
entre élites políticas ahijadas de oligarcas intereses.
La maniobra de Pedro Sánchez con la Moción
de Censura del pasado junio,
pillo descolocada a toda la derecha española (incluidos los
nacionalismos catalán y vasco) y ha provocado notables tensiones que
han extremado en los sentimientos en las filas del PP y de Ciudadanos
que había dañado la pegada electoral de los primeros. Mientras en
el PP se orquestaba una suerte de primarias que han sacado lo peor de
los intestinos del partido para entregarle el mando al delfín del
más
desquiciado
e irresponsable Aznar,
en Cs, absolutamente perdidos se han lanzado en una carrera
atropellada por los símbolos, cuyo episodio más grotesco es la
quita y puesta de lazos amarillos.
Y
mientras tanto miles de votantes
de ultra derecha
(nótese
el Doppelganger)
que
han permanecido años bajo el paraguas del PP se han lanzado a buscar
discursos más puros y agresivos, a parte de castigar las corruptelas
y mafias de los de la calle Genova.
Lo
realmente grave, como
digo no
es la dispersión del voto de la derecha.
Lo grave es la exaltación de pulsiones y sentimientos que hace mucho
ya deberían de haberse combatido, arrinconado y eliminado con el
peso de la historia y de la conveniencia de una civilización
responsable, solidaria y cooperativa en un sistema económico justo,
igualitario y globalizado.
Rompiéndose España por Catalunya, con millones de españoles sin trabajo,
pasándolo realmente mal para pagar alquiler, desahuciados, con los
servicios básicos con precios por las nubes, con la sanidad y la
educación de todos depauperados, con toda la gestión
ultra liberal de la estafa llamada crisis,
no cabía esperar otra cosa que la polarización
de la sociedad,
y si la izquierda no encuentra el modo de concretar respuestas y
hacerlas llegar es fácil que la derecha, a través de demagogia y
una simpatía
en los medios de comunicación de masas -cuando no un control-
arrastre a los desclasados a sus posiciones basadas en el odio.
Y
es que el
odio
y el uso
de los símbolos
bajo ese mismo odio son el aglutinador que tiene la ultra derecha
para crecer y hacerse fuerte. El
odio a los que son distintos.
Por su color de piel, por su sexo, por su orientación, por su
ideología. Por ser pobres.
Llegamos
y llegaremos tarde a dar batalla a estos indeseables si no utilizamos
todas las herramientas que tienen los sistemas
democráticos
y antifascistas
salidos tras la victoria sobre el fascismo en la Segunda
Guerra Mundial
para evitar que la historia se repita.
Lejos
de intereses económicos o de dominación mundial debe primar la
lucha
antifascista
como garantía de progreso y de camino hacia los objetivos del
Milenio, que pasan en esencia por dos: Conseguir
una mayor igualdad entre los seres humanos indistintamente de su
condición,
y lograr
unas mayores cuotas de dignidad y futuro en sus vidas.
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