Las
tres siguientes noticias han pasado totalmente desapercibidas
mientras nos acercamos al choque
de trenes del Procès.
- El Foro de Davos en su informe anual coloca a España en el penúltimo puesto de Europa en desarrollo humano.
- Eurostat constata la pérdida de poder adquisitivo de la clase trabajadora española como la mayor de Europa.
- España cae dieciséis puestos en el ranking mundial de salud de la ONU abandonando el top ten.
Estas
tres noticias de ayer, 13 de septiembre, y sobre las cuales los
medios de comunicación han pasado totalmente de puntillas, salvo muy
pequeñas excepciones, se entienden mucho mejor si también leemos lo que escribía hace un par de días.
Desde
luego el hecho histórico de que una nación declare su
independencia, podría hacer nublar la perspectiva de lo que es
importante sobre lo que es trascendente. Antes del 1 de Octubre,
prometo dejar un escrito en el que dé mi opinión sobre todo lo que
está pasando en esta colisión entre sentimientos y voluntades
políticas, que no vienen a ser más que el afán de supervivencia de
personajes dantescos que han arrancado maquinarias con el fin de
sobrevivir a su propia y nacional corrupción y a su ineptitud, pero
que ya puestos en marcha y sobrepasadas las velocidades recomendadas,
lejos de frenar, aceleran para tratar de salvar su pellejo.
También,
conviene no olvidar que transcurrir por un momento en el que las
ultra liberales políticas desquiciadas han favorecido la
proliferación de grupos terroristas sin miedo a nada y que
atentan contra nuestra seguridad y modo de vida hace que perdamos el
foco de lo realmente importante.
Cuando
en el título hablo del "Desmoronamiento de una nación"
no vengo a hablar de que una o varias regiones se desliguen de España
sino de que se rompa la cohesión social debido a políticas
fundamentalmente económicas, pero también, sociales que han venido
a premiar al capital, y a su acumulación especulativa, frente a la
economía real derivada del trabajo y la productividad.
Es
un fenómeno global producto de más de 40 años de puesta en
práctica de las teorías neo-liberales que parten de un doloroso y
profundo error de concepción: No se puede dejar a un elemento
artificial, como el dinero (y por definición a las vidas de los
seres humanos que nos relacionamos a través de él), regularse a si
mismo. El mercado no trabaja bajo un principio de racionalidad
clásico de cubrir las demandas y necesidades de la población como
nos han querido hacer creer, sino que opera con eficacia en la máxima
de dinero llama a dinero, de buscar, encontrar y
ejecutar la manera de que los privilegiados lo sean cada vez más.
Así
está estallando en todo el mundo la Justicia Social que se
vuelve cada vez más retórica, más inexistente. Y en ese paradigma,
España, no es una excepción, sino más bien un engranaje más
entre lo que pasó en Latinoamérica y lo que va a acabar pasando en
el centro y norte de Europa.
Las
políticas efectuadas para gestionar tanto la crisis, perdón
estafa, como la posterior búsqueda de recuperación económica,
lejos de paliar el golpe sufrido por los ya desfavorecidos y las
clases trabajadoras, se han centrado en minimizar los efectos
sufridos por las clases pudientes que fueron, no lo olvidemos,
quienes provocaron con su avaricia, desconocimiento y soberbia el
desaguisado -y que antes ya habían usurpado riqueza a través de
paraísos fiscales y demás ingeniería finaciera-.
Por
ejemplo, y como decía ayer, el Gobierno español ha admitido que no
se van a recuperar al menos, 40.000 millones del rescate bancario
pagado con nuestros derechos y servicios sociales. Además, no
contentos con eso, anunciaron sin caérseles la cara de vergüenza
que los 14.000 millones en acciones de Bankia propiedad del estado
también se han evaporado. Todo esa cantidad monstruosa de dinero usurpada de los servicios sociales de todos ha ayudado a que
aumenten las desigualdades de manera exponencial.
En
un escenario donde se ha trabajado con ahínco y éxito en
individualizar a la sociedad, en hacer que cada uno de
nosotros y nosotras, se gestione su felicidad, así como su
supervivencia, aunque ambas cosas sean atacadas por problemas comunes
al resto de la humanidad, han conseguido la desigualdad más extrema.
No
tenemos las mismas oportunidades dependiendo de si vivimos en un
entorno rural o urbano. En una región u otra. Si nacimos un año o
el siguiente. Dentro de 5 ó 10 antes. Si elegimos una carrera
profesional o vital o nos impusieron otra. Y por supuesto, hay
diferencias entre el nivel de renta del que se disponga en la
familia. Y esas grietas cada vez se abren más y más.
Todo
es resultado de una gestión entre inepta e inmoral, pasando por
todos los tipos de corrupción que la ética más básica
denuncia. Bajo un sistema, su sistema, orquestado para el control y
el dominio de las mentes con el consumo, la publicidad y la manipulación de los medios de comunicación que controlan y el cierre de los díscolos, pero también con la violencia, aunque esta violencia
basada en el uso y control de las fuerzas de opresión del estado,
sea despojar de todo a las clases populares para que acaben aceptando
cualquier cosa por sobrevivir en un mercado de trabajo precario y con
visos de no parar en su degradación.
Es
el imperio de la ley. De su ley. Y es que en nombre de su ley se
han tumbado conquistas sociales en tan sólo 48 horas que costaron
decenios de lucha, cárcel e incluso muertes, cambiando para ello,
precisamente, la ley. Su ley. En nombre de la ley se violan
derechos fundamentales: vivienda, condiciones dignas de trabajo,
educación pública de calidad, políticas destinadas a fomentar la
igualdad, etc.
Así
se vulneran derechos fundamentales, se mantiene un orden social
injusto en el que crecen las desigualdades y se permite que el peso
de los costes de la crisis recaiga sobre los que, sin haberla
originado, sufren sus peores consecuencias.
En
la gestión de la burbuja económica, en la de la crisis
y en la, supuesta, recuperación las mentiras y la medias
verdades han jugado un importante papel, utilizados junto con los
mass media, para hacer ver por inevitables medidas que en otro
contexto -básicamente de empoderamiento ciudadano- habría sido
imposible colocar. El miedo siempre juega a favor del poderoso
y así lo que al principio no era un rescate y no nos iba a costar un
euro, ha cavado más hondo en la desigualdad y en el deterioro
del estado de las cosas. Derechos, libertades y conquistas sociales
en pro de la igualdad, que se han perdido y tienen visos, de no
recuperarse jamás, porque no nos mueven del sofá, de la televisión
y de la pantalla del móvil ni con bombas.
Mientras que los beneficios empresariales ya se han recuperado al nivel de
antes de la crisis, los salarios se han atascado lo que ha
provocado una bajada atroz en el nivel de vida del ciudadano, y
ciudadana, de a pie, pero esto no provoca el estallido social y la
revolución que el planeta, la decencia y el progreso demandan.
Lo
que si se ha conseguido es por un lado ampliar brechas sociales que
parecían suturadas y cuyos efectos se van a ver en los próximos 50
años. Y por otro, construir una sociedad mansa,
influenciable. Miedosa, acomplejada y huérfana de iniciativa y
liderazgos. Fácilmente
manipulable. Dolorosamente egoísta e individualizada.
Una sociedad, en definitiva, incapaz, a priori, de usar su fuerza
para cambiar las cosas.
Hoy
se cumplen 150 años de la publicación de El Capital, la obra
con la que Karl Marx quería dar una comprensión académica
del funcionamiento del capitalismo, como sistema económico,
para acabar dando explicación y profundización en las formas y los
modos en los que una clase social, la burguesía, explotaba a otra,
la clase trabajadora. Y no puede estar más vigente y certera.
Un
ensayo englobado en la ciencia económica con un siglo y medio de
vida podía parecer ya desfasado. Sería un objeto de museo o un
símbolo de añoranza de tiempos mejores o peores, o de regímenes e
ideologías de mayor calado, simpatía o aceptación. Sin embargo,
con El Capital, tenemos un tratado que clava certeramente el
análisis de la relación de fuerzas entre las clases poseedoras de
los medios de producción -que en el Siglo XXI son eminentemente
financieras frente a aspectos mobilarios como eran en el XIX- y
quienes desarrollamos el trabajo efectivo que otorga las plusvalías,
pero que hoy en día, acabamos siendo parte de esos medios de
producción, de esas mercancías con las que también comercializan y
ganan dinero.
Como
ya denunciaba Marx en su análisis de la crisis social y
económica de los años 30 del XIX, los intereses de la mayoría
son un estorbo para quienes manejan las riendas de la política y la
economía. Y así asistimos a la insoportable levedad de la
legalidad, de la libertad de expresión o de eso que llaman
democracia. Quienes gobiernan sólo para la élite han
perdido toda legitimidad. Ante eso, optan por mantener un ataque
sin balas, mintiendo, imponiendo, criminalizando. Una guerra
constante y sin treguas (por mucha paz social de la que hagan gala
ciertos estómagos agradecidos) y donde las víctimas son por un lado
la democracia, que camina de capa caída, la igualdad y la libertad,
víctimas de su sometimiento al capital y por lo tanto, todas y todos
aquellos que si vivimos es porque trabajamos y que hacemos ambas
cosas, vivir y trabajar, en entornos cada vez más desiguales,
opresivos y precarios.
Resulta
terriblemente aterrador que un escenario de sometimiento social tan
abusivo y sobre el que aparentemente se había dejado atrás en base
a lucha, organización y compromiso, sea hoy tan evidente. Se ha
puesto precio a la vida humana, a sus derechos, libertades y
progreso. La precarización laboral y de condiciones de vida de
la población, el agotamiento de los recursos naturales y el estrés
impuesto por nuestro modo de vida a los ecosistemas y a la Naturaleza
fueron tratados por la obra de Marx y hoy son más evidentes
que nunca, por lo que la vigencia y la recomendación de leer y
aprender junto al maestro alemán se hacen más necesarias que nunca.
La
única consecuencia plausible y la única certeza posible es que
frente a esta narración apocalíptica no nos queda más que
despertar, empoderarnos y luchar.
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