El
31 de agosto, Aminatou,
Bebé, Pacience, Dalloba, Clemence, Merveille, y otra compañera aún
por identificar partieron junto con otras 38 personas de las costas
de Nador (Marruecos)
para intentar alcanzar su sueño, llegar a territorio español y
poder empezar una nueva vida. Pero la tragedia, y la indignidad, las esperaba aquel
día.
Los
supervivientes explicaron que: “Estábamos ya cerca de la playa
de Melilla, vimos acercarse a la patrullera española (Guardia
Civil), no nos rescataban y sospechábamos que esperaban a que
viniese la Marina marroquí. Siempre lo hacen. Como no podíamos
avanzar, algunos nos tiramos al agua, para llegar a nado a la playa,
para que nos rescatasen. La Marina llegó, algunos fuimos
detenidos por los marroquíes, otros por los españoles. La Marina
enganchó a la zodiac, tiró de ella para sacarnos de la playa de
Melilla, después volcó y murieron las mujeres. Esa zona
siempre es muy peligrosa, cuando intentamos llegar a la playa nos
bloquean entre las dos patrulleras españolas y marroquíes, para no
dejarnos avanzar, y pasan muchos accidentes. DEP mis hermanas”
El
gobierno del Partido Popular incluyó en su famosa Ley Mordaza una
disposición que modificaba la Ley de extranjería y que permite el
rechazo en frontera de los inmigrantes para impedir su entrada
irregular. Esta disposición ha sido condenada por el Consejo General
de la Abogacía Española, por el Consejo de Europa y por decenas de
ONGs especializadas en el asilo y la extranjería.
Esta
disposición es a todas luces ilegal a nivel internacional,yendo en
contra del principio de no devolución que se encuentra en la
Convención de Ginebra
de 1951 de la que España es parte, la Ley de asilo española, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y un largo
etcétera.
Por
ello pedimos la supresión de esta disposición y el cumplimiento de
las normas internacionales que acaben con las devoluciones en
caliente y con muertes como las de estas siete mujeres.
En
el mundo de hoy hay 230 millones de emigrantes
internacionales, alrededor de un 3% de la población global, frente a
los 174 millones estimados en el año 2000. Desde finales del siglo
XX, una creciente desigualdad territorial y social, crisis y
conflictos, así como la circulación de la información que estimula
la comparación y las ganas de irse, aceleraron y globalilzaron las
emigraciones.
Una
encuesta realizada en 2014 por la OIT en 150 países, sugiere que más
de una cuarta parte de los jóvenes de la mayoría de las regiones
del mundo quiere residir permanentemente en otro país. Nada más
comprensible en un planeta en el que 1200 millones de personas viven
en la extrema pobreza y donde a una quinta parte de la población le
corresponde sólo el 2% del ingreso global, mientras el 20% más rico
concentra el 74% de los ingresos.
Parece
que nos lanzamos abocados a un escenario de “dos
mundos”,
uno en el Norte,
o más o menos reconocible con lo que hoy identificamos como mundo
rico,
y otro en el Sur,
también con matices asociado al
pobre y degradado Tercer Mundo.
En éste escenario, en el Norte, menos de una cuarta parte de la
población mundial podrá residir por obra y gracia de la providencia
de nacer al norte de una línea, con el 80% de los recursos,
suficientes para garantizar unos mínimos -aunque por supuesto, con
desigualdades y brechas sociales cada vez mayores, a menos que
paremos el egoísmo ultra liberal- pero con el consenso y la
posibilidad de habilitar fronteras, ejércitos y guardianes, unas
veces más sutiles que otras, para frenar al resto de la población
que malvivirá con menos del 20% de los recursos y sufrirá lo peor
de la inestabilidad social, la violencia endémica, los conflictos
generados por los poderosos para mantener su estatus y un cambio
climático
ya irrefrenable y también provocado por el consumismo y la voracidad
de recursos de los ricos.
Este
paradigma no difiere en mucho de la construcción geo política que
pergeñaba el nazismo y aparece contrapuesto al internacionalismo
y el ideal de “fronteras
abiertas”.
Sólo
hay que recordar la inestabilidad
social
y más cercano el terrorismo
yihadista que aparece por Europa y cuyos autores materiales son
jóvenes, desarraigados, marginados y sin perspectivas de futuro.
Nacidos y criados ya en Europa, mientras sus padres alimentaron a la
baja la distribución de los salarios en la Europa posterior a la
caída del Muro de Berlín, ahora ellos se encuentran como víctimas
de esa misma rueda, cuyo siguiente engranaje ha consistido en la des
localización de la industria, la degradación del sector primario,
el desmoronamiento del sector público y la precarización
generalizada del mundo del trabajo bajo una fuerte terciarización
de la economía.
Por
lo tanto, es evidente que Europa no puede abrir de par en par las
puertas sin temor a aumentar la desigualdad fruto consecuente de
políticas ultra liberales que no han dudado nunca -y confiar que no
lo harán en un futuro de política económica expansiva- para
utilizar la mano de obra inmigrante, la vida de los hombres y mujeres
que buscan un futuro mejor, para
degradar las condiciones laborales de las clases trabajadoras
locales.
Es la lógica del capitalismo, aprovechar cualquier oportunidad para
debilitar a todo aquel con quien se relaciona en los mercados, en pos
de aumentar las plusvalías.
Algo
que de propina provoca el auge
de la xenofobia y la exaltación nacionalista,
recurso éste, que hemos visto y seguimos viendo, como factor de
desunión entre las clases trabajadoras. Para los poderosos, “No
hay mal que por bien no venga”.
Pero
bajo estos condicionantes no tenemos más que exigir y luchar por una
política
decente en materia de emigración.
Una política que funcione bajo la moral y la ética, y que sea
atrevida en detectar los problemas y plantear soluciones duraderas y
que vengan a buscar un mejor reparto en la disponibilidad de
recursos, así como para parar la huella que las guerras y el
despilfarro ecológico ocasionan en el Tercer Mundo.
Una
política que lejos de alimentar la rapiña y el egoísmo paré ya de
promover conflictos y guerras por el control del acceso a los
recursos energéticos y económicos en el Sur; necesitamos ya una
política en materia de seguridad que considere a todos los estados,
a todas las regiones, a todas
las personas como iguales y garantice por igual sus derechos.
La
solidaridad
debe ser principio básico pero que evolucione hacia una justicia
internacional capaz de frenar las agresiones y los intereses
pecuniarios de “Occidente” o del “Norte” para garantizar así
el futuro en el día a día de los países hoy emisores de migrantes.
Es
más vital que nunca, que con un pacto mundial, frenar el
calentamiento global que ya causa cada vez mayores desastres en éste
llamado Primer
Mundo,
pero que lleva decenios lastrando el resto del planeta, con sequías
o inundaciones que provocan cada vez mayores hambrunas y epidemias
además de dejar inservibles más y más áreas de la tierra para la
provisión de alimentos y hábitats humanos.
Sólo
con humanidad
y valentía,
con ética
y solidaridad,
y con razón
y ejemplaridad
podemos articular unas políticas aquí y ahora en lo concreto que
sean efectivas para frenar las oleadas migratorias, para
regularizarlas y para evitar que cada vez más y más personas tengan
que verse abocados a una aventura de incierto resultado, violenta,
indigna y dura, de años y países para tener un porvenir. Se lo
debemos y nos lo debemos.
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