domingo, 24 de septiembre de 2017

La legalidad de los sin vergüenzas

El 31 de agosto, Aminatou, Bebé, Pacience, Dalloba, Clemence, Merveille, y otra compañera aún por identificar partieron junto con otras 38 personas de las costas de Nador (Marruecos) para intentar alcanzar su sueño, llegar a territorio español y poder empezar una nueva vida. Pero la tragedia, y la indignidad, las esperaba aquel día.
Los supervivientes explicaron que: “Estábamos ya cerca de la playa de Melilla, vimos acercarse a la patrullera española (Guardia Civil), no nos rescataban y sospechábamos que esperaban a que viniese la Marina marroquí. Siempre lo hacen. Como no podíamos avanzar, algunos nos tiramos al agua, para llegar a nado a la playa, para que nos rescatasen. La Marina llegó, algunos fuimos detenidos por los marroquíes, otros por los españoles. La Marina enganchó a la zodiac, tiró de ella para sacarnos de la playa de Melilla, después volcó y murieron las mujeres. Esa zona siempre es muy peligrosa, cuando intentamos llegar a la playa nos bloquean entre las dos patrulleras españolas y marroquíes, para no dejarnos avanzar, y pasan muchos accidentes. DEP mis hermanas
El gobierno del Partido Popular incluyó en su famosa Ley Mordaza una disposición que modificaba la Ley de extranjería y que permite el rechazo en frontera de los inmigrantes para impedir su entrada irregular. Esta disposición ha sido condenada por el Consejo General de la Abogacía Española, por el Consejo de Europa y por decenas de ONGs especializadas en el asilo y la extranjería.
Esta disposición es a todas luces ilegal a nivel internacional,yendo en contra del principio de no devolución que se encuentra en la Convención de Ginebra de 1951 de la que España es parte, la Ley de asilo española, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un largo etcétera.

Por ello pedimos la supresión de esta disposición y el cumplimiento de las normas internacionales que acaben con las devoluciones en caliente y con muertes como las de estas siete mujeres.

En el mundo de hoy hay 230 millones de emigrantes internacionales, alrededor de un 3% de la población global, frente a los 174 millones estimados en el año 2000. Desde finales del siglo XX, una creciente desigualdad territorial y social, crisis y conflictos, así como la circulación de la información que estimula la comparación y las ganas de irse, aceleraron y globalilzaron las emigraciones.
Una encuesta realizada en 2014 por la OIT en 150 países, sugiere que más de una cuarta parte de los jóvenes de la mayoría de las regiones del mundo quiere residir permanentemente en otro país. Nada más comprensible en un planeta en el que 1200 millones de personas viven en la extrema pobreza y donde a una quinta parte de la población le corresponde sólo el 2% del ingreso global, mientras el 20% más rico concentra el 74% de los ingresos.
Parece que nos lanzamos abocados a un escenario de “dos mundos”, uno en el Norte, o más o menos reconocible con lo que hoy identificamos como mundo rico, y otro en el Sur, también con matices asociado al pobre y degradado Tercer Mundo. En éste escenario, en el Norte, menos de una cuarta parte de la población mundial podrá residir por obra y gracia de la providencia de nacer al norte de una línea, con el 80% de los recursos, suficientes para garantizar unos mínimos -aunque por supuesto, con desigualdades y brechas sociales cada vez mayores, a menos que paremos el egoísmo ultra liberal- pero con el consenso y la posibilidad de habilitar fronteras, ejércitos y guardianes, unas veces más sutiles que otras, para frenar al resto de la población que malvivirá con menos del 20% de los recursos y sufrirá lo peor de la inestabilidad social, la violencia endémica, los conflictos generados por los poderosos para mantener su estatus y un cambio climático ya irrefrenable y también provocado por el consumismo y la voracidad de recursos de los ricos.
Este paradigma no difiere en mucho de la construcción geo política que pergeñaba el nazismo y aparece contrapuesto al internacionalismo y el ideal de “fronteras abiertas”.
Sólo hay que recordar la inestabilidad social y más cercano el terrorismo yihadista que aparece por Europa y cuyos autores materiales son jóvenes, desarraigados, marginados y sin perspectivas de futuro. Nacidos y criados ya en Europa, mientras sus padres alimentaron a la baja la distribución de los salarios en la Europa posterior a la caída del Muro de Berlín, ahora ellos se encuentran como víctimas de esa misma rueda, cuyo siguiente engranaje ha consistido en la des localización de la industria, la degradación del sector primario, el desmoronamiento del sector público y la precarización generalizada del mundo del trabajo bajo una fuerte terciarización de la economía.
Por lo tanto, es evidente que Europa no puede abrir de par en par las puertas sin temor a aumentar la desigualdad fruto consecuente de políticas ultra liberales que no han dudado nunca -y confiar que no lo harán en un futuro de política económica expansiva- para utilizar la mano de obra inmigrante, la vida de los hombres y mujeres que buscan un futuro mejor, para degradar las condiciones laborales de las clases trabajadoras locales. Es la lógica del capitalismo, aprovechar cualquier oportunidad para debilitar a todo aquel con quien se relaciona en los mercados, en pos de aumentar las plusvalías.
Algo que de propina provoca el auge de la xenofobia y la exaltación nacionalista, recurso éste, que hemos visto y seguimos viendo, como factor de desunión entre las clases trabajadoras. Para los poderosos, “No hay mal que por bien no venga”.
Pero bajo estos condicionantes no tenemos más que exigir y luchar por una política decente en materia de emigración. Una política que funcione bajo la moral y la ética, y que sea atrevida en detectar los problemas y plantear soluciones duraderas y que vengan a buscar un mejor reparto en la disponibilidad de recursos, así como para parar la huella que las guerras y el despilfarro ecológico ocasionan en el Tercer Mundo.
Una política que lejos de alimentar la rapiña y el egoísmo paré ya de promover conflictos y guerras por el control del acceso a los recursos energéticos y económicos en el Sur; necesitamos ya una política en materia de seguridad que considere a todos los estados, a todas las regiones, a todas las personas como iguales y garantice por igual sus derechos.
La solidaridad debe ser principio básico pero que evolucione hacia una justicia internacional capaz de frenar las agresiones y los intereses pecuniarios de “Occidente” o del “Norte” para garantizar así el futuro en el día a día de los países hoy emisores de migrantes.
Es más vital que nunca, que con un pacto mundial, frenar el calentamiento global que ya causa cada vez mayores desastres en éste llamado Primer Mundo, pero que lleva decenios lastrando el resto del planeta, con sequías o inundaciones que provocan cada vez mayores hambrunas y epidemias además de dejar inservibles más y más áreas de la tierra para la provisión de alimentos y hábitats humanos.
Sólo con humanidad y valentía, con ética y solidaridad, y con razón y ejemplaridad podemos articular unas políticas aquí y ahora en lo concreto que sean efectivas para frenar las oleadas migratorias, para regularizarlas y para evitar que cada vez más y más personas tengan que verse abocados a una aventura de incierto resultado, violenta, indigna y dura, de años y países para tener un porvenir. Se lo debemos y nos lo debemos.

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