jueves, 30 de junio de 2016

El #Brexit como síntoma de una Europa antisocial y fascista

El pasado jueves día 23 el Reino Unido aprobaba por un 51'9% (frente a un 48'1%) salir de la Unión Europea en un referéndum denominado #Brexit que ha instalado a Europa y también Occidente en el miedo y que ya ha empezado a tener su influencia como por ejemplo en el resultado de las elecciones generales del pasado domingo en España.
Las consecuencias inmediatas de la decisión fueron las caídas de las bolsas europeas (con el refuerzo del Dolar y el Renmimbi, la moneda china), los beneficios de los especuladores que cambiaron libras el día antes cuando las encuestas daban la victoria al #Brexit, y la pérdida de valor de los miles de millones de los ahorros de los trabajadores británicos y de quienes trabajan allí.
Además ya tiene consecuencias políticas como la dimisión del Primer Ministro el conservador Cameron, principal impulsor de la consulta, dentro de su escalada al chantaje a la UE y que ha quedado relegado por las opciones xenófobas, populistas y descerebradas del ala más extrema de un partido conservador que ya saborea los pingues beneficios para la oligarquía británica explotando a la clase trabajadora ante el nuevo paradigma de un divorcio que se plantea difícil y de riesgo.
También en las filas del laborismo, el nuevo liderazgo más izquierdista de Jeremy Corbin sale tocado, tras no haber podido articular una campaña en favor de la permanencia en la UE victoriosa.
Y por supuesto, y con razón, tanto Escocia como Irlanda del Norte ya han expresado formalmente la petición de un referéndum de independencia de la corona británica, ya que en ambos territorios se votó y de manera mayoritaria por la permanencia. Lacerante es el caso escocés, donde el año pasado en el referéndum de independencia el principal argumento a favor de quedarse en el Reino Unido fue la expulsión de facto de la UE (una amenaza muy extendida también en casos como el catalán y el vasco, por cierto) y ese temor hizo que los escoceses decidieran quedarse, hasta este momento en el que se ven fuera de la UE y dentro de los dominios de Londres, escenario más que indeseable.
Nunca la relación entre la UE y el Reino Unido ha sido fácil. Ya desde el primer momento, la unión de los países del centro de Europa (Francia, Alemania, Italia y BE-NE-LUX) articulaban un tratado para defender su industria del ácero (material clave en los años 60) ante el poderío de la industria británica. Con los años se limaron asperezas y tras varios años de consultas, referéndums en contra y reuniones tanto secretas como al más alto nivel se fraguó la inclusión del Reino Unido en la ya Comunidad Económica Europea, aunque siempre con claras reticencias desde las islas, como por ejemplo con las firmas de los tratados, la puesta en marcha de los Espacios Comunes (Sanidad, Educación o el espacio Schegen) o la defensa a ultranza de la libra esterlina () frente el Euro (€).
De este modo y con constantes amenazas de abandono de la Unión, Reino Unido ha ido imponiendo ventajas en la relación entre ambas partes que siempre han sido azoradas cuando las cuestiones de política interna hacían tambalear las mayorías conservadoras, mucho más proclives a soliviantar los sentimientos nacionalistas y sembrar dudas sobre el proyecto europeo. Y en uno de esos chantajes se enfrascó el Primer Ministro en 2012 con la defensa de los espacios de sanidad en la nueva Europa, así como la apertura de fronteras ante las presiones migratorias en el sur y por las crisis de refugiados (políticos y económicos) que el neoliberalismo está creando en toda la periferia europea. Pero sobre todo eran las cuestiones económicas las que llevaron a Cameron a jugar con fuego y quemarse el pasado jueves. Por un lado las aportaciones a los rescates a las economías del sur (aquí ya he hablado varias veces que lo que realmente se han rescatado han sido los balances de los bancos alemanes... y británicos). Y sobretodo las nuevas políticas fiscales que se aventuraban en aquel momento de pleno estallido de las burbujas financieras que ponían en peligro el excesivo patrimonio de las familias ricas inglesas, así como los pingues beneficios que los paraísos fiscales adheridos a la corona británica pululan en el interior de Europa (Isla de Mann, Gibraltar, Malta, etc. y la propia City Londinense).
El órdago de Cameron era claro: Amenazar una vez más a Europa con la salida del Reino Unido, algo que no era el Primer Ministro británico que lo hacía, pero añadiendo la convocatoria del referéndum. Aquí es donde la medida de los riesgos de Cameron ha pecado de excesiva confianza, ombliguismo, tacticismo o quizás soberbia, porque la “nueva Europa” de Merkel, girada ya su centro decisorio hacía Berlín y Frankfurt no tuvo ningún problema en jugar la partida. Y aquí es donde han entrado los populistas más radicales, y por que no decirlo también los más grotescos, de la derecha británica. Una suerte de charlatanes fascistas, ultraliberales y demagogos que emplearon un discurso xenófobo, alarmista y falso para instalar en el miedo al populacho británico.
Con la amenaza del terrorismo llamando día si y día también en las puertas de Europa les resulto muy fácil engañar a un electorado, tremendamente numeroso, con la amenaza de la inmigración. El Reino Unido, fruto del imperialismo de los siglos XVIII y XIX ha recibido numerosas comunidades inmigrantes (hijos de la metropolí) que han enriquecido notablemente su sociedad, pero que es muy fácil de utilizar cuando tu mensaje va dirigido, machaconamente, a ciudadanos sin estudios o estudios básicos, sin trabajo ni expectativas de futuro en comunidades degradadas y abandonadas (fruto de la marcha por los designios neoliberales de los tradicionales centros fabriles, no por la llegada de inmigrantes). Jubilados con pensiones mínimas, y las comunidades agrícolas de Gales (curiosamente las zonas que más dinero han recibido de la UE no sólo de Britania, sino de toda la Comunidad) han sido el caldo de cultivo que han tomado la decisión (por todos los británicos).
En contra estudiantes, los profesionales cualificados y los funcionarios, y como decía hace unos párrafos Escocia o Irlanda del Norte donde el porcentaje de permanencia se ha ido al 80% (al 98'1% en Gibraltar). Todos ellos ahora se lamentan ante los insultos y las celebraciones de los partidarios del #Brexit que han puesto en una encrucijada de terribles consecuencias al pueblo británico y también a Europa.
Una Europa que una vez más, y cada vez serán más, ha pagado su excesivo conservadurismo, su capitalismo desaforado, las políticas de recortes y la austeridad cruel para con los ciudadanos. Ese modelo de Europa que se demuestra fracasado y nauseabundo y que está generando entre otras deleznables cosas, un continente a varias velocidades a consideración siempre de los más poderosos, las multinacionales y el dinero, orden supremo que todo lo rige para los inmorales que están tomando las medidas.
Y mientras tanto el fascismo avanza por Europa, la semana pasada en el Reino Unido, como antes por Hungría, Polonia, Austría... el Frente Nacional en Francia ya ha pedido un “Frexit” y en Escandinavia también ganan las posiciones más radicales de extrema derecha.
Todo ello por una Europa construida para el orgasmo continuo del dinero, donde valen más, mucho más los beneficios de los accionistas y su seguridad financiera, que los derechos de la ciudadanía y la garantía democrática. Esa Europa que está invitando a todos los pueblos a olvidarse de ella y caminar sólo.
Por supuesto que esa no sería la solución. En este mundo globalizado, no valen ni las aventuras en solitario ni las uniones artificiales creadas bajo el paraguas ficticio del crédito. Europa necesita reconstruirse, pero no repitiendo los mismos errores, sino creando una unión donde la justicia, la solidaridad y la democracia sean las garantías asumidas por todos los miembros no sólo en participación, sino también en defensa y promoción.
Como siempre en la historia, Europa puede y debe ser el génesis de un nuevo modelo de sociedad, más fraterna, libertaria, respetuosa, tanto con el distinto, como con el Medio Ambiente.
Y sin embargo tenemos a la Europa del capital enterrando, quien sabe si definitivamente, el sueño de la Europa fraternal y las sociedades del bienestar nacidas tras los desastres de las Guerras Mundiales tan lejanas en el tiempo pero que ya aparecen en un horizonte empujadas por el fascismo y la avaricía.
Tras el #Brexit, la Comisión Europea ya presiona a Reino Unido para tratar el divorcio de la manera más rápida sabiendo que se acercan elecciones en Alemania (el año que viene) y que está crisis política puede castigar a los conservadores alemanes, perros guardianes de los intereses económicos de quienes han impuesto una crisis social permanente a todos los demás.
Llegados a este punto, no puedo más que acordarme del Referéndum griego que en próximas fechas cumplirá un año. Syriza, con Tsipras y Varoufakis a la cabeza preguntaron a su pueblo si querían más austeridad, más sumisión, más indignidad. Si querían que lo público, lo de todos, y lo que nos da la igualdad de oportunidades como la educación, la sanidad o los servicios sociales pasaran a ser cuentas de beneficios y nichos de mercado de las multinacionales extranjeras. Recuerdo la reacción visceral en contra de todos los medios del capital, de los partidos tradicionales embobados en el neoliberalismo y de una Comisión Europea amenazante, cruel y sin piedad, pisando la democracia allí donde nació. Y ahora que han funcionado con un halo de indiferencia ante la amenaza del #Brexit Británico y resignación una vez confirmado.
Pero el proceso desde luego va a ser largo, penoso y va a dejar muchas víctimas, y por desgracia, no sólo en forma de políticos que pierden su cargo. Muy al contrario, todos vamos a ser los perjudicados, especialmente los británicos que van a vivir 10 años, por lo menos, ante un nuevo paradigma, para el que ni estaban preparados, ni existen protocolos, ni ejemplos y que van a traer consecuencias tangibles como la disminución en la esperanza de vida, la menor calidad de vida o el respaldo a la democracia.
Ante todas estas amenazas, no es la primera vez, ni será la última, escribo que es necesaria y clave, la unión, reivindicativa, dura y beligerante de toda la izquierda, más allá de banderas nacionales y fronteras territoriales. Tenemos los mismos problemas. Somos la carne de cañón de los mismos usurpadores, avariciosos e inmorales a los que no les importamos una mierda. La clase trabajadora europea tiene que unirse en la lucha activa en las calles con las herramientas de conflicto tanto laboral como social de las que disponemos y somos legítimos dueños. Nos jugamos Europa, nos jugamos un modelo de vida y nos jugamos el avance de la sociedad, el progreso para construir poco a poco un entorno donde todos y todas puedan ser felices.
Si no lo hacemos la derrota y la desilusión serán nuestro signo, porque en contra a la situación de las clases populares, las oligarquías, no tienen bandera, trabajan y funcionan al unísono para hundirnos en la miseria, porque lo único que les interesa es el dinero.

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