El pasado jueves día 23
el Reino Unido aprobaba por un 51'9% (frente a un 48'1%) salir de la
Unión Europea en un referéndum denominado #Brexit que ha instalado
a Europa y también Occidente en el miedo y que ya ha empezado a
tener su influencia como por ejemplo en el resultado de las elecciones generales del pasado domingo en España.
Las consecuencias
inmediatas de la decisión fueron las caídas de las bolsas europeas
(con el refuerzo del Dolar y el Renmimbi, la moneda china), los
beneficios de los especuladores que cambiaron libras el día antes
cuando las encuestas daban la victoria al
#Brexit, y la pérdida de valor de los miles de millones de los
ahorros de los trabajadores británicos y de quienes trabajan allí.
Además ya tiene
consecuencias políticas como la dimisión del Primer Ministro el
conservador Cameron, principal impulsor de la consulta, dentro de su
escalada al chantaje a la UE y que ha quedado relegado por las
opciones xenófobas, populistas y descerebradas del ala más extrema
de un partido conservador que ya saborea los pingues beneficios para
la oligarquía británica explotando a la clase trabajadora ante el
nuevo paradigma de un divorcio que se plantea difícil y de riesgo.
También en las filas del
laborismo, el nuevo liderazgo más izquierdista de Jeremy Corbin sale
tocado, tras no haber podido articular una campaña en favor de la
permanencia en la UE victoriosa.
Y por supuesto, y con
razón, tanto Escocia como Irlanda del Norte ya han expresado
formalmente la petición de un referéndum de independencia de la
corona británica, ya que en ambos territorios se votó y de manera
mayoritaria por la permanencia. Lacerante es el caso escocés, donde
el año pasado en el referéndum de independencia el principal
argumento a favor de quedarse en el Reino Unido fue la expulsión de
facto de la UE (una amenaza muy extendida también en casos como el
catalán y el vasco, por cierto) y ese temor hizo que los escoceses
decidieran quedarse, hasta este momento en el que se ven fuera de la
UE y dentro de los dominios de Londres, escenario más que
indeseable.
Nunca la relación entre
la UE y el Reino Unido ha sido fácil. Ya desde el primer momento, la
unión de los países del centro de Europa (Francia, Alemania, Italia
y BE-NE-LUX) articulaban un tratado para defender su industria del
ácero (material clave en los años 60) ante el poderío de la
industria británica. Con los años se limaron asperezas y tras
varios años de consultas, referéndums en contra y reuniones tanto secretas como al más
alto nivel se fraguó la inclusión del Reino Unido en la ya
Comunidad Económica Europea, aunque siempre con claras reticencias
desde las islas, como por ejemplo con las firmas de los tratados, la
puesta en marcha de los Espacios Comunes (Sanidad, Educación o el
espacio Schegen) o la defensa a ultranza de la libra esterlina (₤)
frente el Euro (€).
De este modo y con
constantes amenazas de abandono de la Unión, Reino Unido ha ido
imponiendo ventajas en la relación entre ambas partes que siempre
han sido azoradas cuando las cuestiones de política interna hacían
tambalear las mayorías conservadoras, mucho más proclives a
soliviantar los sentimientos nacionalistas y sembrar dudas sobre el
proyecto europeo. Y en uno de esos chantajes se enfrascó el Primer
Ministro en 2012 con la defensa de los espacios de sanidad en la
nueva Europa, así como la apertura de fronteras ante las presiones
migratorias en el sur y por las crisis de refugiados (políticos y
económicos) que el neoliberalismo está creando en toda la periferia europea. Pero sobre todo eran las cuestiones económicas las que
llevaron a Cameron a jugar con fuego y quemarse el pasado jueves. Por
un lado las aportaciones a los rescates a las economías del sur
(aquí ya he hablado varias veces que lo que realmente se han
rescatado han sido los balances de los bancos alemanes... y
británicos). Y sobretodo las nuevas políticas fiscales que se
aventuraban en aquel momento de pleno estallido de las burbujas
financieras que ponían en peligro el excesivo patrimonio de las
familias ricas inglesas, así como los pingues beneficios que los
paraísos fiscales adheridos a la corona británica pululan en el
interior de Europa (Isla de Mann, Gibraltar, Malta, etc. y la propia
City Londinense).
El órdago de Cameron era
claro: Amenazar una vez más a Europa con la salida del Reino Unido,
algo que no era el Primer Ministro británico que lo hacía, pero
añadiendo la convocatoria del referéndum. Aquí es donde la medida
de los riesgos de Cameron ha pecado de excesiva confianza,
ombliguismo, tacticismo o quizás soberbia, porque la “nueva
Europa” de Merkel, girada ya su centro decisorio hacía Berlín y
Frankfurt no tuvo ningún problema en jugar la partida. Y aquí es
donde han entrado los populistas más radicales, y por que no decirlo
también los más grotescos, de la derecha británica. Una suerte de
charlatanes fascistas, ultraliberales y demagogos que emplearon un
discurso xenófobo, alarmista y falso para instalar en el miedo al
populacho británico.
Con la amenaza del terrorismo llamando día si y día también en las puertas de Europa
les resulto muy fácil engañar a un electorado, tremendamente
numeroso, con la amenaza de la inmigración. El Reino Unido, fruto
del imperialismo de los siglos XVIII y XIX ha recibido numerosas
comunidades inmigrantes (hijos de la metropolí) que han enriquecido
notablemente su sociedad, pero que es muy fácil de utilizar cuando
tu mensaje va dirigido, machaconamente, a ciudadanos sin estudios o
estudios básicos, sin trabajo ni expectativas de futuro en
comunidades degradadas y abandonadas (fruto de la marcha por los
designios neoliberales de los tradicionales centros fabriles, no por
la llegada de inmigrantes). Jubilados con pensiones mínimas, y las
comunidades agrícolas de Gales (curiosamente las zonas que más
dinero han recibido de la UE no sólo de Britania, sino de toda la
Comunidad) han sido el caldo de cultivo que han tomado la decisión
(por todos los británicos).
En contra estudiantes,
los profesionales cualificados y los funcionarios, y como decía hace
unos párrafos Escocia o Irlanda del Norte donde el porcentaje de
permanencia se ha ido al 80% (al 98'1% en Gibraltar). Todos ellos ahora se lamentan ante los insultos y las
celebraciones de los partidarios del #Brexit que han puesto en una
encrucijada de terribles consecuencias al pueblo británico y también
a Europa.
Una Europa que una vez
más, y cada vez serán más, ha pagado su excesivo conservadurismo,
su capitalismo desaforado, las políticas de recortes y la austeridad
cruel para con los ciudadanos. Ese modelo de Europa que se demuestra
fracasado y nauseabundo y que está generando entre otras deleznables
cosas, un continente a varias velocidades a consideración siempre de
los más poderosos, las multinacionales y el dinero, orden supremo
que todo lo rige para los inmorales que están tomando las medidas.
Y mientras tanto el
fascismo avanza por Europa, la semana pasada en el Reino Unido, como
antes por Hungría, Polonia, Austría... el Frente Nacional en
Francia ya ha pedido un “Frexit” y en Escandinavia también ganan
las posiciones más radicales de extrema derecha.
Todo ello por una Europa
construida para el orgasmo continuo del dinero, donde valen más,
mucho más los beneficios de los accionistas y su seguridad
financiera, que los derechos de la ciudadanía y la garantía
democrática. Esa Europa que está invitando a todos los pueblos a
olvidarse de ella y caminar sólo.
Por supuesto que esa no
sería la solución. En este mundo globalizado, no valen ni las
aventuras en solitario ni las uniones artificiales creadas bajo el
paraguas ficticio del crédito. Europa necesita reconstruirse, pero
no repitiendo los mismos errores, sino creando una unión donde la
justicia, la solidaridad y la democracia sean las garantías asumidas
por todos los miembros no sólo en participación, sino también en
defensa y promoción.
Como siempre en la
historia, Europa puede y debe ser el génesis de un nuevo modelo de
sociedad, más fraterna, libertaria, respetuosa, tanto con el
distinto, como con el Medio Ambiente.
Y sin embargo tenemos a
la Europa del capital enterrando, quien sabe si definitivamente, el
sueño de la Europa fraternal y las sociedades del bienestar nacidas
tras los desastres de las Guerras Mundiales tan lejanas en el tiempo
pero que ya aparecen en un horizonte empujadas por el fascismo y la
avaricía.
Tras el #Brexit, la
Comisión Europea ya presiona a Reino Unido para tratar el divorcio
de la manera más rápida sabiendo que se acercan elecciones en
Alemania (el año que viene) y que está crisis política puede
castigar a los conservadores alemanes, perros guardianes de los
intereses económicos de quienes han impuesto una crisis social permanente a
todos los demás.
Llegados a este punto, no
puedo más que acordarme del Referéndum griego que en próximas
fechas cumplirá un año. Syriza, con Tsipras y Varoufakis a la cabeza preguntaron a su pueblo si querían más austeridad, más
sumisión, más indignidad. Si querían que lo público, lo de todos,
y lo que nos da la igualdad de oportunidades como la educación, la
sanidad o los servicios sociales pasaran a ser cuentas de beneficios y nichos de mercado de
las multinacionales extranjeras. Recuerdo la reacción visceral en
contra de todos los medios del capital, de los partidos tradicionales
embobados en el neoliberalismo y de una Comisión Europea amenazante,
cruel y sin piedad, pisando la democracia allí donde nació. Y ahora
que han funcionado con un halo de indiferencia ante la amenaza del
#Brexit Británico y resignación una vez confirmado.
Pero el proceso desde
luego va a ser largo, penoso y va a dejar muchas víctimas, y por
desgracia, no sólo en forma de políticos que pierden su cargo. Muy
al contrario, todos vamos a ser los perjudicados, especialmente los
británicos que van a vivir 10 años, por lo menos, ante un nuevo
paradigma, para el que ni estaban preparados, ni existen protocolos,
ni ejemplos y que van a traer consecuencias tangibles como la
disminución en la esperanza de vida, la menor calidad de vida o el respaldo a la democracia.
Ante todas estas
amenazas, no es la primera vez, ni será la última, escribo que es
necesaria y clave, la unión, reivindicativa, dura y beligerante de
toda la izquierda, más allá de banderas nacionales y fronteras
territoriales. Tenemos los mismos problemas. Somos la carne de cañón
de los mismos usurpadores, avariciosos e inmorales a los que no les
importamos una mierda. La clase trabajadora europea tiene que unirse
en la lucha activa en las calles con las herramientas de conflicto
tanto laboral como social de las que disponemos y somos legítimos
dueños. Nos jugamos Europa, nos jugamos un modelo de vida y nos
jugamos el avance de la sociedad, el progreso para construir poco a
poco un entorno donde todos y todas puedan ser felices.
Si no lo hacemos la
derrota y la desilusión serán nuestro signo, porque en contra a la
situación de las clases populares, las oligarquías, no tienen
bandera, trabajan y funcionan al unísono para hundirnos en la
miseria, porque lo único que les interesa es el dinero.
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