viernes, 24 de diciembre de 2021

Íbamos a salir mejores

 

Después de cuatro meses podía ir a ver a mis padres y mi hermano. Retorno al hogar materno, por Navidad; a esa Salamanca expoliada de talento y juventud; vueltas de ese exilio económico y también social. También en el caso de mi hermano. Y en el de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, salmantinas y salmantinos emigrados. Ayer era el día de prepararme, hacer un poco de equipaje. Realmente muy poco, porque mi madre conserva mi habitación como cuando tenía 20 años (menos los posters de grupos heavies y jugadores de baloncesto) y tengo allí una cantidad de ropa todavía importante. Pero fue un día de incertidumbre.

De incertidumbre, asqueo y cabreo. Porque todos los planes al final acabaron dependiendo del positivo o no de una de esas personas que ha decidido unilateralmente, que sus cañas, sus viajes o sus “chupar barandillas”, importan más que el abrazo de mi madre tras cuatro meses.

Estoy harto de la libertad sin responsabilidad convertida en egoísmo. Al final somos siempre los mismos, una buena mayoría, pero muda, la que tiene que deshacer planes, encerrarse en casa y lamentarse para que la cosa no se desboque aún más. Porque ya va un año largo en las que una serie de personas hacen los que les da la gana sin preocuparse no ya de su salud -que a estas alturas de la película a mi también me importa una mierda-, sino que pasan de la de los demás. No les preocupa que sus acciones, la relajación de la prevención, tiene consecuencias. Que a mucha gente cercana le complica la vida y le hace pasar muy malos tragos. Y que pueden ser aún mucho más graves.


La variante Omicron del coronavirus demuestra varias cosas. La primera de ellas es que la vacunación es un éxito. Pero es un éxito relativo. Si en España podemos, con reservas, sacar pecho del trabajo y proceso de vacunación, con el abnegado trabajo de las y los trabajadores de la Sanidad Pública y con una máxima responsabilidad por parte de una mayoría de la población, en el resto del mundo aún queda un larguísimo camino por recorrer. Y mientras la vacunación no llegué a ese 80% o 90% en África no se puede hacer nada. Porque el virus seguirá mutando, haciéndose resistente a las vacunas. Y en Europa nos podremos poner, realmente porque los gobiernos las están pagando, las dosis de refuerzo que queráis. La pandemia se seguirá reciclando en olas sucesivas, colapsando los servicios de salud hasta llegar al punto en que una nueva versión del virus, haga inútiles los pinchazos, vuelva ineficaz la inmunidad y alcance de nuevo una mortalidad extrema. La liberalización de las patentes de las vacunas ya no sólo es un derecho humano. Es que es imprescindible para superar esta situación. Tiempo al tiempo.

Mientras tanto, y en segunda demostración de cómo el coronavirus nos ha cambiado la vida, el individualismo se hace cada vez más incompatible con la vida en sociedad. Las actitudes y comportamientos de buena parte de las personas se llevan a un extremo donde el egoísmo atenta la vida, la libertad y la dignidad de otras personas. La falta de responsabilidad y el infantilismo son absolutos y te dan ganas de empezar a deportar a gente a los gulags.

En clase de Ética se decía que “la libertad de uno termina donde empieza la del otro”. Tan necesaria es en este momento, que no sólo la ética (y la filosofía) se tiene que fijar en la educación obligatoria por encima de otras materias (religión y también infinitas horas mal gastadas en matemáticas o idiomas extranjeros), sino que bien valía para tatuarse la frase en la frente y en las manos de todos los desalmados que no se han cortado ni un pelo en salir en cada puente, viajar sin control, llenar los bares y organizar cenitas y quedadas.

La tercera cosa que está demostrando el coronavirus, y ya he hablado de esto, es la constatación de que las clases sociales existen y la lucha obrera es la consecuencia natural y necesaria. Esto me cabrea porque es una oportunidad perfecta para que una izquierda, política, sindical, asamblearia, alternativa y altermundista aprovechará la ocasión y actuará en consecuencia. Con pedagogía, con lucha y con programa. Pero para ello tan necesario sería una activación y formación previas, que ya habrían puesto los albores de la movilización social. Luego ves el erial que son nuestros partidos, sindicatos y asambleas de base y te dan ganas de emigrar. Más aún.

La variante Omicrón está disparando los contagios en España sobretodo tanto en cantidad como gravedad entre los cenutrios que no estaban vacunados. Pero por su irresponsabilidad, su indigencia moral e indecencia social también entre las personas que han respetado todas las medidas y se ven arrastrados por el egoísmo de los idiotas. Odio el termino mariano (por M. Rajoy) de mayoría silenciosa, pero ha llegado el momento de que esta mayoría grite y ponga las cosas en su sitio ante negacionistas, fascistas y cuñaos, todos el mismo pelaje de infraseres.

No sólo no existe el derecho a no vacunarse. Es una obligación porque en esas fisuras de una estrategia de vacunación se abren grietas en el sistema sanitario y en la salud general de la población. Lo que existe, y además está amparado por la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre, es el derecho a la protección de la salud.

No hay justificación para que una persona no se vacune porque no quiere, poniendo en riesgo a todas las personas que le rodean, lastrando la lucha contra la pandemia, la victoria final y propiciando nuevas mutaciones que nos mantengan en este pseudo estado de alarma que es la nueva normalidad y que no se parece en nada a la normalidad de 2019. Porque no vacunarse en el primer mundo, es un privilegio económico que miles de millones de personas no pueden permitirse. De hecho, tampoco pueden permitirse, que tú egoísta irresponsable, decidas no vacunarte.

En ese sentido, y otra enseñanza que nos trae la nueva variante del coronavirus es la necesidad de plantear desde las administraciones estrategias que contradigan con los actos los bulos y las mentiras. Que hagan algo. Tomen partido y no sean meros pacientes, sino sujetos actores que propongan y vehículicen el interés general. Esta “moda” de gestión política, claramente neoliberal, de no hacer nada es un lujo que las democracias no pueden permitirse.

Por ejemplo, la obligatoriedad del pasaporte covid para entrar en los bares ha hecho que en dos días se vacunarán en Madrid 70.000 personas que no lo hicieron a su debido tiempo. La amenaza velada para no poder irse de jarana (también estaba la de poder ser despedidos del trabajo pero curiosamente esa no se ha esgrimido) ha alentado una vacunación masiva que siempre es una buena noticia. Y es que lo bueno del egoísmo y el individualismo es que es un camino de dos direcciones, y al final, se pueden conseguir los objetivos atacando las bases de intereses individuales. Aunque sean tan cutres y cuestionables como irse de bares.

 

Decían que íbamos a salir mejores. Que los aplausos a los sanitarios y al personal esencial nos harían más conscientes de la dignidad de las personas, sus trabajos y condiciones y relaciones. Que habría más empatía, menos estrés y al final recuperaríamos el carácter colaborativo y cooperativo de la sociedad.

Pues bien, ha pasado un año y de eso nada. La gente hace lo que le sale de los huevos sin mirar si al de al lado lo joden, lo pisan o lo desgracian. Esto que ya era la tendencia antes de la COVID-19, ahora se ha agravado. Las agresiones verbales y físicas crecen cada día ante el personal sanitario que se ha visto vendido por los dirigentes políticos de este país, vilipendiados por la derecha y NO-defendidos por la supuesta izquierda. Convencionalismos como las vacunas o la sanidad pública que gracias a la ciencia, la experiencia y el saber han mejorado la vida de millones de personas durante los últimos 100 o 150 años, ahora son puestos en solfa por una libertad de expresión transformada en libertad de mentir.

La nueva realidad es vivir en la incertidumbre. En la precariedad. En el convencimiento de que el aislamiento social hoy es una victoria. Vivimos en una desconfianza en aumento hacia los demás y también, hacía las instituciones democráticas y los politicastros que mal gestionan, por regla general, este país. El abandono al sálvese quien pueda y al consumismo más feroz.

El “autocuidado” de Ayuso es en neolengua la sanidad pública desmantelada por el neoliberalismo y el caciquismo de unos políticos que se han presentado como grandes gestores, pero que en realidad han malvendido hasta el último céntimo las riquezas de la democracia españistaní. Incluidos los pilares del sistema económico y social. Es a la vez un insulto a la dignidad de la clase trabajadora. Una mentira porque la gran mayoría de la población tendrá que combinar su “autocuidado” con cumplir jornadas laborales intensas que le pondrán en riesgo para poder seguir pagando hipotecas, alquileres, alimentación y alguno de esos “absurdos vicios vitales” que tienen los trabajadores. Pero también es una verdad porque cuando en mayo le dieron una mayoría al calor de las cañas y vivir a la madrileña, estaban las reducciones presupuestarias que se han traducido en despidos de médicos, rastreadores y todo personal sanitario. Las colas de hoy ante farmacias y centros de salud se podían haber evitado con colas ante los colegios electorales para votar a la izquierda. Y en las calles apoyándola, sugestionándola y abocándola a garantizar por ley la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales.

Todo lo demás son lamentaciones de última hora.

Pero es la constante lucha electoral ininterrumpida de la política de bloques que vivimos en España. Incapaz de llegar a acuerdos que mejoren las condiciones de vida. Carentes de la más mínima decencia para gestionar y ser valientes a la hora de tomar las medidas necesarias para mejorar la situación. Sin importarles encuestas, ni elecciones, ni cortoplacismos. Sólo gestión efectiva. Sólo acuerdan para seguir exprimiendo al trabajador y a la mujer trabajadora. Para mal vender el país. Pero no para actuar con responsabilidad, cercando al fascismo, a los bulos y a los imbéciles egoístas e irresponsables. Y así nos va.

Necesitamos que el pacto de gobierno PSOE-Unidas Podemos se lleve a cabo completamente y se reforme la Constitución (¡Cuándo menos!) para blindar la Sanidad Pública. Dotarla de financiación suficiente para sufragar los servicios, mejorar las condiciones de trabajo de los y las profesionales, que estos se jubilen cuando toque y den el testigo a las nuevas generaciones de trabajadores. Que mejore la respuesta científica, asistencial y estratégica de una Sanidad Pública que no sufra ni privatizaciones, ni externalizaciones, ni doblajes de su personal a la privada. Un pacto para garantizar en todos los presupuestos, tanto del Estado como de las Autonomías, un 7% dedicado a ella (otro tanto para la Educación Pública) para llegar a los estándares europeos. Con un compromiso de vigilancia y respeto a estos acuerdos y a su cumplimiento por parte de las autonomías. Reforzar el artículo 43 de la Constitución para garantizar la igualdad de derechos, la más básica y elemental, la de la salud del estado.

Sin embargo vamos a contratar a médicos jubilados y pre-jubilados cuando se han despedido por miles a los jóvenes y que van a acabar emigrando. Parece una gran idea que seguramente en las siguientes elecciones quedará validada.

Voy a parar ya. Vaya calentón que llevo. He llegado ya a casa y por fin puedo abrazar a mis padres y a mi hermano. Disfrutad de la noche! Y Feliz Navidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Manifiesto Comunista. Comentario

  Introducción En 1848 se publicaba el documento político-ideológico y filosófico más trascendental de la Historia de la Human...