miércoles, 15 de abril de 2009
Caminando sin andar
Deslice mi mano, pero ya te habías ido. En esa aventura era la presentación a mis palabras, pero el adiós de mi mirada. Hace un segundo había soñado, había violado mi propia creencia con tal de un momento de felicidad. Pero fue un segundo tardío, horrible porque ya me volví a quedar en el camino. Toda la lucha por cerrar caminos entre cumbres afiladas se vino abajo con tan sólo el azar de tu sonrisa. Lejos quedan los días de maldecir, las horas de llorar, los minutos de odio, todos ellos una máscara que escondía el verdadero sentimiento. Sigamos camino entre los asfaltos y el intervalo de las farolas hasta buscar lecho, sin más compañía que mi sombra, único amigo en la batalla ante la muerte.
Convencido de que jamás dejaré de luchar blandé espada en la diestra y cerre el puño de la siniestra para lanzarme al abismo; con tal sorpresa de saltar a la esfera y mirar cara a cara, el desdén del poder eterno y establecido. Luchar es mi último anhelo por lo que no cejo en mi empeño y con la ira disfrazando mi rostro, alce la vista.
Pero mirando hacia arriba, al resplandor de la luna, repentinamente vi al Coloso sentado, elevándose y borrando las estrellas y cubriendo la noche con negrura; y a los pies de ese ídolo vi reyes que rezaban y hacían reverencias y los días que son y todas las veces y todas las ciudades y todas las naciones y todos sus dioses. Ni el humo del incienso ni la combustión de sacrificios alcanzaban sus colosales cabezas, estaban ahí para no ser alcanzados, para no ser derribados, para no ser despojados.
Y yo dije con tristeza: no vine a ver dioses pavorosos, sino que vine a verter mis lágrimas a los pies de ciertos pequeños años que están muertos y que jamás volverán.
Pero entonces, sin despertar del sueño, yo mismo me replique: estos son los años que están muertos, sólo los inmortales; todos los años son Sus hijos. Ellos modelaron tus sonrisas y tus lágrimas; todos los dioses fueron creados por Ellos, y todas las Diosas viajaron buscando tu corazón porque ellos quisieron; todos los hechos y eventos fluyen desde sus pies como un río, los mundos son piedras que Ellos han arrojado al aire, y el Tiempo y todas sus centurias postradas detrás con crestas doblegadas en símbolo de vasallaje a pies.
Así se barajan mis cartas en búsquedas de rojos de pasión, pero hallados en negro de dolor, donde cada día amanece como una tibia esperanza, para conformarse en las horas como una pérdida de tiempo. Alejado de sentimientos, mi propio amor impregna el aire hasta que consigo masticarlo, y entonces, sólo entonces, me alejo de vuestro recuerdo para calmar mi ansiedad a base de golpes, esfuerzo o el sonido embrujador de seis cuerdas atadas al mastil en el que deseo morir crucificado.
Camino entre las flores, buscando vestimenta para mi corona funeraria; el lirio pareció demasiado grande y el laurel muy solemne, y no encontré nada lo bastante delicado ni valioso como para entregar como ofrenda a los años que habían muerto. Y al final hice una delgada corona de rosas negras, enredadas y pobladas de espinas, como primer escollo para vislumbrar mi lápida que a veces deseo se haga piedra eterna cubierta por musgo con mi nombre olvidado e ignorado, y otras sueño, con que el surco de la grafía en la sepultura se bañe en plata y negro para relucir con el sol del día, la luna de las noches y tus ojos cuando la miran.
P.D.: A todos mis amores; el hasta ahora, único real, el utópico, el imposible, el lejano,... y también a todas ellas de horas compartiendo sabanas y besos, pero que se alejan dejandome sólo devorándome las entrañas.
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