Hoy
en día existe un momento en toda vida de un treinteañero (o
treinteañera) en el que se hace imprescindible tomar una decisión
que puede marcar su pasado y su futuro. Cuando
en el whatsapp
entra el mensaje de bienvenida de un nuevo grupo que viene a celebrar
una reunión de los antiguos compañeros de clase. Ahí, en ese
instante se toma diferencia entre los que mantienen su propia
coherencia y los que deciden rememorar viejos laureles, más que nada
para fardar y mostrar su nueva vida, con sus hijos, sus hijas, sus
monovolúmenes y sus trabajos de mierda. Lo que interesa, no es tanto
quedar y emprender o reemprender un camino de fraternidad con los
viejos amigos y amigas del colegio, sino
cotillear sobre la vida actual de cada uno y hacer apología del
ombligo propio para luego exhibirlo entre las redes sociales -online
y sobretodo offline-
de cada uno, donde ahí si que hay personas que les interesan mucho
más.
Del
estupor del primer mensaje al momento de salir del grupo por la
cabeza se te pasan imágenes dantescas en las que te ves compartiendo
mesa y mantel con gente que puede que no veas desde hace 20 años.
Que no te ha interesado en absoluto (hubiera sido muy fácil
buscarlas) o
a las que no has interesado jamás (a ellas les hubiera sido igual de
fácil buscarte).
O que cuando te has cruzado por la calle ha girado el cuello o
incluso cambiado de acera para no saludarte. Y ojo que yo también lo
he hecho y me avergüenza.
A
mi no se me ha perdido nada en tal reunión. Deseo que lo disfruten y
que saquen algo más que simples fotos para el facebook.
Si se retoman viejas amistades, se ayudan y mejoran sus vidas, sería
perfecto. Pero en mi caso, prefiero ser coherente y mantener mi
camino que básicamente es ir viviendo y procurar hacer mejor la vida
a las personas que me demuestran que les importo y que me importan.
No
tengo tiempo para perderlo, y menos aún hoy en día, con gente que
ni me va ni me viene.
En
cada década, cada generación, desde su madurez, fantasea e idealiza
la época de su infancia y adolescencia. Pero es que además, hoy en
día, vemos como al calor y el hedor de las redes sociales se hace
más impostado ese interés que no viene a ser otra cosa que
alimentar el propio ego. Unos cuantos “likes”
en la foto de reencuentro para satisfacer el egoísmo
de cada uno y cada una. Enseñar hasta la nausea ajena lo guay que
éramos, lo bien que nos llevábamos y lo idílico que fueron
aquellos nefastos años.
En
los 90 se añoraban los 60. A principios de los 2000 gustaban los 70.
De hace 10 años para acá es la moda los 80 y ahora empiezan a
colarse esos años 90, horteras y mediocres, que amenazan con volver
a vestirnos con pantalones anchos y abrigos de plumas. Vivimos
en la época de la comercialización de la nostalgia.
Cuidado.
No quiero caer en el efecto contrario y demonizar mi etapa escolar.
Guardo un buen recuerdo de mi EGB. Me gustaba mi colegio, entonces
rodeado por pastos de ganado bovino, con zonas de vegetación casi
salvaje, pistas de tierra y grava donde rasparte las rodillas y
bordillos peligrosos manchados de infantil sangre. De mis profesores
el recuerdo es peor puesto que salvo a un par de educación física,
al resto le importábamos menos que una mierda.
Un
recuerdo claro que tengo era ver como aceleraban el Lancia
al salir del pequeño aparcamiento a las 5 de la tarde cuando se
montaba una pelea en
la era de enfrente a la salida
del colegio. También me acuerdo de botefadas, cachetones, tirones de
patilla, reglazos y contestaciones inoportunas. Mi paupérrimo inglés
nace de aquella época. Y mi bajo nivel en matemáticas lo mismo. Los
chicos veíamos como nuestras notas y trabajos
valían la mitad que el de las chicas, gracias a una feminista
amargada que en vez de educar en igualdad, primaba la cursilería y
el peloteo de mis compañeras de clase. Si
me acuerdo de Sagrario, la logopeda que me ayudo para poder
pronunciar bien y controlar lo que hoy se llama Trastorno
de Déficit
de Atención e Hiperactividad
y que en aquel entonces era que su
hijo, señora,
es un trasto.
De
los niños y niñas que nos juntábamos ahí guardo
un buen recuerdo matizado por lo que voy aprendiendo
en cada momento. Me
acuerdo mucho y con buen recuerdo de Javi, de David, de Gloria, de
Nuria… Personas que he vuelto a ver estos años y que nos hemos
saludado y conversado. Por estar con ellos, todavía me lo pensaba.
También y casi cada día, recuerdo a Rubén, nuestro amigo fallecido
hace 18 años en accidente de tráfico.
En
aquel pequeño cosmos había de todo. Abusones, marginados, acosados,
empollones, brutos, acomplejados y elitistas. Sobretodo esto último.
Las
marcas ya hacían de las suyas y llevar unas Paredes
era poco menos que ser considerado un paria social -sobretodo por las
niñas-. Contra más demostrabas que te afectaba, más se afanaban
en humillarte y aprovecharse.
En
aquel colegio había que cuidarse de que los gitanillos no te robaran
el bocadillo o te pegaran una paliza de la que no te podías defender
ante la amenaza de que te clavaran con una navajilla o un cúter. A
los profesores todo esto les importaba un carajo. A los compañeros
de clase menos todavía y hasta que no te atrevías a devolver un par
de hostias y demostrar que los tenías bien plantados no te dejaban
en paz. Entonces funcionaba el ascensor social y el gitano abusón se
iba a tratar de amedrentar
a otro y tu te quedabas en el limbo de la intrascendencia. Qué
tranquilidad.
Yo
me movía o al menos trataba de hacerlo en la media. Sin hacer ruido
y sin querer destacar ni por arriba ni por abajo. Perfil bajo que se
dice hoy en día. Me
gustaba el recreo que era comerse un bollo de pan horneado por mi
madre con cuatro onzas de chocolate negro dentro y ponerse a jugar al
fútbol contra los de otro curso. Había hasta clasificación oficial
de pichichi.
Por
supuesto, tengo amigos de aquella época. Me atrevo a decir que
seguramente de toda esa clase David, Miguel y yo, seamos los únicos
que nos vemos con regularidad y nos sabemos el
cumpleaños del otro. Es la demostración
de
estar con la gente que a uno le importa lo que hace trascendente el
tiempo y el modo de pasar la vida.
Hace
no tanto tiempo hablábamos de si se pudiera viajar en el tiempo a
qué época o momento volveríamos. Y nosotros lo teníamos claro. A
la época de la EGB ni de coña.
Así
que por todo esto y alguna cosa más me borre de tan “magnífica”
idea. Como
he dicho antes espero que disfruten y saquen algo más en positivo que ver lo calvos, gordos o gilipollas que nos hemos vuelto. En mi caso prefiero mantener mi
personalidad retraída y antisocial. O cualquier otra cosa que se les
ocurra, porque realmente me importa un pito.
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