Me
encuentro sorprendido y a la vez apesadumbrado por todo lo que ha
acontecido estos últimos meses. Tras la confrontación
electoral
total de abril y mayo yo, al igual que muchas y muchos, dábamos por
hecho un gobierno socialista, con o sin participación directa de
Unidas Podemos, pero bajo un programa con unas cuantas y necesarias
medidas de izquierdas. Sin embargo, hemos asistido estupefactos a un
juego
de trileros
que a servidor, ya en julio con la primera ronda de contactos y
sesión de investidura, le quedo claro se abocaba a unas nuevas
elecciones generales.
La victoria en las generales de abril daba a Pedro
Sánchez
el mandato para formar gobierno. Todo parecía diáfano y claro. El
pueblo había hablado, y una vez más, expresado la necesidad
imperiosa de llegar a acuerdos
y pactos.
De hacer política para solventar desde lo más urgente a lo más en
perspectiva. Y de lo pequeño a lo grande. Y una vez más los
políticos españoles han fallado a su pueblo.
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Primero porque ante un sistema de representación política totalmente sobrepasado y desactualizado no han sabido nunca -o no han querido- darle puestas a punto y convertirlos en maquinarias engrasadas que muestren (y faciliten) la expresión popular basada en las urnas. Que de eso se trata una democracia.
-
Y segundo porque vuelven a ser víctimas del cortoplacismo y sobretodo de un afán por la supervivencia política, de mantener y ampliar los privilegios de la casta, muy por encima de las necesidades de una sociedad que no está para prórrogas, repeticiones electorales y tanto eslogan manido.
Quizás
el varapalo que toda la izquierda real se llevo en las elecciones de
mayo envalentonaron a Pedro Sánchez, a su equipo y a la oligarquía
que lleva explotando España 80 años. Aquel domingo España volvía a la casilla de salida. Al 14 de mayo de 2011. Viendo como se
conformaban ayuntamientos, comunidades autónomas y parlamento
europeo parecía que el
bipartidismo aguantaba el tirón,
con un PP encabezando el espectro de la derecha y sometiendo a sus
marcas blancas liberal y fascista; y con un PSOE dominando el
centro-izquierda, con una izquierda sometida y humillada yendo
irremediablemente a la irrelevancia.
Pedro
Sánchez era el encargado de formar gobierno y para hacerlo
necesitaba apoyos. Y en casi 5 meses sólo ha recabado uno: el del
diputado de Revilla. En una situación normal, Pedro
Sánchez
sería el gran fracasado y debería irse a su casa dando paso a un
nuevo o nueva líder del PSOE. Pero España y su alta política es
cualquier cosa menos normal y aquí estamos padeciendo la estrategia
de la humillación constante a la izquierda,
a los millones que votamos esa opción (incluso en sus distintas
vertientes ideológicas) y también a los que el 15M gritábamos que
No
nos representan.
Se
hace evidente que más allá de fibias y fobias la coalición
electoral
era la mejor forma de gobierno para dotar al país de estabilidad y
poder avanzar en medidas tanto políticas, económicas y sociales
necesarias para mejorar la vida de la gente.
Pero
Sánchez se ha negado en redondo y ha sido el protagonista
de una obra teatral llena de golpes de efecto y titulares de última
hora que han sido una constante campaña
electoral continua,
porque siempre, desde el primer momento, ha tenido claro que el 10 de
noviembre, España votaba de nuevo. Y el público, el electorado, ha
ido abandonando asqueado el teatro hacia otros menesteres más
agradables
El
tiempo se acaba y mientras nuestros políticos se enzarzan en
discusiones vanas los problemas sociales y disfunciones democráticas
de éste estado se agravan.
Hablo
de toda la miseria generada durante los lamentables mandatos de Rajoy (corrupción, justicia de partido, destrozo de la convivencia, destrozo del patrimonio público, sobrecostes en inversiones, privatización de la sanidad, privatización de la educación, prebendas a la iglesia, sistema de pensiones, freno a las ayudas de dependencia, reformas laborales -también la de Zapatero- que han abonado el terreno a la precariedad y el paro, estafa con las eléctricas, destrozo de las renovables, subidas del IVA, bajadas de impuestos a ricos y grandes empresas, fracaso en los Objetivos del Milenio, pucherazo electoral y voto robado...). Multitud de decretos ley que hay que revertir. Hablo de paliar
todas las tropelías y estafas que la
crisis inacabable está dejando,
cuya solución ultra liberal amplia y que fortalece un capitalismo de
amiguetes insoportable. Hablo de un clima y un medio natural que se
degrada a pasos agigantados y entrando ya en el terreno de lo
irrecuperable. Hablo de millones de mujeres que viven su vida lejos
de la plena libertad y dignidad individual y colectiva. Hablo de una España vaciada cuya situación es desesperada. Hablo
de un sistema de convivencia que se va al garete mientras los
balcones se llenan de banderas y a la espera de una condena al procès
que puede derribar todos los puentes. Hablo
de una democracia que es una dictadura oligarca de tapadillo, con
cientos de miles de represaliados sin reconocer y llena de prebendas
para los que se beneficiaron del fascismo. Hablo de tantas y tantas
cosas que podía seguir escribiendo durante todo el día y no haría
más que caer y que cayéramos todos en la desesperación y en el
hartazgo.
Pero
todo esto no le importa a Pedro Sánchez y a un PSOE envalentonado
que ha olvidado aquel “con
Rivera no”
de la noche del 28 de abril. El desprecio a Podemos, sus
confluencias, a su líder y a sus votantes ha sido constante.
Como
clase trabajadora y movimiento político de izquierdas tenemos que
aprender esta lección: Si logramos el avance y el progreso para éste
país no será con el PSOE. Ni con su dirección de oligarcas
baronías ni tampoco con sus bases electorales. La
revolución vendrá pese al PSOE.
En éste blog he hablado muchas veces de la necesidad de que Podemos,
Izquierda Unida, Equo o cualquiera que quiera hacer la revolución
que España necesita, de contar, de convencer, a unas bases
socialistas. Tanto ante las urnas, como en las calles. Pero
desgraciadamente, me estoy dando cuenta que buena parte de esas bases
son forofos de partido, sin capacidad de crítica y lo que es más
doloroso, sin intención de exigir unos valores democráticos,
republicanos, socialistas en lo económico y antifascistas lo
suficientemente fuertes como para mantener a su partido en un centro
izquierda tibio, desde el que poder construir.
Aupado
por un sistema de privilegios basado en la dictadura y la idealizada
transición, que se defiende como gato panza arriba. Fortalecido por
unas encuestas que más allá de la desafección
política
no castigan su desidia y constantes atropellos. Y siguiendo una ruta
marcada por su equipo encabezado por Iván
Redondo y totalmente a favor de estado de las cosas, Pedro
Sánchez nos lleva sin remisión a volver a votar el próximo 10 de
noviembre.
Habrá
repetición electoral no por un mero formalismo lingüístico o
administrativo, sino porque probablemente
se repetirá el resultado de bloques
(aunque
con mayor abstención,
eso seguro). Serán nuevas elecciones, las de la XIV
legislatura,
y en ellas deberíamos de votar en consecuencia y hacer pagar a
quienes no han podido y no han querido llegar a acuerdos respetando
la soberanía popular que se expresó el pasado 28 de abril. Los que
nos han fallado ya no deberían volver a presentarse (Sánchez,
Iglesias y Rivera van a por sus cuartas elecciones generales)
incapaces por inutilidad o por intereses y ambiciones personales de
llegar a acuerdos para dotar de estabilidad al país. Y nosotros como
electorado tendríamos que actuar en consecuencia. Desgraciadamente,
las experiencias previas nos tienen ya prevenidos.
No
sé que pasará ese día. Aunque no me creo las encuestas dudo que
haya mayores cambios que dos o tres diputados arriba o abajo por
fuerza, con lo que se mantendría la política de bloques y de
bloqueos que estamos sufriendo. Parece
que Sánchez quiera jugar con la baza de que un nuevo tercer partido
“en
la izquierda”,
el de Errejón podía bajar aún más los resultados de Unidas
Podemos, como ya pasó en Madrid, pero lo más probable es que
quedará un bloque igual de repartido que el de la derecha y extrema
derecha. De
lo único que estoy seguro es de que estamos viviendo un tiempo
de inestabilidad insultante para la soberanía popular.
Y que estamos perdiendo una oportunidad para poder cambiar y recobrar
y dar dignidad a las gentes que en nuestro día a día no tenemos
prórrogas, ni repeticiones, ni segundas oportunidades.
Y
lo que me parece más grave: Nadie habla, ni lamenta, la profunda
brecha que en la confianza de la ciudadanía en la política se está
abriendo.
Hoy la política aburre, genera
crispación, se ve con desidia y ya desinterés, una casta
política a extirpar
(quizás no falte razón), un juego de intereses personales por
encima de lo público, de lo de todos. En definitiva, un problema. Y
cuando una cosa se percibe como un problema el impulso inmediato de
los humanos para solucionarlo es la extirpación y la erradicación,
lo
que puede abrir la puerta al fascismo otra vez.
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