En las montañas, la
llegada de una carretera casi siempre ha servido para facilitar la
fuga de los vecinos y no la llegada de los nuevos.
Cayó
en mis manos La
España vacía,
el libro, mitad ensayo,
mitad novela de viajes de Sergio
del Molino,
periodista aragonés, que nos invita a sumergirnos con él en la
realidad de ese país dentro de nuestro país, en el que la
despoblación, los prejuicios y el más absoluto desconocimiento
propiciado por los medios de comunicación, se nos oculta y deforma.
Esa
España
desconocida,
de autovías sin tráfico y carreteras comarcales mal asfaltadas y
peor atendidas, existe y se muere según escribo estas líneas y tú
las lees. Esa
España retratada a conciencia como bárbara, cutre y con
condescendencia bucólica,
se pierde sin más, sin importarle ni a las mayoritarias poblaciones
urbanas, ni tampoco a políticos y partidos, pero también y por qué
no decirlo, en ocasiones sin importarle a quienes viven allí.
Es
evidente que el triunfo del capitalismo, como modo de organización
de la sociedad, se basa en la supremacía
de la ciudad por encima del pueblo y del medio natural.
Lo es en las relaciones y servicios que reciben habitantes de uno y
otro territorio, y con el tiempo se ha demostrado, como “necesario”
para el buen funcionamiento del capitalismo ultra liberal, el
desmontaje de los usos y modos de vida del mundo rural, donde hoy
vemos cientos de miles de hectáreas dedicadas al sector primario
abandonadas y sin posibilidades de rentabilidad, mientras nos
alimentamos con productos traídos desde miles de kilómetros,
simplemente porque ofrecen una rentabilidad inmediata al
empresario-explotador y al financiero-especulador.
El
mapa que aparece a continuación muestra un fenómeno que no es ajeno
a ninguna otra parte del mundo: La
concentración de población (y por lo tanto de riqueza) en las zonas
urbanas, frente a las zonas rurales.
Pero
en España
adquiere ya tintes dramáticos donde
la mitad de la población se aglutina en un puñado de centros
urbanos,
donde destacan las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona.
Nuestros
desequilibrios demográficos son especialmente graves en más de la
mitad del territorio nacional. En 268.083 kilómetros cuadrados de
nuestra superficie, el 53% del total, solo vive el 15,8% de la
población, y todo indica que este último porcentaje sigue cayendo.
En el Real Decreto por el que Rajoy creaba un Comisionado
del Gobierno frente al reto demográfico
se recordaba que 10 de nuestras 17 comunidades autónomas cuentan con
un saldo vegetativo negativo de población.
En
un informe de enero de 2017, la FEMP
(Federación Española de Municipios y Provincias)
llegaba a la conclusión de que más de 4.000 de los municipios
españoles -es decir, la mitad del total que tenemos- se encontraban
en esa fecha “en
riesgo muy alto, alto o moderado de extinción: los 1.286 que
subsisten con menos de 100 habitantes, los 2.652 que no llegan a 501
empadronados y una parte significativa de los más de mil municipios
con entre 501 y 1.000 habitantes”.
Desde
la misma Federación se ha impulsado un estudio con la Universidad
de Zaragoza,
donde su catedrático Francisco Burillo desarrollaba en sus estudios
la llamada Serranía
Celtibérica
(una amplia región española en torno a las montañas del Sistema
Ibérico que va desde las provincias de Valencia y Castellón a las
de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, Guadalajara,
Zaragoza, Soria y Segovia), el profesor Burillo y sus colaboradores
son aún más contundentes. Denominan a la zona como la Laponia
del Sur
y afirman: “Con
una extensión doble de Bélgica, sólo tiene censada una población
de 487.417 habitantes y su densidad es de 7,72 hab/km2. Cuenta con
el índice de envejecimiento mayor de la Unión Europea y la tasa de
natalidad más baja. Este desierto, rodeado de 22 millones de
personas, está biológicamente muerto”.
Las
diez provincias de la Laponia
del Sur
son solo una parte de la España vacía.
Hay muchas otras provincias con zonas despobladas y en trance de
quedar “biológicamente muertas”: Orense, León, Zamora,
Salamanca,
Ávila, Palencia, Ciudad Real…
“El
vaciamiento de la mayor parte del territorio español, además de
provocar un grave problema de desequilibrio socio-territorial,
compromete también las cuentas públicas –encarecimiento de los
costes de prestación de servicios públicos y sostenimiento de
infraestructuras-, y supone una pérdida de potenciales activos de
riqueza por el desaprovechamiento de recursos endógenos”,
afirma la FEMP en su informe. Y añade: “Constituye
un error considerar que invertir en el re-equilibrio territorial y en
la lucha contra la despoblación es un coste. Ha de ser entendido en
términos de derechos de la ciudadanía a la igualdad de
oportunidades y a su propia “tierra”, y de los territorios a
contribuir con sus mejores fortalezas al crecimiento de su comunidad
y su país. Es, pues, una inversión en cohesión social y
territorial y en fortaleza y sostenibilidad del modelo económico y
social”.
Apenas
tres meses después de su informe, la FEMP proponía un amplio
listado de medidas para resucitar a la España
vacía
y biológicamente muerta o camino de estarlo. Desde crear una mesa
estatal contra la despoblación y una estrategia conjunta de todas
las administraciones públicas hasta recuperar la Ley
de Desarrollo Sostenible,
incorporar de forma explícita a los Presupuestos de cada ejercicio
de todas las administraciones públicas una estrategia demográfica,
dar incentivos y bonificaciones fiscales a quien invierta en las
zonas despobladas, impulsar sellos de calidad territorial para la
producción local, gestionar viviendas ahora vacías, establecer por
vía legislativa una carta
de servicios públicos garantizados
para los ciudadanos de dichas zonas o incluso lanzar un plan que
reduzca la brecha digital entre la España despoblada y la España
urbana.
“La
lucha contra la despoblación –añaden en la FEMP- no es un fin. Es
un medio para hacer el planeta más sostenible. Es parte de las
políticas de sostenibilidad medioambiental. Es más sostenible
repartir la población que concentrarla”.
Las
causas y razones por la que al mayor parte del territorio nacional,
languidece y muere nos llevan a remontarnos a otras épocas
históricas. Desde los asentamientos para establecer una malla en la
Península Ibérica planteados por el Imperio Romano, a las
repoblaciones con normandos durante la Reconquista
o los intentos durante la -escasa- Ilustración española, o los
nuevos pueblos del franquismo.
Sin
duda alguna el gran motivo que explica el atraso y con el la retahíla
de prejuicios y dificultades que atraviesa el mundo
rural español
se muestra en la estructura social de nuestros pueblos, comarcas y
también provincias.
Desde
siglos en la estructura socio-política de estos territorios se
hicieron fuertes elementos propios de un caciquismo rural,
prácticamente medieval, apoyado en gran medida por la iglesia
católica española, que lejos de desmantelarse en un proceso de
democratización normal, se rearmaron, solidificaron y afianzaron,
convirtiéndose en los famosos barones
territoriales de los grandes partidos nacionales.
Estos,
por su agresiva avaricia de poder y dinero y para poder sobrevivir
políticamente, montaron redes
clienterales
que convirtieron el reparto de ayudas, tanto estatales como las de la
PAC
(Política
Agraria Común de la UE.
Estas ayudas reciben una crítica feroz por parte de sindicatos
agrarios porque se aplicaron sobre un reparto de la tierra medieval,
donde pocos propietarios de carácter nobiliario recibieron ingentes
cantidades de dinero que no invirtieron en explotaciones agrarias) en
una fuente
de nepotismo
y negocios turbios que lejos de paliar las seculares deficiencias en
servicios y futuro de los pueblos y del mundo agrario y rural, las
profundizaron hasta convertirlas a día de hoy en casi irreversibles.
Bajo
este escenario se hace natural y hasta comprensible la marcha de los
jóvenes de los pueblos de la España rural, ya no sólo como proceso
de emigración campo-ciudad,
sino
como huida
hacía un “mundo” más amable y fácil para llevar a cabo un
proyecto de vida.
El
otro gran motivos que ha llevado a que durante la historia se hayan
hecho tantos intentos por repoblar el país, o mejor dicho, repartir
la población en él, como método de cohesión y sostenibilidad
económica, social y en último término medioambiental, esta la
calidad de los suelos.
La
España vacía,
es a su vez la España del secano, de los cultivos de bajo
rendimiento, lo que sumado al reparto de las tierras que sin
excepción y de manera histórica ha estado siempre en manos de muy
pocos terratenientes, ha matado la posibilidad de desplegar un sector
primario que mantuviera a la población fijada en los entornos
rurales.
Sólo
ahora, en los últimos años y por primera vez en la historia, surgen
en España, pequeños propietarios que bien por iniciativa propia
apoyada por capital financiero (eminentemente las cajas rurales) o
bien desde cooperativas, impulsan productos alimentarios capaces de
crear un empleo con la calidad y estabilidad suficiente como para
fijar población y que esa población sea joven que quiera realizar
ahí su proyecto de vida. Es la manera de atar servicios en los
pueblos y las comarcas, y la única forma de que el bienestar y por
lo tanto el futuro del mundo rural español no se vaya a pique.
Lamentablemente
son unos pocos “salvavidas” en medio del naufragio del campo
español, que sigue siendo, y hasta que no haya un cambio conceptual
en los urbanitas y sus políticos, el terreno para las tropelías,
los basureros y las industrias sucias y sin respaldo social que
necesitan las ciudades.
Al
calor de la especulación no faltan proyectos, casi todos ellos en el
sector de la minería
que dejan al mundo rural como subsidiario de las necesidades del
mundo urbano y muy especialmente de los intereses de unos pocos
burgueses acumuladores de capital.
“Es
el argumento de Bienvenido,
Míster Marshall
repetido en bucle. Cientos, tal vez miles de pueblos que reciben
entusiasmados a cualquier portador de gallinas de huevos de oro. Los
tiempos de la especulación urbanística, a finales de los años 90 y
principios de la década de 2000, alentaron una especie de fiebre de
hormigón. Cualquier huerta arruinada heredada de los abuelos podía
ser fuente de riqueza. Cualquier parcela podía interesar a los
constructores de fantasías, aeropuertos y autopistas. En
La Mancha hay municipios que han llegado a competir para quedarse con
un cementerio nuclear.”
El
entrecomillado anterior es un extracto de La
España Vacía.
La negrita final es de mi propia cosecha, para destacar el acierto
del autor al mostrar como muchos de los regidores que tienen y han
tenido los pueblos y provincias de la España despoblada, han primado
por encima de todo, en primer lugar, el interés
personal en hacerse rico
-probablemente para huir del pueblo-, y en segundo lugar, ya en éste
momento crítico, para tratar de introducir unos pocos euros y unos
pocos empleos, para hacer que tales pueblos y territorios no acaben
de morirse. Un clavo ardiendo (y radioactivo) que es el perfecto pan
para hoy y hambre para mañana,
pues como ya hemos visto en muchas ocasiones, adoptar tales
proyectos, propuestos por las muy urbanas especulaciones financieras,
es legar
todo un patrimonio natural y un patrimonio histórico y etnográfico
para intereses ajenos al bienestar y el futuro del mundo rural,
de la España vacía y de sus habitantes.
Una preciosa calle en el bello pueblo de Rubielos de Mora, en la comarca de Gúdar-Javalambre, en la provincia de Teruel.
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