En
la desaparición y desmantelamiento de izquierda Unida hay
muchas causas, pero también algunos padres y madres con nombres y
apellidos. Entre las primeras, la principal y más importante es la disolución de la clase obrera como sujeto político y social, y más
importante aún, como actor identitario y cultural. En su caída se
ha llevado por delante otras columnas de carga del siempre
presente programa, como pueda ser todo lo que tenga que ver con
las reclamaciones y activación en torno a la lucha ecologista
y por la conservación del medio ambiente, las luchas feministas y por la igualdad entre sexos y géneros, o la potente
fuerza que tiene que ver con la Memoria y la dignidad democrática.
Ni siquiera la más que nunca trascendental lucha por los
servicios públicos, y en especial, la sanidad y la educación
públicas han podido servir para articular una continuación del
proyecto político de Izquierda Unida, dejando huérfanos de
militancia y activación política y social a decenas de miles de
personas en el estado español, que no nos sentimos representados en
la miríada de fuerzas, aparentemente y auto-proclamadas (muy
importante) progresistas o de izquierdas, que han ido brotando como
setas al tiempo que se debilitaba y liquidaba la fuerza que ya estaba
presente. Aquí, no cabe duda, no hemos sabido contrarrestar esta tendencia y seguir mostrándonos necesarios para todas y todos quienes estaban o están perdiendo su identidad.
Aparentemente, cabría colocar en el alzamiento de la ultra-derecha (un suflé que no sólo crece en la ya proclive de antemano España, sino que es un fenómeno global y particularmente destacado en Occidente) buena parte del desapego ciudadano con las políticas de izquierdas, progresistas, y por ende con el respaldo electoral y social a la marca “Izquierda Unida”. No se trataría únicamente tanto de una lucha electoral o mediática, o de la gestión de un modelo político, desde lo municipal hasta lo supra-nacional, alternativo al modelo neoliberal. Sino más bien del sometimiento de la política y la cultura a la economía, en un contexto de caída y desmembramiento de los pactos sociales que como sociedad nos habíamos dado al final de la Segunda Guerra Mundial y hasta pasadas las crisis energéticas de la década de los 70. Bajo este paradigma, y con las particularidades propias del día a día de la alta política en España (y lamentablemente también de la “baja”, la pegada a al calle, el barrio y el municipio) en los últimos diez años se ha procedido al derribo constante de Izquierda Unida como coalición electoral, programática, cultural y social, a la izquierda del PSOE, atacándola desde fuera, pero también desde dentro.
Para empezar, no se puede hacer de otra manera, hay que ir a 2011, al 15M, y a los siguientes cinco años en los que una fuerza surgida como alternativa al sistema tradicional de partidos español, instrumentalizaba toda la activación social y política del momento. La crisis económica de 2008 y las políticas de Austercidio planteadas desde Europa pusieron el caldo de cultivo para activar a una sociedad que larvaba desde hacía años un profundo sentimiento de agotamiento e insatisfacción con el régimen democrático y la economía de mercado. La corrupción intrínseca de España, unida a los recortes, la desigualdad creciente, el sometimiento a la troika y la cesión de soberanía en materia financiera, la crisis colosal, todavía vigente hoy, de acceso a la vivienda y la pérdida de poder adquisitivo de unas generaciones que iban a vivir peor que sus padres (y que ya hoy en 2022 viven peor que sus padres, eran los motores que sacaron a las calles a millones de personas el 15 de mayo de 2011. Los ataron a las plazas, les permitieron asociarse y conocerse, al tiempo que se activaron para emerger una fuerza revolucionaria que aspiraba, y ya caminaba hacia ello, a cambiar de arriba a abajo y para bien, el país.
Parecía que iba a romperse todo, que por fin, íbamos entre todas y todos, a cambiar el ecosistema del tardo-franquismo españistaní conocido como el Régimen del 78. Muchos de los que ya participamos en el 15M, en nuestras ciudades respectivas, estábamos al mismo tiempo en Izquierda Unida, como afiliados, simpatizantes o simples votantes, así como en muchas organizaciones sociales y cívicas que trabajando sobre temas concretos planteaban en definitiva, un nuevo pacto social, una ruptura con lo anterior, y la posterior construcción común de un modelo de estado y de sociedad, más igualitario, más libertario y más pleno y satisfactorio para la mayoría. Señalar el componente ideológico y de pertenencia de buena parte de quienes nos sentábamos en las Asambleas del 15M y en las Mareas no es baladí, puesto que vivimos y vimos como al tiempo que se acercaba el primer ciclo electoral masivo tras el 15M (europeas en 2014 y municipales, autonómicas en primavera de 2015 y nacionales en otoño de ese mismo año) aparecían una serie de personas, con pasado activo en Izquierda Unida, que primero añadían sin rubor, como si no hubieran estado allí, a Izquierda Unida al sistema de partidos español del bipartidismo de PP y PSOE, más los partidos de las burguesías catalanas y vasca (CIU y PNV), para después presentar su propia fuerza como novedad y solución a todos los males.
Pero tampoco puede olvidarse que todas y todos quienes nos sentamos con ánimo de ayudar y construir, lo primero que tuvimos que hacer fue “separarnos” de Izquierda Unida, presentarnos como “independientes”. El carácter “apolítico” del movimiento (que cosa más absurda porque si algo se hizo en las asambleas y plazas fue política y fue ideología) culpaba a IU también de lo que estaba pasando. Se echaba al coordinador general Cayo de Lara de las manifestaciones. Pero no fue el único y muchas compañeras y compañeros se vieron ninguneados. Sólo el tiempo, el voluntarismo de las gentes de IU, y fundamentalmente la capacidad y experiencia de organización que Izquierda Unida ya atesoraba superaron estas trabas. Sin desmerecer en muchos casos las posibilidades del ya maltrecho músculo financiero del partido. Cuando hacía falta un local, un espacio, unas sillas plegables, un material para hacer cárteles, ahí estaban la militancia y los recursos de IU, que era ignorados cuando se hacía un balance. Si difícil resultaba en provincias como Salamanca, imposible fue en las principales ciudades donde la presión mediática también jugaba a favor de desprestigiar el modelo alternativo que Izquierda Unida llevaba 25 años proponiendo. Y que las recientes crisis de todo tipo habían demostrado acertado y necesario. De este modo, ahí quedó larvado una desafección para con Izquierda Unida de la que ha sido muy difícil reponerse.
Visto con el tiempo, uno no puede más que señalar la desfachatez de quienes se hartaron de perder votaciones en asambleas de Izquierda Unida o del Partido Comunista, para después, bajo el paraguas televisivo y el interés del emporio mediático de A3Media, ligado al conservadurismo más rancio del estado español, plantear una nueva alternativa política a las pesonas que ya estábamos indignadas y que nos sentíamos estafadas por el sistema liberal. Esta alternativa conllevaba lógicamente la disolución del único partido que tenía el arsenal para promover un modelo económico y social distinto al del capitalismo neoliberal y neoconservador.
Y es que los intereses de los dueños de la Sexta se han visto satisfechos con Podemos, y la posterior sucesión de partidos y siglas que han ido apareciendo, pero que contrariamente a Izquierda Unida, se han desligado de promover un cambio real y radical del modelo fallido del estado español, y de esta Europa entregada al capitalismo neocon. Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero fueron las cabezas visibles de una serie de personajes derrotados en las asambleas de Izquierda Unida Madrid que de la noche a la mañana se hicieron dueños del relato del 15M, la cara visible de la indignación popular y los artífices de un nuevo partido que iba a “Asaltar el Palacio de Invierno”. Analizando la situación a base de comparaciones con Juego de Tronos, consiguieron simplificar la compleja situación, haciéndola entendible a la mayoría, gracias a un nuevo lenguaje que cambiaba el tradicional eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo.
Sin desmerecer lo acertado que pudiera haber en este planteamiento comunicativo que identificaba la absoluta y creciente desigualdad en el estado español, a varios niveles (económico, social, entre sexos, entre regiones, etc.), lo cierto es que constituido como partido, Podemos vino a discutir la presencia electoral de Izquierda Unida, pero también del Psoe en un primer momento, siendo de este modo causa directa de las mayorías que el PP de Rajoy disfrutó entre 2015 y 2018.
Aún así, todo parecía ir bien y que todos juntos estábamos en disposición de cambiar el panorama. La creación de las candidaturas alternativas en las principales ciudades españolas, consensuadas entre Podemos, Izquierda Unida y la “sociedad civil” se saldaron con el triunfo y la constitución de los Ayuntamientos del cambio, que sin embargo, pronto se mostraron como herramientas perfectas de disuasión revolucionaria, acallando hasta el silencio la combatividad de las fuerzas activas en el 15M, y ejercitando una política profundamente conservadora en materias como vivienda, defensa de los servicios públicos y exclusión social. Estas candidaturas no lo tuvieron fácil y la táctica vergonzosa y ponzoñosa de Podemos, no queriendo unir su nombre al de Izquierda Unida, y al de otros partidos y movimientos que trabajaban sobre el territorio, creo una serie de marcas blancas (los famosos "Ganemos") que la ciudadanía lógicamente no entendío. Por qué, si estas en política ya, en política institucional, para qué te escondes. No tiene sentido.
Por si esto no fuera poco, pronto, muy pronto, y sobretodo, por la alcaldesa y su equipo de confianza de la siempre sobre-expuesta en el centralismo españistaní, Madrid, Manuela Carmena (quien hay que señalar no estuvo en ningún momento dentro del 15M, ni de IU, ni de Podemos, sino que todo este proceso la pilló como militante y cargo en el PSOE de Madrid, no lo olvidemos) ejerció su cargo y dinamitó la confianza depositada en su persona al aceptar sin rechistar los postulados neoconservadores, plegándose a los intereses de las élites, tanto europeas como patrias. Aceptando como irreversible la única teoría posible que es el estado fallido de las cosas y tomando una envenenada responsabilidad para con el gobierno central del PP y el corrupto Montoro al frente, la troika y los mercados, y usurpando así la de que los votantes le concedieron. Como digo, la preponderancia de todo lo que acontece en Madrid hizo el resto para dificultar y mucho, la actividad política y social de la izquierda alternativa en el resto del estado español, pese a los aciertos parciales del propio ayuntamiento de Madrid, de Ada Colau en Barcelona, Joan Ribó en Valencia, de las Mareas gallegas, o de Kichi en Cádiz, y sobretodo de Paco Guarido en Zamora con Izquierda Unida, el único alcalde que fue capaz de ampliar su mandato 4 años después hacia una mayoría absoluta.
Volviendo a Manuela Carmena y antes de practicar la mitosis en la izquierda junto a Iñigo Errejón, el principal ejemplo de lo que digo tuvo que ver con el cese de Sánchez Mato, concejal de economía, miembro de Izquierda Unida, y quien tuvo éxito reduciendo la deuda pública del consistorio madrileño, logrando superávits que pudieron re-invertirse en los servicios públicos de los barrios trabajadores de la capital. Sin embargo, la cabeza de Sánchez Mato fue cercionada por Carmena siguiendo los postulados anti-democráticos (porque nadie los votó nunca) e impopulares (porque aglutinaban el rechazo de la respuesta social) de Montoro y la troika. Por cierto, para hacerlo se valió del voto del PP en el ay-untamiento madrileño para echar abajo el plan financiero y económico que Sánchez Mato presentó y que venía a poner las necesidades sociales del consistorio por encima del pago de la deuda y los sobre-costes de la M30, o el más que sospechoso plan chamartín al que Carmena y su cohorte se plegaron sin cortapisas. Tampoco lo olvidemos.
Esta coartada no fue nueva para Izquierda Unida, puesto que ya la hemos venido sufriendo desde los años 80 cuando el PSOE, desde el poder ejercía políticas de derechas que contradecían lo que había proclamado en campaña o desde la oposición. Pero que se volviera a repetir el patrón por parte de una facción de una coalición hecha, precisamente para impedir esto mismo, fue un rejonazo del que no hemos sido capaces de reponernos. En Madrid, tanto para el Ayuntamiento como para la región, como al resto del estado español, a Podemos, a Izquierda Unida, y a los que han venido después, les ha sido imposible volver a conjurar un electorado progresista que se creyera las promesas incumplidas que pudieron cumplirse en el pasado. Puestos a elegir entre políticos que aplican políticas de derechas, mejor el auténtico, que no el mentiroso.
Esta situación de 2016-2019 (muy importante, matizar que tras el Brexit, el referéndum griego, el primer mandato de Trump y sobretodo, la deriva hacia la centralidad planteada desde el círculo de la complutense de Podemos) tenía su fulgor en una política, tanto efectiva como comunicativa, que buscaba una “despolitización” de la labor de gobierno. De difuminar la ideología (de izquierdas se entiende) y el programa que había sido base de las promesas con las que se erigieron las candidaturas de los “Ayuntamientos del cambio”. Esto podría entenderse como una práctica para ejercer una política y un gobierno “para todos”, pero choca de frente con la realidad de una sociedad muy ideologizada, muy separada entre clases sociales, e incluso entre identidades nacionales, y por lo tanto, muy organizada en torno a pensamientos e intereses concretos y enfrentados.
Pero la realidad es que tal forma de hacer las cosas implicó que el Ayuntamiento del cambio, no cambiase nada de las condiciones de base de la desigualdad social, por lo que los problemas seguían ahí, incrementándose, al tiempo que la ilusión por el cambio y por revertirlos, se desvanecía. Quizás el problema vino, como he contado alguna vez, en que las propias bases del 15M y de Podemos en su origen confiasen en cambiar el sistema (la democracia liberal que en España adopta el conservadurismo franquista y neocon), desde dentro de los propios mecanismos del sistema (las elecciones y la disputa mediática en los medios de comunicación de masas). El fracaso es tan evidente como lo es el éxito de que siguieron beneficiándose a las élites, a través del manido y fariseo recurso de las “clases medias”, adoptando como propio el mantra del PP y de la derecha, por el que se asocia que el beneficio de los más ricos y poderosos, permite el avance de los más desfavorecidos. Axioma probado como absolutamente falso.
Pero lo cierto es que mientras se fraguaba la escisión de Más Madrid a semanas de las elecciones de 2019, que trajeron de regalo lo que han traído, Carmena se presentaba por los medios como una "revolucionaria" lo que salvaba su imagen hacia unos votantes progresistas, mientras que en realidad, tanto desde la alcaldía hasta el trabajo asambleario de partido o facción, funcionó con un cesarismo, un proceder elitista, que tenía su finalidad en sus propios intereses particulares por encima de los del proyecto y las bases sobre las que decía trabajar.
Porque
en el fondo, Carmena, y junto a ella, todos los candidatos y
candidatas que se erigieron en representantes de lo que era el 15M, a
través de Podemos y sus falsarias agrupaciones electorales, eran
figuras reconocibles de la izquierda de cada ciudad y región para
ganar un éxito electoral y sobrepasar a Izquierda Unida en su ámbito
más poderoso: el trabajo de base en municipios y barrios.
En algunos lugares se consiguió, y en otros muchos no. En algunos ya disiparon en aquel momento lo que era Izquierda Unida, y en otros, con mucho trabajo, antes y durante, pudimos esquivarlo. Porque lejos de las figuras de cabecera y de la presencia constante de Podemos y sus caras visibles en los medios de comunicación de masas, no había nada. Ni programa. Ni plan de gobierno. Ni idea de cómo construir mayorías solidas en las instituciones. Ni siquiera un convencimiento en el propio líder o lideresa seleccionado, sino que todo se sustentaba en el trabajo voluntarioso de miles de simpatizantes sobre los que sus hombros se edificó Podemos y sus agrupaciones electorales en 2015.
De este modo, la traición se cumplió cuando se presentó la guerra entre Izquierda Unida y Podemos como un conflicto dentro de la propia izquierda alternativa (como si no hubiera habido ya suficientes). Pero no se trataba como decía Iglesias, “de una izquierda llena de mochilas de praxis lenta y alejada de la realidad de millones de personas que ya no se identifican con la clase trabajadora”. No era una izquierda perdedora que no podía hacer frente a la nueva situación tras la crisis financiera de 2008, que no había sabido actualizarse ni expresarse. No era una lucha entre viejas formas de hacer política y nueva política, que además se presentaba como moderna y victoriosa. Esa no era la cuestión.
Lo primero porque lo que en aquel momento, y visto con perspectiva a 2022, se estaba haciendo donde se podía eran ejercicios de pragmatismo y de política realista, con ideología, con convencimiento y saber para plantear una alternativa y un modelo socio-económico distinto al que había fracasado entre 1996 y 2011. Se estaban trabajando los problemas concretos que cada institución y cada territorio y ámbito tenía. Se trataba de hacer una gestión justa de los recursos y necesidades ciudadanas, y a buena fe, que se estaba consiguiendo.
Desde luego, lo electoral, que además en España es el fragor de una batalla diaria que se extiende durante 4 años entre sufragio y sufragio, se trataba de una herramienta de cambio, para ir más allá, para hacer realidad esa sociedad más justa, igualitaria y libertaria. El acta ganada, en el Congreso o en un Ayuntamiento, debía valer para expresar otra forma de gestionar lo público y de hacer política, para todas y todos. Mostrar otra manera de hacer las cosas, alejada, radicalmente opuesta a los usos del bipartidismo.
Pero
no era la única, y al alzarse Podemos, lo que estaba siendo una
activación ciudadana, consciente, autónoma e ilusionante (y sí,
sin la participación de Izquierda Unida, al menos no en
exclusividad) se frenó en seco. La gente se fue a su casa a afilar
el voto, y a tener que dirimir, entre fuerzas que dicen
representarle, pero que se empeñan en aparecer enfrentadas. Con
Podemos en marcha, y después, con el desorden apareciendo como setas
distintas facciones presentadas como “nuevas izquierdas” (sin
usar la palabra “izquierda” en su nombre) se acabó la
re-politización de la sociedad, y en especial, de la parte más
progresista y concienciada. Se vaciaron las asambleas de IU y las de
todos los partidos, agrupaciones y de muchos colectivos sociales con bagaje antes de Podemos y antes del 15 de mayo de 2011. La ciudadanía ya dejo de estar interesada en
cambiar directamente por su propia activación y medios las cosas,
los significados y la realidad de sus entornos. Se confió, y todavía perdura hoy, en el mismo "sistema" para cambiar el "sistema" fallido.
Éxito conseguido. Se había parado el golpe de una revolución en ciernes y se había hecho caer de bruces al partido y las personas que ya estaban antes del 15M.
Completaba el escenario un PSOE desnortado, con una lucha interna entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, que lejos de diferencias semánticas -ambos representan facciones crecidas dentro del propio partido con todo lo que eso significa y que no discutían el modelo neoliberal-, cuyas bases y cuadros más progresistas eran la siguiente escala. En ese frente se enmarcó la escisión de la izquierda alternativa en Andalucía, territorio muy poderoso a nivel organizativo y también simbólico. Diferentes grupos que debían haberse unido bajo un programa cuyo primer punto debía ser acabar con el caciquismo y la corrupción del PSOE andaluz y evitar que el PP recibiera esas redes clientelares y de latrocinio, se tiraron los trastos a la cabeza, anteponiendo los intereses y las rencillas particulares al bien común del pueblo andaluz.
Primaban más las diferencias entre territorios, provincias y municipios, pero sobretodo entre las áreas urbanas donde Podemos Andalucía tenía mucha fuerza, frente a los municipios más pequeños, que por sus propias características eran núcleos menos poblados, pero destacados, donde Izquierda Unida, en coalición casi siempre con el PSOE, y otras en solitario ostentaba gobiernos locales (sin olvidar el campo y el mundo rural olvidado por las izquierdas posmo). La intención, disfrazada en el populismo y en una supuesta pureza ideológica, venía a dinamitar las bases sociales de IU en Andalucía (también del Partido Comunista Andaluz) buscando ante todo fagocitar los liderazgos que vinieran bien a la causa de Podemos, y sobretodo su electorado. El resultado ya desde 2019 se vio fallido porque todas estas discusiones internas exteriorizadas, encontronazos, desafíos y espectáculo mediático y en las redes, unida al desastre del PSOE andaluz de Susana Díaz, otorgó una aplastante mayoría a las derechas que están oprimiendo y saqueando a las clases trabajadoras y al patrimonio de la región.
Mientras IU Andalucía, junto al PCA, se había abierto a una confluencia con una nueva fuerza política como era Podemos, estos a través de las candidaturas municipales de confluencia, ejercieron una OPA hostil a todo el espectro ideológico y militante de la izquierda andaluza. El mensaje era que si la coalición electoral entre Podemos e IU había fracasado en junio de 2016 era culpa de los que ya estaban, de Izquierda Unida, incapaz de desligarse del PSOE andaluz y que se había mostrado como una rémora, lenta y anquilosada. Podemos no asumía ninguna auto-crítica y pasaba a liquidar a Izquierda Unida Andalucía, estuviera o no en el gobierno local, en forma de pacto con otras fuerzas o en solitario, llevara unos pocos meses o incluso décadas con el bastón de mando. El objetivo era quedarse con los votos. Por fortuna, muchas de las agrupaciones locales de IU en Andalucía, tanto ligadas al Partido Comunista, Izquierda Abierta, Partido Andalucista, u otras organizaciones han sobrevivido y siguen hoy luchando por sus pueblos y sus gentes, dentro de la ola reaccionaria de recortes, corrupción y fascismo. Podemos, por contra, ha desaparecido en Andalucía escindida en grupúsculos subalternos que giran en torno, para lo bueno y para lo malo, a favor o en contra, de Anticapitalistas Andalucía que sigue regida por Teresa Rodríguez.
Este movimiento anticipaba lo que iba a pasar en el resto del estado español, pero dadas las propias características socio-económicas y electorales de Andalucía, no se ha podido replicar. Eso sí, el daño ya estaba hecho.
Pero no sólo hubo ataques externos. Los internos también desestabilizaron el partido y derribaron los andamiajes. El Partido Comunista, empezando por el propio de Andalucía, pronto se lanzó a pedir la confluencia con Podemos, avanzando si era necesario “desmontar la estructura de Izquierda Unida como partido”. La intención era “reconvertirla en un movimiento político y social”. Le podían poner las palabras y declaraciones grandilocuentes que quisieran porque lo que en realidad querían eran acantonarse en los cargos internos y arrebatar la pluralidad y el debate sano de ideas y proyectos. No os engañéis esa fue la misma intención y táctica ejercitada por Izquierda Abierta desde 2002 hasta 2012, pero como sucedería también bajo el dominio del PC, la naturaleza cívica y participativa de IU permitió sortear estas intenciones y mantener parte de la esencia del proyecto.
Tengo que decir y recordar al lector que yo hice campaña por la confluencia en una asamblea local, particularmente opuesta a la misma, y que lo hicimos con generosidad, y si, está mal que yo mismo lo diga, con altura de miras dada la situación a la que nos enfrentábamos en 2016. No pasó ni un mes y Pablo Iglesias nos demostró lo que valía su palabra y lo que respetaba a Izquierda Unida o a la provincia de Salamanca. Lo peor fue la respuesta indigna de las bases locales de Podemos a las que habían desnudado y lanzado al lodazal de la irrelevancia política e interna.
Lo curioso de todo esto es que todo el mundo hablaba de confluir, alianzas y “frente amplio” cuando en realidad lo que se estaba haciendo era acabar con la estructura que ya era en si misma una confluencia de partidos y movimientos y un frente común ante el modelo liberal. En vez de reforzar una fuerza “de estado”, entendida como un ente político propio y reconocido, que sumase a todas y todos, para ir ganando presencia mediática, y fundamentalmente en el conflicto, en la calle, cada agrupación, cada partidito, cada asamblea, casi casi cada persona (aquí entraron las redes sociales con fuerza, diluyendo la militancia), se alzó con voz propia a discutir ese ecosistema. A reclamar su derecho a la representación autónoma, invalidando acuerdos previos, hojas de ruta consensuadas y hasta estatutos aprobados, propios y ajenos. A batallar desde su taifa, hablando de pureza ideológica, a marcar un “perfil propio” y poniendo el énfasis en las tenues diferencias, por lo general comunicativas, por supuesto también alguna programática, entre las izquierdas. A esforzarse con ahínco en discutir con compañeros, mientras el PP a todos los niveles hacia lo que le daba la gana. Si la situación y la sociedad demandaba una unión sin fisuras, sin egoísmos y con voluntad y generosidad, el partido y todos los que pululaban a la izquierda del PSOE, les brindaron un espectáculo bochornoso que se representaba como una traición a las bases militantes de la izquierda (estuvieran adscritas a uno o a otro partido o movimiento), a las clases trabajadoras en general y a la emergencia social que como país vivíamos.
Entre los graves problemas que esto provocó estaba el que Izquierda Unida, y por supuesto Podemos que venía a eso precisamente, se centraron en discutir en clave electoral. Justo lo que se quería evitar y por contra, centrarse en lo que era la principal seña de IU desde el primer momento: el análisis de la situación y el planteamiento de soluciones bajo una ideología y un programa. Pues bien, lo que supuso el surgimiento de Podemos fue que nos tuviéramos que centrar y defendernos de las ineficiencias del sistema de partidos, de la ley electoral y del propio parlamentarismo. La política como tal, planteada en la vida de las personas y los territorios, se centró una vez más en lo que ocurría dentro de la M30 de Madrid, en el Congreso. E Izquierda Unida no tuvo más remedio que entrar en ese juego arrastrada por Podemos y por la presencia mediática que atesoraban los Iglesias, Errejón, Monedero, etc.
En este sentido, Izquierda Unida pecó de generosidad. Con altura de miras se planteaba la construcción, a largo plazo lógicamente, “de espacios de participación política compartidas entre agentes políticos y sociales distintos y divergentes”, que “se unían por el ánimo de ofrecer a la ciudadanía y a las víctimas de las crisis una ruptura democrática”. Al mismo tiempo, y como parte de este pacto, IU dejaba de ser partido político para constituirse en un movimiento político y social, dejando toda la iniciativa a lo que yo llamo el “Círculo de la Complutense”, esto es, la camarilla élite de Podemos que gira en torno a Pablo Iglesias. Éste exigía el cese de los gobiernos locales y el autonómico de Andalucía en los que participaba, cuando antes, durante y después, sumó alegremente a Podemos en los gobiernos de coalición de Pedro Sánchez.
En palabras de mi hermano, quien tenía una experiencia de primera mano dentro del Euro-Parlamento y el Grupo de la Izquierda Europea (GUE), aquello era como:
“meter en tu casa al típico okupa que sólo se dedica a saquearte la nevera, se trae a sus colegas para enmarranarte el piso y en definitiva hurtarte la casa entera. Después un día llegas, te han cambiado la cerradura y dicen que sobras. Que tus cosas (patrimonio de IU) se quedan y valen para pagar las facturas, entre ellas la del pintor que ha pintado la casa de morado”.
Todo
esto en la "alta política", claro. En la que aparece en los medios de
manipulación de masas. A nivel de baja política, en el día a día
de los barrios y de los pueblos, la situación ha sido,
afortunadamente, y de manera general por lo que sé de mi experiencia
y contactos, distinta. Y más placentera, aún con las inevitables
derrotas electorales sufridas todos estos años. Buena parte de estas
derrotas tienen su origen y han agravado en su final, la penosa
situación económica de Izquierda Unida que arrastraba una onerosa deuda con bancos desde 2001, y que en la actualidad prácticamente ha
quedado saldada, a costa de malvender los escasos recursos de la
organización y el voluntarismo de su militancia. Incluyo aquí los
aportes obligatorios de los representantes políticos exigidos a
través de carta financiera y de mandatos expresos de los consejos
políticos. Recursos que dificultaron sobremanera seguir haciendo partido, seguir haciendo política en los pueblos y que provocaron de facto, la merma de las ya escasas posibilidades de competir en buena lid electoral.
Aún con todo, en las instituciones y espacios más cercanos a las personas, a las clases trabajadoras, se tratan y solucionan (también se crean) los problemas que necesitan resolverse. En todo este proceso se plasmó inmediatamente una ilusión renovada por poder cambiar las cosas y frenar la dinámica ultraliberal que nos asolaba y asola. Sin embargo, lo que debía haber sido una unión revolucionaria entre las fuerzas republicanas y socialistas y las fuerzas movilizadas en torno al 15M han dado como resultado una profunda desmovilización y desafección política, así como una buena retahíla de promesas electorales incumplidas. Evidentemente, los medios del capital (no está de más citar como los medios digitales, por lo menos en Salamanca, cambiaron su línea editorial a partir de 2016 cuando al entrar el dinero institucional de la diputación y los ay-untamientos del PP dejaron de publicar las notas de prensa de todo lo que fuera "IU", "izquierdas", "ciudadano" o "alternativo") y los gobiernos regionales y nacional del PP los tuvo en su punto de mira por el riesgo que entrañaban para el tardo-franquiso españistaní. Hubo imposibilidades, zancadillas, dificultades, muros y obstáculos, puestos desde arriba, pero también mucha cobardía, mucho cortoplacismo por parte de los aupados artificialmente (quiero decir sin refrendo democrático o asambleario mediante) para representar los Ayuntamientos del cambio, y los problemas que ya existían se enquistaron.
En
muchos pueblos y barrios de España pasados unos años la situación
se normalizó. En muchos lugares, la base de Podemos, los círculos
de ciudadanos, se han diluido, integrándose sus miembros en otros
partidos, generalmente en las asambleas de IU donde estas han
resistido. Algunos se asquearon por el cambio de dirección que
Iglesias ordenó en búsqueda del centro, olvidando muchos de los
lemas, batallas y trabajos que se habían planteado desde posiciones
radicalmente de izquierdas. Desgraciadamente, lo más común es que
estas personas se hayan marchado a sus casas desilusionadas y hasta
asqueadas. Una pérdida de trabajo y pasión incalculable. Otras se han enrocado en torno a la figura de Iglesias e Irene Montero y es imposible, lo sé por varias experiencias, sentarse a hablar con ellas y ellos en pos de construir algo. Este patrón lo he visto desde la distancia con interés en Santa Marta y Salamanca, lo he vivido en Toledo y me lo han contado las personas que he estoy conociendo en Alcoy.
Ni siquiera han participado activamente en la propuesta de confluencia de Sumar que pretende ser un Podemos 2.0 y comete los mismos errores que cometieron estos con Izquierda Unida 10 años antes. Al final, las personas voluntariosas y conciencizadas se marchan descorazonadas y hartas de tener que bregar por cuestiones que no mejoran las vidas de la gente.
Porque
si está Izquierda Unida, con un peso decisivo del Partido Comunista,
pero no único, puesto que resiste Izquierda Abierta (aunque una parte
representativa e importante por los nombres asociados se ha desligado y está ya fuera de IU), así como otras corrientes internas
separadas por ámbitos geográficos o programáticos de
participación. Está Podemos, converitido en “Unidas Podemos”,
con la organización EQUO, antiguo descuelgüe de Izquierda Unida ya
integrado. Antes se marchó “Más País” proyecto a nivel
nacional que fracturó Madrid en 2019, trayéndonos de regalo el PP
más rancio, cutre y zumbado posible. Se han adherido a Sumar,
plataforma lanzada por Yolanda Díaz en 2021, pero que no ha conseguido cuajar y que además está sufriendo en sus carnes el tacticismo de Pedro Sánchez (cuando no su complicidad con las derechas) y su particular lentitud a la hora de
solucionar los acuciantes problemas de la clase trabajadora. Perduran
otros partidos de izquierdas que nunca se involucraron en IU o que
salieron de ella antes de 2011 (PCPE, PCTE, Recortes 0, partido X,
etc.). Y por supuesto, el fracasado estado federal tiene su síntoma
en la aproximadamente veintena de partidos de izquierdas, que se
presentan por autonomías, comarcas o incluso municipios y barrios
para competir por el mismo espectro ideológico y electoral. Por ejemplo, Compromís en el País Valenciá, escisión de IU en los años 90.
En este sentido, revisar hoy, con los ojos de hoy, algunos de los documentos internos de Izquierda Unida de aquellos años es la constatación de un fracaso superlativo, pero también dan mucha luz de lo que realmente sucedía. Lo que yo mismo decía y escribía en 2016 convencido, como estándolo ahora, de la necesidad y vitalidad del proyecto de Izquierda Unida. Mientras Alberto Garzón, coordinador general de IU en aquel momento, y su consejo político hablaban de la “segunda transición reformista por parte del PP, el PSOE de Susana Díaz y Ciudadanos”, se obvia que Podemos ejercía esa misma presión para con IU que eran los únicos que planteaban alternativas. En la deriva a la supuesta centralidad del partido morado se llevaba también por delante los planteamientos más rupturistas y brillantes que el legado de años de militancia y experiencia habían puesto sobre la mesa. Ya no es sólo que se parase la movilización ciudadana en forma de manifestaciones, activación política y propuestas rompedoras para con el estado de las cosas. Es que se cerraba el círculo, nunca mejor dicho, laminando hasta los escombros a la única fuerza que venía con un plan alternativo más justo, más libertario y más democrático. El trabajo se había hecho, y las élites cleptómanas y fascistas del estado español podrían continuar con sus privilegios.
En este reformismo se envuelve todo el proceso político, ideológico y mediático que ha vivido España en los últimos 15 años. Si los problemas planteados por el ultraliberalismo corrupto y fascista del PP de Aznar, no se revirtieron con su alternativa socialista por parte de los gobiernos de Zapatero en términos del bipartidismo, lo lógico es que se enervasé una respuesta indignada y voluntariosa. Aquella ruptura por la izquierda, se hacía al margen de Izquierda Unida, pero suponía el mismo problema para el régimen, por lo que era preciso combatirla. Para hacerlo se valieron del giro a la derecha global que convirtió en centrista al PSOE (mucho más de lo que ya es en el contexto del sistema de partidos salido de la Transición), en un partido de extrema derecha al PP, quedando como partidos de derecha liberal el PNV o CIU. Ese hueco socialdemócrata lo ocupó un partido construido desde arriba con el objetivo de desmovilizar el país, al que mediáticamente se presentó como “radical” cuando simplemente venían a marcar unos objetivos de democracia liberal, tolerancia 0 contra la corrupción y un modelo socialdemócrata de servicios públicos. Lo que quedaba a la izquierda, lo que implicaba un reparto de la riqueza, mayor justicia social y una discusión seria y responsable sobre cómo es el país y el modelo socio-económico impuesto, ni aparecía. El remate fue que de la absoluta nada electoral y popular se empezó a presentar a una fuerza declarada de ultra-derecha como parte del sistema de partidos.
Pero todo este análisis vale de poco si no se analiza el contexto actual en el que se ha procedido al desmontaje de Izquierda Unida. Todo este giro hacia la derecha que no es propiedad exclusiva de España ha enmarcado la situación de un país, que frente a las ilusiones republicanas, libertarias, emancipatorias y federalistas, ha reforzado el autoritarismo, el individualismo y el centralismo del estado. Madrid siempre ha sido el eje de discusión política, pero gracias a las políticas del PP se ha convertido en el motor económico del estado superando la productividad de Catalunya (ayudado por la suicida deriva del puigsistema), en buena parte gracias a la influencia que ejerce la capitalidad del estado y al predominio de la economía financiera y especulativa sobre la real en el contexto de la globalización. Esto ha permitido sustentar el relato de un poder centralizado que haga recordar el pasado imperial y glorioso de los tiempos de Castilla, frente al alza de burguesías y proletariados industriales que se dieron en la periferia desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Esto permite a Madrid presentarse constantemente como agraviados, para atacar a otras regiones y/o naciones con recortes presupuestarios, de derechos y negación a la propia identidad. Esto lógicamente ha llevado al reagrupamiento en torno a los símbolos (fundamentalmente a la lengua propia) a las poblaciones e instituciones de estas naciones periféricas, volando de facto los puentes sobre los que las burguesías catalanas y vascas apoyaron en el pasado al PP de Madrid. Sin duda, esto otorga una ventaja al otro lado del tablero político. La única posibilidad de la ultra derecha de acceder al poder, por vía democrática (conviene no olvidarlo) es una mayoría absoluta.
Evidentemente, ante esta situación es urgente y necesario un proyecto político de izquierdas, progresista, que supere este escenario y ofrezca alternativas tanto a nivel económico, social, político y cultural, donde la igualdad real de derechos entre personas y pueblos, es decir, la equidad sea garantizada.
De entrada esta posibilidad existe, e incluye al PSOE y se aglutina bajo un epígrafe muy sencillo: Evitar un gobierno reaccionario que resultaría devastador. Tenemos en Portugal, ejemplos cercanos y recientes de éxito. Y los cimientos en los que debería basarse son la lucha feroz y propositiva frente a la desigualdad social. Acabar ya con la acumulación de la riqueza en un grupo, cada vez más reducido de personas, que conlleva el empobrecimiento de la mayoría, y que están llevando a una inmensa desafección en relación a la política y a las instituciones públicas y democráticas. Un caldo de cultivo que lleva a franjas inmensas a apoyar el fascismo.
En este escenario, el PSOE y Podemos, o Unidas Podemos, o Sumar, o el resto de taifas que se autodenomina de izquierdas, y por supuesto, Izquierda Unida, no han hecho nada. No han puesto en marcha la gran revolución. No han sacado a las calles a los indignados y defenestrados. No se han abierto las asambleas, ni los foros, no fuera a ser que lleguen más personas y nos disputen los liderazgos por el farolillo rojo.
Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Teresa Rodríguez, Yolanda Díaz, Antonio Maíllo, Alberto Garzón... Los medios de comunicación de masas, las élites oligarcas, la ola reaccionaria. La propia organización, los militantes, las bases o los cargos. Hay muchos culpables, como muchos los fallos y errores cometidos. Algunos con intención y otros por accidente, pero lo cierto es que hay muchas contribuciones a la desafección política de buena parte de la izquierda y de las personas que honestamente, se dicen sentir de “izquierdas”. Y de la destrucción del proyecto político que supuso Izquierda Unida.
Al final, hablamos de una fuerza que electoralmente, a día de hoy, representa entre un 10 y un 12% del voto a nivel estatal, pero que resulta clave para en un tiempo inmediato frenar el acceso por las urnas de las fuerzas reaccionarias y ultras.
En estos últimos 15 años el concepto de la unidad de la izquierda ha sido fundamental. Ha servido como objetivo político y social, como excusa fácil para explicar malos resultados electorales, como fetiche al que llamar a la movilización de las bases, o como eslogan publicitario de campaña.
Para la izquierda, la unidad es un mito. Cuando se dice "Izquierda Unida" nos referimos a un anhelo, un deseo, pero en realidad aparece como un oxímoron, como dos conceptos cuyo significado es opuesto y que juntos, generan un tercero con un significado totalmente distinto. Es la unidad (de la clase trabajadora, del pueblo, de los obreros y los estudiantes, de la izquierda misma) la condición de posibilidad de la revolución y de emancipación. En una manifestación, una huelga, una acción colectiva, la diferencia entre el éxito y el fracaso es la unidad. Este mito, esta búsqueda del nirvana y de la condición de base en la disputa de las elecciones bajo el paradigma de la democracia liberal (por cierto, un escenario planificado por el liberalismo en el que las fuerzas de izquierdas y las clases trabajadoras y productivas poco o nada han podido intervenir) se ha trasladado al día a día de las fuerzas políticas. Son el mantra sobre el que la política institucional, sobretodo a nivel nacional, y fundamentalmente, mediático ha condicionado el trabajo de los partidos y de las personas y movimientos que participan en ellos.
En ningún momento, en estos años se ha hablado de programa. De análisis racional de contexto, de explicación asumible de las situaciones y de propuestas encaminadas a resolver problemas, ineficiencias y fallos endémicos de sistema. Nos hemos centrado, y quizás nos han enfocado, a discutir y gastar fuerzas en el camino, y no en el objetivo de destino. A centrarnos en las diferencias, que siempre pululan en torno a los objetivos y curriculums personales de los implicados, y no en el bien común. Más aún, en un mundo actual cambiante, imprevisible, donde las certezas de antaño, algunas reunidas en torno al trabajo, la nación o la identidad, se han difuminado. El futuro del trabajo y la participación cívica en un mundo digital y tecnológico, la realidad de un país inacabado como estado-nación y que es provocativamente incapaz de sumar el acervo de distintas nacionalidades a un mismo estado, las amenazas en un mundo geopolíticamente complejo e inestable, lo imprevisible de la vida bajo el paradigma del cambio climático, las nuevas identidades individuales y colectivas influenciadas de manera positiva por el feminismo y las luchas LGTBI, etc., etc.
Todos estos retos, lejos de aunar diferentes sensibilidades progresistas o de izquierdas, han servido para tensionar el espacio en una batalla cultural para demostrar quien tiene más razón, o más fuerza de convocatoria. Quién es más moderno, más cool, o está menos acabado.
Y en esta disputa lo más triste es que se ha acabado, o se pretende hacerlo ya, con la fuerza política que ya estaba presente y que cuyos estatutos fundacionales ya plasmaban la necesidad y búsqueda de alianzas, la suma de voluntades y el principio de participación entre distintos para buscar el bien común, mayor dignidad y la revolución pendiente que tiene este país.
Quizás en esta sensación de derrota y desolación se incluya la pérdida de Julio Anguita, alma de Izquierda Unida, referente y maestro de hacer política, con mayúsculas, para el bien común.
Se ha derrotado, derribado y se está procediendo a desescombrar el solar de lo que fue Izquierda Unida. Y muchos también somos culpables, porque por distintas causas (por trabajo y obligaciones, por comodidad, por cansancio, por hartazgo, porque es necesario descansar) nos fuimos marchando y dejando el espacio yermo y muerto. Vacío de ese mismo programa y militancia que nos hacía sentir orgullosos. Y sin estas personas, sin nosotros, no puede existir. Como militantes también tenemos que asumir nuestra responsabilidad en esta situación, y quizás, bueno quizás no, seguro retomar la actividad y salvar todo lo bueno de Izquierda Unida.
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