Hoy
viernes, 10 de septiembre, es el Día Mundial de Prevención del
Suicidio, y para prevenirlo es importante conocer algo que aún
es poco tratado y considerado un tema tabú.
En
2016 fallecieron 3.569 personas en España por esta causa (según los
datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística). Es una
cifra que casi duplica los muertos en accidente de tráfico,
multiplica por 80 las víctimas de violencia de género, es 13 veces
más que los homicidios y la principal causa de muerte en jóvenes de
15 a 29 años.
Al día se quitan la vida unas 10 personas, de los cuales siete son hombres y tres son mujeres en España y el INE calcula que, en
lo que llevamos de siglo, en España se han producido casi 60.000
suicidios. Por Comunidades Autónomas, Galicia y Asturias poseen las
mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la
menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media
estatal en 7,5, según un análisis de la Fundación Salud Mental
España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio.
La
idea de que donde más se producen los suicidios es en zonas de
montaña, donde impera la soledad, en España se ve reflejada en
Asturias, que lidera la estadística desde 2011 en cuanto al número
de personas que se quitan la vida. Aunque también es preciso contar
que hablamos de una región que sufrió (y sigue haciéndolo hoy en
día) un proceso de cierre y pérdida de puestos de trabajo colosal,
en una mal llamada reconversión, que supuso una terciarización de
la economía salvaje. Su consecuencia fue potenciar el alcoholismo,
la drogadicción y otras patologías propias de la salud mental.
Ante
un problema de tal calibre, todavía no existe un plan de
prevención del suicidio a nivel estatal. La Sanidad Pública,
antes de la pandemía del Covid-19, no pudo desplegar una estrategia
de prevención del suicidio que vendría, fundamentalmente, de
articular programas de análisis y diagnóstico en la atención
primaria sobre la salud psíquica de las personas, entroncándolo con
mecanismos de detección precoz en los servicios sociales ante
situaciones de carestía, consumo de sustancias estupefacientes o
acoso que podrían derivar a las enfermedades mentales, tales como la
depresión o la esquizofrenía, pasos previos al intento de suicidio.
Si
en nuestro sistema de Sanidad Pública los recortes y la
presión de un modelo neoliberal y de quienes lo sustentan ante la
opinión pública han provocado carencias y disfunciones colosales en
todos los servicios, un tema como la salud mental, ya tratada como
tabú no sólo iba a ser menos, sino que además es deteriorada y
depauperada a un ritmo mayor.
Antes,
en 2018, en la Comunitat Valenciana se articulo un programa para
romper el silencio en torno al suicidio y los problemas mentales, que
ha traído buenos resultados. Pero sigue siendo una iniciativa puesta
en marcha en una Comunidad sin seguir una estrategia nacional que
pudiera facilitar a las familias, los médicos de atención primaria,
los trabajadores sociales o las propias personas que están cayendo
en la vorágine de plantear quitarse la vida, los recursos,
protocolos y herramientas para poder evitar la tentativa de suicidio.
Es
fundamental tal y como consideran expertos y afectados que estos
planes se desarrollen de manera nacional, generando sinergias entre
todas las administraciones y colectivos implicados que garanticen un
“abordaje transversal del suicidio”, poniendo énfasis,
como no, en la prevención, la detección, el diagnóstico, el
tratamiento y la continuidad de cuidados mentales, al tiempo que
consideran preciso "sensibilizar sobre la trascendencia"
del mismo.
Para
ello es básico acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el
suicidio para facilitar la desestigmatización y culpabilización de
la conducta suicida y, con ello, facilitar que las personas con ideas
suicidas pidan ayuda.
Lejos
de conductas pueriles, arcaicas y retrógradas "Informar no
provoca efecto dominó", como algunos se atreven a difamar.
Sin embargo, poner la problemática en la mente de la sociedad
conseguirá eliminar las barreras que la vergüenza o la estigmación
social puedan provocar en las víctimas, haciendo que en vez de
retrotraerse, esconderse y pasar en silencio el problema y enfermedad
hasta el trágico desenlace, puedan salir y respirar, encontrando en
una sociedad concienciada las herramientas para poder sobrepasar
estos trances tan duros.
Las
ONGs, desde la Crisis-Estafa de 2008, ya han venido recibiendo
cada vez más llamadas y solicitudes de ayuda. También de familias
que han perdido a un ser querido tras un suicidio. La falta de
oportunidades, la frustración a la hora de seguir y conseguir los
sueños y planteamientos vitales; la depresión por la situación
económica o social. Los problemas de acoso, malos tratos, vejaciones
o lesiones en distintos ámbitos. Todas estas causas y otras ya
venían cultivando los problemas de salud mental que germinaban en
tentativas de suicidio. Y ahora tras la pandemia, con lo que ha
sobrevenido en inestabilidad laboral, vital, fallecimientos de
familiares y seres queridos o aislamientos se han exponenciado aún
más.
Este
aumento bien podría deberse a que el velo de silencio que cubría el
suicidio se va disipando. A que la gente va perdiendo el miedo al
rechazo y hable más de sus problemas mentales buscando en sus
familias, en las asociaciones y en el sistema sanitario oportunidades
para remediarlo. Si bien es cierto que se ha avanzado en este
sentido, también lo es que los problemas económicos, laborales,
sociales y sentimentales han crecido en número y gravedad la última
década. Más personas están en el umbral de caer en la depresión y
desarrollar tendencias suicidas. Nos puede pasar a cualquiera.
En
este punto es importante también citar los recursos que han de ponerse en las familias cuando un ser querido comete una tentativa de
suicidio y sobretodo en caso de que desgraciadamente la tentativa haya tenido éxito. Se hace básico la concienciación, sobretodo
fuera de sensacionalismos. La normalización de un problema grave que
no debe esconderse bajo la alfombra y que tenemos que poner entre
todos, como sociedad herramientas y recursos que ayuden a las
familias a superar este durísimo trance. A hacer el dolor en algo
soportable impidiendo que el suicidio se convierte en una oportunidad
recurrente.
Los
medios de comunicación tienen, como casi con todo hoy en día, una
responsabilidad para paliar este asunto. Informar de manera
responsable y adecuada, huyendo del sensacionalismo y del morbo, va a
ayudar a prevenirlo. Hacerlo además, sin describir explícitamente
métodos, evitando detalles, imágenes o notas suicidas harían poner
el énfasis no en el propio suicidio, sino en las causas que han
llevado a él, y que son el punto donde se puede trabajar para
prevenirlo.
El
suicidio está considerado como uno de los mayores problemas de salud
pública a nivel mundial desde mediados del siglo XX. La
Organización Mundial de Salud, cifró en 2014 en más de 800.000 las
personas que mueren cada año por suicidio en el mundo. Esto supone
que hay una tasa de mortalidad global de 16 por 100.000, o una muerte
cada 40 segundos. Además de que existen indicios de que por cada
adulto que se quitó la vida, posiblemente más de otros 20 lo
intentaron, según el organismo, que recomienda a las autoridades
sanitarias y a los países a dar prioridad alta a la prevención del
suicidio, que afecta a países tanto ricos como pobres. Pero la
mayoría, el 79%, de todos los suicidios se producen en países de
ingresos bajos y medianos.
La
organización señala que los factores que más se repiten son: las
enfermedades mentales, principalmente la depresión, el abuso de
sustancias, en especial el alcohol, la violencia, las sensaciones de pérdida y
otros de carácter cultural y social.
Cualquier
dificultad o giro drástico de nuestra vida puede ponernos en un
camino, que aunque no lo pensemos, puede terminar en un intento de
suicidio. La salud mental debe ser la norma y la enfermedad
una anomalía a corregir con la ciencia y el progreso. Por eso, la
generalización de las patologías mentales evidencia que la sociedad
donde vivimos es profundamente inútil y se encuentra en un estado de
putrefacción avanzado. El fin de toda sociedad es servir al ser
humano, y cuando las miserias de ésta son tan contaminantes que la
enfermedad mental se generaliza, resulta palmario hasta qué punto se
halla torcida.
Deshumanización,
presiones superlativas para que produzcamos más allá de nuestros
límites, desigualdad, concepción del individuo como valioso en la medida que
pueda producir, negación de las identidades para la convergencia
artificial en un modelo único de personalidad impuesto desde arriba,
fomento de un modelo vital donde el sujeto está hueco y precisa
llenar ese vacío con las miradas de aprobación de los demás o
atrofiarse con comida-sexo-drogas (en especial la proliferación de
los antidepresivos que ya en Estados Unidos han devenido en una
adicción nacional)…
Hace
menos de un mes terminaban unos Juegos Olímpicos en los que, gracias
a la fortaleza para expresar su debilidad, de mujeres deportistas
como Naomi Osaka o Simon Biles, han puesto sobre la mesa el
problema de la salud mental, especialmente en el ámbito deportivo.
Y aunque pasado este mes pareciera como si los diarios deportivos y
los que no lo son, quisieran olvidarse, y que lo hagamos con ellos,
de este grave problema, la realidad es que como sociedad tenemos que
exigir mecanismos que garanticen una buena salud mental generalizada.
Para
ello es en la Sanidad
Pública
y en los
servicios sociales
en donde vamos a encontrar los mecanismos necesarios para prevenir
el suicidio
y los problemas que puedan provocar un intento. La defensa de estos
sistemas que garantizan la igualdad de derechos y el bienestar
colectivo es si cabe, cada vez más importante y necesaria. Nos
va la vida en ello.