El
Gobierno acaba de anunciar que el período
de confinamiento
se amplía 15 días más, llegando como parecía inevitable al 5 de
abril. Ya venían voces autorizadas clamando no sólo por éste
período, sino por hacer más agresivas las medidas de cierre de los
principales focos (Madrid, Euskadi y La Rioja) y también el paro
total de toda la actividad económica, salvo la ligada íntimamente a
los cuidados y a la sanidad.
Se
empiezan a convertir en tediosos los días y sobretodo en fin de
semana cuando apetece por costumbre y por necesidad, salir al campo y
hacer deporte al aire libre.
Las
administraciones y la sociedad tratan de luchar contra el avance de
esta enfermedad que por lo que sea (se necesitan y necesitarán
hechos explicados por las ciencias) en el Mediterráneo está
causando más estragos que los que provocó en China en su origen.
Es
insostenible un confinamiento a medio gas para no herir a las clases
propietarias. No es concebible que mientras se pide a la gente que se
quede en su casa el país quiera seguir fabricando cosas que nada
tienen que ver con la sanidad y los cuidados. Si ha cerrado el
turismo, a qué esperamos a parar toda la productividad. Es que no
hemos entendido la excepcionalidad que vivimos.
Ahora
que los test de detección y las sanciones por saltarse el
confinamiento se extienden ya llegan también estudios sobre la
realidad de la curva de infectados y fallecidos (dolorosamente
estamos a un mes vista de su cenit) y ya ha llegado el momento de
ordenar un cierre total. Y con el la inversión para rescatar a las
personas a por lo menos la misma cantidad que entre 2009 y 2013
supuso “salvar a los bancos”. Porque aquel salvamento se hizo a
costa de lo que hoy necesitamos: camas, médicos, enfermeros,
hospitales...
Hay
quien dice que tras esta crisis
del coronavirus
vamos a salir muy distintos. Que habrá un cambio social. Que nuestra
perspectiva será diferente. Perdonadme por sentirme pesimista
pero yo no lo veo así. Me parece evidente que el individualismo, el
consumismo y el ultra liberalismo no sólo no se discute, sino que se
va a potenciar.
No
me extraña que el capitalismo no se discuta, pero me enferma la
defensa consciente e inconsciente del neoliberalismo. Y
de quienes lo han ejercido destruyendo todo el estado del bienestar.
De esta patraña ideológica que ha desnudado hasta los raquíticos
huesos a todo el sistema social. Sanidad, educación, cuidados,
servicios sociales… que han sufrido años y lustros de
adelgazamiento del personal, de los recursos, de las
infraestructuras. De todo lo que compone un país y de todo el
armazón administrativo e institucional que favorece no sólo el
bienestar de las personas, tanto como individuos, como
colectividades, sino sobretodo, de la igualdad, la justicia social y
la libertad. Esos “supuestos” pilares de la democracia.
Durante
años y legislaturas el bipartidismo y los medios de comunicación
pro sistema han apostado todo al neoliberalismo. A una teoría
económica impuesta desde arriba que no se discutía y que no tenía
alternativas. Bajo ella se ha desmontado la Sanidad
Pública
y hoy que la necesitamos y exigimos al máximo de su capacidad
comprobamos con dolor que no llega a satisfacer la demanda real. Ese
dolor también es convencimiento en los que llevamos años diciendo
que esto no podía ser. Que estaban destrozando todo lo que tenemos
en común y todo lo que son derechos para convertirlo en privilegios
privatizados. De
esto se
hablaba el 15M.
¿No os acordáis? Por supuesto no hay ningún medio de comunicación,
de intoxicación, de masas que recuerde aquellos días.
Ahora
con las autoridades pidiéndonos que nos quedemos en casa el egoísmo
y la idiotez se abrazan como se puede ver en cada supermercado. No
quiero ni imaginar como será el día después de que termine el
confinamiento. Ni la semana siguiente. El caos y la barbarie van a
causar estragos en una locura de compras compulsivas de absolutamente
todo. Se van a atascar las ciudades, los centros comerciales y ahí
si que van a faltar bienes, muchos de ellos necesarios y básicos
para muchas personas.
Y
vivir en éste país no ayuda. Las
dos españas
se vuelven a partir la cara desde los balcones y sobretodo los medios
y las redes sociales. Ahora todo son guerras a cacerolada
limpia, enfrentados cuando más unidos habría que estar. Me producen
profundo asco quienes se quejan del actual gobierno -que tiene sus
errores, evidente, pero no lo olvidemos, todavía no ha ejercido unos
presupuestos generales propios-. ¿Qué esperaban? ¿Qué prefieren?
¿A los que nos mintieron en el 11M, en el Yak42, en el accidente del
Metro de Valencia, en el Prestige, los que trajeron el ébola al
país?
Esa
falta de responsabilidad
y sobretodo de reconocimiento de lo evidente, de los datos
científicos e históricos. No puede ser que no se reflexione,
incluso confinados en los hogares y todo se convierta en metralla
para lanzar al oponente ideológico. Es un absurdo. Me enfurece y me
agota éste país.
Muchos
queremos y no sólo por un capricho cambiar este modelo social y
económico. Es necesario construir una sociedad más justa,
equitativa y solidaria que favorezca una economía en la que no se
deje a nadie atrás y se garanticen sus derechos humanos, por ende un
medio ambiente con futuro y mejor. Pero eso no se va a hacer si no
existe una presión social. En cambio, con nuestros cuerpos ya libres
de confinamientos, pero con nuestras mentes huérfanas y encerradas
en convencionalismos liberales, lo que va a venir es un sistema más
autoritario. Y con él más desigualdad, más y peores crisis, más
sufrimiento.